Perfidia

Galing kay Bluecities

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Juegas con las reglas que ya manipulas, pero te lanzas al peligro del que ahora no sabes cómo escapar. ¿Qué p... Higit pa

Perfidia
Reparto
INTRODUCCIÓN | Ya estamos muertos
CAPÍTULO 01 | Primer ataque
CAPÍTULO 02 | Segundo ataque
CAPÍTULO 03 | Tercer ataque
CAPÍTULO 04 | ¿Qué es esto?
CAPÍTULO 05 | Ocurrirá
CAPÍTULO 06 | Estoy aquí para salvarlos
CAPÍTULO 07 | Lámpara incandescente
CAPÍTULO 08 | Teléfono fijo
CAPÍTULO 09 | Sonrisa sin vida
CAPÍTULO 10 | Pasaje al infierno
CAPÍTULO 11 | Buen presentimiento
CAPÍTULO 12 | El dibujo del reloj
CAPÍTULO 13 | La habitación del ataúd
CAPÍTULO 14 | Nada más que la verdad
CAPÍTULO 15 | Cuarto ataque
CAPÍTULO 16 | La cámara que sólo ella puede usar
CAPÍTULO 17 | ¿Puede un simple beso forjar algo más grande?
CAPÍTULO 18 | Confía en mí
CAPÍTULO 19 | Los refugios me odian
CAPÍTULO 20 | Adrenalina
CAPÍTULO 21 | Perfidia
CAPÍTULO 23 | Las personas muertas estamos más presentes de lo que crees
CAPÍTULO 24 | Apretar el gatillo
CAPÍTULO 25 | Más viva que nunca
CAPÍTULO 26 | Tic, toc
CAPÍTULO 27 | ¿Quieres jugar un juego?
CAPÍTULO 28 | Grita por mí
CAPÍTULO 29 | Es fácil cuando duele
CAPÍTULO 30 | Mueres salvándolo y vives matándolo
CAPÍTULO 31 | Te odiaré cuando muera
CAPÍTULO 32 | Absolutamente todo
CAPÍTULO 33 | Toma lo que siento
CAPÍTULO 34 | Algo tiene que quedar
CAPÍTULO 35 | Un poco más fuerte
CAPÍTULO 36 | Por ti
CAPÍTULO 37 | Una mala razón para ir detrás del pasado
CAPÍTULO 38 | Tan presente
CAPÍTULO 39 | No hagas que me arrepienta
CAPÍTULO 40 | No más preguntas
CAPÍTULO 41 | El fuego se encuentra con la gasolina
CAPÍTULO 42 | Caminar a través del fuego y sobrevivir
CAPÍTULO 43 | Infinitamente complicado
CAPÍTULO 44 | Lo que fue verdad y ahora es mentira
EPÍLOGO | Seguiré cayendo
10 años después
Agradecimientos y algo más
Playlist

CAPÍTULO 22 | La página número 24

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Galing kay Bluecities

STEPHEN

A diferencia de muchas otras, mi vida no ha sido una montaña rusa. Al contrario. Siempre he sido del tipo de chicos tranquilos que se limitan a ser lo que aceptan que son. En silencio, sin llamar demasiado la atención, hasta podríamos decir que de alguna manera algo apartado de todos. Así me he ahorrado muchos líos. No me he enamorado de ninguna persona, no tengo enemigos, tampoco momentos en los que desee que la tierra me trague. No conozco las exageraciones, no conozco la tensión o los típicos rollos adolescentes. Creo que no conozco el miedo, el real y crudo miedo, pero sé que lo que siento ahora, al despertar, puede asemejarse.

Mi corazón late deprisa como si del correr de los segundos se tratase. Hay algo que me impulsa a saltar de la cama tan súbitamente que apenas soy capaz de razonar para evitar gritar. Lo único que me hace bajar de nuevo la voz es mirar a mí alrededor, aunque eso también me desconcierta, tanto como el presunto temor que recorre mi cuerpo. Estaba durmiendo, aunque no recuerdo haberme acostado. Además, amaneció hace un par de horas. O eso suponía yo. Estoy en mi habitación, pero la puerta está abierta. Ah, y casi lo olvidaba.

Estoy abrazando el cuaderno de tapa dura que me dio un supuesto jugador. Puede que esté muerto, puede que sea una trampa o me haga daño. Y, sin ningún tipo de remordimiento, tengo el coraje de abrazarlo para dormir.

Este no soy yo.

