Aegis (En Este Mundo o en Cua...

By isabeladler56

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"Aquellos a quienes los dioses aman mueren jóvenes. Obtener la atención de un dios es entregar tu vida, así q... More

Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4

Capítulo 2

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By isabeladler56



Kylo nunca había esperado un visitante. No en su mundo, al menos. Imagina su sorpresa, entonces, cuando sintió una presencia perturbar el santuario que había sido erigido en su nombre—un concepto hilarante, teniendo en cuenta que los mortales de su mundo se negaban a pronunciarlo. Tampoco es que en verdad pudieran. Apenas lo sabían. Se les había perdido en las arenas de su tiempo, mucho antes de que esta pequeña criatura pusiera un pie sobre esas baldosas de mármol.

Había comprobado quién se había atrevido a interrumpir la tranquilidad sepulcral del lugar, porque le daba algo que hacer, algo más aparte de recolectar almas y juzgar sus fechorías día tras día.

Una chica.

Su sorpresa se había encontrado con una chica, esbelta y hermosa y valiente como ninguna criatura que había visto a través de los siglos, a través de mundos, observando desde su trono mientras caminaba dentro en busca de un momento de respiro. La había mirado con despertado interés, esperando a ver qué haría ese traspié mortal, sólo para verla acercarse nerviosamente a la estatua en el centro de la cámara y tomar residencia temporal a sus pies, comiendo rápida y silenciosamente entre agradecidos y hondos suspiros por el aire fresco. Se había encargado personalmente de enviar ráfagas de él a la cámara con un suave movimiento de las puntas de sus dedos, acariciando su cuello y sus delgados brazos con un toque de lo divino, divertido por los escalofríos y los suspiros de alivio que sacudían su columna y salían de su boca.

No le había hablado ese día, sin embargo. O a lo que ella creía que era él, la verdad. Simplemente se había sentado y se mantuvo ocupada con sus alimentos robados, admirando en silencio el suelo del templo y lanzando miradas nerviosas a la puerta como un ratón asustadizo que tiene miedo de que lo atrapen. Aunque no lo harían, claro. Nadie venía a visitar esa tumba de piedra hueca y silencio, lo que le daba un montón de tiempo para ver mientras ella se relajaba un poco. Había sido aparente que sólo buscaba solitud, y aquel templo tenía bastante para ofrecer. Entonces se había ido, y Kylo rápidamente descartó el incidente como una misteriosa anormalidad y nada más, volviendo a sus monótonos deberes.

Y aun así su interés se había convertido en una curiosidad mórbida cuando volvió a la semana siguiente, y la otra. Cada vez caminaba con un poco más de confianza, sus pasos haciéndose más ligeros y seguros, hasta que, en su cuarta visita, le dejó un regalo. ¡Un regalo! Una ofrenda, en este mundo. Y Kylo rio por primera vez en un siglo, una risa profunda que hizo que las rocas a su alrededor vibraran con energía, la risa de un dios siendo poderosa. Su regalo había sido un pedrusco, una roca brillante sin valor. La invocó a su reino, la inspeccionó de cerca, y la devolvió al sitio donde ella la había dejado, sabiendo que su pequeña invitada podría asustarse si encontrara su escondite perturbado tan rápidamente.

Sus visitas son un parpadeo en su vida, un suspiro sostenido mucho tiempo y liberado rápidamente, durando meros segundos. Y aun así encuentra esos segundos los más fascinantes en sus largos días, porque resulta que esta chica no le teme.

Razón por la cual ahora se encuentra sentado en su trono, pasando sus largos, pálidos dedos por la pileta a sus pies, haciendo aparecer la imagen de su pasatiempo favorito mientras entra en la morada que su especie mortal ha hecho para él, curvando el labio en la vaga apariencia de una sonrisa. Algo extraño en su cara, aunque está ocurriendo cada vez más últimamente.

¿Qué haría el pequeño ratón esta vez?

****

Rey sólo se ahorra un vistazo a través de la puerta antes de dejarla cerrarse tras ella. Se desprende de su bufanda roja, y se levanta los bajos del vestido, enrollando los dobladillos en la cintura, alrededor de su cinturón, para estar descubierta de rodillas para abajo. Entonces, y sólo entonces, deja escapar un enorme suspiro de alivio. Dulce, dulce aire fresco.

