La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 30 Feliz Primer Año

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By DeyaRedfield

—¿Ya un año? —preguntó Sherlock fingiendo curiosidad. Bell cabeceó rápidamente—. ¿Segura que un año?

—¡Si Sherlock! —Exclamó—. Ya se cumplirá un año desde que llegue a Baker Street.

—Imposible —continuó el detective mientras tomaba su violín—, llegaste hace un par de semanas.

La niña frunció el ceño y se cruzó de brazos. Ya no se veía tan contenta como hace unos momentos.

—¡Ya será un año!

—El tiempo no va así de rápido. Llegaste hace unas semanas, estoy muy seguro de ello.  

Bell suspiró mientras tomaba asiento en el sillón de John. Sherlock siguió a la niña con la mirada pero en el fondo lo sabía, pronto Isabelle cumpliría el año viviendo con él en Baker Street y eso también significaba otra cosa: un año sin resolver el caso Jones. El audaz Sherlock Holmes no podía creer que el tiempo fuera tan veloz, ya que, hace unas semanas estaba seguro de tener pistas concretas respecto al caso y se sentía a pocos pasos de resolver quien había matado a Samara, que relación había con los Moran y que tanto se involucraba su hermano en ello, pero, todas esas oportunidades se habían esfumado por nuevas incógnitas. Ahora, ya pronto se cumpliría un año desde que la niña llegó a las puertas del 221B de Baker Street.

—Un año... —susurró.

La pequeña frunció el ceño ante las débiles palabras del detective y este, preocupado por ser escuchado, observó a la niña con esa clásica mirada que le caracterizaba ser un hombre serio y sin paciencia.

—¿Qué pasa? —preguntó la niña.

Sherlock negó y dejó que sus dedos se balancearan en las cuerdas del violín, generando un suave tono.

Las delicadas notas flotaban por todo el living room y deleitaba, como siempre, los oídos de la niña. Isabelle adoraba cada vez que Sherlock tocaba el violín, era de las mayores cosas que amaba en 221B y él lo sabía. De vez en cuando, el detective se tomaba un tiempo y complacía el silencioso capricho de la niña tocando alguna que otra pieza musical.

—¿Te gusta el violín? —De la nada preguntó el detective mientras la niña le miraba.

—Suena hermoso —contestó con una leve sonrisa.

—¿Y por qué tocas el piano? —cuestionó. Sherlock había deducido, desde el primer momento que la vio, que ella se dedicaba al piano.

—Porque a mi mamá le gustaba.

—Entiendo.

—Pero, el piano no me gusta mucho. Siempre me ha gustado el violín.

Sherlock arqueó una ceja.

—¿En serio?

—Sip. Solo que nunca le dije a mi mamá.

—¿No querías lastimarla? —cuestionó dudoso.

Bell se encogió de hombros.

—Creo que no.

—Ya veo.

Nuevamente el silencio se forjo, ambos se observaron con cierta incomodidad hasta que a el detective se le ocurrió algo.

—Yo podría enseñarte a tocar el violín.

—¡¿Deberás?! —Exclamó sorprendida—. ¡¿Me enseñarás con tu violín?!

Esta vez el detective encogió los hombros.

—No a cualquiera le prestó mi violín —dijo mientras acercaba más el instrumento a su pecho—. Es mi mayor confidente.

—Creí que era el tío John.

Sherlock frunció el ceño y curioso miró a la niña.

—No entiendo porque esa respuesta. Es irrelevante.

—Perdón —respondió la niña—. Creo que entiendo, el violín te ayuda a pensar.

—Correcto.

—¿Por eso son los días que no hablas y tocas sin parar? —Sherlock afirmó—. ¡Oh...! ¿Y si conseguimos un violín? —Preguntó animosa—. ¡Para que me enseñes!

—No creo que sea fácil. Un buen violín tiene su precio, y yo, no te enseñaría con cualquiera. Necesitamos uno de buena calidad, tal vez Stradivarius.

—¿Un stradiqué?

—Stradivarius. Es quien hacia violines —dijo mientras giraba el suyo—, y son lo que llevan las notas a otro nivel.

—¡Oh! —exclamo maravillada.

Sherlock poso el violín bajo su barbilla y comenzó a tocar una suave melodía.

