BRENTON
No sé qué hora es, pero amaneció y no hay nadie que esté de humor. Ni siquiera Freddie, que suele ser quien jode más que nadie. Él está alejado, distante. Solo. En la parte trasera de las casas. Supongo que no le gusta la delantera desde que su perro murió entre las llamas. O, vale, puede que la verdad sea que no quiere hablar con nadie. He entendido que algo ocurrió anoche, algo que lo involucró tanto a él como a Maddie y a Stephen, pero ninguno quiere hablar. Ella está sentada en la ventada de la casa de la izquierda con la cámara que encontró ayer. Yo no lo entiendo. Estamos aquí, en peligro constante, y ella no le tiene miedo a algo que se supone que debe de haberse quedado perdido en su infancia. Al contrario, se ve interesada en el aparato, como el gato curioso que termina muriendo al final del cuento. Stephen se ha quedado embobado con un cuaderno que no sé de dónde sacó. Ojea las hojas como si buscase algo, una y otra vez.
Cuando desperté, vi una caja llena de manzanas dentro de la casa. No tomé ninguna por temor. Creo que eso es lo que me controla a cada segundo desde hace un par de años, pero ahora se acaba de intensificar. Quiero decir... era una puta caja con manzanas, no una bomba nuclear. Lo más probable es que no me pasara nada por probar una. No creo que esto sea tan infantil como para meter veneno en la comida. De algo tenemos que alimentarnos, supongo. Y yo estoy muriendo de hambre.
Pero pasé de las manzanas. Por miedo. Así de cobarde me estoy volviendo.
O supongo que soy paranoico. Qué va. Lo tengo más que permitido teniendo en cuenta las circunstancias.
Aunque no me guste, de alguna forma he conseguido dormir, pero he tenido pesadillas con teléfonos fijos y preguntas sin respuestas. Mi mente no puede dejar de pensar en Melody Hansen y en su muerte. En la casa que se supone debe incendiarse. No lo sé, no lo entiendo. Para mí no tiene sentido. Puede tratarse de una simple chica que se suicidó, pero Joey dice que alguien la mató. Pero no le veo sentido a hacer algo como eso, y tampoco termino de entender cómo voy a descubrirlo estando aquí, aislado y encerrado.
Por eso me acerco al teléfono fijo sin tener miedo. Se supone que debo responder a la duda hoy, pero ni siquiera sé por dónde debería comenzar. Cuando alzo el auricular, lo único que alcanzo a oír es el silencio. Al cabo de unos segundos, una respiración. Más tarde, la voz femenina.
—¿Qué mierda quieres, Brenton? Estoy ocupada.
Permanezco de pie, expectante. No hay nadie a mí alrededor, a excepción de Maddie. Pero ella se ve distraída, demasiado concentrada en esa cámara de mierda. No va a prestarme atención por ninguna razón.
—Es sobre... la pregunta que tengo que responder—digo sin ningún pelo en la lengua—. No lo entiendo. No sé por dónde comenzar.
Joey ríe, desde donde sea que esté.
—Cariño, deberías captarlo ya. Vas a ver un millón de cosas que no entenderás jamás. Por ejemplo, de pequeña, a mí me costaba entender a la gente. Y mírame ahora. Os manipulo sin problema alguno.
Una parte de mi me advierte de que lo que acaba de decir tiene alguna trampa. Es como si ella estuviese constantemente jugando con las palabras, pero es algo que yo no puedo deducir. No veo el peligro en alguien que sólo hace amenazas a través de la línea. Por eso, aunque Joey de la imagen de alguien imponente, no alcanzo a temerle. No aún.
Tomo aire con profundidad.
—Ese no es el caso—intento explicarme, mirando directamente las paredes negras que tengo delante. Las palabras. Libertad...—. No puedo responderlo. No le veo sentido. ¿Cómo se supone que voy a encontrarle una respuesta a eso estando aquí? Es estúpido. Es descabellado.
Percibo un notable cambio de humor en el tono de Joey.
—Míralo de esta forma—me espeta—: no te habría puesto a ti en este aprieto si no tuvieses la respuesta a tu alcance. Estabas a punto de llegar a la conclusión. Mira hacia atrás, hace tan solo unos días estuviste cerca. Mira en los tuyos, idiota. Mira a quienes te rodean.
Como única reacción, volteo para ver a Maddie. Distraída, atenta al aparato. No puedo verle la cara, pero sí las piernas y sus dedos haciendo girar la cámara una y otra vez.
—No. Ella no—dice Joey, distrayéndome. Vuelvo a girarme. Libertad—. Voy a darte una única pista, y más te vale sacarle provecho.
