Recordando lo imposible (Saga...

By Lyannar

334K 35.4K 1.1K

Alcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien d... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo I, parte I
Capítulo I, parte II
Capítulo II, parte I
Capítulo II, parte II
Capítulo III
Capítulo IV, parte I
Capítulo IV, parte II
Capítulo IV, parte III
Capítulo V, parte I
Capítulo V, parte II
Capítulo VI, parte I
Capítulo VI, parte II
Capítulo VI, parte III
Capítulo VI, parte IV
Capítulo VII, parte I
Capítulo VII, parte II
Capítulo VII, parte III
Capítulo VII, parte IV
Capítulo VIII, parte I
Capítulo VIII, parte II
Mensaje para lector@s
Capítulo VIII, parte III
Capítulo VIII, parte IV
Capítulo IX, parte I
Capítulo IX, parte II
Capítulo IX, parte III
Capítulo IX, parte IV
Capítulo IX, parte V
Capítulo X, parte I
Capítulo X, parte III
Capítulo XI, parte I
Capítulo XI, parte II
Capítulo XI, parte III
Capítulo XI, parte IV
Capítulo XII, parte I
Capítulo XII, parte II
Capítulo XII, parte III
Capítulo XII, parte IV
Capítulo XIII, parte I
Capítulo XIII, parte II
Capítulo XIII, parte III
Capítulo XIII,parte IV
Capítulo XIII, parte V
Capítulo XIV, parte I
Capítulo XIV, parte II
Capítulo XIV, parte III
Capítulo XIV, parte IV
Capítulo XIV, parte IV
Capítulo XV, parte I
Capítulo XV, parte II
Capítulo XVI, parte I
Capítulo XVI, parte II
Capítulo XVI, parte III
Capítulo XVII, parte I
Capítulo XVII, parte II
Capítulo XVII, parte III
Capítulo XVIII, parte I
Capítulo XVIII, parte II
Capítulo XIX, parte I
Capítulo XIX, parte II
Capítulo XX, parte I
Capítulo XX, parte II
Capítulo XX, parte III
Capítulo XX, parte IV
Epílogo

Capítulo X, parte II

4.1K 504 10
By Lyannar


Rose masculló algo ininteligible cuando escuchó a Marcus levantarse de la cama. Abrió un ojo, extrañada y observó las manecillas del reloj: apenas rozaban las seis. Farfulló algo más, incómoda y terminó por incorporarse.

—¿Puedo saber dónde vas a estas horas? —preguntó y se apartó un mechón de pelo cobrizo de la cara.

—Tengo cosas que hacer —contestó él, más fríamente de que de costumbre aunque no olvidó besarla con suavidad—. Regresaré esta noche, si no hay inconveniente.

—¿Esta noche? —Rose parpadeó, sorprendida y miró a su marido, con los ojos muy abiertos.

Era la primera vez que el trabajo le abstraía durante tanto tiempo. Normalmente iba y venía de un lado para otro, pero no solía llevarle más que unas horas. Además y dada su incesante curiosidad, Marcus siempre la tenía al día de lo que pasaba en sus negocios... hasta aquel momento.

—Me ha surgido un compromiso, Rose. —dijo y se levantó, ya completamente vestido: chaleco gris perla, camisa blanca y el pelo recogido—.No te preocupes, pequeña. Estaré aquí antes de lo que te piensas.

Rose frunció el ceño, extrañada, pero terminó por asentir. La sensación de que algo no iba bien apareció bruscamente y se enrolló en torno a su corazón, ensombreciendo su gesto casi al momento. No obstante, lo achacó al miedo que tenía a perder a otra persona querida y lo dejó pasar. A fin de cuentas, la marcha de Dotty estaba aún muy reciente y eso, sumado a su cada vez más evidente embarazo, hacía que desconfiara de todo lo que sucedía a su alrededor.

—Ten cuidado. —Pidió y dejó que él la besara de nuevo, esta vez, mucho más profundamente—. Y vuelve pronto.

Marcus asintió y acarició su mejilla con ternura. Vio en sus ojos el temor y la desconfianza y, aunque parte de su conciencia se removió, inquieta, supo que tenía razón en sentirse así.

La oleada de inquietud que llevaba recorriéndole toda la noche se acentuó y una vez más, se preguntó por qué estaba haciendo aquello. Porque es lo mejor para ambos, pensó, mientras se despedía de Rose con un gesto. Ella era la dueña de su corazón y odiaba mentirle, pero en aquellos momentos, no tenía otra opción.

