Dame una razón.

De solbvs

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Denia. Un corazón roto, un alma quebrada y una mirada que busca con gritos que la salven de sí misma. Nichola... Mais

Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Díez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince.

Nueve

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De solbvs

Desperté antes que él. Está siendo mi almohada. Tengo mi cabeza apoyada en su cómodo pecho, que ahora es mío y me gusta. Me mantiene cerca con su brazo en mi espalda. Somos un manojo de piernas y brazos unidos. Nick es precioso. Sus ojos chiquitos, su boca apetitosa, su gran sonrisa, su cara, su cabello, su esencia única. Siempre a olido a vainilla y café, supongo.

Su mano empieza a hacer círculos en mi espalda.

- Buenos días -susurra despacito.

- Hola -respondo mirándole desde más abajo. Si, es precioso.

- ¿Dormiste bien? -Ahí está, su infaltable sonrisa.

- Mejor que eso -besé su pecho- ¿y tu?

- De maravilla -se ríe-. Lo de anoche fue mejor de lo que imaginé, lejos.

- Estoy agotada -suspiramos casi a la vez- Eso sí me hizo sentir viva. Gracias.

- Cuando se le antoje, señorita -me aprieta un segundo- ¿Tienes hambre?

- Un poco, pero debo volver a mi casa, no quiero que tus hermanos me vean así -confieso y salgo de la cama- o tu mamá, o que la mía se alarme si no estoy.

- Bieeen -dice a regañadientes.

Nicholas busca ropa limpia para ponerse. Un buzo. Mientras yo miro bajo la cama para hallar mi polera.

- Son como las ocho de la mañana ¿te levantarás? -Pregunté viéndolo abrochar un polerón deportivo azul.

- Saldré a correr -sonríe satisfecho de si mismo.

- Mmm -me acerco y robo un beso de su boca- te veo por ahí entonces.

Me escabullo por la misma ventana por la que entré anoche. Cruzo la calle y voy por el lado exterior de mi habitación. Espero que la ventana esté sin seguro.

¡Bingo! Igual debería ser más cuidadosa con eso.

Entro y alcanzo a meterme a la cama antes de que mi madre asomara la cabeza por la puerta para ver si todo sigue en orden antes de que vaya a trabajar. Es como si volviera a tener 15 años.

Esto podría ser mejor de lo que imaginaba. Mucho mejor.

Vuelvo a despertar para cuando es hora de almuerzo. Pongo a calentar agua para preparar fideos, es lo más rápido que se cocinar, mientras voy al baño a darme una ducha. Me siento revitalizada y dolorida también. Lo de anoche fue -wow- demasiado bueno. Nicholas logró engañarme con su carita de bueno, y su comportamiento intachable. Él es mucho más que eso, definitivamente.

Al rato, estoy acabando de almorzar y me doy cuenta de la nota pegada en el refrigerador, es de mamá:

"Cariño, se quemó la ampolleta de mi habitación ¿puedes ir a comprar el repuesto a la ferretería? Dejé dinero en mi velador.

Te ama, mamá."

Dejo la losa lavada y guardada, agarro el dinero que está justo donde ella dijo, mi bolso y las llaves de casa, y salgo para ir a comprar.

La ferretería no está tan lejos y el día está agradable para caminar ¿Nicholas estaría en casa? No, mejor voy sola, no quiero ser de esas parejas que andan juntas para cada lugar al que van, es desesperante.

Siento una brisa algo fría, pero me gusta de todas maneras. Voy en jeans, zapatillas y polerón, el cabello amarrado en una coleta, aún un poco húmedo.

Recuerdo que olvidé tomar el jarabe.

Estoy haciendo el recorrido que hice por primera vez con Nicholas, esa vez que le acompañé a buscar a Elvis por el vecindario y tuvimos que arrancar del loco hombre con la escoba. Fue una tarde divertida, claro, después me invitó a que le ayudara a bañar al perro, pero yo no quería relacionarme con nadie. Él no se dio por vencido tan fácil.

Veo la ferretería, tiene la fachada deplorable. Se supone que es de un blanco hueso y lo que veo ahora es totalmente gris, hay bastante basura afuera ¿hace cuánto no pasaba por aquí? Hay variedad de neumáticos viejos apilados entre el espacio que queda de la ferretería y el taller mecánico contiguo.

Tengo la sensación de recordar algo de ese lugar, pero no sé el qué. Mi mente bloquea muchas cosas de aquella época tormentosa.

