La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 42 Mi Corazón Arde

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By DeyaRedfield

El resto del bar se rió de él, sólo yo sentí que mi esperanza se oscurecía.
Lo encontraron muerto al día siguiente;
"No más historias sobre él", les oí decir.
Culpamos a la mala suerte por su destino.
Sólo sentí un terror tan grande.

"Hometown" – Joe Romersa.

~

—El gusto es mío, pequeños. El gusto es mío —dijo el señor Worth con una peligrosa sonrisa.

Bell y Tommy le miraron y un escalofrío les recorrido por sus jóvenes cuerpos. El señor Worth era un hombre de estatura promedio, tal vez un metro setenta, o sesenta y nueve. Sus ojos eran dos relucientes gemas castañas, llenas de un brillo cautivador. Su cabello azabache, perfectamente peinado, hacia darle un porte elegante. El señor Worth caminó hacia ellos y su hijo se acercó para abrazarle.

—¡Qué bueno que llegas papá! —clamó, hundiendo su cabeza en su pecho. Eric amaba a su padre.

—¿Acaso me tarde mucho? —sonrió pícaramente, mientras respondía el abrazo de su pequeño.

—No, pero te extrañe. Isabelle, Thomas —llamó mientras volteaba a verles—, él es mi papá.

—Bienvenidos sean a mi hogar, pequeños —continuó mientras extendía sus brazos con inmensa alegría—. Me alegro que mi campeón junte a sus amiguitos en casa.

Ambos niños seguían extrañados; el padre era igual de peculiar que el niño.

—G-gracias señor —respondió Tommy.

—Pero por favor, siéntanse como en sus propias casas. Yo iré a preparar la cena y, campeón, recuerda lo que te he dicho sobre las visitas, ¿sí?

—¡Claro papá! —clamó Eric animado.

El señor Worth, sin borrar su sonrisa, se dio la media vuelta y fue hacia la cocina. Los dos niños no perdieron la vista de él, hasta que Eric los hizo volver.

—¿Seguimos jugando?

—Eric —habló Tommy—, tu papá se me hace conocido.

—¿Ah sí?

—Sí, pero no sé de donde... Se parece a un novio que tenía mi tía.

—Qué raro, mi papá jamás ha salido con nadie —mencionó mientras se encogía de hombros y tomaba el control del televisor—. ¿Seguimos jugando?

Tommy aceptó y retomó el mando del juego mientras que Bell no despegó su mirada del señor Worth, hasta que Eric puso uno de los controles cerca de su rostro.

—¡Vamos a jugar! —exclamó con una gran sonrisa.

Molesta la niña, y aun con Rosie en brazos, tomó el control y se acomodó en el sofá para seguir jugando con los niños.

Una media hora paso, el señor Worth llamó a sus pequeños invitados a la mesa. Eric soltó su control y corrió directo a tomar asiento, Tommy acomodó el resto y Bell colocó a Rosie en su carriola para poder llevarla a cenar. El señor tomó lugar en la silla principal, Eric se colocó a su lado izquierdo; Bell a su lado derecho, juntó a la carriola de la nena y Tommy en la silla adjunta.

—Espero que lo disfruten pequeños.

—¡Vaya papas fritas y barritas de pescado! —exclamó Tommy maravillado.

—Nada como una buena cena inglesa, ¿verdad? —dijo Eric muy alegre. Su padre le sonrió.

—A mí... papá, le gusta esto —mencionó Bell en una voz baja y angustiosa, pero aun así lograron escucharle.

—¡Oh me alegra saberlo! Le guardaré un poco para cuando venga por ustedes.

La pequeña se tensó al escuchar aquello. ¿Qué si le dijera que los adultos con los que vivían, no sabían dónde se encontraban? Tragó difícilmente y procedió a moler un poco la comida para darle a la Rosie, quien se veía muy hambrienta. Isabelle empezó alimentar a Rosie con porciones pequeñas, aún era muy nena para comer enteramente. Rosie comía gustosa y Bell solo tocó un poco de su comida. El señor Worth no quitó la mirada de Bell y ella se sentía preocupada por ello.

—¿No te gusta la cena? —preguntó Eric al ver lo poco que había comido. Su padre, sin dejar de sonreír miró a su hijo.

—Si. Pero primero quiero que Rosie coma.

—No la fastidies campeón —continuó su padre, y Eric le obedeció.

—No me fastidia, señor Worth.

—No seas modesta pequeña, conozco a mi niño y se cómo puede ser de asfixiante. Y por favor, llámenme Adam.

