Más allá de lo visible

Av elvientoadentro

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Tengo algo que contarte: Todas las historias sobre fantasmas son ciertas. O al menos, eso me dijo uno de... Mer

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1: Nuevo hogar
Capítulo 2: Nuevo Instituto
Capítulo 3: Algo extraño sucede en la casa
Capítulo 4: El primer incidente real
Capítulo 5: Cuando el teléfono suene, debes contestar
Capítulo 6: Tap, tap.
00. Desde el otro lado
Capítulo 7: No tiene sentido, pero no importa
Capítulo 8: Nuevo sistema de comunicaciones
01. Desde el otro lado
Capítulo 9: Decidida
Capítulo 10: El fantasma tiene un rostro
02: Desde el otro lado
Capítulo 12: Dorado y azul
Capítulo 13: Max
03: Desde el otro lado

Capítulo 11: Sí

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Av elvientoadentro

           

Capítulo 11: Sí

Es sorprendente la cantidad de fotos y de personajes de una escuela captables a través de un anuario. Además, es sorprendente cómo la gente cambia a través del tiempo y es especialmente extraño darte cuenta de que una misma persona puede ser varias personas a través del tiempo. Lo sé, porque mientras reviso las fotografías de distintos anuarios (2003-2007) de Max y Ele voy notando varias cosas. La primera es que se parecen mucho y nadie podría asegurar que no son familia, al menos. Sin embargo, Ele es más rubio que Max. No del estilo cabello casi blanco, pero sí bastante rubio, además, comparten los mismos ojos azules. Lo segundo que voy notando es que, a medida que pasa el tiempo, la mirada de Max se va tornando más fría y dura que en las fotos anteriores. 

Es en esto en lo que más me detengo, porque no me parece normal. Algo debe haberle pasado para que se fuera endureciendo. Es más, parece mucho mayor que sus compañeros. ¿Tendrá relación con la muerte de Ele? Suspiro, revisando más fotos de Luciano esta vez. Pero es solo hasta la última foto donde se ve distinto. Posa para la foto, pero pareciera que no tenía ganas de hacerlo. Su ceño aparece fruncido y fastidiado. Su cabello rubio brilla con la misma fuerza, pero está desordenado y algo desaliñado.

¿Qué rayos pasó, Luciano?

En ese momento suena la campana que avisa el término del receso del almuerzo. Sé que debo correr para llegar a clases, pero me apresuro a tomar fotografías de todo lo que puedo y a guardar los anuarios en sus estanterías. El señor Jiménez aparece antes de que logre salir de la sala, pero no se molesta porque todavía sigo en la biblioteca. Me pregunta si he hallado lo que necesito y como le digo que sí, parece contento. Es un buen personaje en este instituto, así que decido visitarlo más seguido.

Me voy de vuelta a clases, y lamentablemente, tengo que pedir permiso para entrar al salón. Para mi mala suerte se trata del profesor de Física, así que, después de un regaño, al fin puedo ir a sentarme a mi puesto. Tanto Joaquín como Emilia me miran con extrañeza, pero como es la segunda la que está sentada junto a mí ella es la que hace la pregunta.

—¿Qué pasó? ¿Por qué llegaste tarde?

Me encojo de hombros y balbuceo algo sobre poner atención al profesor.

—No te vas a escapar de mi curiosidad, Maira—sentencia y suena bastante amenazadora.

A pesar de que quiero poner atención porque esta es una de esas materias en las que definitivamente no me va bien, estoy todo el tiempo pensando en los hermanos Hormazábal. Las manos me pican por tomar el móvil, cosa que hago, pero no busco nada. Emilia vuelve a ratos la vista hacia mí y no quiero que sepa qué es lo que me tiene así. Sin embargo, me mata la curiosidad, así que abro mi cuenta de Rostrum y en el buscador escribo el nombre de Max Hormazábal. Saltan varias personas llamadas de la misma forma. Sin embargo, encuentro al Max que busco al instante.

Tiene el mismo rostro que en las fotos que vi de los anuarios, pero ahora utiliza barba en el rostro y también parece menos rubio que antes. Sin embargo, a pesar de que es una fotografía apenas, todavía conserva la mirada dura.

