Sencillamente perfecto (SIN E...

By HaimiSnown

111K 5.8K 445

Dos historias de amor que son una y la misma. *********************************** Dos personalidades que choc... More

AVISO
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo

Capítulo 22 - final

3.7K 264 33
By HaimiSnown

Vale, vale, es el final. Dado que elegí escribir las dos historias de modo que puedan leerse por separado, es el capítulo más repetitivo, pero os espera un pequeño epílogo.

Gracias, chicas. Sobran más palabras. No esperaba que os gustara tanto. Después de subir el epílogo os pondré a elegir entre las dos historias, así que preparaos. Besitos :)))

******************************************************

Noviembre 2013 —Íria

No me di cuenta dónde me habían llevado mis pies hasta que la casa apareció ante mi vista. Ignoraba poseer el entrenamiento físico necesario para resistir a esa carrera, pero una vez más me demostraba a mí misma que podía superar mis límites.

Me detuve, buscando en mi mente los verdaderos motivos por los cuales me encontraba ante la puerta de Jared. La respuesta me vino tan fluida como si la tuviera desde siempre: se habían acabado las mentiras, era hora de desnudarme emocionalmente. No obstante, para ir desde el «pensar» al «hacer», debía traspasar la barrera del «actuar». Así que me quedé ante la puerta con los pies pegados al suelo. Literalmente. Estaba cien por cien segura de que era lo que deseaba, pero el miedo del rechazo me convertía en una estatua helada. En mi interior el corazón martilleaba en vano sin conseguir calentar las venas.

No sé cuánto tiempo me mantuve así, pero la noche ya estaba en su poder cuando empecé a sentir los dedos entumecidos por el frío y la inmovilidad. Me dije que si no me movía ahora, no lo haría jamás. Subí los tres escalones hasta la puerta y me quedé con la mano en el aire cuando esta se abrió antes de que pudiera completar la acción.

Jared tenía las llaves del coche en la mano. Era evidente que su intención era de salir, pero se detuvo y me miró un largo segundo.                                                                                                   

—¿Quieres entrar? —preguntó.

Procuré leer algo en su rostro, pero tenía la luz atrás y su expresión estaba escondida por las sombras.

—No. No tengo mucho que decirte. Prefiero quedarme aquí —me escuché a mí misma hablando sin saber quién dio el comando de abrir la boca.

Jared cerró la puerta a sus espaldas y se sentó en un escalón. Hice lo mismo porque no sentía mis pies y tenía miedo de caer de rodillas. Estaba dispuesta a hacerlo si fuera necesario, pero primero debía preparar el terreno e intentar no dañarme demasiado en la caída.

—Me gustaría que me dejaras hablar a mí, antes de nada —dijo.

Su voz era baja y profunda, el tono serio no anunciaba una discusión placentera. Asentí con la cabeza y me abracé, aunque el frío que calaba mis huesos venía desde mi interior y no había manera de alejarlo. Miré hacia adelante en la oscuridad, evitando cualquier contacto con él. Me negaba a sentir su fragancia, a observar el perfil duro de su rostro. Todo lo que le relacionaba debilitaba mi decisión.

—Los dos sabemos que han quedado palabras no dichas entre nosotros —empezó—. Es el momento de que vean la luz. Debemos poner punto… a todo.

La sangre abandonó mis venas. Ni la chaqueta comprada con la garantía de que aguantaba temperaturas polares, ni el hecho de que me abrazaba me sirvieron. Debemos poner punto a todo… Era el final, entendí. El final de los finales, el punto desde el cual nada podía ser cambiado.

—Aquel día tuve una idea que me pareció maravillosa y que iba a satisfacer mis necesidades. Había notado que evitabas discutir el tema de la universidad y creía que sabía el motivo: no podías pagarla.

Me mordí los labios para no gritar. Sabía que eso era lo que debía esperar, pero me negaba a creerlo. No entendí por qué había vuelto a abrir el tema que consideraba cerrado, aún así le hice caso.  

—Tenía vergüenza de decírtelo. Tú insistías, pero…

—Pues yo creí que había encontrado la solución —me interrumpió—. Planeé pedirle a mi madre el dinero para ti. —Abrí la boca sorprendida, sin tener la oportunidad de protestar—. Sabía que no ibas a aceptar el dinero de regalo. Pensaba convencerte que lo tomases al menos por el primer año, o en forma de préstamo que podrías devolver años después. Estaba loco por ti y te quería a mi lado.

