Perfidia

By Bluecities

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Juegas con las reglas que ya manipulas, pero te lanzas al peligro del que ahora no sabes cómo escapar. ¿Qué p... More

Perfidia
Reparto
INTRODUCCIÓN | Ya estamos muertos
CAPÍTULO 01 | Primer ataque
CAPÍTULO 02 | Segundo ataque
CAPÍTULO 03 | Tercer ataque
CAPÍTULO 04 | ¿Qué es esto?
CAPÍTULO 05 | Ocurrirá
CAPÍTULO 06 | Estoy aquí para salvarlos
CAPÍTULO 07 | Lámpara incandescente
CAPÍTULO 08 | Teléfono fijo
CAPÍTULO 09 | Sonrisa sin vida
CAPÍTULO 10 | Pasaje al infierno
CAPÍTULO 11 | Buen presentimiento
CAPÍTULO 12 | El dibujo del reloj
CAPÍTULO 13 | La habitación del ataúd
CAPÍTULO 14 | Nada más que la verdad
CAPÍTULO 15 | Cuarto ataque
CAPÍTULO 16 | La cámara que sólo ella puede usar
CAPÍTULO 17 | ¿Puede un simple beso forjar algo más grande?
CAPÍTULO 18 | Confía en mí
CAPÍTULO 19 | Los refugios me odian
CAPÍTULO 20 | Adrenalina
CAPÍTULO 21 | Perfidia
CAPÍTULO 22 | La página número 24
CAPÍTULO 23 | Las personas muertas estamos más presentes de lo que crees
CAPÍTULO 24 | Apretar el gatillo
CAPÍTULO 25 | Más viva que nunca
CAPÍTULO 26 | Tic, toc
CAPÍTULO 27 | ¿Quieres jugar un juego?
CAPÍTULO 28 | Grita por mí
CAPÍTULO 29 | Es fácil cuando duele
CAPÍTULO 30 | Mueres salvándolo y vives matándolo
CAPÍTULO 31 | Te odiaré cuando muera
CAPÍTULO 32 | Absolutamente todo
CAPÍTULO 33 | Toma lo que siento
CAPÍTULO 34 | Algo tiene que quedar
CAPÍTULO 36 | Por ti
CAPÍTULO 37 | Una mala razón para ir detrás del pasado
CAPÍTULO 38 | Tan presente
CAPÍTULO 39 | No hagas que me arrepienta
CAPÍTULO 40 | No más preguntas
CAPÍTULO 41 | El fuego se encuentra con la gasolina
CAPÍTULO 42 | Caminar a través del fuego y sobrevivir
CAPÍTULO 43 | Infinitamente complicado
CAPÍTULO 44 | Lo que fue verdad y ahora es mentira
EPÍLOGO | Seguiré cayendo
10 años después
Agradecimientos y algo más
Playlist

CAPÍTULO 35 | Un poco más fuerte

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By Bluecities

BRADLEY

Nunca me han gustado del todo los columpios. En mi casa, antes de la muerte de mi hermana, teníamos uno en el patio trasero. Recuerdo que papá lo compró para nosotras cuando yo tenía tan solo seis años, pero jamás quise subirme. Creo que tenía miedo a caerme, o lo que sea, pero el caso es que sólo al cumplir los nueve tuve las agallas de jugar con ellos por primera vez. Y en cuanto me senté, perdí el equilibrio, caí hacia atrás y me dije a mi misma que ese era un juego del diablo, que jamás volvería a subirme.

Pero mírame ahora. Aquí estoy, sentada sobre uno de los dos columpios que se encuentran en ninguna parte, mirando cómo el sol se va a lo lejos. He estado todo el día aquí. Estoy sucia, muerta de hambre, cansada y harta de todo, pero aún así no me he movido en todo el tiempo que llevo sentada, balanceándome sin mucho esfuerzo hacia adelante y luego hacia atrás.