Emilia me interrumpe golpeando mi pierna con su pie bajo la mesa y me hace un guiño para que mire hacia el frente. El profesor me mira con odio controlado y apunta un cartel que está por encima de la pizarra. "Móviles prohibidos en clases".

—Señorita, es la primera advertencia. La próxima vez se lo quitaré—sentencia.

Mi rostro se vuelve rojo de pronto, porque odio tener la atención de todo el mundo sobre mí. Joaquín tiene su mirada suspicaz sobre mí, al igual que Emilia, por lo que sé que, en algún punto, tendré que contarles a ambos de qué va todo. Guardo el móvil en mi bolsillo, pero no sirve de nada. No logro poner atención en ningún momento de la clase.

Al término de último período, cuando al fin podemos irnos a casa, agarro todas mis cosas y salgo del salón de golpe para evitar tener que conversar con Joaquín o Emilia. Sin embargo, la última me persigue hasta que nos detenemos a la salida.

—Le dije a Joaquín que yo hablaría contigo, así que vamos, suelta qué es lo que pasa—dice, cruzándose de brazos.

Suspiro, sabiendo que es mejor no dilatar las cosas.

—Si te cuento no me vas a creer, Emilia.

—Pues inténtalo.

La observo, tratando de tantear si se reirá o me tratará de loca.

—Sabes que dicen que en mi casa hay fantasmas, ¿no es así?

Ella asiente, frunciendo el ceño. Creo que no se esperaba que le hablara de esto.

—Sí, ¿y...?

—Bueno, no es que haya fantasmas en plural. Solo hay uno—comento, mirando mis zapatos. Cuando levanto la vista, Emilia sigue esperando a que hable. Suelto un gran suspiro— y necesita mi ayuda.

Emilia se toma unos segundos para procesarlo.

—Espera, ¿estás tratando de decirme que hablas con un fantasma?

Tuerzo el gesto.

—Si lo dices así suena como si estuviera loca, Emi—replico.

—Déjame ver. —Pone su mano sobre su mentón y piensa—. No me estás mintiendo, ¿cierto?

—¿Ah?

—Mira, te creo—resuelve, tres segundos después—. No es algo que te digan todos los días, pero mi tía América andaba con esos cuentos de que hablaba con los muertos y resulta que nadie le creía. Al tiempo después, mi mamá la fue a ver un día y me contó que cuando estaban sentadas tomando el té o algo así, vio saltar una cuchara en su dirección. Mi tía le dijo a mi mamá que no le caía bien a ese fantasma y mi madre casi se caga del susto—dice y suelta una risa, pero luego se pone seria—. Igual, eso le pasa por no creerle a mi tía, ¿sabes? Así que sí, esa parte te la creo. Pero no entiendo qué es eso de que necesita ayuda.

Parpadeo, perpleja, porque Emilia suele hablar muy rápido.

—Siento... creo que está atrapado en la casa—le suelto sin más, y casi quiero reír por lo inverosímil que suena todo—. Además, creo que Ele no sabe que está muerto.

—¿Ele? ¿Le pusiste nombre?

—No, no. O bueno, algo así. Su nombre es Luciano.

—Luciano, okay—dice, volviendo a poner una mano en el mentón—. Bien, menos mal que fui yo la que vine a conversar contigo sobre esto. Joaquín no te habría creído nada de nada ya sabes cómo es de escéptico. Pero ya que fui yo, he decidido que te voy a ayudar.

—¿Ah?

—Pero con una condición. Debes decirme si es sexy o no.

«¿Cómo?»

—¿Qué? Emilia, no—niego y reprimo una risa—. Quiero decir, no puedo verlo, pero a veces lo escucho.

Emilia esboza una mueca de decepción, para finalmente encogerse de hombros.

—Supongo que con eso estará bien, pero ¿crees que podrás verlo algún día?

Auch. Esa frase es como un balde de agua fría.

—No tengo la menor idea—tengo que aceptar, con tristeza.

***

Al volver a casa, me siento más cansada de lo que debería. Emilia se ha pasado al menos una hora haciéndome preguntas que no puedo responder sobre Luciano y eso hace que me dé cuenta de lo poco que lo conozco. Sin embargo, hay algo en él a lo que no puedo resistirme. Digamos que, ¿cuántas veces te encuentras con algo así en la vida?

