Heridas Profundas

By EberthSolano

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Rebecca tiene una enfermedad que podría matarla. Un día conoce a Allen, un chico triste y solitario al que le... More

✨Heridas profundas✨
✨Prefacio✨
✨Capítulo 1✨
✨Capítulo 2✨
✨Capítulo 3✨
✨Capítulo 4✨
✨Capítulo 5✨
✨Capítulo 6✨
✨Capítulo 7✨
✨Capítulo 8✨
✨Capítulo 9✨
✨Capítulo 10✨
✨Capítulo 11✨
✨Capítulo 12✨
✨Capítulo 13✨
✨Capítulo 14✨
✨Capítulo 15✨
✨Capítulo 16✨
✨Capítulo 17✨
✨Capítulo 18✨
✨Capítulo 19✨
✨Capítulo 20✨
✨Capítulo 21✨
✨Capítulo 22✨
✨Capítulo 23✨
✨Capítulo 24✨
✨Capítulo 26✨
✨Capítulo 27✨
✨Capítulo 28✨
✨Capítulo 29✨
✨Capítulo 30✨
✨Capítulo 31✨
✨Capítulo 32✨
✨Capítulo 33✨
✨Capítulo 34✨
✨Capítulo 35✨
✨Capítulo 36✨
✨Epílogo✨
✨Capítulo extra✨
✨Agradecimientos✨

✨Capítulo 25✨

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By EberthSolano


Cuando Rebecca Collins escuchó los suaves golpes en su puerta, de alguna manera supo de quién se trataba, pues era de noche y además el único que podía ir a verla a esas horas era Allen. El cuerpo se lo avisó o alguna extraña conexión lo hizo, pero no dudo en abrir la puerta. Ella también lo estaba esperando.

Y no se equivocó.

Era Allen.

Verlo con esa hambre en sus ojos la derritió.

Todo él era maravilloso. Su mirada de volcán ardiente la descolocó. Parecía que había encontrado la comparación perfecta: Allen era un peligroso volcán apagado que en cualquier momento podía hacer erupción. Y terminar por estallar en sus labios.

Los brazos de Becca lo recibieron con fervor. La sangre le hervía bajo la piel y sin duda sus cuerpos se sincronizaban como si fueran un solo instrumento. Becca se dejó apretar en sus brazos y despacio los dos encontraron el camino hacia la cama. Como el primer encuentro, ese choque estuvo lleno de gemidos guturales, pasión ardiente y un sentimiento cálido que se dibujó al verse las pupilas mientras se amaban.

• ────── ✾ ────── •

Becca movió el brazo y descubrió el pecho desnudo de su inquilino. Abrió los ojos con sorpresa y emoción contenida al saber que Allen no se había marchado a media noche. Con satisfacción, lo observó dormir. Le gustó ver su rostro relajado. Sus dedos querían acariciarlo, pero se contuvo, pues no quería despertarlo.

Tenía ganas de tomarle una fotografía. Allen era estúpidamente bello mientras dormía. Con la expresión más tranquila que le había visto se perdió varios minutos en su rostro. Le gustaría que más a menudo, y sobre todo al estar despierto, Allen mostrara ese grado de sosiego en su rostro.

Porque siempre, siempre tenía una sombra de dolor, de tristeza oculta en sus ojos. Allen tenía el alma herida y era en realidad mucho más frágil de lo que aparentaba.

Una sonrisa se extendió en sus labios al saberse afortunada por encontrarlo en su camino. Tal vez ese era el motivo de su llegada a Nueva Orleans: curar las heridas de Allen, y las propias también.

Motivada por la idea, se levantó de la cama con sigilo —antes tomó sus medicamentos, se aseó la boca y el rostro— y fue a sentarse en su pequeño escritorio donde solía hacer todos sus trabajos. Abrió el documento del borrador de su tesis y comenzó a trabajar en ello. Era un arduo trabajo, pero lo disfrutaba.

Estaba tan ensimismada en su investigación que no se percató del gemido de asombro del chico con el que había tenido sexo. Guardó el avance en su documento y se dio la vuelta para mirar al muchacho. Allen parecía confundido cuando se levantó de la cama con los pantalones torpemente puestos y con la playera en el brazo.

Tenía una mano en la cabeza y la miraba incrédulo, y un poco turbado.

—¿Dormí contigo? —preguntó con voz queda, casi temerosa.

Becca rio para sus adentros, actuaba como si acabara de cometer algún delito al dormirse con ella. Asintió con una sonrisa de complacencia.

—Al parecer sí, dormiste conmigo —lo dijo con satisfacción.

