El reino en lo profundo

By AntilopeAzul

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El reino en lo profundo hará que visualices una vida debajo del mar de una forma que no conocías. Allí donde... More

Ey, psst...
Sinopsis
Prefacio
Primer capítulo
Segundo capítulo
Tercer capítulo
Cuarto capítulo
Quinto capítulo
Sexto capítulo
Séptimo capítulo
Octavo capítulo
Noveno capítulo
Décimo capítulo
Undécimo capítulo
Duodécimo capítulo
Decimotercer capítulo
Decimocuarto capítulo
Decimosexto capítulo
Decimoséptimo capítulo
Decimoctavo capítulo
Decimonoveno capítulo
Vigésimo capítulo
Vigésimo primer capítulo
Vigésimo segundo capítulo
Vigésimo tercer capítulo
Vigésimo cuarto capítulo
Vigésimo quinto capítulo
Vigésimo sexto capítulo
Vigésimo séptimo capítulo
Vigésimo octavo capítulo
Vigésimo noveno capítulo
Trigésimo capítulo
Trigésimo primer capítulo
Trigésimo segundo capítulo
Trigésimo tercer capítulo
Trigésimo cuarto capítulo
Trigésimo quinto capítulo
Trigésimo sexto capítulo
Trigésimo séptimo capítulo
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
DIBUJOS Y FANARTS

Decimoquinto capítulo

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By AntilopeAzul

15
Ciudad capital


El tiempo que Bohunissa pasaba estudiando la cultura nivranca, la historia del océano, su evolución y su convivencia con la magia, hizo que crecieran en ella unas inmensas ganas de ser un aporte a la sociedad como nunca antes le había ocurrido.

Esos seres que habitaban la oscuridad la inspiraban. Sus cuerpos se desarrollaron de acuerdo a la escasa comida y a la protección de sus hijos, viviendo divididos en clanes muy pequeños que limitaban la convivencia con sus semejantes. Con los siglos apareció la famosa «luz de monstruos», el escupitajo brillante que Atlas había usado para impresionarla en la superficie, el cual se había creado internamente para cazar a los depredadores de las aguas cálidas, y eventualmente, este mismo los llevó a una forma de visión bastante primitiva que sólo les permitía distinguir esos manchones de luz específicos, llegando a usarse para ubicarse en las lejanías, en una situación de extremo peligro e incluso para unir clanes.

Wá les concedió el aprendizaje de la magia por medio de los Ancestrales al nacer el primer reino abisal y tiempo después se conocieron con la raza que habitaba la superficie del océano, más pequeña y débil, quienes no soportaban las bajas temperaturas por largos periodos de tiempo y segregaban un olor exquisito.

Las facciones grotescas, salvajes y amenazantes fueron reducidas a más de la mitad en los hijos resultantes de esta unión, pero lo mejor de todo fue que adquirieron un nuevo mecanismo que les permitía observar el mundo desconocido que se alzaba fuera del agua: obtuvieron un sistema respiratorio combinado y una visión excelente que ya no sólo los hacía distinguir la luz de monstruos sino también a las flores y medusas bioluminiscentes, los prados de luz y a sus seres cercanos.

Así fue como nació la raza híbrida que ahora llenaba la mayor parte de los reinos profundos.

Pese a todo esto, hubo dos reinos que se negaron a juntarse con la raza de la superficie desde el principio, Dúrian y Tefran; pues creían que estos habían llegado para imponer su filosofía que irrespetaba en todos los aspectos a sus ancestros. Jamás se mezclaron con las razas de arrecifes, de modo que eran los únicos que mantenían el aspecto monstruoso de los primeros paidiás, y aunque actualmente tuvieran descendientes con la raza híbrida, sus genes permanecían y no permitían mutaciones, se habían vuelto inmunes a la mezcla. En otras palabras, eran ciegos, peligrosos y carecían de la característica anfibia.

Sin embargo, poseían algo que sólo el 20% de la población híbrida, mejor conocida como profunda, había heredado, algo que llamaban úragel y los hacía «ver» las cosas de una manera distinta, la cual era excelente para moverse a esa profundidad y estar al tanto de los peligros a los que se exponían. Para ellos los reinos profundos se habían vuelto «ciegos» al mezclarse con los de arrecife y para estos era lo contrario, criticando que la bestialidad que pregonaban aquellos, ya no era necesaria.

