Vodevil a astracanada

By AbuelaCaradura

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Paloma Vega está por cumplir treinta años, y todo lo que tenía proyectado antes de llegar a esa edad, no lo h... More

Dedicatoria
Spot publicitario en vez de un book trailer
Paso trascendental al tercer sexo
El musical de las mellizas
Si estás deprimido, silba
La dama roja y la dama negra
Video #2: Irma Vega
Hasta que tu muerte nos separe
Una maldición que llamamos tradición
La venida del Mesías
Hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse
Feliz no cumpleaños

Una película porno tiene más sentido que la vida misma

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By AbuelaCaradura

Dale clic al video para escuchar mientras lees la primera escena (?

Capítulo I: Una película porno tiene más sentido que la vida misma

Podía reconocer la música que sonaba en mi apartamento. Era Baile Erótico, tema principal de Las noches eróticas de los muertos vivientes, película de cine B favorita de mi ex novio Iván. El noviazgo había caducado hace dos años, pero seguíamos siendo muy buenos amigos. Y este hijo de puta, me había planeado una fiesta sorpresa de cumpleaños, a pesar de que fui bien clara que no quería absolutamente nada. Había pocos invitados en la sala de estar. Entre ellos, compañeros de trabajo que raras veces cruzamos palabras y Geraldine, actual novia de Iván, quien al verme huir a mi dormitorio, cerró la puerta con llave y tomó mi brazo para sacarme a bailar.

La melodía erótica había hecho que todos sintieran una libido incontrolable. Lo más probable sea que Iván era el responsable, ya que lo vi echando algo más en sus bebidas. Mi apartamento se estaba convirtiendo en el escenario de una película porno. Dalila atragantaba su lengua a la garganta de Gilda; Ximena y Patricio no salían del baño a hace media hora; y la joven pareja de mi ex novio empezaba a tocarme los senos como si eso lograra excitarme.

—¡Feliz cumpleaños, Paloma! —Geraldine risueña, apoyaba su barbilla en mi pecho y sus manos por mi trasero. La alejé a un metro de distancia de mi ser y cogí una cerveza de la mesa, ignorando el jugo especial que todos se habían vuelto adictos. Geraldine se me acercó de nuevo —. Ya van a ser las doce para que soples las velas. ¿Qué deseo vas a pedir?

—A mi edad, solo se puede pedir salud —contesté dándole un pico a mi botella.

Ella se reía con inocencia por mi honestidad y vuelve a abrazarme sin mi consentimiento.

—¡Hey, mi pajarillo favorito! —Apareció Iván grabando la fiesta con su celular—. Deja el alcohol por un día. He hecho un rico jugo de frutas para todos. Solo falta que la cumpleañera tome un vaso bien lleno. ¡Está buenísimo!... Oye, no me mires así. Te he hecho una fiesta sorpresa como querías.

Rodeé los ojos y tomé asiento en el sillón con otra cerveza.

Gelatinita, trae el pastel, por favor —indicó Iván para estar a solas conmigo. Se sentó a mi lado y sacó su cajetilla de cigarros del pantalón—. ¿Quieres uno?

Decliné dándole otro sorbo a mi botella.

—Es tu cumpleaños, aunque sea una vez al año deberías estar feliz. Tal vez si no te hubieras vuelto tan antisocial, habría invitado a más personas, y así hubiéramos tenido una fiesta de verdad.

—Si invitabas a más personas, habría una orgía en mi casa. Y no gracias.

—Me excedí un poquitín con el jugo.... —admitió con sonrisa ladina—. ¿Me perdonas?

Al poco rato, Geraldine llegó a integrarse con nosotros. Iván vació la mesa para que el pequeño pastel, fuera el centro de atención en la habitación. Los invitados también empezaron a rodearme, ansiosos, por querer irse de esta fiesta.

—¿Era necesario colocarle tantas velas? —pregunté.

—Pero si esa es la cantidad de años que cumples, mujer —señaló Iván encendiendo su cigarro con el fuego de las velas—. Y no me digas que con una minúscula vela te conformas soplar. Así ya no tiene gracia pedir el puto deseo.

—¿Acaso tienes seis años?

