La chica perfecta

By RitaHamann

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Cuando te dicen la palabra "Playboy" ¿En qué piensas? Es bastante obvio que te imaginas a un mujeriego ganánd... More

Capítulo 1: París.
Capítulo 2: Una y otra y otra vez.
3. Jodido.
4. ¿Salvación o condena?
5. ¿Dónde lo conociste?
Wattpad me odia.
6. ¿Profesor Gael?
9. Viejas costumbres.

10. Robada y perdida.

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By RitaHamann

A la mañana siguiente hizo un recuento de actividades. Primero, ir a la universidad. Segundo, hablar con Gael. Tercero, regresar a casa.

Al menos vas a hacer algo diferente esta vez, pensó. Como todos los días, su rutina era ir a la universidad y regresar a casa, su pequeño nuevo hogar.

Si mamá supiera. Se volvería loca.

Su espacio era reducido pero al menos era femenino. Tenía una sala de estar, cocina y dos habitaciones, una donde almacenaba cajas con sus pertenencias que habían llegado desde Estados Unidos. Siempre fue muy ordenada y pulcra, tanto que ni una mota de polvo tenía que cubrir el suelo o la mesa. Todo estaba exactamente donde tenía que estar.

Una vez que terminó de alistarse tomó sus cosas y fue a la cafetería del campus para un desayuno temprano.

—Es muy temprano para que estés aquí.

Estaba esperando su pedido cuando la voz de Layla flotó hacia ella.

—Todo lo que quiero es algo que me mantenga despierta y me dé fuerzas para lidiar con el nuevo profesor —dijo.

La miró por el rabillo del ojo. Ella estaba radiante. Con un brillo a su alrededor y supo que su ánimo estaba en altos niveles.

—Ya lo sabes, no es necesario. Gael puede ser como un café bien fuerte si lo necesitas.

Amelie frunció el ceño. No quería pensar en las cosas que ella hacía con Gael. Y menos cuando estaba por comerse una deliciosa dona.

—Borra eso, sólo digo que parece que te mantendría despierta incluso si estás agotada.

Ella volvió a reconsiderar su sugerencia. —Olvídalo. Puedo ver en tus ojos que estas malinterpretando la situación.

¿Cómo no malinterpretar si habían estado juntos íntimamente?

—Sería interesante si puedo saltarme la clase —dijo Amelie.

No podía, porque la materia era básicamente el centro de su formación como actriz.

—¿Qué es eso de lidiar con él? —Layla inquirió con curiosidad.

Amelie volvió a pensar en lo que iba a decirle a Gael cuando tuviera una pequeña oportunidad.

—Ayer volvió a Jefferson Studio.

Layla abrió los ojos. —¿Qué?

—Lo escuché hablar por teléfono con una mujer —dijo.

Layla se relajó y sus ojos lucieron pensativos.

—¿Lo escuchaste decir que iba allí?

—Bueno, no, pero estaba apurado por algo.

Layla negó. —Puede haber otros motivos, ya lo sabes.

Amelie replanteó la situación. Él parecía alguien sin muchos problemas, un poco como el tipo de chico temperamental sí. Un poco egocéntrico, desinteresado en ciertos casos y muy intenso a veces.

Se encogió de hombros, no queriendo meter las manos en el fuego por él.

Se sentaron en una mesa y desayunaron hablando de cosas que les gustaban hacer. Hasta ese momento se dio cuenta de lo fácil que era mantener una conversación trivial con Layla y de lo mucho que tenían en común.

Cinco minutos después la puerta de la cafetería se abrió y Amelie levantó la vista riendo de algo que había dicho Layla sobre Camille teniendo tetas más grandes que el globo terráqueo. El cabello desordenado del hermoso hombre se apartó de sus ojos y se encontraron con los de ella. Él sonrió a medias y caminó al mostrador pidiendo un expresso doble para llevar, agarró unos cuantos caramelos del mostrador y los metió en su bolsillo.

Cuando terminó se dirigió a la mesa en donde ellas estaban.

—Buenos días señoritas.

Layla lo golpeó en el hombro. —Deja de actuar como si fueras mi profesor y yo una alumna tuya.

Él se encogió de hombros. —¿No lo somos?

Layla puso los ojos en blanco. —No, me conoces mejor que eso.

Amelie sintió una punzada de envidia. Ellos eran tan familiares entre sí.