No obstante, no puedo evitar embargarme de nerviosismo. Al entrar a la casa, todo se ve tranquilo. Mamá ni papá están, pero es como si la casa estuviera completamente vacía. Demasiado tranquila. ¿Qué pasaría si Luciano decidió no comunicarse más conmigo? Dejo la mochila tirada sobre la sala de estar y salgo pitando al piso superior. Al entrar a mi habitación, una única palabra escrita sobre el suelo con las fichas de dominó me recibe haciéndome botar el aire que estaba reteniendo sin darme cuenta.

«Bienvenida».

Cierro mis ojos con alivio, blandiendo una sonrisa.

—Ele, ¿estás aquí?

El doble golpe en la pared de frente a mí me hace sonreír abiertamente, mostrando todos mis dientes. Abro los ojos lentamente, pero lo que veo hace que me sorprenda. Ensancho mis ojos y doy un salto hacia atrás.

Veo una sombra en la pared frontal. No puedo distinguir qué forma tiene lo que veo en frente, pero hace disparar todas las alertas de mi cuerpo, sintiendo tanto miedo como si estuviese dentro de una película de terror. No logro decir una palabra en voz alta, pero mi cuerpo completo grita: «¡Corre!», sin embargo, siento como si a mis pies les hubieran crecido raíces, las que me dejan inmóvil donde estoy. 

—¿Maira? —dice una voz que parece provenir de muy lejos.

Tan lejos que bien podría no ser de esta dimensión.

Siento escalofríos como descargas eléctricas por todo el cuerpo, y aun cuando creo que Ele es quien me está hablando, todo es demasiado terrorífico para ser verdad. Mis piernas se sienten tan débiles como si se hubieran convertido en dos hebras de lana y mi respiración es tan veloz que creo que me estoy sobre-oxigenando. Lo que no pinta nada bueno, así que me dejo caer al suelo -porque de todas formas iba a caer- y noto que la sombra se acerca a mí.

Lo último que veo antes de perder la conciencia, son dos destellos azul fuego.

***

Tengo imágenes como fotogramas en mi memoria. Dos brazos sosteniendo mi cuerpo, pero al mirar hacia atrás no veo nadie, como si una fuerza invisible tratara de decirme que me mueva, que no puedo quedarme ahí en el suelo.

Las siguientes imágenes son de mí acostada en mi cama y lo único que veo es algo dorado cernirse sobre mí.

Dorado y azul fuego, y una voz masculina y perfectamente audible, diciendo:

Tranquila, ya estás bien. 

***

El reloj marca las 19:30 en el reloj de la mesita de luz para cuando logro despertar. Escucho a mamá y a papá en la casa, tal vez cocinando la cena. ¿Habrán venido a la habitación a revisar cómo estoy? Me doy cuenta de que estoy con el uniforme del Instituto todavía puesto, pero las mantas de la cama me tapan hasta el cuello. Si mamá me hubiera visto durmiendo así, se habría enojado mucho. Aunque eso no importa tanto como otra pregunta: ¿cómo llegué aquí?

Reviso mi móvil y la luz al encenderlo me hiere los ojos. Llevo un buen rato durmiendo. Estoy muy desorientada, por lo que me siento en la cama y observo la habitación. No hay nada anormal. No hay nadie en el interior más que yo y el pequeño mundo en mi celular. Vuelvo a tenderme en la cama, sintiendo que tengo un ligero dolor de cabeza. Aquello me hace cerrar los ojos inconscientemente, y cuando lo hago, recuerdo lo que ha pasado con Ele. Me levanto de golpe otra vez, pero no veo nada. No hay nadie en la habitación. Lo triste del asunto es que tengo miedo de preguntarle si anda por ahí.

Así que tomo mi celular otra vez, y miro los mensajes que me han llegado.

Emilia me ha enviado dos mensajes:

Emi: Si besaras a un fantasma, ¿se sentiría como si besaras el aire?

Emi: Esta historia es mucho mejor que la de tía América!!!!!!!! JIJI

Y también he recibido tres mensajes de Joaquín:

Joaquín: Está todo bien? Por qué te fuiste así del colegio? 