Podrías decir que he perdido el tiempo haciendo nada, pero te diré algo: ¿cómo iba eso a importarme si ya ni siquiera siento emoción alguna? No tengo idea de qué ha ocurrido conmigo, pero Heather ha vuelto a la casa y no me emociona. He dormido hasta medianoche como nunca antes, porque el miedo ya no me quita el sueño. Y sí, lo admito. Me da igual estar perdida. Estar sobre un columpio, por más que lo odie. Creo que, simplemente, ya no hay nada dentro de mí que me haga decirme "vaya, debería preocuparme por esto". No. Todo lo que hay es un silencio infinito que ya conocía.

Es el mismo que me abrazaba a todas horas tras la muerte de Melody.

Observo el columpio libre que hay a mi lado. Parece balancearse como el mío, aunque un poco más rápido. Es como si alguien estuviese ahí, sentado, ahora mismo. Alguien que, a diferencia de mí, amó desde el primer momento este asqueroso juego. Y sí, se trata de mi hermana, Melody Hansen, cuyo nombre fue escrito más de mil veces en Gunnhild tras su muerte. Recuerdo que a ella le encantaba sentarse, y que podía quedarse ahí, balanceándose, horas y horas. Algunas veces la veía leyendo, otras cantando, y de vez en cuando, simplemente mirando. Nunca he entendido qué es lo que le gustaba tanto de estar sentada sin hacer nada. Ni siquiera lo entiendo hoy.

—Sigo odiando los columpios—digo en voz alta, como si alguien estuviese sentado aquí, a mi lado—. Nunca dejaré de hacerlo.

Sin dejar de mirar el espacio libre a mi lado, la veo aparecer. No es de a poco como pensaba que sería. Ni siquiera es lento. Súbitamente, de un momento a otro, ahí está. Es así de simple. Melody, muerta o viva, siempre estará presente para mí.

—Nunca has entendido lo que yo entiendo, hermana—dice, mirando sus propios pies—. Puede que esa sea la razón de todo esto, ¿no te parece?

Alza la mirada en dirección al cielo, y entonces yo también lo hago. Al instante, una gota de agua cae sobre mi nariz. Las nubes grises se posan sobre nuestras cabezas, volviéndolo todo más triste de lo que ya parecía. Ahora comienza a llover, el césped que me rodeaba se humedece al igual que la tierra, pero aún así el sol permanece visible sobre el horizonte, desapareciendo con lentitud.

—Oh, amo la lluvia—comenta Melody. Estoy a punto de decir algo, pero ella se me adelanta—. Y puede que no sea casualidad que también te desagrade. Pero míralo de esta manera. Quiero decir... mira en dónde estamos. Un lugar infinito en ninguna parte, con tres de las cosas que más quería cuando estaba viva. La lluvia, los columpios, y a ti.

Una sonrisa falsa y casi automática se me escapa, así que evito mirarla, por más que ella ya se haya dado cuenta de mi gesto.

—Querías muchas cosas, Miel, y yo no entraba en ellas—bufo por lo bajo.

Mi hermana no tarda en girarse hacia mí con esa típica mirada que dice que acaba de captar el mensaje.

—Miel—repite en un susurro—. No me llamabas así desde que cumpliste los doce años.

Pongo ambos ojos en blanco, mirándola a los ojos. Su cabello se ve más largo, o quizás sea gracias a la lluvia, pero sus brazos también lucen un poco más fuertes. Y, sin embargo, su mirada sigue siendo la misma, tal y como la recordaba. Pero su sonrisa... es un poco más leve.

Siento que no estaba preparada para un momento como este. El instante en el que todo vuelva a mí, en el que todo vuelva atrás, a lo que sentía cuando ella estaba cerca, viva, pero no me daba cuenta de lo importante que era, o de lo mal que me haría sentir perderla de un instante a otro.

—Nunca te gustó que te llame de esa forma.