La música sicalíptica cambió a una clásica canción infantil de Parchís. Nadie cantaba como esos niños, a excepción de Geraldine e Iván quienes eran los únicos que estimaban a la cumpleañera. Miré el pastel. Un gran escalofrío me carcomía con solo contar las velas una por una, y también al notar a Ximena limpiándose el semen de Patricio de la boca. Treinta velas no solo significaban treinta años de mi vida. Era la cantidad de días, horas, minutos y segundos que habían pasado volando sin darme cuenta. Y que jamás volverán.

Ese momento incómodo, cuando todos esperan a que pidas un deseo y soples de una maldita vez, no demoró en llegar. Eran tantas velas que la cera se derretía en el chantillí al igual que la paciencia de la gente. ¿Qué puedo desear? ¿Qué el tiempo pase más lento? ¿Ser joven eternamente? Sé que es una estupidez demorarse tanto en soplar unas insignificantes velas. Sin embargo, el hecho de que había terminado oficialmente mis veinte, me producía una crisis existencial interna. Era una década menos de mi vida. Estoy más cerca a la fecha de mi muerte. ¡¿Cómo es posible celebrar eso?!

—¡Palomaaa! —Geraldine entró en pánico al presenciar cómo la cumpleañera había estampado su propio rostro en el pastel.

Quizás debí primero haber apagado las velas...

Todos los invitados intentaban reanimarme, pero no quería despertar. Esto era demasiado humillante. Hasta que Ximena haciendo RCP a mi boca lo superó.

* * * * * *

Me levanté de mi cama sacudiendo mi cabeza con brusquedad. Cada vez faltaba menos para mi cumpleaños, y las pesadillas sobre ese fatídico día eran más retorcidas. Estoy por cumplir treinta años. Base tres. Es más de un cuarto de vida. Y trabajar en una mueblería, no era lo que imaginaba Paloma de seis años cuando le preguntaron qué quisiera ser de grande. Antes no me preocupaba la edad que tuviera. Envejecer es algo natural e inevitable. Pero luego ves a tus compañeros de escuela y universidad yéndoles mucho mejor que a ti, y te preguntas si terminaste siendo la fracasada que tu familia imploraba que nunca fueras. Lo peor no es que sea una respuesta afirmativa, sino más bien, que jamás cambiaría incluso si me esforzara. Abandoné la universidad, porque mis padres pasaron por estragos económicos. Además, porque la carrera de medicina no resultó ser mi vocación. En el momento que quise retomar los estudios, motivada por el salario que recibiría algún día, me di cuenta que terminaría la carrera pasando los treinta; y eso era sin contar la especialización y residencia. Es cierto que los sueños no tienen caducidad, pero hay veces que la edad no ayuda.

Caminé hacía la cocina, y saqué algo frío para tomar. Beber una lata de cerveza era el inmunosupresor que me mantenía distraída de esa latente ansiedad hacia el futuro. Pese a eso, su uso a largo plazo hizo que terminara acudiendo a una charla de Alcohólicos Anónimos. Después de tantas intervenciones y emboscadas familiares, accedí en ir, con la condición de ser acompañada de mi padre, quien era otro alcohólico, pero el señor jamás lo admitiría. No abrí la boca en toda esa charla. No veía la necesidad de contar mi vida. Yo era otro reflejo de la decadencia de mi generación, al igual que mi padre de la suya. Aceptaba que tenía un problema. Y eso me bastaba. No volvimos a ese lugar, aunque si a un bar esa misma tarde.

Tiré la lata vacía en el tacho y noté entre los desperdicios, que había botado por error, entre volantes y recibos, una carta sellada a mi nombre. Saqué la invitación de cartulina opalina blanca, y la abrí.

Paloma Vega,  estás cordialmente invitada

a la boda de Alondra y Marcel...

Alondra se casa. Sí, mi hermana pequeña. La misma niña que se comía mis lápices labiales y perdía todo lo que era mío. La misma adolescente que nunca tuvo que llevar tratamiento antiacné, y dejó de usar formadores antes de su hermana mayor. La única hija de los Vega que terminó la universidad, y la que llegó a conocer a su prometido, un apuesto médico cirujano, cuando su querida hermana fue internada de emergencias en el hospital. ¿Se supone que estoy describiendo a la hija predilecta de los Vega?

¿Qué pregunta es esa? Ni que fuera su primogénito varón.

