Y si te enamoras de mi

By Urbina2016

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Ella es una joven migrante latina que se radica en los Estados Unidos por razones de seguridad. Su principal... More

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Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte sin título 11
Parte sin título 12
Parte sin título 13
Parte sin título 14
Parte sin título 15
Parte sin título 16

Parte 2

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By Urbina2016

Edward Morgan, era el segundo ejecutivo más importante, después de su padre, en las Industrias Morgan; empresa dedicada al negocio de las telecomunicaciones en San Francisco, California.

Toda la empresa, cuya casa matriz estaba en el edificio del centro de San Francisco contaba con más de diez mil empleados, excluyendo los contratados bajo la modalidad outsourcing.

Ese día, Edward llegó más temprano de lo acostumbrado y se dirigió directamente al despacho de su padre, quien siempre llegaba a la oficina a las siete y treinta de la mañana. Edward entró sin tocar a la puerta y lo saludó levantándole la mano, ya que Matheo Morgan estaba al teléfono.

Ambos ejecutivos se destacaban por vestir siempre impecables. Su exclusivo, exquisito y delicado gusto siempre era notorio en la compañía.

Matheo era un hombre de casi sesenta años con cabellera canosa, piel blanca y ojos verdes. Su estatura estaba por arriba del promedio.

Llevaba casado con la madre de Edward, más de cuarenta años. El nombre de ella era Rosemarie Morgan. También tenían una hija, hermana menor de Edward, cuyo nombre era Jennifer Morgan. Edward era el mayor de los dos y tenía un carácter extrovertido simpático, agresivo y sumamente educado. Siempre se destacó en los estudios, llevándose los primeros lugares. Su maestría y doctorado los obtuvo estudiando con becas que ganó en base a su buen rendimiento académico.

Había regresado de estudiar su doctorado en Europa hacía casi un año, y dadas sus sobresalientes dotes intelectuales aprendió rápido el negocio de las Empresas Morgan y por ello estaba ocupando la silla de la vicepresidencia.

La tendencia apuntaba a que en pocos años, la presidencia de la compañía sería ocupada por Edward. Eso alegraba a Matheo y Rosemarie porque reconocían que su hijo era el más capaz para asumirlo. Lo único que les preocupaba era que a sus casi treinta y seis años no presentaba signos para estabilizarse con alguna mujer.

Edward siempre había tratado con mujeres bellas, exuberantes y finas. Algunas de ellas eran siempre las que lo perseguían. Él pensaba que sus sentimientos debían mantenerse bien guardados ya que demostraban debilidad y eso era algo que no se permitía. Por otra parte, tenía algunos paradigmas acerca de los inmigrantes latinos bastante arraigados que le impedían contar con una percepción objetiva de los mismos.

Ese día, Edward quería preguntarle a su padre qué había pasado con Pepe; pero lo que realmente le interesaba era saber quién era esa mujer llamada Florencia.

Así que fue directo al grano:

-Padre, le dijo- ¿qué pasó con Pepe Pérez?

Su padre afirmó lo que anteriormente Florencia le había informado.

-Su muerte fue imprevista: fue un ataque fulminante al corazón. Era su hijo mayor, que junto a él sostenían la casa; finalizó Matheo Morgan.

-¿Y quién es la mujer que lo está reemplazando? preguntó Edward.

-Tú sabes que quien se encarga de los servicios outsourcing de esta empresa es tu madre. De ella sólo sé que es la sobrina de Vicente Martínez, el dueño latino de la empresa de limpieza. Ella llegó al país hace un tiempo atrás y ahora está tramitando su estadía; así que mientras le salen los permisos, está ayudando. Además, agregó su padre:

-Tengo entendido que Vicente le dijo a tu madre que sólo podía confiar en ella para reemplazar a Pepe ya que no cualquiera entraba hasta estas oficinas.

-Lamento lo de Pepe, dijo Edward y agregó:

-Me hubiera gustado ayudarle en estos momentos. ¿Sabes si regresará?

-No tengo idea hijo- y agregó: ¿Desde cuándo te preocupan las actividades domésticas de este negocio?

Edward se retorció en la silla y mostró cierta incomodidad ante la pregunta de su padre porque en realidad jamás trataban ese tipo de temas entre ellos.

Así que para no continuar en esa situación, Edward se levantó de la silla y se despidió.

Ese mismo día, Edward tenía que salir de la ciudad por cuestiones de negocio, así que pasó los siguientes tres días fuera del edificio.

A su regreso se incorporó a sus actividades diarias, las cuales por su ausencia, se habían acumulado. Trabajó absorto hasta las siete de la noche y aún le faltaban varios documentos para revisar. Esa era la parte del negocio que no le gustaba. Su ausencia siempre se traducía a más trabajo por revisar.

Al salir de su despacho, apagó las luces y se dirigió al ascensor. Al abrirse la puerta, se encontró con dos hombres del personal de servicios de limpieza. Ambos lo saludaron en inglés y luego continuaron charlando en español.