—La combinación de dos culturas que chocan entre sí todo el tiempo, eso somos la raza profunda, el punto medio, el nudo de unión y la neutralidad oceánica. Tenemos la fuerza de las bestias, la astucia, así como la lealtad a nuestros reyes, y la gracia de los de arrecife, con ellos la libertad individual y el respeto a lo diferente —mencionó la tutora de Bohu, la señora Basila, en una ocasión mientras impartía sus clases en la biblioteca real—. Es por esto que hemos prevalecido todos estos siglos siendo la raza dominante entre los doce reinos antiguos; se ha demostrado que la ideología que nació con nosotros ha traído bienestar entre países y ciudades independientes. Todo sería un caos si las bestias fueran mayoría y un despropósito de ser los de arrecife.

Escuchar su opinión era interesante y parecía la más correcta de acuerdo a los hechos que se encontraban en los libros de historia oceánica, no obstante, para ser sincera consigo misma, Bohu sentía una vaga fascinación por conocer a un durianco o a un tefrianco en persona, quería entender su filosofía interna, por lo que había leído no era tan mala si se dejaban de lado las crueldades, lo que ocurría era que ellos se apegaban a sus tradiciones más rudas que estaban creadas para proteger tanto a los clanes como a los animales, demasiado arcaicas para su gusto, pero funcionales. Y al mismo tiempo prefería no dárselas otra vez de valiente, un celaeo o acuela de esa raza era feroz y despreciaba a otro que no fuera como ellos.

Una vez expresó su opinión ante su tutora luego de leer el libro de un aventurero que había convivido con un tefrianco por más de una década, al que las bestias desmembraron vivo por escribir sobre ellos tomándolo como burla a sus creencias; y Bohu se ganó una bofetada por demostrar interés en aquello, incluso la señora Basila se lo había arrebatado y arrancado las hojas como si fuera un calamar enfurecido. Y claro que tenía razón en hacer eso, después de vivir la desgracia que un ejército de esa raza había hecho a su país, sólo a Bohu se le ocurriría decir tal cosa.

Decidió olvidar el episodio y seguir con sus estudios, no armando líos por la agresión luego de exigir una disculpa.

Las cosas continuaron con normalidad. Durante el tae investigaba y respondía los talleres que le encargaba la tutora y cuando llegaba el roc se reunía con Atlas para leer, al principio sobre todo lo referente a aquella tragedia y luego se enfocaron en cosas más triviales.

Todo marchaba bien, demasiado tranquilo.

Empero, un descubrimiento reciente despertó en ella una nueva incomodidad y esta vez provenía del Consejo de Nivrán.

«Las farenas nunca son como las venden», recitaba una y otra vez la señorita Moluz desde que el Consejo había expresado sus verdaderas intenciones al permitir que Bohunissa ingresara a Rescatando almas, la famosa organización que aportaba ayuda a las víctimas del ataque de las bestias. Estas farenas eran una especie de crustáceos que se encogían al ser masticados dejando muy poco para consumir, como una venganza en contra de su depredador.

Así mismo era el Consejo.

El plan era bastante sencillo, hacerle creer al reino que Bohunissa se convertiría en la presidenta de la organización, así sin más, y que se encargaría de que todo funcionara como lo venía haciendo. Pero en realidad Drair Hirapna seguiría en su puesto moviendo los hilos desde las espaldas de Bohu y esta sólo acataría ordenes calladita como una buena niña, recibiendo los vítores de la gente y aumentando el número de sus seguidores, sin inmiscuirse en absolutamente nada y con Nivrán creyendo que lo hacía todo.

La propuesta sólo era la manera de echarles en cara que Bohunissa por sí misma no podría ser aceptada por el reino. Era una estrategia, según ellos, en beneficio de la familia real para arreglar un poco el error de su majestad al escoger una esposa extranjera sin familia y de un clan casi extinto, porque pensaban que de esa forma todos olvidarían su dudoso pasado.

Era un engaño que Bohu no masticaba ni a golpes. Y lo peor del caso era que Atlas pensaba permitirlo.

—Que no soy una muñeca para usar un rato, es lo que digo -se quejaba en medio de una de sus lecturas—. No soy una enclenca, algo habré de hacer aparte de ser la cara bonita de Rescatando almas. Si acepto el cargo quiero ser capaz de tener un poco de libertad dentro.

—Hirapna lleva la presidencia desde que se creó Rescatando almas —argumentaba él en defensa de su decisión, cerrando el libro para mirarla directamente—, la experiencia habla por sí sola, ha visto el sufrimiento con sus propios ojos y lo ha vivido en su propia piel, sólo alguien que ha sobrevivido a esa calamidad sabe cómo ayudar a quienes siguen luchando contra sus pesadillas; además, tiene estudios que la avalan. Lo que leímos nada más te sirve para visitas de acompañamiento, no para dirigir toda la organización, de eso mejor se encarga ella.