La cosa más dulce que he sentido nunca.

Si pudiera embotellar esa sensación y venderla en el mercado, no necesitaría seguir como iniciada. Sería más rica que en sus sueños más salvajes, y qué con el pueblo sofocándose en un permanente calor abrasador. Cómo se las arreglaba este templo para mantenerse tanto fresco como vacío de cualquier persona excepto ella buscando su delicioso santuario, nunca lo sabría.

Toma otra gran bocanada de aire y se hunde en sí misma. Desde donde se encuentra en la puerta puede ver la masa inminente de la Muerte, o, como le ha empezado a llamar, el viejales.

Bueno, ahí está su respuesta. Sigue siendo igual de amenazante e inaccesible como la semana pasada. Rey sacude la cabeza, sintiéndose un poco mal por él, quitándose la bolsa de los hombros con su almuerzo mientras da un paso adelante, añadiendo más huellas polvorientas en el suelo de mármol.

"Hola, viejales," saluda a la estatua como si le pudiera responder, desconociendo que en algún lugar lejano, un Dios se ríe y la saluda de vuelta. "Espero que estés bien. ¿Cómo es la soledad? Aburrida, supongo."

Llega a la parte inferior del escalón y levanta la mirada, dando su sonrisa más traviesa antes de dejarse caer a sus pies, abriendo su bolsa para mirar en su interior.

"Tengo un montón que contarte sobre mi día. Además, te traje un regalo," dice Rey entre el tejido marrón áspero de la bolsa, sin preocuparse al levantar la voz, porque ¿quién la oiría aquí? "No es mucho, pero espero que te guste."

Saca una manzana, que se dispone a colocar junto con el resto de sus ofrendas antes de que sus dedos se detengan en el aire. La tira de fruta seca no está. Frunce el ceño, sus ojos escaneando su entorno inmediatamente, buscando otras huellas y sintiéndose un poco a la defensiva. No es que tenga que sentirse a la defensiva, realísticamente hablando. No es un crimen visitar el templo de un dios, cualesquiera que sean las supersticiones locales, pero ¿y si alguien la estuviera escuchando durante sus visitas? Bueno, eso sería una historia completamente diferente. Rey podría ser colgada o quemada como sacrificio por su flagrante blasfemia perfectamente. Pero no encuentra nada fuera de lo común, por lo que se vuelve de Nuevo a donde está la roca, para encontrar pequeñas huellas de patas que juraría no estaban ahí hacía un minuto. Pero ahí están, más claro agua, y Rey deja escapar el aire de sus pulmones con un aliviado whoosh.

¿Un ratón del desierto, quizás? Sí, parecen huellas de ratón. Se humedece los labios, mirando hacia la cúpula llena de estrellas. Tener su existencia, aunque escasa e insignificante, parpadear ante sus ojos por un momento, junto con las múltiples maneras en las que podría ser castigada por blasfemia, la había dejado ligeramente desorientada. Ese pánico momentáneo le hace pensar que quizás esas visitas no merezcan la pena.

****

Kylo mira a la chica mientras se pone de rodillas y sube uno de los anchos escalones de mármol, manzana en mano, haciéndose camino hasta los pies de la estatua en sus rodillas desnudas, el ángulo proporcionándole un punto de vista de pájaro. Parece tan pequeña ahí abajo. Kylo ondea suavemente los dedos una vez más, y la vista cambia, esta vez de su cara mientras arruga la nariz.

"¿Es que nadie limpia este sitio?" refunfuña cuando su mano se encuentra con el dedo del pie de la estatua y sale polvorienta. Kylo se muerde la comisura de la boca para evitar reírse mientras ella se encarga de remediar la situación. "Sé que se supone que tienes que ser una criatura enorme y aterradora, o algo, pero si hay algo que detesto, es la porquería." El pequeño ratón agarra su bufanda, tan roja como la sangre corriendo por sus venas, y se pone a desempolvar dicho pie marmóreo. "Uno pensaría que si se gastaron tanto dinero en ti, por lo menos te mantendrían limpio."