Estaba, era la palabra. Estaba loco por mí y yo estaba loca por él. ¿Dónde nos habíamos equivocado?, me pregunté. Miré el cielo nocturno a sabiendas que no iba a recibir una respuesta de las estrellas. Mi pecho rebosaba de dolor, pero me esforcé en soltar solo un pequeño suspiro. Liberé solo un pequeño hueco que sabía, iba a llenarse al instante.

Jared se inclinó hacia atrás y se apoyó en los codos, observando también las estrellas.

—Estaba muy emocionado con la idea —dijo después de aclararse la voz—. Mi madre no me contestaba al teléfono y me había puesto de los nervios. Cuando quiero algo lo quiero ya. Estaba seguro de que no iba a rehusarme y calculaba que a ti lograría convencerte de algún modo.

—Jared, eso es… —intenté detenerlo. No quería volver a escuchar la antigua historia. No cambiaría nada, únicamente serviría para abrir las heridas y en ese momento era lo último que deseaba. Ya eran demasiadas las actuales, tan frescas que seguían sangrando.

—No —me interrumpió—. Piensas que lo hacía por ti, pero no es verdad; era por mí. Tú eras solo una cosa más que deseaba tener y estaba acostumbrado a tenerlo todo. Una posesión más. Estaba amenazado con la separación y no me convenía.

Mis ojos adquirieron un nuevo tamaño. Ese era un nuevo punto de vista, uno que no me convenía mucho y que me enviaba directamente al pozo de la confusión. Unos instantes antes me había dicho que estaba loco por mí y ahora me informaba que me consideraba su posesión.

—No lo hubiera visto de ese modo —comenté, mi voz sonando temblorosa incluso para mis oídos.

—Lo sé, por eso ahora te digo la verdad —me informó. Su voz decidida fue un indicio de que no podría detenerle—. No podía contactar con mi madre, así que fui a buscarla al hotel. No podía esperar a que llegara a casa. Su coche estaba en el aparcamiento, pero nadie sabía dónde se encontraba. La puerta de su oficina estaba cerrada pero eso no me detuvo. Tenía la tarjeta programada para que abriera cualquier puerta del hotel desde un incidente que acabó con quedarme encerrado por horas en un almacén. Pensé esperarla dentro o mirar su agenda para encontrar su paradero. Usé la tarjeta.

Jared se detuvo y esperé que hubiera acabado y que no tuviera la intención de ofrecerme todos los sórdidos detalles. Entendí el dolor que debía provocarle el recuerdo y vi sus facciones tensándose. Su voz se había quebrado con las últimas palabras. Él había sido protagonista en esa parte, yo solo la había imaginado haciendo uso de los pocos datos que disponía.

 Me acerqué para cogerle la mano, pensando que era muy probable que sea la última vez que lo tocaba. Todas las posibilidades iban en mi contra y las señales igual. Mis dedos estaban helados comparados con los suyos, pero aceptó el contacto y estrechó suavemente mi mano.

—Mi madre estaba dentro con tu padre… en una escena apasionada —prosiguió, casi atascándose con las palabras—. No recuerdo en detalle todo lo que pasó, solía salirme de mí mismo en un ataque de furia. Pero me acuerdo de gritarle que tenía intención de concebir otro hijo bastardo y que me había destrozado la vida y el futuro contigo.

—Jar, era normal. Estabas sorprendido, herido, y…

—Estaba furioso. Más que furioso, estaba fuera de mí. Le dije muchas más cosas. La insulté, la maldije, no me ahorré nada. Después de desahogarme, me di cuenta que tu padre había desaparecido y volví a ver rojo. Tenía un asunto pendiente con él.

Le apreté los dedos con más fuerza, esperando que entendiera mi intención de aliviar su dolor. Todo había pasado, nada podía ser cambiado, quién había sido el culpable ya no era importante. Yo lo había perdonado, faltaba perdonarse a sí mismo.

—Cuando salí, vi el coche de mi madre y lo cogí; había ido caminando, pero necesitaba moverme más rápido. Ella dejaba siempre las llaves en contacto por si necesitaba salir de urgencia. Llegué a tu casa y le dije esas cosas a tu padre. No sabía que estabas en casa, pero tampoco puedo afirmar que lo hubiera hecho de otra forma incluso si hubieses estado presente. Necesitaba herir a alguien y aún considero que tuvo suerte de haberlo atacado solo con las palabras. Luego salí del pueblo. No sabía a dónde me dirigía, pero necesitaba alejarme.