Y tenía razón.

—¿Entonces para qué mentir? Puedo leer discursos en las reuniones sin ningún problema como la gran princesa que se preocupa por las acuelas de la nación, no veo la necesidad de decir que voy a dirigir Rescatando almas cuando no será así. ¿Qué haré en realidad?

—Justo eso: dar discursos.

En ese punto de su estadía en el palacio y gracias al conocimiento que adquiría cada taeroc que pasaba, ella deseaba saber más de ese mundo, quería ayudar a Nivrán a superar el dolor. Mientras once años atrás prosperaba la comida por ser un país cazador y criador, ahora muy pocos podían darse el lujo de tragar algo cada veinte taeroces, cuando el metabolismo tardaba doce. Los casos de suicidio aumentaban cada año, enfermedades mentales se desataban entre los más pequeños que habían presenciado alguna violación o acto de canibalismo, los nacimientos escaseaban ya que el número de celaeos superaba al de acuelas sanas. Era una locura que intentaban controlar, a veces parecía que lo lograban y entonces volvían a perder el control.

Ella no estaba preparada en su totalidad, pero pensaba que con un entrenamiento adecuado podía aprender, realizando un curso en la escuela de comportamiento paidiá estaría calificada para el puesto. No sentía que el campo era su pasión, pero la voluntad estaba ahí desbordándose.

A pesar de todo prefirió callar, lo hizo cuando recordó que en cuanto recuperara las perlas se marcharía de Nivrán, no podía obsesionarse con una causa que abandonaría tarde o temprano.

Gracias al Consejo podía aportar nada más que su presencia porque en realidad no tenía voz, sólo voto. De hecho, querían monopolizarla lo más que pudieran, tanto que habían buscado a alguien para que reemplazara a la señorita Moluz como la dama encargada de la princesa, alguien que empezaría su trabajo de lavado de cerebro en cuanto Bohu recibiera el cargo.

Ya había tenido la oportunidad de conocerla, se llamaba Xika Calíope y no le gustaba nada. Se trataba de una joven de expresión aburrida que hablaba cuando le apetecía, de ojos pequeños y escamas negras, lo único llamativo en ella eran sus hermosos rizos rojos que parecían temblar graciosamente con el agua.

Se había presentado como la sobrina de un gran señor de un reino lejano, del cual no memorizó el nombre, pero no explicó qué hacía sirviendo al Consejo de Nivrán. Igual en ese momento que se vieron cara a cara por primera vez, Bohu no quiso saber nada de ella, la sentía una intrusa, alguien de quien debía cuidarse.

Moluz apareció en su sala muy elegante con una túnica negra bordada que se alargaba en la espalda hasta ondearse a la par de sus aletas, incluso se había trenzado el cabello con hilos de oro, aunque su expresión presagiaba mal humor. Bohu no se molestó en detener su lectura por ella, le bastó con hacerle un gesto para informar que tenía su parcial atención. No quería moverse mucho o el ornamento que tenía en la coronilla le daría dolor de cabeza.

En menos de una campanada partirían hacia el edificio del Consejo para hacer el acto público del nuevo cargo a la gran princesa, probablemente la señorita estaba allí en sus habitaciones para darle alguna indicación o sólo fastidiar con las tonterías de la ética de una princesa en público.

—Alteza —la llamó sentándose junto a ella en el sofá largo de la sala—. Tengo algo para usted.

Cana Moluz llevaba en sus manos un colgante muy delgado hecho en diminutas piedrecitas que lucían como las estrellas, al que la princesa quedó admirando atónita de lo hermoso que era. Sin decir palabra Moluz se lo colocó con dedos temblorosos mientras las doncellas murmuraban emocionadas desde sus asientos.

Bohu lo tocó y sintió un leve pinchazo.

—¿Cuándo compró este? —Preguntó Bohu impactada.

—No lo compré yo, el rey lo mandó a hacer.

—¿Para mí? —debía ser una mala broma.

—En honor a la anterior gran princesa, su madre —corrigió arreglándole el ornamento que se había torcido un poco—. El rey no tuvo la oportunidad de conocerla, murió cuando él apenas tenía un año. Siente que sus padres le dejaron muchas cosas y que la vida le quitó la oportunidad de devolverles el favor.