Edward no sabía qué diablos decían pero en tres momentos escuchó el nombre de Florencia. Se maldijo por haber rechazado tomar clases de español durante su vida universitaria.

Al llegar al lobby, los tres salieron del ascensor. El personal de servicio se dirigió al área de mantenimiento y él hacia el estacionamiento. Al llegar cerca de su auto, desconectó la alarma y se subió a su imponente camioneta Cayenne. Antes de arrancarla dejó pasar un vehículo Toyota rojo que se estacionó enfrente.

Edward contempló cómo del Toyota se bajaba Florencia. Iba con unos jeans azul negro ajustados. Con un sobretodo color negro que le llegaba a la cintura y unas botas negras por encima de los jeans.

Su cabellera café de rizos bien definidos la llevaba suelta y se le movía al compás de los pasos. Florencia era realmente una mujer atractiva.

Al pasar enfrente de la Cayenne, Edward contempló de nuevo su hermoso trasero. Era perfecto, se dijo: totalmente delineado.

Edward no sabía qué tenían en los genes las mujeres latinas que las hacían tan llamativas y bien dotadas. Pero ésta, en especial, le resultada más que provocadora. Se quedó quieto al volante hasta que vio cuando Florencia subía las gradas.

En todo el camino hacia su apartamento, ubicado en una de las zonas más exclusivas de San Francisco, Edward trató de divagar sus lujuriosos pensamientos sobre Florencia escuchando música de los noventa, luego pasó a la década de los ochenta y no se percató del momento que había comenzado a cantar al unísono con las melodías.

Al llegar al estacionamiento de su apartamento y luego de bajarse de su camioneta, se subió al ascensor. Llegó a su hogar: un piso completo destinado para su estancia. Abrió la puerta y percibió el olor a limpio y desde la cocina contempló a María, la ama de llaves que llegaba todos los días de la semana para limpiar y cocinarle.

-Hoy viene más temprano que de costumbre, fue el saludo de María.

-, le dijo secamente, Edward.

-He tratado de llamarle para decirle que mañana no podré venir porque tengo cita en el medicare pero usted no ha tomado mis llamadas.

-No puede ser, María. Siempre contesto o por lo menos te mando un mensaje. Pero déjame ver el registro -y comenzó a buscar su iPhone pero no lo encontró.

-¡Por Dios! ¿En dónde diablos lo he dejado?-, se dijo casi gritando.

Y de repente, se acordó: -lo dejé sobre el escritorio-. De la prisa que tuvo para salir de ahí antes que los de la limpieza llegaran, olvidó tomarlo.

-DESGRACIA-, se dijo:- Tendré que ir por el-.

-O puede llamar al móvil de Pepe para que se lo guarden, le dijo María.

A Edward, le pareció una buena idea pero dudó de quien contestaría. Pero de todas maneras tomó su teléfono fijo y marco el móvil de Pepe. Su lógica elemental le advirtió quien sería la que contestaría.

El móvil dio dos timbrazos, Edward, esperaba con ansias, cuando de repente, al otro lado del móvil, escucho una voz.

-¿Hola?-, dijo una mujer.

-Soy Edward Morgan. Este era el número de Pepe, quiero saber ¿quién de la empresa lo carga ahora?-.

-Florencia Martínez-, dijo ella.

-Que bien, ya nos conocimos. ¿Te acuerdas?

-Sí señor. ¿En qué le puedo servir?-, le preguntó ella.

-He dejado mi IPhone sobre el escritorio y quiero saber si ¿lo has encontrado?

-Sí señor, ahí se lo he dejado.

-De acuerdo. Tengo entendido que a la salida del trabajo los empleados regresan a las oficinas de Vicente para guardar las cosas, ¿es correcto?

-Sí, señor, le dijo Florencia.

-¿Podrías traérmelo a mi apartamento que está en el camino? No pienso quedarme incomunicado todo el fin de semana.

Florencia se quedó callada.

-¿Sucede algo?- le preguntó Edward.

-No, señor Morgan. Sólo que esta noche tengo una cena con mi familia en un restaurante que está cerca de la oficina de Vicente.

-Ah, no te preocupes, dime dónde es y yo voy por el móvil. Lo último que deseo es estropearte la noche-, le indicó Edward.

-NO, NO. No me la estropeará pero me siento un poco mal no llevárselo hasta donde usted me indica-, le enfatizó Florencia.

-Mira, le dijo Edward, el que olvidó el aparato fui yo, así que asumo mis consecuencias, ¿de acuerdo? Dame la dirección, y llego a la hora que me indiques.

-No, dijo, por favor. MI tío se molestaría mucho que usted llegara al restaurante. Yo se lo pasaré dejando, dígame ¿dónde es?

-De acuerdo, tu ganas-, le dijo Edward. Y le dio los datos.

-¿No puedo creerlo?-, dijo Florencia.

-¿Qué no crees?-, le preguntó Edward.

-El restaurante adonde voy se encuentra en el hotel que está cerca de su apartamento. Ya ve, no me costará nada pasar por ahí. Ha sido muy amable. Llego en promedio de una hora.