—¿Adam? —se intrigó Tommy. Él cabeceó—. Mi tía siempre me ha dicho que respete a mis mayores.

—Y tu tía está en lo correcto, jovencito. Pero no tengo ningún inconveniente en que me llamen por mi nombre, al contrario, me alegran.

Los dos niños se miraron, uno más nervioso que el otro y Bell se encogió de hombros, dándole a entender que le hiciera caso, y así fue.

La cena culminó temprano, Bell no probó mucho bocado y los Worth no le recriminaron nada. Eric tenía intenciones en seguir jugando videojuegos, pero ambos ya estaban cansados, querían descansar.

—¿Preparaste la habitación de huéspedes? —preguntó su padre, una vez terminando de lavar los platos.

—Por supuesto, pero me temo que, uno de los dos dormirá en el suelo.

Tommy miró veloz a su amiga, quien ante el nerviosismo en él, suspiró y alzó una de sus manos.

—Yo dormiré en el suelo.

—Está bien, espero y no te incomode.

—Da igual...

Eric les guío hacia la habitación.

—Ojalá y lo disfruten, es el lugar más acogedor de la casa —ovacionó mientras abría la puerta.

Los niños entraron a una habitación organizada pero insípida. No dijeron nada y unas sonrisas aparecieron en sus rostros dando las gracias por el lugar a descansar. Eric salió de la habitación y Bell cerró la puerta.

—Pues de acogedor no tiene nada —soltó Tommy.

—Ya lo sé. Pero no ganamos nada quejándonos.

—Bell —continuó el pequeño—, ¿dónde queda tu antigua casa?

—A media calle de aquí.

—¿Entonces ya conocías a Eric y a su papá?

La niña negó suavemente.

—No les recuerdo... —suspiró— Debo ser honesta contigo, Tommy. No tengo memoria del día que mataron a mi mamá.

—¿Cómo qué no tienes memoria? —cuestionó alterado. Bell volvió a negar.

—No lo sé... Lo único que recuerdo es un disparo y sangre. Ni siquiera puedo recordar a mi mamá en ese momento —la niña se sentó en la cama y miró a su amigo—. Creo que por ello Sherlock ha tardado en resolver el caso, porque yo no recordé nada. Todo lo ha averiguado él. Pero voy a terminar lo que ha hecho.

—¿Si no recuerdas nada, cómo crees que lo harás?

—Creo que sí voy a mi casa, tal vez, alguna puerta de mi palacio mental se abra.

Tommy frunció el ceño.

—¿Palacio mental?

—Algo que me enseñó Sherlock.

—De acuerdo... —dijo extrañado— ¿Y cuándo iremos a tu casa?

—Mañana, temprano.

—¿Y cómo nos despegaremos de ellos?

—Ya se me ocurrirá algo. Por ahora, descansemos y que mañana pasé lo que tenga que pasar.

Y así los niños se prepararon para dormir.

En la planta alta Eric yacía en su cama y su padre le leía un cuento para dormir. Cuando este finalizó la lectura, miró a su pequeño con una gran sonrisa en su rostro.

—Supongo que esa felicidad no es por el cuento —mencionó su padre. Eric le vio.

—Claro que no.

—¿Feliz por tus amiguitos?

—Demasiado. Mañana comenzaremos a jugar.

—Sé que te divertirás mucho, campeón —meneó su mano en la cabellera del pequeño—. Recuerda, tienes que ganar este juego, sin importar lo que pase.

—Lo sé papá, siempre me has enseñado eso. Al fin me veras en acción.

—Oh mi pequeño, se de lo que eres capaz. Y me haces sentir orgulloso.

Adam le dio un beso en la frente y ensanchó su sonrisa. El señor Worth se alzó de la cama, dejó el libro en la mesita de noche y le deseo dulces sueños a su hijo. El niño observó como su padre apagaba la luz de la habitación y cerraba la puerta. Ya era la hora de hacer valer todo lo que su padre le había enseñado.

Bell no durmió en toda la noche. Su rutina fue dar vueltas entre las sabanas, mirar al techo y cuidar de Rosie en los momentos que despertaba; había veces que recordaba a Sherlock. Ella pensaba si ya se había dado cuenta de su escape, si ya la estaba buscando, tal vez la regañaría por tal hecho pero ella quería terminar esto. Quería descubrir quién mató a su madre y su cabeza no paró de trabajar. El nuevo día llegó, Bell concilió dos horas de sueño y las considero necesarias para sobrevivir este día. Los anfitriones de la casa les recibieron con un gran desayuno y comieron como si nunca lo hubieran hecho. Bell se encargó de limpiar y arreglar a Rosie, y mientras lo hacía le pedía consejos para el día de hoy.

