La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 17 Vídeo manía

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By DeyaRedfield

6 meses atrás.

—Es hora de dormir cariño —indicó Samara a su pequeña hija mientras ella leía un periódico sensacionalista donde en portada aparecía Sherlock Holmes; alzó su mirada mostrando ojitos cristalinos, quería llorar—. ¿Qué pasa? —preguntó preocupada.

—Mamá... —respondió a voz entrecortada— Mamá... ¡Sherlock está en el hospital y dicen que se está muriendo! —Las lágrimas no se resistieron y comenzaron a brotar—. ¡No quiero que muera!

—¡Oh mi vida! —Exclamó mientras se acercaba a su pequeña y la abrazaba—. No te preocupes, corazón. Sherlock Holmes es un hombre muy fuerte, él estará bien.

—¿En serio mami?

—Muy en serio —Samara mostró una cálida sonrisa logrando que su pequeña sosegara las lágrimas y soltara aquel periódico—. Ahora cariño, ya es la hora de dormir. Ve a lavar tus dientes y leeremos un cuento, ¿sí?

Isabelle mostró una leve sonrisa, limpió sus lágrimas y se alzó de la silla para obedecer a su madre. Al ver a su pequeña subir los escalones, Samara tomó el periódico y miró el encabezado. El detective Sherlock Holmes había sufrido un disparo en las empresas de Magnussen. Ella no podía negar su shock ante lo que la nota decía; Sherlock iba detrás de Magnussen, su antiguo jefe, pero ¿qué buscaba el detective de él? ¿Acaso ella estaría envuelta en alguna investigación? Planteándose esas y más preguntas Samara no evitó morder sus uñas. Odiaba esa manía pero al saber que un Holmes iba detrás de Charles Augustus Magnussen, la hacían sentir un miedo terrible.

—¡Mami —Exclamó la niña haciendo que volviera en sí—, ya estoy lista!

—¡Ya subo amor!

Samara dejó de lado el periódico, trató de calmar sus nervios poniendo su mejor sonrisa sobre el rostro y subió los escalones a arropar a su pequeña. Al llegar a la habitación, miró a su nena ya recostada en su cama, abrazando a su peluche, el señor conejo, pero apreció algo peculiar en su ropa de dormir. Isabelle llevaba puesto el gorro estilo Sherlock que ella le había hecho, dándose idea que hoy no sería noche de libros.

—Supongo que hoy, no te leeré Alicia en el país de las maravillas —dijo con una sonrisa.

—Nop —contestó contenta.

Samara sacó del bolso de su pantalón su celular y se acercó a tomar asiento al lado de su hija.

—De acuerdo Bell, ¿qué leeremos hoy en el blog del Doctor Watson?

—¡La señal de los tres! —exclamó alegre.

—¿La señal de los tres? Cariño lo leímos hace como tres noches.

—Otra vez mami. Por favor —suplicó mostrando unos enormes ojos.

—¡Ah! —Suspiró—. De acuerdo, leeremos la señal de los tres y esperaremos a que Sherlock mejore para que el Doctor Watson actualicé su blog, ¿sí?

—¡Si mami!

—Perfecto —dijo mientras acomodaba su brazo alrededor de ella—, ahora comencemos: ¡Wow, qué día! ¡Ha sido la mejor boda de todas! ¡Sherlock estuvo maravilloso! ¡El amor es fantástico...!

Bell escuchó atenta y maravillada a su mamá. Para ella leer las aventuras de Sherlock Holmes y su amigo el Doctor John Watson la hacía dormir tranquilamente.

La lectura había terminado y Bell cayó en sueño profundo. Samara movió su brazo con suavidad, para no despertarla, y al quitar su brazo la arropó y le retiro el gorro para que pudiera dormir sin incomodidad. Por último le dio un beso en su frente y le deseo las buenas noches. Al salir dejó la puerta de la habitación entre abierta para que la luz del pasillo iluminara el cuarto, ya que Bell le temía a la oscuridad, así que, con un poco de luz la niña dormiría bien.

Samara caminó por el pasillo, llegó a la ventana que daba a la calle principal y observó el vecindario. Estaba tranquilo, todos habían ido a dormir temprano pero notó como un niño andaba rondando cerca de su casa en una bicicleta. Lo miró extrañada, ese niño era nuevo en el vecindario y siempre rondaba por su calle sin importaba la hora ni el clima; ese pequeño niño se mantenía andando con su bicicleta. Samara sacudió su cabeza, a veces pensaba que su paranoia había llegado al límite. ¿Cómo era posible dudar de un niño? Él era un niño feliz en su bicicleta.

Samara comenzó a reír por la ironía y su momento de locura, tantos años moviéndose de un lado a otro por Inglaterra, huyendo, la habían convertido en un manojo de nervios. Durante su risa a su mente vino Sherlock Holmes.

El detective se encontraba grave en el hospital, los periódicos y los canales de televisión indicaban que era poco probable que sobreviviera, pero ella rezaba porque lograra vivir. Él sería su ayuda, él sería su última esperanza; así que, dejando de lado a ese niño en su bicicleta, Samara cerró las persianas y se dispuso a preparar un mensaje para el detective consultor.