Los Vega fueron bendecidos con tres retoños: Nicolás, Paloma y Alondra. El hijo mayor llegó a ser una famosa estrella infantil a mediados de los noventa. Empezó como Tito, hijo menor del protagonista de la exitosa serie de televisión, Amor sin prejuicios. Y mientras las temporadas avanzaban, el infante se había convertido en un rebelde galán. Nuestro padre, quien era su representante, aprovechando su fama como ídolo adolescente, le consiguió papeles protagónicos en cine y en televisión; sin entender que su hijo, ya no se sentía feliz en el oficio. Para cuando Nicolás cumplió la mayoría de edad, renunció por completo a su carrera actoral con la finalidad de independizarse y disfrutar de la vida como él quería. Y sí, en esa vida los Vega no estaban incluidos. Hace más de quince años que no lo vemos, pero igual mis padres lo tienen en un pedestal. Después de todo, es su único hijo varón. Y en alguna parte del mundo, se habría convertido en un hombre de familia, y el apellido Vega seguiría vigente por una generación más.

Por otro lado, su hija del medio, la que sus padres raras veces le prestaban atención en su etapa de crecimiento, tuvo que aprender hacer muchas cosas por cuenta propia. En la escuela, como autónoma incomprendida, probó ser gótica, punk, rastafari hasta beatnik. Para cuando abandonó la universidad, se convirtió en una persona común y corriente con la esperanza de conseguir un empleo digno de ella. Y la espera sigue. Ahora vive en un apartamento pequeño, con algunos objetos que todavía comparte con su antigua pareja, rodeado de vecinos que se reproducen como conejos, pero sobre todo, a varios kilómetros de distancia de los Vega.

No digo que los Vega sean los peores padres del mundo. Me compraron el peluche de unicornio que tanto quería de niña como regalo de mudanza a los veintitrés, y pagan todos los gastos médicos que mi descompuesto cuerpo se provoca así mismo. Omar e Irma sabían que cometieron muchos errores con sus dos primeros hijos, más aun cuando vieron el tatuaje que llevaba su hija mayor en el trasero. Así que Alondra, obtuvo lo que Nicolás y yo siempre habíamos deseado tener: padres de verdad. Y a pesar de que Alondra nunca ha sabido apreciar eso, sigue siendo la niña consentida de los Vega. A sus casi veinticinco años.

—¿Qué deseas, Paloma? Siempre tengo el iPhone en la mano. Si no te respondí por WhatsApp es por algo. Entiende la indirecta, no me llames a estas horas.

Había vuelto a mi cama, y como ya no podía conciliar el sueño, llamé a mi hermanita para que despertara conmigo. Es una rutina que suelo hacer con ella, cuando estoy con insomnio o en estado etílico. Quizás si tuviera amigas a mis casi treinta años, mi hermana menor no tendría que soportar mis momentos de inmadurez, pero ella ya estaba acostumbrada a las llamadas de su familia. Y recién en la llamada número once, tuvo la decencia de contestarme.

—Buenas madrugadas —saludé ignorando su sermón.

Voy a colgar.

—Me llegó tu invitación. Les ha quedado muy... Eh, lindo. Sigo sin creer que esto esté pasando. Te casas. Jamás creí que la monogamia sería lo tuyo, si te soy honesta.

Paloma, estás en alta voz...

Hola, cuñadita —terció Marcel.

Está ebria. Ignórala.

—No esta vez. Solo no puedo dormir.

Estoy igual. Soñé que Marcel era papá y yo, mamá. Se supone que estoy tomando un té relajante en las noches, pero me está provocando pesadillas. ¡Como esa! Marcel me dice que deje el té, y no lo haré. Me hace bajar de peso. Y yo quiero verme bonita en el vestido.

Te ves bonita siempre...— habló el prometido robándole un beso.

Amor, duérmete que no me entiendes.

Alondra estaba muy estresada con los preparativos y ensayos para la boda. Siempre ha sido perfeccionista como mamá, y teniéndola a ella de dama de honor principal, comprendía su desgaste emocional. Quizás su hermana mayor debió haber tomado ese rol, y no dejarla excluida por cancelar su propia boda años atrás. Solo quizás. Tampoco me opongo. Nuestra querida madre siempre quiso encargarse de eso desde que parió a sus dos hijas. Por otro lado, mi opinión al matrimonio es muy distinta a la de mi familia. Sé que estuve comprometida con Iván, como toda pareja en una relación seria, pero por suerte evitamos arruinar nuestras vidas.