—¿Qué opinas de ese plan Rosie? —La nena, con sus manitas en su boca, solo miró fijamente a Bell—. De acuerdo, es un plan estúpido —respondió mientras rodaba los ojos y buscaba el talco—. ¿Y el otro plan, el de hacerlos dormir con una formula? —Rosie sonrió, luego se mostró seria. Como si de una burla sarcástica fuera—. Tampoco es de tu agrado. Si te pareces al tío John—. La niña echó talco al pañal y el humo le caló en la garganta. Rosie se rió—. ¿Te parece gracioso? —Le colocó su pañal, terminó de arreglarla y la cargo—. Bien, tengo más ideas en mente, pero estoy segura que ejecutare la primera que se me ponga en frente. No te vayas a enojar por ello.

La pequeña Watson colocó sus manos en el rostro de Bell, era una respuesta de que seguro no aprobaría lo que ella hiciera, pero al apoyaría. Llegó a la sala principal, Tommy y Eric veían las caricaturas matutinas y se dispuso a actuar.

—¿Si salimos a dar un paseo? —preguntó, mientras dejaba a Rosie en la carriola.

—Es temprano Bell —respondió Tommy, sin despegar los ojos del televisor.

Ella se acercó a él y, sutilmente, le dio una golpiza con su pie en la espalda. Tommy se quejó y miró molesto a su amiga.

—Nunca es tarde para un paseo.

—Me agrada tu idea —respondió Eric ante el quejido.

—Sí, me gustaría conocer tu vecindario.

—Claro, deja le aviso a mi papá.

Eric se alzó y fue en busca de él. Tommy masajeó la parte donde Bell le golpeó y no dejó de mirarla en ningún momento.

—¡Me dolió!

—Pues vete acostumbrando, si me das la contra.

—Se me olvida que estamos en un caso —dijo mientras se alzaba—. Esto de ser tu segundo al mando, me estresa.

—Por eso te dije que te parecías más a tu tía y al inspector Lestrade. Son más de oficina que de campo.

—¿Ya tienes algún plan?

—Si. Daremos un recorrido por el vecindario, buscaré mi casa y tratare de entrar en ella. Para ello necesito que me distraigas a Eric, sino, arruinara todo.

—¡Si! —exclamó con pose de soldado.

Eric regresó a la sala, se colocó su chaqueta y miró a sus amigos.

—Papá me dio permiso, pero nos quiere cercas.

—De acuerdo —respondió Bell, mientras se acercaba a la carriola de Rosie.

—Solo dejen ir por mi bicicleta.

Eric salió de la casa y los tres se fueron detrás de él. Llegaron al garaje, Eric abrió la puerta y sacó su bicicleta, era un poco grande para el pequeño, tal vez era una de montaña. Las llantas lucían gigantescas, la altura del asiento estaba acorde a su estatura y llevaba consigo un foco para alumbrar el camino. Al ver ese aparato Isabelle sintió un piquete en su cabeza.

—¿Les gusta? —preguntó feliz.

—Esta bonita —respondió Tommy, maravillado.

—Papá la diseño para mí. —Isabelle no parpadeó pero comenzó acercarse hacia ella—. ¿Te gusta? —cuestionó maravillado.

Bell paró y miró con descaro, casi repulsión, la bicicleta. Extendió su mano y la colocó en el manubrio. 

—¿Bell? —llamó Tommy.

—¿Si te gusta? —insistió Eric.

—¿Desde cuándo la tienes? —interrogó.

—Desde hace dos años. ¿Por qué?

La niña negó, quitó su mano y sin alzar la vista regresó a tomar la carriola.

—Caminemos —ordenó.

Los niños miraron a la niña, ella empezó alejarse y ellos curiosos comenzaron a seguirle.

Vagaron por los barrios de Northampton y en todos esos lugares en los que Bell alguna vez dejo huella. Las calles seguían igual de inexpresivas, descuidadas por el grafiti y la basura de las hojas de los árboles y los periódicos; un año y medio lejos de su ciudad y todo era igual. Isabelle se sentía viajando en el tiempo.

Ante cualquier ojo fisgón, la niña se colocó el gorro de su suéter, buscando cubrir su rostro. Ella volteó a mirar a sus compañeros, Tommy conducía la carriola con una emocionada Rosie y Eric iba a velocidad lenta en su condenada bicicleta, la cual Bell seguía sin identificar en su palacio mental; sabía que le había visto, pero el recuerdo era tan tenue que no lograba formarse.