Suspiró profundamente y cuando se acomodó en el carruaje, sacó la carta que había recibido unas horas antes. Sin sello, simple y corriente, pero con una rúbrica que conocía demasiado bien. Las palabras "tenemos que vernos" y " te necesito" eran perturbadoras, pero removían algo en él muy diferente al amor. ¿Qué era? Aún no lo sabía y, precisamente, por eso, iba a su encuentro. Solo esperaba que Rose nunca se enterara de que, tras tanto tiempo desaparecida, Amanda, su ex mujer, había regresado.

***

Por primera vez en muchos años, el camino a casa de los Meister se le hizo largo. Iba todos los malditos días pero, esta vez, el tiempo parecía correr mucho más lento. La necesidad casi brutal de compartir los sentimientos que le embargaban era tan notoria que todo él hervía de frustración. Aún no era capaz de asimilar lo que había vivido, la oportunidad que había tenido entre las manos. No estaba seguro de si había conseguido que ella le creyera, pero al menos, lo había intentado.

Geoffrey bufó de impaciencia y se acomodó en el asiento del carruaje. Tras su encuentro con Emily, le había faltado tiempo para regresar a casa, bañarse y adecentarse. Incluso se había cortado un poco el pelo. No era a lo que estaba acostumbrado, desde luego, pero tenía la sensación de que así mejoraría un poco la desastrosa impresión que le había dado a Emily.

Suspiró profundamente para relajarse y se obligó a recordar cada paso de esa mañana, desde la odiosa sensación de impotencia al levantarse esa mañana a su encuentro con la joven. Definitivamente, aquella conversación había vuelto a dar alas a su macilento corazón. Emily no le había dicho un no rotundo y eso era mucho más de lo que él esperaba en cualquier situación. Ahora solo le hacía falta tener un poco de sentido común para no meterse en un nuevo lío o algo similar. Precisamente por eso quería recurrir a los Meister. Ellos eran el matrimonio perfecto y, como sus mejores amigos, estaba casi seguro de que le darían algún consejo para llevar a cabo lo que llevaba pensando desde esa mañana: quería volver a verla, costara lo que costara. Era una locura, por supuesto, pero estaba tan acostumbrado a dejarse llevar por ella, que ya no le importaba someterse a sus designios.

Sonrió brevemente y sus recuerdos se llenaron, otra vez, de Emily. Su olor, el hermoso color azul de sus ojos, la calidez de sus manos... y el cosquilleo de nerviosismo estúpido que le recorría cada vez que pensaba en ella. Como siempre que esto pasaba, se preguntó si su locura sería contagiosa y si ella disfrutaría con lo que tenía preparado. Iba a costarle sudor y sangre, pero estaba más que dispuesto a sacrificar todo lo que se requiriera.

Geoffrey asintió rápidamente para sí, satisfecho y se apresuró a bajar del vehículo. Su rodilla se quejó de inmediato y envió el doloroso recuerdo de que no podía correr, aunque él lo ignoró y continuó caminando rápidamente hasta la puerta. Como era costumbre en aquella casa, no abrió el mayordomo, sino la mismísima Rose, que sonrió ampliamente en cuanto le vio.

—¿Cómo tú por aquí? —preguntó, burlonamente y se apartó de la puerta para que él pasara.

—Necesitaba... hablar con vosotros —contestó él a su vez y se rascó la nuca, ligeramente avergonzado. Tras la fiesta de Emily les había ignorado en la medida de lo posible, incluso tras enterarse de la marcha de Dotty—. ¿Cómo estás, Rose? ¿Todo bien?

La joven se encogió de hombros a modo de respuesta y cerró la puerta tras él. Todo a su alrededor parecía igual, pero el ambiente era mucho más frío que en otras ocasiones. Incluso Rose parecía diferente, mucho menos vivaracha que de costumbre, como si su habitual chispa estuviera apagándose. Incómodo, lo achacó a su abandono así que decidió contener su entusiasmo para no parecer un maldito egoísta.

—No puedo quejarme. —contestó cansinamente y le hizo pasar a la sala donde normalmente servían el té—. Pero, ¿qué me dices de ti? Estábamos preocupados. —Continuó distraídamente y pasó por alto los posibles motivos de su visita. A fin de cuentas, a veces ella también necesitaba un respiro para continuar adelante.

Geoffrey se encogió de hombros con una breve sonrisa y se acercó a ella. Después, la abrazó tímida y cuidadosamente, con el mismo cariño que mantenía por ella desde el primer día y, más tarde, la besó en la frente, a modo de sincera y silenciosa disculpa.

—Siento no haber estado aquí cuando Dorothy se fue. Estaba... bueno, sumido en mis propios problemas.

—No podías saberlo y, de todos modos, no queríamos molestarte. Sabíamos que estabas pasando un momento muy duro —contestó ella, con un hilo de voz.

