El Bosque de la Noche Eterna

By LittleLeviosa

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Aeryn Lapworth nunca había puesto en duda su sensatez. Aunque le encantaba leer (quizá demasiado), su única a... More

Prólogo
Capítulo 1: Cómo lograr que te lleven a caballito
Capítulo 2: Cómo caer con estilo
Capítulo 3: Cómo hablarle a tu amor platónico
Capítulo 5: Cómo fabricar tu propio columpio
Capítulo 6: Cómo escapar de una Amazona pelirroja
Capítulo 7: Cómo insultar de forma creativa
Capítulo 8: Cómo distinguir las clases de cuchillos

Capítulo 4: Cómo ser una buena animadora

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By LittleLeviosa

Sip, me he unido al club de las notas al principio y al final de los capítulos. ¡Pero esta es rápida! Una disculpa por haber tardado tanto y hala, os dejo con el capítulo. Y leed también la del final, ¿vale? ¡Enterita! Bueno, ahora sí: muchas gracias y espero que os guste el cap

***

Ahí estaba. Lorette.

Acababa de mirar hacia donde estaba Ronnie, tal y como describía en el libro. Aeryn observaba desde lejos, abrumada por los celos.

Convencer al muchacho para escapar a la Aldea fue difícil al principio, pues tuvo que hacerlo con sutileza para que él no pensara que era alguna clase de trampa. Sin embargo, luego todo se solucionó: la rebeldía natural y el espíritu aventurero de Ronnie hicieron el resto.

Desvió la vista hacia Jayce, a su derecha, tras un arbusto un par de metros más alejado que el de Ronnie. El chico no le había dirigido la palabra en toda la mañana.

-Jayce, por favor -le suplicó-. Háblame.

Él se giró hacia Aeryn y la miró de arriba a abajo.

-¿Y por qué debería hacerlo? -hizo una mueca de desprecio.

"Bueno, acabas de hablarme" quiso responder ella, pero le pareció que no era un buen momento para bromas.

-¿Y por qué no? -dijo en su lugar.

-Mira el libro.

Aeryn bajó la vista. "El Bosque de la Noche Eterna" yacía en su regazo. No recordaba haberlo traído, pero obedeció a Jayce y lo abrió por la última página. Que estaba en blanco.

"¿Otra vez?", pensó asustada. Recorrió rápidamente las hojas hasta llegar a la última que estaba escrita, pero una duda la asaltó de repente.

-Un momento... la historia puede continuar sin Ronnie.

-¿Y? -dijo Jayce con el entrecejo fruncido.

-Que yo soy la protagonis...

Ahogó un grito. Jayce la miró con odio, y dijo:

-Ya no hay vuelta atrás, Aeryn. Vamos a morir los tres.

Aeryn se incorporó de golpe, escuchando el crujido del basto colchón donde dormía. Miró a su alrededor, aturdida, hasta que los recuerdos acudieron poco a poco a su memoria. "Así que sólo ha sido un mal sueño", pensó. "Menos mal".

Observó la cama de Madeleine, que estaba vacía. ¿Tan tarde era? Levantó la mano izquierda donde llevaba puesto su reloj de pulsera, aunque en seguida se regañó por su propia estupidez: la hora no tenía por qué ser la misma allí que fuera del libro.

Aeryn salió de la cabaña buscando a su amiga (¿es que era su propia imaginación la que había dado vida a Madeleine y, sobre todo, la que le había otorgado el aspecto de su única amiga?); sin embargo, en su lugar vio a Jayce sentado bajo la sombra de un árbol. Aeryn se remangó la camisa: había olvidado que dentro del libro la temperatura variaba bastante de la noche a la mañana. Dirigió la vista hacia el muchacho: vestía una camiseta deshilachada sin mangas que en otro tiempo debió ser blanca y unos vaqueros rotos que le llegaban a la altura de la rodilla. Llevaba unas zapatillas blancas de deporte: la izquierda tenía un agujero del tamaño de una aceituna justo debajo del tobillo.

-Aeryn -dijo.

Ella se acercó a Jayce y se acomodó a su lado, apoyando cuidadosamente la espalda en el tronco del árbol. Aunque temía que siguiera molesto por lo de anoche, pudo notar cómo los hombros desnudos del chico se relajaban al entrar en contacto con los suyos, y Aeryn se lo tomó como una vía libre para apoyar la cabeza en su hombro.

-¿Sabes, Jayce? -dijo-. Hoy he tenido el peor sueño del mundo.

