Perfidia

By Bluecities

132K 12.6K 5.7K

Juegas con las reglas que ya manipulas, pero te lanzas al peligro del que ahora no sabes cómo escapar. ¿Qué p... More

Perfidia
Reparto
INTRODUCCIÓN | Ya estamos muertos
CAPÍTULO 01 | Primer ataque
CAPÍTULO 02 | Segundo ataque
CAPÍTULO 03 | Tercer ataque
CAPÍTULO 04 | ¿Qué es esto?
CAPÍTULO 05 | Ocurrirá
CAPÍTULO 06 | Estoy aquí para salvarlos
CAPÍTULO 07 | Lámpara incandescente
CAPÍTULO 08 | Teléfono fijo
CAPÍTULO 09 | Sonrisa sin vida
CAPÍTULO 10 | Pasaje al infierno
CAPÍTULO 11 | Buen presentimiento
CAPÍTULO 12 | El dibujo del reloj
CAPÍTULO 13 | La habitación del ataúd
CAPÍTULO 14 | Nada más que la verdad
CAPÍTULO 15 | Cuarto ataque
CAPÍTULO 16 | La cámara que sólo ella puede usar
CAPÍTULO 17 | ¿Puede un simple beso forjar algo más grande?
CAPÍTULO 18 | Confía en mí
CAPÍTULO 19 | Los refugios me odian
CAPÍTULO 20 | Adrenalina
CAPÍTULO 22 | La página número 24
CAPÍTULO 23 | Las personas muertas estamos más presentes de lo que crees
CAPÍTULO 24 | Apretar el gatillo
CAPÍTULO 25 | Más viva que nunca
CAPÍTULO 26 | Tic, toc
CAPÍTULO 27 | ¿Quieres jugar un juego?
CAPÍTULO 28 | Grita por mí
CAPÍTULO 29 | Es fácil cuando duele
CAPÍTULO 30 | Mueres salvándolo y vives matándolo
CAPÍTULO 31 | Te odiaré cuando muera
CAPÍTULO 32 | Absolutamente todo
CAPÍTULO 33 | Toma lo que siento
CAPÍTULO 34 | Algo tiene que quedar
CAPÍTULO 35 | Un poco más fuerte
CAPÍTULO 36 | Por ti
CAPÍTULO 37 | Una mala razón para ir detrás del pasado
CAPÍTULO 38 | Tan presente
CAPÍTULO 39 | No hagas que me arrepienta
CAPÍTULO 40 | No más preguntas
CAPÍTULO 41 | El fuego se encuentra con la gasolina
CAPÍTULO 42 | Caminar a través del fuego y sobrevivir
CAPÍTULO 43 | Infinitamente complicado
CAPÍTULO 44 | Lo que fue verdad y ahora es mentira
EPÍLOGO | Seguiré cayendo
10 años después
Agradecimientos y algo más
Playlist

CAPÍTULO 21 | Perfidia

1.9K 224 105
By Bluecities

CAMERON

El tiempo sigue pasando y no tengo idea de cómo contarlo. La primera vez que desperté creía estar seguro de que era de noche, pero ya no puedo decir lo mismo. Sigo sentado en la misma silla, aunque ahora Richard tuvo la compasión de soltarme al entender que tanto mis intenciones como mi fuerza para escapar son nulas.

Dolor es todo lo que siento, de pies a cabeza. Parece insoportable pero de alguna forma sigo aquí, sentado, con tantas palabras en la boca y un hombre dispuesto a escuchar cada una de ellas. Al principio creía que iban a matarme, pero ahora siento que voy a morir dejándolas salir. Creo que eso es bueno. Bah, espero que lo sea.

Estoy harto de toda esta mierda.

—¿Cuánto tiempo de vida me queda?—le pregunto al espacio que siempre hay justo delante de mis narices.

Nadie puede verlo, pero ahí está Aldous. Alto, pálido y delgado, como los típicos clichés del tío torpe con el cabello ondulado. Pero no. Aldous es algo así como la estúpida excepción, un fantasma de mierda que es más inteligente de lo que cualquiera de nosotros ha llegado a pensar. Es fácil darle a alguien menos importancia de la que merece, ¿ah?

