Consecuencias

By miguelvasquez54

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Consecuencias es el primer libro de la trilogía aftermath, en la cual se nos revela lo que paso después del r... More

Star Wars
Linea Temporal
Prologo
PRELUDIO
Primera parte
Capitulo 2
Capitulo 3
INTERLUDIO
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Segunda Parte
Capitulo 13
INTERLUDIO
Capitulo 14
INTERLUDIO
capitulo 15
INTERLUDIO
INTERLUDIO
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
TERCERA PARTE
Caputulo 24
INTERLUDIO
INTERLUDIO
Capitulo 25
INTERLUDIO

Capitulo 23

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By miguelvasquez54

Caminan por la calle. Es difícil cubrirse la cara en las calles de Myrra, especialmente con este calor. Llevar capa no es una opción, y con una máscara te ahogas en tu propio sudor.

Lo ideal es ir con velo. Norra lleva un velo blanco que le cubre la nariz y la boca. Jas lleva un velo completo sobre la cabeza, negro como la medianoche, aunque el velo no logra ocultar los pinchos de la cabeza.

Un par de soldados de asalto caminan hacia ellas.

A sus espaldas alguien lanza una fruta, un jogan, que impacta contra uno de los soldados. El estallido de la fruta lo deja lleno de semillas pálidas, mientras que un jugo púrpura y viscoso chorrea por el casco blanco. Los dos soldados se dan la vuelta, levantando los rifles bláster.

—¿Quién ha sido? ¿Quién?
—¡Muéstrate!
Pero nadie lo hace. Los dos soldados imperiales maldicen y siguen caminando.
Jas y Norra se ciñen el velo y pasan de largo a los dos soldados de asalto, por un

extremo de la calle abarrotada. Lo consiguen.
De la presión que siente, Norra aprieta la mandíbula. Aprieta tanto que tiene miedo de

romperse los dientes. Intenta relajarse, intenta aflojar la mandíbula. Pero tiene la impresión de que todo está en juego. Un paso en falso y todo se derrumba a su alrededor.

—Tu plan puede funcionar, de verdad —dice Jas.
—¿Tú crees? —pregunta Norra—. De repente, no estoy tan segura de ello.


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Star Wars: Consecuencias

Jas se encoge de hombros.

—¿Después de ver lo que hemos visto? Me siento bastante mejor. Mira. Ahí delante. La tienda de tu hijo.

La tienda de Temmin.
«Esto era mi casa», piensa Norra sin decirlo.
Dentro se oyen golpes. Metal contra piedra. Detrás de la puerta, oyen un taladro.

Norra puede sentir la vibración del taladro subiéndole por los talones y por las piernas. —¿Seguro que no quieres que entre contigo? —pregunta Norra.
Jas se cruje los nudillos de las dos manos.
—Hay demasiada gente ahí dentro. Me molestarás, ahí en medio.

—Gracias por el voto de confianza.

—Tú haz de piloto, que yo haré de cazarrecompensas. Solo tengo que arreglarme el arma. Luego nos reuniremos en el ojo malvado.

—Muy bien.

Jas asiente con la cabeza y da un paso adelante, con el bláster desenfundado. Norra se queda ahí, por si acaso. La cazarrecompensas avanza, y se abre la puerta de la tienda de Temmin. La zabrak entra y la puerta se cierra a su espalda.

El ruido del taladro se detiene.
Se oyen gritos. La han visto.
Entonces los gritos también callan.
Golpes. Algo cae. Disparos de bláster. Otro golpe. Tres disparos de bláster en rápida

sucesión. Alguien gimotea de dolor. Un disparo más. Los gritos se detienen tan rápido como empezaron. Pasan unos momentos.
La puerta se abre con un silbido.

Ahí está Jas. De la nariz le cae un reguero de sangre oscura. Tiene el labio partido. Los dientes manchados de sangre. Le guiña un ojo.

—Despejado. Ahora, vete.

—Bajad las armas —gruñe Sinjir ante el par de rifles bláster que le apuntan a la cara. Levanta la barbilla y dice con desprecio—. ¿No sabéis con quién estáis hablando? ¿Nadie os ha informado de mi presencia?

Los dos soldados de asalto se miran, desconcertados. Como si estuvieran diciendo:

¿Es algún tipo de truco mental de los Jedi?

Detrás de Sinjir, en el callejón estrecho, pasan algunos ciudadanos de Myrra: un dug apresurado, un par de lavanderas, un ugnaught subido al cuello curvo de un ithoriano.

Detrás de los soldados de asalto hay una puerta.