Él giró la cabeza hacia ella. Aeryn levantó la vista de sus manos y pudo distinguir un brillo divertido en sus ojos.

-¿Ahora es cuando te pido que me lo cuentes? -preguntó el muchacho.

-Si quieres quedar bien, sí.

-Está bien. ¿Y cuál es ese horrible sueño, si puede saberse?

Aeryn narró con todo detalle su pesadilla, eludiendo la parte de los celos. Cuando terminó, Jayce cubrió su mano con la suya: estaba fría, algo que Aeryn agradeció, sofocada por el calor.

-Aeryn -dijo él-. En la historia original, ¿acompaño a Ronnie a la Aldea?

-Pues... -se quedó pensativa-. Sí. Quiero decir, no. No exactamente -inspiró profundamente mientras pensaba una explicación-. Al principio, él va solo. Pero tú le sigues al darte cuenta de que ha desaparecido y llegas en el momento justo para salvarle.

-¿Y si hacemos eso exactamente? Así no correremos riesgos.

-Me parece una buena idea -admitió Aeryn, aunque no confesó que le hacía ilusión visitar la Aldea-. Pero, ¿cómo se supone que vamos a convencer a Ronnie para que vaya solo a la Aldea?

-No deberíamos hacerlo -declaró Jayce-. La idea tiene que salir de él. Aunque no va a ser tan fácil ahora que hay algo que le incita a quedarse.

-¿Y qué es?

-Tú.

Aeryn mordisqueaba un muslo de conejo mientras observaba a Madeleine: le resultaba cómico ver cómo engullía su parte, cuando Elina adoraba los conejos hasta tal punto que no soportaba siquiera verlos en un menú.

A su derecha, Ronnie observaba un árbol cercano, como si quisiera contar las raíces que sobresalían del suelo. Cuando se dio cuenta de que Aeryn lo miraba, sonrió.

-¿Qué tal has dormido? -preguntó Ronnie.

Aeryn se estremeció, recordando la pesadilla de aquella noche.

-Genial -respondió finalmente, forzando una sonrisa.

-Oye... -balbució el muchacho.

-¿Sí?

-Me preguntaba si... esto... querrías venir conmigo -continuó-, esta tarde, a dar un paseo por la Laguna.

Aeryn se sonrojó y miró rápidamente a Jayce, que se encogió de hombros, y a Madeleine, que alzó las cejas con una sonrisa picarona.

¿Ronnie, su amor platónico, acababa de pedirle una cita?

Reflexionó durante varios segundos, preguntándose cómo afectaría aquello a la historia y a Lorette, pero se sobresaltó de repente al recordar que Ronnie aguardaba una respuesta.

-C-claro -contestó finalmente, sonriendo y bajando levemente la mirada.

-Genial -los hombros de Ronnie parecieron relajarse, y los cuatro volvieron a prestar atención al desayuno.

Cuando terminaron, Aeryn acompañó a Madeleine hasta su cabaña para recoger algunos instrumentos de caza que la muchacha guardaba bajo la mesita de noche.

-Puaj -soltó Aeryn nada más entrar.

-¿Qué pasa?

-Nunca había tomado carne para desayunar.

Madeleine puso los ojos en blanco.

-¿En serio? Y dime, ¿qué comía la señora allá en la Aldea?

-Pues... -Aeryn se quedó pensativa unos instantes-. Fruta, cereales con leche, tortitas, chocolate caliente...

-¿Tortitas? ¿Chocolate?

-Olvídalo -le quitó importancia al tema con un gesto de la mano, pero Madeleine insistió.

-¿Es algún tipo de pescado?

Aeryn casi se echó a reír.

-No... son cosas dulces.

-¿Como una manzana?

-Más dulces... como el azúcar. Tal vez un poco menos.

Madeleine se cruzó de brazos.

-Pues sí que sois pijas vosotras las Amazonas -frunció el entrecejo; sin embargo, pronto sus ojos mostraron un brillo de curiosidad-. Y dime, ¿cómo se vive en la Aldea?

Aeryn bajó la vista, intentando recordar la rutina de las Amazonas que Lorette le contaba a Ronnie hacia la mitad del libro.

-Pues... -empezó-. Cada día nos levantamos temprano, poco después del alba, y nos dirigimos al entrenamiento, que dura hasta bien entrada la tarde, con una pausa para...

-¿Y cuál es tu arma? Todas las Amazonas que han llegado tenían una.