Kylo apoya la mejilla en el puño, observándola de cerca. Incluso desde su posición puede distinguir las pecas en su nariz, la cristalina imagen en las tranquilas aguas del Estigio a sus pies dándole una ventana perfecta a su presencia, nítida y viva y luminosa, diferente a tantas cosas en su reino. La mira frotas fastidiosamente la roca, sus faldas blancas enrolladas cepillando el suelo a sus rodillas.

Gracioso, que de todas las criaturas que se atreverían a cuidar de este lugar, sería la herética la que se preocuparía de ocuparse de él. La ironía de todo aquello le hace soltar una risa.

"Tal vez tendría que traerte aquí, ratoncillo, si me pudieras ayudar a limpiar este lugar." Sus reflexiones divagan cuando finalmente coloca la manzana en su lugar, ahora limpio, borrando las huellas falsas que había creado en un abrir y cerrar de ojos por ella, y resopla suavemente. ¿Qué es lo que ve cuando mira la estatua?, se pregunta.

Justo cuando está dejando que su imaginación empiece a sacar lo mejor de él, mirándola rápidamente preocuparse por su propia comida- la razón por la que se molesta adentrarse en las afueras de su pueblo para visitarle, para empezar – sus ágiles dedos sacando rápidamente pan, queso, y una cantimplora de agua, Mitaka entra en su sala del trono.

"Perdóneme, mi Señor," dice Mitaka, agarrando el remo que de vez en cuando utiliza como bastón, levantando con la otra mano una antorcha de llama azul intentando llevar más luz al brillo grisáceo y acuoso que parece emanar de todas partes y de ninguna a la vez. Los acolchados pasos de Mitaka hacen que Kylo levante la vista un segundo antes de devolverla a la pileta, buscando la única fuente de luz y entretenimiento últimamente.

"Habla," dice, tocándose vagamente la barbilla con un dedo mientras dibuja círculos en el aire con la otra mano, su brazo suspendido a un lado del enorme trono de cristal surgiendo de la tierra. Cada giro hace circular el aire en la habitación en la que ella se encuentra, moviéndose suavemente en su dimensión, porque ha llegado a aprender que disfruta de la fluida frescura que crea.

"Mi Señor—" Mitaka interrumpe sus pensamientos, arrancándolos del borde de sus faldas mientras zarandean alrededor de la parte posterior de sus rodillas, mirándola masticar con avidez. "Tiene un visitante."

Levanta la mirada, frunciendo el ceño, sus dedos parándose a medio movimiento y, con ellos, el de las faldas de la chica.

"¿Un invitado?" dice, frunciendo los labios de inmediato. "¿Qué te he dicho sobre los huéspedes, Dopheld?"

Antes de que Mitaka tenga la oportunidad de hablar, un vozarrón rompe el tranquilo hechizo que Kylo había estado disfrutando hace sólo unos momentos.

"¿Desde cuándo necesito una razón para visitarte, hermano?" escupió esa palabra, o más bien, la siseó. "Ya es malo que me tenga que anunciar como la chusma común. Yo—"

"¿Qué quieres ?" dice Kylo al pelirrojo, conteniéndose para no mostrar el desprecio en su cara mientras lucha la necesidad de mostrarle los dientes, su estado de ánimo deteriorándose de inmediato. Lo último que necesita ahora es este visitante. "¿No tienes muchos otros lugares en los que estar, Taj?"

El labio superior de su invitado no deseado se levanta en una mueca de odio, y la satisfacción corriendo por las antiguas venas de Kylo hace que merezca la pena meter el dedo en esa llaga en particular. Armitage Hux odia que se le dirijan por su nombre, un nombre tan antiguo como el suyo, tan antiguo como las piedras en la enorme y cavernosa sala del trono de Kylo. Las únicas dos cosas que odia todavía más son que le llamen por ese apodo intrascendente, y al propio Kylo. Oh, Hux odia a Kylo.

El sentimiento es mutuo.

"¿Es esa la manera de saludar a tus parientes?" pregunta Hux. Kylo arquea una ceja.