Todos iban detrás de la niña. Nadie preguntaba hacia donde se dirigían. Ya se habían alejado varias calles de la de Eric, pero jamás protesto, y eso preocupó a Bell. La niña detuvo su caminar, a menos de treinta metros de donde se encontraban observó su antigua casa. Esta lucía vieja y descuidada, el jardín había crecido por montones, ya que, la hierba casi alcanzaba a cubrir las escalerillas para tocar la puerta; no quería imaginarse el jardín. Los niños se detuvieron y le miraron confusos.

—¿Pasa algo? —cuestionó curioso Eric.

—No lo creo —respondió veloz Tommy, buscando darle tiempo a Bell—. ¿Nos hemos alejado?

—No, estamos cercas. No creo que papá se altere.

—¡Qué bien!

Tommy corrió y Rosie chilló de emoción. Se paró frente a Isabelle, y ella, ladeó su cabeza para seguir mirando a su casa.

—¿Qué te parece si hacemos unas carreras? —cuestionó. La niña movió confusa sus ojos con su amigo, quien tenía una boba sonrisa.

—¿Carreras? —preguntó Eric.

—Sí, bueno, a Rosie le gusta que corra con su carriola. Podemos hacer carreras, pero no tan rápidas.

Eric hizo una mueca extraña y se quedó pensativo por unos momentos. Tommy siguió sonriente, esperando la respuesta del niño. Al final Eric chasqueó su lengua, se encogió de hombros y se posicionó en su bicicleta.

—Vamos. El que pierda compra unas paletas.

—Hecho.

Tommy miró a Bell y, muy alegre, le guiñó el ojo dándole a entender que su plan funcionó. Ella suprimió su sonrisa y los dos niños comenzaron a jugar. Aprovechando la idea de su amigo, Bell caminó hacía su antiguo hogar; llegó al lugar, miró la casa con nostalgia y a paso lento subió los pequeños escalones para llegar a la puerta. Una vez frente a la entrada Bell sintió varios piquetes doloroso en su pecho, recordó hermosos momentos con su madre, los más claros que surgieron en su memoria era cuando ella le enseñaba arreglar el jardín trasero, también cuando ambas leían historias antes de dormir; principalmente el blog del tío John. Sacudió rápidamente su cabeza, su gorro cayó pero no le importo volvérselo a poner. Respiró hondo y se armó de todo el valor que pudo coger de lo más profundo de su ser. 

Tomó la perilla y le giró, no con muchos ánimos, y descubrió que estaba cerrada. Haló varias veces pero no hubo resultados, la puerta estaba bien asegurada. Desesperada observó por todos lados y recordó la puerta trasera. Esa era más fácil de acceder. Se dispuso a entrar cuando escuchó la puerta vecina abrirse, Bell quedó paralizada y miró a su antigua vecina que, si bien, nunca le había agradado por chismosa, temía que le viera y esparciera el rumor de su llegada a la colonia.

La anciana vecina estaba sacando la basura, no había sentido la presencia de la niña, quien no movió un musculo al verle. La señora dejó la basura en su cesto y, al regresar a su hogar, vio por el rabillo de su ojo la presencia en la casa vecina. Se detuvo, alzó su vista y horrorizada miró a la hija de su antigua vecina. Bell notó el terror en su vecina, no supo que hacer, y en un acto desesperado, alzó su mano y le saludo. La temblorosa señora, a pesar de su edad, entró corriendo a su casa; el portazo hizo reaccionar a Bell y empezó a correr hacía sus amigos, quienes no habían parado de hacer sus carreras.

—¡Vámonos! —clamó, pasándoles de lado en una velocidad increíble.

—¡¿Qué pasó?! —gritó Tommy.

—¡¡Vámonos!! —insistió, poniéndose su gorro y sin mirar atrás.

Tommy y Eric se miraron preocupados pero obedecieron a su amiga y retornaron hacia la casa Worth.

Llegaron al porche de la casa, Bell se tumbó en el suelo y comenzó a inhalar y exhalar todo el aire que podía; se había agotado de tanto correr. Eric frenó la bicicleta y Tommy, más cansado que ellos dos, soltó la carriola frente a su amiga y se tiró a su lado.

—¡Me sentí como en las olimpiadas! —exclamó, mirando al cielo.

—¿Qué paso? —insistió Eric, curioso por la actitud de los dos.

—Nada —exhaló Bell, mientras buscaba alzarse y cargar a la emocionada Rosie.

—¿Cómo que nada? Corriste como si hubieras visto un fantasma.

—Vi un perro —mintió.

—¿Un perro?

—Sí, un perro grande y furioso. Por eso corrí, no quería que nos lastimara.