¿Por qué la única palabra que atrae mi atención es esa?
—Déjame pensar... ¿sabes acaso qué significa bene qui latuit, bene vixit?
Mi respuesta es el silencio, aunque Joey no vuelve a decir nada, obligándome a decir:
—Suena a latín, pero no tengo idea.
—El que vive bien—se explica ella—, vive inadvertido. Por cierto, préstale más atención a la última palabra, campeón.
—¿Inadvertido...?
¿...o libertad?
—Piensa en eso. Y, cuando llegues a una conclusión, búscalo. Él te dará las respuestas sin dudarlo, créeme. Pero también va a saltearse algo. En serio. Así que, antes de enfadarte como siempre haces, piensa en esto, sé que conoces esta frase: Vitiis nemo sine nascitur.
Vuelvo a escuchar el silencio que escuché cuando descolgué el teléfono, y sé que se ha ido, pero no puedo reaccionar. Llevo tiempo de no oír esas palabras. Cuando sucedió lo de mi padre, mi madre comenzó a decírmela una y otra vez. Pero no sólo a mí. También a mis hermanos. Se la tatuó. Incluso puso una imagen con ella en un cuadro gigante que colgó en la casa, justo en la entrada, donde cada día, al volver de nuestras clases, todos pudiésemos verlo. Al principio no sabíamos qué significaba, y cuando me animé a preguntárselo—porque nadie más se veía en el derecho de hacerlo—, en realidad no buscaba el significado literal, sino el significado que mi madre le daba a la frase. Por eso me senté con ella, y la pregunta que hice fue específica.
—¿Qué significa para ti?
Pero, como desde que se habían desarrollado los hechos, mi madre respondió esquivando mis preguntas. Como siempre esquivaba las de mis hermanos—que luego se hartaron de hacerlas, hasta el punto en el que se hartaron de hablar en presencia de mamá—, o como esquivaba cualquier tipo de relación o conversación. Por eso la respuesta que recibí fue la de la traducción literal.
—Nadie nace sin culpas.
Así que es la única frase en latín que me marcó de por vida. No sólo porque tenía que verla día tras día, sino también porque era la frase de mi madre. A pesar de todo, yo seguía valorándola. Por más que no volviera a verla jamás de la misma manera luego de lo de papá.
Estoy pensando en ello, inmóvil, con el auricular pegado a mi oreja, tan distraído que no me doy cuenta de que alguien me está llamando, de que Maddie ya no está tan hipnotizada con la cámara como yo creía que estaba.
—¡Brenton!—me está llamando.
Sacudo un poco mi cabeza para voltear de nuevo en su dirección. Ella ya no está sentada en la ventana, pero sigue teniendo la cámara consigo. En lugar de sostenerla con ambas manos, sólo la sostiene con una. La otra la está usando para señalar algo a mis espaldas.
—¿Qué sucede?—inquiero, aún sin poder reaccionar.
No termino de procesar la conversación con Joey. Es como si hubiese dormido una parte de mi cerebro, justo esa que se considera lo suficientemente inteligente como para saber qué hacer ante una situación de peligro. Aunque parece que, justo esa parte, se desconectó de mí cuando puse un pie adentro de esta casa.
—¡Maldita sea... sólo voltéate!—exclama Maddie, alterándose.
Lo hago.
Y, al verlo, no lo entiendo. Tampoco lo proceso. No tiene sentido, pero está sucediendo: no sólo yo puedo verlo, porque es evidente que Maddie también lo está presenciando.
La puerta, la salida, abierta. Completamente. Y en lo único que yo puedo pensar es en esa palabra que está escrita en una pared negra que, por loco que suene, atrae mi atención como si de un cartel con luces se tratara.
Libertad.
De verdad parece que está justo delante de mis narices.
—No te acerques—le advierto a Maddie.
—No pensaba hacerlo—se defiende ella, como si acabase de ofenderla—. ¿Pero y si es un error? ¿Y si podemos salir?
—¡Venid!—grito, sin saber qué más hacer.
Cada parte de mi cuerpo acaba de paralizarse. La puerta está abierta. Somos libres. O podríamos serlo. O también podría tratarse de una trampa, una que puede que termine llevándonos a todos a la muerte. Pero qué más da. Al final del día, así vamos a terminar antes de que este concurso acabe.
Stephen y Freddie no tardan en aparecer, pero no hay rastro ni de Bradley ni de Heather.
—¿Está abierta?—exclama Freddie en cuanto lo ve, acercándose a donde estamos—. ¿La puerta...? ¿De verdad...?