Melody enarca una ceja. Es un gesto que solía usar cuando peleaba con mamá o papá. Lo recuerdo a la perfección, a pesar de los años que han pasado. Y, ahora que lo pienso, ¿cuántos han sido? ¿Cuatro? ¿Menos?

—Todos me llamaban Mel o simplemente Melody. Llamarme Miel no tenía mucho sentido, teniendo en cuenta que, joder, no me gusta la miel.

—Pero... no era por eso—murmuro sin dejar de mirarla.

Recuerdo a la perfección la primera noche. Esa en la que, al volver a casa, ella ya estaba muerta. Sólo tuvieron que decírnoslo. Estábamos cenando con tranquilidad, cuando mamá recibió una llamada. Esa maldita llamada que aún sigue repitiéndose en mi mente. La canción que tenía era Hey Jude. Era la canción favorita de mamá, hasta ese día. Y cuando comenzó a sonar por primera vez, ella pasó de eso. Y a la segunda oportunidad se disculpó y atendió a la llamada.

—¿Disculpe, qué dice?—fue lo único que dijo.

Aguardó un par de segundos más escuchando lo que sea que le hayan dicho, pero ya había atraído la atención de todos en la mesa. Papá siempre ha repetido que en el momento en el que vio que a mamá le temblaba la mano con la que sostenía el móvil, supo que algo andaba mal. Entonces se puso de pie, y la pesadilla comenzó.

Minutos más tarde lo oí por mi propia cuenta. Estaba frente a mi casa, pero esta ya no era una casa. Simplemente no era algo. Era nada. Todo estaba oscuro. Y los bomberos, con ayuda de la policía, o qué sé yo, estaban sacando los cuerpos de la casa. En un momento, uno atrajo mi atención y seguí con la mirada a los hombres que lo transportaban hasta mamá, quien al verlo se llevó ambas manos a la cara. Gritó.

Gritó que no. Que eso no estaba pasando.

Pero sí. Había ocurrido.

—Estás pensando en el pasado—me dice Melody, sentada a mi lado.

Parpadeo un par de veces. Aún la estaba mirando, y siento algo extraño dentro de mí.

—Lo único que sobrevivió al incendio—tartamudeo—... fue el columpio que papá nos compró.

Mi hermana vuelve a enarcar las cejas.

—Te refieres... ¿a este columpio?

Cierro ambos ojos. Lo he reconocido hace bastante tiempo, pero oírla decir eso vuelve a generar algo extraño dentro de mí. Es como... todas esas veces en las que la abuela me hablaba de encerrar el dolor en una caja dentro de mi corazón. Me veo a mí misma gritándole que no sé qué otra cosa hacer cuando parece ser demasiado, pero luego la veo a ella diciéndome con calma que encerrarlo no va a hacer que se vaya.

Creo que una parte de mí se está rompiendo ahora mismo.

—Mira, Bradley, sé que desde que... entraste a esta cosa, sea lo que sea, has estado evitándome. Y yo... puedo entender eso. Claro que puedo hacerlo—Melody me observa directamente a los ojos, dejando de balancearse—. Pero hay algo que debes saber, y es que no te he dejado. Jamás me he alejado de ti, por más que sientas que es así. ¿Qué significa muerto? Nadie lo sabe, ¿verdad? Ni siquiera yo. ¿Y sabes por qué no podemos saberlo? Porque no es mala. No nos aleja. Lo único que hace es... unirnos un poco más. Y abrir nuestros ojos. Pero deberías dejar de verla como si fuese un demonio.

Permanezco en silencio, no porque no sepa qué decir, sino porque... no hay nada que valga la pena comentar ahora.

Melody toma eso como una mala señal.

—Mira, todo lo que hace la vida es darnos. Darnos dolor que nos perfora, alegría de la buena, y con frecuencia más dolor, lo que sea, pero esa es la razón por la que, inevitablemente, algo tiene que ceder. Algo tiene que romperse. Todos lo sabemos, pero todo lo que seguimos haciendo es... recibir sin tener una razón para aceptarlo. Y esa es una buena razón para que todo cambie.