Jared hizo una pausa larga. Empecé a tener la sensación de ingravidez como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo y no me encontraba ahí, escuchándolo. Oyendo en detalle los eventos que había insistido borrar de mi mente. Imaginándomelo a él en uno de sus accesos de furia, recordar cuánto de perdida me había sentido. Las lágrimas obstruían mi garganta y me esforcé abrir la boca.

—No es necesario contármelo —dije. Fue una ruega de hecho, de que dejara los muertos con los muertos y permitirnos vivir, pero no me entendió.

—Lo es para mí —me informó, retornando el hilo—. Había oscurecido y empezar a llover. Lo recuerdo porque los limpiaparabrisas funcionaban al compás de mi corazón. Iba con velocidad, mucho más del límite admitido. Por mi suerte la carretera estaba vacía, no me encontraba con otros vehículos.

Se detuvo de nuevo y retiró su mano de la mía. La tierra empezó a girar conmigo como eje central. Lo estaba perdiendo ante mis ojos. Estúpida, grité en silencio. No era capaz de lidiar con tanto dolor. No podía hacerlo. Me rompía en pedazos por dentro y mi orgullo no me permitía hacerlo ante él. Si tenía que acabar, si tenía que marcharme, debía alejarme con la cabeza alta y en las condiciones dadas no iba a ser capaz de hacerlo.

—Por eso me extrañé cuando aparecieron del sentido contrario todos los coches de emergencia —comentó en voz tan baja que no lo escuché bien. La alzó con la siguiente frase—. Primero dos coches de policía, luego la ambulancia y un poco más tarde los bomberos. Disminuí la velocidad y los observé pasar, preguntándome qué habría podido ocurrir. Lo supe, pero no quise creerlo y continué varios kilómetros más hasta que las dudas me vencieron. Volví, pero no llegué al pueblo.

Me abracé los hombros, queriendo taparme los oídos con las palmas como un niño pequeño que se niega a escuchar las observaciones de sus padres. Me percaté de que se había girado hacia mí y que se mantenía callado. Hasta que no lo miré no empezó a hablar.

—¿Conoces el acantilado ese donde la tierra sigue hundiéndose hacia abajo cada año? ¿El sitio en que se ha creado un abismo natural? —me preguntó.

—Sí.                                                                                                           

—Fue donde cayó el coche de mi madre. Como yo había cogido su auto, ella había prestado el de un empleado del hotel y había salido a buscarme. Pero llevaba tiempo sin conducir un vehículo con marchas. El suyo era automático. No pudo controlarlo en la curva. Me dijeron que murió al instante.

Aunque esperaba ese final, el choque fue brutal. Empecé a temblar como si padeciera una crisis. No estaba lejos de sufrir un colapso mental. Quise abrazarlo, quise pegarme a su torso y susurrarle palabras tranquilizadoras. Quise tener el poder de borrale las memorias o de retroceder en el tiempo y cambiar algo.

—Jared, lo siento tanto —fue todo lo que pude sacar de la boca. Y sin moverme un milímetro. Tenía entendido que los toques no estaban aceptados. Mis manos me dolían, tan violento era el deseo de tocarlo. Mi corazón sollozaba en mi pecho y un grito de impotencia hacía eco en mi cabeza.

Encogió los hombros y recuperó la historia de donde la había dejado.

—Gracias. Ha pasado mucho tiempo. Parte del resto lo conoces. Después de acabar con las autoridades, esperar a que sacaran el coche, y… ya sabes, todo el rollo, fui a buscarte. Eran las cuatro de la madrugada cuando pateé la puerta de tu casa a punto de romperla. Fue cuando tus padres descubrieron que no estabas.

Me aclaré la voz, sintiendo mi garganta en llamas.                                            

—Salí y caminé los cuatro kilómetros hasta la estación de tren. Cogí el primero que vino, sobre las cinco de la mañana —le expliqué.

Él volvió a hablar casi al instante.

—Cuando te dije que me quedé catatónico, no lo decía en sentido metafórico. No hablé con nadie, me forzaban a comer… Después de un tiempo, reanudé algunas actividades, pero rehusaba salir de casa. Pasaron meses igual. —Se frotó la parte trasera del cuello e hizo una mueca—. No sé, había encontrado una burbuja, un sitio que me protegía y me alejaba de todo el dolor, de los recuerdos, de las preguntas… de la culpa.

—Lo siento tanto —repetí como un disco rayado—. Por todo. No fue tu culpa.

—Continuaba sin saber nada de ti. Había renunciado a mi orgullo y preguntaba a mi abuela a diario, pero en un momento ya no soporté su mirada lastimosa y dejé de hacerlo. Acosé a Cedric para que sacara algo de Liza, pero no lo consiguió.