Mientras me pongo de pie pienso en lo último que creo recordar: una gran sala blanca en la que nos encontrábamos todos. De repente, apareció una chica. Joey. Frágil pero, a mi parecer, imponente. Tenía ese tipo de miradas que congelan el tiempo, o que parecen electrocutar tu cuerpo. Lo sé porque nos miró a todos, uno por uno, deteniéndose el tiempo suficiente como para quitarnos el aliento. Al menos, eso logró en mí: paralizarme de pies a cabeza. Puede que incluso me haya quitado la capacidad de pensar o procesar lo que sea que haya estado ocurriendo, porque no pude moverme ni escuchar lo que decía. Sólo veía, miraba sin entender. Heather, para mi sorpresa, comenzó a correr y quiso lanzarse sobre Joey, pero esta desapareció y la chica del cabello negro se estampó contra el suelo.

Creo que, en ese exacto momento, yo también desaparecí. O no lo sé, pero todo se tornó lúgubre y mis pies dejaron de tocar el suelo. Creo que se asemeja a lo que deberíamos sentir si pudiésemos volar.

Pero no podemos hacerlo, así que es probable que no entiendas cómo se siente.

De pie al borde de la cama, confundido y algo dormido aún, observo de hito en hito la puerta abierta que yo jamás he atravesado por mi cuenta. ¿Cómo llegué aquí? No tengo idea, pero sé que no ha sido voluntad mía. De haberlo sido, la habría vuelto a cerrar. Siempre he amado la privacidad, el propio silencio que puede propinarnos un poco de aislamiento. Pero... eso es irrelevante. Esto no ha sucedido así, y es la primera vez que siento que alguien ha atravesado un límite. No puedo ni siquiera imaginar qué sentiría si... alguien muriese.

Me dirijo a la sala, al mismo tiempo en el que el resto de los chicos lo hacen. Los cuatro nos encontramos en las puertas: puedo comprobar que las de ellos—eso significa que las de todos—estaban abiertas. ¿Por qué? ¿Qué significa? Me cuesta concentrarme, y más que nada me cuesta imaginar que sucedió algo más luego de que Joey desapareciera. No oí sus palabras, aunque puedo jurar que no estaban dirigidas a mí.

—¿Qué acaba de sucedeg?—pregunto, siendo el primero que se atreve a decir algo.

Brenton niega con la cabeza, sin decir nada. Freddie, por primera vez desde que llegamos, también cierra la boca en lugar de dar una respuesta. Me giro hacia la habitación de mi derecha para ver a la última persona que aún no ha decidido no dar respuesta alguna, es el único del resto que menos se relaciona. Pensaba que yo sería el que se la pasa encerrado, alejándose de las personas, pero es evidente que alguien me ha robado el puesto. Se trata de Cameron. Estoy seguro de que ese era su nombre. O, al menos, de que comenzaba con C.

Cómo sea. Lo miro, en silencio, a la espera de una respuesta. Al menos una, la que sea. Este se ve sorprendido pero no por mi paciencia, sino por lo que sea que recuerde.

—Joey estaba provocando a Heather—dice en un susurro tan bajo cuando finalmente toma la fuerza para hablar.

—¿Joey?—inquiero—. ¿Quién es Joey?

Como tanto esperaba, es el turno de Freddie al habla.

—Tengo entendido que es algo así como la creadora de 00:00, pero yo pensaba que ese era Richard. ¿Acaso se pelean por tener los derechos de un juego macabro? Porque creo que todo esto es algo ilegal, tan solo un poco, y les convendría no asumir culpas...

Brenton comienza a avanzar, interrumpiendo a Freddie, como si hubiese visto algo. Sale de la casa. Soy el primero en seguirlo, sin tener ningún tipo de intención de quedarme con Freddie a charlar. Una vez fuera, entiendo a la perfección la razón que sacó a Brenton de su ensimismamiento. Yo no había alcanzado a oírlo, pero ahora que lo veo—y lo escucho—me pregunto cómo he estado tan sordo hace tan sólo unos segundos. La imagen que tengo delante es extraña: Maddie está intentando hablar con Bradley, a gritos, mientras esta patea con evidente enojo la puerta de salida. Esta vuelve a estar cerrada, como si no hubiese estado abierta hace un momento. Aunque, ahora que lo pienso, ¿lo estaba? Porque nunca nos dejaron salir. Fue una forma de engañarnos a todos, y vaya si lograron que picáramos el anzuelo. Fuimos tontos. Muy tontos. Patéticamente tontos. Pero, aún así, ya lo hicimos. Y ahora... Bradley está enfadada.