—No, ¡por si no lo ves, está cerrada!—replico, notando que vuelvo a enfurecerme. Intento calmarme, controlando mi respiración. Me giro hacia Maddie—. ¿Puedes buscar a Heather?
Esta asiente y se vuelve para entrar a la casa de las tías. Me giro, observo la puerta de entrada—o, en caso de suerte, salida—con atención. No hay nada que parezca peligroso. Ni bombas, ni figuras, ni siquiera alguna pistola flotante. Nada. Del otro lado, desde donde estoy, puedo ver la carretera. La libertad. Casi puedo tocarla. Pero acercarme, pensarlo, me aterra, y no sé por qué.
—¡No está en su habitación!—escucho que grita Maddie desde el interior de su casa. Creo que incluso alcanzo a oír cómo golpea con furia una puerta—. ¡Bradley! ¡Tienes que venir, por favor!
Miro tanto a Freddie como a Stephen, pero más que nada al primero, recordando los primeros días.
—¿Por qué no te acercas tú? Se supone que eres el valiente.
—¿Te parece buen momento para burlas, Brenton?—replica en mí dirección.
En este momento, Maddie vuelve a salir de la casa.
—Heather acaba de desaparecer—dice con rapidez, demasiado alterada—, y la puerta de Bradley está sellada. No puedo abrirla.
Miro de nuevo hacia la carretera a través de la puerta abierta, preguntándome qué mierda tengo que hacer ahora. Acercarnos es una opción y no parece peligrosa pero, ¿y si lo es? ¿Y si nos cuesta la vida? Y no sólo a mí, sino a todos nosotros. Somos cinco inútiles, de verdad podríamos arriesgarnos. Aunque acercarnos a la maldita puerta abierta parece la cosa más sencilla del mundo, estamos haciéndonos dudas sin parar, temiendo de hacerlo, cuando puede que esta, por el contrario, de verdad sea nuestra oportunidad de escapar. 00:00, como todo, es algo llevado adelante por humanos. Personas como Richard. Varias, supongo. Y pueden haber cometido un error. O puede que esto sea el acto de algún alma buena que quiera ayudarnos.
Puede que la puerta abierta sea sólo eso: una puerta abierta.
Libertad.
Aunque no lo parezca.
Me giro hacia Maddie y la observo: sigue alterada, y es evidente. Por otro lado, tanto Freddie como Stephen se ven más tranquilos, aunque a tope de preguntas sin respuestas. Tomo aire, y me dispongo a hablar.
—Supongo que la única opción que tenemos es acercarnos.
Y, lamentablemente, eso nadie puede discutirlo.
BRADLEY
Despierto con el corazón alterado al oír los fuertes golpes en la puerta.
—¡Bradley! ¡Tienes que venir, por favor!
La habitación ya no se encuentra a oscuras, pero yo sí que estoy acostada sola. De un brinco, no tardo en sentarme para ver que Heather está sentada en el suelo con ambos ojos cerrados, como si no escuchase nada. Miro la puerta: quien sea que la esté golpeando, lo sigue haciendo sin detenerse, y el sonido me harta.
Me pongo de pie pero, en cuanto lo hago, Heather despierta.
—Ni se te ocurra abrir la puerta—me espeta.
—¿Por qué no?
Ella clava sus oscuros ojos en la única salida.
—Puede ser una trampa.
—O—la contradigo—, puede tratarse de cualquiera de los otros que necesiten de nuestra ayuda.
Heather ladea la cabeza con desgana, antes de negar con lentitud. Se ve cansada. Sé que no ha dormido nada, es evidente porque se ha reusado a acostarse conmigo. Y lo entiendo, claro que sí, pero me arrepiento de no haber insistido más.
—No te pedirían ayuda a ti—se aclara Heather, entre la duda de si decirlo o no—. No Maddie, al menos.
—¿Cómo estás tan segura de eso?
Heather no me mira cuando responde.
—Hazme caso. Es una trampa.
Me giro para no verla, clavando mi mirada en la puerta. La voz era de Maddie. Me estaba llamando, y una parte de mí lo tiene claro. Puede que necesite ayuda y haya intentado buscar a Heather y, al encontrar su habitación vacía, esté intentando buscarla conmigo. Es una posibilidad. No veo forma de que se trate de una trampa. Al saberlo, el poco sueño que traía encima desaparece, dejando lugar a la adrenalina. Están en peligro. Necesitan ayuda. Mi corazón se acelera de nuevo tan sólo de pensarlo. No habíamos llegado a este extremo antes. Sería la primera vez de verdadero peligro.
