Alpha (En espera)

By ArcanaAi

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El comienzo de unos, el final de otros. Todo está por comenzar, los protagonistas no esperan lo que está por... More

Prefacio
Prólogo
Capítulo primero
Capítulo tercero
Capítulo cuarto
Capítulo quinto
Capítulo sexto
Capítulo séptimo
Capítulo octavo

Capítulo segundo

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By ArcanaAi

Demasiado subrealista

Elizabeth, no pudo evitar comenzar a reírse de lo que el joven le acababa de decir. Ella tenía miedo, pero a pesar de eso, lo que aquel jóven le había asegurado era tan gracioso que incluso tuvo que arrodillarse.

El jóven, muy serio, volvió a repetir;

Soy tu ángel guardián, te aguardo día y noche desde hace muchos años. - Dijo este con el semblante serio y convincente, pero Elizabeth, no le hacía caso, y más serio que antes le exigió-  No te rías.

Me llamo Elizabeth -dijo riéndose aún- y soy Catwoman -dijo extendiendo su mano en forma de saludo. Cuando se dio cuenta de que lo tenía atado y no pudo evitar seguir riéndose.

¿Pero qué es tan gracioso?- dijo John haciendo caso omiso de su supuesta broma.

Qu-..Que un niño, al que por cierto he atado con facilidad, venga a decirme -no pudo seguir y se reía más- que es mi ángel guardián como excusa por entrar en mi habitación... -ahora por fin logró serenar su risa- y robarme "o violarme" pensó ella.

John hizo una sonrisa torcida, como pensando en un chiste privado. Elizabeth le preguntó ahora más seria que antes;

Dime qué quieres, qué has venido a buscar, o llamo a la policía. -Entonces, Elizabeth escuchó la puerta abrirse y dio un respingo. Era su tía, que venía a darle un vaso de agua y un beso de buenas noches.

Elizabeth, toma... -dijo dándole el vaso de agua- ya es tarde, ve a dormir -dijo como si no hubiera nadie más que ella allí. John, comenzó a reirse. Pero sólo Elizabeth lo escuchaba. Emma, sin embargo, salió por la puerta tan triste como había entrado y ni se inmutó de nada. 

Elizabeth no entendía nada. Cerró las ventanas, se sentó a su lado, lo desató y despacio, como si estuviera hablando con un niño desobediente le advirtió;

Ni se te ocurra decirme algo incierto, no me gusta que me mientan, y sino, sufrirás las consecuencias - entonces se percató de su mirada inocente y pura. Sus ojos eran de un color violáceo y azulado, su tez era blanca... y su cabello negro... espera. Está moviendo sus labios... ¿qué está...- ¿Perdón? -dijo Elizabeth consternada por su deslumbrarmiento repentino.

John hizo de vuelta esa sonrisa torcida, y volvió a repetir, paciente;

He venido para llevarte a un lugar que ya conoces, pero el imprevisto fue que me vieras. Se suponía que yo tenía que dormirte y dejarte tendida en tu cama. Y tenía que tomar tu espíritu y llevarte a este lugar dicho anteriormente -Elizabeth frunció las cejas.- Allí... te lo contaremos todo.

¿Contarme qué? -dijo ella muy enfadada, este chico parecía estar cada vez menos cuerdo en cada palabra nueva que contaba.

Mira, sé que todo esto resultará insólito para ti. Pero debes verlo para entenderlo. - dijo John muy seriamente, él puso sus manos en sus ojos, y la tumbó en un experto movimiento. Elizabeth no podía moverse, y ahora pensaba, más asustada y convencida que antes, que él le quitaría su inocen... pero de repente, John dejó de tocar sus ojos, y ella se sentía cansada. Él tomó "sus" manos y de repente, ella salió de su cuerpo. Elizabeth no sentía nada, era como una sensación de paz y de alegría... "¡Aguarda!¿Estoy muerta?" pensó ella repentinamente.- no, no lo estás.

Pero... cómo qu- Espera, ¿sabes lo que pienso? -dijo entre abochornada y temblorosa.

Desde siempre, lo sé todo - dijo con una sonrisa torcida, haciendo entender, que todo, es todo. 

