Infinite, songs for someone ·...

By neptune-snup

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[Completa] Min YoonGi está enraizado a un hombre que arruina cada centímetro de su ser. Park JiMin, cliente h... More

TRÁILER
명왕성- Plutón
해왕성 - Neptuno
천왕성 - Urano
토성 - Saturno
목성 - Jupiter
화성 - Marte
지구 - Tierra
금성 - Venus
수성 - Mercurio
Astros
태양 - Sol
달 - Luna
혜성 - Cometa
별자리 - Constelaciones
성운 - Nebulosa
초신성 - Supernova
성간 - Interestelar
은하 - Galaxia
NOTA
안드로메다 - Andrómeda
안테나 - Antennae
센타 우 루스 자리 - Centaurus A
갤럭시 검은 눈 - Galaxia del Ojo Negro
호그 천체 - Objeto de Hoag
소 마젤란 은하 - Pequeña Nube de Magallanes
컴퍼스 은하 - Circinus
초 은하단 - Supercúmulos
블랙홀 - Agujero negro
은하수 - Vía Láctea
중력 - Gravedad
Anuncio
우주 - Cosmos
우주 - Universo
다중 우주 - Multiverso
무한대 - Infinito
Agradecimientos
time, soul
flowers, space

광년 - Años Luz

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By neptune-snup


¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,

la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?

[blood dancing in utopia] — sangre danzando en utopía.

Viejas flores rotas se desvanecían cuando las horas les pasaban por encima. El olor a antigüedad se impregnaba en las paredes que poco a poco eran decoradas con la tela de las arañas. Lo único que él cuidaba eran las pocas plantas que iban sobreviviendo, pero sus manos ya no podían hacer magia por aquellas que comenzaron a perecer en la soledad.

Había sido un tiempo en el que su cuerpo se había hecho presente delante de tantas flores. Se encargó de calentar una cama ya fría por el pasar de los días y se escondió en las oscuras habitaciones que antes estaban llenas de una risa amigable.

Las horas se congelaban cuando posaba su cabeza sobre la almohada y sus ojos soñaban constelaciones sobre el techo del cuarto. Su estómago podía llorar, sus dedos podían suplicar ser productores de la música, sus oídos podían gritar para ser atacados por el sonido; pero ninguna de aquellas cosas podía quitar su peso muerto de encima de esa cama, no cuando su mente se perdía en las nubes del olvido y se ensimismaba en el trillón de estrellas flotando a su alrededor, producidas por la incongruencia del desamparo y el añoro.

En esas cuatro paredes, donde su amigo solía dormir y soñar, prefería mantenerse en el mundo onírico de su imaginación en donde la realidad no era realidad, sino una mala pesadilla de una noche profunda. La mentira era su amiga y convencerse de ella le tomó tiempo, pero llegó a lograrlo a través del humo y el alcohol. Entre tanto trato de esconderse detrás de ilusiones, que en el fondo siempre sabía que no eran verdad, terminó por encontrarse a sí mismo riéndose en los confines de la oscuridad. La garganta encontró extraña la sensación, pues ni siquiera una banal sonrisa se había pintado en su rostro en mucho tiempo. Se rió de nada, de todo; de su existencia y de su ausencia en el mundo. Su risa tan fría le trajo a la consciencia la más vil demencia que había estado retenida detrás de sueños distorsionados. Enfrascado en tanto aislamiento que hasta sus propios oídos se habían vuelto sordos ante su voz; fue su risa arrancada del delirio que trajo de vuelta el sonido de sus cuerdas vocales hasta que hiciera eco en su cabeza.

Se había estado inyectando matices de pura utopía en las venas. La sangre le cantaba para acallar el silencio porque ni siquiera el murmullo de los transeúntes de la calle más cercana se inmiscuía hasta esa habitación. Era como un mundo aparte; fuera de la galaxia, en algún rincón remoto al atravesar un agujero negro. Estaba ahí, respiraba, pero no había nada más que le indicara que estaba vivo. Y ya el cigarro, el alcohol y la droga eran por pura costumbre, porque ni siquiera todos ellos juntos lo traían a la vida. Lo seguía haciendo sólo porque a sus irises les gustaba ver los miles de colores que las ingestiones creaban, porque esos colores tenían un cruel parecido a las pinturas que suspiraban las dulces manos de su amado. Pensaba que las estrellas sólo se hacían presentes cuando el sol moría, pero ellas vivían siempre a su lado y brillaban en la penumbra del cuarto cada vez que ingería la calma.