Atlas nunca hablaba de sus padres. No, ella nunca le preguntaba acerca de ellos, no desde la vez que le había revelado la existencia de una hermana antes que él y de un pariente que lo rechazaba. Bohunissa no presentaba el tema para sobrellevar el remordimiento de sus mentiras, las que había inventado a su propia familia a consecuencia de la transformación.

—¿Por qué me lo da? —murmuró—. ¿Él le dijo que lo trajera?

Moluz la miró a los ojos con un fruncimiento de cejas, podía ver un dolor interno en la princesa, ese con el que había llegado a Nivrán y se agrandaba con el pasar de los taeroces.

—En realidad no sabe que lo tomé —reveló sin vergüenza.

—¿Qué? —exclamó, y en seguida pasó a tratar de quitárselo—. Si se da prisa puede regresarlo sin que se dé cuenta, por Wá, no quiero imaginar lo que pensará si ve que traigo el colgante de su madre. No tomo cosas sin permiso, esto es prácticamente un robo.

—Alteza, por favor, no exagere que ese es el terreno de Naláw. No tiene nada de qué preocuparse —dijo con demasiada serenidad—, no pasará nada malo.

—Señorita, estamos hablando de un objeto preciado, es un tributo a su madre, no algo de uso vulgar —logró quitárselo y lo extendió hacia la jefa de mozos y doncellas—. No es correcto que yo lo use.

—¿Por qué no? Usted es la acuela que él escogió para ser su esposa, es mejor que le de uso usted y no el musgo que se acumula en las habitaciones de sus padres.

Burbujeó frustrada; esposa aquí, esposa allá, estaba hartándose del título. ¿Cuándo los Ancestrales se contactarían con Atlas para buscar la cochina perla?

—Sí, lo soy. Pero esto es de su madre, antes de mí estaba ella. Hay cosas que tienen importancia y valor sagrado en la vida de la gente. Me parece irrespetuoso aparecer frente a él portándolo. ¿Cómo cree que se sentirá?

Cana Moluz cogió el colgante y volvió a ponérselo, Bohu se sorprendió al encontrarse sin mover un músculo, sin evitar que regresara a su cuello y se acomodara lentamente entre sus clavículas.

—Sé lo que hago, princesa. No pasará nada, confié en mí —Bohu le dio una mirada muy dura mezclada con temor—. ¿Dije algo malo?

—Odio esa expresión.

En la plaza que se hallaba frente a la entrada del palacio, rodeada por una muralla de algas violetas que se extendía ampliamente con un diseño simétrico que tardaría en ser recorrido, había una caravana de canias blancas con el escudo del reino en las aletas, todas dispuestas para movilizarse lo más pronto posible.

Los guardias estaban por todas partes riendo con cuidado entre ellos sin perder la compostura, esto con el fin de alivianar un poco los nervios. Era la primera vez que la nueva gran princesa visitaría oficialmente Garania, y todos estaban emocionados.

Subió la pareja real a la cania destinada, tomaron asiento en silencio y esperaron a que todo estuviera listo para partir. La división de guardias Karurá, distribuida en seis canias que les permitían monopolizar todos los ángulos, dieron la orden a los conductores para iniciar el recorrido hasta el edificio del Consejo.

Y así fue como Bohu salió por primera vez del palacio real hacia el resto del reino, escondiendo el fino colgante debajo de un collar más grueso.

Ella quería grabar en su memoria cada segundo del trayecto, así que se giró hacia la ventana a su espalda para admirar todo el paisaje de luces.

Se internaron en una avenida, en cada lado se extendía una pradería con animales de todos los colores que los postes de flores permitían ver, peces de enormes colmillos y más grandes que los del palacio nadaban tranquilamente, algunos redondos, otros largos, y la mayoría aplanados con aletas puntiagudas, dignos de una película de terror; sabía que no atacaban a las personas a menos que se les diera la oportunidad, y solían irse al menor indicio de magia.

Luego se presentó ante ellos una serie de torres anchas llenas de luces a ambos lados flanqueando una calle infestada de una multitud curiosa por verla a ella, agitando sus manos y haciendo sonidos con sus bocas para expresar la alegría que sentían, cosa que la dejó aturdida. Ya le habían advertido que eso ocurriría y se había mentalizado para el momento, sin embargo, una cosa es imaginarlo y otra presenciarlo.

Bohu intentó copiar la calma de Atlas que mostraba su íntegra nuca a la muchedumbre, con sus pensamientos en algún otro planeta, y apartó la mirada del cristal para lograrlo. El conductor mencionó algo sobre alejarse del bullicio y rápidamente la cania empezó una línea ascendente que le permitió a Bohu observar como todos iban haciéndose más pequeños, dejándole una mejor vista de la ciudad y sus habitantes.

