El mar picante enfunde mis lágrimas.
Tus ojos soñadores mi alegría.
El océano sonríe desalmado.
Y tu rostro timorato desde lejos me acaricia,
en mi nave vieja me adentro hacia el infinito,
aprisionando tu mirada perlada.
No sabré si el mar apaciguará mi corazón.
Ni el aire salado detendrá mi convulsión.
Las aguas danzantes dibujan tus rasgos,
y mi dedo agrietado los pinta con esmero.
Vuelvo a bailar sobre mi pequeño barco,
musitando alegorías alegres.
Sabiendo que, en mi triste partida,
en el próximo puerto me espera mi desdicha.