—El suficiente—responde Aldous mirándome con cierto recelo—. Aunque deberías elegir bien tus palabras, hermano.

No puedo moverme. Es algo que él sabe. Pero, de poder hacerlo, sé que habría apartado la mirada.

—No me llames hermano.

—¿Te ofende que lo haga?—replica él, enarcando ambas cejas con desdén—. Es una lástima que pienses que me odias cuando lo único que he hecho por ti es cuidarte. Desde el primer momento, Cameron.

—Cuidarme implica seguir las reglas que rompíamos al escaparnos del orfanato—digo, notando el metálico sabor de la sangre en mis labios. Me detengo a tragar saliva, lo que me parece la cosa más difícil del mundo hasta que consigo hacerlo. Luego caigo en la cuenta de la forma en la que ahora Aldous me mira: como si estuviese apenado. Triste de verme así, en este estado—. Realmente mereces un premio.

—No. El que merece un premio eres tú por permitir que las cosas acaben de esta forma.

Lo tenemos claro, es obvio, pero de todas formas hay una pequeña parte de mí que todavía no sufre demasiado y es mi orgullo. Lo he dejado en alguna parte del pasado, pero una pequeña parte aún me acompaña e impide que abra la boca para decir estupideces a todas horas. Por ejemplo, en este mismo instante. Podría comenzar a tirar mierda sobre Aldous con simples palabras, pero no lo estoy haciendo. Al contrario, le estoy dando a él la ventaja de hacerlo por mí.

—Te dispararon—prosigue, señalando mi pecho—. Permitiste que lo hicieran.

—Lo merecía—intento defenderme, aunque sé que no es suficiente. Aldous, tan amable como siempre, me da tiempo a volver a tomar aire antes de contradecirme—. Y... sabía que tarde o temprano sucedería. Maté a alguien. Entonces alguien debería intentar matarme a mí.

Aldous niega con la cabeza, lentamente.

—Que tú hayas hecho algo no significa que los demás tengan el derecho de hacértelo a ti también. Y, para ser honestos, no entiendo tu mierda. No mataste a Melody Hansen. No porque quisieras, ni porque lo necesitaras. ¿Es que no lo recuerdas, Cameron? Ella te lo pidió, casi te lo rogó.

—Y yo lo permití—mascullo, tragándome mi dolor—, yo lo hice, Aldous. Las razones no justifican los actos malos.

—Ella quería suicidarse, ¿por qué no dices eso, imbécil?—me espeta súbitamente mi amigo, torciendo el gesto. Acaba de enfadarse, pero parece querer controlarse porque toma aire antes de volver a hablar—. Iba a matarse de todas formas, pero fue tan cobarde, inútil, y al mismo tiempo astuta, como para rogarte que lo hicieras por tu cuenta. Se tiró al infierno, pero te hizo creer que te arrojó a ti también porque era una maldita manipuladora, Holden.

Acaba de intentar imitar su voz. Y acaba de conseguirlo, aunque yo no quiera admitirlo. Así que cierro mis ojos con pesadez, pero odio hacerlo, porque esto sólo hace que el dolor se expanda, que parezca infinito. Podría serlo. Podría, todo esto, tratarse de la muerte, de los puntos finales de mi vida. Como todos, no sé una mierda sobre qué se siente morir, pero noto el dolor en mi cuerpo, lo complicado que ahora se volvió para mí cualquier movimiento, por minúsculo que sea, y no puedo evitar preguntarme si todos hemos conocido alguna vez a la muerte. Quizás sólo se trata de saber identificarla, quién sabe.

—Algún día vas a tener que dejar de hablar solo.

Hay una nueva voz que ya reconozco en la sala. Acaba de llegar, o puede que haya pasado bastante tiempo escuchando desde alguna parte, pero yo no lo sé y tampoco quiero saberlo. Lo único que tengo claro es que Richard suele llegar de noche, o al atardecer, y que cuando lo hace trae consigo alguna especie de droga que calma todos mis dolores para dejarme hablar. Hoy, sea el día que sea, no es la excepción, porque el hombre se acerca a mí con un frasco en la mano. El líquido no tiene color, y sabe muy mal, pero el placer que genera en mí dejar de sentir dolor vale eso y cualquier cosa, por horrible que parezca.