Tanta miseria, ¿y por qué seguía presente de cuerpo en la Tierra? Ni él estaba seguro. Tantas veces contempló la idea del suicidio que ya se cansaba hasta de ello, pero no le quitaba el miedo. Si no existiera el miedo a algo después de la muerte, lo hubiese hecho ya. Si se quitaba la vida, ¿qué seguía? Para él y para aquellos que se quedaban con vida, ¿qué seguía después del suicidio? ¿Y si lo siguiente era más insoportable que la vida nula que llevaba ahora? Prefería ahogarse en el infierno tempestuoso que ya estaba viviendo a tener que enfrentarse a otro aún peor.

El momento en el que toda la ilusión se iba de su cabeza, comenzaba a buscar más para volver a ese estado en el que se encontraba casi todo el día. Pronto lo que compraba se acababa, y el dinero que Taehyung le prestaba para hacer sus compras semanalmente ya no le alcanzaba para comprarle al tipo que siempre le daba la mercancía. Estaba ese momento en el que debía soportar la realidad como un castigo, hacerse pequeño, ocultarse bajo las mantas, taparse los oídos con ambas manos. Estaba ese momento en el que suplicaba poder gritar y decir tantas cosas; al aire, a la vida, a la muerte, a sus amigos, a su amor. Daba vueltas por la casa, se ocupaba de las flores y luego volvía a pasar sus pies descalzos y sucios por toda la extensión del lugar, esperando que la ansiedad desapareciera como el vaho en un día invernal.

¿A quién hablarle cuando se encontraba en un desierto? ¿Cómo podía descargar todas esas palabras que le incendiaban la garganta?

Sus ojos buscaban alguna manera, algo que saciara su consternación. Una hoja de papel arrugada y vieja, posada tranquila sobre la mesada, atrapó su mirada. Allí fue cuando, casi corriendo, tomó un lápiz y la hoja, contemplando los últimos segundos de soledad del papel antes de llenarlo con su voz muda.

«Quiero estar vivo pero no sé cómo»

Las letras, chuecas y temblorosas, se trazaron con un movimiento rápido de su muñeca, casi instintivo. Yoongi permaneció un rato mirando aquellas palabras que no eran vacías como esperó que fueran. Leerlas una y otra vez hizo que su voz las pronunciara en alto, y que sus pestañas se mojaran ante las repentinas lágrimas que asomaron por el abismo de sus ojos.

—...pero no sé cómo —suspiraron sus labios.

Sus manos siguieron moviéndose para continuar escribiendo cada cosa que cruzara por su cabeza. Olvidó el hambre rugiendo en su estómago, el tiempo recayendo sobre sus hombros, la sensación de abstinencia. Sus pupilas lloraron ante el alivio que se trataba el trazar tantas palabras escondidas y soltar aquello que había estado reteniendo. Y, sin darse cuenta, Yoongi terminó por dedicar cada una de sus letras a su lejano ángel.

«Quiero estar vivo pero no sé cómo. He hecho cosas para sentirme vivo, pero nada ha funcionado. Cosas que te causarían decepción. Por un lado estoy en calma de que no estás aquí; no tienes la oportunidad de verme en mi peor estado. Otras veces me agobio pensando en ti, en dónde estarás, qué estarás haciendo, con quién estarás hablando. Imagino que te estás riendo y es inexpresable la manera en que se oprime mi pecho por eso.

Todavía tengo en la garganta la cantidad de cosas que debí haberte dicho en el aeropuerto, pero nunca dije. No sé si es arrepentimiento lo que siento o un gran alivio, pues si las hubiese pronunciado, tú aún estarías aquí. A veces me arranca el pensamiento de llamarte al ver tantos mensajes tuyos en mi buzón de entrada, pienso que debería responderte, que debería dejarte escuchar mi voz. Pero, me conformo con que sepas de mí a través de Jungkook, con saber que él te miente de que estoy bien, de que estoy saludable para que puedas dormir tranquilo.

La verdad es que me he rendido a la vida. No me he preocupado en mantener mi salud, ni mi bienestar. Ya no me importa. Tampoco he tocado el piano hace tiempo; siento que las manos se me entumecen cada vez que pienso en las melodías que podría sacar. No como por días, vomito una vez a la semana. Quizá me estoy muriendo y ni cuenta de ello. ¿Qué importa eso ahora?