Y yo no puedo quedarme encerrada creyendo que se trataba de una trampa.
—Voy a abrirla—es lo último que le digo a Heather y, antes de que esta sea capaz de detenerme, corro.
Todo mi cuerpo choca contra la puerta, abriéndola en tan sólo un segundo. Mis pies parecen enredarse, y caigo al suelo, al mismo tiempo en el que escucho el grito de Heather.
—¡Joder, Bradley!
Y, de alguna forma, ella consigue reaccionar con rapidez, así que me alcanza cuando toda mi cara se estrella contra el suelo. Supongo que es por lo que me ocurrió ayer, porque no suelo ser torpe, no suelo caerme y, más que nada, no suelo lastimarme la cara. Heather me ayuda a incorporarme, tomando mi cara con ambas manos.
—Te sangra la nariz—señala.
La aparto, siendo más brusca de lo que esperaba. No estoy prestando atención a la habitación a la que hemos llegado, suponiendo que se trata de la sala de la casa. Llevo mi mano hasta mi nariz. No me duele, pero cuando la alejo veo que mis dedos están manchados de sangre.
—Mierda—maldice Heather.
Sólo entonces, caigo en la cuenta al alzar la mirada.
La veo a ella, pero el fondo no es el mismo, y al comprobarlo veo que la habitación a la que he llegado no es la sala de la casa. Ni de cerca. Esta es más grande y no hay absolutamente nada más que una puerta al final, abierta de par en par. No puedo ver qué hay más allá, se ve oscuro, como si en realidad no hubiese nada.
—¿En dónde estamos?—le pregunto a Heather, aunque no recibo respuesta.
Todo es limpio, puro, y la iluminación es perfecta. Parece un paraíso blanco interminable, aunque todo se acaba en esa puerta, alejada de nosotras, que parece dar paso a un mundo diferente, oscuro, desconocido y sucio.
—Quédate aquí—me ordena Heather, haciéndome señas para indicarme que se acercará a la puerta por su propia cuenta.
—No—me niego—, iré contigo.
Intento seguirla, pero ella toma mi mano con fuerza y me detiene en mi lugar. La mirada gélida que me echa me paraliza por un segundo.
—He dicho que te quedes. No pienses en arriesgarnos de nuevo, Bradley.
—¿Arriesgarnos?—replico, y la expresión de Heather es instantánea.
Sin embargo, no alcanza a responder porque, súbitamente, oímos que la puerta se cierra. Cuando nos volvemos a verla, distinguimos cuatro figuras nuevas. Brenton, Maddie, Stephen y Freddie.
—¡Heather!—exclama Maddie al vernos—. ¡Bradley!
Todos comenzamos a acercarnos, cuando de repente un nuevo sonido nos detiene. Se escucha como el tintineo de una campanilla, pero es leve. Luego, cuando este se detiene, oímos que una puerta parece destrabarse, y la que estaba al fondo vuelve a abrirse, esta vez dejando entrar a Cameron.
El único que faltaba.
Entonces... volvemos a oír la campanilla.
Miro a Heather, sin saber qué hacer. Es demasiado extraño. Esto, en este exacto momento, me aterra más de lo que debería. Pero Heather se ve tranquila a comparación de todos nosotros. Sí, es imposible que lo esté, pero su rostro o la forma en la que se mueve para acercarnos a todos a un solo lugar la hacen ver como si lo tuviese todo bajo control, cuando no es así. Sé que no es así.
Nos observamos entre todos. Nada ocurre. Las luces permanecen intactas, ninguna parpadea. La puerta, al final de la sala, abierta dejando ver la oscuridad. El sonido de la campanilla, inquietante e imparable. Creo que soy la única que lo distingue, pero cuando nadie está prestando atención, alguien más entra a la habitación y cierra la puerta con cuidado. Se trata de una figura oscura, evidentemente femenina, que no deja ver su cara. Quiero hablar para advertirle al resto de lo que está sucediendo, pero lo único que soy capaz de emitir son sonidos cortos, como balbuceos.
La única que me presta atención es Heather, e intenta acercarse a mí, supongo que para preguntarme qué sucede, pero en ese mismo instante en el que una de sus manos vuelve a tomar la mía—esta vez con menos fuerza—, las luces se apagan.
Oímos una risa que parece hacer eco por todas las paredes, sin comenzar en ninguna parte.
—Vaya, vaya, jugadores—oímos todos—. Es hora de que el verdadero juego empiece, ¿no creéis?
Esto es tan divertido :v
¿Estáis listos, jugadores? 7u7
Creo que, al fin, se viene lo bueno :)
ILUSM