No... no lo entiendo... -dijo realmente confusa. "ahora lo entenderás, tranquila." escuchó ella en su mente. Él la tomó de su mano astral y todo se volvió borroso. Confuso. Más aún. 

John sabía lo que hacía, hace bastantes años que hace esto. La llevó de la mano, sintiendo el espíritu que llevaba a su lado, puro e inocente, miedoso de lo que pasaría. Pero fuerte. Muy fuerte. Él no sabía realmente qué pensaba ella, sólo que su aura decía realmente lo que pasaba por su mente; y no era difícil de interpretar. Al menos, no para él. La llevó a un lugar muy lejano, donde le tapó los ojos a Elizabeth, y le susurró a esta muy despacio, que se quedara tranquila. Que se relajara. Que no tuviera miedo. Que él estaría aguardándola desde otro lugar. Ella, consternada, y con más miedo que antes, sólo quiso aferrarse a él, que aún y todo le infundía confianza. Pero Elizabeth dejó de sentir sus cálidas manos, y no abrió los ojos en un buen rato. Sin embargo, ella sentía que había gente ahí. Como si estuvieran alrededor. 

Sólo después de respirar hondo y sentirse preparada, abrió sus ojos pardos y lo primero que vio fue a unas personas en círculo, a unos seis o siete metros de ella. Estas estaban con togas que llegaban hasta los pies y eran de color celeste cielo. Tenían unas terminaciones distintas, una especie de dibujos; sin embargo, este patrón no se repetía, tenían distintos dibujos. Todos estaban de pie, erguidos, con la capucha de tal manera que no se vieran sus caras y las manos juntas hacia delante. Elizabeth, sentía miedo, curiosidad, angustia, amor, tranquilidad y paz. Pero no sabía cuál de todos estos sentimientos eran los que más se contrariaban. Ninguno habló. Por lo cual comenzó a observar más allá de estas personas. Era de noche. O al menos, estaba oscuro. Sólo se veía la luna. O lo que comenzaba a ser. Estaba creciendo. Las estrellas, brillaban más que nunca, y era lo único además del suelo, que iluminaba el lugar. El suelo, era de piedra, podría atreverme a decir que incluso granito gris. Este suelo era circular, y justo unos metros antes de terminar el suelo para caerse en el vacío, estaba una circunferencia iluminada que hacía que las figuras de estas personas -seis, por cierto- se volvieran entre tenebrosas o angelicales. Cuando por fin, dejó de ver... se dio cuenta -ya era hora- de que no había paredes, ni techo. Ni siquiera creía que hubiera un suelo de verdad. Es decir, como si este suelo estuviera... ¿flotando? 

Bienvenida -dijo al fin rompiendo el silencio y las cavilaciones de la muchacha la persona que estaba frente a ella. Dio un paso hacia delante- soy la mujer que ha ordenado a traerte. -se quitó muy lentamente su capucha, dejando ver así unos cabellos largos, finos y rubios. Era albina. Tenía unos ojos amarillos impactantes. Una mirada seria. Imponente.- tu padre ha muerto. Y él no ha pagado por sus errores cometidos. Dejándole una tragedia como herencia. De todos modos, no se preocupe. Haremos todo lo posible para que pueda pagarlas.

Elizabeth no caía en su asombro. Mi padre ha muerto, no tengo madre, estoy pasándola canutas y esta mujer me está diciendo que pague su hipoteca... pensaba tan indignada. Sin embargo, su semblante no decía nada, esperando oír más. De todas formas, nadie dijo nada. Todos analizaban sus movimientos. Elizabeth, tras una pausa en la cual reunió el valor y la arrogancia necesaria, sonrió y dijo;

Gracias por su cordial bienvenida, yo soy la joven que has mandado a traer. Supongo entonces, que los errores ajenos deben ser pagados por mí. - todo esto muy irónicamente, pero con ningún ánimo de ofender.entonces, dígame cuál fue su castigo. Cuál fue su pecado. Por qué fue juzgado. Y si así lo considera, "usted, que debe ser la reina de entre los presentes, o al menos sí mía", yo pagaré lo que me haya tocado a mí, que tantos pecados he cometido contra usted.