La última vez que vi a Hoseok, hace quizá ya un mes, me contó un montón de cosas. Namjoon aún sigue ahí, pegado junto a Seokjin; su familia está muy preocupada por él. La relación de Jungkook y Taehyung va de mal en peor, no sé si siguen juntos ya. Hoseok me dijo que él estaba lidiando con la muerte de su padre, pero lo vi destrozado. Y me di cuenta de que nos rodea la desgracia y parece que no hay salida de ella. Suelo mirar el chat muerto de nosotros siete, de cómo nos reíamos por cualquier cosa. Mi mente sigue confundida al intentar descifrar cómo es que todo acabó de esta manera. Sigo sin entender cómo la vida puede cambiar tan drásticamente y volverse tan insufrible.

Pero, ¿y a ti cómo te va todo? ¿La galería va bien?

Finjo hacerte estas preguntas porque así me creo que te estoy hablando. Me tranquiliza un poco. Me imaginaré luego que me respondes y que yo sonrío al escucharte.

Aunque el calendario marca cinco meses desde que te fuiste, todavía sigo situado en el día en que me despedí de ti. Es como si todo se hubiese detenido, o marcha demasiado lento para notar cuándo cae la noche o despierta el alba. Espero que tú, ángel de mi corazón, puedas notar los días pasar y sentir en tu piel que el tiempo no se ha estancado por completo. Espero que estés contento con tu arte, que puedas mostrarle al mundo lo mucho que vales. Estoy seguro de que la gente ama con locura la magia que haces con tus colores.

Puedo jurar escucharte en ocasiones. Oigo tu canto cuando te duchabas al brillo de la mañana, o cuando querías que yo durmiera y descansara en el susurro de tu voz. Siento tu presencia cuando las estrellas me obligan a mantener los ojos bien abiertos y suspiran canciones confusas e incoherentes, pero no logro verte. Nunca logro verte aquí. Me encuentro deseando que las inyecciones sean tan fuertes que logren traer tu imagen a mi lado y, así, sentirte al menos un momento conmigo, aunque fuese efímero. Porque aunque el tiempo se haya paralizado dejándome desamparado y encerrado aquí, siempre tengo miedo a que el tren vuelva a arrancar de repente y me quite lo más preciado que tengo: tu recuerdo. No quiero despertar un día y notar que en mi memoria ya no existe la foto de tu rostro, ni el hálito tan inefable de tu dulce voz. Mi miedo más terrible, además de la ignorancia sobre lo siguiente después de la muerte, es perderte incluso en mi mente.

No sé a dónde va todo esto. Simplemente me senté a escribir porque fue la única manera que encontré de expresar lo que siento, porque con mi voz se me hace imposible. Escribo esto porque de alguna manera siento que te hablo y que tú me prestas atención, aunque nunca te enviaré esta carta, porque sé cómo tus bonitos ojos derramarán lágrimas por alguien que no lo merece ni lo merecerá jamás. Lo hago para mantenerte vivo en mi consciencia, para recordar lo mucho que te amo y lo mucho que duele amarte.»

Yoongi, al dejar de escribir, mantuvo su mirada en la orquesta silenciosa que danzaba a través del papel. Sus manos temblaban, pero ya no había un nudo en su garganta. Entonces decidió acercar un encendedor hacia la hoja y vislumbrar cómo el fuego consumía sus palabras. Se regocijó con la luz de las llamas alimentándose de sentimientos. Deshizo sus letras en cenizas para convertirlas en inmortales.

...

Sus pies lo habían sacado de la florería para pasar a través de las calles desiertas en una noche tranquila y callada. Ni una nube se posaba sobre el cielo, dejando que el brillo de la luna bañara el asfalto por el que su cuerpo deambulaba. Había salido porque su cabeza demente le había obligado a tomar aire cuando no estaba en sus cinco sentidos. Caminaba por el medio de la calle y sus ojos no miraban al frente, sino a la insípida vista de sus zapatillas arrastrándose hacia adelante.

No sabe cuántas horas caminó, ni tampoco hacia dónde estaba yendo exactamente. Cuando su mirada se levantó, se encontró en un lugar al que mucho no conocía, pero estaba seguro de que alguna vez había puesto sus pies allí. Estaba ese silencio peligroso en el vecindario que no permitía ni un alma acercarse por aquellas calles. El conticinio arrollaba hasta los insectos nocturnos y el único quien prevalecía en la oscuridad era un búho que entonaba melodías lúgubres.