Entonces, desde esa distancia cómoda, los vio, a unos cuantos celaeos en los parques estirando el cuello para ver la caravana real y mantener a sus pequeños vigilados al mismo tiempo, algunos saliendo de una tienda de carne vieja o ascendiendo para llegar al almacén de telas. Vigilantes deteniendo a un presunto ladrón de frutas, niñas desprendiendo las joyas de las acuelas que saludaban a los guardias Karurá con entusiasmo o la bolsita de dinero de los celaeos; adolescentes invitando a los transeúntes a algún callejón con intenciones ocultas, un encapuchado amenazando a un vendedor aprovechando el alboroto en las calles.

Bohu no esperó ser testigo de esa clase de situaciones tan rápido, lo había leído, pero esto era demasiado. Buscó el rostro de Atlas para ver qué pensaba, y lo halló mirando sus dedos.

De pronto dejaron atrás la realidad de una ciudad y se encontraron rodeando una torre muy alta en medio de una plaza circundada por edificios gigantes y puestos de ventas que flotaban con la suave corriente. Era de unos cien pamas de altura, dorada, magnífica como la pieza más valiosa del lugar que se entrelazaba con otra torre más pequeña, retorcidas elegantemente como dos rizos de oro. Los dibujantes se acercaban para grabar su grandeza y los enamorados aprovechaban para tomarse de las manos mientras comían todo tipo de laeses, frutas que siempre estaban tibias.

Atlas se acercó sigilosamente para admirar la torre junto a ella.

—En la cumbre está la estatua de mi hermana —informó de la nada con una sonrisa, a lo que Bohu reaccionó con un susto pues no esperaba que se acercara—, el rey anterior la mandó a hacer para su décimo cumpleaños. Cuentan los ancianos del palacio que era una princesa muy dulce y buena, demasiado lista para su edad.

Giró el cuello para ver a su esposa y descubrió que ella lo miraba atónita.

—¿Qué pasa? ¿Tengo algo raro en la cara?

Bohu se aclaró la garganta y agitó los párpados incómoda, por su reciente reacción.

—Pues debe ser una obra maestra —dijo contemplando la torre sin poder advertir con claridad la estatua, las luces de las flores no llegaban hasta la cima—. ¿Cuál era su nombre?

—Temis.

Parecía que no tenía problemas con hablar de su familia.

—Y tus padres, ¿cómo se llamaban?

La mirada fija de Atlas la obligó a mirarlo. Cayó sin darse cuenta en su piel blancuzca donde se reflejaban las luces de la ciudad y en el manto verde claro que flotaba alrededor de su amplia espalda. El brillo de sus ojos había menguado, aunque no le permitía ver el color de su iris.

Por más que quiso voltear la cara al percatarse de que ambos se observaban en total silencio, la presencia de su esposo, nítida y cercana, la alcanzó con tanta fuerza que estaba sorprendida de no haber visto antes esa delgada cicatriz en su cuello, o de no haberse percatado de su mentón cuadrado. Pero sus ojos, de forma casi automática, la guiaron hacia ese lunar cerca de su asta derecha que siempre la distraía cuando leían juntos, y por consiguiente, el pececito azul que se acababa de enredar entre sus cabellos, decorados con hilos negros, se hizo un lugar en su campo de visión.

Atlas era un celaeo de cejas escasas, de pestañas muy finas y largas, tanto que cuando cerraba los párpados estas lograban rozarle levemente la parte superior de los pómulos. Ella misma se había sorprendido cuando notó aquello en su propia cara; un rasgo bastante curioso de la especie que los fercis vincularían con el género femenino, pero allí, en el océano, era cosa de todos. Como esa nariz tan pequeña que dentro del agua sólo servía para detectar olores malignos que los alertaba para no beberla, gracias a los sensores que se hallaban en el velo que protegían las fosas nasales.

Nunca lo había detallado como en ese momento y era un disgusto que ese semblante apacible la intrigara de una manera extraordinaria, pensó enfurruñada; la hacía cuestionarse si era una buena persona con la extraña habilidad para tomar malas decisiones, o un lobo disfrazado de oveja. Por desgracia, no encontraría la respuesta en ninguna parte de su rostro.

—Hoy es el último taeroc con luz —respondió él, dejando de lado su anterior pregunta, y sus labios se torcieron en una sonrisa que permitió a sus dientes puntiagudos mostrarse con diversión—. Wá pasará en la primera campanada del tae para llevarse el arctos y todo volverá a la oscuridad. ¿Estás preparada?

