DOMINIK© [2]✔

Da LuisianaVons

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El problema con las segundas oportunidades es que a veces no sabemos aprovecharlas hasta que las perdemos. ... Altro

DOMINIK
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo.
NOTA FINAL DEL AUTOR

Capítulo 13

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Da LuisianaVons

Dominik

No tengo idea sobre lo que me encuentro mirando en este preciso instante. Mis ojos se sienten adormilados y mis párpados permanecen ligeramente cerrados. Alzo mi mentón para poder detallar mejor su rostro. No tengo dudas, se trata de Alessia.

Curiosamente, ella luce distinta a la última vez que la ví mientras estaba en prisión. Ella al contrario de Amber, había permanecido a mi lado mientras me encarcelaron. Muchas veces, agradecía su compañía, ella me hacía sentir menos solo en aquel oscuro lugar.

—¿Quién diablos eres tu? —veo que le pregunta a la morena sobre mi regazo, frunciendo su ceño.

—Eso debería preguntártelo yo —masculla la morena a la defensiva. Reprimo las ganas de reír frente a ellas pero a juzgar por mi nivel de cordura, dudo que pueda soportarlo durante más tiempo —. ¿No ves que estamos lo suficiente ocupados ya?

Alessia inhala profundamente y noto como las aletas de su naríz se dilatan. Está furiosa. Todos lo notamos.

—Te diré una cosa, y no lo pienso repetir: Te levantas o te levanto, perra —brama. La morena eleva una ceja desafiante lo cual me hace esbozar una sonrisa. La música sigue resonando en los altavoces, causando vibraciones en las paredes del lugar—. Tu lo has pedido...

Alessia se precipita a curvar su mano alrededor del brazo de la morena para tirar de éste con fuerza. Vislumbro como la morena se pone de pie y al doblar la altura de Alessia, una sonrisa triunfante se desliza por sus labios. Oh dios. Va a matarla. Así que a pesar de sentirme fuera de este planeta, hago un esfuerzo en ponerme de pie. Casualmente me doy cuenta de que la morena es de mi misma estatura, quizás sin los gigantescos zancos, sea unos centímetros más baja.

—¿Pueden dejar de actuar como gatas? —inquiero, tambaleandome de un lado a otro y alzando la botella que se encuentra en una de mis manos. Alessia lleva las manos a su rostros exasperada—. ¿Quieren ir a prisión? —la morena niega asustada. Me detengo y les echo un vistazo a cada una, negando de vez en cuando con mi cabeza—. Ninguna de las dos duraría viva en un lugar como ese. Les doy una semana como máximo —aseguro.

—Esa perra empezó —dice la morena. Alessia arquea ambas cejas y las aletas de su naríz vuelven a dilatarse.

—Perra tu mamá.

Ruedo los ojos sin importarme que ambas se enojen. Mujeres. ¿Quién las entiende?

—Creo que ha sido suficiente, es hora de irme —estiro mis brazos y le tiendo la botella a la morena. Ella la acepta sin dejar de mirarme con sus ojos bien abiertos.

Sin esperar alguna respuesta de su parte, comienzo a mover mis pies hasta la salida. Todo gira y mi visión es borrosa, por un segundo pierdo el control de mi mismo y siento que voy a caerme pero una mano me detiene. Giro mi rostro y me encuentro con Alessia, observándome con fijeza.

—Necesito hablar contigo, Drac—suelta Alessia, sin soltar mi muñeca. Hago una mueca y le escucho, pero se que estaría perdiendo el tiempo, seguro ya mañana no lo recordaría—. Oh, ¿qué diablos estoy diciendo? No puedes ni mantenerte por tu propia cuenta.

Curvo mis labios y me zafo del agarre de su mano. Ella lanza un bufido al aire y luego observa a su alrededor algo que pueda ayudarle. Sus ojos claros caen sobre mi después de unos minutos y a pesar de mi nivel de sobriedad puedo notar que está irritada.

—Te llevaré a tu apartamento —dice, y sus manos vuelven a curvarse alrededor de mi muñena.

Comenzaba a detestar su insistencia. No tenía deseos de ir a ningún sitio.

