Dos veces ella

By AprilRussel123

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Patricia Milan es una joven editora radicada en Canada. Trabaja para una de las editoras mas importantes de T... More

Prólogo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo final
Nota

Capitulo 21

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By AprilRussel123

Patricia aún seguía sumergida en su dolor aunque ya no tenía lágrimas para llorar. Adriana había pasado por ella a casa del psiquiatra antes de que César pudiera dar con ella. Estaba ida, ella le hablaba y parecía estar en otro mundo. Aún tenía muchos golpes visibles y la mirada pidiendo a gritos morirse.

— Patricia, anda siéntate aquí. Tienes que comer algo

— No tengo hambre

— Aún así, tienes que comer. —Se quedó callada y solo volvió a sentarse junto al balcón para mirar a la nada. Adriana se acercó con una charola y algo de comida y sonriéndole tenue añadió — Sé que para sentir lo que sientes tú hay que vivir la tragedia, pero te aseguro que no estás sola Patricia. Tienes que ayudarme a ayudarte.

— No sé quién soy, no sé dónde estoy, no sé dónde estuve. No sé qué decir, no sé qué sentir. Soy algo así como un cuerpo sin alma, sin espíritu. Ese me lo quitaron hace años.

— Alguien quiere verte, sé que te ayudará mucho verlo.

Negó con la cabeza

— No quiero ver a nadie

— Cambiarás de opinión, ya verás.

Adriana hizo pasar a la visita que aguardaba para ver a Patricia y ella al verlo, sintió que su corazón dejó de latir por unos segundos. Sus ojos sollozaron y su mente aún lo recordaba. Bajó la mirada y solo se quedó callada sin saber cómo reaccionar. Adriana los dejó a solas y Sean rompió el hielo

— Hola

— ¿Qué haces aquí?

— Quiero ayudarte

Tragando saliva respondió con frialdad

— No necesito ayuda, vete

— Necesitamos hablar, Patricia

Ella negó con la cabeza deseando que solo se fuera lejos. No quería que César le hiciera daño. Lo amaba cómo la primera vez. Derramó una lágrima y rápidamente dijo con dolor

— Debes irte

— No lo haré

— Tienes una hija, una familia. Aquí corres peligro

— No Patricia, no corro más peligro del que tú corres.

Apretó los labios cubriendo los golpes que César le había dado que aún no sanaban.

— Él ya no puede lastimarme más de lo que lo ha hecho. Tranquilo

— No te va a volver a poner un dedo encima, te lo prometo. Y más me preocupa el peligro que representa tu mente. Tú dolor.

— No sé de qué hablas. 

Agarró sus manos y odiando recordarle ese sufrimiento resopló

— Hablo de esa pequeña que tuviste y que por accidente le quitaste la vida.

Patricia al escucharlo se tornó nerviosa y lo menos que deseaba recordar era a su pequeña. Comenzó a morderse las uñas y negó con la cabeza algo delirante.

— No...,no..., ¡No! Vete, vete ¡Vete!

Sean sujetó fuertemente a Patricia obligando a que lo mirara a los ojos. Ella lo hizo muerta de dolor por dentro y el muriendo de amor y dolor por ver a la mujer que amaba cada vez más delirante.

— No me iré, tenemos que hablar. Evitarlo no hará que desaparezca Patricia.

— ¿Quien te habló de eso?

— No importa, lo que sí importa es que lo sé. — Curvó la comisura acariciando su mejilla — No voy a juzgarte, jamás lo haría. Pero necesito saber de ti, qué fue lo que pasó. Que hizo que tu vida cambiara y tu mente colapsara.

Patricia bajó la mirada y no pudo contener las lágrimas. Sean se acercó a ella sentándose a su lado y algo tímido la abrazó y los sentimientos comenzaron a aflorar. Sus miradas se encontraron para luego encontrarse sus labios. Se besaron suave y tiernamente, sus lenguas se reencontraron tímidas después de cinco años de añorar unas a otras. Por más que lo intentara no podía negar que la amaba, que ella era la mujer que deseaba a su lado. Y eso le dolia, le quemaba amar a una mujer que jamás sería suya.

— ¿Por que me besas?

— Porque deseaba hacerlo — Respondió Sean — Deseaba probar los labios que me tienen enamorado hace años.

— Mientes..., no estás enamorado de mi. Es solo pena o lastima lo que sientes. Tienes una esposa, una pequeña hermosa. Ni siquiera sé qué haces aquí. 

Sean sonrío y suspirando agarró sus manos.

— Porque te amo Patricia. Porque después de vivir cinco años al lado de Annabelle con tu recuerdo en el corazón me convencí que eres el amor de mi vida. Quiero ayudarte, quiero que tú mente se aclare, que esas personalidades qué hay en ti desaparezcan y solo esté en ti Patricia, mi Patricia.