—¿Y qué hay del vestido para las demás damas de honor? Espero que el vestido me quede, ni siquiera me llamaron para probármelo.

—Paloma, tú no has hecho nada. Solo Vicky es mi otra dama de honor.

—¿Acaso soy alguna prima lejana de la novia? Soy tu hermana, Alondra.

—A ti no te gustan estas cosas. Además, tampoco quiero que seas mi dama. Mamá está haciendo un fantástico trabajo y no quiero que lo arruines.

—Yo fui la que casi se muere en plena colecistectomía, porque el cirujano no dejaba de ligar contigo. Vaya forma de agradecer a cupido, Alondra.

—Está bien. ¡Ashh! Le diré a mamá. Solo una cosa. No hagas lo que siempre haces.

—¿Y eso es..?

—No seas tú misma.

Al día siguiente, mamá se comunicó conmigo para felicitarme de querer ser más que otra boca que alimentar en la boda de mi hermana. Y también para pedirme que me portara como una persona normal en la boda de MI hermana. Doña Irma tenía todo controlado para la ceremonia. Solo necesitaba mi trasero una semana antes del día "D". A ella le encanta las reuniones, en especial si son organizadas por ella, por lo que decidió hacer una cena íntima con familiares y un par de amigos cercanos de la pareja previa a la boda. Esto sería una sorpresa para Alondra y Marcel, así que ellos no recibirían a cada invitado en la entrada de la casa. Esa tarea había caído en mis manos.

* * * * * *

Mierda. Juraría que habíamos acordado que la reunión se llevaría a cabo a las nueve y no a las ocho. La mueblería cierra recién a esa hora. Ya algunos invitados estaban llegando a la casa de mis padres, y doña Irma se encontraba afuera, haciendo mi único trabajo como dama de honor. Tragué saliva. Todavía no me había vestido para la ocasión por salir apurada de la tienda. Pensaba que podía robarme algo de ropa del armario de mi madre, pero era demasiado tarde. La mujer ya había notado mi presencia.

—¡Yúhu! ¡Paloma! —Era mamá llamándome desde la entrada de la casa. Parecía no estar enfadada por mi demora. Solo parecía. La mujer de delicadas manos, sin dejar de sonreír, ayudaba a los invitados en abrocharles un recuerdo de su cena—. ¡Paloma querida, ven!

Viendo que había una pareja de ancianos interrumpiéndola para felicitar el compromiso de su hija menor, aproveché el pánico para entrar a la casa y escapar de sus garras.

—¿A dónde crees que vas...?

Bueno, lo intenté.

—¡Gracias! Que se diviertan, pero no tanto —fingía reír la anfitriona por cortesía mientras la pareja pasaba por la puerta. Volteó en seguida al sentir que su hija retrocedía a pasos lentos—. Paloma.

—Oh. Hola, mamá. No te vi.

—Acordamos una hora. ¿Qué pasó? Mejor no me digas, siempre tienes escusas. Mira cómo has venido vestida. Está bien que quieras tener el cabello corto, pero péinate un poco. ¿Y dónde está Iván? Necesito que guarde los abrigos en el segundo piso.

Iván Flores: arquitecto, cinéfilo, melómano, alérgico al polen y a mi familia.

¿Cómo lo conocí? En el tercer ciclo de la universidad, me inscribí a un taller de cine para obtener créditos fáciles. Solo consistía en ver películas y hablar de ellas, sí querías. Así que usaba esas dos horas de taller a la semana para hacer cualquier cosa menos ver la película. Por el otro lado, teníamos a Iván, el más sobresaliente de ese taller, por no decir que tenía un onanismo cerebral y romántico por las películas. Él era de primer ciclo de arquitectura. No teníamos amigos en común ni nos topábamos fuera de clases. Recién en un festival de cine mudo que fuimos en grupo con los del taller, hubo algo más que atracción mutua e intensa. Había hierba. Mientras Pandora era asesinada por Jack, el Destripador; Iván y yo, compartimos pipazos, alcohol y lengua. Pero los besos apasionados terminaron luego de siete años de relación. Aún somos amigos y me llevo muy bien con su actual novia, Geraldine. Ella tiene la edad de mi hermana, por lo que la veo como la antítesis de Alondra. Ojalá esta amistad perdure, porque nunca le hemos mencionado que mi familia sigue creyendo que Iván y yo somos pareja. Hace dos años que terminamos, pero él continúa siendo mi acompañante en las reuniones de los Vega. No tengo las agallas para decirle la verdad a mi familia, después de que casi todos terminamos en emergencias al decirles que cancelamos nuestro compromiso. Y la otra razón por la que sigo mintiendo, es porque cuando llegas a una cierta edad, siendo mujer y soltera, tus propios parientes te bombardean con comentarios innecesarios, enrojeciendo tus orejas hasta más no poder. Tengo derecho a guardar silencio, ¿cierto? Por desgracia, para mí, Iván había tomado sus vacaciones adelantadas para sincronizarlas con las de Geraldine. Hace una semana habían viajado al Caribe, cosa que nunca hicimos como novios, y los tórtolos volverían en un mes.