—Hey—dice Brenton, alzando la voz para atraer la atención de ambas. Pero es ignorado—. ¡Hey!

Presto atención a lo que Bradley está gritándole a la puerta, aunque es evidente que esta no puede oírla. No sé por qué lo hace. Por qué grita. No lo entiendo.

—¡Vete al infierno, Joey! ¡Eres una grandísima hija de puta! ¡Hablo en serio!

Antes de que quiera darme cuenta, todos estamos expectantes a la situación. Brenton se acerca a ellas, aparta a Maddie y toma a Bradley con ambos brazos para alzarla. Esta se resiste, pataleando, pero no consigue zafarse del agarre de Brenton de esa forma, así que intenta con golpearlo. No sé cómo, pero consigue voltearse lo suficiente como para propinarle un buen golpe con el puño en el lado izquierdo de su cara. Alterado, Brenton suelta a Bradley y esta cae, alejándose del joven.

—¿Qué mierda te sucede?—le espeta él a ella, tocándose el pómulo. Al parecer, le dio de lleno—. ¡Estás demente!

Bradley no tarda en ponerse de pie para darnos la espalda a todos los que nos limitamos a observa desde la lejanía de la situación. Al pensar en mí propia existencia, caigo en la cuenta de algo que no había notado: aún traigo el cuaderno de tapa dura conmigo. Lo tengo justo debajo del brazo derecho, pero no me había dado cuenta.

—¿Demente? ¿Yo?—solloza Bradley, completamente fuera de sí—. ¡Puede que lo sea, pero en ese caso tú también lo eres, imbécil! Te subes al puto techo como si no quisieras partirle la madre a todos, a todas horas. Amas odiar. Crees que eres lo suficientemente superior, que tu vida está por encima de la de cualquiera de nosotros. Pero adivina qué, Brenton. No eres un chico malo, y te crees muy fuerte pero necesitas de la violencia para hacerte oír.

Tras las palabras de Bradley el ambiente parece quedar en silencio, pero todos podemos ver a la perfección cómo, poco a poco, la furia comienza a dominar a Brenton quien, en un desesperado intento por mantenerse bajo control, aprieta los puños de sus manos como si le fuese la vida en ello. Bradley no vuelve a decir nada, pero tampoco se arrepiente de lo que acaba de soltar, y eso despierta una nueva duda en mí, porque pensaba que se llevarían bien, que pasaban tiempo juntos por algo, que él la apoyaba por razones diferentes a pensar de una misma manera.

Al cabo de unos minutos, Bradley baja la mirada. Entonces Brenton hace lo mismo, pero su gesto se ve más duro, más forzado.

—Heather ya no está—admite ella en un susurro, como si fuese la razón de su aparente enfado. Señala la puerta con un movimiento de cabeza—. Joey se la llevó.

Maddie, posicionándose justo al lado izquierdo de Brenton, acaba de aparecer de nuevo en escena. A diferencia de Bradley, esta se ve más tranquila, aunque al mismo tiempo no se preocupa en ocultar que está aterrada. No lleva la cámara consigo por alguna razón Y eso es raro ya que desde que la ha encontrado no se ha separado de ella. Parece tener miedo, pero no sé con exactitud de qué: si de perderla, o de necesitarla en el momento equivocado, o de romperla... o de muchas cosas. Las posibilidades son infinitas.

Pero, ahora, Maddie ha pasado de las posibilidades.

—¿Y si Joey quiere llevarnos a todos uno por uno?—alega, evitando mirar a quien sea—. ¿Y si va a matarnos de esa manera?

Es extraño ver a ciertas personas hablar cuando lo usual es que no lo hagan. Quiero decir que, hasta lo que he visto, suelen ser Heather o Bradley las que abren la boca cuando de discutir o dar ideas se trata. Maddie suele preferir el silencio, pero acaba de soltarnos a todos una pregunta retórica que acaba de hacernos pensar. Al menos a mí. Pero, como ella, yo no suelo hablar. Brenton o Freddie lo hacen, y gracias a ellos los espacios se llenan.

Pero, de nuevo, hay una sorpresa. Cameron, quien tampoco suele hablar, es el que le da una respuesta a la pregunta de Maddie.

—Ya estamos muertos.