Cuánto habíamos perdido por el error de otros, pensé. ¿Por qué no había existido un final feliz para nosotros? Había huido sin mirar atrás, sin siquiera pensar que la situación de entonces podría empeorar. En aquellos momentos el rechazo de Jared había significado para mí el fin del mundo. No había considerado que el suyo había acabado el mismo día.

—No sabía nada —comenté—. No le hablé por mucho tiempo. A mí también me costó dejar a un lado la vergüenza y entender que no tenía culpa. Ayudó que encontrara a un psicólogo bueno —añadí, en un intento de broma.

Jared encogió los hombros, dándome a entender que no era momento de bromear.

—Volví a mi fortaleza, sin hacer caso al resto del mundo. Era como si todo hubiera acabado para mí —continuó como si hubiera leído mis pensamientos—. No podían forzarme a hacer nada de lo que no quería, había pasado la mayoría de edad. Un día, Cedric apareció en mi cuarto. No era la primera vez. Solía aparecer, me obligaba a comer y a ducharme. Ponía películas, me hablaba de las noticias, de los nuevos juegos, pero en gran parte eran monólogos, no le hacía caso. Hasta ese día. —Se detuvo para echarse a reír a carcajadas amargas—. Me dio una paliza y después me llevó al hospital.

—¿Te dio una paliza? —grité, sin entender el humor de la situación cuando él volvió a reírse. ¿Qué les pasaba a los hombres? Si le parecía tan gracioso, tal vez debería considerar la idea; darle una paliza, a lo mejor de ese modo lograría que me aceptara. Bueno, primero necesitaba atarle las manos, cubrirle los ojos y pedirle de forma amable que se mantuviera quieto hasta que acabara. O podía apelar a Cedric si tan experto era en el asunto.

Se frotó con el dedo la cicatriz que le partía la ceja izquierda.

—Me golpeó hasta que el instinto de supervivencia volvió a nacer dentro de mí y protesté. Me pegó puños y patadas hasta que me di cuenta de que quería seguir viviendo. Me amenazó que iba a volver a hacerlo si fuera necesario. Lo hizo tan fuerte que necesité asistencia médica. Salí del hospital con el chip cambiado, pero… —se detuvo y al reanudar la explicación su voz cambió a baja y fría—… aún necesitaba algo para aferrarme y empecé a odiarte con todo mi ser.

Me estremecí y cada pensamiento divertido que poblaba mi mente fue cambiado por los desesperantes que me llevaban a mi antiguo sitio muy bien conocido, el margen del precipicio.            

—Todo era por tu culpa. Si no hubieras llegado al pueblo, si me hubieras dejado en paz, si te hubieras mantenido alejada. Si no hubieras entrado en mi corazón, si tu padre no hubiera existido. Encontré un millón de razones para odiarte. Cuanto más te odiaba, más fuerte me hacía. Me convencí de que yo no tenía culpa alguna.

Al escucharlo gritaba por dentro: ¡Cállate! ¡No es verdad! ¡No puede ser verdad!, a pesar de que había tenido tantas pruebas de que era la pura realidad. Abrí la boca cuando acabó, aunque no creía que me quedaban fuerzas para protestar. Por suerte, no me permitió hacerlo.

—Acabo de darme cuenta que no era verdad, que quizá era el más culpable de todos —dijo, toda la oración sonando como una sentencia.

—Jared, no tienes…

—Déjame acabar, por favor —volvió a interrumpirme. De cómo iba, esa conversación era un monólogo. Tenía claro que no podía cambiar los hechos pero me hubiera gustado hacer más que abrir la boca y volver a cerrarla—. Entonces, en aquellos tiempos, pensaba que no había secretos entre nosotros. Me sentía orgulloso de poder leer cualquier reacción antes de que la tuvieras y yo te lo decía… casi todo. No obstante, nunca te dije que te amaba.

No, nunca lo hiciste, le reproché en silencio. Pero tampoco lo había hecho yo. ¿Eran las palabras tan importantes? ¿Eran los sonidos los que nos daban confianza? ¿Contaban más que los actos?

Tragó aire y lo soltó con rapidez, antes de que yo sacara una conclusión.

—Creo que fue mejor no haberlo hecho porque hubiese sido mentira.

Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. No podía creerlo, pero aquí estaba, diciéndome que había tenido razón en mis dudas. Jared jamás me había amado. Jaque mate. La reina había caído.