Quizás sí tenía problemas para hablar de sus padres.

De acuerdo a lo que había leído con la señora Basila, los tres primeros torímas del año profundo eran especiales, se destacaban porque todas las flores iluminaban sus alrededores y llenaban de colores las ciudades independientes y los países. El primer torím era auge, quería decir «primera luz», el segundo aíma «sangre» y el tercer era arctos, «última luz». Más de la mitad de las flores se apagaban, de hecho, todos los postes públicos dejaban de brillar.

Normalmente colocaban una flor inmune a este suceso en el cuarto de alimentos para descubrir si alguien tomaba más de la cuenta, esta era de una especie diferente, tenía forma de tubo que empezaba a irradiar luz justo después del arctos, pero era tan tenue que no abarcaba mucho espacio.

Bohu se puso nerviosa ya que a partir del tae siguiente tendría que valerse de su visión en la oscuridad, la que apenas estaba desarrollando; aunque podía decir con alegría que ya no se tropezaba con nada, sólo debía deshacerse de la lentitud.

—No lo sé —murmuró—. ¿Te gusta más cuando se va la luz?

—Por supuesto, puedes salir tranquilamente sin que te presten demasiada atención, cada quien está en lo suyo y tu vida es poco importante.

—Eso aplica para la gente corriente, tú y yo no podemos salir como si nada a la calle, aunque esté oscuro. ¿O sí?

Atlas se negó con pena.

—Siempre reconocerán nuestros rostros y escaparse del palacio no es un proceso sencillo. Sin embargo —bajó un poco la voz para que el conductor no oyera—, conozco un par de pasadizos secretos. Solía usarlos en mis tiempos de rebeldía cuando mi cara no era muy conocida en el reino.

A Bohu le causó un poco de gracia que el rey dedicado a su pueblo alguna vez se hubiera rebelado, y quiso saber más de esa historia.

—¿Nadie se enteró?

—Todo el reino —se tapó la boca para esconder una risa—. De hecho, mis escapes sirvieron para que las personas descubrieran que yo había regresado a Nivrán y le exigieron al Consejo que se me coronara lo antes posible, el asunto incluso llegó a una huelga porque los ancianos se negaban, pues yo era muy joven e inexperto, bla, bla, bla. Sin embargo, luego de un año de lucha, el pueblo ganó y heme aquí.

—¿Cuántos años tenías cuando te convertiste en rey?

—Mmm. Creo que catorce, no estoy seguro, pasó hace muchísimo tiempo, recuerda que aquí la gente vive más años; pero si te interesa el tema de la coronación y la huelga, puedes pedirle a la señora Basila que te deje leer mi biografía, aunque te hará escribir un ensayo —ella alcanzó a torcer el gesto, esa instructora la hacía escribir ensayos de lo que fuera. Bohu contó, entonces, los años que llevaba él reinando, fue sencillo pues ya sabía exactamente la edad de Atlas tras preguntarle a la señorita Moluz, y sí, su coronación había sucedido muchísimo tiempo atrás—. Nadie se enteró de cómo lograba salir del palacio, por más que intentaron chantajearme para que hablara. Así que dejé de hacerlo para que se convirtiera en uno de los misterios del reino. No miento cuando digo que hay personas publicando libros con teorías acerca de ello. Me divierto leyéndolos. Sin embargo, ahora tú conoces la verdad.

—El gran misterio resuelto, me imagino la fortuna que debe costar esta información —bromeó apartándose el cabello de su cara.

De pronto la mirada de Atlas dejó de estar en su rostro y bajó a su cuello.

—¿Qué tienes ahí, Bohunissa? —Preguntó y el brillo de sus ojos se intensificó de golpe.

El corazón empezó a latir más fuerte. Se llevó las manos al cuello para cerciorarse de que el colgante no estuviera a la vista. Debió quitárselo antes de salir.

—Nada —tartamudeó.

—Me pareció ver algo conocido —insistió.

—No sé de qué estás hablando, Atlas —se arriesgó a verlo a los ojos un segundo y la campanita de ideas empezó a tintinear—. ¿Acaso quieres ver dentro de mi ropa?

Al conductor se le escapó una tos que quiso controlar con rapidez.

—¿Perdón? —burbujeó Atlas mostrándose ofendido, y al mismo tiempo la miró como si le hubiera mordido una aleta un balbe.

Ella se encogió de hombros entrando en su papel.

—Bueno, tus ojos no están mirando mi cara.

—Es porque me pareció ver algo debajo el velo.