Allen sacudió la cabeza y avanzó hacia la puerta.

—Demonios, tengo que ducharme —balbuceó hasta que llegó a la puerta y salió casi trastabillando.

Becca rio entre dientes y sacudió la cabeza.

Con una media sonrisa en los labios abrió un archivo nuevo para comenzar a crear una lista. Presentía que Allen abriría poco a poco las puertas de su corazón. Y eso le emocionaba, no podía negarlo. Con el documento en blanco, tecleó: cosas para hacer sonreír a Allen.

Después de unos cortos minutos suspiró encantada. Sabía que todo lo que había escrito implicaría estar con él de una forma más cercana a la que los dos habían establecido desde un principio; pero, a decir verdad, traspasar ese límite le parecía inevitable.

En ese momento sonó el timbre de su celular.

Contestó enseguida.

—¿Becca? —preguntó la voz de su madre—. ¿Puedo hablarte o estás ocupada?

—No, mamá; dime.

—Te llamo para recordarte que el sábado de la próxima semana es tu cumpleaños, exactamente en seis días. Y tu papá y yo queremos que lo celebres con nosotros el domingo, ya que tal vez el sábado quieras pasarlo junto a tus amigos...

Becca se mordió el labio inferior. Realmente no tenía planeado festejar su cumpleaños número diecinueve, pero ayudaría mucho en un aspecto que a ella le interesaba. Sería la excusa perfecta para invitar a Allen y pasar un fin de semana con él.

—Gracias, mamá, por la intención. Y por supuesto que me encantaría. —Estaba sonriendo de oreja a oreja—. Será algo pequeño, ¿no?

—Claro, como a ti te gusta. Ya sé que odias las fiestas con toda la familia incluida.

La joven se rio.

—Sí, lo sabes.

—Entonces, estaría perfecto. Podrías llegar en la tarde para la comida que te prepararemos con tus bocadillos favoritos... No sabemos cuándo pueda llegar esa llamada Becca, así que no quiero que te guardes nada.

La joven sonrió con los ojos aguados, a punto de las lágrimas. La desesperación de su madre le produjo un nudo en la garganta. Sin duda, su madre quería un cumpleaños especial en familia, pues nadie podía saber si se trataría del último. La joven asintió cuando una lágrima se desbordó por su mejilla.

—No te pongas sentimental, mamá. Yo quiero... verlos felices y tranquilos. Lo sabes —susurró.

Escuchó a su madre sollozar.

—Sí, tienes razón. Te dejo para que hagas tus cosas, que asumo serán muy importantes... Más tarde te volveré a llamar para conversar lo de tu cumpleaños... Te amo, Becca.

—Yo también te amo, mamá —masculló ella antes de colgar.

Respiró profundo un par de veces e intentó olvidar su sentimentalismo y su propio futuro para pensar en lo que debería hacer con Allen. No sabía cuánto tiempo tenía y por ello debía poner todo su empeño. Como si fuera ese mismo día su última oportunidad.

Terminó de vestirse con una muda sencilla antes de tomar su mochila y guardar sus pertenencias. No sabía si Allen también tenía intenciones de salir con ella o si ya se había marchado, pero trató de pensar con optimismo y salió de su departamento con la mayor de las esperanzas.

Soltó un suspiro de alivio cuando descubrió a Allen recargado en la pared del pasillo. Vestía unos vaqueros, una camisa negra de franela con cuello de tortuga y una chaqueta roja. El cabello húmedo intensificaba su mirada. Se le cortó la respiración. A veces Allen podía llegar a verse dolorosamente atractivo. ¡Y sus ojos! Eran el colmo de la belleza.

—¿Irás a alguna parte? Es domingo. —Ella sonrió.

Allen metió las manos en los bolsillos de su pantalón y la miró dubitativo. La joven no tenía idea de la guerra que se liberaba en su interior, entre hacerle caso a su razonamiento o a su absurda necesidad de estar con ella, más allá de lo establecido. Pero no se había marchado y había esperado a que ella estuviera lista. ¿A quién quería engañar?

—Los fines de semana suelo pasarlos con Sam, mi hermano adoptivo. Pero estos días ha estado bastante ocupado...

—Eso quiere decir que estarás libre... —Becca sonrió aún más—. Si es así, ¿me acompañarías a desayunar? He olvidado hacer las compras y bueno, quiero salir.

Allen apretó los labios y soltó las manos para rascarse la mejilla con resignación. Al final el deseo de seguir mirándola sonreír había ganado a la parte lógica que le gritaba que se alejara de ella lo más que pudiese.