¿Cómo no se le había pasado por la cabeza antes? Dijo la primera que se le ocurrió:

-El arco. El arco y las flechas.

Madeleine soltó un bufido.

-Pues qué poco original. Mi madre me contó que cuado mi abuela era pequeña llegaron dos Amazonas gemelas: una dominaba la ballesta y otra era un as con el hacha. ¡Imagínate! -dijo, suspirando.

Aeryn se preguntó por qué mostraba Madeleine tanto interés por las Amazonas. «Tal vez» pensó, «quiera saber si su vida habría sido mejor de haber nacido en la Aldea ya que, al ser niña, no la habrían abandonado o enviado a los calabozos».

-Mira, Madeleine -empezó, y la chica le miró frunciendo el entrecejo-. Te aseguro que, aunque creas que las Amazonass vivimos mejor, no es así. Los entrenamientos son duros, y aunque parezcamos fuertes guerreras, nuestra vida nos priva de encontrar el sentimiento más hermoso que un humano puede experimentar.

-¿Hablas del amor? -preguntó Madeleine.

-Sí -Aeryn se acercó a ella y apoyó una mano en su hombro-. Y estoy segura de que algún día tú también lo sentirás.

Madeleine dibujó la sombra de una sonrisa en su rostro.

-Vale -dijo simplemente-. ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer hasta la hora de la cita?

Aeryn se echó a reír.

-Creo que iré a dar un paseo. Quiero explorar el Bosque a fondo.

-Puedo acompañarte. Si quieres.

-No hace falta, pero gracias.

En realidad, las intenciones de Aeryn eran bien distintas.

Según el libro, la pequeña tienda de tela frente a la cual se encontraba Aeryn era donde guardaban los instrumentos de caza. Por suerte, no había nadie vigilando y pudo entrar sin problema. Observó varias armas esparcidas por el suelo sin ningún cuidado, así que le costó algunos minutos encontrar un arco y unas flechas del tamaño adecuado. Cuando tuvo todo lo que necesitaba, salió con cautela de la tienda y echó a correr hacia la espesura.

Si todo salía según el plan, lo más probable era que Aeryn tuviera que enfrentarse a las Amazonas; y si no lo hacía con su arma, el arco, la gente sospecharía (conociendo a Elina, Madeleine no habría tardado nada en contárselo a todo el mundo). Así que lo mejor sería coger un poco de práctica.

Cuando llegó a un claro prácticamente vacío (a excepción de un minúsculo estanque donde una rana saltó para sumergirse), Aeryn fijó la vista en el grueso tronco de un árbol. Tenía un agujero perfectamente redondo, por lo que serviría como diana.

Philip llevó una vez a Aeryn a una clase de tiro con arco cuando era pequeña, así que sabía cómo colocar la flecha, pero no recordaba mucho más, así que se dejó llevar por su instinto. Tensó la cuerda y respiró hondo... hasta que notó la respiración de alguien en su nuca.

Aeryn bajó el arco y se volvió de golpe con el corazón desbocado.

-¡Maldita sea, Jayson! -exclamó-. ¡Me has asustado!

-Ya veo.

Aeryn notó cómo su amigo observaba su pecho, que subía y bajaba rápidamente debido a su agitada respiración.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Aeryn.

-Podría responderte con esa misma pregunta -Jayce sonrió y se encogió de hombros-. Madeleine me dijo que habías ido a explorar el Bosque -continuó, y bajó la vista hacia el arco de Aeryn-. Pero ya veo que no era cierto.

-¿Me estabas buscando?

-Ahora eres mi único entretenimiento en este Bosque. Ronnie está como loco por esa cita -lo dijo poniendo los ojos en blanco, como si no pudiera soportar una actitud tan cursi-. Tú, en cambio, pareces tranquila. Sin contar el susto de hace un momento, claro.

Aeryn sonrió.

-Contestando a tu pregunta... -explicó-. Todas las Amazonas tienen un arma en la que son expertas. Y le he dicho a Madeleine que la mía era el arco, así que tengo que practicar.

-Interesante. ¿Sabes manejarlo?

-No mucho.

-Seguro que sí. Yo haré de público.

Jayce echó a andar hacia el estanque, situado unos metros a la derecha de Aeryn, y se sentó con la espalda apoyada en una roca, con la soltura de quien ya ha estado varias veces en un lugar.