Me extrañé cuando rodeó mis hombros, pero en mi estupefacción lo sentía tan lejos que su roce no tenía peso. Mi cuerpo rechazaba su toque porque mi mente aceptaba su declaración.

—Te amaba como a una posesión mía. Te amaba feroz, y creo que no te lo dije porque en el fondo tenía miedo de que fueras a rechazarme. No quería permitirme el riesgo. Eras mía y solo yo podía decidir cómo, si, o cuándo iba a acabar. Ese no era amor. Eras una obsesión —lo escuchaba como si tuviera los oídos tapados. Entendía el mensaje, pero mi mente no podía pasar más del descubrimiento de que no me había amado—. Eras mi primera posesión sobre la cual no tenía control. No me gustaba lo imprevisible de la situación, por eso intenté arreglar lo de la universidad. Y por eso me rompí cuando te perdí. No me lo esperaba. Caí desde tan alto que era inevitable no quebrarme en miles de pedazos. Sumando lo de mi madre… lo había perdido todo. Ya no tenía a quién controlar y no sabía cómo controlarme a mí mismo.

Apretó su agarre en mis hombros y me limpió las lágrimas con el pulgar, inclinándose hacia mí y acercándome a su cuerpo.

—Y así llegamos al día de hoy. Sé de ese francés, que ha venido por ti —me informó como si nada, cambiando el rumbo de la conversación tan de golpe que mis lágrimas secaron al instante.

Me enderecé, decidida a explicarle. Aunque no cambiaría nada, sentía la necesidad de ponerlo al corriente, de decirle la verdad.

—Jared… —fue todo lo que pude decir.

—Aún no he acabado. No te voy a forzar, pero no quiero dejarte marchar esta vez sin que sepas lo que pienso. Te quiero. A ti la de ahora, y sigo queriendo a la niña del pasado. Pero no con obsesión. Si él te hace feliz, yo estoy feliz por ti. Ya no quiero poseerte, quiero adularte. Quiero compartirlo todo, quiero que sea mi placer y el tuyo. Es todo —dijo—. Todo lo que necesitaba decirte.

Te quiero. Te quiero. Te quiero. No escuché el resto de su oración. Mi cuerpo se heló y mi cerebro colapsó. Nada más aparte de esas palabras tenían espacio en él. ¿Jared me amaba? ¿Cómo había llegado a esa conclusión? Se había pasado un buen rato explicándome con detalle dónde estaban mis fallos. Se había pasado los últimos dos meses huyendo de mí y los últimos trece años odiándome. ¿Cuál eran las probabilidades de que sumando tantos negativos resultara algo positivo? La risa y el llanto me acosaron a la vez. Tuve miedo de que si abriera la boca fuera a sonar como una loca porque no sabía qué decir primero, o elegir entre hablar y actuar. Toda mi vida pasó por mi mente como si me encontrara cercana a la muerte. A lo mejor lo estaba. A lo mejor me imaginaba este momento cuando en realidad me encontraba en el desierto, deshidratada y alucinando.

Unas violentas carcajadas hicieron que prestara atención. ¿La muerte se reía de mí?, pensé, pero entonces la respiración caliente de Jared rozó mis mejillas. Por el rabillo del ojo lo vi mirando el cielo y alcé la cabeza para vislumbrar cómo se desvanecía la cola ardiente de una estrella fugaz.

Jared se incorporó, susurrando:

—Los deseos que pides a las estrellas fugaces, no se cumplen.

Le agarré el antebrazo antes de que se moviera.

—De hecho, yo creo que podrían cumplirse. Creo que estoy muy cerca de cumplir un deseo pedido años atrás —dije, la sonrisa creciendo dentro de mí, tan caliente que me quemaba. Pero no me importaba. No contaba que su declaración hubiera desobstruido el mar que guardaba todas mis esperanzas, algunas que ni había tenido el valor de reconocer. Y ahora fluían por mi sangre y se sentía como si hubiera metido un glaciar en un lago de agua termal. Me derretía por dentro y a la vez me sentía viva. Como si hasta ese momento solo una sombra de mí hubiera actuado. Como si una nueva yo acabara de nacer, y, demonios, esta nueva yo iba a tener lo que quería. Lo que más necesitaba.

—Me alegro por ti —Jared me dio un beso breve en la frente. Cerré los ojos sonriendo, pero los abrí de golpe al entender que su intención era retirarse.