—Este es una Circa 1880, —continuó Sherlock ante la música—. ¿Lo sientes? Cada nota, cada movimiento. Logra que la música suene con preciosidad. Un Stradivarius logra que la música llegue hasta ese punto que cualquier violinista querría. La perfección.

Sherlock finalizó la música y bajó el violín para observar a una fascinada Isabelle. El detective no evitó una sonrisa y sentirse maravillado por el ansia de aprendizaje de la niña, dentro de él un gran orgullo se forjó.

—¿Podremos conseguir un Stradi... eso? —preguntó ansiosa.

—Lo intentaremos, Isabelle —respondió Sherlock aun sonriente.

En esos momentos fueron interrumpidos por lo que eran unos pasos y voces familiares.

—¡Hola, hola!

Ambos voltearon y miraron entrar a los Watson. Bell se alzó del sillón y corrió abrazar a cada uno de los miembros, en especial la bebé.

—¡Rosie, te he extrañado mucho! —exclamó mientras la recibía con muchos besos.

La pequeña Watson sonreía y entre cada suave risa, pronunciaba con gran alegría "Bell." Mary y John observaron encantados aquella escena.

—Rosie también te ha extrañado mucho, Bell —dijo Mary.

—Yo también la he extrañado mucho, tía. Me alegro que vinieras Rosie.

—¡Bell! —exclamó mientras estiraba sus manitas hacia ella. Mary se acercó más y dejo que su hija se abrazará de la niña.

—Que lindas se ven —dijo John mientras volteaba a ver a su amigo, quien rápidamente había cambiado su semblante—. ¿Interrumpimos algo?

Sherlock negó suavemente.

—Me alegró que llegarás.

—¿Algo nuevo? —cuestionó curioso.

—Tal vez...

Ante esa respuesta John se dirigió a tomar asiento en su sillón y Mary les observó.

—Bell —dijo devolviendo la vista a las niñas—, ¿qué te parece si vamos con la señora Hudson?

—¡Si! Hoy va a preparar biscuits, podríamos ayudarle.

Mary sonrió, tomó a Rosie para cargarla y extendió una de sus manos para que Bell la tomará.

—Nos retiramos señores —continuó Mary con una sonrisa juguetona—. Ustedes diviértanse.

—Gracias Mary —respondió John con una sonrisa. Sherlock también respondió con una fugaz sonrisa.

Las tres bellas damas se retiraron del living room y Sherlock, con delicadeza, acomodó su violín mientras John le miraba.

—¿Cuáles son las novedades? —preguntó ansioso.

—Un año —respondió veloz mientras juntaba sus manos.

—¿Un año?

—Así es. Ya pronto se cumplirá un año desde que Bell llegó a Baker Street.

—¿¡Ya!? —exclamó sorprendido.

—Increíble, ¿verdad? —cuestionó sarcástico.

—¡Vaya! Sí que el tiempo se ha ido rápido.

—¡Oh el tiempo! —Exclamó Sherlock mientras se alzaba de su sillón—. ¿Qué es el tiempo, mi querido John? —este le miro curioso—. El tiempo es solo algo relativo. Para ti un año ha sido un viaje delirante mientras que para mí —en eso sonrió—, para mí fue una semana empírica.

—Sherlock, ¿estás bien?

—Por supuesto que no estoy bien, mírame, atorado en un caso por un maldito año... ¡El tiempo es el único culpable! —Exclamó irónico mientras giraba el arco de su violín—. Culpable con todo este caso.           

—De acuerdo... Cálmate.

—¿Calmarme? ¡Por favor!

—Sabemos que el caso de Samara no ha dado frutos, pero eso no quiere decir que nos tengamos que presionar.

—John — interrumpió furioso—. Un año. Hace un año, una niña, con habilidades en la deducción, llegó a mi puerta pidiéndome ayuda para saber quién mató a su madre. Y dime ¿qué nos hemos encontrado en todo este año? El drama de un pseudo terrorista, asesinatos de familias, posibles conexiones de Moriarty, Magnussen, Mycroft... ¿Debo continuar?

—No, no tienes. Pero este no es el primer caso que nos toma tiempo, Sherlock.

—¡¿Es que no lo estas entendiendo, John?! ¡Un año! —repitió.

—Bueno Sherlock, a mí también me frustra no saber todo lo que necesitamos, pero debemos seguir adelante. No frustrarnos, no detenernos.