Una luz titilaba en lo alto de un poste y el milisegundo en el que todo era abrazado por la oscuridad, Yoongi temía ver algo entre las sombras. Un sentimiento de agobio se entrometió en su pecho, como si alguien estuviese posando sus pupilas firmemente en su presencia. Todos los pelos de su cuerpo se erizaron al sentir una fría brisa acariciar su nuca; no giró, se mantuvo estático en su lugar. En la punta de su lengua se posó un nombre de mujer, pero sus labios se sellaron para no dejar escapar ni un sonido.

¿Por qué, en un lugar así, en lo único que pudo pensar fue en el cuerpo ya muerto de Young-mi? Tanto tiempo desde su noticia y aún seguía aclamando espacio en su cabeza. Creyó que la droga ya se había metido tanto en él que alucinaba con sentir la presencia de alguien que nunca conoció verdaderamente y eso ocasionaba sensaciones tan extrañas que no habían palabras para explicarlas.

Desde que se supo sobre su muerte, Yoongi creía que él mismo estaba infectado con la culpa de un asesinato. Las manos de Seung lo habían tocado a él después de matarla y no había manera de quitarse la sangre invisible de su piel, esa que a veces veía caer de sus propias manos mientras la lluvia de la ducha lo bañaba entero. Las alucinaciones que atacaban su mente cuando pinchaba sus brazos a veces llenaban su corazón de calma, otras veces se convertían en monstruos que torturaban su psiquis. Sin embargo, siempre sabía que aquellas pesadillas de su inconsciente eran simples ilusiones. Pero ahora, cuando sus pies realmente estaban pisando la Tierra, cuando la noche se comía las calles y el silencio desértico atolondraba los sentidos; allí sentía todo real, incluso aunque todavía los efectos de la ingestión estuvieran vivos.

Pocos minutos se encontró en aquel lugar. Pronto las suelas de sus zapatillas volvieron a arrastrarse alejándolo de allí, convirtiendo la sensación lóbrega en un lejano recuerdo al chocar su cabeza con la suave almohada de su cama.

Cuando el sol decidió salir, su cuerpo entumecido se removió sobre las sábanas y un quejido salió por sus labios ante el dolor de sus músculos. Permaneció un rato mirando la luz del día adentrándose por la ventana, con ambos brazos extendidos hacia los costados.

—Park Jimin, ¿estás ahí? —le preguntó al aire con voz ronca.

Sus ojos se aguaron, pero no soltaron ni una lágrima. Decidió abandonar la cama y caminar perezoso hasta el mueble pegado a la pared del frente. Allí posaba el collar que la noche anterior había observado antes de recostarse a descansar. Volvió a tomar entre sus dedos el colgante de Young-mi y lo imaginó posado sobre el cuello de la joven. La imaginó viva y él siendo capaz de devolverle el collar. Aún no comprendía por qué su mente estaba tan empedernida en traerla a su recuerdo.

De la nada tuvo un pensamiento que picó en la punta de sus dedos y molestó su consciencia para llevarlo a cabo. Tomó la vestimenta más limpia que tenía entre la montonera sobre una silla, guardó el colgante en uno de sus bolsillos y salió afuera, vislumbrándose por el repentino sol que atacó sus ojos. Los amarillos y naranjas danzaron con el suspiro del otoño y lo acurrucaron hasta que un tren lo acercó al cementerio.

Sabía con exactitud dónde se encontraba la tumba de la muchacha. Se encaminó hasta allí despacio, siendo acompañado por las hojas secas que crujían musicalmente bajo sus pies. Las copas de los árboles se mecían tristes sobre las piedras que esbozaban nombres de cuerpos sin almas. Entre tantos, Yoongi encontró la lápida que marcaba el nombre de Shin Young-mi, fallecida a sus veintitrés años. Se agachó hasta quedar de cuclillas frente a la piedra y acarició las rosas que brillaban añorantes de una vida ya perdida. Dejó el collar sobre la lápida y contempló el lucero del sol recayendo sobre él.

