El silencio de las Mariposas...

By BrisaHys

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《Cuidado con lo que deseas bajo la lluvia de estrellas.》 Melissa apenas puede caminar a seis calles de su cas... More

🦋 Dedicatoria 🦋
🦋 Perfhosia (NUEVO MAPA)
0. Año Nuevo
1. ¿Te gustan las mujeres?
3. Respiración automática desactivada
4. El recuerdo de aquella vez
5. Cosquilleos en la piel
6. ¿Te puedo pedir un favor?
7. Volver a casa
8. Lo que puede soportar
9. Ellas en su mundo
10. ¿Dormir juntas?
11. Y no como amiga
12. Los labios más dulces
13. Soy una imbécil y me gustan las mujeres
14. Lo arruinaste
15. Nunca podrás entender
16. Una gota de problemas
17. ¡Devuélveme ese beso!
18. Lo contrario al silencio
19. Como un roble
20. La vida te arrastra
21. Fue culpa del Helado
21. No me dejes sola

2. ¿Quieres vivir?

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By BrisaHys


El sudor corría por la frente del hombre que la tenía apresada con el peso de su cuerpo. Ella sentía sus pulmones estrujados; su garganta bajo su mano, hacía que solo deseara seguir respirando.

—Melissa, mi preciosa Melissa. ¿Quieres vivir?


Abrió sus ojos de golpe como si hubiera escuchado un ruido fuerte en la habitación, su piel tenía sudor seco y estaba helada. Rodó en busca de su teléfono para ver la hora. Tenía el rostro cargado de lágrimas, y ella se limitó a soltar un sollozo al aclarar la vista.

Aún eran las cinco de la madrugada.

—Otro día en el paraíso —murmuró dejando su teléfono.

Se bajó descalza y caminó por la madera del piso de su cuarto. Sólo ahí podía sentirse libre de mostrar sus piernas sin que nadie juzgue sus marcas.

Las cicatrices recorrían su cuerpo como hilos rosas maltratados; desde sus pies hasta sus muslos, brazos y cuello.

Era un milagro que esté viva.

Para el día eligió una camisa que se había comprado a precios bajos y estaba en la pirámide de ropa limpia de su silla. Cuando la estaba abotonando escuchó risas en algún lugar de la casa. De seguro era su primo de nuevo.

Abrió la ventana de su cuarto para ver las plantas de los departamentos de enfrente. Siempre había mariposas a esa hora, anticipaban la lluvia de estrellas. Y ella las amaba.

Esta vez la vecina de enfrente también abrió la ventana, Melissa cerró rápido las cortinas con un poco de vergüenza esperando que no la haya notado. Madrugar en vacaciones era típico en Farasha.

Decidió alejarse de ahí y buscar algo de desayuno antes de que su panza empiece a hacer ruido.

Vio que el televisor emitía una luz que llegaba hasta la heladera, y otra vez oyó un par de risas ahogadas desde el final del pasillo.

Sus medias no dejaban que sus pasos suenen. De esa manera logró llegar a la sala sin hacer el menor ruido. Allí encontró la silueta de Omar besando a una chica con senos esféricos, quien estaba a punto de quedarse sin sostén. En el aire se podía percibir el aroma de lo que estaban haciendo.

Giró la mirada tratando de contener las náuseas y corrió a la cocina. Sin querer tropezó con una silla y terminó arrastrándola, haciendo que un golpe fuerte suene en la casa. Esto obligó a los amantes a detenerse y, a ella, a quedarse quieta.

El sexo le daba asco y mucho miedo. No entendía como alguien podía disfrutar con esa cosa tan horrible adentro de su cuerpo, siendo que había sido tan doloroso para ella.

Le daba arcadas pensar en ello. El recuerdo de su piel quemando la atormentaba. Aún podía sentir como la sangre salía de sus cortes.

Después de unos minutos recuperó su respiración. Abrió la heladera como si no hubiera pasado nada, pero al sacar una manzana las manos comenzaron a temblarle y a sudar.

Buscó sus pastillas en la caja de la vitrina, pero no estaban. Fue a su habitación y solo alcanzó a abrir el cajón de la mesa de luz.

Sabía que no tardaría en tener un ataque, entonces corrió a la habitación de su tía. Ella le atendió con un camisón muy largo y su cabello rubio hecho un desastre. Sus ojos indicaban que le faltaba mucho para recuperar su sueño, pero ya se había acostumbrado a que Melissa la necesite de vez en cuando a esas horas.

—Omar estaba con una chica —soltó intentando respirar—, estaban... no quiero pensar en eso... y no encuentro mis pastillas...

En el momento que su tía le abrazó, ella quiso llorar sin motivo y también por todo.