—¿Qué haces aquí, Alessia? —le pregunto sin poder ocultar la molestia en mi voz. Ella me mira y abre la boca con incredulidad.

—Ya te dije. Necesito advertirte algo antes de que sea tarde —asevera.

Una risa irónica se escapa de mi garganta a la vez en la que empiezo a caminar hasta mi camioneta. Ella me sigue, y lo se porque puedo escuchar el repiqueteo de sus botas contra el pavimento. ¿Qué diablos está mal con ella?

Cansado de su actitud de perrito faldero. Me detengo bruscamente, haciéndola chocar contra mi pecho. Sus ojos se abren con dureza, y me observa despectiva a través de sus delgadas pestañas.

—¿Puedes dejar de seguirme?

Una sonrisa incrédula se desliza por sus labios, y abre sus ojos aún más que antes.

—No puedes ni caminar, ¿cómo piensas manejar en ese estado, Drac?

—¡Deja de llamarme así! —bramo con enojo, y ella retrocede un paso. Sus ojos brillan con enojo combinados con un ápice de confusión—. Yo...sólo deja de llamarme de esa manera—digo, esta vez suavizando el tono de mi voz.

Alessia asiente y su mandíbula se tensa. Retrocede unos cuantos centímetros y cuando creo que está a punto de largarse, se detiene.

—Escúchala...

Frunzo el ceño, y le miro. Ella no me observa, sigue dándome la espalda.

—Ella tiene razón, pregúntale que sucedió realmente —continúa, y mis ojos se estrechan al no comprender.

¿De qué demonios me está hablando? ¿A quién debo escuchar?

Es solo cuestión de segundos para que mi cerebro lo comprenda. Tengo una pequeña idea sobre quién puede tratarse, pero ¿cómo Alessia sabía sobre eso?

Alessia se gira, enfrentándome. Sus ojos brillan y puedo ver el reflejo de la resplandeciente luna llena sobre ellos. Su cabello sigue tan corto como antes, pero con un corte distinto.

—No confíes en nadie —advierte, dando unos pasos hacia mí—. ¿Amas a Amber Sullivan?

No respondo. Las palabras se atoran en mi garganta y soy incapaz de pronunciar algo sobre el tema.

—Si en verdad la amas, protegela de él, Dominik. No esperes a que sea demasiado tarde. Protegela de él.

Alessia me dedica una sonrisa triste antes de retomar su camino hacia su motocicleta. Luego, se sube en ella, se coloca su casco y la pone en marcha a toda velocidad, dejándome con mil preguntas sin responder.

¿Quién es él? ¿De quién debo proteger a Sullivan? ¿Sigo amando a Amber Sullivan?

Aprieto mis labios y retomo mi ruta hasta la Jeep que me ha obsequiado Günter.

Günter.

¿Es posible que sea el?

. . .

Amber

¿Cómo pude dejar que todo llegara tan lejos? Estuve a segundos de meter la pata hasta el fondo, si le decía a Drac quien era su hermana, Günter no tardaría en hacer algo para alejarlos. El no quería que ellos supieran la verdad, pero ¿por qué?

Comenzaba a tener un mal presentimiento. Presentía que Günter escondía un misterio más allá de lo turbio, algo devastador que serviría como elemento detonante en la vida de muchos de nosotros. Intentaba descubrir qué escondía detrás de su espalda, pero Günter es demasiado astuto y calculador. No dejaría caer una hoja de un árbol si no le convenía.

Suspiro, y vuelvo a revisar la pila de documentos que se encuentran en mi escritorio. He vuelto a mi apartamento, incluso cuando el mismo Nicholas se opuso al hecho de mudarnos juntos al que alguna vez fue mi apartamento. Muchas cosas han sucedido desde entonces pero los poco centímetros de cemento seguían intactos, ajenos a las situaciones exteriores.

Desde que hablé con Drac me he sentido distinta. Cada vez que el timbre suena, me levanto de ipso facto. Comienzo a creer que me he vuelto paranoica. ¿Qué estoy haciendo mal?