Desde que Dotty se había marchado su ánimo se había resentido, aunque ella no quisiera admitirlo. Le costaba ver el lado bueno de las cosas, aunque intentaba que no fuera así. A fin de cuentas, ella siempre se había caracterizado por su alegría. Pero ni siquiera así podía soportar un golpe tan duro como aquél. Respetaba su decisión, por supuesto, y la admiraba, pero... no podía negar que echaba de menos a la que siempre había sido su madre.

—Pero pude no ser tan egoísta —musitó contra ella y se estremeció cuando se dio cuenta de lo cruel que había sido—. ¿Dónde está Marcus?

—Le ha... surgido un compromiso, si entendí bien esta mañana. Me dijo que intentaría volver para la noche, así que si quieres, puedes hacerme compañía y esperarle. —Le invitó, esperanzada y se sentó en uno de los sillones de la salita.

—Será un placer cumplir tus deseos, Rose—contestó él a su vez y también se sentó, más que dispuesto a pasar la tarde junto a ella. Sabía que era una manera muy básica de resarcirse por lo que había ocurrido, pero no se le ocurría una mejor manera de hacerlo. Sonrió lánguidamente, suspiró y se tragó todo su orgullo en pos del bienestar de Rose.

Las horas pasaron con la facilidad que tiene el tiempo para sortear los obstáculos y pronto se vieron inmersos en la frialdad de una tarde de finales de invierno. En contra de lo que esperaban, su relación no se había deteriorado y pronto se dieron cuenta de que su amistad era mucho más sincera que en un principio. Hablaron de la marcha de Dotty y de lo difícil que le había resultado despedirse. También hablaron de las inquietudes que despertaba el embarazo en Rose, de los rumores que circulaban por todo Londres y del daño que estaban haciendo y, finalmente, de Emily. En aquel momento, justo cuando Rose empezaba a tantear el tema, la puerta de la salita se abrió y dejó ver a Marcus que, por su aspecto, estaba agotado.

—Buenas noches a los dos. —Saludó, con suavidad, y se apresuró a acercarse a su mujer. El brillo que se adivinaba en sus ojos se amplió notablemente, en especial cuando sus labios chocaron con los de ella—. Te he echado de menos —musitó roncamente contra ella antes de apartarse para estrechar la mano de Geoffrey—. Me alegro de verte, amigo.

Geoffrey asintió también y correspondió a su saludo con la misma efusividad. En su interior, la necesidad de retomar el asunto de Emily se reavivó, pero supo contenerse a tiempo. Después, miró de manera nerviosa a Rose y se pasó la mano por el pelo, expectante.

—Llegas en buen momento, Marcus. —Empezó, con una sonrisa que amenazaba con desaparecer en cualquier momento—. Tengo que hablar seriamente con vosotros y, antes de que digáis nada... sí, creo que me he vuelto completamente loco.

—Eso no es ninguna novedad —dijo Marcus a su vez, mientras se soltaba el pelo y dejaba escapar un suspiro de alivio. Después se giró hacia él y le contempló con curiosidad.

No pudo contener una sonrisa. Incluso en sus peores momentos, él siempre había estado allí y no se había atrevido a juzgarle. Aún no habían hablado de lo que ocurrido en casa de los Laine, pero Geoffrey estaba completamente seguro de que él le creía inocente. Y, aunque no lo demostrara... lo agradecía sinceramente. El apoyo que ambos le brindaban era una de las pocas cosas a las que se aferraba cuando todo iba mal. Sin ellos, Geoffrey dudaba mucho que él siguiera allí.

—Veréis, esta mañana... —Carraspeó cuando notó un incómodo nudo en la garganta, fruto de la emoción que le embargaba y del miedo a que saliera mal. Decidió obviar los detalles escabrosos de su borrachera y, complaciendo a su impaciencia, fue directo al grano—. Salí a comprar y, en resumidas cuentas, me encontré con Emily en Hyde Park.

Rose contuvo un gemido ahogado pero toda la sorpresa que sentía se reflejó de inmediato en sus ojos. Al escucharla, Geoffrey sonrió. Era evidente que para ella también resultaba una revelación, casi un designio del destino. El sentimiento de gratitud cosquilleó en su pecho y le hizo suspirar. Después, continuó hablando.

—Fue... extraño, lo reconozco. Verla allí, después de todo lo que ha pasado... fue perturbador. —Sacudió la cabeza, desconcertado—. Hablamos de la fiesta, de lo que dijeron y, aunque parecía recelosa... le pedí que me dejara contarle lo ocurrido. Le expliqué que no quería perder su amistad, porque era la única que, al margen de vosotros, había visto que no soy un monstruo.