-Adelante -la apremió, señalando el árbol con la cabeza-. ¿Quieres que me invente una canción para animarte? -propuso, jugueteando con una rana despistada.

-Muy amable, pero no -contestó Aeryn, sacándole la lengua.

Jayce rió, y la muchacha colocó el arco en posición de disparar. Respiró hondo una vez más e intentó controlar el leve temblor de sus brazos sin pulso.

-Vamos Aeryn, ra ra ra, el objetivo harás temblar -susurró Jayce.

La flecha acabó perdiéndose entre la espesura.

-¡Jayson Rivenstone! -Aeryn se giró hacia él con los brazos en jarras, pero al ver la expresión asustada de su amigo, no pudo evitar que se le escapara una risita.

-Es una buena canción -repuso Jayce cruzándose de brazos.

-Nadie ha puesto eso en duda, pero me has desconcentrado. Ahora... -se llevó un dedo a los labios, y Jayce hizo el gesto de cerrar una cremallera sobre su boca.

Esta vez, respiró hondo dos veces y la flecha fue a parar a diez centímetros del hueco del árbol.

-¡Viva Aeryn, ra ra ra, al fin con Keira acabarás! -el grito de Jayce sonó a pocos centímetros de su oreja y Aeryn, que estaba concentrada en el objetivo, pegó un respingo.

-Conseguirás que me dé un ataque -dijo, poniendo los ojos en blanco.

Se dio la vuelta y ahí estaba él con los brazos abiertos y una sonrisa; Aeryn dejó caer el arco y lo abrazó, orgullosa de sí misma. Respiró por primera vez el aroma de Jayce: una mezcla de pino, tierra mojada y libertad.

-Aeryn... -susurró el muchacho.

-¿Sí?

Él sacudió levemente la cabeza.

-Nada... ¿y esa cita?

Aeryn giró dos veces sobre sí misma.

-¿Qué tal estoy?

Llevaba una vieja blusa blanca de manga larga que Madeleine le había traído del montón de ropa recién doblada, y los mismos leggins negros a la altura de la rodilla que trajo de fuera del libro. Sus zapatillas grises estaban llenas de tierra, y su melena negra caía desde su nuca hasta la mitad de su espalda en forma de una trenza de espiga algo deshecha.

-Genial -Madeleine, que había sido su peluquera, levantó el pulgar en señal de aprobación-. Pero déjame que...

La chica salió de la cabaña y volvió a los pocos segundos con varias flores de campanilla blanca y jazmín, que trenzó con cuidado en su cabello.

No necesitó preguntar para saber que le quedaba genial.

-Gracias -Aeryn sonrió ampliamente.

-¿Dónde habéis quedado?

-En la Laguna. Regresaremos cuando el Bosque vuelva a aparecer.

Madeleine alzó una ceja, gesto que Aeryn nunca supo realizar.

-¿No es eso un poco peligroso?

-No creo. A estas horas las Amazonas estarán preparándose para el combate.

-Eso espero, porque no podrás volver hasta la noche.

Madeleine se acercó a Aeryn y la abrazó fuertemete durante varios segundos.

-Pásalo bien -dijo.

-Claro -aseguró Aeryn dándole unas palmaditas en la espalda-. Lo haré.

Ronnie estaba sentado en una roca, a unos metros de la orilla. Toqueteaba sin parar los bordes de su camisa roja de cuadros, la cual tenía un rasgón en la parte baja, por lo que dejaba ver el botón de sus vaqueros desgastados. Sus rizos, desgreñados y rebeldes, le caían sobre la frente hasta que los apartó con una mano que sostenía con fuerza un pequeño ramo de narcisos. Ese gesto, aunque pequeño, bastó para que levantara la vista y advirtiese la presencia de Aeryn, que caminaba hacia él con el rostro iluminado por una amplia sonrisa.

-Aeryn -saludó él.

-Hola, Ron -Aeryn se acercó a él y le obsequió con un cálido abrazo, lo que bastó para percibir cómo un leve rubor bañaba sus mejillas.

Ronnie pasó los dedos por su trenza y se apartó suavemente.

-Estás guapísima -dijo, mirándola a los ojos.

-Tú también -Aeryn intentó no volver a sonrojarse, pero era eso o sostenerle la mirada.

Ronnie le ofreció el ramo de narcisos, que ella agradeció con una sonrisa. Cuando lo cogió, la mano del muchacho bajó hasta la que Aeryn tenía libre, cubriéndola con la suya firmemente.

