Fábula Ancestral: Otra versió...

By lordxolotl

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Fábula Ancestral es una reinterpretación (desde el punto de vista gay) del conocido cuento de "La Bella y la... More

Prólogo
1. Bella Vida Provincial
2. Más que vida provincial
3. Es un buen tipo Gastón
4. Nuestro Huésped sea Usted
5. Días de Sol
6. Ser Humano Otra Vez
7. Algo Ahí
8. Más que una amistad...
9. Qué bueno es Gastón
11. ¡Qué muera ya!
12. Sueño Hecho Verdad

10. Eternamente

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By lordxolotl

Desde la partida de Beau, la bestia había caído lentamente en un lamentable estado; aunque no había regresado a sus viejas costumbres, se pasaba todo el tiempo encerrado en su habitación; poco comía, poco hacía. Los habitantes del castillo intentaban todo para distraerlo, hacerlo sonreír; pero era inútil, se había hundido en una profunda melancolía. La rosa, como si estuviese conectada a su ánimo, se fue marchitando más rápido, los pétalos caían con suma prontitud, cuestión que acabó alarmando a los demás maldecidos.

Coswgorth, quien traía el desayuno, entró en la habitación de la bestia. De inmediato éste le cuestionó sobre el paso del tiempo. ―¿Cuánto ha pasado desde la partida de Beau?

―Es difícil saberlo con certeza, amo. El tiempo aquí varia caprichosamente, y en estos últimos días, con tanto ajetreo no he prestado la atención necesaria a estos cambios. Quizás el equivalente a una semana o tal vez dos.

―Ya hubiera regresado, si es que pensaba hacerlo, ¿verdad?

―Amo, si me lo permite, considero que las cosas irán mejor así. Eso que sucedía entre usted y monsieur Beau no era correcto, y debo advertirlo, porque lo terminará conduciendo por un camino peor al que lo llevó esta maldición.

La bestia, quien permanecía de pie e inmóvil frente a la rosa encantada, levantó la mirada.

―¿Eso crees?

―Sí, lo creo.

―Dime Coswgorth, para ti ¿qué es el amor? ―dijo con la mirada perdida en el horizonte.

―Bueno, pues el amor es un sentimiento que es propenso a surgir en una mirada, un gesto, una palabra o una caricia; desde luego, bajo ciertas características especificas; por ejemplo, ese amor de romance y fábula sólo sucede entre un hombre y una mujer, claro, siempre y cuando éstos sean libres, dignos y respetables; otro tipo de amor se manifiesta entre los padres y los hermanos, con los amigos y vecinos; pero jamás debe dársele cavidad a la perversión, nunca hay que pensar en cosas anómalas; un ave no puede enamorarse de un pez, o un león de una oveja, va contra natura...

―¿Y si un hombre y otro hombre se...?

―¡Ni lo mencione, amo! ―exclamó interrumpiéndolo―. Porque eso es absolutamente reprobable. A eso sólo puede llamársele depravación, corrupción, vicio, ¡enfermedad!

―Entiendo ―expresó la bestia con cierta vergüenza. Estuvo en silencio algunos momentos, después continuó―. Tal vez tengas razón, quizás todo sea mejor así.

―Desde luego la tengo. Y aunque la situación actual sea complicada, saldremos de esto de algún otro modo, uno más noble, sin caer en esas crápulas; únicamente le pido, no pierda la fe.

―¿Fe? La fe... ―musitó, apretando su garra contra el capelo de cristal que cubría la mística flor―. En ocasiones el aliciente se vuelve la mejor forma de tortura. Déjame solo.

El reloj mayordomo intentó hacerle más plática, pero nada consiguió; entonces obedeció y se marchó. A la hora de la comida, Lumière fue el encargado de llevársela; entró y halló a la bestia sentada sobre el diván junto a la ventana; su posición había cambiado, mas no su semblante. La anterior charola seguía intacta y en donde Cogsworth la había dejado. Sentía mucha aflicción verlo en ese deplorable estado, porque pese a que el amo no lo considerara un amigo, para aquél lo era. Y mientras hacía el cambio de charolas, la bestia le habló.

―Llévate ambas, no tengo apetito.

―Amo, perdóneme por contradecirlo, pero debe alimentarse. No podrá sobrevivir si persiste con ese ayuno. Sé que en este preciso instante, esta vida no parece la más motivadora, pero es lo que tenemos. Tiene que pelear, amo; no puede rendirse ahora. Recuerde los consejos de monsieur Beau.

―Dime Lumière, ¿piensas que algún día él regresara, o sólo guardo demasiada esperanza?

―Monsieur Beau nos ha demostrado que es un hombre de palabra. Él volverá, ya lo verá; seguramente los asuntos que lo hicieron partir aún no han podido resolverse, y he ahí el motivo de su tardanza. Pero en cualquier caso, porque no lo comprueba mirando a través del espejo.