—Bébelo. Hoy tienes mucho de qué hablar—me indica Richard mientras se sienta sobre la cómoda silla que acaba de aparecer justo detrás de él.

Acaba de dejar el frasco de cristal justo en mi mano, y de por sí envolverlo con mis dedos para impedir que caiga se vuelve un acto titánico. Richard es consciente de eso, siempre lo ha sido, pero prefiere observar desde su lugar a que yo pueda moverme. Como ya lo he dicho: podría pasar por cualquier cosa con tal de aliviar mi dolor. Eso es lo único que me motiva a querer mover mi brazo tan rápido como me veo capaz de moverme—que, en realidad, es más lento de lo que crees—, para acercar la boca del frasco a mis labios y beber del líquido. No pienso en el sabor, ni en lo asqueroso que resulta. Cierro mis ojos, suelo el frasco y este cae para estrellarse contra el suelo. Se hace añicos.

El tiempo pasa y yo espero sin moverme, con el brazo alzado y los ojos cerrados.

Richard permanece tranquilo, sin siquiera moverse.

—Nos parecemos a un frasco de cristal más de lo que creemos, ¿no te parece?—cuestiona, sin que me lo espere. Sigo aguardando a que el líquido haga efecto, tan inmóvil como un cadáver—. Frágiles e inútiles, siempre a merced de lo que nos rodea.

Mi cuerpo parece volver a funcionar con lentitud. Soy capaz de moverme, al menos para erguirme y poder enfrentarlo, mirándolo cara a cara.

—Hablas de nosotros—afirmo, sin necesidad de que parezca una pregunta.

Richard esboza su clásica sonrisa, a modo de afirmación.

—Realmente no consigo entender qué es lo que te divierte o entusiasma de todo esto, Richard. Hacer sufrir a los jóvenes, matarlos, reírte de nosotros como si fuésemos payasos andantes. No veo razón por la que una mente como la tuya pierda el tiempo en mentes como las nuestras.

Richard no reacciona, aunque deja de sonreír para adoptar una pose que me hace creer que se lo está pensando. Como si fuese a responder a mi pregunta, cuando lo usual es que las evite para que vaya directo al grano: la historia, Melody, su muerte. Le he dicho más de una vez que necesito tiempo para recordar. Han pasado los años y me cuesta hacerlo. Si quiere la verdadera historia, debe ser paciente y lo sabe. Aunque le cuesta serlo.

—Todos vosotros creéis que esta fue una elección que yo he tomado—asume Richard, desordenando mis ideas—. Pero no puedo culparos. Vuestras cabezas no podrían imaginar todo lo que hay detrás de un juego macabro como lo es 00:00.

Richard parece distante, incluso algo perdido. Me sorprende que esté dando respuestas. Que no evite el tema o haga preguntas sobre cada noche. Y esto me sorprende más aún teniendo en cuenta el punto en el que quedamos: a partir de ahí las cosas se volvieron mucho más locas y sangrientas de lo que habríamos esperado. Todo por una simple pregunta, una a la que yo le di respuesta.

¿Qué le sucedió a Melody Hansen?

—¿Por qué?—cuestiono, volviendo a sentirme humano—. ¿Por qué crees que no podemos imaginarlo?

La respuesta del hombre es instantánea, como quien no duda de lo que sabe y da por hecho.

—Porque todos vosotros sois mas humanos de lo que, quizás, queréis aceptar. Y sentís a pesar de todo—veo que se acomoda el cabello, perfectamente peinado sin necesidad de que alguien intente acomodarlo. Parece un acto de nerviosismo, pero Richard se ve tranquilo—. Pero dais vueltas sobre el mismo lugar. No vais a llegar a ver lo que hay fuera del círculo.

—¿Y por qué no lo dices tú, genio?

—Lo haría. Créeme, lo haría—asegura Richard, asintiendo con la cabeza—, pero no soy yo el que tiene que pedir disculpas.