El color del rostro de Aeryn no tenía nada que envidiar al pelo de Lorette.

Caminaron juntos, en silencio, hasta que llegaron a la orilla de la Laguna.

-¿Te apetece un baño? -propuso Ronnie de repente.

Aeryn lo miró extrañada. ¿Estaba bromeando? Empezaba a hacer frío, y bañarse con la ropa puesta iba a dejarla helada y sin nada con lo que secarse. Tampo o pensaba quitarse nada... aunque no iba a hacerle ascos a la oportunidad de ver a Ronnie sin camiseta.

-Anda... -el muchacho insistió, dándole un toquecito en el hombro.

-Está bien, está bien -Aeryn alzó los brazos, como si se rindiera, y se llevó una mano a la nuca para quitarse las flores del pelo-. ¿Vamos?

Ronnie asintió, y ella se deshizo rápidamente de sus zapatillas y metió un pie en el agua. Como temía, estaba helada. Aeryn miró por última vez a Ronnie con cara de súplica, pero él sólo sonrió y señaló la Laguna con la barbilla, llevándose después la mano derecha al cuello para desabrochar los botones de su camisa blanca y roja. La muchacha tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la vista en cuanto vislumbró el bronceado y musculado abdomen de Ronnie, y para desviar su atención hacia otra cosa, dejó el ramo de narcisos sobre la orilla y avanzó rápidamente entre los guijarros para zambullirse en la Laguna.

Nadó todo lo rápido que su blusa mojada le permitía, y pronto Aeryn sintió cómo por sus extremidades entumecidas por el frío volvía a circular la sangre con normalidad. Tan aprisa como dejó de nadar alcanzó a ver una roca que asomaba a la superficie; Aeryn estiró el brazo y al tocarla, comprobó con júbilo que aún estaba caliente a pesar de que el ocaso era inminente, así que no tardó en tomar impulso y sentarse sobre ella, esperando a Ronnie.

-Eres rápida -admitió el muchacho entre jadeos cuando alcanzó la roca.

-Dime algo que no sepa -dijo Aeryn, y sonrió con sorna.

-Eres preciosa.

Lo dijo sin previo aviso, y Aeryn le miró súbitamente a los ojos, sin habla. Sonrió a aquel par de ojos azules como zafiros, pero, justo en el momento en el que Ronnie comenzaba a acercar su rostro al de ella, una idea la golpeó por dentro, como un martillo que hundía el último clavo necesario para completar un rompecabezas.

-R-Ron... -empezó, justamente cuando sus labios se encontraban a pocos centímetros de distancia.

-Eh... sí -dijo él, separándose bruscamente y ruborizándose-. ¿Qué ocurre?

-Oh, no -Aeryn negó con la cabeza rápidamente-. No es que no quisiera... es sólo que... creo que deberías saber algo.

-¿El qué?

Aeryn sabía que era una mentira. Una mentira muy gorda. Pero también sabía que debía hacerlo por el bien de todos.

-Creo que sé... sé quién es tu madre.

Era una buena idea, ¿no? O eso pensaba Aeryn.

-¿Qué quieres decir? -preguntó Ronnie, a quien ya le brillaban los ojos con un fulgor esperanzado.

-Quiero decir que te pareces tanto a Lyra... -un nombre que acababa de ocurrírsele-. Tiene los ojos como zafiros, igual que tú... y un pelo oscuro como el ébano y rizado que suele recoger en una larga trenza. Es una auténtica Amazona.

-¿C-cómo la conoces?

-Era... una de las amigas de mi madre cuando enseñaba baile en el castillo de Keira. Muy cercana a la reina... experta en el combate o algo así.

Aeryn vio que funcionaba. Las comisuras de los labios de Ronnie se estiraron unos milímetros, y una mirada pícara apareció en sus zafiros.

-¿Sabes si... suele ir a la Aldea?

-Claro... todos los días, al alba, para entrenar. ¿Por qué lo...? -fingió una mirada de sospecha-. No estarás pensando en ir, ¿verdad?

-¡Claro que no! Eso sería una locura -Aeryn pudo detectar la mentira en la voz de Ronnie pero, por supuesto, no dijo nada.

-Entiendo que sientas curiosidad por conocer a tu madre, pero no es una buena idea ir. Al menos, no tú sólo.

-¿Me acompañarías? -dijo él entonces, ya incapaz de contenerse.