Se dio cuenta que él la estaba mirando. —Amelie, ayer me fui muy rápido, lamento eso.

—No te preocupes, ¿terminaste?

Él pasó una mano por su cabello y Amelie vio sus ojeras y su frente ligeramente rosa  —Sí.

—¿Dormiste sobre los papeles?

Él rió. —Algo así; llegue un poco tarde.

Amelie pensó. Tarde. Una cosa usual si ibas a J.S. Se preguntó si en verdad aquello tenía relación. 

Gael le dio una ojeada a su reloj e hizo una ridícula mueca.

La clase está por iniciar y tengo un montón de cosas que tengo que desarrollar.

Al parecer habían pasado más de media hora desde que empezó a hablar con Layla.

Amelie no lo miró a los ojos. No después de que él le haya abierto la puerta en la salida, tampoco después de que haya empezado su clase por más de que fuera interesante. Tenía esa sensación arraigada de que Gael estaba tratando de llamar su atención pasando a su lado mientras controlaba que todos escribían lo que decía en la presentación.

Ella escribía algunas palabras que fluían de su boca y a veces esbozaba algún dibujo cuando se sentía perdida.

Sólo cuando todos se revolvían, y las palabras de Gael cesaron, alzó la cabeza.

Todos arrancaban sus hojas y cortaban los bordes. Incluso Layla, quien mordía su lengua en concentración mientras escribía su nombre.

Sólo en ese momento se dio cuenta, de que había que entregar las anotaciones de la clase.

Rápidamente arrancó su propia hoja y escribió su nombre en el encabezado. Era un desastre, con el dibujo a bolígrafo en el margen. Esperaba a que pasara por alto ese gran detalle. Nunca le había pasado eso, nunca se atrevió a escribir fuera del margen. Ella siempre conservaba el orden, no dibujaba flores o corazones para mantener su neutralidad entorno a la escuela. Se dio cuenta de lo aburrida que había llegado a ser con marcadores e indicadores de un solo color en cada parte de su cuaderno a diferencia de Layla, quien utilizaba todo tipo de bolígrafos de colores para señalar cosas importantes.

Todos dejaron sus hojas sobre la mesa mientras salían del lugar. Amelie fue la última en entregar. Albergó una esperanza silenciosa de que no dijera nada sobre ello, pero no fue el caso.

—¿Es tu dibujo?

Ella asintió apenada y no lo miró a los ojos.

—Eres talentosa.

Ella se removió incómoda no sabiendo muy bien lo que debía de contestar. —Gracias. Pero no dibujo muy a menudo —confesó.

—Deberías intentarlo.

—Lo he intentado por un tiempo, pero simplemente no encontré la inspiración adecuada.

—Parecías muy inspirada en la clase, tanto que ni siquiera levantaste la mirada al frente.

Ella sintió como se sonrojaba.

—¿Sucede algo?

—No-no —tomó una respiración profunda.

Sintió como Gael se levantaba de su silla y se inclinaba sobre el escritorio.

—Mientes.

Ella sólo iba a echarle un vistazo, pero su mirada se quedó prendida en la de él.

—Se nota como tus ojos te traicionan. Por cierto, un bello color.

Ella sintió su rostro ruborizándose aún más. Iba a abrir la boca para decir algo, pero el teléfono de Gael sonó y los interrumpió.

Él lo contestó sin dudar.

Ella observó cómo cambiaba su estado de ánimo, de enfadado a preocupado y luego a determinación.

«Estaré ahí en un minuto» y colgó.

Juntó sus cosas, al mismo tiempo que Camille entraba por la puerta. —Oh, profesor. ¿Va a algún sitio?

—Sí, tengo una emergencia. Puedes retirarte, no hace falta que me ayudes hoy.

Olvidó que claramente era el turno de Camille para ayudarlo, y no pudo evitar sonreír para sus adentros. Por la forma en que Gael se apuraba en pocos minutos ya no estaría en el edificio.

Camille hizo un mohín. —Que lástima. Pero lo ayudaré la próxima con los papeles, profesor Thomas.

Gael sólo contestó con un ok.

Amelie se dio cuenta de que debía irse ya, porque Layla la estaba esperando en el estacionamiento.

—Me tengo que ir. Hasta mañana, profesor.

Caminó más allá de Camille a la calle.