Una puerta que lleva a una estación de comunicaciones locales. Un edificio de tres plantas con forma de cúpula, coronado por una antena alta pero torcida. La antena no es

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gran cosa. No es lo suficientemente grande como para trepar por ella o colgarse de ella. Si durante una tormenta se levanta viento, probablemente esta antena se bambolee como un dedo diciendo que no.

No podrá mandar una señal al espacio.
Pero sí que podrá enviar una señal a nivel local.
—Apártate —dice uno de los soldados.
—¿En serio que no sabéis...? —dice Sinjir, simulando incredulidad— ¿...no sabéis

quién soy? Pues cuando os enteréis, bajo estos dos cascos austeros habrá dos rostros enrojecidos. Supongo que hay un oficial presente, ¿no? Llamadlo.

Los soldados se miran de nuevo. Uno de ellos llama por el comunicador:

—¿Señor? Tenemos un... problema en la entrada lateral. Ajá. Dice que es un imperial. Sí, señor. Sí, señor —entonces, a Sinjir—. El oficial Rapace ahora baja —y se pone el rifle en guardia para afirmar su poder, como diciendo: Para que no tengas ideas raras.

Pero Sinjir solo tiene ideas raras. Ya es demasiado tarde.

Unos momentos más tarde, la puerta se abre detrás de los soldados de asalto, y sale un oficial imperial, con su uniforme y su gorrito. Es un hombre con una nariz de aspecto pedante, con una barba suave y mullida.

—¿Qué es esto? ¿Quién es este?
—¿Es usted el Oficial Rapace? —dice Sinjir.
—Sí. ¿Quién es usted?
—Soy el oficial de lealtad Sinjir Rath Velus.
Ahí está. Esa crispación tan deliciosa. Los ojos que se encogen. Ese temblor en las

manos. Una danza salvaje de miedo e incerteza. Aunque Rapace intenta que no se le note, Sinjir lo ve. Porque verlo es su trabajo.

Y porque a todo el mundo le da miedo un oficial imperial de lealtad.

—No tenemos ningún, eh... ningún oficial imperial de lealtad asignado aquí —dice Rapace, con un leve tartamudeo en la voz. Se saca un escáner del cinturón y lo acerca al rostro de Sinjir, mientras los soldados de asalto siguen con los blásteres preparados. Aunque ahora los cañones apuntan ligeramente hacia abajo, porque ellos también conocen ese miedo. Probablemente estén temblando dentro de la armadura.

El escáner pita.
Rapace parece atónito.
—Sinjir Rath Velus. Usted... murió en Endor. Aparece en la lista de bajas.
—Puf —dice Sinjir, poniendo cara de disgusto—. Este error administrativo me está

siguiendo como un mal olor —hace girar los ojos—. No, no morí en Endor. Y sí, estoy aquí, ahora mismo, delante suyo.

—Yo... —dice Rapace, perplejo—. Pero no va de uniforme.

—Estaba de baja. Pero ahora me reincorporo al servicio. Esta estación de comunicaciones locales era el lugar que me quedaba más cerca. Es una vieja estación de comunicaciones, ¿no es así? Bien hecho. Bloquear todos los puntos de transmisión de

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Star Wars: Consecuencias

información. Bien hecho, oficial —y antes que Rapace pueda caer en la trampa y darle las gracias, Sinjir le dice—. ¿Podemos entrar? Me gustaría evaluar la situación.

—Señor —dice Rapace con un gesto afirmativo seco—. Por supuesto, oficial de lealtad Velus. Inmediatamente —se da la vuelta ceremoniosamente, esforzándose por hacer bien el giro, como si quisiera demostrar lo buen imperial que es. Entra en el edificio.

Sinjir pasa por delante de los dos soldados de asalto.
—Vosotros dos. Entrad también.
—Pero señor, estamos vigilando la puerta...
—¿Estáis cuestionando las órdenes de un oficial imperial de lealtad? Quizá sí que

debéis quedaros aquí fuera. Podría inspeccionar vuestro dormitorio. Examinar vuestro expediente. Hablar con Rapace sobre posibles casos de... insubordinación que puedan haberse producido.

—Le seguimos, señor —dice el otro soldado de asalto.
Cuando Sinjir se da la vuelta, un soldado le da un codazo al otro.
Entran por la puerta.
La puerta se cierra a sus espaldas.
El oficial Rapace va delante. Se dirige a unos escalones poco iluminados que suben

en espiral hacia la segunda planta.
Se oyen unos golpes en la puerta exterior. Toc, toc, toc. Golpecitos de metal sobre

metal.
Que significa: Ha llegado el momento.
Los soldados de asalto se giran, confusos. Cuando empiezan a darse la vuelta, Sinjir

se acerca a Rapace para arrebatarle la pistola mientras, con la otra mano, empuja al oficial hacia delante.