—Sí, mi cuerpo.

La cania se detuvo con suavidad y el conductor giró el cuello para verlos, con mucha incomodidad les habló.

—Majestad, hemos llegado.

—Un segundo —ordenó levantando un dedo, y se volvió hacia Bohu—. No te hagas ideas erróneas, no soy esa clase de persona, por si no te has dado cuenta.

—Yo sólo decía, las acciones son las que revelan de un celaeo sus intenciones —eso se lo había enseñado Moluz.

Atlas iba a decir otra cosa cuando uno de los guardias abrió la puerta del vehículo y fueron conscientes del bullicio y de la multitud que preparaban sus libretas para hacer escuchar sus preguntas.

Los informadores más importantes del reino tenían a uno o más reporteros en el evento, se había formado una gran expectativa, todos estaban emocionados por verla, hacer retratos de ella y escuchar sus palabras. Nivrán llevaba muchísimos años sin una princesa en el palacio, esperaban que fuera buen augurio, y como confiaban en su rey, estaban seguros que la nueva integrante de la familia real era una educada y bella persona.

El edificio del Consejo era de piedra roja, tres columnas sostenían los bustos de tres celaeos que parecían importantes y coronaban el techo, flores circulares se enredaban por medio de sus zarcillos, aportando una luz blanca muy brillante. Una entrada enorme con las algas anudadas a los lados les daba la bienvenida a los invitados y cintas negras separaban al gentío para que hubiera suficiente espacio para ingresar.

Había vigilantes para someter a los reporteros que se atrevieran a no respetar la ley que prohibía a cualquier ciudadano acercarse a más de diez pamas al rey, si este no lo aprobaba. Los nivrancos eran sujetos a las leyes, de eso se había dado cuenta Bohunissa, pero siempre estaba el avispado, o como ellos decían: el que se pulía los colmillos para desgarrar más carne.

Atlas alzó la mano con la palma hacia arriba en cuanto estuvieron fuera de la cania, como si le pidiera que le entregara algo. Bohu se lo quedó mirando.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —le susurró entre dientes.

—Coloca tu mano sobre la mía.

—¿Qué? ¿Por qué lo haría?

—Porque estamos casados —gruñó con una fingida sonrisa—, si no lo haces todos pensarán que hay problemas. Es nuestra primera aparición desde las fiestas de boda, el reino está ansioso por saber cómo nos está yendo.

—Pues nos va como nos tenga que ir.

—No seas terca, Bohunissa, están haciendo retratos de nosotros —ella no se movió y él se impacientó—. Esto sólo es una formalidad, todo el océano lo hace, no es como si entrelazáramos los dedos o las tafras.

—¿Las tafras? —se le vino la imagen de dos elefantes enrollando sus trompas—. Eso debe ser extraño.

Él le dedicó una dura mirada y ella burbujeó con fuerza dándose por vencida. Colocó su mano izquierda sobre la derecha de él y así nadaron hasta la entrada, en medio de aplausos, seguidos por los Karurá y por Moluz junto a las doncellas. Si lo pensaba mejor, era igual a cuando un hombre invitaba a una mujer a bailar.

Dentro del edificio los recibió un simpático celaeo que los encaminó por un amplio recibidor de luz escasa hasta un salón más pequeño. Había una tribuna en el fondo y flores gigantes se enredaban en los calados del techo, remeciéndose sobre las cabezas de los invitados llenando el lugar de una luz hermosa. Se sentía allí un ambiente acogedor, debía reconocerlo, donde se charlaba tranquilamente como un grupo de señores respetables que conocían el buen humor.

Por alguna razón había imaginado que todo lo que se relacionaba con el Consejo era grotesco y aterrador. Cuán equivocada estaba.

Mientras el joven simpático los llevaba hasta sus asientos reservados en la primera fila, los presentes que notaron a la pareja real avisaron al resto e hicieron una reverencia para ordenarse en sus puestos. Los celaeos se daban cuenta de la belleza de la gran princesa y las acuelas comentaban acerca del ribete bordado del velo anudado debajo de su brazo izquierdo.

Bohunissa descubrió cómo los miraban, curiosos, a la caza de alguna escena tierna entre ambos, una que se quedarían esperando, pues lo único que hizo Atlas fue quitar el velo de su lugar para no sentarse sobre él y Bohu se cruzó mentalmente de piernas con toda la arrogancia que quería mostrar. No estaba allí para ser simpática puesto que no estaba contenta con obtener un puesto tan importante sólo por haberse casado con el rey; intuía que era una trampa y ellos estaban a punto de morder el cebo.