—Él no vino, y tampoco vendrá a la boda.

—No me digas que... Paloma, ustedes termi...

—No, no, no —La abracé al verla querer sollozar por imaginar que su hija mayor moriría sola—. Solo viajó por una oportunidad laboral, pero volverá. 

—¿Pero por qué no me dijiste con anticipación que no vendría contigo? Cada invitado es un gasto, Paloma. No voy a permitir que Iván me haga desperdiciar mi dinero. Tendrá que pagarme, házselo saber. Ahora tendré que hacer cambios en las mesas y asientos en la ceremonia para el próximo sábado.

—¿Quieres en cheque o en efectivo? —Se cabreó por mi pregunta sardónica—. Solo bromeaba, ya le diré.

Mi madre me cubrió por unos minutos más en la entrada, así podía arreglarme para esta noche. Los Vega viven en una residencia de clase alta, gracias al antiguo trabajo de mi padre en bienes raíces y más aún por la explotación infantil hacia su hijo actor. Y aunque hubo una temporada sin nada en el banco, mis padres jamás pusieron en venta esta casa. Al principio, por inocencia, creí la idea que era por si su hijo los perdonaba y regresaba a su hogar, pero no me tomó mucho ver que era más por su apego a la vida de ricos. Tomé un vestido negro del guardarropa de mi madre, unos tacones bajos y algo de maquillaje. Al estar lista, bajé saludando a los invitados hasta llegar a la anfitriona.

—De todos los vestidos que tengo, tan bonitos colores, elegiste el negro, y todavía el que usé para el funeral del jefe de tu padre. ¿Cuándo cambiarás, Paloma? Se te está yendo el tren, y tú sigues actuando como repelente de posibles pretendientes. Esta noche asistirán doctores y algunos son solteros... Imagínate que tú también te cases con un cirujano. Tendrán una hermosa familia como la nuestra, y a mis nietos no les faltará nada.

—Mamá, salgo con Iván. Y no me recuerdes mi sueño frustrado de ser doctora. Además, ya te he dicho mil veces, que Iván y yo estamos de acuerdo en no casarnos. No todos nacimos para eso. Y no hablemos del tema de hijos, porque está implícito.

—¡Me estás destrozando, Paloma! El matrimonio no es solo convivencia y procrear. Va más allá de decirle a tu pareja que la amas. Es brindar estabilidad psicológico-emocional al otro, en otras palabras, mutuo apoyo para toda la vida.

—¿Y dónde está papá?

—No sé, ni me importa donde esté ese viejo bastardo.

Irma y Omar Vega llevan treinta y cinco años casados. Tal vez no sean el matrimonio más feliz que se diga, sus mismos hijos pueden confirmar eso, pero tratan de llevar una buena imagen frente a sus conocidos. ¿Y qué pareja casada no hace eso?

—No lo veo. ¿Se habrá embriagado antes de tiempo?

—Juro que lo mato si arruina mi día. Digo, el de tu hermana y el otro.

Los invitados llegaban y llegaban. Yo no conocía a ninguna de esas personas, salvo a mi tío Edgar y a su hijo Marcos, que no nos veíamos desde que era una niña. Y que al parecer se olvidaron de mi rostro y de mi nombre, que me confundieron con una mesera contratada para la reunión. Dentro de la casa, mi madre había colocado su álbum favorito de bossa nova y jazz para la recepción. Quería una botella de champagne y bocadillos de la mesa, el problema era que mi lugar de trabajo se encontraba muy lejos de la fiesta. En pleno frío, silencio y oscuridad de la noche, me preguntaba si era esto un castigo por no tener el absoluto interés de casarme algún día. La verdad es que sí quería ser una buena dama de honor para mi hermana, pero no esperaba que mi madre me diera una tarea tan absurda para torturarme. ¿Por qué tener dos bandejas llenas de recuerdos? Tenía la idea de que esto sería una reunión íntima, no que todo un pueblo vendría. ¿Azul y rosa? ¿Acaso es un baby shower? Hay otros mejores colores para diferenciar a los invitados de los novios. Hasta el tío Edgar que es daltónico, hubiera elegido mejores.