Le agarré el brazo con más fuerza. ¿Pero qué hacía? Me declaraba sus sentimientos, sentimientos por los cuales había esperado catorce años, ¿y pensaba desaparecer? Ni si el mundo acabaría en este mismo instante, ni si la tierra se abriera y lo tragara iba a permitirle a alejarse de mí.

—La noche que… —procuré hablar, pero lo había hecho tan rápido que me había olvidado respirar y mi garganta se atascó. Me apresuré en tomar dos bocanadas de aire, calculando que eran suficientes para el resto de mi discurso—, la primera noche que hicimos el amor, en el bosque. Vi una estrella fugaz y pensé que quería sentirme el resto de mi vida así como me sentía a tu lado.

—¿Qué? —la incredulidad de la voz de Jared, más su expresión que debía ser igual a la mía, esperanza en estado puro, me hizo reír.                                                                  

—Es verdad —sacudí la cabeza tanto que me mareé—. No vine aquí ahora para decirte que me voy con Pierre. Sabía que tenía planeado pedirme al matrimonio y por eso corté la relación antes de regresar al pueblo. No podía casarme con él. No podía casarme con nadie que no me hiciera sentir cómo me sentía a tu lado —me animé a medida que hablaba, pero mi pobre cuerpo empezaba a dar señales de agotar su energía. Tanta emoción podría matar a una ballena, mis cincuenta kilos mantenidos con cafeína y vitaminas eran demasiado para mis pies.

Miré a Jared, sabiendo ahora que si me caía iba a cogerme. El deseo de probar la teoría era irresistible, pero me anime a acabar con todo y pasar el resto de mis días en sus brazos.

—Vine a implorarte una última oportunidad. Yo tampoco quería desaparecer… de nuevo, sin que te pusiera al corriente de mis pensamientos, de mis sentimientos. Si no me aceptabas estaba preparada volver a marcharme porque no puedo continuar viviendo en el pueblo contigo aquí.

Jared volvió a sentarse. Arrugué la frente ante su elección y acomodé mi trasero a su lado, tan cerca que mi hombro era su hombro y al revés.

—Yo también tuve mi culpa —reconocí, procurando hablar con calma y fallando. Quería soltarlo todo de golpe—. Tampoco te dije que te amaba y mi caso se parece mucho al tuyo. También hubiera mentido. Sí, te amaba, pero te usaba. Eras mi protección contra mis problemas, contra mi padre, contra todo el mundo. Lo primero que me atrajo de ti fue tu aura de poder, tu seguridad. Parecía que nada ni nadie podría vencerte y eso era lo que necesitaba. Tenía la certeza de que podrías defenderme en cualquier caso.

Tosí e inhalé antes de proseguir con la misma velocidad.

—Anoche te dije que tú has sido una de las razones por las cuales he vuelto al pueblo, pero no te dije que la más importante. No esperaba reconquistarte, suponía que sería demasiado tarde. Además, era improbable tener la misma suerte dos veces. Pero volví al pueblo para verificar la fuerza de los sentimientos que seguía teniendo hacia ti, a pesar del paso del tiempo. Probar si algo no estaba bien conmigo, ver si seguía sintiéndome igual a tu lado.

—¿Y lo hiciste? ¿Lo probaste? —preguntó Jared. Su voz sonó esperanzada e impaciente a la vez.

—Bueno… —torcí el gesto, recordando cuánto se había esforzado para nublar mis días desde que había regresado—,… no me diste la ocasión. Lo mío fue que me sentía culpable. No podía decirte que te amaba porque te usaba. Y no tenía el valor de dejar de hacerlo.

—Ír… —Jared se giró y tiró de mí hasta que me encontré sobre sus rodillas. Metió la nariz en mi pelo y lo sentí inhalar como hacía cuando éramos jóvenes—. Me puedes usar el resto de tu vida. Me ofrezco voluntario.

Me reí y gemí a la vez. Lo escuchaba, lo veía y lo sentía y aún no podía creérmelo.

—Los dos actuamos de un modo enfermo. Pero creo que… espero… —me detuve porque ahora todos mis sentidos estaban llenos de él. Sus labios pedían besos a gritos. Bueno, los míos los pedían en realidad, pero necesitaba su boca para realizar la operación. Meneé la cabeza, ahuyentando el deseo de mi mente. Faltaba poco, me dije, y tenía suerte de que pudiera vendar años de dolor y arrepentimiento en solo unos minutos. Los más largos minutos de mi vida. Alcé la mirada para declarar en voz firme—: Seguimos siendo enfermos. Caímos contagiados por la celosía, el orgullo y nuestras propias inseguridades nos infectan hasta el punto de asaltar y herir al otro antes siquiera de ser heridos nosotros. Nos defendemos previamente de que el otro ataque basándonos en simples suposiciones, sin ofrecerle la presunción de la inocencia. La gente cambia, nosotros debemos cambiar y dejar de competir, Jared —dije en voz baja.