Dispara a Rapace por la espalda. El oficial se desploma de cara al suelo.

Los soldados de asalto lanzan un grito de alarma y se vuelven hacia él. Pero es demasiado tarde para ellos. Se abre la puerta. Enmarcado en el portal, aparece el droide de combate, el droide de Temmin. Huesos. Su pata de droide astromecánico gira como el rotor de una turbina, y golpea el casco de uno de los soldados con tanta fuerza que el casco se parte por la mitad como una nuez de kukuia. El otro soldado suelta un grito de pánico, que se agota cuando una vibrohoja le atraviesa el pecho.

Los soldados de asalto caen.
—HOLA, ¿PUEDO ENTRAR? —dice el Señor Huesos.
Sinjir suspira y le responde:
—Creo que eso lo has dicho demasiado tarde.
—AFIRMATIVO.
Desde la escalera se oye un ruido. El repiqueteo monótono de unos pasos que se

acercan. Sinjir se coloca justo detrás de un pequeño baúl. Cuando aparecen los otros dos soldados de asalto, lanza dos disparos en una sucesión rápida. Uno cae hacia delante. El otro cae hacia atrás y resbala por las escaleras. Los dos se quedan inertes.

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Sinjir le hace un gesto al droide.
—Dile a Temmin que es el momento.
—AMO TEMMIN. SE LLAMA AMO TEMMIN.
—Sí, vale, muy bien, dile al Amo Temmin que es el momento. —ENTENDIDO. ¡A LA ORDEN!

Norra está sentada en la azotea de la antigua tienda de ultramarinos de ese viejo cara-de- colmillo, el aqualish Torvo Bolo. La que se incendió. Bolo se las daba de duro, pero siempre les daba espirales dulces a ella y a Esmelle por debajo del mostrador mientras les vendía provisiones a sus padres. Dicen los rumores que la quemó alguien del mercado negro. Es fácil aumentar los beneficios del mercado negro si de repente el mercado negro ofrece productos que antes eran fáciles de encontrar.

Pero así es Akiva. La corrupción siempre estuvo ligada a la satrapía y a su aristocracia traicionera. Pero como un barril agujereado que va perdiendo líquido, con el tiempo la corrupción llegó a todas partes. Se convirtió en algo tóxico. El planeta entero cambió.

Pero esto son reflexiones para otro momento. Ahora hay que llevar a cabo una tarea.

Al otro lado de la estrecha calle hay otra azotea: la vieja plantación de Karyvinhouse. Hogar desde hace años del clan de los Karyvin, una de esas familias aristócratas tan hipócritas. Riqueza antigua. Poseen islas en el Archipiélago del Sur, además de sus propias minas de cristal en las Junglas del Norte. Todos los hijos de la familia se saltan la Academia y van directamente a la escuela de oficiales. No escalan posiciones entre los rangos imperiales... más bien se los saltan con una pértiga.

En la azotea hay dos cazas TIE. Debido a esta ocupación lenta y silenciosa de Myrra, en muchas azoteas de la ciudad se pueden ver estos cazas imperiales de corto alcance aparcados. En hogares afines con el Imperio.

Norra necesita uno.
Mira por encima del hombro, hacia la azotea del Teatro de la Noria.
En la azotea en la que hace años, la rama de un viejo y retorcido árbol de jarwal se

rompió y cayó. Y ahí sigue.
Norra espera. Espera.
¿Cuánto va a tardar esto? Jas tendría que estar...
Ahí.
Un resplandor. Un espejito reflejando la luz del sol.
Es la hora.
Norra recoge un puñado de restos de barro y mortero y hace una bola. Entonces la

lanza con fuerza. La bola impacta en el ala vertical del TIE. ¡Crac! Y, como era de esperar, por el lado del caza se acerca el piloto. Con el casco debajo del brazo y una mano cerca de la pistola. Se agacha y recoge los restos de la bola.

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Star Wars: Consecuencias

Norra se pone en pie y silba.

El piloto levanta la cabeza como una marmota en su madriguera. Tarda un momento en darse cuenta de que hay alguien ahí. Empieza a gritarle.