Patricia se puso de pie y alejándose de Sean, tragó saliva volviendo a sentir que su mente se confundía. Preguntó muchas cosas, pero entre todas las cosas que preguntó tenía una muy clara, Sean no estaría mucho tiempo junto a ella. Ella no lo permitiría, tenía que protegerlo como fuera de las amenazas de César.

— Debes irte

— Aún no hablamos de lo que te he preguntado

Sin darle muchas vueltas, apretó los dientes y se decidió a contarle ese terrible dolor que cargaba día y noche.

— Hace años tuve una hija con César, desde siempre he sido una loca, una maniática, una inútil. Eso era lo que él me decía. Tenía que tomar antidepresivos y un día, me quedé dormida junto a mi pequeña, cuando desperté sentí el horror más grande que he podido sentir, mi hija... — Patricia derramó una lágrima sintiendo aquel dolor como si hubiese ocurrido hacía poco. — mi hija estaba muerta, la había asfixiado y desde ese momento César disfruta haciéndome sufrir como venganza por haber matado a nuestra hija.

Sean quiso consolarla pero las lágrimas y el dolor rápidamente se esfumaron de los ojos de Patricia. Otra vez, sus pensamientos se confundían, su dolor comenzaba a esconderse tras otra que no era ella.

— Patricia, ¿Estás bien?

Ella arqueó una ceja y fría preguntó

— ¿Nos conocemos? ¿Que hace en mí habitación?

— Otra vez no por favor, anda ven acá. Siéntate.

— ¡Salga de mi habitación ya!

— Cariño, sé que sufres, sé qué hay cosas que aún desconozco que te atormentan, pero quiero que sepas que haré hasta lo imposible por sanar esas heridas.

Ella rio algo burlona y respondió alejándose de él.

— Estás bien loco. No sé de qué hablas.

Sean optó por seguirle la corriente y decidido a al menos volver a traer a Patricia devuelva le invitó un helado a la mujer que creía ser ella y luego de pensarlo unas cuantas veces, Patricia aceptó el helado con el hombre que en esos momentos era un extraño para ella. Sean la llevó a una heladería cercana y ella poco a poco comenzaba a ser más abierta con él aunque su mente en aquel momento no lo recordara.

— ¿De fresa o vainilla?

— Fresa está bien.

Sean se sentó en la mesa con los helados y dándole uno suspiró buscando la manera de aunque fuera por un día entero Patricia no cambiara de personalidad.  Ella comenzó a comer el helado y se veía muy serena para todo lo que le ocurría. Sean preguntó si algo le afectaba y ella negó con la cabeza afirmando que ella tenía una vida perfecta. Era frustrante, era como si hablara con la pared.

— Aunque no entiendas nada de lo que te voy a decir, necesito que me escuches Patricia.

— Bien, te escucho

— Tienes que dejarme ayudarte. Esta condición, este cambio de personalidad que tienes puede llevarte a la cárcel nuevamente.

Ella río y tomando otro poco más de helado negó

— A ver, para ir a la cárcel hay que hacer algo ilegal. Que yo sepa no he hecho nada ilegal. Amigo, estás como que delirando un poco.

— Quizá no lo recuerdes porque lo has hecho con otra personalidad pero te has metido con cosas ilícitas. Patricia, te metiste en la mafia.

Ella sonrió incrédula y saboreando su helado encogió los hombros.

— Y se supone que te crea

— Se supone que me dejes ayudarte. Sé que de alguna manera lo hiciste para protegerte de ese hombre que te ha hecho daño pero no es lo correcto, las autoridades van a comenzar a buscarte.

Patricia bajó la mirada y poco a poco volvió a ser ella nuevamente. Al ver a Sean ante sus ojos tragó saliva y dejando el helado a un lado comentó

— Debes regresar a Canadá, si sigues aquí vas a morir. César no va a parar hasta matarte.

— ¿Por qué lo haría?

Patricia bajó la cabeza y soltando una lágrima no pudo esconder lo que su corazón aún con tanta confusión y dolor sentía.

— Él sabe que te amo, nunca he dejado de amarte. Sabes, cuando vi a tu pequeña me sentí feliz por ti pero algo en mí se terminó de morir. En ella vi todos mis sueños frustrados, un amor que jamás podré vivir y una miseria que me va a seguir hasta el día de mi muerte. ¿Por qué tuviste que llamarla igual que yo?

— Porque todo me recuerda a ti, porque aunque intente odiarte no puedo. Y no me iré, no permitiré que ese hombre te haga daño

— Vete

— No lo haré

— Tú me haces más daño

Sean se quedó confundido. ¿Como podría hacerle daño? La miro y rápidamente preguntó

— ¿Por qué dices eso?