—Ese es el problema, John. No nos hemos detenido. ¿Y cuántas incógnitas más han salido?

—Es verdad, tienes razón —dijo alzándose de su sillón para ponerse a la par de su amigo—. ¿Cuántas incógnitas no han salido? Muchas, demasiadas, pero tienes que saber que, hasta que no sepamos donde esta Sarah Jones, muchas de esas incógnitas nos serán resueltas.

El detective guardó silencio ante la respuesta de su amigo y pudo sentir como la verdad le golpeada fuertemente al rostro. John estaba en lo correcto, la única manera que podrían resolver la mayoría de estos enigmas era de esperar la presencia de Sarah Jones para que pudiera ser investigada, mientras, todo seguiría estancado.

En la cocina, la señora Hudson ya había puesto a hornear la primera bandeja de biscuits mientras Mary tomaba un delicioso té y veía a Bell como jugaba con su pequeña Rosie. La bebé reía ante cada cara graciosa que Bell le ponía y también la escuchaba atentamente cada vez que Bell contaba alguna historia de Sherlock y John.

—¿Te gusto el té, querida? —preguntó la señora Hudson mientras tomaba asiento.

—Como siempre, delicioso —dijo con una gran sonrisa.

—Me alegro. Querida, supongo que has de saber, que Bell pronto cumplirá un año aquí con nosotros.

—¿En serio?—cuestionó sin creerlo.

—Así es —continuó la señora mientras cabeceaba suavemente—. Bell ya tendrá un año aquí, en Baker Street.

—¡Vaya, parece que fue ayer cuando la conocimos! El tiempo sí que va rápido.

—¡Oh querida, va como no tienes una idea! Yo a veces me pongo a pensar cuando Sherlock llegó aquí y después se unió John —suspiró—, siento como si hubiera sido ayer ¡y mira! John, casado contigo y con una niña, y Sherlock... bueno, yo diría que Bell cuida más de él, pero ambos con dos pequeñas.

Mary se mantuvo con su sonrisa.

—Tiene razón señora Hudson. Tal vez, el día de mañana vea a Bell y Rosie resolviendo misterios como Sherlock y John.

—¡Oh linda —exclamó—, creí que era la única que lo pensaba!

Ambas dejaron brotar sonrisas risueñas y dejaron a su imaginación volar ante aquella idea, que, más allá de una idea podría volverse una realidad. Entre cada risita, Bell se acercó a ambas mujeres y ellas voltearon a mirar a la pequeña.

—¿Pasa algo, cariño? —preguntó maternal la señora Hudson.

—¿Podría decirles algo? —respondió nerviosa.

—¡Claro, Bell —dijo Mary— puedes decirnos lo que sea!

—Pues... —comenzó algo nerviosa— tuve una idea, bueno, Rosie y yo tuvimos una idea. Pronto cumpliré un año, aquí.

—¿Si?

—Y había... habíamos pensado —se corrigió— que tal vez, sería una bonita idea, celebrar mi primer año viviendo aquí.

La señora Hudson y Mary miraron por un momento inciertas a la niña, quien comenzaba a ponerse nerviosa. Ambas se miraron y unas enormes y cómplices sonrisas se plasmaron en sus rostros.

—¿Una fiesta? —cuestionó Mary. Bell afirmó—. No suena mal, ¿qué opina señora Hudson?

—Me parece bien, una pequeña celebración no vendría mal aquí y, además, podría lucirme con un delicioso pastel.

—¡¿De verdad?! —preguntó sorprendida la niña.

—Por supuesto.

—Si linda —continuó Mary—, Rosie y tú tuvieron una fabulosa idea. ¡Celebremos tu primer año aquí, en Baker Street!

Bell se lanzó abrazar a Mary quien le correspondió tan gran abrazo.

—¿Y... y puedo invitar alguien más? —continuó emocionada.

—¡Claro! ¿A quién quieres invitar?

—A Molly y Tommy, al inspector Lestrade, a los papás de Sherlock pero a su hermano no, me da miedo.

—Claro Bell, invitaremos a todos, menos al amargado de Mycroft.

—¡Si! —Gritó emocionada pero ese momento se vio opacado por una interrogante en la cabeza de la niña—. ¿Creen que Sherlock quiera que se haga una fiesta?

Las dos mujeres se miraron un tanto dudosas.