Edward no tuvo la oportunidad de seguir hablando porque Florencia al otro lado de la línea colgó el teléfono.

María salió de la casa de Edward al filo de las ocho y treinta. Lo dejó en el estudio donde él se encontraba repasando unos informes financieros.

De repente, Edward, escuchó la voz de María que en la puerta le decía:

-Edward tienes un trozo de mujer latina esperándote en la sala. Dice que te trae el iPhone que olvidaste en la oficina. Está guapísima esa chica. Tienes que ir a atenderla.

Edward se levantó de su sillón y se dirigió a la sala.

María aprovechó para irse y salió por la puerta trasera. Cuando le dijo adiós con su mano, no pudo disimular una risa maliciosa. Edward, solo se puso a reír y se despidió de igual forma.

Al llegar a la sala buscó a Florencia pero no la encontró sentada, al girarse para el ventanal la vio de espaldas a él contemplando los rascacielos de la ciudad a través del ventanal. Lo que Edward vio ahí fue lo que más le cambio su noche:

Ella estaba vestida con un traje de noche de dos piezas. La parte superior estaba compuesta por una blusa de tirantes color gris y un discreto escote trasero. Toda la blusa llevaba lentejuelas lo que hacía suponer a cualquiera, que iba a una celebración. Luego, cuando bajó la vista contempló la falda de color negro satín sin brillos que le llegaba por debajo de las rodillas. Después contempló los zapatos: eran unas lindas sandalias de color gris escotadas en las cuales se asomaba una piel tersa con un perfecto pedicuro.

Después de contemplarla casi en su totalidad, observó un bolso de fiesta y un sobretodo depositados en los sillones de la sala:-Lógico- se dijo, -con este frío era imposible pensar que iba sólo con ese vestido-.

-Hola- le dijo Edward al cabo de un buen rato de contemplarla de espalda.

-Lo siento-, le dijo ella: -Me he quedado inmersa en esta gloriosa vista-.

Y se acercó a él. En el recorrido pasó por su bolso de fiesta y sacó el iPhone de Edward para luego entregárselo en sus manos.

-Acá está-, le dijo Florencia.

-No sabes cuánto te agradezco-. Le dijo Edward.

-Ya sabe, a más de alguien se nos ha olvidado más de alguna vez. Y Florencia empezó a recoger sus cosas del sillón.

-¿Puedo saber adónde vas tan bien vestida?-, quiso saber Edward.

-Hoy es mi cumpleaños y mi familia me lo celebrará.

-Qué sorpresa. ¿Por qué no me lo dijiste cuando te llamé?-, le preguntó Edward.

-No me pareció apropiado-. Contestó Florencia.

-Mira-, le dijo Edward:- déjame acompañarte a la entrada del salón, en el caso que hayas venido sola-.

-Creo que sería desconsiderado de mi parte sacarlo de este lugar tan bien ambientado para llevarlo al frío de la calle. Y en lo que respecta a su otra pregunta, he venido sola-. Le contestó Florencia

Edward satisfecho por la sincera respuesta, no le dio tiempo para que Florencia buscara una excusa. Sacó de detrás de la puerta de la entrada su bufanda y abrigo y casi en el mismo momento le ayudó a Florencia a colocarse el abrigo.

Salieron de su apartamento y Edward se comportó como todo un caballero: le abrió la puerta de su piso, después la puerta del ascensor y por último la de la entrada al edificio. Al llegar a la acera de enfrente, Edward se colocó al lado de la calle como un buen gesto de todo un caballero. Caminaron como una cuadra para llegar al hotel donde se celebraría la cena de Florencia.

En el transcurso de la caminata, Edward iba extasiado. Se sentía como un rey que iba mostrando su trofeo. Para aliviar un poco el silencio, le preguntó a Florencia cuantos años cumplía y ella le dijo que eran veintiocho.

Florencia era una chica de pocas palabras o era sumamente introvertida, se decía Edward. En todo el recorrido, ella no fue, en ninguna ocasión, la que inicio una conversación. Edward deseaba en ese momento conocer cuáles eran los pensamientos de ella ya que con cada cosa que decía, ella se quedaba callada como pensando qué palabras más apropiadas decir.

Al llegar a la entrada del salón, Florencia se dio la vuelta y le extendió la mano para agradecerle el buen gesto de acompañarla hasta ahí. Edward se quedo un buen rato sin saber qué hacer. Para él, un apretón de manos encajaba más a un cierre de negocios que a despedirse de una bella mujer.

Estaba por estrecharle la mano, cuando de sus espaldas escuchó que alguien gritaba su nombre con euforia:

-Doctor Morgan, que gusto tenerlo por acá con mi sobrina.

Edward se dio la vuelta y a él si le estrechó fuertemente la mano, agregando:

-Don Vicente, cuánto tiempo... también es un placer para mí encontrarnos en esta ocasión especial para Florence.

-Florencia-, dijo Vicente: -¿por qué no me dijiste que lo habías invitado a la cena?-.