—Entiendo —dijo, nada convencido.

—No quiero volver a correr en mi vida —habló Tommy, fingiendo llanto.

Los dos niños le miraron.

—Le diré a mi papá que ya estamos aquí. Tal vez nos prepare la merienda.

Bell afirmó con su cabeza y dejó que Eric se introdujera a la casa. Una vez el pequeño desapareció en la puerta, Tommy se alzó y observó a Bell.

—¡¿Qué paso?!

—Una de mis vecinas me vio.

—¿Y?

—Se puso pálida, casi se desmayaba y entró corriendo a su casa.

—Insisto. ¿Y?

—¡No lo sé, Thomas! Fue como si ella hubiera visto un fantasma.

—Qué raro...

—Lo sé, pero no lo entiendo... —se detuvo, y abrió sus ojos de par en par—. ¡Tal vez Sherlock la conoce y le vaya a decir que estamos aquí!

—¡¿Tú crees?!

—¡Si! ¿Por qué crees que se asustó? De seguro ya nos están buscando.

—¿Y qué vamos hacer?

—Necesito entrar a mi casa... necesito recordar cosas... Entraremos esta noche.

—¡¿Pero cómo?!

—No te preocupes, yo diseñare un plan.

Mientras los dos pequeños trataban de controlar la agitación, Adam salió de su casa, y preocupado, se acercó a los niños.

—¿Están bien?

—Sí, estamos bien señor Worth.

—Eric me dijo que les siguió un perro, ¿nada les paso? —insistió mientras les examinaba.

—No nos alcanzó a ver, pudimos huir.

—¡Qué susto!

—Estamos bien... —insistió Tommy.

Con una mano al pecho Adam agradeció que todos estuvieran bien.

—Entremos a casa.

Y todos obedecieron.

El resto de la tarde fue aburrida soportando las peculiaridades de los Worth. La noche cayó, todos estaban listos para dormir menos Isabelle, quien estaba sentada en el suelo alistando todo para salir hacía su casa. Rosie yacía dormida, Tommy colgaba de la cama y miró a su amiga.

—¿Si sabes lo que harás? —cuestiono, un tanto preocupado.

—Ya te dije que sí. No sé porque no confías en mí.

—Si confió en ti.

—¿Entonces por qué dudas? —Tommy miró a Bell y un "ah" surgió—. Solo no dudes.

—Lo siento.

Bell se alzó, colocó la pañalera de Rosie sobre su hombro y le pidió a Tommy que colocara a la bebé en la carriola. Una vez listos salieron con la mayor cautela posible.

A través de una de las ventanas del segundo piso, padre e hijo miraban como los pequeños escapan de su casa.

—Iré tras ellos —mencionó el pequeño.

—Diviértete campeón.

—Lo hare, papá.

El pequeño se dio la media vuelta y antes de salir de la habitación su padre le llamó.

— Y recuerda, mi niño —el pequeño se detuvo y miró directo a los ojos de su padre, quien humedeció sus labios y soltó—: Quema sus corazones.

El niño mostró una enorme sonrisa y, a pequeños brincos, salió de la habitación.

Eran alrededor de las once de la noche, los tres iban a media calle cuando el sonido de una bicicleta los hizo girar sus cabezas. Vieron a Eric acercándoseles. Tommy se mostró nervioso y puso sus ojos sobre Bell, quien con su mirada le indicaba que mantuviera la calma.

—¿A dónde van? —preguntó animoso.

—A caminar —respondió veloz Bell. Tommy apretó sus labios, impidiendo que cualquier palabra saliera de su pequeña boca.

—¿A estas horas?

—Solo una pequeña vuelta a la manzana —dijo la niña con una fingida sonrisa—. Para conocer mejor.

—¿Puedo ir con ustedes?

—¿Le vas avisar a tu papá?

—Mi papá ya está dormido, no le gusta que lo despierten.

—Está bien, la verdad no tardaremos.

Eric sonrió y siguió a los demás. Y entre las ondeantes cortinas, el hombre que llevaba el falso nombre de Adam Worth miró a los niños alejarse, directos hacia su trampa.

Durante el camino ninguno de los niños hablo. El silencio les cubría terriblemente sobre las frías calles de Northampton. Una vez que llegaron a la antigua calle de Bell, la pequeña se aseguró de cubrir bien su rostro, para no volver a ser vista por sus vecinos.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Eric, con falsa curiosidad. Bell lo notó.

—Quería volver aquí —respondió.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Eric no dijo nada más y siguió el paso de los chicos en su bicicleta.