—No te preocupes corazón —dijo Mary—, yo hablaré con el amargado de Sherlock, ya verás que si se hará la fiesta.

Bell dio otro abrazo a Mary y luego abrazó a la señora Hudson, agradeciéndoles por aceptar la idea de la fiesta. Luego se acercó a Rosie y la miró con una enorme alegría.

—¡Rosie, lo hicimos, se hará una fiesta!

La pequeñita dio una carcajada y Bell le abrazó con suavidad.

—Sherlock —llamó John algo fastidiado. El detective llevaba un aproximado de veinte minutos caminando de un lado al otro de la habitación e ignoraba cualquier llamado de su amigo—. ¿De verdad vas a estar así?

—¿Estar cómo?—preguntó.

—¡Milagro! Hasta que te dignas hablar.

—Se supone que estamos buscando los nexos de los Moran con las Jones, ¿alguna pista?

—Bueno Sherlock, no me dijiste que hacer. Me diste tu plática del tiempo, lo insultaste y te pusiste a caminar sin nada más.

El detective volteó y observó a John con unos ojos llenos en ira.

—¿Y no buscaste las conexiones?

—No adivino.

—¡No se trata de adivinar, John, se trata de buscar conexiones!

—¡Perdóname por no seguirte el ritmo! —exclamó igual de exasperado.

—¡Sabes perfectamente lo que hacemos aquí! ¡Resolver casos y tenemos uno con un año de retraso!

—¡Ya te pedí perdón y hago lo mejor que puedo!

—Pues no parece.

—Toc, toc ¿interrumpo la pelea marital? —dijo Mary divertida y ambos le miraron.

—Mary, no es gracioso.

—¡Oh claro que sí, querido! —Exclamó mientras se acercaba a su marido—. ¿Qué es lo que está pasando?

—¡Pues aquí, la reina del drama, se molesta porque no me da a entender que hacer para el caso!

—¡¿Perdón, a quien le dices reina del drama?!

—¡A ti, Sherlock Holmes!

El detective se indignó ante tal comentario y a punto de responderle a su amigo, fue interrumpido por su referí.

—Suficiente los dos, paren ya o si no, no despertaran hasta mañana —ambos guardaron silencio y, como niños pequeños, agacharon sus cabezas—. Perfecto, ahora que tengo su atención necesito comentarles algo.

—¿Qué pasa?

—Es algo importante.

— e escuchamos —dijo Sherlock mientras ponía sus manos a sus espaldas.

—Ya saben que Bell, cumplirá un año aquí en Baker Street —ambos cabecearon—. Bien, ¿qué les parece si, realizamos una pequeña fiesta para celebrar su primer año?

Sherlock y John se miraron extrañados.

—¿Una fiesta? —preguntó curioso John.

—Ajá, Bell me hizo el comentario que quería una fiesta por su primer año aquí en Baker Street y, la verdad, me parece una buena idea.

—No soy un experto pero, ¿no está mal hacer eso? —Sherlock preguntó.

—Esto será raro —continuó John—, pero concuerdo con Sherlock. No hemos podido resolver quien mato a su madre ¿Y hacer una fiesta?

—Entiendo muchachos pero, mírenlo de la siguiente manera: Bell aún tiene ese shock por lo que paso, hagamos esto como una manera de ayudarle a superarlo. Ustedes seguirán con el caso y ella habrá recibido una buena terapia. ¿Qué les parece? —finalizó con una esperanzadora sonrisa.

El detective y el doctor se miraron y, veloces, se convocaron a una pequeña junta.

—¿Celebrar su año aquí? —cuestionó incrédulo Sherlock.

—Mary tiene razón y míralo por ese lado. Bell aún tiene ese shock post-traumático, tú mismo me lo has dicho que son varias noches en que despierta gritando pidiendo a su mamá. Hagamos la fiesta, que la niña este contenta y, tal como dijo Mary, tendrá una buena terapia.

—No lo sé John...

—Vamos Sherlock, por Bell.

Por esas palabras Sherlock Holmes dejó escapar una enorme bocanada de aire. No podía negarlo, la idea de era buena y Bell estaría contenta. Sí, eso importaba, que la niña estuviera feliz. Por él, que no se hiciera nada, además, ¿una fiesta? era absurdo, pero tal como dijo Mary, una terapia para Bell sería lo mejor. Todo fuera por ella.