Florencia iba a contestarle cuando Edward le indicó que él iba a hablar:

-Don Vicente, había olvidado mi móvil en la oficina y llamé al número de Pepe, así que Florence contestó y le pedí que me lo alcanzara al salir de la oficina.

-Te felicito Florencia-, le dijo Vicente: -ese es el trato personalizado al cliente que debemos de tener para que de esa manera ellos noten la diferencia-.

-Bueno-, dijo Edward: - ha sido un gusto verte Florence y te agradezco tu gesto de traer mi móvil-.

En ese momento, Edward trató de acercársele para despedirse de beso pero Vicente le dijo:

-¿Pero cómo? ¿Se retira? para nosotros será un placer compartir nuestros alimentos con usted y creo que a Florencia no le incomodará, ¿verdad, sobrina?

-Tío, por favor-, dijo Florencia y añadió: -Tú sabes que no me incomoda pero así como se lo he dicho al señor Morgan en su apartamento, no quiero causarle inconvenientes-.

-De mi parte no los hay-, dijo Edward, extrañándose de cómo esas palabras salieron de su boca sin pensarlas antes.

-Entonces, bienvenido, doctor Morgan, pase adelante-. Le dijo Vicente.

En la sala, estaban dos mesas repletas de gentes. La mayoría de ellas eran latinas y había uno que otro representante de los anglosajones.

Vicente fue presentándolo a cada uno de los invitados y Edward no pudo grabarse ni un tan solo nombre; sobre todo cuando este era latino.

Después de saludarlos a todos, Vicente se ocupó en persona de colocarlo a la par de Florencia. Ella se sentó de lo más natural a su lado y le brindó una delicada y hermosa sonrisa.

Al sentarse, los invitados que estaban alrededor de ellos comenzaron a hablar en español. Edward estaba más que seguro que hablaban de él, primero porque de vez en cuando lo volvían a ver o porque notaba cómo Florencia se sonrojaba.

Resignado a estar de oyente en esa platica en un extraño idioma, tomó un cubierto y comenzó a moverlo de un lado a otro. Después de unos minutos en ese ritmo, Edward se sorprendió cuando Florencia comenzó a hablar en inglés y les dijo que desde ese momento en adelante ella no iba a hablar más en español para, de esa manera, poder incluir en las conversaciones al señor Morgan.

Edward, le agradeció con una sonrisa a flor de piel y luego se le acercó a su oreja para expresarle sus agradecimientos. De ahí en adelante, el lugar, la comida y la compañía le fueron más que agradables.

Una buena parte de la plática se centró en las experiencias de algunos de los presentes de cómo habían llegado a los Estados Unidos. Algunos comentaban sus tremendas aventuras arriba del tren que llaman la "bestia". Otros hablaban de su paso por el río o por el desierto y de cómo la suerte y, sobre todo, Dios los había cuidado para no caer en las manos de la "migra".

Edward no supo en qué momento en el que todos guardaron silencio, soltó la pregunta:

-¿Y si existe tanto riesgo para llegar hasta acá, por qué lo hacen?

Todos se volvieron a ver pero nadie le contestó.

Edward notó su falta de tacto al haber lanzado esa pregunta pero ya estaba hecho.

Florencia tomó aire y hablo por todos:

-Porque este es el país del "sueño americano"-, señor Morgan.

La respuesta de Edward se interrumpió cuando Vicente, se integró a la conversación y agregó:

-Es lo que yo le digo a esta niña. Ella debe de tratar de incorporarse a una empresa en la que puedan valorarla por lo que sabe. Fíjese, cuenta con una carrera universitaria y una maestría, habla perfectamente el inglés y el español. Y no quiere irse de mi empresa que se dedica a limpiar porque siente dejarme solo. ¿No cree usted, señor Morgan que tengo razón?

-La verdad que sí. Cuando te vi en mi despacho sentí que no estabas hecha para estar ahí-. Respondió Edward.

-Pero si soy la encargada del equipo, tío-, les contestó Florencia y preguntó:

-¿Cuál es el gran problema?-.

-NIÑA NECIA, TE ESTÁS DESPERDICIANDO. EN ESTE TRABAJO NO VAS A PROSPERAR, NECESITAS ALGO MÁS QUE TE RETE, QUE TE SAQUE LO BUENA PROFESIONAL QUE ERES, por Dios, ¿no lo entiendes todavía?-, le recriminó su tío.

Y en ese momento la música salsa comenzó a sonar con unas canciones de Juan Luis Guerra.

Florencia vio que el cielo se abría cuando escuchó la música, sabía que esa era la señal de escape de su tío y sus reclamos.

Vicente, se distrajo con el buen ritmo y le dijo a Edward si bailaba y éste le dijo que esa era un área en la que estaba trabajando.

Las mujeres que estaban cerca de Edward se pararon e invitaron a Florencia a bailar en grupo. Todas se fueron a la pista de baile.