Joaquín: En serio Maira. Siento como si me evitaras

Joaquín: estás enojada conmigo?

Pongo mis manos sobre mi cara. Joaquín no entiende nada y creo que tal vez he sido un poco injusta con él. Por lo general, no me gustan los chicos que son muy intensos ni que tratan algo así como de... controlarme. Pero sé que no lo hace con mala intención y que probablemente esté preocupado, así que le respondo:

Maira: Tranquilo, chinojaponés, no estaría enojada contigo ni en un millón de años

Él responde al instante.

Joaquín: Segura?

Maira: Segura, promesa de castor scout

Joaquín: bien jaja supongo que eso está bien

Hablamos por alrededor de cinco minutos sobre cosas de la escuela, pero al final me dice que debe irse porque su mamá lo llama a comer. Pienso en eso durante un momento, porque es raro que mis padres no hayan venido a llamarme. Sin embargo, no le doy muchas más vueltas, porque hay otros temas más importantes que atender antes. El primero, se llama Max Hormazábal. Aprovecho este tiempo para investigar su perfil. Trato de revisar sus publicaciones en Rostrum, pero solo puedo observar lo que no tiene restricciones, es decir, las cosas irrelevantes.  No hay mucho que me sea especialmente importante para desentrañar el caso de Ele, pero sí tiene un montón de fotos con frases de libros famosos, como aforismos. Por otra parte, según Rostrum, estudió Lengua y Literatura en la Universidad de Arboleda del Sol. ¿Eso debería decirme algo?

Me doy vuelta en la cama y me tapo hasta la coronilla. ¿Qué es lo que debería hacer ahora? Hablarle y decirle: "Hola, estoy hablando con tu hermano muerto. ¿Crees que podamos reunirnos?", ¿tal vez? Todo parece demasiado inverosímil para que me crea, pero qué otra cosa podría hacer. Presiono la pestaña que indica: "Enviar mensaje" y me quedo mirando un rato el espacio en blanco. ¿Cómo comenzar este mensaje?

Después de cavilar un rato, escribo:

"Hola, quisiera hablar sobre tu hermano".

Sin embargo, al instante lo borro y trato con algo menos directo.

"Hola, Max! No me conoces, pero hoy estuve conversando con el bibliotecario de la escuela y me contó sobre ti. El señor Jiménez, lo recuerdas? La cosa es que dijo que tú podrías ayudarme con un asunto que necesito resolver. Ojalá respondas este mensaje. Saludos!".

Sí, eso suena muchísimo mejor.

No pulso enviar enseguida. Me siento nerviosa. ¿Qué espero que diga Max? ¿Qué espero del asunto completo, en realidad? ¿Esto lo hago por Ele o por satisfacer mi curiosidad? Bloqueo el teléfono frustrada, pero a los dos segundos lo vuelvo a desbloquear para mirar el mensaje que he escrito en la pantalla. 

Es ahora o nunca, Maira Fuenzalida.

Sin pensármelo dos veces, pulso enviar.

Max Hormazábal será quien tenga la última palabra. 

***

Me voy al baño a cambiarme al pijama. Mamá me escucha pasar de una habitación a otra, porque me grita desde el primer piso para preguntar si estoy bien. Le respondo que sí, pero ella se preocupa de todas formas. Lo sé, porque cuando estoy volviendo a mi habitación para seguir acostada, ella aparece en la escalera.

—Te dejamos dormir con tu padre porque supusimos que estabas cansada—me informa, y avanza hasta mí para tocarme la frente—. ¿Te sientes enferma?

Niego con la cabeza, esbozando una sonrisa de medio lado.

—No te preocupes. Todo está bien.

Mamá asiente, pero me mira con aprehensión. Me acompaña a la habitación, donde vuelvo a acostarme. Se sienta conmigo en la cama y me abraza, acariciándome el cariño. A pesar de que sé que a mi edad esas cosas deberían molestarme, no lo hacen. Mamá no es una persona especialmente afectuosa, así que debo aprovechar sus momentos de amor.