—¡Tú, ahí! —y se lleva la mano al bláster.
Detrás de Norra, a lo lejos, en la azotea del teatro... se oye un pequeño sonido.
Piff.
El piloto se estremece ligeramente. Sus palabras se desvanecen. Baja la cabeza y

advierte, perplejo, el agujero que tiene en el pecho.
Cae redondo, desplomado.
Norra empieza a mentalizarse. Está mayor. Ya no tiene la vitalidad de antes. No es

que los huesos le duelan constantemente (solo por la mañana), pero sí lo suficiente para recordarle que ya no es una joven madre dando vueltas por la galaxia. El tiempo la ha desgastado. Es buena como piloto, pero correr y saltar... no es exactamente su especialidad.

Es un salto corto. Puedes hacerlo.

Una respiración profunda, y Norra empieza a correr. Cruza corriendo la azotea de la tienda de ultramarinos. El espacio a saltar se le acerca, amenazador. Norra intenta no pensar en la caída, intenta no pensar en caer tres plantas y estamparse contra el suelo de plastocemento. Y cuando planta el talón en el borde de la azotea para dar el salto...

...Justo en ese momento aparece un segundo piloto del caza TIE y la ve. Ya tiene el bláster en la mano, y empieza a disparar.
El pie de Norra resbala y se cae.

Temmin se pone de rodillas y levanta las manos, cubriéndose la cara. A través de los dedos, mira al cañón bláster que lo está apuntando.

—¡Por favor! —suplica—. ¡Por favor! No he hecho nada.
El oficial imperial ríe y dice:
—Lo sé.
Temmin se pone en pie de un salto y hace ver que sale corriendo hacia el otro lado... Un disparo de bláster en la espalda.

Cae. Se queda sin aire. Quiere gritar, resollar, rodar por el suelo, respirar una bocanada de aire fresco. Pero tiene que aguantarse. Esto tiene que quedar convincente. Quédate quieto. No te muevas. Ni respires.

Hazte el muerto.

Pasan unos momentos. Temmin siente que se está poniendo azul. Entonces, por fin...
—¿Lo tenemos? —pregunta el oficial imperial, que de hecho es Sinjir. El Señor Huesos está ahí, de pie, más rígido que un perchero.

—¿QUÉ?


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Temmin suelta una exhalación al levantarse, quitándose la placa de acero que llevaba escondida debajo de la camiseta. Es un panel de recepción de comunicaciones. Hay una abolladura en medio de la placa. Estas placas son el recubrimiento exterior de la torre de recepción y están diseñadas para aguantar las tormentas del mausim, así que son casi indestructibles.

—Esta abolladura se parece peligrosamente a un agujero —le protesta a Sinjir.

—Vaya, lo siento —le responde Sinjir—, pero fue idea tuya usar ese panel. Además, era totalmente necesario para nuestra estratagema. Ahora, por favor, ¿le puedes preguntar a tu autómata psicótico si ha capturado las imágenes?

—Huesos, ¿has grabado las imágenes?
—AFIRMATIVO, AMO TEMMIN.
Entonces el droide empieza a canturrear. Poniendo el peso primero en un pie, luego

en el otro. Como si estuviera intentando no bailar, pero bailando al fin y al cabo. —¿Y tienes la grabación de Norra? —le pregunta Sinjir.
—AFIRMATIVO.
Sinjir se vuelve hacia Temmin:

—¿Y tú tienes el...?

—Sí, sí, tengo el holodisco. Esta cosa está por todas partes. Parece que todo el mundo lo tiene. O lo ha visto.

Lo reconoce, aunque a regañadientes: El plan de mamá es bastante bueno. Al menos esta parte. ¿Y el resto? Sobre el resto no está tan seguro. Tiene claro que no quiere irse de este planeta. Esta es su casa. Aquí tiene su negocio. Su vida. ¿Y ella quiere llevárselo igualmente? ¿Llevárselo... adonde? ¿A Chandrila? ¿A Naboo? Fatal. Intenta quitarse de encima esta sensación.

—¿Sabes? Antes desde aquí se transmitían las noticias. Mi madre y mi padre las escuchaban. Pero la satrapía cerró la emisión por decreto imperial —y entonces piensa algo pero no lo dice: Y resulta que mi padre utilizaba este mismo tablero de mandos para transmitir propaganda rebelde a todo Akiva.

Temmin puede apreciar la ironía.
Sinjir arrastra una silla con ruedas del tablero de mandos y la empuja hacia él. —¿Crees que puedes piratear la señal?
—Lo construí a él, ¿no? —dice Temmin, señalando al droide con el pulgar. Y a

continuación se sienta en la silla y sopla para quitarle el polvo al tablero de mandos.
El Señor Huesos está dándole golpes de vibrohoja al aire, intentando atacar una polilla. Al final lo consigue, y se oye un pequeño zumbido cuando corta la polilla en dos.