—De acuerdo, me parece bien —dijo y John sonrió— pero...

—¿Pero? —cuestionó preocupado.

—Con una condición.

—¿Cual condición? —preguntó Mary. Ambos voltearon sus miradas, sorprendidos de que su junta privada hubiese sido escuchada.

—¿Escuchaste?

—Claramente. ¿Qué condición quieres, Sherlock?

Sherlock retomó su firme posición y aclaró su garganta.

—Mi condición es... —se detuvo y una pausa de un minuto se formó. Mary y John le miraron extrañados hasta que sus labios volvieron abrirse— Que me dejen la decoración a mí.

Mary y John no pudieron evitar la sorpresa sobre su rostro, tanto que al notarlo Sherlock suspiró amargamente.

—¿Tú quieres hacer la decoración? —preguntó fascinada Mary.

—¡Por supuesto! —Exclamó aun molesto—. Si tú o la señora Hudson se encargan de ello, decoraran toda mi área de trabajo con brillantina y cosas lindas. No quiero eso.

Mary no evitó una carcajada y John aun miraba sorprendido a su amigo. ¿Lo había escuchado bien?

—¡Vaya, Sherlock! Estoy sorprendido, pero si me parece bien que tú te encargues de eso. Tienes buenos gustos, nos ha quedado claro así que, tú has tu magia decorativa.

—Lo hago porque no quiero que estropeen mis cosas.

—Sí, claro, como digas.

—Hablo enserio, John.

—Si Sherlock, y yo nací ayer... si...

El detective rodó sus ojos, Mary no podía con sus risas y John observó a su amigo indignado ante tal sarcasmo. Habría que ver que pasaría por la cabeza del detective ante una pequeña fiesta infantil.

Era la hora de dormir y Bell yacía sentada en la cama, atenta escuchando a Sherlock leerle "El principito." Finalizando un capítulo, el detective cerró el libro y, con una mirada seria vio a la pequeña que le observaba con gran atención.

—¿Qué pasa? —preguntó curiosa.

—¿Por qué celebrar tu año aquí? —cuestionó frio y directo.

Ante esa seriedad Bell pasó saliva difícilmente y observó temerosa al detective.

—¿Te molesta?

—Solo quiero saber.

—Te molestó —afirmó.

Sherlock cerró sus ojos y suspiro rápidamente.

—No Isabelle, no me molesto, solo quiero saber: ¿Por qué?

La niña tomó a su señor conejo, lo abrazó con gran fuerza mientras que sus ojitos marrones se posaban, tristemente, sobre el detective.

—Fue idea de Rosie.

Nuevamente otro suspiro.

—Rosie es una bebé, aun no puede generar ideas.

—¡Te lo juro, fue su idea!

—Isabelle —mencionó algo cansado—. Ya te lo dije, no me molesta en lo absoluto, solo quiero un porque de esa idea —La niña se encogió de hombros y él volvió a suspirar—. ¿Ya lo habías planeado, verdad?

—Tal vez...

—Debí adivinarlo, me estas llevando ventaja. Estoy sorprendido —Bell sonrió un poco—. Pero bueno, como ya sabes, habrá fiesta y necesito hacerte unas preguntas.

— ¿Si?

—Como ya tenías planeada la idea de la fiesta, debo de suponer que has imaginado como quieres la fiesta.

La niña parpadeó rápidamente.

—¿Querer de adornos y eso? —cuestionó curiosa. Sherlock afirmó—. Había pensado, algo con globos rosas, no muchos unos cuantos, un pastel, a todos los que invitamos y ya.

—Debí suponer que querrías cosas rosadas —mencionó con un terrible suspiro mientras se alzaba de la silla—. Bien, yo me encargaré de ello.

—¿Deberás?

—Así es. Y ahora, a dormir.

Bell se recostó y Sherlock hizo su labor de cubrir a la niña hasta el cuello. Ella sonrió, a pesar de sentirse asfixiada, y el detective se mostró satisfecho por su labor. Sí que había mejorado.

—Buenas noches Isabelle.

—¡Espera! —Exclamó y este le miró curioso—. ¿Puedo pedir algo?

—¿Algo de qué?

—Algo como un regalo, por mi primer año.

—Dime.

—Quiero de regalo, que me compongas una melodía.

Al escuchar ello Sherlock parpadeó confuso.