Le dolía el pecho: tenía un nudo en el estómago, la garganta y la cabeza. Un nudo que la apretaba y no la dejaba llorar, como si la tortura fuera eterna. Como las manos que cada noche en sus pesadillas sostenían su garganta.

—Tranquila, te haré el desayuno mientras las buscamos.

Decidió esperar que su tía hiciera el trabajo y fue a sentarse en la cocina.

Perdió la cuenta de las veces que intentó acabar con su vida cada vez que rememoraba ese día doloroso cargado de miedo y tristeza. Gracias a Frida no lo volvió a intentar. Ella la ayudó de una manera maternal y, también, por el hecho de que le obligó a ir a terapia.

Eso le ayudó a extender su vida, a extender la tortura.

Media hora después Melissa se sentía mejor, y se animó a desayunar. Las pastillas ya habían hecho su efecto. Eran gratuitas para personas como ella, prevenían los ataques de pánico y no tenían efectos secundarios.

Aprovechó en buscar la manzana para devolverle un poco de dignidad. Luego de lavarla, quiso mezclarla con su yogurt, pero tener el control de su cuerpo no significaba tenerlo de sus pensamientos, y estos reproducían la película de la navaja que ella misma había grabado con su vista y con su piel.

Estaba llena de heridas, su piel era capaz de cicatrizarlas, pero su mente aún llevaba algunas abiertas y otras infectadas. Y quién sabe, tal vez, otras que ya estaban podridas e irrecuperables.

Su primo le pidió disculpas y se fue a su cuarto con la chica de turno, era bonita, recordaba haberla visto en alguna clase, pero nunca le habló. Pasados unos minutos ya no se los volvió a escuchar. Quería creer que se habían dormido, pero Omar tenía las ventanas y puertas insonorizadas.

No quería pensar en eso.

Lo cierto es que nunca salió con un chico, ni antes del suceso ni mucho menos después. Sus familiares creían que era lesbiana a causa de la violación, aunque eso no era cierto. Le molestaba siquiera que lo insinúen.

No les debería importar.

Volvió a su habitación y se recostó boca abajo en su alfombra para revisar su celular. Ayer había subido fotos de su última pintura.

Desde aquel suceso, quitó su rostro y cuerpo de la red principal. Sólo dejó el arte.

Deslizando un poco, encontró a Iris sonriendo en una foto en la playa, su cabello castaño oscuro brillaba y sus lentes en forma de corazones ocultaban su mirada azul.

Le gustaba en la secundaria y estaba por confesárselo cuando todo se derrumbó. Ahora, después de tantos años, se la veía tan hermosa. Su piel lucía una suavidad irreal, su cuerpo tenía curvas que antes no había podido ver.

Aún no se animaba a hablarle. Era una amistad que perdió cuando las noticias se esparcieron, los padres de Iris no quisieron que se relacionara con alguien como ella. Después de que su padre le envió a vivir con su tía ya no hubo mucho por hacer.

Iris también había tomado otro camino.

Pero hoy podría ser diferente. Escribirle no iba a traer grandes repercusiones, más que un par de mensajes de ida y vuelta. Farasha era inmenso e Iris vivía en la otra punta.

¿Qué podría perder si lo intentaba?

Dejó un comentario antes de cambiar de opinión. Luego soltó un suspiro cargado de alivio al ver que le dio una estrella a su comentario.

Era un buen inicio, Iris sabía que ella aún existía.

Eran las siete de la mañana cuando el sol se filtraba por las cortinas de su ventana y alumbraba las plantas.

Sus vacaciones comenzaron hace un par de semanas y la nueva ronda del Grupo de ayuda iniciaba hoy. Los cambios también la asustaban: la facultad estaba a dos calles de su casa y el grupo a seis en la otra dirección, por lo que debía recorrer más camino y mantenerse alerta.

Su teléfono vibró cuando terminó de ponerse las zapatillas, guardó su libreta en su bolso y recién lo revisó. Iris le había enviado un mensaje.


Iris

Hola Melissa, tenemos mucho para ponernos al día. Iré en unas semanas a tu sector por un evento y eso sería perfecto. ¿Qué piensas?


Las manos le comenzaron a sudar, no estaba segura de lo que quería hacer.

Dejó su teléfono para terminar de alistarse. Quizá solo ansiaba cerrar esa etapa de sus vidas, aunque no podía evitar emocionarse.

La posibilidad de recuperar a su amiga la puso muy feliz. Podía ver una ligera luz en toda la oscuridad en la que se había convertido su vida. Iba a ver a Iris después de muchos años.

—¿Todo bien? —preguntó su tía en el marco de la puerta, al verla congelada mirando el suelo con una sonrisa extraña.

—Sí, ya voy de salida. Deséame suerte.