—Bueno, yo no sé si sea una buena idea salir juntos. Ya sabes —Allen ladeó la cabeza—, lo que habíamos acordado...

Becca sacudió la cabeza e ignoró sus palabras.

—Deja eso. —Se rio y cruzó los brazos—. ¿Vienes?

Allen olvidó sus objeciones y precauciones y solo pudo asentir. La verdad era que tampoco iba tan obligado, y eso comenzaba a hacer mella en él.

• ────── ✾ ────── •

Allen no dejaba de examinar cada movimiento de ella al comer. Y a causa de eso, el rostro de Becca comenzaba a enrojecerse de la vergüenza.

—¿Por qué me miras así?

Allen reaccionó y bajó la mirada a su platillo, que ya casi terminaba. Hacía unos segundos Becca había hecho un gesto con sus labios y sus cejas —al tomar su bebida— tan parecido al gesto que solía hacer su hermana que simplemente había capturado toda su atención. Fue repentino, y no era que Becca se pareciera a su hermana físicamente, pero como a veces le sucedía, solía ver destellos de Rebs en otras personas. Era como el mecanismo de su mente para no olvidar a su hermana. No olvidar su rostro.

—Nada, lo siento. —Allen esbozó una mueca—. Solo que hiciste un gesto que me recordó a mi hermana.

Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire.

Becca abrió la boca para contestarle, pero prefirió tomar agua y pasarlo por alto, pues no sabía si era buena idea estar de cotilla otra vez. Eso era lo que menos quería cuando estuviera con él. Solo quería hacerle pasar un buen rato.

—No sé qué decir.

Se sentía como una tonta.

Allen comprendió y negó con la mirada puesta en un punto fijo del restaurante.

—No hace falta —comentó, y tomó un trago de agua—. Mejor... cuéntame más sobre ti.

Ella lo miró con sorpresa.

Ahí estaba, otra vez, su mirada intensa. Allen tenía una forma de mirar que era imposible que alguien no se sonrojase cuando lo hacía.

Y vaya, él quería saber sobre ella. Le alegró en sobremanera el hecho de que Allen encontrara interesante su vida y no le fuera indiferente como siempre trataba de denotar en sus palabras y actitudes. Sonrió y dejó de lado la comida que le faltaba en el platillo.

—Bueno, no soy muy interesante, pero me alegra que sientas curiosidad. —Sonrió antes de tomar aire ante su mirada penetrante—. Prácticamente he vivido toda mi infancia en Jacksonville, hasta que entré a esta universidad y decidí hacer un cambio radical en mi vida... La mayoría de mi familia vive allá, por lo que estoy prácticamente sola... Aunque, bueno, mis padres me llaman todos los días.

Allen asintió con interés y se surcó cierto alivio en sus ojos volcánicos. Era una alegría inmensa para él saber que la vida de esa chica no había estado empañada por el dolor y el sufrimiento. La de él era un total contraste. En todos los sentidos.

Él tenía heridas profundas.

Ella siempre fue medicina.

—Pero si allá estaba tu vida, tu familia... ¿Por qué decidiste venir aquí? —le preguntó Allen, un poco confundido.

Entonces ella se mordió el labio inferior y contestó lo que siempre decía cuando le preguntaban sobre aquello, aunque nunca era la verdadera respuesta.

—Quiero ser más independiente y vivir nuevas experiencias —respondió con la voz más baja, como si tuviera miedo de que alguien la pudiera escuchar y contradecirla.

Aunque en parte sí decía la verdad. Quería ser como cualquier adolescente normal, quería vivir, experimentar lo que siempre había soñado: ir a la universidad, tener amigos, divertirse, ser feliz, y tal vez tener un gran amor. Aunque lo último lo había encontrado en una situación peor que la de ella, aunque rescatable. La gran diferencia era que ella podría no tener salvación. Las heridas de Allen eran... reversibles.

Allen ladeó la cabeza y se convenció de su respuesta, aunque un deje en las palabras de Becca no sonaba convincente. ¿Acaso escondía algo entre líneas?

—Eso suena bien. También hubiera querido que ese fuera mi motivo para venir aquí. Pero no, es completamente distinto. —Y su mirada fue de ausencia, perdida en recuerdos del ayer.

Becca comenzaba a reconocer la mirada que ponía cuando pensaba en ella, en su pequeña hermana. Se notaba bastante, pues sus ojos volcánicos se entrecerraban y una sombra de oscuridad parecía posarse sobre ellos.

—Pero, al fin y al cabo, esos motivos nos han hecho encontrarnos... —susurró ella con alegría—. Para mí nada es casualidad, y estoy segura de que por algo te he conocido.