— Porque el me lastima el cuerpo y el alma, pero tú me lastimas el corazón. Estás casado, tienes una hija. No sé qué haces aquí cuando tienes una familia que te espera en casa. Sé cuál es mi destino, nadie lo va a poder cambiar. Estoy loca, no recuerdo la mitad de lo que hago en mis días.

— Quiero ayudarte

Ella sonrió con pesar y cruzándose de brazos intentó al menos no demostrar que moría del dolor al pensar lo que tenía que decir aún así la destrozara por dentro.

— Ya es muy tarde. Nadie puede hacerlo. Por favor, vete.

Negó con la cabeza

— No me iré de Argentina hasta estar seguro de que serás siempre la misma Patricia.

— ¿De qué sirve? Te irás y no nos volveremos a ver. Da igual que sea quien sea.

Sean intentó no llorar y mirando aquellos ojos de los que se había perdido, a los que amaba con toda el alma, sonrió con algo de pesar.

— El que no esté junto a ti no significa que no te ame como la primera vez. Y si no puedo amarte como deseo, al menos quiero que estés bien.

Patricia se quedó callada y miraba los coches pasar con la mente algo distraída. No quería pensar,  no quería imaginar cómo sería su vida huyendo todo el tiempo. Bajó la mirada y sin mucho que perder respondió.

— Debo regresar con Adriana, y tú debes regresar a Canadá.

— No lo haré

— Entonces no me busques. No lo hagas, regresa con tu familia.

El móvil de Patricia sonó y al ver que era César se tornó nerviosa y llena de miedo. Sean notó su palidez y preguntó quién era. Patricia se negó a contestar y levantándose de la mesa pidió que la llevara a la casa de Adriana a gritos. Desconcertado hizo lo que Patricia le pidió y al llegar a la casa de Adriana se percató de que ella aún no llegaba.

— No te dejare sola

— Ella llegará en cualquier momento.

— Esperare a que ella llegue. Entonces me iré.

Aún con la mente confundida y Sean con el corazón enredado, ambos aún sentían una fuerte atracción el uno por el otro. Sean se quedó en la sala de estar leyendo una revista y Patricia evitando estar cerca de él y desearlo, se metió a la ducha y se repetía a sí misma que dejara de pensar en un hombre que jamás sería para ella. Sean escuchó la ducha y su mente comenzó a imaginarse el cuerpo desnudo de Patricia. Hacía cinco años que no la tocaba, que no le hacía el amor, que no admiraba la belleza de su cuerpo. Tragó saliva y sacudió la cabeza intentando no pensar en ella. Pero le era imposible, la deseaba mucho más que antes. Cerró los ojos odiandose por no poder controlar sus sentimientos. Caminó hasta la puerta y no pudo resistirse en mirar a escondidas a Patricia. Miró sus pechos, sus curvas, esa piel blanca y el dulce y delicado tono rosado de sus pezones, sus piernas, admiraba el rostro del que se había enamorado perdidamente, pero también se le encogió el corazón, aquel cuerpo que no solo deseaba, sino que amaba estaba lleno de golpes, moretones y cicatrices recientes aún sin curar. Solo deseaba más que hacerle el amor, llenar de besos y caricias esas heridas para de algún modo opacar el dolor que le provocaba llevarlas. Patricia se volteó y pilló a Sean espiándola de tal modo, se cubrió rápidamente muriendo de pena.

— Que..., qué haces ahí

— Admirándote

— No hay nada que admirar

—¿Porque te cubres?

Encoge los hombros

— Estoy frente a un hombre casado, además no tienes porque verme.

Sean sonrió con ternura y acercándose a ella acarició su mejilla sin dejar de mirarla a los ojos.

— Estás frente a un hombre que no solo ha visto tu cuerpo desnudo, también lo ha hecho suyo. Estás frente a un hombre que daría lo que fuera por regresar el tiempo atrás y enmendar errores. 

Patricia con seriedad y dolor en su mirada se alejó de él y caminando hacia el balcón se recostó sobre la puerta corrediza mirando el paisaje nocturno de Buenos Aires y sin más respondió.

— Pero no puedes hacerlo, no puedes enmendar errores así como no puedes enmendarme a mi ni lo que vivo día a día. Vete por favor y si es cierto que sientes algo por mi, no me busques, regresa a Canadá y has de cuenta que nunca me conociste. Me harías un gran favor.

Derramó una lágrima y sentía una impotencia terrible al tener tantos miedos dentro de ella y no poder gritar por ayuda por miedo a que su marido terminara por cumplir la promesa de hacerle daño. Algo le pasaba a Sean y ella terminaba por quedar muerta en vida.

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