En el lado bueno de las tardes otoñales naufragas,
como las hojas tu voz se quiebra
porque nadie jamás escucha a las tormentas
hasta que su amargura
muestra a los paisajes vestidos de mentiras.
La primavera arrastra al fuego
consumido por fríos vacíos;
sus existencias acortándose,
sintiéndose al igual que sombras halladas durante el amanecer,
susurrando plegarias rotas.
Te alejas con las dudas
señalando por la espalda
hacia el océano malherido
dejando un falso abandono
a un final sin principio alguno.
Encontrándose en multitudes de cenizas
con la soledad cantando odas a
vidas demasiado jóvenes para renacer,
muy antiguas para seguir las huellas
de una juventud
que navega hacia la luna
sin libertad que encontrar
en ninguna parte.
No hay dónde ir,
podría jamás haber cambio alguno
porque ambiciosas son las aves
contando cómo te hundes
y no perteneces a un mundo de momentos.
En inexistentes abrazos a las estrellas,
corazones rotos convertidos en mosaicos,
calmas palabras hablan
cuando rompe la lluvia
contra destinos imposibles.
Las fotografías dicen que el tiempo no pasa
pero están llenas de veneno,
moribundos sus pasados ruegan convertirse
en los cadáveres de las flores
y ser las constelaciones apagadas
que desean buenas noches,
pero no duermes
ni despiertas.
Las velas anhelantes de muerte se consumen,
los atardeceres sangran melancolía
y los árboles oyen
renacer promesas cada vez más lejanas.