—Sí, aunque nuestra relación no sea de lo más normal —murmuró él con un poco de diversión, pero de inmediato su expresión cambió.

Allen frunció el ceño y no dudó en decirlo.

—Y sin duda, no la más conveniente.

En realidad, seguía pensando que Rebecca se había arriesgado demasiado al aceptar tener esa relación con él; aunque, a decir verdad, comenzaba a agradecérselo. Y lo peor de todo, comenzaba a pensar que sería inevitable no sentir ganas de conocerla, de estar con ella, y de sobrepasar lo pactado. Pero tenía miedo, pues estaba convencido de que él era un peligro para ella. No en el sentido en que pudiera hacerle daño físicamente, pero sí podía romperle el corazón cuando sus miedos lo superaran. Y Becca no se merecía nada a medias, en absoluto. Ella era una luz resplandeciente que no tenía por qué lidiar con una sombra de tristeza como él.

—No creo que sea así, Allen —respondió ella con determinación.

Allen convirtió sus labios en una fina línea.

—Pero es la verdad, Rebecca —dijo con dureza—. Deberías interesarte en alguien que no esté tan roto por dentro, que te quiera sin importarle nada, que te merezca. Y yo, lo sé, sé que no merezco que hayas aceptado este tipo de relación conmigo. Es... horrible para ti.

Los ojos cafés de Becca brillaron de forma especial.

—No, Allen —susurró con la voz ronca—. No querría una relación con nadie más, así fuera de lo más perfecta. Si es contigo, vale la pena.

Y él no emitió ninguna palabra más.

Pero fue consciente del sentimiento que lo embargó al oír esas palabras, que fueron como un bálsamo de agua tibia para su alma helada.

• ────── ✾ ────── •

Más tarde, las copas de los árboles se mecían al ritmo del viento mientras Allen y Rebecca caminaban por un pequeño parque después de haber salido del restaurante. La chica andaba a pocos centímetros de su inquilino y le aliviaba notar que él no parecía querer marcar su propio espacio, sino que permanecía a su lado lo bastante cerca. De pronto, a lo lejos vieron a dos pequeños: un niño castaño que vendía golosinas y una niña más pequeña que lo acompañaba.

Sin darse cuenta, Allen detuvo su paso y miró fijamente a los niños que deambulaban por el parque, en busca de esperanzas para sobrevivir. Sus ropas eran desgastadas, pero sus sonrisas en sus rostros lo compensaban. Allen vio cómo el niño le tomaba la mano a la pequeña y cómo le hablaba y le despeinaba el cabello suelto. Recuerdos de su infancia con su hermana —en las mismas condiciones que ellos— nublaron su mente y sintió un peso en el pecho que dolió en el alma.

Los ojos y la voz de Rebs llegaron a su mente y todo pareció volverse a desmoronar en su interior. En apenas segundos pudo volver a experimentar sensaciones nunca olvidadas. Nunca lo habían dejado, estaban ahí y a veces salían a flote.

Becca se percató del estado de Allen y se acercó un poco más a él. Y por la mirada que tenía, ya lo sabía, en ese mismo instante recordaba su pasado. Sin miedo, se atrevió a tocarle el dorso de la mano. Le provocaba gran compasión cuando él tomaba esa mirada tan melancólica.

Pues en esos cortos segundos Allen se convertía en el chico triste que siempre ocultaba ser. Y eso le estrujaba el corazón.

—¿Estás bien? —preguntó bajito.

Él reaccionó y centró su atención en ella.

Soltó un suspiro y negó con la cabeza.

—Recuerdos, recuerdos solamente —admitió y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta roja.

—No tienes que ocultar tu dolor conmigo, Allen.

Él alzó la mirada al cielo y después volvió a la realidad, regresó de su ensoñación. No entendía por qué se sentía tan tranquilo, generalmente cuando tenía esos episodios lo que hacía era marcharse sin importar nada, nadie. Pero en ese instante no pudo dejarla ahí, sola.

—Robaron a mi hermana cuando yo tenía once años y ella nueve... —confesó mientras recordaba aquel día tan lejano y trágico—. Desde entonces la he buscado hasta por debajo de las piedras, pero parece habérsela tragado la tierra. No sé si algún día pueda volver a saber de ella...