—¿Una melodía?

—Si... —respondió la niña con una juguetona sonrisa— Sé que compones. Muchas veces tocas una melodía, que no es común, es una dedicación para alguien... más bien una ella.

El detective ahora se vio perplejo.

—¿Una melodía? —repitió evadiendo y sorprendido.

—Si.

—¿Quieres una composición por mí?

—¿Te molesta? —preguntó preocupada.

—No, no... Es solo que... Esperaba que me pidieras resolver quien mato a tu... —Sherlock cerró los labios al darse cuenta del error que había cometido.

Los ojos de la niña se opacaron terriblemente y dejó cubrirse en como el ambiente se tensaba en la habitación. ¡Bien hecho, Holmes!

—Bueno... eso yo sé que lo estás resolviendo... —respondió tristemente.

—Y pronto lo haré, lo prometo —dijo esperando que el ambiente se mejorará—. Pero ¿por qué esa petición?

—Porque sería uno de los mejores regalos del mundo.

Sherlock percibió como al tragar saliva esta se le atoraba en su garganta, se sintió curioso por aquella petición, pero no era la primera vez que hacía alguna sonata. Bien estaba la que había creado para La Mujer, y para Mary y John el día de su boda. Y debía reconocer que, en algunas veces, de todo este año, en su cabeza rondaban algunas notas musicales inspiradas en la niña.

—Descansa Isabelle —fue lo único que pudo responder después de unos momentos de silencio.

—Buenas noches, Sherlock —dijo la niña cerrando sus ojos y dejándose embarcar en el mundo de los sueños.

Una melodía, una sonata para Bell. Sabía que debía dar lo mejor.

Sherlock Holmes se había preparado para crear la mejor fiesta de primer año para Isabelle. El detective se había inundado en ideas que iban más allá de lo creíble, una de ellas era llenar los cielos de Londres con demasiados globos colores pasteles y que estos volaran por toda Inglaterra. Idea, un tanto descabellada, pero que dejo sorprendido a John. 

—¿No que no querías que Mary o la señora Hudson arruinaran tu espacio?

La única respuesta que John obtuvo fue una mirada asesina y con ello Sherlock se dispuso a seguir caminando y observar el área de artículos para fiestas mientras que John le pedía disculpas sin cesar.

—¡De acuerdo, de acuerdo, lo siento! Es que tu idea es tan... ¡fuera de sí!

—Solo fue una idea. No era necesario tomarla tan en serio.

—Como tú digas —dijo mientras se ponía a ver todos los materiales—. ¿Alguna otra idea? que no incluya cosas tan extravagantes.

Sherlock rodó sus ojos.

—Isabelle quiere cosas rosadas.

—¡Oh, tuviste la decencia de preguntarle!

Esta vez el detective suspiró amargamente.

—Sí, tuve la decencia. Ahora ayúdame a escoger todo lo que sea rosado.

—¿Todo? —preguntó sorprendido.

Sherlock no respondió, comenzó a tomar adornos rosas y John sabía que no le quedaba de otra más que obedecer y empezar a seleccionar todo lo que viera en rosa. Entre más escogían Sherlock visualizaba tan claramente a la niña asombrada, esperaba con ansias ver esa carita iluminada por una gran sonrisa e incontrolable felicidad.

John contó unas quince bolsas, entre globos, confeti y demás material para la fiesta. El doctor Watson estaba, más allá de sorprendido, impactado; nunca había visto a Sherlock así, pensaba que aquella vez en la biblioteca, el detective se había realmente lucido; había mostrado un lado de él que realmente desconocía pero ahora todo se había vuelto diferente. Las locas ideas para la fiesta que había propuesto, todo el material comprado, el tiempo y empeño que estaba poniendo. Definitivamente este era otro Sherlock, uno quizás paternal, un lado que jamás pensó conocer y todo gracias a una niña que había llegado a pedir ayuda al 221B de Baker Street.

Al llegar a casa el detective se dispuso a buscar tutoriales en YouTube sobre como adornar globos con confeti y brillantina, adorno servilletas y tuvo las agallas de sugerirle a la señora Hudson el sabor del pastel y la decoración de este mismo, logrando que los últimos días Sherlock tuviera prohibida la entrada a la cocina. Él solo quería que todo fuera perfecto para ese día. Bell se había dado cuenta del empeño que Sherlock daba para la fiesta, el descubrir confeti y demás regados por el suelo del living room, hacían pruebas irrefutables que el detective estaba en todos los detalles y eso hacía que lo apreciara mucho más.