Notó esas últimas palabras como fuego en su garganta. Sabía que estaba precipitándose al contar todo lo que había ocurrido, pero necesitaba, ansiaba, quitarse esa sensación de encima. Quería volver a verla, poder escuchar su voz de nuevo y cualquier camino era demasiado largo para ello. Pensó que, si se apresuraba, todo encontraría su cauce antes.

—¡Por el amor de Dios! ¿Y qué te dijo? ¿Fue todo bien? —preguntó precipitadamente y se inclinó hacia delante, hasta dejar una parte ínfima del asiento bajo sus nalgas—. ¡Di algo, hombre!

—Cuando me dejes meter baza, mujer... —Rió él con suavidad, igual de nervioso e impaciente que ella. Después se recostó en el sofá, con una sonrisa emocionada, casi infantil—. No sé, Rose, dije muchas cosas, muchas tonterías... pero que hicieron que no se marchara. Sé que no la convencí, pero al menos me dio la sensación de que pensaría en todo esto. Precisamente por eso he venido aquí. —continuó, y su gesto se trocó en otro de inmensa concentración—. Necesito que, en el caso de que ella decida volver a hablarme, me ayudéis.

—Por supuesto que te ayudaremos, faltaría más. —Rose sonrió ampliamente y miró a su marido aunque, al ver su gesto distraído, notó una losa sobre su cada vez más preocupado corazón—. ¿De veras dijo que se lo pensaría? Esa niña es un encanto, tengo que volver a invitarla al té.

Al escucharla, Marcus enarcó una ceja y se cruzó de brazos. Aún recordaba los insultos, las maldiciones y demás variantes de estas cuando Rose se repuso de lo de Dotty. No había dejado de quejarse de que Emily se había equivocado y de que, aunque ella fuera una santa, estaba siendo manejada cual títere de trapo. Y ahora, en cuanto escuchaba que Emily había entrado en razón... se apresuraba a defenderla. No pudo reprimir una sonrisa que, a su vez, fue acompañada de un hondo sentimiento de culpabilidad. Su encuentro con Amanda no había sido cómo él esperaba, pero aún así... no se sentía preparado para contárselo a su mujer y mucho menos si tenía en cuenta lo nerviosa que había estado en los últimos días. Suspiró profundamente, apartó la mirada y trató de regresar a la conversación.

—¿Y sabes ya cuándo y cómo vas a volver a verla? —preguntó Rose, con su habitual descaro.

—No, Rose, no tengo ni idea. Es algo que... aún no había pensado —musitó, contrito, y dio un golpe en el brazo del sofá, frustrado—. Es evidente que no va a ser en su casa. Y desconozco las posibilidades que tengo de volver a encontrármela por la calle. Pero maldita sea, haré lo que sea necesario para poder hacerlo. —Continuó, con vehemencia.

—¿Y si la vieras aquí, Geoff? —Intervino Marcus, con seriedad—. A los Laine les interesa que yo mantenga en alza nuestro acuerdo y además, Rose se lleva muy bien con Emily. Estoy segura de que Cristopher hará la vista gorda aunque solo sea por conveniencia.

La sonrisa de Rose se amplió notablemente y, antes de que ninguno dijera nada, sacó del cajón de la mesita papel y pluma.

Geoffrey, a su lado, sintió como su corazón daba un vuelco, porque estaba seguro de que a la joven se le había ocurrido alguna idea, descabellada, seguro, pero era más de lo que tenían ahora. Cuando se dio cuenta de lo que Rose pretendía, sonrió, sin poder evitarlo y dio gracias al cielo por haberles conocido.

—Apoyo esa iniciativa, Rose, pero es pronto para saber si ella va a querer hablar conmigo. —Repuso Geoffrey y se inclinó para ver qué escribía.

—Bueno—contestó ella, con una pícara sonrisa—. Eso es, precisamente, lo que vamos a averiguar. 

Continue Reading

You'll Also Like

3.6K 284 52
Lucrecia Riveira ha vivido toda su vida en Rio de janeiro Brasil, con padres "adinerado se podría decir que lo tiene todo", pero no contaba que por a...
118K 16.3K 76
TRANSMIGRAR A OTRO MUNDO PARA REESCRIBIR MI VIDA (TITULO ALTERNATIVO) CAPÍTULOS 620 (NOVELA ORIGINAL) TITULO ORIGINAL: LA TRANSMIGRACIÓN DE LIBROS CA...
29.9K 2.3K 57
Ni los propios dioses igualan su belleza Ella es la hija del faraón y yo un simple soldado... Cómo podría una princesa fijarse en un hebreo.....
833K 107K 36
Uno podía volar y el otro, nadar. Alas y aletas, plumas y escamas. Quién hubiera imaginado que el agua se enamoraría del aire. ...