Allen no se dio cuenta del agua que iba amontonándose en sus ojos hasta que tuvo que parpadear para evitar que cayeran las lágrimas. Becca sintió pequeño el corazón. Tan solo escucharlo le habían dado ganas de besarlo, de acariciarlo, de llenarlo de amor hasta que olvidara su lamento y su tragedia. Pero ahora se ponía a pensar... ¿Con amor lograría sanar a Allen? Por ahora no se le ocurría una medicina mejor. Y ella estaba dispuesta a dársela. Después de todo, era consciente del sentimiento que ya había nacido en su corazón.

—Lo siento tanto, Allen... —susurró ella mientras seguían andando, a paso lento—. Es realmente horrible, ahora puedo saber por qué reaccionaste así aquella vez.

Allen apretó los labios y recordó con un sentimiento de culpabilidad lo que le había dicho aquella vez, y cómo la había asustado. Estaba arrepentido.

—Realmente me da horror ver el abuso y la violencia porque de eso estuvo llena mi infancia. Por eso no dudé en defenderte —dijo con la mandíbula apretada—. Pero después viene el remordimiento que me causa el saber que no pude defender a mi propia hermana. Y entonces... enloquezco de rabia.

Allen detuvo su andar y acarició la mejilla de Becca, ella sintió espasmos en todo su cuerpo. Apenas el toque era perceptible, pero era la caricia más íntima que él le había dado. Y comprendió que no era dónde la tocaba, sino cómo lo hacía. Había una sutil diferencia muda en los tipos de caricias. Porque sí, se podían diferenciar.

—Perdóname, Rebecca. Y te lo vuelvo a decir, te has arriesgado demasiado al aceptar esto que tenemos —susurró antes de bajar la mirada—. No quiero hacerte daño.

Becca le volvió a tomar la mano con más decisión, y sonrió.

—Y no lo haces. ¿Sabes cuánto me gusta estar contigo? Aunque no podamos tener algo más, amigos sí podemos ser, ¿no?

Allen tragó saliva. Esa simple palabra parecía ser la puerta a todo.

—Sí, amigos, no suena mal.

Allen se sentía diferente, extrañado y un poco consternado. Pero descubrió —entre todos sus miedos y barreras— que se sentía bien. Realmente se sentía bien con esa chica que parecía ser una luz en la oscuridad de toda su vida.

• ────── ✾ ────── •

Cuando el día estaba por terminar, Allen no dejó que ella se marchara a su departamento sin más. Con besos y caricias la convenció de quedarse en su cama. Estaba volviéndose adicto a poseerla, con devoción y locura. Sus respiraciones todavía estaban agitadas mientras estaban ahí, abrazados uno al otro dentro de las sabanas.

Becca recargó la cabeza sobre su hombro. Allen la abrazaba de la cintura con suavidad. La chica sentía la sutil caricia de Allen en su espalda baja, sus dedos la recorrían de arriba abajo imperceptiblemente, y con ello le provocaba escalofríos. Sonrió con los ojos cerrados, respirar su aroma era como una droga. Entonces abrió los párpados y recorrió con la mirada la piel desnuda de su cuello, de inmediato se percató de una cadena.

Con el dedo índice se atrevió a rozar la cadena. Era plateada y en el corazón del pecho descansaba el pequeño dije: un diminuto sol.

Allen se percató de ello y sonrió a medias.

—Es un regalo muy especial que me dieron cuando era un niño —dijo Allen mientras mantenía la mirada clavada en el techo.

—¿De tu hermana?

—No, de mi abuela... —susurró mientras acariciaba su espalda—. No te lo he contado, pero mi padrastro me maltrataba y mi madre lo permitía, así que dejé mi hogar junto con mi hermana...

¿Por qué no cerraba la boca? ¿Por qué le contaba su pasado tan tranquilamente? Estaba comenzando a debilitarse todo lo que había forjado durante años y no podía hacer nada para detenerlo, porque, aunque estaba consciente de que no debería dejar avanzar más su relación con Rebecca, él mismo la encendía.

—Sarah fue una anciana que nos adoptó, ella nos cuidó durante tres años. —dijo con un hilo de voz—. Hasta que ella murió y mi hermana fuera arrebatada de mi lado...

Cuando pensaba en ello, era como viajar al pasado.

Becca se acomodó mejor y apoyó la mejilla sobre el pecho de su compañero, que respiraba acompasadamente. Y para su gozo, Allen la rodeó aún con más fuerza. A él le gustaba la tranquilidad que le transmitía el calor de esa joven. ¿Por qué a su lado todo parecía mejorar?

—Yo estaré contigo —susurró ella cuando comenzó a sentir el cansancio vencer su cuerpo. Había sido un día muy largo.

—Yo también, no lo dudes —respondió Allen, pero ella ya se había dormido.


***

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