* * * * * *

No podía más. Estar en el mismo lugar parada y por tanto tiempo, producía un trance en mi cuerpo, cuya una reacción era hacia mi tarea, agregándole una sonrisa forzada hacia los invitados.

Cuando terminé de indicar a una pareja de doctores a dónde debían dirigirse, un par de largas y perfectas piernas se aproximó a las bandejas. La mujer llevaba un saco de piel de visón que le tapaba todo el torso, tacones negros de charol y unas gafas oscuras que la hacían lucir como una modelo madura de catálogo. Baile Erótico, es una canción de los tantos discos de soundtracks de películas porno que Iván guarda como oro, y esa melodía resonaba en mi cabeza al ver lo hermosa que era esa mujer.

—¿Qué tal? ¿Eres amiga del novio o de la novia? —pregunté mostrándole los adornos.

No quería que notara que me quedaba observándola anonadada por su belleza. Sin embargo, lo hice. Mientras ella comparaba los broches, mis ojos se pegaron como dos imanes a su silueta feroz de fémina. Sus caderas se movían al compás de la música de la fiesta, pero en mi mente era Baile Erótico. Me sentía Benjamin frente a la Sra. Robinson. Inexperta y curiosa, con la tentación casi palpable en mi rincón de trabajo. Solo me limité a sonreír. Esta vez avergonzada.

—Soy cercana a ambos, ¿cómo hacemos? —comentó aproximando su rostro al mío. Me sonrojé.

«Señora Robinson, está tratando de seducirme, ¿no es así?» pensé al escuchar su voz rasposa. Me hubiera gustado decírselo. Creo que hasta le hubiera gustado oírlo.

—Entonces le colocaré los dos broches —respondí con risa estúpida—. ¿Aquí en su saco o...?

No podía continuar hablando, la mujer seguía observándome. Me escaneaba toda, desde mi cuerpo hasta mi inexistente alma. Jamás he tenido una experiencia lésbica, pero tampoco soy de decir que de esa agua no beberé. ¿Debería dejar que me sedujera?

—¿No me recuerdas? —preguntó dejándome confundida. Si es amiga de mi hermana, debo a haberla visto en una de sus juergas en el centro; y si también es amiga de Marcel, tal vez debe ser una de las pacientes de sus amigos cirujanos. Eso explicaría lo perfecta que es su nariz.

Al ver que yo no sabía qué responder, se sacó sus gafas oscuras para colocarse ella misma los recuerdos de la cena. Abrió su saco de piel de visón, y de repente, mis ojos se toparon con una manzana de adán en su cuello. Quedé petrificada.

—Nos vemos adentro, Palomita.

Odio que la gente me llame por ese diminutivo. Gracias, señores Vega, por colocar a sus hijas nombres de pajarracos. No obstante, en ese momento no cruzaba eso en mi cabeza. Una corriente eléctrica recorría por mi ser, como regresándome al pasado. Solo una persona tenía el permiso de llamarme así.

—¿Nicolás...?

La mujer se detuvo y volteó a ver mi cara pálida por el acontecimiento que estaba presenciando.

—Nicole —Me guiñó el ojo y se retiró al recinto.

Mi hermano había vuelto a casa. O mejor dicho, ¿hermana?

La familia Vega estaba completa otra vez.

Y yo no lo podía creer.

*****************

Si llegaste hasta aquí, déjame decirte que me simpatizas.

Voy a colocar canciones en cada capítulo. No olviden escucharlas :)

Soundtrack:

Ballo Erotico de Marcello Giombini

Referencias:

-La película "Las noches eróticas de los muertos vivientes" sí existe. Es de género terror erótica de 1980. No me pregunten por qué sé  xd

-La película que ven en el festival de cine es La caja de Pandora (1929). 

-Benjamin y la Sra. Robinson son personajes de la película/libro "El Graduado". Aquí les dejo una escena:

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