—Deja de decir esas cosas—la interrumpo—. Es...

—Es la verdad que siempre he querido decirte, Bradley—prosigue Melody—. No me gusta ver en lo que te has convertido desde que he muerto. ¿En dónde ha quedado la hermana que tenía buenas notas, empujaba a los tíos que querían robarle un beso y, además, decía que jamás se sentaría en un columpio, mucho menos mientras llueve?

Casi olvidaba ese pequeño detalle.

La lluvia de mierda.

La... tormenta, que es casi idéntica a la que hay a medianoche en la casa. ¿Y por qué digo casi, si es exactamente idéntica? El viento vuelve a sacudirlo todo, llevándome de nuevo atrás, pero esta vez no es para revivir la noche de la muerte de Melody, sino la de la muerte de Cameron. Sé que llevaba un arma conmigo. Que me parecía pesada, que apenas podía esconderla debajo de mi ropa. Mis manos no temblaban porque luchaba por mantenerlas firmes.

Algo me había dicho que esa noche iba a utilizarla, pero nunca llegué a creer que se haría realidad. Que apuntaría, daría en el blanco, y mataría a una persona. Que eso se llevaría, de alguna manera, parte de mi vida. Que comenzaría a verlo todo blanco a partir de eso. No, claro que no. Jamás llegué a sospechar cómo se sentiría.

—¿Bradley?—inquiere mi hermana—. ¿Estás bien?

También vuelvo a ese momento en el que apreté el gatillo. El sonido en seco que emitió la bala. Jamás había oído algo igual. Por un momento pensé que me había equivocado. Que me había disparado a mí misma. Que mis manos habían cometido un error. Y es que... ya lo había visualizado. Ya había alzado antes la pistola en mí dirección. Ya había apoyado todo su peso contra mi cabeza.

Solía pensar que morir es sencillo. Que lo complicado es vivir.

Pero creo que lo más complicado es seguir viviendo cuando ya conoces la muerte de cerca.

—¿Por qué lloras?

Sus palabras se repiten en mi mente. Algo tiene que romperse. Sólo entonces podremos sanarnos. Y eso me lleva... a Heather. Al constante miedo en sus ojos, pero a la firmeza de sus manos. A lo que 00:00 la ha vuelto. Una persona que por momentos se ve insegura, por otros es la más valiente de los siete, y luego... llora porque es demasiado. Siente más de lo que debería. Más de lo que yo podría llegar a sentir.

En su momento, permití que el dolor me cambiara. Que la muerte de mi hermana me volviera una persona que deja que su corazón sufra por todo, hasta por lo más mínimo. Y con el paso del tiempo, eso se volvió en contra de mí.

Podría decir que antes de todo esto era otra persona, pero estaría mintiendo. Cuando mi hermana murió, era Bradley Hansen. Cuando todo eso me golpeó con fuerza, cuando el dolor comenzó a ser fuerte, a arrastrarme, seguí siendo Bradley Hansen. E incluso cuando levanté la mano en esa fiesta sólo para poder huir de todos mis problemas... era yo. Siempre he sido yo.

Hasta que me quitaron mis sentimientos.

Pero ahora... vuelve a doler. Y mucho.

Oigo un crujido sobre mí, y la cuerda de la que colgaba la madera sobre la que estaba sentada hace un segundo, se rompe, tirándome sobre la tierra húmeda. Esto me permite reaccionar. Me permite ver que eso extraño que sentía dentro de mí era todo el dolor que no podía sentir, pero ahora este me abraza. Y cuando yo pensaba que sería él quien me tiraría abajo, en realidad es quien me sostiene.

Melody se acerca con lentitud a mí, casi con miedo, y me abraza de la misma forma. No puedo controlar las lágrimas que caen, pero sí puedo volver a sentirla a ella, mi hermana, tan cerca como siempre ha estado.

—Oye, mira—dice, y al instante me alejo de ella para volver la vista atrás.