Lo observo, y supongo que mi mirada dice más de lo que mis palabras podrían expresar. Richard asiente, reafirmando lo que acaba de decir, sin darme lugar a seguir dudando. Supongo que se acabó, que ya no puedo hacer preguntas.

Pero aún tengo una.

—Necesito saber—digo, casi rogando—, qué día es. Por favor.

Richard alza la mirada en dirección al techo, pensativo. No pasa mucho tiempo hasta que vuelve a observarme con la misma atención que antes.

—El sexto.

—Pero... no han pasado ni siquiera cuarenta y ocho horas desde que...—murmuro sin poder evitarlo—. Estás equivocado. No puede ser el sexto día.

Richard no agrega nada más. Al contrario. Se remueve en su cómoda silla, supongo que buscando otra posición, y luego me observa expectante, a la espera de que vuelva a hablar. Ya ha esperado. Realmente el tiempo se ha acabado, tengo que volver a hablar, tragarme lo que se supone que acaba de asegurarme aunque no me entre en la cabeza que sólo lleve aquí, agonizando, dos días. Deberían haber pasado más.

O puede que yo lo vea de esta manera porque el dolor hace que todo se vea más eterno. Ni idea.

—¿De qué me toca hablar hoy?—pregunto, volviendo a erguirme.

—El verdadero comienzo del juego.

Supongo que te refieres al día en el que a todos nos acorralaron. Bueno... sí, no hay posibilidad de que sea otro día. Tengo que admitir que sentí una pizca de miedo al ver que todo el mundo había desaparecido al correr hacia la única salida de la casa. Del otro lado se veía una carretera, pero nadie había llegado a pisarla. Por eso tuve miedo de saltar, pero terminé haciéndolo, también, y llegué a esa habitación que sé que conoces, Richard. Supongo, también, que sabrás qué sucedió entonces. Las luces se apagaron y alguien se unió a nosotros sin que nos diéramos cuenta.

—Es hora de que el verdadero juego empiece, ¿no creéis?—preguntó tras reír, para luego agregar:—. Vosotros me conocéis, pero tengo bastante claro que puede que alguno no tenga muy claro mi nombre aún, a pesar de que el juego ya está en su tercer o cuarto día, no lo tengo bien claro.

Súbitamente una única luz se encendió para iluminar a la mujer que nadie había visto entrar. En realidad, era una figura humana, con cuerpo de humana, al que no se le podía ver la cara. La llevaba tapada tras una máscara negra que sólo nos permitía ver sus ojos. Eran azules como los tuyos, Richard, y daban mucho miedo, o al menos eso fue lo que causaron en mí en ese momento. Y yo no acostumbro a sentir miedo. El problema, mí problema, es que esa mujer transmitía algo en su mirada que no sabría explicarte ahora. Transmitía maldad pura, extrema.

¿Cómo lo llamas? Ah, sí, perfidia. Puede ser.

Nos miró a todos y a cada uno de nosotros, helándonos. Joey, desde el primer momento, fue consciente de que asustaba hasta al que juraba que no iba a tener miedo. Te juro que no lo entiendo, porque no era muy grande ni imponente, pero de alguna manera conseguía asustarnos. Creo que no fui el único que retrocedió un paso cuando ella intentó dar el primero.

—Mi nombre es Joey—se presentó, y varios reaccionaron al oír el nombre, pero yo no—. Y, aunque os sorprenda, voy a deciros la verdad. La que ni siquiera Heather conoce.

La aludida, en ese exacto momento, apareció en mi campo de visión. Al verla comprendí que, a diferencia de lo que yo creía, ella sí que actuaba con tranquilidad, como si no estuviese aterrada. Me sorprendió, y me hizo sentirme cobarde, pero me vi en mi derecho de sentirme de esa manera. Heather, sin titubear, vacilar, ni retroceder, avanzó un par de pasos hasta estar más cerca de Joey. No mucho, pero sí más que todos nosotros.

Las separaban dos, o puede que un metro. Aún así, en el lugar de la chica de cabellera oscura, yo habría muerto. Se miraron. No dijeron nada. Joey sonreía, Heather ni siquiera respiraba.