—  Buenas tardes -saluda un hombre viejo detrás de un enorme mesón al final de su local- ¿en qué puedo ayudarla?

—  Hola, estoy buscando una ampolleta -el hombre se mueve a su izquierda y abre un mostrador. Me deja apreciar su colección a la venta- es esa, la de abajito.

—  ¿Normal o de ahorro de energía? -Me enseña las dos.

—  de ahorro, quiero dos -le pido, se que tengo dinero suficiente.

Me da un papel con el valor total y dice que vaya hasta la caja a pagar, lo hago, y la señora cajera me envía a retirarlo con el hombre de antes. Salgo de allí para volver a casa.

—  ¿Denia?

Y el recuerdo me inmoviliza y me invade el miedo. No quiero voltearme a verlo, pero él se pone delante de mi con rapidez, sabe que lo he reconocido.

—  Si, eres tu -me dice- no estaba seguro. Tu cabello es marrón ahora, te queda mejor que el negro y... has ganado peso -está mirándome detenidamente ¿cómo puede...?- Oh, no, estás bien así, antes estabas muy delgada, ahora estás mejor.

—  Mejor -repito con un hilo de voz.

—  ¿Me recuerdas verdad? -Y claro que lo hago. Él es como la versión limpia de Max, si no fuera por el hecho de que tenía las manos engrasadas y negras, manchas en su frente y en su cabello rubio, obviamente. Theo, su hermano menor.

—  Si, ¿cómo...? -Siento una punzada en la cabeza- ¿Cómo va todo?

—  Mejor -sonríe, es la sonrisa de Max, demonios- ¿Recuerdas a Jay? Su padre nos dio trabajo aquí, no es el empleo soñado pero...

Jay era el mejor amigo de Max, nunca me agradó, nunca le agradé tampoco. Recuerdo que una vez Max me contó que vio a su amigo inyectándose cristal, beber alcohol y jalar coca durante toda la noche ¿como se vive así? Escucho a Theo decir que lo llamará para que lo salude y se que es mala idea.

—  Debo irme, Theo, será para otro día -la sonrisa no me sale. Espero no volver a verles jamás. Empiezo a caminar, a huir.

—  Me alegra verte bien, Denia -dice el que fue mi cuñado. No lo soporto y echo a correr aferrándome a lo único que tengo en las manos: las ampolletas.

Para cuando estoy llegando a mi casa me doy cuenta de que me tiemblan las piernas y se me nubla la vista por las lágrimas. Me apoyo en la puerta principal mientras intento fallidamente meter la llave en la cerradura. Creo que la temperatura podría haber bajado unos cuantos grados porque tengo mucho frío, quizás por eso tiemblo. No logro abrir la puerta y las llaves caen a mis pies. Lágrimas cálidas caían por mis mejillas y la vista se me nubla pero ya no lloro. Me fallan los sentidos y me desvanezco.

—  ¿Dev? ¿Estás bien?

—  Debemos llevarla al hospital, está muy pálida.

—  Llama a su madre.

—  Ella estropeó mi celular, genio.

—  Denia...

Podía sentir que me acariciaban la cara con manos torpes ¿quien? Un hormigueo empieza a recorrerme el cuerpo y tengo escalofríos. Siento que tengo el pecho apretado con algo que me impide respirar con normalidad, necesito espacio. Toso.

—  Ya está aquí -dice- ¿Que pasó, Dev?

—  Aire -susurro entre jadeos.

—  Dale espacio, Nick, te dije que la sofocabas.

—  Cállate, Joseph -escucho que abren las ventanas y bajo mis párpados puedo notar la luz del exterior. Abro los ojos despacio y veo a los hermanos Miller frente a mi. Estoy dentro de mi casa, en el living.

—  ¿qué pasó? -Me aferro al brazo del sofá mientras estoy sintiendo que mis sentidos se normalizan .

—  Te encontramos desmayada en la entrada ¿te golpeaste? ¿Te duele algo? -preguntó Joe sentándose a mi lado. Niego- ¿te llevamos al hospital?

—  No, no. Estoy bien -la voz me sale ronca y Nick se va a la cocina por agua-. Debió ser una baja de defensas o lo que sea, pero ya estoy mejor, gracias.

Nicholas vuelve con un vaso de agua, la bebo y sabe dulce. 

— Gracias -dejo el vaso en la mesa ratona de enfrente.

Nadie está hablando y es verdaderamente incómodo. No puedo mirarlos a cara por que sé que saben que no les estoy diciendo la verdad.