Con desdén, desconfianza, sin ningún ápice de esperanza. Y luego, sin más, este voltea para volver a entrar a la casa como quien huye de una situación agobiante. Bradley voltea y repara en nosotros, así que se hace a un lado para no darnos la espalda. Es entonces cuando puedo ver que las lágrimas han marcado su cara, al igual que el dolor, la desesperación, o el pánico. O puede que los tres juntos, al mismo tiempo. Pero no la hemos visto así en ningún momento. Parece que temblara, se abraza a sí misma y mira el suelo. Creo que está avergonzada.

Sí, puede que sea eso. No puede estar así por Heather. Ni siquiera le caía bien la última vez que hablaron.

Sin intenciones de seguir escuchando la discusión que sé que se viene entre Bradley y Brenton, decido hacer lo mismo que Cameron y vuelvo a entrar a la casa, justo cuando este se encierra en su habitación cerrando la puerta con furia. Me pregunto qué le sucede, o cuál es la razón que debe de tener para actuar de esa forma tan reservada. Mi excusa, porque supongo que todos debemos tener una, es que no me va eso de estar todo el tiempo siendo observado. Tengo otras, pero suele ser la que nombro primero. Así que... el debe de tener la suya.

Me acerco a su puerta con intenciones de llamar, pero antes de poder hacerlo comienzo a oír su voz.

—¿Qué haces aquí? No deberías... tendrías que estar muerto, Aldous.

Y pienso, ¿qué?

Porque no hay forma de meter la pata en esta situación: esa es su voz y él está dentro, pero no hay nadie más con él. O... eso supongo. Intrigado, me acerco un poco más, pegando mi oreja derecha a la madera, sin darme tiempo a pensármelo dos veces.

—No vas a negarme que esto no te parece cruel. Sé que te agradan las cosas tristes, más si tienen algo que ver con la muerte—sigue diciendo Cameron y, a pesar de no recibir respuestas, sigue hablando como si alguien le siguiese la corriente—. Sí, Aldous. Oíste bien. También sabes leer entre líneas, ¡genial! Porque sigo enfadado. Y voy a estarlo hasta el día de mi muerte. ¿Crees que no tengo razones? Oh, espera, déjame sacar mi lista.

No termino de entender qué está sucediendo, quién está hablando con quién o por qué razón Cameron habla consigo mismo. ¿Acaso está...?

—Número uno—dice, interrumpiendo mis pensamientos—, sé que sabes de memoria a quién voy a nombrar: Melody Hansen. Siempre ella, ¿verdad? Número dos: su muerte. Número tres: Nuestra culpa. Número cuatro: tu silencio.

Sigo escuchando, atento, pero Cameron no deja de enumerar cosas que no entiendo. Habla de una chica, es evidente. Lo que es curioso, que además él no deja de resaltar, es que ha muerto. Y, si no soy tan idiota como creo ser...

Ese tal Aldous es tan responsable de ella como Cameron.

Comienzo a retroceder, viendo justo delante de mis ojos la puerta pero, además, tres opciones diferentes que podrían llevarme a una situación peor o, en el buen caso, mejor. Por ejemplo, ahora mismo podría dar media vuelta e irme como si no hubiese ocurrido nada, como si no supiese nada, como si no hubiese oído a Cameron hablando solo como si de una persona enferma se tratase. O, también, podría abrir su puerta ahora mismo y comprobar que realmente está hablando solo, que no hay nadie mudo ahí adentro. Porque también existe esa posibilidad, esa de la que nace la clásica frase que dice que sólo debemos estar seguros de lo que vemos y, además, oímos. Si no hay ambos, entonces no. Por otro lado, podría correr a encerrarme en mi habitación. Aguardar, pensar, sofocarme con mis ideas, hasta acabar del mismo modo y atreverme a encararlo para saber si el que está loco es él o soy yo.

Decido tomar la primera opción.

Sigo retrocediendo mientras escucho que Cameron sigue enumerando cosas, agregando nuevos números a su interminable lista. Me alejo, sigo alejándome hasta volver a salir de la casa y chocarme con la escena de antes, la discusión. Me pregunto si hay algo peor que toda esta estupidez.

—¡Pero no podemos simplemente romper las cámaras!—grita Freddie antes de que los alcance, haciéndome entender que el tema acaba de tirar hacia otro lado—. ¡Ni siquiera sabemos por dónde buscarlas!

—¿Por dónde te parece, idiota?—le espeta Brenton.

Me pregunto cuándo las personas dejarán de insultarse entre sí.