—Yo—dijo finalmente Joey, alzando más la voz—creé 00:00.

Eso fue lo único que hizo reaccionar a Heather, pero fue una reacción apenas perceptible, tan pequeña como una mueca: se sorprendió. Luego, borró el gesto de su rostro, en apenas un segundo. Volvió a estar seria, a mantenerse erguida y a mirar a Joey como nadie se atrevió a hacerlo en ese momento.

Supongo que la estaba enfrentando, pero Joey lo tomaba como una burla. O algo sin importancia. Tú sabrás, Richard.

—Aunque no lo creas, Heather, estuve detrás de vosotros todo este tiempo. En la fiesta, cuando tú y tus amigas se colaron. Cuando mis guardias os intentaron seguir, obligándote a alzar la mano y ofrecerte a entrar. Cuando llegaron aquí, cuando casi pierdes a tu amiga. Incluso cuando escaparon, yo me encargué de dejaros todo preparado, la gasolina para la camioneta, la comida para vosotros... todo para ver hasta dónde podríais llegar luego de tal trauma como el que representó 00:00 para vosotros. Y, más tarde, Jade fue una estrategia de Richard para comprobar también qué tan rápido caíais al recibir una supuesta ayuda—Joey hablaba con rapidez, pero no hablaba para nosotros, sino para Heather. Y, al parecer, esta podía oírla a la perfección—. Estuve observando cuando volvieron a la casa. Cuando, uno a uno, fueron desapareciendo. ¿Quién crees que tuvo la corazonada, desde el primer momento, de que serías la ganadora? ¿Quién crees que tomó la decisión de darte esta oportunidad?

El silencio se expandió en la sala con rapidez cuando Joey dejó de hablar. Siguió sonriendo, y eso pareció enfurecer a Heather. Esta ya no estaba tan derecha como antes de que Joey hablara, se veía más dubitativa, como si estuviese pensando en retroceder. Pero no lo hizo. En lugar de eso, siguió observando a Joey para, al cabo de un momento, escupirle en la cara:

—Vete al cuerno, hija de puta.

Aunque eso no sirvió de nada. Sólo hizo reír a Joey.

—¿Recuerdas a Sullivan, Heather?—prosiguió, de todas formas, Joey, tan divertida con la situación como si de una niña con un dulce se tratase—. ¿Quién crees que estuvo detrás de eso, ah?

Creo que me agrada la palabra que utilizaste para definir a tu hermana gemela, Richard. Realmente le queda. Perfidia. Maldad extrema. Contra ella, lo único que sirve es el control que Heather, en ese momento, no pudo tener. Nada la detuvo: acortó en tan solo unos segundos el espacio que la separaba de Joey para saltar sobre esta, tan enojada como una fiera. Sin embargo, cayó al suelo. Joey había desaparecido.

Y, curiosamente, yo también.

Todo se había tornado oscuro. No supe qué estaba ocurriendo, ni qué debía suceder, pero sentí el miedo dentro de mí, despertando cada parte de mi mente, manteniéndome alerta. Lo último que había visto había sido a Joey desaparecer y a Heather caer. Estaba sorprendido. Comenzaba a pensar que todo se trataba de una de mis complicaciones, que estaba rozando la demencia al fin. Pero mantuve la calma, hasta que la oscuridad se disipó y me dejó, otra vez, encontrarme en un lugar.

Se trataba de otra sala blanca, tal y como esta, con dos sillas enfrentadas. En una estaba yo, sentado, y delante de mí estaba Brenton. No había nadie más. Nadie que nos explicara qué debíamos hacer, si debíamos salvarnos o matarnos. Pero eso no preocupó a Brenton. Este me observó, dudando, y luego me hizo una pregunta.

La primera que bastó para saber hacia dónde se dirigiría toda la conversación.

—¿Conocías a Melody Hansen?

Yo, tal y como lo haces tú, Richard, intenté esquivarla, observando nuestro alrededor.

—¿No crees que deberíamos buscar una salida?—cuestioné, haciéndome ver inquieto.

Brenton negó.

—No la hay. Tan sólo mira la habitación. No hay puertas ni ventanas. Sólo dos sillas. Y mucho tiempo, supongo.