Gabriela se encuentra en el sofá desde hace más de media hora. Desde que tuvo a los mellizos no ha tenido tiempo ni de salir de su casa. Se le ve tan feliz pero a la vez tan triste y estresada que hace que mi corazón se hunda en mi pecho. La pequeña Daniela se acerca con mi teléfono en manos mientras oprime botones al azar con sus delgados y diminutos dedos.

—Princesa, no es un juguete —le digo, pero ella continúa entretenida con el artefacto. Una sonrisa nostálgica se ajusta en mis labios y soy incapaz de decir una palabra más cuando sus brillantes ojos grisaceos se clavan en los míos, automáticamente, sonríe y eso me causa una punzada en el pecho. Me derrito de amor por esa pequeña revoltosa. Suelto un suspiro antes de asentir con mi cabeza y sonreír:—De acuerdo, tu ganas, es tuyo.

Ella ríe, aplaudiendo con sus manitos, y eso me hace sonreír.

Niños.

—¡Daniela, devuélvele eso a la tía Am! —la reprende Gabriela tan pronto se da cuenta.

—¡No! —chilla la pequeña sin dejar de sonreír. Ella se divierte.

—Ya dejala, Gaby. Compraré otro si lo daña, tampoco es la gran cosa —me encojo de hombros, y decido levantarme del asiento para estirar mis entumecidos huesos al estar durante tanto tiempo sentada. Hago un amago de disgusto, ignorando el hormigueo que se extiende por todo mi cuerpo.

El pequeño Denis se encuentra hundido en un profundo sueño en el sofá, tiene el dedo pulgar adentro de su boca, y eso me causa gracia pero también me recuerda a mí. Cuando era pequeña tenía una severa obsesión con mi dedo pulgar, no podía dormir si el no estaba a adentro de mi boca. Recuerdo que Christina pasó años intentando quitarme esa mala costumbre hasta que un día me dijo que si no dejaba de hacerlo me iba a cortar el dedo con un machete. Sonrío con tristeza al recordar a Christina.

Si bien ella no fue la mejor de las mamás pero debo admitir que hay madres peores. Lamentablemente, todo resultó siendo una completa mentira, mi vida junto a ella y cada una de las cosas que introdujo en mi cabeza. Vaya...y terminó siendo la madre biológica del chico que asesinó a mi padre. Suelto una risa seca al darme cuenta de lo descabellado que suena la historia.

—¿Nicholas te deja sola todo el día? —pregunta Gabriela, sacandome de mis cavilaciones.

Asiento, caminando hasta la cocina para servirme un poco de agua. Revisar tantos documentos me ha dejado sedienta.

—Siempre está en una reunión trás otra, algunas veces no llega a dormir pero es normal en él —murmuro, y ella me mira poco convencida. Es normal. Me repito a mi misma.

—Debes amarlo mucho para aguantarle que te abandone durante tantas horas.

Meneo la cabeza, y le doy un corto trago a mi agua. Ella lo nota porque sus ojos se estrechan.

—¿No lo amas?

Evito mirarle a los ojos para no delatarme pero finalmente, suelto un suspiro resignada, y me dejo caer sobre un banquillo. Ella tiene razón, le aguanto tantas cosas cuando en realidad no siento nada por el. Quizás le tengo aprecio por ayudarme cuando lo necesite pero ¿amar a Nicholas Dray?

Amor es una palabra fuerte.

—Le aprecio, Gab. Pero no lo amo—le confieso y ella sonríe, mirándome con sus brillantes luceros bien abiertos.

—¿Sigues amando a...?

—¿Dominik? —me aventuro a indagar. Ella sonríe divertida pero no asiente con su cabeza—. El me odia, Gab...

Mi corazón da una punzada de dolor y retengo las lágrimas para no llorar. Sigue siendo un tema sensible, y a pesar de haber ocurrido hace tres años, no podía sacarme a ese hombre de mi cabeza. Pues, esta no era la típica historia en la que Romeo tiene que hacer altísimos sacrificios para ganar el corazón de Julieta nuevamente, al contrario; yo era quien debía dar explicaciones pero el se resistía a escucharme. Me lo merezco. Lo entiendo de cierta manera.