El columpio en el que estábamos sentadas ahora arde en llamas a pesar de la lluvia, pero no me sorprende. Cuando vuelvo la vista hacia mi hermana, ella está extendiendo un papel en mí dirección, uno que tomo con rapidez antes de que la lluvia pueda arruinarlo.

—Es la última imagen que tomó Maddie con su cámara—me indica ella—. Deberías dársela a Heather en cuanto puedas.

Asiento con la cabeza, y cuando estoy a punto de darle las gracias, Melody desaparece, pero algo me dice que aún sigue aquí a pesar de que no pueda verla.

FREDDIE

No me había replanteado en toda mi vida lo complicado que sería llevar a alguien en silla de ruedas hasta que llegó este día, en el cual estoy arrastrando a Brenton sin mucho equilibrio hasta su coche. Su madre se ha quedado completando un par de papeles que el doctor le pidió que complete para que Brenton quede oficialmente liberado de esa puta prisión y, entre tanto, me ha pedido que lo traiga hasta aquí.

Pero alguien nos estaba esperando.

—Freddie—nos recibe Joey, apoyando su espalda contra la puerta del auto—. Brenton.

Aún tiene la cara tapada, pero por primera vez la vemos llevando ropa blanca que no cubre su cuerpo en totalidad. Al contrario, deja ver ambos brazos, escuálidos pero evidentemente fuertes, y poco más. Pero algo siempre será algo.

—¿Está drogado o algo similar?—pregunta Joey, señalando a Brenton, cuando este no le devuelve el saludo.

Niego con la cabeza, mirando la nuca del pobre muchacho.

Joey lanza un prolongado suspiro.

—Ayúdale a entrar al auto—me ordena—. Ya.

Así que eso hago. Lo primero que intentamos es levantar a Brenton, pero al tener ahora una sola pierna la cosa se complica. Él es nuevo en esto y yo también. Joey ni siquiera nos ayuda, sólo observa cómo yo casi termino tirando a Brenton y cómo este se queja del dolor hasta que puedo, al fin, abrir la puerta trasera del coche y ayudarlo a subirse. Entonces, y sólo entonces, Joey se digna a acercarse a mí.

—Quiero que sigas haciendo lo que haces ahora mismo—me dice—. Hazte amigo de él. Alguien cercano. Y luego te iré diciendo qué hacer.

—Joey—me atrevo a interrumpirla, ahora que está a tan solo unos pasos de mí, y ya estamos en el estacionamiento del hospital y no en una casa en medio de la nada—. No quiero hacerle daño. Ya no.

Por un momento sus ojos parecen reflejar algo, pero luego ese destello se va.

—Aceptaste bajo los términos que aceptaste, así que créeme, matarlo será lo más simple que puedas hacer alguna vez en tu vida.

Observo a través del cristal a Brenton dentro del coche, ignorando la conversación que ahora tengo con Joey. Como he supuesto desde un principio, las cosas han cambiado en él. No habla a no ser que sea para pedir algo, o porque realmente es necesario. Ni siquiera saluda. Lo mismo es con su madre y con sus hermanos. De las veinticuatro horas del día, al menos veintidós está distante, distraído, sin escuchar lo que le decimos.

—Le harás un favor, créeme. Y, además, no sólo a él. A ti también.

Vuelvo a poner mi atención en Joey.

—Además, tengo algo que necesito que le des porque le pertenece—agrega, pasándome por debajo de su brazo una carpeta negra—. Tiene información sobre su padre. Cuando creas que esté apto para leerla, quiero que se la entregues. A partir de ahí sabrán qué hacer.

Voy a contestar, pero sus ojos se levantan y posan en algo a mis espaldas, así que me vuelvo. Veo la puerta del hospital abriéndose, y segundos más tarde la madre de Brenton sale de ahí. No me hace falta comprobarlo para saber que Joey ya se ha ido, así que me limito a abrir la puerta del coche y subir junto a Brenton.

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