Más tarde Holly regresó a casa, más confundida que nunca. Debería haberle contado a Matt lo del bebé pero no lo hizo. Se merecía saberlo ahora, y ciertamente también entonces, cuando su padre la corrió de casa como si fuera un molesto paquete. En aquel entonces había sido demasiado joven ingenua para enfrentarse con él. Y también para luchar contra la situación de internamiento virtual que soportó y el miedo a su propio futuro y al del bebé.
Al final, todo para nada. Un nudo en el cordón umbilical que pasó desapercibido, un parto difícil y su precioso hijo nació muerto. Después de todo lo que le había contado Matt acerca de la muerte de su padre, revelarle aquello habría sido como cometer una última crueldad con él.
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando pasó por la curva de la carretera donde se había estrellado Robert Phillips. ¿Cómo podía su padre haber sido tan perverso, tan manipulador? Diez años después. Ambas familias continuaban resistiéndose de las consecuencias de sus actos.
Su padre había trabajado durante toda su vida para darle todo lo que su hija podía desear. Todo excepto el amor y el cariño generoso de un padre sincero. Tenía que reconocerlo y encarar la verdad.
Le dio un vuelco en el estómago al ver su coche en el garaje: la estaba esperando. El cielo sabía de qué humor estaría. No iba a tardar en averiguarlo. Apenas había dejado el carro en el garaje cuando lo oyó llamándola.
Se detuvo bruscamente, suspiró y se dirigió a su despacho.
-¿Querías verme? –le preguntó con tono tranquilo, aunque por dentro estaba temblando.
-Tenías que ir y hacerlo, ¿verdad? –su voz reverberaba de furia.
-¿Hacer qué, papá?
-Sabes perfectamente lo que quiero decir. ¡Dios mío, si incluso hueles a él! Sigues tan entontecida por ese hombre como hace diez años. Lo siguiente será que vuelvas a quedarte embarazada. No tienes ni la menor idea de lo que estás haciendo.
Aquel último comentario le provocó un escalofrío. Sí, podía volver a quedarse embarazada. La última vez que habían hecho el amor había sido sin protección. De hecho, había sido una reacción directa y automática a la desgarradora confesión de Matt. Se había sentido impulsada a ofrecerle consuelo de la única manera que sabía. Y se había olvidado de las potenciales consecuencias, tanto para ella como para él. Y sin embargo su acto de amor había sido algo tan perfecto, tan necesario.
-¡Para! –Gritó, decidida a impedir que su padre insultara lo que había compartido con Matt-. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Estoy recuperando mi vida, MI VIDA. La vida que tú me robaste. La vida que yo elegí. Amo a Matt, y nada de lo que puedas hacer me lo impedirá –aspirando profundamente, procuró escoger sus siguientes palabras con cuidado-. Sé lo que le hiciste la familia Phillips. Tanto si lo niegas como si no, eres responsable de la muerte de Robert Phillips. ¿Cómo puedes dormir cada noche con ese peso en tu conciencia? Oh, claro, me olvidaba. Tú no tienes conciencia. Las personas sólo son peones para ti, ¿verdad? Lo único que te interesa es el dinero y el prestigio que te reportan.
Ryan Mackenzie se quedó pálido al escuchar aquellas palabras, con una desagradable mueca en los labios.
-Pues no parece que a ti te moleste mucho los beneficios de ese dinero y ese prestigio. ¿De quién has estado viviendo durante todos estos años? No seas ingenua, Holly. Soy un hombre poderoso, y no tengo ningún reparo en utilizar ese poder para exigir lo que se me debe, lo que es mío. Y tú eres mía, Holly. Pienses que lo que pienses. Si no hubiera sido por mí, tú no serías nada. Yo todo lo hice por ti. Piensa en eso la próxima vez que te abras de piernas ante Matt Phillips. Y mientras lo haces, pregúntate por qué ha vuelto a acostarse contigo. Porque ya no se trata de ti, niña mía. Se trata de mí.
Cerró su maletín y salió de la casa. Holly se quedó inmóvil mientras lo oía arrancar el coche a toda velocidad. Hasta donde estaba le llegó el olor a goma quemada de los neumáticos.
Por fin se recuperó y subió a su dormitorio, donde se quitó la ropa y se envolvió en una vieja y gruesa bata, que no logró quitarle el frió del cuerpo. Decidió darse un buen baño caliente, aunque sospechaba que iba a tardarse bastante en entrar en calor. Las palabras de su padre le habían helado el corazón.
Nunca en toda su vida se había parado a pensar en lo que le había acostado a su padre su mantenimiento durante todos esos años. Resultaba mortificante darse cuenta de que había sido tan frívola e inmadura como él la había acusado de ser. Para cuando se estaba metiendo en la bañera, las lágrimas habían empezado a correr por sus mejillas.
No podía seguir quedándose allí. Tenía que empezar a caminar sola de alguna manera.