—  Si estas bien, me voy entonces -anuncia Joe, me soba la espalda y se pone de pié- Para lo que sea, estaré en casa. Nos vemos luego.

—  Gracias, Joe -intento sonreirle hasta que sale por la puerta principal. Ahora debería empezar la verdadera conversación-. Nick, no tienes que quedarte, pronto debería llegar mi madre y...

—  Hice el cambio de la ampolleta, la otra la guardé en el velador de tu madre -me interrumpió con voz fría- tus llaves están en la cocina.

—  No tenías que hacerlo, gracias.

— Tampoco tienes que mentirme -me reprocha al sentarse junto a mi, me toma las manos y me da un leve apretón- ¿que sucedió? Quiero que confíes en mi, Denia.

—  Está bien -suspiro profundo porque empiezo a sentirme ahogada de nuevo.

—  Estoy aquí, nadie te hará daño -sus ojos mantienen mi mirada en los suyos de manera cautivante.

—  Me encontré con Theo, mi ex cuñado.

—  ¿Te dijo algo? ¿Te hizo algo? -Negué empezando a temblar- ¿que tan malo pasó para que llegarás a esto?

—  Me inundé de los recuerdos de la noche en que Max intentó sacarme el corazón.

Le conté todo a Nicholas. Todo sobre Max Heller y lo que me hizo vivir cuando estuvimos juntos. De las noches en las que pasaba por mi y nos escapábamos a las fiestas negras al otro lado de la cuidad. De las veces que me hacía seducir a un vendedor de drogas para que no lo apalearan por las deudas impagas y le dieran más tiempo. Del sexo. Del alcohol que bebíamos antes de. De las peleas en las que se metía y que luego yo curaba sus ojos morados, sus cortes en los brazos o su nariz sangrando.

—  ¿por qué no lo dejaste? -Me interrumpió con la mandíbula apretada y el ceño fruncido- ¿que esperabas? ¿Que acabase contigo también?

No sabía como responderle a Nick. Así que sólo dije lo que sabía en ese entonces. Max no fue tan... tan malo siempre. Cuando lo conocí sólo era de los que peleaban para arreglar sus problemas. Fue Jay, su mejor amigo, quien lo llevó hasta el fondo por lo que la competencia de quién, Jay o yo, se quedaba con lo mejor de Max se volvió su obsesión. Claramente Jay se hundía y Max con él. Pero no podía apartarme y dejarlo morir así, hasta que él intentó matarme.

— ¡¡¡Maldito hijo de puta!!! -explotó Nick poniéndose de pie, furioso- Lo mato, juro que lo mato.

—  No -susurré al borde de las lágrimas.

—  ¡¿Qué?! -Me miró perplejo- después de todo lo que me dices... ¿Lo defiendes?

Y entonces le cuento que Max ya estaba muerto, a manos de los que fueron sus amigos, y enterrado por su familia.

Suelto el llanto que me ahogaba y sus brazos no tardan en rodearme y apretarme contra su cuerpo para mecerme y brindarme su fuerza. Los temblores me amenazan otra vez pero es Nick quien los calma con sus caricias. Necesito de su apoyo, de su resistencia, de su estabilidad. Necesito todo lo que Max nunca me dio y me hizo creer que no existía. Necesito amor.

—  Ni siquiera quiero imaginar todo lo que viviste -su voz suena como un secreto- pero eres la persona más valiente y estúpida que he conocido.

—  Yo debería estar muerta.

—  Claro que no -responde quitándo el cabello que se pega en mis mejillas húmedas-. Tenías que llegar a mí para que ahora, y por siempre, yo te cuide.

—  No lo entiendes -niego- estoy llena de esa mierda espantosa. Cada cosa que ves en mi es porque estoy intentando ser alguien más para dejar atrás a la Denia de los 17.

Con esfuerzo fallido intento arrancar las pulseras de mi muñeca.

—  Detente -Nick me agarra las manos- se perfectamente lo que significan tu cicatrices, el por qué te las hiciste y que sentías. Lo se. Lo entiendo y lo acepto. Dev, con tus mil demonios y todo, te sacaré del infierno en que piensas que estás. Lucharé por ti y todo lo que venga, no me iré.

Limpió las lágrimas con sus pulgares y envolvió con sus manos a mi muñeca y los cortes, corrió las pulseras y acercó sus labios a las cicatrices. Entonces me besó las heridas... con amor.

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