A pesar de la descortesía de su invitada, otra mujer, dio dos pasos a la muchacha, sin más dilación se quitó la capucha y le dijo muy tranquila y con una voz tan serena y armoniosa que invadía el lugar;

No pretendemos hacerte daño, ni hacerte pagar sus pecados, nosotros, no. Él fue quien se metió solito en el lío. Lamentablemente, ese fue su legado. -la mujer se detuvo al ver cómo la muchacha, seria como estaba, reprimiendo ese dolor incontenible, se le escapaba una lágrima. Se detuvo, y pensó lentamente, cómo responder todo esto sin herirla aún más. Tras unos instantes, y prosiguiendo con prudencia, continuó.- Su pecado fue el de traicionar a su planeta, dejar aquel lugar sin reino, irse al mundo humano y allí criar a sus hijos. Huir de su destino fue su pecado. Robar a sus hijos, fue su pecado. En reinos o dimensiones que aún carecen de conocimiento sobre nosotros, no se debe interferir. Y eso él muy bien lo sabía. Asique, cuando volviera -si es que volvía-, debía pagar sus pecados en... bueno, tendría que enfrentarse a un juicio o hacer pactos para que sus hijas y nuestros hijos se casaran, haciendo así alianzas en ambos reinos. -Elizabeth, respiró aliviada, su padre no había matado a nadie. Sólo quería que sus hijas no se vieran obligadas a casarse por obligación- No has cometido pecado alguno, pero al escapar tu progenitor de las dimensiones conocidas tú en cierto modo has gozado de la huida. Ahora, te daremos opciones, para pagar el precio. Pero preferiríamos que sea cuando cumplas dieciocho. Hasta entonces, te dejaremos libre. Aunque, te estaremos vigilando.

Por primera vez desde que ella comenzó a hablar, Elizabeth la miró fijamente, con una línea fina en sus delicados labios y comenzó a memorizar aquel rostro. Ella tenía el cabello castaño... castaño rojizo. Sus ojos eran verdes, de un verde profundo e hipnótico. No era tan esbelta como la otra, sin embargo, a pesar de tener otro cuerpo, era exótica su figura. Elizabeth, antes de decir nada, comenzó a observar a los demás entes que allí se encontraban. Primero, miró a la persona que se encontraba entre la albina y la castaña-pelirroja. Era un hombre. O eso creía. No se veía mucho através de la toga. Sin embargo, él dio un paso hacia atrás y Elizabeth pudo ver una sonrisa siniestra que le recorrió la columna dorsal. De inmediato, miró al hombre que estaba a la derecha de la rubia, quien no tardó en percatarse. Este, se sacó la capucha, dio tres pasos hacia ella, le tomó la mano y le dio un beso en la misma. Este gesto sorprendió a la muchacha. El hombre era fornido, mayor, tenía el pelo canoso y arrugas de tanto sonreír al rededor de sus ojos. También las tenía en la frente, debido a la preocupación. Este hombre tenía la tez oscura, y sus manos eran suaves. Sus labios fueron muy delicados.

Es un placer conocerte, Elizabeth. Nos veremos. No hay de qué preocuparse. No te desanimes. Vive, se feliz. Disfruta.

Elizabeth, aún más sorprendida que antes, no dijo nada. Hizo un leve asentimiento de cabeza y el hombre volvió a su posición tan pronto como vino. Mantuvo su sonrisa. Elizabeth continuó  mirando. Había una mujer más y un hombre más. Pero ninguno de ellos se inmutó. Tras un silencio más, Elizabeth, decidió ceder a lo que le estaban diciendo. No entendía muy bien, pero sin embargo, se arrodilló en el suelo, dejando su vestido negro esparcido. Y mirando a la luna, dijo;

Señora, intentaré hacer lo que usted manda.

La albina sonrió. Chasqueó los dedos. Todos desaparecieron menos ella. Elizabeth se había quedado sola. Todo se volvió borroso. De pronto, aparecen unos jóvenes apuestos y se acercan a ella, uno le levanta el mentón, le seca las lágrimas. Se acerca a sus labios. Los roza sin tocarlos. La mira con sus profundos ojos negro. Le toca el cabello, la coge por la nuca, y cuando Elizabeth estaba preparándose para aquel beso inesperado, se despierta. Se despierta en su cama, agitada, sudada, asustada y temblorosa. Respira, se siente viva. Otra vez. 

¿Qué ... ¿Qué ha pasado?

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