Ese día que se despidió de mí, como siempre lo hacía, no sospeché que sería la última vez que la vería. No consideré esa opción hasta que los encuentros dejaron de ocurrir.
No comprendía la situación, no sabía el porqué de esa separación tan abrupta, tan silenciosa, tan... fría. Quería una explicación, quería un motivo, algo que disipara tanta duda. Pero nunca llegó.
Ansié escuchar nuevamente su voz, sentir sus abrazos, sus besos... La extrañaba.
Aquel lugar se sentía tan oscuro sin ella. Todo mi mundo se había teñido de una cruel noche desde ese la despedida.
Hasta que un día sucedió. Sentí la libertad aflorando de cada uno de mis poros... Escuché su voz.
La luz se hizo de pronto y me encontré con sus ojos nuevamente. Pero algo no iba bien. Su rostro estaba diferente. Su brillo se había opacado y su sonrisa ya no era tan real.
En ese momento comprendí que el tiempo había pasado, que ella había crecido, que la niña que había sido ya no existía... Y que yo era uno más. Un simple peluche de su infancia ya abandonada.