"Ya es suficiente," dice Kylo, mirando a Hux acercarse. "¿Qué es lo que quieres ahora?"

Mirar a Hux casi hace que le duelan los ojos, con túnica y capa de blanco brillante demasiado fuera de lugar aquí, demasiado brillante, demasiado deslumbrante; vibrantes mechones rojos, ardiendo como ni siquiera la antorcha de Dopheld puede. En lugar de responder, sin embargo, los ojos de Hux se estrechan mínimamente al ver a la chica, su ceja crispándose cuando su voz atraviesa la sala del trono como una campana suave y lejana.

"¿Qué es esto?" pregunta, fingiendo interés. O tal vez es verdadero interés, la mirada de Hux asumiendo un extraño brillo astuto, el gris tormenta habitual de sus ojos ahora pálido y plateado en el reflejo azul de la pileta.

"Nada de lo que tengas que preocuparte," responde Kylo, pasando su brazo por encima de ésta, el violento movimiento haciendo que la imagen se desgarre. La pileta se queda tranquila, sin fondo como el río desde el que se origina, las corrientes de debajo llevando los murmullos de los muertos. "Expresa tu propósito o márchate, tengo cosas que hacer."

"Qué gracioso," murmura Hux, con los ojos todavía en el agua. "No parecía que hubieras estado demasiado ocupado con tus deberes." Entonces levanta la vista, y el brillo plateado desaparece, volviendo a esa profundidad incolora, lluvia y cielos carentes de calidez. "Que es por lo que estoy aquí. Mis reinos están empezando a desbordarse."

"¿Y qué tiene eso que ver conmigo?"

"Bueno," dice Hux, señalando con los brazos perezosamente la sala del trono, como para ejemplificar. "Teniendo en cuenta el reino que habitas, estaba empezando a preguntarme si, tal vez, habías estado... ¿cuál es la palabra?" Hux pausa para enfatizar, y sus ojos caen sobre la pileta ahora plácida a los pies de Kylo. "Distraído."

"Vete."

La tranquila orden se da casi casualmente, pero debajo de esa única palabra se encuentra el filo afilado de la ira de Kylo, su paciencia estirada fina como el papel. Es Hux quien finalmente aparta la mirada, asintiendo con la cabeza en deferencia burlona mientras se vuelve sobre sus talones y casualmente camina de nuevo hacia Mitaka, que se ha intentado hacer a sí mismo más pequeño en la esquina. Incluso para su mensajero, tan acostumbrado a la muerte como está Dopheld Mitaka, un enfrentamiento entre dos dioses inmortales no es algo de lo que quiera estar cerca para ser testigo.

"Recuerda tus deberes, Ren," dice Hux , el honorífico cortante como un tirón bien sincronizado en una guillotina. Kylo estrecha los ojos mientras su contraparte le lanza una última mirada sin parpadear. "Y cuidado con tus... intereses personales. Nosotros nunca hemos estado destinados a mezclarnos."

Kylo rechina los dientes en el "nosotros" pero no dice nada mientras Hux se marcha. No hay necesidad de preguntarle a quien se está refiriendo. Los dioses no tienen nada que confraternizar con las criaturas a las que deben gobernar. Pero habían sido como ellos, como los humanos. Una vez, eones atrás. Apenas puede recordar aquellos días, lo que es sentir el sol en su cara. No, el sol y los cielos de cada mundo pertenecen a Hux, y todo bajo ellos. Ese absoluto bastardo.

Kylo suelta el gruñido que hasta ese momento había tomado residencia en su garganta, sus ojos entrecerrándose en las gigantes puertas talladas de ónice mientras se cierran tras Mitaka con el gemido poco mundano de montañas colisionando, su criado lanzándolo una última mirada apologética antes de dejarlo para acompañar a su visitante.

Se deja caer en su trono de nuevo, ya sin un ligero estado de ánimo. No, piensa, no. No dejaría a Hux meterse debajo de su piel. Hux no tiene ninguna consecuencia. La chica, por otra parte...