Me daba miedo reconocerlo, pero más me asustaba que pudiera no estar de acuerdo conmigo.

—Siempre has sido una listilla —comentó, dándome un beso breve en la nariz—. No estoy seguro de poder aprobar el concepto. Tengo varias ideas que implican el combatir, a nosotros, una cama…

Hasta aquí mi paciencia y mis modales de mujer educada.

Le sellé la boca con la mía, poniendo más pasión de la necesaria. El calor estalló dentro de mí al primer contacto. El gruñido de Jared me animó a continuar y a saborear sus labios como si hubiera encontrando la ambrosia. Insistí, pero me di cuenta que su segundo gemido era de dolor no de placer y al percibir un leve gusto de sangre me pregunté si no me había pasado en mi emoción.

—¿Qué te ha pasado? —inquirí, bajando la vista y acariciándole el labio con el pulgar.

—Cedric volvió a pegarme —murmuró cabizbajo.                              

—¿Qué? ¿Por qué?

—Vino a avisarme sobre el hijoputa… el francés… tú… —se aclaró la voz—. Tenía miedo de que fuera a explotar y pensó que sería mejor gastarme la energía extra.

Me eché a reír por su estupidez y por lo adorable que se veía, todo ruborizado y evitando mi mirada.

—¿Sabéis que hablar funciona a veces? —comenté.

—En mi defensa afirmo que se lo dije… después.

Me abrazó, pero me quedé decepcionada al ver que no volvió a besarme.

—¿Recuerdas mi teoría sobre las fuerzas sobrenaturales? —preguntó.

Por desgracia, la recordaba y los estremecimientos de mi cuerpo fueron helados al hacer memoria de los eventos sin explicación lógica.

—Muy buena teoría. Reconozco que todo el asunto del hotel me puso el vello de puntas y empecé a ver un patrón, pero espero que no te pases el resto de nuestras vidas en intentar probarla —lo avisé, dándole a entender que era de lo más seria.

Lo último que deseaba cuando parecía que lo teníamos todo arreglado, era que corriera en busca de quimeras. Entendía que su mente estaba abierta a la fantasía, pero cuanto más pensaba en esto más estaba dispuesta a darle razón y me asustaba. Lo que sentía por él era real, no fruto de la imaginación y no importaba qué fuerzas nos habían llevado a este momento. Lo que contaba era el resultado, no la manera.

Jared rió entre dientes.

—No, he prometido no hacerlo, no intentar entenderlo —me aseguró—. A pesar de que ahora tengo la confirmación de que algo o alguien de alguna parte de este universo jugó con nuestras mentes. Tú dices que pediste un deseo mirando una estrella fugaz. Y resulta que yo pedí el mismo deseo tres días antes de que volvieras al pueblo.

—¿Qué?

Jared asintió con la cabeza, frunciendo el entrecejo.

—No sé qué me pasó. Estaba justo aquí donde estamos nosotros y miraba el cielo. Normalmente no me permitía pensar en ti pero en aquel momento recordé cómo nos sentíamos juntos. Cómo nos reíamos, cómo te provocaba, cómo me respondías —explicó, deteniéndose un momento para robarme un beso—. Habían pasado tantos años y no había vuelto a sentirme así con nadie. En un momento de debilidad pensé que quería volver a encontrar aquel sentimiento.

—Gracias a Dios por tus momentos de debilidad. Y por los míos —lo abracé con tanta fuerza que lo derribé de espalda sobre los escalones. Aproveché para tenderme encima de él, aunque la chaqueta que llevaba estaba demasiada gorda como para poder sentirle y darme por satisfecha—. Muchísimas veces me odié a mí misma porque no conseguía sacarte de mi cabeza.

—Nena, es compresible, sabes que puedo ser impresionante —comentó, su antigua sonrisa engreída, la que odiaba y amaba a la vez, cobrando vida.

Le cubrí la boca con la palma.                                     

—Si sigues hablando no me darás la oportunidad de decirte que te amo.

Sonrió bajo mis dedos y sacudió la cabeza arriba y abajo mientras me miraba con los ojos bien abiertos brillantes por la emoción.