-Oh, por el Bosque, claro que no -Aeryn sacudió la cabeza enérgicamente para exagerar una prohibición que seguro animaría más todavía a Ronnie-. No soportaría volver a ese lugar. Es muy peligroso, ¿de acuerdo? -buscó sus ojos pero, como ella suponía, el muchacho rehuyó su mirada.

-De acuerdo -Ronnie levantó al fin la vista, pero fue para mirar al sol, que ya se ocultaba tras el castillo de Keira-. Esto... deberíamos irnos.

-Claro -Aeryn sonrió y se zambulló de nuevo en el agua helada.

A lo lejos, el velo invisible que cubría el Bosque comenzó a apartarse, y Aeryn agradeció que no hubiera pasado nada malo, como predijo Madeleine.

Cuando salió de la Laguna, el brusco cambio de temperatura del día a la noche volvió a dejar huella en Aeryn. Tiritaba y le castañeaban los dientes, y tuvo que saltar para asegurarse de que sus piernas seguían ahí, pues no las sentía. Se sobresaltó cuando las cálidas manos de Ronnie la envolvieron en un cálido abrazo desde atrás.

-¿Estás bien? -preguntó.

-S-sí -contestó Aeryn, que ya notaba algo de calor en sus mejillas-. Sólo tengo frío.

-Eso puede arreglarse -Ronnie la soltó y corrió a la roca en la que había estado sentado esperándola, donde había dejado su camisa roja y blanca-. Aquí tienes -la dejó sobre el hombro de Aeryn y se dio la vuelta, dándole la espalda.

Ella sonrió para sí y procedió a quitarse su blusa mojada y ponerse la camisa de Ronnie, que le llegaba hasta la mitad del muslo. No pudo evitar estremecerse al sentir la calidez de nuevo sobre su piel y, sobre todo, el aroma de Ronnie, que olía a sudor y a lavanda.

Él se giró de nuevo y, con una sonrisa dulce, le pasó el brazo por los hombros y la guió de vuelta al Bosque. Así, abrazados, anduvieron entre las miradas curiosas de los hombres y mujeres que ya se preparaban para salir a pescar y lavar la ropa en la Laguna, hasta llegar a las cabañas.

Aeryn se mordió el labio. ¿Qué se supone que debía decir ahora?

Ah, sí.

-Me lo he pasado genial, Ronnie.

Él se separó y se quedó frente a ella, esbozando una sonrisa.

-Adiós.

-Adiós -repitió ella.

Aeryn se dispuso a marcharse, pero sin previo aviso Ronnie se inclinó hacia ella hasta que sus labios se unieron en un tímido beso. La muchacha inspiró violentamente a causa de la sorpresa, por lo que produjo un sonido que estaba a medio camino entre un grito ahogado y un gruñido. Sin embargo, pronto cerró los ojos apoyó sus manos abiertas sobre el pecho de Ronnie.

No era el primer beso de Aeryn, pero le pareció como si lo fuera.

Cuando se separaron, Ronnie no dijo nada. Sólo sonrió y le dio la espalda a Aeryn para meterse en su cabaña silbando una alegre cancioncilla. Ella se palpó los labios agrietados por el frío e intentó recordar cómo se había sentido cuando Ronnie la había besado. ¿Cohibida? ¿Feliz? ¿Aturdida? No conseguía hacer memoria. Lo único que recordaba de aquel momento tan reciente era la calidez de los labios de Ronnie y su sabor dulce como el agua de la Laguna.

Sin embargo, el recuerdo de la cita se desvaneció poco a poco, mientras otra idea ocupaba la mente de Aeryn.

Tenía tantas ganas de contarle el nuevo plan a Jayce...

***

¡No, no estáis soñando! ¡El capítulo ES de verdad, con letras y título y todo!

Ya sabéis suelo hacerlos largos. MUY largos. Tal vez DEMASIADO largos. Pero me gusta pensar que puede que así, al menos, la espera merezca la pena.

¿Ahora qué toca? Ah, sí, las excusas. Pues no hace falta que las diga, ¿no? Son las de siempre. Vacaciones, viajes, falta de inspiración, capítulos largos...

Así que, POR FAVOR, ¡perdonadme!

Y, si os ha gustado el capítulo, votar es un segundo, y comentar aunque sea "Me ha gustado" ¡son diez! Y me animan para no tardar una eternidad en publicar el siguiente.

¡Gracias por leer y muchisisisisisisísimos besos! ♡

"Cierra los ojos, pero mantén la mente bien abierta" ~ Un puente hacia Terabithia

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