Vicente se acercó aún más a Edward y le dijo:

-Esta mi sobrina es obstinada pero en el fondo tiene un gran corazón. Tiene la capacidad de estar al frente de una buena posición y quien le encuentre su potencial, hallará a la trabajadora más fiel para con ellos. Tiene miedo a enfrentarse al mundo sobre todo en un país extraño.

-¿Por qué se fue de su tierra?-, quiso saber Edward.

Vicente le respondió:

-Sus padres tenían inversiones en su país pero comenzaron los problemas de seguridad. Para evitar alguna agresión, sus padres comenzaron a pagar a los extorsionistas para que no tocaran sus negocios, ni a su familia. Pero al final, secuestraron al hermano de ella y aunque pagaron el rescate, lo encontraron muerto. Por esa razón sus padres la sacaron de inmediato y me la mandaron.

Edward se quedó meditando en sus adentros acerca de la confesión que Vicente le había revelado. Después, buscó con sus ojos a Florencia y la vio bailando a sus anchas en el salón. Bailaba muy bien. Sus caderas llevaban buen ritmo y se acoplaba perfectamente a diferentes sinfonías. Sólo con verla, Edward sintió el deseo de estar a su lado y que esos movimientos rítmicos fueran exclusivamente para él.

Cuando casi estaba por levantarse para ir a su lado, Edward notó que ella se dirigía de nuevo a la mesa.

Así pues, Florencia regresó y se sentó a su lado, al momento que le dijo:

-Lo siento, usted es mi invitado y lo he dejado solo.

-No te preocupes-, le dijo simuladamente Edward, que en realidad estaba agradecido con ese gesto.

Florencia tomo su vaso de soda y se la bebió de un solo sorbo. Luego se secó los labios con la servilleta y le dijo:

-La otra semana se incorpora de nuevo Pepe a la oficina. Así que ya lo podrá tener de nuevo en su despacho.

Edward se quedó callado y comenzó a pensar de manera rápida: -Tengo que actuar, rápido-, se dijo: -de otra manera no tendré forma de volverla a ver-. Así que agregó:

-Qué bueno por él. Y ¿tú, que vas hacer, Florence?

-Seguir trabajando con mi tío a medio tiempo y luego trataré de encontrar algo para cubrir el resto del día-. Le contestó con naturalidad.

-Las empresas Morgan cuentan con un programa de reclutamiento de personal en el cual sé que encajarías bien. ¿Por qué no lo intentas?

Florencia lo vio a los ojos y le preguntó:

-Señor Morgan, déjeme entender bien... ¿me está ofreciendo trabajo?

-Pues sí-. Le dijo él.

Y en ese momento, Edward sacó una tarjeta de presentación, le dio la vuelta y escribió al reverso con qué persona debía de llegar Florencia el día lunes. Después de escribir se la dio a ella.

-Señor Morgan, por favor, no lo tome a mal pero no quiero que piense que somos unos aprovechados-. Le suplicó ella.

Edward la vio fijamente a los ojos y le contestó:

-Desde que te vi en mi despacho supe que tenías madera para otra cosa. Eso que haces no te va. Sé que puedes dar más, sólo es necesario que tires al trasto tus miedos.

-¿De acuerdo?-, le preguntó Edward.

-De acuerdo-, contestó Florencia.

La velada del cumpleaños de Florencia fue sumamente entretenida para Edward, quien platicó, conversó y rió, como hacía mucho tiempo no lo hacía. Lo mejor de la noche fue que Florencia evitó salir a bailar y se quedó a su lado. Edward sintió cómo esa mujer le subía la adrenalina cuando estaba a su lado.

Complacido con su cercanía, ambos platicaron toda la velada. Él se asombró de lo bien que se sentía a su lado, así como de la cantidad de temas de conversación que ambos sostenía. Ya estaba harto de escuchar solo temas de belleza, de cirugías y de sexo que hablaba con las mujeres con las que salía.

La comida fue exquisita, variada y de muy buen gusto. Plato que no conocía, se le acercaba a Florencia para que le explicara en qué consistía. Ella en un perfecto inglés se lo explicaba.

Edward, se preguntaba por qué una mujer tan linda como ella, aún seguía soltera. Es más, ese día concluyó que no había nadie en la vida de Florencia, ya que esa era la ocasión perfecta para que su pareja estuviera ahí a su lado. Pero ese no era el caso, ya que quien se encontraba ahí era Edward Morgan. Ese pensamiento no hizo más que producirle un exquisito placer y si se pudiera definir como tal, ese placer fue sexual.

Después de la exquisita comida, vino el pastel. La torta era enorme y estaba decorada de colores morado y rosado. Además llevaba veintiocho velitas.

Los meseros la colocaron enfrente a Florencia y en ese momento todos los asistentes le cantaron, en ambas versiones, el happy birthday. Antes de soplarlas, los invitados le gritaron que pidiera un deseo. Ella les respondió que ya lo había hecho y fue así como sopló sobre las velitas hasta que todas ellas se apagaron.

Después de las velas, los invitados le aplaudieron y se levantaron para abrazarla y besarla en las mejillas.