Termino recargando mi espalda contra la pared, algo harto de todas estas situaciones, cuando antes de que quiera darme cuenta veo que Freddie avanza hasta Brenton y le propina un empujón que vuelve a despertar la furia del otro. Alterado, me acerco a ellos antes de que puedan llegar a otro extremo, pero acabo de cometer un gran error. Justo cuando estoy por intervenir, Brenton pensaba propinarle el mismo golpe que Bradley le regaló hace un momento pero a Freddie, y al entrometerme soy yo quien lo recibe. Escucho las exclamaciones, aunque no respondo a ellas porque me veo impulsado hacia el suelo. Mi cara se estampa contra la tierra, y el dolor palpitante no tarda en llegar a mi pómulo. Parece que mi cara va a consumirse, o al menos así lo siento, como si mi ojo estuviese atrayendo hacia sí toda mi cara.

No tengo tiempo de gritar, pero sí de alterarme de nuevo ante mi simple acto de imbécil. El libro de tapa dura acaba de caérseme en quién sabe qué lugar, pero es lo que menos me importa. Todo lo que siento parece girar en torno a mi ojo, el dolor que, si bien no parece estar a punto de matarme, está ahí.

—Violencia. Es todo lo que sabes usar, ¿verdad?—escucho que le espeta alguien a Brenton antes de acercarse a mí—. ¿Estás bien, Stephen?

Es Maddie. Apoya su mano en mi espalda para ayudarme. Me siento, sin saber qué más hacer. No quiero ponerme de pie, porque eso significaría tener que hacer algo más y ya no sé qué hacer. Sé que Brenton no va a disculparse, y me da igual, pero teniendo en cuenta cómo se desarrollan las cosas ya no sé qué esperar de lo que se viene. ¿Cómo voy a mirar ahora a Cameron? ¿Y a Brenton? ¿Eso importa siquiera?

Intento parpadear, pero prácticamente mi ojo izquierdo está cerrado. Con el derecho distingo sin problema alguno a Maddie agazapada justo frente a mí, mirándome sin ningún ápice de miedo. Ese detalle consigue relajarme un poco, porque si veo que quienes me rodean están alterados, sé que voy a alterarme. Pero no. Maddie permanece tan tranquila como podría permanecer, y ni siquiera hace un solo comentario hacia mi ojo.

No me hace falta ver para comprobar que tanto Brenton como el resto de las personas se han ido. Realmente no sé a dónde porque no hay lugar a donde ir, a donde escapar o en donde esconderse. Estamos todos aquí, encerrados. No vamos a correr ni de nosotros mismos. Y me sorprende que ninguno se haya dado cuenta todavía.

—Lo siento—se disculpa Maddie, sonando más dulce de lo que jamás ha sonado—. Lo hago por Brenton, aunque sé que no debería.

No sé qué responderle, así que no respondo nada. Me limito a bajar la cabeza. Me siento inexplicablemente avergonzado, aunque esto no tiene ningún sentido.

—Dudo mucho que haya algo en las casas para sanar tu ojo, pero si quieres podría intentar buscar... hielo.

Niego con la cabeza.

—No vas a encontrarlo porque no hay. Pero... gracias.

Aunque siento que la parte izquierda de mi cara está separándose ahora mismo de mí, puedo percibir a la perfección que Maddie, en contra de cómo ella misma es, está intentando ser agradable. Y yo estoy pasando de su esfuerzo de manera olímpica mientras evito el contacto visual. Soy idiota, más de lo que pensaba que era.

—Pensaba que no te gusta escribir—comenta repentinamente ella, forjándome a alzar la mirada.

Con el ojo bueno, veo que está observando el libro que está abierto sobre la tierra bastante cerca de mí. Se inclina para tomarlo y me lo enseña: es una hoja que tiene al final un número. 24. Se asimila a una página de un libro escrito a mano, pero...

—Eso es imposible—digo con total seguridad—. Examiné el libro de comienzo a fin tres veces y no tenía ninguna sola hoja escrita.

—Pues... te habrás salteado esta—objeta Maddie, pasando a la siguiente página.

Pero esa está en blanco.

La única que tiene algo escrito es la que, al parecer, es la número 24. Y, observándola bien con el único ojo que puedo abrir, caigo de nuevo en la cuenta de algo perturbador, algo que, como ya comienza a ser usual, no recuerdo haber hecho.

La letra es mía. Eso quiere decir que yo lo escribí.

Abrir más dudas en lugar de responderlas es cosa mía desde tiempos inmemorables :v

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