Viros después de un silencio sepulcral, inició el evento con un grupo de danza juvenil que encantó a todos con los movimientos de sus capas caladas y sus aletas al ritmo de la música. Al finalizar el acto y los aplausos, el segundo líder del Consejo subió a la tribuna y dio un discurso de bienvenida indicando el motivo de la reunión, seguido por algunos grandes señores que expresaron sus saludos al rey y la gran princesa. Luego Drair Hirapna habló de su supuesta despedida en medio de silencios preparados para dar pesar, y entonces llamó a Bohu para entregarle su broche de presidenta de la organización.

Los nervios la traicionaban, sentía que todos lo notarían y ni siquiera el velo, que era bastante largo y ancho, lograría ocultar el temblor de sus aletas. Tragó agua y se acercó a Drair nadando con elegancia, tal y como Moluz la había enseñado, enrollando una de las esquinas del velo en su brazo para darse más libertad. Todos aplaudieron, inclusive vio a algunos a punto de llorar.

Drair, con el rostro tieso como un mástil, ensartó el broche en la tela, y sus ojos se detuvieron en el fino colgante por un segundo, miró a la princesa de manera extraña, como si no se lo creyera. Bohu no se había percatado de que su pequeño secreto era visible para todos y pasó a dar sus palabras.

—Buen roc para todos ustedes, quiero presentarme públicamente como la gran princesa de Nivrán, Bohunissa de Zuledanul Évenor —y entonces leyó el corto discurso que la propia Drair había escrito para ella—. Es una gran alegría para mí estar presente en este evento de suma importancia. Felicito a las dirigentes por su grandioso desempeño y labor, y a cada una de las personas que apoyan de alguna u otra forma esta iniciativa. Es una bendición el haber sido escogida para hacer parte de este proyecto que busca cambiar vidas, no esperaba que tuvieran en cuenta mi nombre ya que apenas soy una recién llegada en el reino, sin embargo, eso me muestra el afecto y el interés por mí que hay en sus corazones, el cual quiero retribuir completamente —hizo una significante pausa—. Acepto el cargo de presidenta de la organización Rescatando almas, agradeciendo siempre la guía de los que quieran ayudarme de manera genuina, pues no soy perfecta y cometeré errores, por eso estoy segura que entre todos podemos obtener un mejor resultado si nos unimos; aquí estaré recibiendo sus consejos con los brazos abiertos. Muchas gracias.

Por alguna razón los invitados se sintieron tan conmovidos por el simple discurso que se levantaron de sus asientos y aplaudieron con mucho fervor. Quizá la emoción de tener una princesa nuevamente había podido con ellos.

Bohunissa nadó torpemente hasta Atlas y cuando se sentó descubrió que estaba agitada. Movió la mano en un gesto humano para abanicarse en lo que alguien más hablaba en la tribuna.

—Supongo que eso salió bien —comentó con una sonrisa nerviosa. Atlas no contestó, ni siquiera la miró—. ¿Y ahora qué sigue, Atlas? —miró a todos lados cubriendo su boca—. Es decir, majestad.

Al fin él se dignó a verla y ella prefirió que no lo hubiera hecho. Sintió que había metido las dos patas que no tenía en un fango bien hondo.

—Alteza —le dijo él con el tono de voz más hosco que había tenido alguna vez.

—¿Sí, majestad?

Tardó en responder, pero cuando lo hizo Bohu deseó ser un avestruz, aunque de nada servía estando dentro de lo profundo del océano.

—Me temo que ese colgante no le pertenece -susurró el rey.

Ella apretó los ojos y agachó la cabeza por la vergüenza. Estaba atrapada y a esas alturas no podía negarlo.

—Lo siento, lo siento mucho. Lo devolveré.

—No —la detuvo cuando llevaba las manos a su nuca para desamarrarlo—. Ya todos te lo han visto, sería estúpido esconderlo ahora. Solo no lo pierdas, te lo ruego —ella lo miró a los ojos asustada, su voz justo en ese momento delataba su debilidad y su rostro lo confirmaba—. Te lo ruego, Bohunissa.

Estaba demasiado abrumada, no sabía qué era lo que apretaba su pecho y la hacía quedarse muda, conmovida, confundida. Se incorporó y todos voltearon a verla así que regresó a su asiento. No se atrevió a mirarlo a la cara el resto del evento, la vergüenza se lo impedía. Planeaba descargarse con la señorita Moluz en cuanto llegara, necesitaba desahogarse. Aunque sonaba muy irónica esa palabra dentro del océano.

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