Llegaron hasta la casa que Bell alguna vez habitó. La niña dejó de lado los sentimientos angustiosos y se armó de valor para buscar las pistas que necesitaba. Eric bajó de su bicicleta y la aparcó junto a un árbol mientras que Bell buscaba la manera de entrar por el jardín trasero.

—Síganme —ordenó.

Entre Eric y Tommy cargaron la carriola, para evitar que Rosie despertara por los movimientos bruscos de las piedras y plantas que había en el jardín. Llegaron a la puerta trasera y la niña buscó la manera de abrirla.

—¿Qué están haciendo? —cuestionó Eric muy confuso.

—Nada —respondió Tommy.

—¿Cómo que nada? Estamos abriendo la puerta de una casa ajena.

—Está abandonada —soltó Bell.

—Pero aun así...

La niña logró abrir la puerta y los niños miraron asombrados.

—¿Cómo es que...?

—Un truco que me enseñó Sherlock —mencionó con una sonrisa.

Dentro de la casa todo era oscuridad, parecía ser la peor cueva del mundo. Las piernas de Tommy empezaron a temblar, para él la casa era como de una película de horror.

—¿Vas a entrar? —preguntó mirando a su amiga.

—Obvio.

—¿Para qué? —interpuso Eric.

—Nada que interese, Worth.

—¿Sa-saben? Y-yo paso —mencionó Tommy, asustado—. Cuidaré a Rosie.

—Te necesito Tommy —vociferó furiosa Bell.

—Pues no cuentes conmigo para entrar ahí.

—Está abandonada, no tiene nada.

—Nop...

—Yo voy contigo —interrumpió Eric. Los dos le miraron—. Sea lo que busques ahí, yo iré contigo —Bell y Tommy se miraron expectantes. Eric se colocó debajo del marco de la puerta y con una invitación de manos, llamó a la niña.

—Ya qué —respondió, mientras rodaba sus ojos.

Bell caminó y cruzó el oscuro umbral de la puerta, después le siguió Eric y ambos desaparecieron en la penumbra de aquella casa. Isabelle buscó en la pañalera y sacó un par de linternas, una se la dio a Eric y ella encendió la suya.

—¿Por qué estamos aquí? —volvió a cuestionar el niño.

—Nada en especial.

La niña empezó alumbrar el lugar, estaban en la cocina y el amueblado seguía ahí, recubierto en capaz y capaz de polvo. Salieron hacía la estancia, Eric iluminaba las paredes y el techo adornados por las más extensas telarañas que hubiera visto en su vida, quedó asombrado. Bell iluminó hacia los sillones y, sintiendo una punzada en su pecho, empezó a forjar memorias de lo que pasó aquella noche. Caminó en medio del lugar y mientras sus pies hacían chillar la madera, Bell sintió unas piezas flojas. Alumbró al suelo y recordó el lugar donde su madre la había escondido aquella noche.

—¿Este lugar esta embrujado? —cuestionó Eric divertido.

Bell no dijo nada, se mantuvo mirando a la madera y varias imágenes cruzaron a su mente. Recordó como su madre la ocultó en el suelo terregoso de la casa. En sus ojos podría ver el miedo y la desesperación, ella no comprendía que pasaba y las palabras de su madre resonaron en su mente:

« Tranquila, todo estará bien... » Le golpearon terriblemente.

Eric colocó su mano sobre el hombro de la entumecida niña y al sentirle se estremeció dejando caer su linterna.

—Bell, ¿qué tienes? —interrogó.

—Nada... —respondió mientras recogía el aparato.

—Sabes, ya estoy cansado que me estés evadiendo.

—¿Evadiéndote? —cuestionó con una sonrisa burlona.

—Si —respondió serio.

La niña no borró su sonrisa, alejó la mano de su hombro y continuó caminando por el lugar.

—¿Qué buscas? —Preguntó siguiéndola con la luz—. ¿Tus memorias?

Ella se detuvo y apuntó la luz hacía él.

—¿Perdón?

—Lo que oíste. ¿Estás buscando abrir las puertas de tu palacio mental?

Bell le miró aterrorizada mientras en el rostro del niño una media sonrisa surgía.

—¿Cómo sabes sobre eso?

—Bueno, se podría decir que soy un fan de Sherlock Holmes... —dijo, mientras del bolsillo de su chamarra sacaba una hoja arrugada y desgastada con las firmas de Sherlock y John— En realidad no tanto.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó nerviosa Bell.

—Hace mucho Sherlock y el Doctor Watson visitaron Northampton. Los estuve vigilando durante todo su recorrido, hasta que ese detective de quinta me descubrió. Fingí ser un fan y me dieron sus autógrafos. ¡Qué lindos!