Se acercó para abrazarla. Su perfume olía a flores y era tan cálido para su sobrina. Cuando estuvo conforme, la soltó con suavidad y le sostuvo la mirada.

—Sobre lo que pasó hoy a la mañana... creo que deberías buscar un empleo para mantenerte distraída estas vacaciones. Así te cansarías más, y dormirías más horas. —Melissa apretó los ojos confundida y continuó escuchándola—. Además, será mejor para ti tener dinero extra.

Su tía le obsequió una sonrisa de ánimo, sin ninguna mala intención detrás de ella. No quería ser una maleducada al responderle así que lo hizo con la primera excusa que cruzó su mente:

—Con el grupo y el curso que debo pagar, no sé si tendré tiempo de un empleo.

—Solo es un consejo para que te distraigas un poco. —Besó su frente.

Pasados unos minutos Melissa salió a la calle, le aterraba caminar hacia el otro lado. Se replanteó si le convendría entrar a su casa y pedirle a su tía que la acompañe. Pero sinceramente no deseaba molestarla, ya había cubierto su cuota semanal de "molesta por la mañana".

Había bastantes personas caminando, no debería ser un problema intentar ser una más. Lo primordial era pagar el primer mes de su curso... a unas seis calles.

Solo seis calles, pensó.

Si en el camino no encontraba un empleo lo buscaría por internet... era la mejor opción que se le ocurría. Aunque en realidad no se sentía presionada porque no lo necesitaba. En el mejor de los casos, dejaría pasar los días hasta que su tía lo olvide.

Soltó un resoplido, y en ese instante vio a su vecina salir de su casa.

Ella caminó hasta alcanzarla. Tenía unos bucles brillantes decorando su piel morena suave. De seguro se levantaba temprano para hacer una rutina que la deje tan perfecta a la hora de salir.

—Melissa ¿Cómo estás?

—Bien... —Ella no recordaba su nombre, así que se limitó a dejar las palabras en el aire.

Trató de traer algún momento a su mente que le indicara su nombre; pero, por desgracia, solo podía pensar en las seis calles que debía caminar y ser valiente.

—¿En qué dirección vas?

No era de confiar en las personas al instante solo, que esta vez, vio una oportunidad. En ese momento, lo único que deseaba era no tener un ataque su primer día, y estando cerca de una mujer conocida no se sentía nerviosa.

—Para abajo —señaló la calle—, tengo un curso de pintura que pagar.

Eso le pareció genial, y bastante oportuno, aunque su vecina lo mencionó con pesadez. Seguro la habían obligado a tomarlo.

—¿Viste las noticias de las protestas?

—No.

—Son un montón frente al Ministerio. Por la mañana nos sorprendieron, dicen que esta vez se quedarán más tiempo. Tengo ganas de ir a echar un vistazo, pero de seguro mis padres me matarían. Estaban molestos.

A Melissa esos temas le incomodaban. Cuando era niña lo que más anhelaba era ir al Jardín y después se enteró que fue destruido. Decían que era capaz de conceder deseos a la gente, y a ella le hubiera encantado verificarlo.

Apoyaba un poco las protestas, pero a veces pensaba que solo lo hacían por vandalismo, no por los asesinatos y crímenes en las ciudades.

—¿Tú apoyas las protestas?

—Tengo ganas de ir a tomar fotos y recolectar información para mi estudio, es algo que me gustaría presenciar de cerca. No es como si estuviera de acuerdo que lo hagan de esa forma.

—Podrías echar un vistazo al volver.

—¿Me acompañarías?

No quería meterse en problemas, nunca había caminado calle arriba de su facultad, hacia El Ministerio. Mucho menos asistió a una protesta.

—Perdón, tengo que hacer otra cosa.

—Tienes razón, ahora que lo recuerdo yo también estaré ocupada más tarde. Quizá otro día, si es que no se van.

Esperaba que no. No deseaba por nada del mundo alejarse tanto de la casa de su tía.

Giró la vista hacia los comercios, hasta que finalmente se topó con un cartel que pedía empleado.

Era una cafetería.

Al ver mucha gente adentro, Melissa se limitó a tomar una fotografía al número del cartel para preguntar por los detalles. O quizá por la tarde podría pasar a consultar.

—Si siguen ahí en Año Nuevo, será una gran excusa para salir de casa e ir a espiar. ¿Qué te parece? ¿Irías conmigo? Mamá no sospechará si nos ve juntas. —La morena habló emocionada.

—Seguro—respondió por compromiso, en el fondo deseaba quedarse dentro de casa para siempre.

Con suerte, los protestantes ya no estarían en Año Nuevo y ella no rompería ninguna palabra al no ir a verlos.

Pero ¿ella cuándo tuvo suerte?

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