Las semanas se fueron rápido, los casos, la gente iban y venían, lo habitual en la vida de Sherlock Holmes. En su living room se encontraba junto a John y el inspector Lestrade quien venía insistiendo con el caso de los Borgia, el cual Sherlock negaba ayudar. Era de no creerse que ese caso tuviera más de medio año y no se habían dignado en resolver, Scotland Yard sí que era increíble.

—Ya te dije que no, Geoff

—Es Greg —respondió molesto—. Y si te estoy pidiendo ayuda es porque no hemos podido resolver esto.

—Es algo simple, claro que pueden resolverlo. El problema es que tu gente es muy floja, y si yo resuelvo eso, estaré perdiendo tiempo valioso.

—Sí, tiempo valioso que inviertes en rellenar globos con confeti —se burló John.

Ante ese comentario Lestrade dibujó una sonrisa en su rostro la cual John siguió, en cambio Sherlock observó molesto a su amigo.

—¿Podrías decirme que es tan gracioso? Porque no encuentro la gracia, John.   

—Realmente, no había gracia.

—Estoy siendo objeto de burla, así que, me encantaría saber la gracia y reírme con ustedes.

—Sherlock, tranquilo —continuó Lestrade—. Solo nos da algo de alegría en saber el empeño que estas poniendo para la fiesta de Bell.

—¡Oh! ¿Y eso merece burlarse?

—No nos estamos burlando, terquedad. Será algo difícil de explicarte, pero nos alegra verte así.

—Exacto. Cambias radicalmente.

Sherlock se puso a meditar por unos segundos.

—Aun así, no entiendo que les divierte.

—Síguelo pensando, genio.

John y Lestrade volvieron a reír y Sherlock sintió como la ansiedad e ira se apoderaban de él, por no entenderles. Se alzó de su sillón y observó a sus dos amigos.

— Bueno ya es algo tarde, y mi valioso tiempo lo he de invertir en terminar de rellenar globos con confeti.

—¿Nos estas corriendo? —preguntó Lestrade confuso.

—Estaba hablándote con diplomacia pero ya que lo mencionas, sí. Mañana es la fiesta y debo preparar todo. Ahora, largo.

—¡Wow, este asunto ya se puso muy serio! —exclamó John mientras se alzaba—. Está bien, nos retiramos y nos veremos mañana para la fiesta.

—Buenas noches —dijo Sherlock apuntando hacia la puerta.

John no evitó rodar sus ojos con diversión y Lestrade no dejó de ver a Sherlock de una manera muy confusa. Ambos salieron al pasillo y el detective lanzó la puerta logrando que el sonido hiciera eco por todo el lugar. Los hombres se miraron, aceptaron la actitud del detective y dispusieron a irse cada quien por su rumbo.

Sherlock suspiró aliviado al ya no escuchar ni a John ni a Lestrade. Realmente ya no tenía nada que preparar, todo lo había acabado desde hace varios días. Lo que realmente importaba era un pequeño y doblado papel que yacía sobre su atril. Se acercó, lo tomó y le miró con gran estudió. En su mente memorizaba y sonaba lo que había en esa hoja, repasaba mentalmente cada momento y lograba que en su cabeza sonará dulce y perfecto. El regalo que la niña le había pedido estaba realizado y le había costado horas y horas de desvelo al detective para lograr una sonata pura e inocente para ella, y el día de mañana sería tocada como su maravilloso regalo de primer año.

Aún no eran ni las nueve de la mañana cuando Bell entró al living room, emocionada y chillando de la alegría por su fiesta de primer año. Sherlock, quien se había quedado dormido en su sillón, despertó adolorido del escándalo de la alegre niña.

—¡Hoy es mi primer año! —exclamó mientras se acercaba a él.

—¿Felicidades? —se cuestionó y la respuesta fue un fuerte abrazó por parte de la niña.

Aun adormitado Sherlock trató de volver en sí y pedir respeto por su espacio personal pero, tal vez, solo por hoy, concedería el permiso de que la niña le abrazara las veces y el tiempo que quisiera. Después de unos momentos Bell se soltó y observó al adormitado detective.