Se preguntó si había sufrido hasta que las gotas carmesí se transformaron en un océano o si su muerte había sido tan veloz como el alma escapándose de un estornudo. No podía quitarse de la mente la demencia de sesenta y tres puñaladas; tanta locura expresada en puñales que no sólo rompía la simpleza de la carne que envolvía el esqueleto, sino que destrozaba el alma escondida detrás de cada hueso. Le ardía la piel del arrepentimiento de no ver el delirio humano cruzar por los ojos de su antiguo amante, ni siquiera cuando sus labios deseaban impacientes dejar marcas por su cuerpo para así dejar en claro que era de su propiedad. Tan ciego, tan sordo, tan muerto estaba, que no vio el diablo vestido de amor, fingiendo pureza, fingiendo bondad. Nunca vio que en sus manos cargaba la fría desesperanza de una vida ida, ni que sus ojos ensombrecían la verdad tras pestañas pintadas de gustoso almíbar.

Un suspiro cansado se escapó de sus labios y una sombra oscureció el brillo del sol, sorprendiéndolo por la repentina presencia de una mujer detrás de él. Guio su mirada hacia la señora que cargaba con otro ramo de flores, tan coloridas que resaltaban con el negro de su vestido. Sus ojos, desprendiendo la más pura melancolía, lo miraron serenos y silentes. La mujer dejó unas cuantas flores frente a la tumba de Young-mi y el resto las posó sobre la piedra que estaba a su lado. Yoongi notó que el apellido de la siguiente lápida era también Shin, probablemente su hermana menor.

—Nunca te he visto por aquí —mencionó la mujer—, ¿eras amigo?

A Yoongi se le secó la garganta.

—Oh... no —negó, agachando la cabeza—. La conocí sólo una vez, aunque no tuve la oportunidad de hablar con ella.

La mujer vagó sus tristes irises hasta encontrarse con el collar de su hija, tranquilamente recostado sobre el mármol que contenía su recuerdo.

—No encontraba su collar. A ella le gustaba mucho —señaló, sin una pizca de extrañeza en su voz—. ¿Al menos pudiste ver lo bonita que era en vida?

Yoongi estaba confundido. La mujer no preguntaba quién era, ni lo veía de mala manera. Sus ojos no desprendían ni el más mínimo desconcierto ante la aparición de un desconocido frente a las tumbas de sus hijas.

—Ella era ciertamente bonita, sí. —Yoongi hizo una pausa ante el silencio alejado de la mujer, que mantenía sus manos entrelazadas descansando en su estómago—. Lo siento mucho.

—No lo sientas. Yo soy la que se encarga de sentir por mis hijas. Tú, un desconocido, ya tiene demasiadas cosas por sentir, no te des más peso del que ya debes tener —musitó—. Gracias por estar aquí y por devolverle el colgante a Young-mi.

Yoongi se puso de pie y sus ojos no se atrevieron a encontrarse con los de la mujer; unos que contenían la misma tristeza que los suyos. Era como verse reflejado a sí mismo en pupilas ajenas y extrañas.

—Realmente espero que encuentren a la persona que ha cometido tanto daño —pronunció honesto, apretando sus puños hasta enrojecer sus nudillos.

La mujer, con una frágil y leve sonrisa, volvió a mirarlo sutilmente.

—Mi hija menor no fue capaz de soportar la pérdida de Young-mi. La encontré en el baño con el cuerpo teñido de rojo y los brazos tan rotos como puedas imaginarte. Ambas eran como una única alma, jamás se separaban. Ni siquiera la muerte las separó. —Una voz como si del silbido del viento se tratase musitó tales palabras con tanta nostalgia que el corazón del otro se congeló por un momento. Dolor, es lo que se escondía detrás de tanta placidez. Tanto dolor que ya no se mostraba en lluvia cayendo del barranco de sus ojos, ni en maldiciones al cielo. Había tanto dolor que se transformaba en paz incontrolable, de esa que desesperaba al corazón y despojaba cada pizca de cordura—. Lo que espero es que el alma de mis dos hijas esté en paz. Y si encontrar a la persona que se llevó sus vidas lo hará, entonces también espero lo mismo que tú.

Yoongi, al presenciar las lágrimas invisibles que caían por las mejillas de la mujer, se sintió cómplice de la añoranza que acongojaba su pobre corazón. Su mente se perdió entre mil y un pensamientos que terminaban con la vista de sus manos pintadas del escarlata de las entrañas y una sonrisa fatídica oscureciendo su rostro. Un deseo envilecido contagió su cabeza y la imagen de Seung pereciendo bajo sus manos inundó hasta su pecho marchito.

Sólo les quiero agradecer por todo el apoyo que recibí en el anuncio anterior. Me han hecho sonreír muchas veces y eso se los agradezco de todo corazón. 

Espero que les haya gustado la lectura, ¡muchas gracias por leer! 

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