Es otoño e intentamos no caer,
construimos nuestros propios hogares
con hojas que caen día a día.
Y nunca nadie recuerda sus nombres.
Las escuchamos crujir mientras
pensamos en algo más grande.
Queremos ser algo mejor
pero seguimos creyendo
en cosas hermosas,
y son tan hermosas.
Están tan muertas.
Nos encontramos con el invierno,
y no todos se llevan bien con él.
Dante, hijo de la nieve y las tormentas
que siempre traen consigo
relámpagos que intentan iluminar
nuestras ideas.
Nadie escapa de sentimientos apagados
que rodean lo que somos.
Escribimos poemas sin mayúsculas
y canciones sin rimas.
Sacando lo que cadáveres deformados
por el tiempo habían escrito.
La primavera está llena de color
y aves que hablan de un mundo
donde no existen reglas.
Seguimos aquí,
yendo y viniendo,
desde la hora pico hasta la noche que oculta un insomnio irremediable.
Siendo controlados más de lo que nuestros cerebros manipulados piensan,
llevando miles de corazones pesados
aunque sea primavera,
porque no siempre todo es felicidad.
Todos aman el verano,
soltando abrazos cálidos
y pies descalzos que desean volver a saber
qué es tocar
mil millones de granos de arena.
Días sin un fin y estrellas que no tienen una estación.
Porque ellas no las tienen,
pero no somos tan geniales
como para saber qué se siente eso.
Y los hijos del Sol disfrutan de ritmos tan felices
que esconden sentimientos tan bajos.
Así somos,
pensando en un hermoso poema
que es una rutina en realidad,
y todo siempre será una rutina.
No podemos escapar de algo que siempre llegará.