Los caballeros solteros, según la tradición que indicaron, podían darle un beso en los labios a la cumpleañera.

En esa celebración sólo habían dos solteros: uno de ellos era el primo de Florencia, Chepe, quien se le acercó, la abrazó, le dijo algo al oído y luego le dio un rápido beso en los labios.

Mientras Chepe desarrollaba el ritual, Vicente se le acercó a Edward y le dijo:

-Después es su turno-.

Y agregó:

-Florencia es mi sobrina favorita pero ella está sola aún. Tiene mucho que superar de sus temores; por eso es esquiva. Pero lo que sí le puedo decir, señor Morgan, es que es una gran mujer.

Edward volvió su mirada a Vicente y le dijo:

-Te pido que me envíes a mi correo personal, que está en esta tarjeta, la hoja de vida de Florencia y te aseguro que moveré cielo y tierra para que entre a trabajar con nosotros.

Vicente iba a decirle gracias cuando el resto de invitados comenzaron a gritar que era el turno de Edward de abrazar y besar a la cumpleañera.

Florencia se sonrojó y al momento que Edward se colocó enfrente de ella, le dijo:

-Señor Morgan, no es necesario que haga todo el ritual.

Edward la tomó de las manos y le dijo al oído:

-Para mí será un gran placer, Florence.

Después de sus palabras, que fueron para Florencia como un elixir de placer; Edward la abrazó con tanta fuerza que pudo percibir cada una de sus cúspides.

Luego de ese fuerte abrazo, se volvió a colocar frente a su rostro. Alzó sus brazos y le rodeo la cabeza. Le dio vuelta y dirigió su boca a los labios de Florencia.

Al llegar a ellos, los besó de una forma apasionada. Primero le haló el labio superior, luego se pasó al inferior para terminar con un beso por completo. Edward fue sumamente consciente que Florencia le correspondió, con igual pasión, ese beso.

Los invitados guardaron silencio hasta que Vicente comenzó a vitorear y así los demás lo siguieron con júbilo.

Florencia reaccionó y fue ella quien se alejó de Edward.

Al quedar los dos de frente. Edward le dijo:

-Gracias por invitarme y estar en este día tan especial a tu lado.

Florencia no le dijo nada y se dio la vuelta para proceder a cortar la torta. Al primero que sirvió fue a Edward y luego a los demás.

Edward se sintió complacido por ese beso y al saborear el pastel, la dulzura de éste no se comparaba con el sabor de los labios de Florencia. Cuando Florencia regresó a su silla para sentarse a comer la torta, le preguntó a Edward:

-¿Desea algo de tomar?

Él le respondió que le agradecería una taza de café.

Ella se levantó de nuevo para alcanzarle el café, pero Edward la tomó de la mano y le dijo:

-Pídelo, no quiero que sigas levantada.

Ella obedeció y ordenó al mesero el café y de esa manera se quedó al lado de Edward.

La celebración terminó después de media noche. Los últimos en retirarse fueron Vicente, Edward y Florencia.

Ya estando en el estacionamiento, Vicente le agradeció a Edward su presencia.

Él le devolvió su agradecimiento con una sincera sonrisa. Después dirigió su mirada a Florencia para preguntarle:

-Florence, ¿has traído tu vehículo?

Ella le contestó:

-No, he venido con mi tío.

Edward le dijo:

-Florencia, yo puedo llevarte a tu casa.

-Sería bueno-, se adelantó en responder por ella Vicente y agregó: -Yo tengo todavía que pagar, esperar el cambio y bueno me retrasaré más-.

-Vicente-, le dijo Edward: yo te puedo ayudar con el pago.

-Por favor, señor Morgan, ni en broma lo diga, eso sería una ofensa para mí. Mejor lleve a mi sobrina a su casa-. Finalizó Vicente.

- Tío, por favor, ¿no crees que ya hemos molestado demasiado al señor Morgan toda la noche para cerrar la velada con esto? le preguntó Florencia.

-Florence, no es molestia para mí, es un gran placer-. Le contestó Edward.

Antes que Florencia pudiera responder, Vicente dijo:

-Gracias, señor Morgan, es un gusto y hasta luego.

Y se fue del estacionamiento de regreso al restaurante.

-Por favor, Florence, acompáñame-. Le pidió Edward.

Ambos salieron a la par hacia los únicos dos vehículos que se encontraban estacionados: uno era un Toyota rojo que era de Vicente y el otro era una camioneta Porsche Cayenne de color ocre.

Florencia, por pura lógica, dedujo que esa camioneta era el vehículo del señor Morgan y le dijo:

-¡Qué linda camioneta tiene! pero no entiendo, ¿a qué horas se la han traído?

Edward no tuvo necesidad de contestar ya que en ese momento un hombre alto, moreno y de cabeza rapada se bajó del asiento del conductor.

-Buenas noches-, les dijo y corrió a abrirle la puerta a Florencia. Al cerrársela corrió hacia el otro lado del coche para abrírsela a Edward.