Él una vez más barre su mano y deja que la imagen de su pequeño ratón vuelva. Pero ya se ha ido. Se fue hace ya un tiempo, parece. El tiempo en su dimensión fluye de manera diferente a la suya, y así, sus pocos segundos de aire fresco y entretenimiento se han evaporado. Sin embargo, ella había dejado su regalo para él. Otro movimiento de sus dedos y la manzana aparece en su mano, aterradoramente verde en las sombras por lo demás incoloras que él habita. Intenta que la interrupción de Hux no llegue a él. No mucho.

Con otro gruñido de fastidio, da un mordisco a su jugosa ofrenda.

****

"¡Cuidado!" una voz ladra solo para cambiar de tono, el hombro que había chocado con ella retrocediendo, encorvándose en su dueño mientras Rey se gira, "¡Oh! Oh, dioses—lo siento mucho, ungida, no pretendía hacerte daño." El hombre que había golpeado a Rey farfulla, mirando alrededor buscando apoyo de transeúntes que simplemente evitan sus ojos. Rey le sonríe para intentar aliviarlo, recordándose a sí misma de su papel en vez de soltar la mala palabra que se había asentado en la punta de su lengua, su hombro dolorido.

"No pasa nada, dice. Él se mueve en sus botas bien gastadas, pareciendo avergonzado.

"Gracias." dice, y se detiene.

"¿Qué pasa?"

"Bueno... ya que ya está aquí y todo, milady. Por favor, ¿le sobra una oración por un anciano?" pregunta el hombre. El título hace que Rey se estremezca por dentro— las iniciadas no son ungidas a nada, a diferencia de las sacerdotisas, no que eso impida que la gente normal la llame a ella y a otras como ella así. Aun así, asiente, porque es más fácil prometer una buena palabra a un dios imaginado que ir por un pueblo despiadado con algo que no sean sus túnicas y vestidos de iniciada. Le ofrecen un escudo de seguridad que ni siquiera un ejército jamás podría.

"Por supuesto, sin ofensa. Dime, ¿qué te ocurre?" pregunta con una voz practicada que había oído a menudo de las Sumas Sacerdotisas cuando preguntaban qué debían enviar con sus oraciones, aunque las sacerdotisas jamás cumplieran sus promesas. Ojos que no ven, corazón que no siente, como decían. Rey al menos se molestaba en recordar y ofrecerlos por las mañanas sólo en caso de que algo ahí fuera escuchara, aunque encuentre toda esa pompa al amanecer ridícula.

"Mi rodilla," se queja el hombre, señalando su rodilla derecha, "hace semanas que me duele."

"Nada que unas semanas de descanso y un buen emplasto no puedan arreglar," Rey oye el murmullo de su compañero a su lado, que había permanecido callado mientras observaba todo. Rey le dispara una mirada de advertencia, aun divertida, antes de volverse al anciando con el que se había chocado, prometiéndole que mandaría una plegaria a los cielos como le habían enseñado, y envía al suplicante a su camino.

"O quizás podría retroceder en el tiempo y dejar de ser viejo," su amigo se queja una vez más, Ojos oscuros se estrechan bajo cejas igualmente oscuras y fruncidas. Rey se ríe, rápidamente mirando a su alrededor antes de darle un codazo en el brazo.

"¡Finn!" sisea, "¡se supone que eres un sanador compasivo!"

Finn había sido uno de los sanadores del claustro casi el mismo tiempo que Rey había sido una iniciada, su aprendizaje bien en curso cuando ella había entrado para un examen físico con el anciano médico que todavía reside en el recinto.

"Es exactamente por eso que lo digo," se queja. "¡Creen que los dioses- que por siempre nos iluminen- curarán cada dolencia suya si te hacen a ti rezar lo suficiente cuando ya hay medicina! Y sin embargo, la rechazan," dice, el rubor subiendo por sus mejillas oscuras debajo del suave brillo del sudor. "¿Y para qué?"

Rey le mira de nuevo mientras reanudan la marcha, sintiéndose tanto divertida como frustrada por y con su amigo. Parte de su aprendizaje le obliga a atender a los necesitados en la ciudad, excepto que la mayoría de la gente preferiría pedirle a Rey una oración que al sanador sus servicios.