—Hija—dice pasados unos segundos—, tu padre y yo estamos preocupados por ti. Te hemos notado más cansada de la cuenta. ¿Algo anda mal? ¿La escuela?

La observo y noto que su rostro está cansado también. Tiene ojeras y algunas arrugas tempranas se esbozan en las comisuras de sus ojos. Hasta diría que se ve algo mayor de lo que es.

—No, mamá—la tranquilizo—. Todo está bien.

Ella no parece satisfecha con mi respuesta, porque hace una mueca.

—Sabes que puedes decirnos lo que sea, ¿no es así? Sé que el cambio de escuela fue demasiado sorpresivo y que tal vez te esté costando hacer amigos aquí en Arboleda del Sol, pequeña. Tal vez fue un poco injusto para ti que yo hiciera esto y me encantaría saber si la decisión que tomamos estuvo mal—señala todavía aprehensiva—. Sé que no eres del tipo de hija que se queja por estas cosas y es por lo mismo que necesito que me digas si estás bien, tesorito.

Yo vuelvo a negar con la cabeza, pero esta vez la abrazo.

—Lo estoy, mamá. Además, fuimos todos quienes tomamos la decisión de venir a esta ciudad. Me estoy adaptando bien, ¿sí? Dame tiempo para acomodarme y ya verás que seremos felices.

Ella me devuelve el abrazo con fuerza y me da un beso en la sien.

—¿Qué fue lo que hice para merecerte como hija? —pregunta de forma dramática, bromeando.

—No exageres—respondo, sonriendo ampliamente—. Vete a dormir, muchachita. Genaro debe estar esperándote.

Ella asiente, sonriendo, y antes de irse de la habitación susurra:

—Te amo mucho, hija.

—También yo—contesto, sonriendo de medio lado, quedándome en la penumbra cuando mamá apaga la luz de mi habitación. 

A pesar de que la verdad es que no la estoy pasando específicamente mal aquí en Arboleda del Sol, me pone ansiosa saber que mis padres están preocupados por mí. Después de todo, la decisión que tomamos todos se supone que no debía afectarnos. Se supone que seríamos más felices. Sin embargo, papá no lo está logrando del todo. Aún no consigue el trabajo que él espera y, aunque mamá parece más feliz que él, está cansada de realizar turnos dobles. Se nota en su cara. Por otra parte, estoy yo, que lidio con un fantasma en mi habitación. Suelto una carcajada leve, porque suena increíble.

Me levanto de la cama y me acerco al espejo, quedando alumbrada únicamente por la luz del farol que entra por la ventana. Bajo mis ojos hay dos profundos semicírculos oscuros. Estoy cansada, tengo que admitirlo, porque, a pesar de haber dormido casi toda la tarde, el cansancio es emocional. Siento que demasiadas cosas han pasado en muy poco tiempo: el cambio de casa, la situación de mis padres, Ele, Joaquín, Emilia, la historia que conlleva este nuevo hogar...

Cierro mis ojos un momento y durante un segundo, quiero que todo desaparezca. Quiero volver a mi casa antigua, con mis amigos antiguos. Esos que me publicaban todos los días en Rostrum, pero que cada día lo hacen menos y es normal. Porque así es la vida. Un libro lleno de personajes que van y vienen. Cuando los vuelvo a abrir, noto un destello de luz que desaparece rápidamente de mi campo de visión.

—¿Ele? —pregunto, y mi corazón vuelve a latir rápido.

Sobre todo, cuando un radiante cabello dorado aparece por la esquina de mi espejo, seguido por dos faroles azules como el fuego.

Nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos a través del espejo. Hay un montón de cosas que quiero decir y no puedo, porque cuerpo está estático, estancado donde está y parece que solo funciona el eje que me permite girar suavemente hasta quedar de frente con él.

Mi corazón que bombeaba exageradamente rápido ahora se ha detenido, y en su reemplazo, un montón de sensaciones y emociones revolotean en mi estómago cuando frente a mí veo a un chico tan asustado como yo, con el cabello rubio y los ojos azules que me pregunta en un susurro ansioso:

—¿Me puedes ver?

Y de mi boca sale un simple:

.
____________

Cariños,
Youngbird93 🌻

Fortsätt läs

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