—¡Hey! Te tardaste, ¿alguna novedad?

Ella negó. —Sólo que estaba apurado como siempre.

Layla estaba apoyada por un automóvil gris.

—¿Es tu carro?

—Sip, lo compré en una subasta, aparte de algunos golpes, el motor anda a la perfección y corre cuando lo necesito.

Layla agitó una mano en el aire y miró más allá de su hombro.

Ella dijo: —Puedo llevarte, si quieres.

—No sé, esto se vería mal en la oficina —respondió Gael detrás de ellas.

Layla rodó los ojos.

Amelie miró a Gael, quien se movía sobre sus pies por lo inquieto que estaba.

—Puedo ir rápido Gael, sé que estás apurado.

Poco después Amelie pudo comprobar esa afirmación, cuando un semáforo en verde estaba por subir al rojo y Layla aceleró a cien kilómetros por hora.

No vivía lejos, a seis cuadras de la universidad, pero Layla había insistido que podía acercarla en el trayecto. Amelie no sabía donde Gael vivía pero al parecer Layla si.

Ella se bajó cuando el auto frenó en el camino de entrada de su casa.

Los ojos de Gael se fijaron detrás de ella desde la ventanilla abierta del coche y arrugó el entrecejo.

Ella se dio la vuelta y vio lo que él estaba observando.

Había un muchacho con un ramo de flores y un sobre, frente a la puerta de su casa.

Ella sólo escuchó como el coche giraba en la esquina y desaparecía velozmente.

Se dio la vuelta hacia el chico que se dirigía hacia ella.

—¿Eres Amelie Grey?

Desconfiada, ella negó. —Soy su compañera de cuarto, ¿necesitas algo?

—Sí, esto llegó para ella de parte de un tipo llamado Jefferson. ¿Podrías dárselo?

Amelie se mordió la lengua y asintió. Tenía que averiguar lo que quería el hombre, no creía que la dejara en paz fácilmente después de haber firmado un acuerdo.

Tomó la carta y las flores, y firmó la entrega.

—Gracias —dijo, y se fue.

Ella entró a su casa, cerrando la puerta con el pie. Tiró las flores a la basura y procedió a desgarrar el frágil papel.

Era una carta formal, escrita a computadora. Decía que habría un lugar en J.S para ella si cambiaba de opinión y tenerla de vuelta sería un honor. Adjunto había una tarjeta.

Era increíble. Tiró la carta a la basura junto a las flores.

Si creían que iba a volver, estaban muy equivocados. Era una perdida de tiempo.

(...)

Esa tarde, aburrida hasta la médula, salió de casa para hacer algún tipo de excursión. No conocía París y ahora tenía todo el tiempo del mundo para descubrir nuevos rumbos.

Al salir se dio cuenta de que necesitaría una botella de agua y un mapa de referencia. Sólo llevaba dinero en efectivo y su teléfono para cualquier emergencia.

El día estaba excepcional, el sol brillaba a través de algunas nubes y las plantas aprovechaban la energía.

El jardín de la vecina de enfrente parecía estar bien cuidado, entonces se acercó a una de las rosas que sobresalía en la acera. Los pétalos aterciopelados desprendía un aroma que inundó sus fosas nasales y le llenó los pulmones; no había nada más intoxicantemente natural que eso.

Rememoró aquellos días en los que sus pretendientes enviaban ramos de rosas o flores procedentes de Europa, algunos artificiales otros naturales, pero ninguno de esos ramos se comparaba con aquellas rosas tan vivas a la luz del sol.  Se dio cuenta de que las flores se encontraban bien en donde pertenecían y que aquellos idiotas no se dieron cuenta de ello porque no se molestaron en comprobar lo que enviaban.

Sus dedos acariciaron los pétalos, accidentalmente uno de sus dedos rozó una espina afilada y ella pegó un grito de dolor.

Una gota roja oscura brotó sobre su piel.

Una vez Richard le dijo sobre que las cosas bellas son las que más hacen daño, ella se rió de él y le dijo que ella era bella y no mataba ni a una mosca.

Se preguntaba si eso era aplicable a su actual caso. Tal vez estaba en lo cierto después de todo.