—¿Quién diablos eres tú?

—Eric —dijo mientras tiraba la hoja—. Bueno, ese es mi primer nombre. Mi nombre completo es Eric Sebastian, pero personalmente, no me gusta mucho mi segundo nombre. Me trae terribles recuerdos... —el pequeño guardó silencio y miró hacia donde había caído la hoja—. Pero mi papá hace que todos ellos se me olviden.

—¡Sabía que estabas loco pero no me imagine que tanto! —clamó Bell, sin entender a lo que se refería.

—Y no tienes idea de cuánto. Ahora que al fin te tengo aquí, déjame decirte que tendrás que abrir perfectamente tu palacio mental para que no les pase nada a tus amiguitos.

—¿Pero qué...? ¡¿De qué hablas?!

—Vamos a jugar bajo mis reglas —continuó mientras se acercaba a ella—. Si por alguna razón, tratas de avisarle a Thomas que algo malo está ocurriendo, me encargare que él y Rosie sufran.

—¡Pero sí que estas demente! ¡No voy a dejar que te les acerques a ellos!

—Sé que lo harás y vamos a jugar. Ahora, ¿qué es lo que recuerdas?

Bell tragó difícilmente, comenzó a mover la linterna a toda la estancia.

—Es la sala principal.

—Tranquila genio. No uses la obviedad. Demuéstrame que eres una Holmes y dime, ¿qué recuerdas?

La niña cerró sus ojos, trató de abrir todas las puertas de su palacio pero las imágenes eran difusas. Nada surgía con coherencia.

—Aquí murió mi mamá.

—Bien... es cierto. ¿Recuerdas quien la mató?

—No... —soltó, sintiendo como las venas de sus sienes se intensificaban.

—Has memoria...

Bell siguió el consejo de Eric, buscó que las imágenes se volvieran claras y, poco a poco, los hechos de ese día empezaron a forjarse: Yacía dormida en su cama, abrazaba fuertemente a su señor conejo cuando de repente, sintió como su madre le zarandeaba fuertemente.

« Despierta, Bell. Amor, necesito que reacciones. » Insistió Samara.

« ¿Qué pasa? » preguntó adormitada.

« Bell, necesito que te escondas. » en ello, Samara sacó una USB y la puso en su mano « Y guardes esto. »

La niña no supo que fue lo que le dio, ladeó su cabeza y con dificultad se levantó de la cama. Samara la condujo por los escalones y mientras Bell tallaba sus ojos pudo ver como una parte del suelo estaba abierta.

« ¿Qué es ahí mamá? »

« Ahí te esconderás. Prométeme que no harás ningún ruido, pase lo que pase, no saldrás. Hasta que en la casa no este ninguna persona. ¿De acuerdo? »

« Pero... »

« ¡Promételo Isabelle! » exclamó alterada. La niña se mostró despavorida ante ello, el sueño se había esfumado y suavemente movió su cabeza. « Bien » dijo, y le dio un beso en su frente.

Bell entró en aquel hoyo que su madre preparó. Le miró como ponía cada tabla de una manera perfecta, en ningún momento paro de decirle lo mucho que le amaba, que todo saldría bien y cumpliera su promesa.

Abrió sus ojos y lo primero que vio fue la maliciosa sonrisa de Eric.

—¿Ya? —cuestionó divertido.

Bell se hizo a un lado, caminó por medio del lugar y paró donde su mamá la había escondido.

—¿Qué quieres lograr con esto? —preguntó inquieta.

—Solo recuerda. Y una vez lo hagas, veré tu corazón arder.

De nuevo cerró sus ojos y el resto de sus recuerdos empezaron aclararse.

Samara escuchó un estruendo proveniente de la puerta trasera, aterrada se dio la media vuelta y miró como por el umbral de esta cruzaba un viejo conocido.

« Mi dulce Samara » saludó, mientras extendía sus brazos en busca de un abrazo.