—Te amo, Jar. Y me alegro de haber vuelto porque si no lo hubiera hecho estaría vagando por todo el mundo intentando encontrar mi momento perfecto. Sin conseguirlo. Contigo todo es sencillamente perfecto.

—Ír, en serio, ¿podemos dejar los insignificantes detalles para más tarde? Mucho, mucho más tarde —gruñó contra mi boca.

Me escabullí a tiempo para evitar su beso.

—No he acabado. Es verdad que te amo, pero también es importante decirte que te perdono —dije muy cerca de su oído.

—Ya. Sobre esto… —refunfuñó tosiendo.

—Lo sé. No es necesario excusar tu comportamiento porque en este caso yo también tenía que hacerlo y nos alargaríamos al infinito. Solo quería señalar que lo entiendo. No eres el joven que conocí, pero sé que parte del cambio es por mi culpa. Amé aquel chico y amó al hombre de ahora. Yo tampoco soy la misma y la evolución es normal.

—De acuerdo —dijo con rapidez.

Sospechaba que no había prestado atención, pero no era tan importante. Además, sus labios capturaron los míos y mi atención también cambió. Tenía lo que deseaba y no planeaba pedir nada más para forzar de algún modo las ruedas de la suerte y estropearlas.

—Íria, te amo, te respeto, te entenderé y procuraré hacerte feliz el resto de nuestras vidas... Prometo no darte otras razones para huir, y si por alguna excepción debido a mi carácter imprevisible lo haga, prometo buscarte hasta en el último agujero de la Tierra y traerte de vuelta para pedirte perdón el resto de nuestros días.  —Cerró los ojos y torció el gesto. Tuve miedo de lo que fuera a decir, pero su declaración me sorprendió—. Pero ese francés debe desaparecer de mi hotel antes de que lo eche a patadas hasta su país —declaró con firmeza.

Sonreí aliviada. Estaba demasiado feliz como para preocuparme por el trasero de Pierre. De hecho, pensaba que se merecía alguna u otra patada y por su bien esperaba que encontrara a una mujer con pies largos, preparados para ejecutar la operación.                                                                                 

—No te preocupes, ya me encargué. Y si no lo entendió, volveré a hacerlo en cuanto tenga unos minutos libres. Yo también quiero hacerte feliz —susurré, escondiendo la nariz en su cuello—. Y si tus deseos coinciden con los míos, no puedo pedir nada más.

—Tenemos un trato, nena.

Se incorporó conmigo en sus brazos y me dejó dentro de la casa mientras cerraba la puerta. Lo seguí por la escaleras hacia su cuarto, teniendo la sensación de deja vu. Había recorrido todo el mundo para volver al mismo sitio. Había conocido cientos, miles de personas para elegir una. Había vivido montones de experiencias para que en mi memoria quedaran unas cuantas. ¿Así que todo se reducía a elecciones?, me pregunté. Parecía sencillo, ¿entonces cómo era que cometíamos tantos errores, que elegíamos tan mal tantas veces? Los sabios decían que importante era el camino, no la destinación. Yo tendía a creer que sin un destino en mente te quedabas parado. No importaba que tus pasos caminaran en círculo, lo importante era moverte. Porque al regresar en el mismo punto de partida, te resultará diferente, nuevo.

Igual que la mirada de Jared que puso sus manos en mis caderas y me dio la bienvenida a casa con un beso que alejó el análisis psicológico de mi mente. La pequeña probabilidad de que las estrellas fueran las que habían guiado nuestros caminos no resistió más de un instante en mis pensamientos.

Había leído tiempo atrás una teoría fantástica que aseguraba que los seres humanos estaban creados por polvo de estrellas. A lo mejor eran nuestros padres los que guiaban nuestros pasos por el mundo. Y yo acaba de entrar en uno nuevo, creado para nosotros dos.

Si las estrellas eran culpables por eso, solo podría darles las gracias.


Continue Reading

You'll Also Like

1.5K 288 37
Un trauma. Un contacto. Una sanción. Dos involucrados. Todo es culpa suya, pensó ella. Merecía la pena, consideró él. Todos los derechos reservado...
31.3K 1.8K 39
||BORRADOR (SIN EDITAR)|| Afrontar el vacío que te surge por la ausencia de alguien tan importante como tu padre no es tarea fácil, pero a pocos días...
5.6K 475 9
Ten cuidado con tus "Amigos" No se aceptan copias ni adaptaciones gracias~♥
132K 2.1K 1
IMPORTANTE: Algunos capítulos se encuentran en privado por contenido +18. Para poder leerlos solo deberéis seguirme. «No todo es lo que aparenta, y t...