La rosa era hermosa, atractiva y exuberante con aquellos pétalos recargados, sus púas eran su forma de defenderse del peligro. Si ella era una chica con aquellas características, entonces, ¿cual era su forma de defenderse del peligro? Estaba empezando a creer que nunca estuvo en un peligro real como para comprobarlo, y sin embargo no quería estar en uno.

¿Olvidas el peligro de casi perder tu virtud?, gritó su mente.

Aquello era inaudito. ¿Pero que habría hecho indefensa?. Su mejor arma fue Gael, utilizándolo como escudo.

Sacudió su cabeza borrando las imágenes de Gael como su héroe.

Ahora era su profesor.

Caminó hasta que encontró una tienda y compró todo lo que necesitaba, eran las dos de la tarde y algunos turistas contentos caminaban por la calle. No pudo evitar la contagiante alegría.

Trazó un camino en su mapa y los lugares más cercanos que quería conocer.

No volvería por el barrio Montmartre y con un marcador rojo lo tachó. Era una zona peligrosa, en donde Jefferson Studio se ubicaba y los clubes nocturnos abundaban. Así que estaba descartado esa dirección.

Comenzó por el Sena, de allí iría a los campos Elíseos y luego al arco del triunfo. Pasaría por aquellos tranquilos barrios y disfrutaría de un pequeño descanso en uno de esos restaurantes al aire libre. Lo disfrutaría al máximo y no se perdería de nada. Caminó y caminó por las calles, pasando edificios, a señoras paseando a sus perros y gente disfrutando de un bonito día como ella lo hacía. Se sentía cómoda con su conjunto de ropa para hacer ejercicio, no como los atuendos incómodos y ceñidos que debía usar para salir de la mansión e ir a lugares importantes. Caminó hasta que sus pies debieron de estar rojos.

Sin embrago, no llegó muy lejos. Estaba convencida de que algo debió salir mal, porque cuando llegó a donde debía de estar los campos Elíseos partiendo desde las orillas de Sena, se sintió completamente perdida.

Le echó un vistazo una vez más. Luego le dio vueltas y vueltas. Y por más de que parecía estar en el sitio donde decía que debía estar, al bajar el mapa y observar derredor el lugar no se materializaba.

Se sentó en una banca próxima para examinar el mapa. Puso a un lado su bandolera. No habían muchas personas alrededor, los más cercanos eran unos niños jugando.

Por los próximos cinco minutos estuvo buscando el punto exacto de partida y relacionándolo con el río Sena en la solitaria banca.  Alzó la vista cuando oyó el grito de dolor de un niño. Como ningún adulto estaba alrededor ella dejó el mapa y fue hacia los niños para ver porqué uno estaba sujetando su rodilla y el otro lloraba a su lado.

Ambos estaban sucios y parecían haber salido de alguna alcantarilla. Se acercó y se arrodilló junto al niño.

—¿Que sucedió? —preguntó.

El niño arrugó toda la cara y lloraba inconsolablemente. A través del llantó Amelie entendió unas palabras. —Mi rodilla.

Ella convenció al niño para levantar su pantalón que tenía agujeros por todas partes y que la dejase examinar la herida y la gravedad de la situación. Por supuesto, después de una súper coacción que duró horas, el niño accedió. Dijo que su nombre era Ratt y luego de haberse erguido en una pierna levantó su pantalón hasta su rodilla.

Amelie permaneció sobre sus rodillas.

Qué diablos.

La rodilla estaba bien, su pierna era un poco huesuda, la piel un poco raspada, pero no había ni una indicación de haber sido golpeado duramente.

Luego todo pasó demasiado rápido. El niño se echó a correr como si lo estuvieran persiguiendo y la dejó ahí sin explicación.

Luego se dio cuenta de que el otro niño había desaparecido, y, cuando regresó a la banca, sus cosas ya no estaban.

Ni un rastro de que hubiera dejado allí su cartera con su celular y el mapa.

Se lo habían llevado. Todo.

Ahora sí que estaba perdida, sin dinero para coger el tren y regresar a casa, sin celular para llamar a Layla.

Se dejó caer en la banca echando la cabeza hacia atrás y cerró los ojos contra la luz del sol.

No podía llorar, no lo haría. Libre por primera vez y por poco le roban sus bragas un par de niños callejeros.

Su garganta se cerró y sus ojos se inundaron, al mismo tiempo que una pesada sombra caía sobre ella.

Ay Dios, dejadme conservar las bragas, pensó.



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