―No quiero hacer eso ―dijo, perdiendo la parsimonia en sus modos―, me aterra lo que pueda hallar en su reflejo. Si siempre lo he tenido todo, no entiendo la razón de esta necesidad, ni cómo nació o de dónde vino. Yo forjaba mi propio destino, y no requería de nadie para seguirlo. He sido capaz de sentir, y de una manera en la cual nunca imaginé hacerlo; existe en mí un sentimiento candoroso, enérgico y fervoroso; y dicho afecto me mueve, me nutre más que cualquier alimento que traigas en esas bandejas, él es mi fuerza. Pero ahora, el sol que lo sustentaba ha desaparecido, y yo he quedado algente y exánime, igual a estas tierras condenadas. Qué agrado puedo hallar en comer, cuando ya he disfrutado de un deleite mayor.

―Amo, usted habla como si estuviera... ―declaró el candelabro, un tanto admirado.

―¿Ser consumido por el dolor era también parte de la maldición? ―cuestionó la bestia, interrumpiendo a su sirviente―. ¿Sabía la hechicera los efectos de su maleficio? Porque este padecimiento ha sido más cruel, que todo el tiempo que he pasado transfigurado en este monstruoso ser. Mis actos detestables han atraído cosas de idéntica naturaleza, por eso todo aquello bueno y noble cerca de mí, termina corrompiéndose; quizás Cogsworth tenga razón, y este sentimiento sea también perverso.

―No amo, no le haga caso a ese reloj de pacotilla, el tiempo le ha ido oxidando los engranes, su juicio es muy cuestionable. Su sentir es natural y limpio, auténtico; porque ha nacido de una convivencia saludable y amena. No hay nada de lo que deba apenarse o lamentarse, siéntase orgulloso de sus sentimientos. Mon Dieu! ¡Se romperá el hechizo!

La bestia finalmente dibujó una mueca de alegría en su cara. ―Te olvidas de lo más importante, Lumière ―y el candelabro lo miró intrigado―, debe existir correspondencia.

―No dude usted que la haya. Tenga fe amo.

―¿Fe? Eso mismo me dijo Cogsworth.

―Bueno, en eso sí tenía razón el viejo reloj. En lo demás... seguramente no. Pero coma amo, reponga las fuerzas, no puede rendirse ahora. Cuando monsieur Beau vuelva, y lo encuentre en ese estado, se pondrá muy triste.

El amo accedió a quedarse con un poco de fruta, por si después tenía apetito. Y viéndolo más reconfortado, Lumière dejó la habitación. De inmediato comunicó a madame Potts sus progresos, y entre los dos idearon una manera de hacerlo recobrar más el ánimo. La tetera se preparó para la cena, mientras los demás sirvientes distraían al reloj mayordomo. Llegada la hora, aquella arribó a la alcoba de la bestia. Le sirvió un poco de té, y el dulce aroma pronto lo hizo salir del ensimismamiento.

―¿Es té de rosal de Provins?

―Así es ―respondió la tetera―, el favorito del joven Beau, o como él lo llama "de rosa gallica".

―Dime madame, ¿crees que estoy equivocado al tener esta clase de sentimientos hacia él?

―Bueno, admito que no es común, aunque más bien, no es muy sabido de ese tipo de querencias. Pero si eso lo ha hecho convertirse en la persona que es hoy en día, no pienso que le esté causando alguna especie de daño, todo lo contrario. Era imposible no acabar prendado de la bondad y virtud del muchacho; todos en el castillo le tenemos sobrada estima, incluso Cogsworth. Sucedió, y fue lo más normal.

―¿Piensas que volverá algún día?

―Lo hará, amo.

―¿Y crees que pueda mirar más allá de esta horrible apariencia?

―No pierda la fe, señor.

―¿Fe? Todos hablan de ella, que ahora creo poseer de más ―y apenas hubo dado unos sorbos a la taza de té, cuando escuchó que alguien lo llamaba; parecía ser una voz bastante familiar―. Ha regresado.

La emoción lo dominó, y su ánimo apagado se encendió; no obstante, al abrirse la puerta se percató de la realidad. No se trataba de Beau, sino de su hermana, Belle. La joven estaba realmente alarmada; detrás de ella, venía el padre, aquél a quien había injuriado. Como era de esperarse, se intimidaron ligeramente ante la presencia de la bestia, pero la urgencia los hizo despabilarse.

―Tú eres... ¿Lancelot? ―interrogó Belle algo nerviosa―, ¿el mismo del que Beau nos habló?

―Sí, yo soy ―dijo un tanto avergonzado.

―Si lo eres, y le haces honor a tu mote, nos ayudarás ―dijo el padre en tono tembloroso, pero decidido.

―No tenemos a nadie más a quien recurrir ―confesó la hermana muy agobiada.

―Yo los auxiliaré, no se preocupen. Pero ¿y Beau? ¿Vino con ustedes? ¿Dónde está?

―Es precisamente él quien necesita tu ayuda.

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