Ya en el interior del coche, Edward le dijo a Florencia:

-Me puedes regalar la dirección.

Florencia contestó en el momento. Edward grabó en su memoria la dirección y luego le dijo a Florencia que cuando ella estaba bailando había enviado un correo a Mauricio, su chofer, para que lo fuera a esperar al restaurante.

Durante el camino Florencia dijo:

-Jamás me había subido a un vehículo como este. Lo felicito tiene muy buen gusto.

-Gracias-, le dijo Edward y agregó:

-Florence manejas un perfecto inglés y según me ha dicho tu tío, estás profesionalmente muy preparada. Te pido que reconsideres mi oferta laboral. Necesitamos, hoy más que nunca personal de habla hispana, proactiva, amable e inteligente y tú pareces llenar todas esas cualidades. Prométeme que llegarás el lunes al departamento de Recursos Humanos de mi oficina.

Florencia se quedó meditando. No le gustaba la idea de deberle favores a alguien y mucho menos a la familia Morgan. Pero tenía una gran disyuntiva. Primero: esa familia le había ayudado mucho a su tío, desde los inicios de su negocio outsourcing; y el aceptar esa oportunidad era para ella, una forma de mostrarle el agradecimiento hacia ellos. La segunda era que al regresar Pepe sus ingresos caerían y sólo contaría con un empleo. Eso implicaría que debería de rebuscarse para encontrar otro trabajo.

Florencia podía vivir con la pensión que le enviaba su familia pero no quería usarla, así es que siempre la ahorraba y pensaba como que no disponía de ingresos. Ella aún sentía que sus padres estaban molestos por la muerte de su hermano.

Edward notó su silencio y le preguntó:

-¿Pasa algo, Florence?

Florencia sonrió y lo volvió a ver para decirle:

-No, señor Morgan no pasa nada. Acepto y estaré en la oficina que usted me indica este lunes. Se lo agradezco-.

Edward sonrió satisfecho con su respuesta y agregó:

-He pasado una linda velada al lado de tu familia. Tenía rato que no me reía de esa manera y, sobre todo, contara con tan buenos y diversos puntos de vista. Por otro lado, son bastante alegres y bulliciosos, es difícil ponerse triste con ellos.

Florencia sonrió y agregó:

-Que bueno, señor Morgan. Somos otra cultura muy diferente a la de ustedes. Pero son mi familia, la que me tendió su mano en los momentos que más los necesitaba y eso no tiene comparación con nada. Yo les estoy muy agradecida. Hay algunos de ellos que han venido desde fuera de la ciudad por estar conmigo y ahora deberán manejar más de dos horas de regreso para sus casas; es un sacrificio que han hecho y yo se los agradezco.

Al finalizar de hablar Florencia, la camioneta se estacionó y ella se bajó casi a saltos de la misma.

Edward notó ese raro comportamiento y se bajó igualmente del coche para seguirla.

-¿Qué te pasa Florence?-, le pregunto Edward corriendo detrás de ella.

Florencia se detuvo al llegar a la puerta, buscó en su bolso las llaves y éstas se le cayeron al suelo.

Edward notó su nerviosismo y se las levantó del piso, agregando:

-¿Te sientes mal? ¿Qué te pasa?

Florencia estaba de espaldas y parecía que era una estatua fijada al piso.

Edward la tomó con ambos brazos y le dio la vuelta casi contra su voluntad. Al quedar su cara frente a la de él, Edward le contempló el rostro pálido y con lágrimas.

-¿Qué te pasa, Florence, dímelo por favor? ¿Hay alguien allá adentro que te causa miedo?-, quiso saber Edward.

-N....o, le dijo ella con una voz entrecortada.

-¿Entonces, qué tienes? ¿Quieres que suba contigo? Le insistió Edward.

-No, por favor-, le contestó Florencia.

Edward sintió una gran compasión por ella y la abrazó con todas sus fuerzas. En ese momento, le comenzó a susurrar al oído:

-¡Cálmate, todo va a estar bien! ¡Tranquila!

Florencia comenzó a llorar a todo pulmón. Hizo gemidos, suspiró y luego terminó de descargarse con una buena lluvia de lágrimas. En toda esa catarsis, Edward se quedó callado y dejó que ella se desahogara. Él sintió que Florencia lo que necesita era aliviar su carga y que eso, ella no lo había hecho en años.

Después de casi media hora de estar pegada en los pectorales de Edward, Florencia terminó de llorar y levantó la vista. Los dos rostros se encontraron y se quedaron contemplando sin decirse nada por un rato más.

-Siento mucho haberle empapado su abrigo, señor Morgan-. Se disculpó Florencia.

-Lo que menos me importa es eso. ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes?

-Nada, señor Morgan. Es sólo que me he sentido más que feliz por este cumpleaños y he sido una tonta. En lugar de ponerme así debí sólo agradecérselo.

Edward sabía que ese no era todo el meollo del asunto. Él intuía que había algo más además de esa alegría que ocultaba Florencia; pero que ella misma tampoco deseaba contárselo. Lo sabía pero no iba a insistir más.