« ¡Es imposible! » exclamó. « ¡Tú estás muerto! »

« ¡Sorpresa! »

« ¡Te diste un tiro en la cabeza! »

« El suicidio de un falso genio, mi corazón » comenzó a caminar y Samara empezó a retroceder. « La verdad esperaba una calurosa bienvenida de tu parte. »

« ¡Eres un maldito bastardo! ¡Deberías estar muerto, pagar por lo que le hiciste a Rupert! »

« Perdóname mi vida pero Rupert se buscó su destino. »

« No » soltó con odio. « Por ti Rupert hizo lo que hizo, solo que tú no tenías el valor de atarte una bomba al pecho. »

« ¡Oh querida! » protestó. « ¿Yo, atarme una bomba? No es mi estilo, hubiera lucido anticuado. De Rupert si lo era, por eso fue fácil de convencerle » Las lágrimas surgieron del rostro de Samara, quería golpearlo, matarlo, hacerlo pagar por todo lo que sufrieron ella y Rupert. Pero no tenía el valor de hacerlo. « Por favor, no lágrimas. Opacan nuestra hermosa reunión. »

« ¡¿Qué es lo que quieres?! »

« Tú lo sabes. Mejor que nadie. Dame a mi hija. »

« Ella no es tu hija » mencionó con gran rabia.

« Tu y yo sabemos que sí. ¿Dónde está? »

« No te lo diré ».

« Samara, Samara. Mi bella Samara. No hagas las cosas más difíciles, se buena conmigo, con el tío Jim. ¿Dónde está mi hija? »

« Ella murió. »

« ¿Quién te dijo eso? »

« Tú sabes quién. »

« Pues sé que miente. »

En eso detuvo su caminar, clavó su mirada a la mesa y miró un periódico donde Sherlock Holmes aparecía en primera plana. La rabia se apoderó de él.

« ¿Sherlock Holmes? ¿En serio? ¿Qué sabes de él? ¿Querías que te ayudara? »

« ¡Por favor! ¡Por favor, te lo suplico! Te prometo que te ayudare. »

« ¿Ayudarme en qué? »

« ¡A que encuentres a tu hija! »

Él desenfundó un arma y le apuntó al rostro de Samara. La joven mujer quedó aterrorizada de solo mirar el cañón del arma. 

« Yo no te necesito. Jamás te necesite. Ahora, dame la niña » Samara contuvo sus lágrimas y una risa alocada se apoderó de ella. « ¿Qué es tan gracioso? »

« Nunca te daré a mi hija. Púdrete Moriarty.»

Samara Jones no dejo de reírse, hasta que Jim alzó su arma y, sin temor alguno, haló del gatillo.

El estruendo del arma hizo volver a Bell a su realidad, las últimas imágenes que flotaron sobre su cabeza fueron las gotas de sangre que caían sobre ella. El aire empezó a faltarse y la niña se hincó dejando caer la linterna.

—¡No, no, no! —empezó a decir.

—¿Ya recordaste? —mencionó Eric, quien se encontraba a su lado.

—¡No, no es posible!

—Jim Moriarty, mi padre, mató a tu madre —Bell alzó su impactada mirada hacía el niño—. Yo estuve ahí cuando lo hizo. Una bala directa a la frente.

—¡No, no, mi mamá!

—La verdad Bell, que para tener la habilidad de los Holmes, dejas mucho que desear. Es por eso que quiero enorgullecer a papá, demostrándole que yo soy más listo que tú. Y ya he logrado quemar gran parte de tu corazón.

—¡¡No, no, no!! —gritó.

Y su clamor logró ser escuchado por Tommy.

—¡¡Bell!! —llamó aterrado.

Al no obtener respuesta, el pequeño se armó de gran valor para cruzar la puerta pero, en ese momento, unas manos cubrieron su boca y le tomaron del cuerpo.

—Shh —escuchó en su oído—. Si cruzas esa puerta, tú y Rosie saldrán heridos.

Sorprendido Tommy identifico la voz del señor Worth.

—¡Eres un demente! —le chilló a Eric.

—Gracias. Es un honor oírlo de tus labios.

—¡Me las vas a pagar!

—Eso ya lo veremos.

En ese momento escucharon un ruido y Eric direccionó la linterna de dónde provino ello. Acercándoseles llegó Jim Moriarty con Thomas de un lado y Rosie en su carriola del otro.

—Veo que la pequeña ya ha hecho memoria.

—Así es papá. ¿Puedes verlo, como sufre? —preguntó animoso.

—Estoy orgulloso de ti campeón. Pero ahora necesitamos terminar con esto.

—Lo sé...

—¡¡No le hagas nada!! —chilló.

—No te preocupes mi niña, tus amiguitos van estar bien, mientras sigas con nuestro juego. Ahora tenemos que irnos a Sherrinford.

—Si papá.

—¡¿Qué, a dónde?!

Eric tomó a Bell de su brazo y le insistió en que se alzara. Ella terriblemente confusa miró a todos lados y siguió clamando porque dejaran a sus amigos en paz. Pero le ignoraron. Ahora Bell cargaba con la culpa de sus acciones y de lo que pudiera pasar.



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