Si tan sólo supieras que estaba intentando protegerte.

Había un pequeño ápice en mi que me gritaba que estaba haciendo lo correcto. Ninguno de los dos eramos felices pero al menos, el estaba bien y su hermana estaba a salvo. ¿Todos ganan, no?

Su sonrisa, esa arrebatadora sonrisa seguía intacta en el baúl de recuerdos de mi cabeza. Su mirada ardiente cada vez que se enojaba, el color de sus ojos y sus malditos tatuajes adheridos a todo su cuerpo. ¿Quién puede culparme por no haberlo olvidado aún?

Juré vengarme, y de cierto modo lo logré solo que también me quebré a mi misma.

Suelto un suspiro, y ladeo mi cabeza. Gabriela continúa mirandome atenta a mi respuesta. No lo pienso más de dos veces cuando por fin pronuncio esas tres palabras que tanto me he negado a afirmar:

—Lo sigo amando. Sigo enamorada de Dominik —esta vez una sonrisa triste y dolorosa invade mi rostro.

Gabriela sonríe victoriosa y sisea un lo sabía. Pero al darse cuenta de la expresión de tristeza que ha adquirido mi rostro, toma una bocanada de aire antes de hablar.

—¿Por qué no se lo dices? —propone, y automáticamente niego como si estuviese loca.

—¿Se te zafó un tornillo? El me detesta, Gabriela.

Su mirada comprensiva cambia drásticamente, su rostro adquiere una expresión seria y sus cejas se elevan con reproche.

—Amber Sullivan, creo que los dos están lo suficientemente gradesitos como para enfrentar y aclarar los malentendidos que han ocurrido entre ustedes —espeta, y le presto atención. Me recuerda a una madre regañando a su hija—. Ya no tienen veinte años, Amber. Necesitan madurar, dejar a un lado ese maldito orgullo que separa a las personas. El orgullo es un arma de doble filo, acaba contigo y con las personas que amas.

—¿Qué sugieres que haga?

Gabriela inhala una bocanada de aire, y se pasa los dedos por detrás de la oreja.

—Dile la verdad —concluye—. Dile la verdad antes de que sea demasiado tarde y termines perdiendo su amor por completo.

Relamo mis labios, y asiento. Ella tiene razón. Maldita sea. Junto mis labios, y traslado mis ojos hacia ella. Daniela intenta treparse entre las piernas de la morena para sentarse en su regazo y comenzar a toquetear su rostro con sus pequeñas manitos. Luego, presiona el ojo de Gabriela con un dedo y ésta suelta una blasfemia.

—¡Malldita sea, Daniela! —chilla furiosa y la pequeña estalla en una carcajada contagiosa. Me uno a su coro y eso la incita a seguir pinchando el rostro de su madre.

—Maldita sea —repite la pequeña, imitando a su madre, y por un momento mi mente me visualiza al momento en el que tenga hijos.

¿Seré buena madre? ¿Podré con ello?

—¡Ya basta, jovencita! —suelta Gabriela y Daniela vuelve a imitar su acción, dejando caer mi teléfono al suelo, haciéndolo añicos.

—Ups...

. . .

Me arremango las mangas del suéter que llevo puesto, y continúo caminando a través de los senderos del cementerio. Son alrededor de las seis de la tarde, y ya el cielo ha comenzado a oscurecerse. El frío me hela los huesos pero permanezco frotando mis manos de vez en cuando para adquirir algo de calor.

Vengo al cementerio de vez en cuando, ya no es tan frecuente como antes, recuerdo que mi primer beso con Drac fue en un cementerio. El siempre tan romántico. Sonrío ante el recuerdo que se plasma en mi cabeza, y me incita a llevar mis dedos a mis labios, recordándolo. Sus suaves labios sobre los míos. Extraño sus besos. Lo extraño a él.