-Cálmate-, le dijo Edward -¿Quieres que entre contigo?-.

-No-, le dijo ella y agregó: - ya lo he molestado bastante-.

-Dame tu número de móvil sólo para asegurarme que estás bien-, le pidió Edward.

Florencia pareció dudar y se quedó pensando.

En ese momento, Edward, le dijo:

-Es mejor que me lo des porque sino lo averiguaré de otra manera y no quiero hacerlo así.

-Florencia abrió sus ojos mostrando asombro ante semejante afirmación. Estoy en medio del negocio de las telecomunicaciones, no me costará nada averiguarlo. Por favor, dámelo-.

-De acuerdo-, le dijo ella y se lo dio.

-Ahora anota el mío-, le ordenó Edward.

Florencia anotó en su móvil el número de Edward.

Edward introdujo la llave en la puerta y la abrió. Cuando Florencia ya había entrado al condominio, la tomó del codo y la haló para entregarle las llaves. También aprovechó el acercamiento para besarle sutilmente los labios y decirle:

-Te estaré llamando para saber cómo estas, ¿de acuerdo?

-Sí y gracias por todo, señor Morgan-. Finalizó Florencia y cerró la puerta.

Edward inicio el regreso a su camioneta y al entrar, Mauricio le preguntó:

-¿Ha ocurrido algo, señor Morgan?

-Quiero que me investigues todo lo que sepas de la vida de Florencia Martínez pero no su residencia acá sino su vida en su país natal. Ella es sobrina de Vicente Martínez. Cuando tengas todo lo que creas necesario me lo vas a comunicar de inmediato. ¿Me has comprendido?

-Sí, señor-, le contestó Mauricio.

En ese mismo momento, Edward marcó el móvil de Florencia y esperó. Al tercer timbrazo ella contestó y él le preguntó:

-¿Ya estas adentro de tu apartamento?

-Sí-, le dijo ella.

-Bien. Si tienes algún problema no dudes en llamarme a la hora que sea. ¿De acuerdo?

-Sí-, le dijo Florencia.

-Que descanses, buenas noches-. Se despidió Edward.

En ese momento, Mauricio le dijo a Edward:

-Señor Morgan, la señorita Laura, lo ha estado llamando toda la noche y llegó al apartamento como a las diez. Se molestó de no encontrarlo ahí y me ordenó que le dijera adonde había ido.

-Gracias-, le dijo Edward. Y meditó para sus adentros: el tema con Laura era algo al que debía ponerle fin, sobre todo ahora con Florencia tan cerca.

Edward llegó a su apartamento casi a las dos de la mañana y se fue directamente a lavarse los dientes. Luego se tiró a la cama y se quedó dormido de una sola vez. Se despertó casi al mediodía del día sábado.

Se levantó y se dirigió a la cocina para prepararse una buena taza de café. En lo que se lo preparaba llamó a su madre por teléfono:

-Hola mamá, ¿cómo estás?

-Bien, mi amor-, le dijo Rosemarie: - ¿Qué cuentas de tu vida, cielo?-.

-¿Puedo cenar con ustedes ahora? Quiero hablar con papa, tú y mi hermana. ¿Habrá algún problema?

-Pues claro que no, hijo. Sabes que para nosotros es una gran alegría que vengas. ¿Vendrás solo?

-Sí, madre, le respondió Edward y agregó: -¿Quieres que te lleve algo?-.

-Por Dios, hijo. Faltaba más. Esta es tu casa y acá cuando vienes tú no hace falta nada.

-Bueno, nos vemos más tarde-, finalizó Edward y colgó.

Rosemarie, al otro lado de la línea se quedó desconcertada. Edward era su hijo predilecto pero casi nunca llamaba para decirles que iba a ir a comer con ellos.

Algo pasa, se dijo Rosemarie. Le intrigaba esa llamada y pensó que cuando le anunciaba que iría a cenar con ellos era para presentarles alguna amiga pero él mismo había dicho que iba solo y eso la había puesto triste.

Lo que sí sabía Rosemarie era que algo les tenía que decir para haberles pedido comer con ellos. Corrió hacia donde estaba Matheo para comentarle la llamada de su hijo.

Matheo tomó con calma la llamada y le dijo a su mujer:

-Cálmate, no comas ansias. Habrá que esperar hasta la noche para ver qué nos dice. A lo mejor solo viene a comer y punto.

-No creo-, le dijo Rosemarie. -Hay algo en su voz diferente-. Yo conozco a mis hijos-.

-De acuerdo mujer-, le dijo Matheo: -pero debemos esperar y si nos dice algo no debemos sofocarlo con muchas preguntas-.

-De acuerdo-, dijo Rosemarie y se dirigió a la cocina para prepararle ella misma su comida favorita. Después llamó a su hija Jennifer para decirle que su hermano venía a cenar y que le ayudara con la comida.

Jennifer contenta se sumó a ella para preparar un rico guisado.

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