Dos alitas blancas caen revoloteando al suelo, humeando.
—Sí —dice Sinjir, con la voz más seca que una galleta vieja—. Eso es lo que me

preocupa.

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Star Wars: Consecuencias

A Norra le arden los pulmones y los hombros. Está colgando de la azotea del edificio de la plantación, luchando para que no le resbalen los dedos en el borde húmedo. Dentro de sus botas, los dedos de los pies intentan agarrarse a la pared para subir. En vano.

Una sombra se alza sobre ella.
El piloto del TIE. De pie, apuntándola con la pistola.
—Has matado a NK-409. Era mi amigo. Escoria rrrrrrr...
Se tambalea hacia atrás. Se acerca la mano al agujero de su peto negro.
—... Rebelde —acaba de decir. Entonces cae hacia delante, hacia ella. Norra grita y

se arrima todo lo posible a la pared. Nota el aire a sus espaldas cuando el piloto le pasa por detrás y cae en picado hacia la calle.

Los dedos le empiezan a resbalar. Piensa en el muerto, allá abajo.

Me caeré con él.
Vamos, Norra.
Todo depende de esto.
Haz que Temmin esté orgulloso de ti.
La punta de una bota encuentra un punto de apoyo en la pared. Hace fuerza hacia

arriba con la pierna. La pierna entera está en tensión, ardiendo. Soltando un grito, logra subir hasta el borde de la azotea.

Norra se queda un momento tumbada ahí, en el tejado del edificio de la plantación. Observa la enorme ala negra del caza TIE. Norra y unos cuantos rebeldes se refieren a estos cazas como el ojo malvado, porque eso es lo que parece cuando lo ves llegar con ese chillido desde las profundidades del espacio. Y piensa: Voy a pilotar uno de estos.

Una exhalación final. Buf. Pues cuanto antes empiece, mejor.

—Estamos dentro —dice Temmin.
Justo entonces aporrean la puerta del puesto de transmisión de comunicaciones.

Desde fuera, se oye: —¡Abrid!

Sinjir coge el bláster y le dispara al mecanismo de la puerta, que suelta una pequeña lluvia de llamas y chispas. La puerta se sacude y se queda cerrada.

—Hazlo —dice Sinjir. Temmin pulsa el botón. Empieza la transmisión.

Por toda la ciudad de Myrra se encienden los receptores de HoloRed. Por encima de las barras de las cantinas, en pequeñas cocinas, por encima de los proyectores de pulsera de ejecutivos montados en un bala-bala atascado en la avenida Principal 66. También

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aparece en la gran pantalla agrietada que hay fuera del Estadio de Hydorrabad, en el octógono central de la CBD.

En todas las proyecciones aparece la cara de Norra Wexley.
Con expresión de súplica.
La proyección de Norra dice:
Akivanos, vuestro planeta ha sido ocupado. Myrra está bajo el control del Imperio

Galáctico. Durante mucho tiempo nos hemos resistido a la ocupación total, pero ahora la guerra llega a nuestras puertas. Y con la guerra llegan crímenes como estos.

Se reproduce una escena. Un niño tapándose la cara con las manos. Un oficial imperial con una pistola. Por favor. ¡Por favor! No he hecho nada. El oficial ríe y dice: Lo sé. Entonces el chico intenta escapar y el imperial le dispara por la espalda. El chico cae al suelo, muerto.

El imperial no es realmente un imperial, y el chico muerto no es realmente un chico muerto. Pero muy poca gente sería capaz de ver que se trata de un ardid.

Por toda Myrra, los akivanos se quedan sin palabras al ver la proyección. Niegan con la cabeza. Chasquean la lengua. Poco a poco, el ánimo se va encendiendo.

Norra vuelve a aparecer, y su voz retumba:

Ahora mismo, en este preciso momento, se está celebrando una reunión dentro del palacio del sátrapa. Si esto ya era un hervidero de corrupción, la reunión imperial servirá para negociar la ocupación total de vuestra ciudad y de vuestro planeta. ¿Lo vais a permitir? ¿O lucharéis?

Yo digo que hay que luchar.
Que sepáis que la Nueva República está con vosotros.
Entonces Norra desaparece.
Aparece una nueva proyección, esta en bucle. Se ve a la princesa Leia hablando. Es el

mismo holovídeo que ya han visto muchos habitantes de Myrra, que se repite una y otra vez. Empieza así:

La Nueva República te necesita. Nuestra galaxia y sus habitantes han quedado liberados del yugo del Imperio Galáctico. La Estrella de la Muerte que sobrevolaba la luna boscosa de Endor ha desaparecido, y con ella los altos mandos imperiales... 

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