Reprimo el nudo que se instala en mi garganta, y me detengo frente a la lápida con el nombre de mi padre grabado en ella. Una ráfaga de aire golpea mi rostro y sacude mi ropa, me coloco de cuclillas para recoger los tallos de flores antiguas que alguna persona dejó sobre ella. Me cuesta tanto respirar cuando estoy aquí. Siento que el puede verme, y me cuesta trabajo retener las lágrimas. Sin pensarlo, todo comenzó el día de su muerte.

—Te echo tanto de menos... —musitó con la vaga esperanza de que el pueda escucharme. Aún recuerdo las alucinaciones que tuve con el mientras estaba en el psiquiátrico, buscando las cosas de Christina. Se había sentido tan real que me mis pulmones ardían en mi pecho—. Quisiera que estuvieses aquí. Quisiera poder darte un último abrazo, papá.

—Los muertos no hablan.

Rápidamente, limpio una lágrima que se ha resbalado de mis ojos. Al girar mi cuello me encuentro con los ojos grisaceos de una chica que se me hace demasiado familiar. No demoro en recordar su rostro, Alessia.

—¿Alessia Hale? —inquiero asombrada, y ella asiente con una sonrisa ladeada. Sus ojos destellan tristeza, y me pregunto a qué se deberá su inesperada visita.

—Sólo Alessia —me corrige, y es inevitable fruncir el ceño. Ella viste unos pantalones altos y ajustados que le otorgan unos centímetros más de estatura. Luego se acerca un paso hacia mi—. Estuve en tu apartamento y tu amiga me echó a patadas, pero me lo merezco por comportarme como lo hice contigo.

Elevo la ceja, y no se si esa es su manera de disculparse o qué está sucediendo en su cabeza en este preciso instante.

—Debes odiarme, Amber. Hice cosas que... —niega con su cabeza en modo de desaprobación, como si se sintiera culpable de sus acciones del pasado—, no se deben hacer. En especial contigo, fui una maldita contigo. Entiendo si tu odio no permite hacer que me escuches.

—No te odio, Alessia. No odio a nadie, en realidad —replico con sinceridad. Ella hace una mueca de decepción hacia ella misma.

—Yo me enamoré de él. Me enamoré profundamente de Dominik Habich —suspira, y puedo notar como una sonrisa triste se ajusta en sus labios—. Cuando le abandonaste en prisión pensé que era mi oportunidad, pensé que el un día se fijaría en una idiota como yo —sus ojos inspeccionan los alrededores, y caigo en cuenta de que la noche ya se ha instalado en la ciudad. Puedo escuchar el sonido de los suburbios desde esta parte del cementerio—. Ese fue mi primer error, creer que Dominik dejaría de amarte, Amber Sullivan. No se qué embrujo le hiciste pero te ganaste algo más valioso y precioso que cualquier joya, te ganaste su corazón.

—Alessia, yo...

—Sólo quiero que el sea feliz, Amber. El lo merece, lo necesita antes de volver a perderse entre las tinieblas. Así que he vuelto por una razón...—Alessia limpia una pequeña lágrima que se ha resbalado de su ojo y luego, vuelve a observarme esta vez con seriedad—. He venido a advertirles...

Elevo mis cejas, pero centro toda mi atención en ella.

—No confíes en él. Yo se toda la verdad, se que Barbara es la hermana de Dominik, y creo que es hora de que el lo sepa pero no puedes decírselo aún.

—¿Qué? ¿por qué no?

Ella suspira, y se da la vuelta, dándome la espalda. Seguidamente, suelta un irritante silbido y de entre los helechos y arbustos, aparece un animal. Hachi. Mi corazón da un vuelco de alegría y el ladra al verme. Me reconoce al instante y echa a correr hacia mi. Ignorando la presencia de Alessia, me coloco e cuclillas para poder abrazarlo.

Su pelaje blanco sigue siendo abundante, sus ojos siguen siendo tan azules como el océano y su cola se agita de un lado a otro con constancia.

—Te extrañé tanto, yo... —Hachi lame mi rostro, y yo vuelvo a colocarme de pie.

Alessia sonríe tristemente, y luego comienza a mover sus largas y esbeltas piernas fuera del alcance de mi vista. Pero antes de irse, sin girarse, agrega:

—Los muertos no hablan, a menos que no estén realmente muertos.


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