Dentro de sus cuatro
paredes favoritas.
En caminatas
silenciosas
por las calles
llenas y a la vez vacías.
Por la profundidad
de su mente.
Siempre lo acompañaban
su alma temblorosa,
su libreta,
y un lápiz imaginario.
Observaba, y dibujaba
en su libreta.
Le preguntaban
por qué su libreta estaba vacía.
Y él nunca contestaba.
Cerraba sus ojos,
y pasaba su lápiz imaginario
muy suavemente sobre el papel.
Y le preguntaban,
si necesitaba ayuda
y él se enfadaba.
Se sentaba bajo un árbol,
y observaba.
Lo hacía muy bien.
Bajaba la vista,
y seguía dibujando.
La subía,
y sus ojos se movían de izquierda,
a derecha,
hacia arriba,
hacia abajo.
Y seguía dibujando.
Y todos decían
que él no dibujaba.
Y él no lo creía.
Un día,
dejó de hacerlo.
Le preguntaron el porqué.
Sonrió.
Y arrancó cada una de las hojas,
y le entregó una a cada amigo,
familiar, y a personas
que desconocidas.
Lo miraron extraño,
sólo pudo decir
que cada una de esas hojas,
estaba llena de secretos,
de errores,
de esperanza,
de tristeza,
de colores,
de oscuridad,
de odio,
de felicidad,
de caídas,
DE V I D A.
DE M U E R T E.
Y luego,
desapareció.
Él tenía tantos secretos,
que terminó convirtiéndose en uno.