—¿Vendrán tus papás?

—Me temo que no.

—¿Por qué? —preguntó triste.

—Están algo ocupados, pero después vendrán a verte.

—¿Y vendrán Molly y Tommy?

—Dudo que falten.

—¿El Inspector Lestrade?

—Si no tiene trabajo, sí.

—Ni para que preguntar de mis tíos John y Mary.

—Ellos serán los primeros en llegar, te lo aseguro.

—¿Y empezamos a preparar todo?

—Son las nueve. Desayuna y prepararemos todo a mediodía, ¿de acuerdo?

Una Bell sonriente cabeceó rápidamente y dejó el living room para ir a desayunar.

La mañana se fue veloz y el medio día llego. Sherlock se dispuso a preparar el montón de globos que había estado preparando durante la semana, los demás tipos de adorno y todo lo brillante para cuando llegasen los invitados. Bell ayudaba y miró maravillada el empeño que él le había puesto a la fiesta, estaba alegre y muy agradecida con Sherlock por ello.

Tal y como Sherlock dijo, los primeros en llegar fueron los Watson, decidieron comprarle un pequeño regalo a la niña, el cual Rosie entregó y Bell agradeció con todo su corazón el detalle. Un rato después llegaron Molly y su sobrino Tommy. El pequeño niño, al ver a la niña, no dudo en correr hacia ella, abrazarla, felicitarla y darle un beso en su mejilla, provocando que ambos niños se sonrojaran. El detective vio impresionado la escena y la acción más repentina que tuvo fue tomar a Bell de su mano y sentarla, exclusivamente, en su sillón, cosa que jamás había sucedido. El pequeño Tommy se sintió apenado por su acción, pero en el fondo no se arrepentía; él se había dispuesto a regalarle un beso a Bell y lo había logrado. Los adultos reían con ternura por aquel lindo gesto del joven Hooper, pero también se habían extrañado de la acción del detective.

La fiesta había dado inicio, aunque en sí, los adultos platicaban y los niños jugaban (vigilados celosamente por Sherlock), era una reunión tranquila y agradable y más cuando a la señora Hudson llegó con un enorme y delicioso pastel de frutas. Tal y como Sherlock lo había supuesto, la señora Hudson no tomó en cuenta sus opiniones con respecto a cómo debía de diseñar el pastel pero no podía negar que se veía delicioso.

—¿Quieren poner velitas al pastel? —preguntó animosa la señora Hudson.

—¡Si! —Exclamó Bell—. ¿Podríamos poner diez velitas?

—¡Claro preciosa! Solo dame un momento...

—Yo me encargo —interrumpió Sherlock mientras tomaba la caja.

Todos miraron sorprendidos al detective. Sherlock colocó delicadamente las diez velas en el pastel y al mismo ritmo las encendió. El fuego comenzó a iluminar y hacer más colorido al pastel y Bell se sentía maravillada por ello.

—Debes pedir un deseo, Bell —dijo Molly al ver todas las velas encendidas—. Cierra los ojos y piensa en uno.

La niña miró a Molly y cabeceo rápidamente. Cumplió las reglas que Molly le dijo y comenzó a pensar en varios deseos.

Pasaron unos minutos, Bell abrió los ojos y muy decidida sopló cada vela en el pastel. Al terminar de apagar las velitas, todos aplaudieron y desearon un feliz año a la pequeña Isabelle, pero entre tanta alegría fueron interrumpidos por el sonido de la puerta principal. La señora Hudson, diciendo que no era su ama de llaves, se dispuso a ir y atender el repentino llamado.

La alegría seguía inundando el living room del 221B, cuando entró una nerviosa y preocupada señora Hudson.

—Querido... —llamó mirando a Sherlock, quien notó el pánico en su casera.

Sin comprender que pasaba, alguien apareció detrás de la señora y esta decidió moverse para que la persona se hiciera visible.

—Perdónenme, ¿el señor Sherlock Holmes?

Todos alzaron las miradas hacia la puerta principal y vieron a una hermosa mujer, de cabellera castaña; ojos claros y una piel algo bronceada. Su vestimenta y joyería daba a entender que era una mujer de clase.

—¿Quién le busca? —preguntó John.

—Busco al señor Holmes, por el caso de mi hermana Samara y mi sobrina. Yo, soy Sarah Jones.  

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