"Cómo voy a completar mi aprendizaje si no me dejan hacer mi trabajo?" se queja de nuevo Finn, echando una mirada asesina a todos y a todo. No sabe lo que piensa Rey sobre los dioses, y es reacia a contarle toda la verdad aparte de que tiene algunas dudas, aunque ha querido muchas veces. En la mente de Finn, los dioses existen. La diferencia es que, en su mente, esos mismos dioses están ahí para intervenir en los asuntos del alma, no de carne y hueso. Eso se supone que es su habilidad. Una habilidad que se toma muy en serio. Su convertirse en un aprendiz de sanador había sido su boleto a la salvación de las calles de barro agrietado y una vida dedicada a morir de hambre tanto como la iniciación del Rey había sido el suyo.

"Estoy segura de que entrarán en razón," le promete Rey, y sonríe, para su beneficio. "Y si no lo hacen, estoy seguro de que estarán encantados de conocer al viej—quiero decir, a Ren —entonces su agonía terminará al fin."

Finn le lanza una mirada de alarma, sus gruesos y suaves labios fruncidos en desaprobación. "¡Shhh! No bromees sobre esas cosas," susurra, inclinándose y mirando alrededor y haciendo un símbolo de dos dedos en su frente. Una protección contra el mal. "Sabes que Él podría estar escuchando."

Necesita toda su fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco, o para no decir todas las palabras mordaces que aparecen en su mente. En vez de eso suspira, inclinando la cabeza ligeramente, cediendo. Finn deja escapar un aliento. "Y hablando de eso, ¿dónde has estado yendo cada semana a la hora del almuerzo? No pienses que tus escapadas pasan desapercibidas, Rey. Ya he visto a la Suma Sacerdotisa metiendo las narices. Si se entera de algo de lo que estés haciendo—"

La espalda de Rey se tensa. Han pasado dos días desde su última visita. ¿La han visto? No. No está haciendo nada malo. Esto es absurdo.

"Está bien, Finn. Sólo he estado... caminando por mis viejas calles," dice, "recordando la vida, supongo. Mis ritos son dentro de unos meses. Me hace sentir... nostálgica. Pero también agradecida. He estado entregando monedas y comida a los necesitados."

La mentira cae tan rápidamente de sus labios que hace que su estómago se retuerza de culpa. Bueno, la medio mentira. Una medio mentira inocente. Había estado haciendo esas cosas. Justo antes de salir hacia las afueras a través de callejones estrechos y ocultos. Pero Finn no necesita saber eso todavía, si puede evitarlo. Prefería mantener su santuario un secreto un poquito más antes de que la obligaran a parar. Una sacerdotisa iniciada entrando regularmente en ese templo sería visto como una invitación para que la Muerte les visitara a todos. Por eso nadie lo visitaba, para empezar. Aun así, Rey siente que Finn no se cree del todo la explicación.

"Bueno, lo que sea que estés haciendo, mantén la cabeza gacha, Rey," le advierte Finn, aunque la tensión en sus hombros se disipa. Siempre lo encuentra divertido, la fina línea por la que camina esta gente. Veneran a los dioses, pero les temen. Quieren sus bendiciones, pero se resisten a la idea de su atención. Qué montón de tonterías contradictorias. Aunque adherirse – o aparentar adherirse – a esas creencias la había mantenido vestida, alojada, y bien alimentada. Sin mencionar a salvo, así que ¿quién era ella para darle la contraria a la gente?

"Siempre" Rey sonríe a Finn, pasando junto a un niño pequeño y depositando una moneda de cobre en sus abiertas manos a la espera, la suavidad de su voz por una vez genuina cuando le desea lo mejor y le acaricia el pelo dorado. A su lado, Finn se relaja.

Tendría que mantenerse alejada del templo. Al menos un tiempo, para mantener las sospechas a raya. Rey suspira en voz baja mientras Finn se detiene en el puesto de un vendedor, lanzándose a regatear con él mientras discuten sobre la frescura y los precios de las hierbas en exhibición. Echaría de menos la solitud y el aire fresco, pero al menos no sería para siempre. Una vez se convirtiera en sacerdotisa, nadie se atrevería a cuestionar sus movimientos.

Ese día no puede llegar lo suficientemente pronto.

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