No podía negárselo, tenía toda la razón. Al caer en la cuenta de ello, mi corazón se heló. Realmente estaba atrapado con él, y justo tenía la desdichada suerte de coincidir todo para que él tuviese la oportunidad de conocer la historia. Melody. Temía hablar de ella porque nunca lo había hecho, pero no llegué a pensar qué consecuencias traería. Creía que, al estar aislados, a punto de morir, nada malo me sucedería si abría la boca, por fin, para confesar el asesinato.

Aunque ahora dudo de haberla matado.

—¿Conocías a Melody Hansen?—volvió a preguntarme Brenton, inclinándose sobre sí mismo para acercarse a mí.

Pero, como a Joey de Heather, dos metros nos separaban.

Pensé en mentir, pero también pensé en eso que acabo de decirte, y quise hablar. Dejar salir, al fin, todo. De principio a fin. Como lo estoy haciendo ahora. Por eso respondí de la manera más sincera posible. Nunca me arriesgué tanto.

—Sí.

Eso sorprendió a Brenton, como si no lo esperase. También me sorprendió a mí. Creí que, preguntándome, él tenía alguna idea. Pero resultó que no. Ni siquiera sabía quién era Melody. Por eso, como hace dos días, comencé a contar la historia desde el principio. Hablé del orfanato, pero evité hablar de Aldous. Tenía una única regla de oro que no pensaba romper en ese momento, y era evitar el tema de mi presunto amigo invisible. A Brenton le conté lo que ya sabes: escapaba para ir a fiestas, y en una la conocí. Al hacerlo, quise hablarle. Lo conseguí. Entonces la besé.

Aquí viene lo que, supongo, no sabes aún.

Al besarnos, comenzamos una relación. No en ese preciso instante, pero sí al correr de las semanas. Yo iba a buscar a Melody cada noche del fin de semana, y salíamos a caminar. Volvíamos a bajar por las calles para llegar al parque, al banco de madera en donde ella me confió sus problemas la primera vez que hablamos. Seguíamos besándonos, pero al principio evitábamos hablar de lo que sea que teníamos. Sólo... ya sabes. Hacíamos todas esas cosas típicas de las parejas, como caminar tomadas de las manos, decirse cosas tiernas y escucharse mutuamente. Vale, no sé si es eso lo que hacen las parejas, pero es lo que aprendí a hacer con Melody. Al menos, por mi parte, ella siempre supo que iba a escucharla. Sin embargo, cuando se trataba de mí, la cosa cambiaba.

Yo no hablaba de mí ni siquiera cuando ella preguntaba. La verdad es que fui realmente sincero sólo cuando, de madrugada en el banco de madera, yo le pregunté si quería salir conmigo. Ella respondió que no.

Entonces... pedí una explicación.

—No te conozco—dijo ella.

Le dije que sí que lo hacía. Más que nadie en el mundo.

—Demuéstramelo—murmuró entonces, y la besé.

Al día siguiente, cuando fui a buscarla a su casa pensando que iba a buscar a mi novia, me llevé una desagradable sorpresa. Una que, como estabas esperando, Richard, fue el comienzo del fin.

Melody había desaparecido.

Qué cosas locas.

Este capítulo se lo dedico a la hermosa personita de  KattyGat con todo el lav del mundo ❤️

Merezco algún reconocimiento por actualizar seguido, vamos :v

ILUSM


Continue Reading

You'll Also Like

48.5K 3.3K 40
después de lo ocurrido en la mina MC , queda en shock respecto a lo que se entera por otro lado los chicos exigen muchas cosas a MC , pero una person...
3.8K 208 26
Amara ha estado enamorada de Mateo por mas de 1 año , un dia en una fiesta ella se emborracha y le pide que le enseñe a besar...
350 52 15
Estella y Javier se conocen de pequeños a causa de sus madres que son amigas desde siempre, pero ellos no se tan bien como sus madres. Ella lo ama a...
303 80 12
"No hay curas o terapias mágicas. Para calmar, procesar y superar las emociones, hay que sentirlas. Está bien sentir y no hay vergüenza en ello." ¿P...