Él simplemente estaba harto
de tener que cumplir las expectativas de los demás.
Odiaba tener que hacer lo que le decían,
sin tener un porqué.
Se cansaba de fingir que era feliz y libre,
cuando no lo era, ni lo sería.
Él había luchado para cumplir sus sueños,
no para que alguien le ordene como actuar,
como vestir y qué hacer y qué no.
Toda la vida se había esforzado
por hacer sentir bien a los demás,
para que ellos se sientan orgullosos.
Pero nunca se sintió orgulloso de si mismo.
Se había cansado de ocultar
toda la ira y tristeza que tenía en su interior.
Siempre había guardado ese dolor,
porque él tenía que fingir estar bien,
y amar todo,
y anhelaba ser otra persona.
Porque intentamos hacer algo
para que los demás estén orgullosos.
Olvidamos hacer las cosas
realmente para sentirnos bien con nosotros,
y nos convertimos en un producto descartable.
Abrió la puerta de su habitación,
y la cerró de un portazo.
Y una, dos, tres... Diecisiete veces.
Sentía que ya no podía hacer algo,
se había perdido,
todo por las opiniones de personas
que nunca lo conocerían.
Él se rompió,
nosotros lo rompimos.
Porque, aunque no queramos,
somos parte de todo.