Devuelta al presente:

—¿Qué pasó en tu pesadilla? —inquirió Sherlock. Curiosa por esa cuestión Isabelle alzó sus ojos llorosos para mirar al detective, más no contestó—. ¿Qué? ¿Acaso ya lo olvidaste? —de nuevo preguntó esta vez extrañado. Bell se aferraba a él, aún no quería desprenderse.

—¿Mi pesadilla?

Sherlock rodó sus ojos y suspiró cansado.

—¿Acaso la manía de repetir lo que uno dice te la contagió John? —ella parpadeó sorprendida y sin entender. Otro suspiro se hizo presente— Si Isabelle, ¿qué pasó en tu pesadilla? —La niña parpadeó rápidamente, trataba de recordar lo que hace unos momentos había soñado pero le resultaba imposible, solo se sentía muy asustada—. No lo recuerdas —dijo después de un largo minuto de ver a la niña parpadear.

—Perdón Sherlock —respondió apenada. Él no evitó suspirar y pensar que hoy los suspiros eran más frecuentes de lo normal.

—De acuerdo. Puede que cuando practiquemos el palacio mental recuerdes qué soñaste, ya que sería útil —la niña cabeceó—. Ahora... ¿Recuerdas lo del espacio vital? —De nuevo la nena afirmó—. Perfecto.

Sherlock deshizo el abrazo donde la niña se sentía segura, dejo sus brazos al aire y observó a la niña que para nada tenía intenciones de dejar de abrazarle. Desesperado Sherlock alzó ambas cejas, y con una expresión, le dio a entender a Bell que hiciera lo mismo. Desanimada la niña obedeció.

—Gracias —soltó aliviado el detective. Bell no dijo nada, abrazó a su señor conejo y mantuvo sus ojos entristecidos en él. El detective notó la carita de la niña, no podía soportar la mirada, era demasiado potente para él, así que lo mejor era evitar el llanto—. ¿Tienes hambre? —preguntó. Bell cabeceó con rapidez—. Bien. Vamos a la cocina a ver que encontramos.

La niña mostró una suave sonrisa y sus ojitos marrones volvían a tomar su tan usual brillo. Se dio la media vuelta para salir del living room e ir rumbo a la cocina de la Señora Hudson. Sherlock se mantuvo de pie, observando a la pequeña salir del lugar mientras un océano de preguntas, que no podría describir bien, le acompañaban. ¿Qué era ese algo? Tal vez eran emociones, tal vez sentimientos, tal vez...

—Sherlock —escuchó y volvió en sí. Observó a Bell en el marco de la puerta—, ¿vas a venir?

—Sí —respondió fríamente.

Caminó hacia la puerta y ambos se dirigieron a la cocina. Llegaron y ambos se acercaron al refrigerador, abrieron la puerta para observar lo que había en el: frutas, verduras, carne congelada y una que otra vasija con comida de días pasados.

—Vaya, la señora Hudson tiene... Tiene muchas cosas... Lo había olvidado.

El detective empezó a tomar de todo, lo ponía sobre la mesa y Bell observó sin dejar de abrazar al señor conejo. Mientras juntaba una montaña de comestibles, en la cabeza del Sherlock pensaba que era lo que podía hacer, pero la realidad era que no tenía ningún conocimiento sobre gastronomía.

—¿Qué te gustaría comer? —Preguntó—. Hay manzanas, rábanos, queso crema, queso amarillo, uvas, apio y... —se detuvo mientras tomaba una vasija con algo rojo en ella y observó minuciosamente— No tengo idea que sea esto.

—Sherlock —habló Bell y este volteó a mirarle—, ¿sabes hacer de comer?

—Nop —dijo con una sonrisa algo preocupante—. Pero se usar un microondas.

Bell vio extrañada a Sherlock quién mantenía esa sonrisa. Sabía que no iba a comer bien pero sobreviviría.

Molly y Tommy Hooper llegaron a Barts. La forense llevando de la mano a su sobrino caminaban a paso acelerado por todos los pasillos del hospital. A pesar de ser hoy el día de descanso de Molly, si Sherlock le pedía su ayuda, ella interrumpiría hasta sus vacaciones.

—¡Tía Molly ve más despacio! —clamó el pequeño muy agotado.

—Perdóname Tommy pero cuando haces un favor, y en especial a Sherlock, tienes que hacer las cosas rápidamente.

Tommy se quejó pero era mejor dejarse llevar por el ritmo acelerado de su tía, al fin y estaba en un caso del gran Sherlock Holmes. Así que el cansancio valdría la pena. En el momento que caminaban por el pasillo Molly vio salir a uno de sus colegas de uno de los laboratorios y sin dudarlo aceleró el paso.

—¡Henry! —exclamó aliviada.

—¿Hooper? —Preguntó sin creerlo—. ¿Qué acaso no estás en receso?

Molly se acercó a su colega y al detener su paso Tommy por fin pudo dar un respiro.

—Si Henry, es mi día libre, pero necesito un favor.

—¿Cuál?

—Necesito que me des los datos de tu amigo, el ingeniero en informática.

—¿De Craig? —otra vez cuestionó sin creerlo.

—Sí, él.

Un silencio algo incómodo se forjó. Ambos Hooper miraron al hombre quien de repente soltó una carcajada.

—¡Oh Hooper! —Exclamó entre risas—. ¿Para que necesitas a Craig, para hackear un Facebook? Porque Craig no es de esos... Bueno, si sabe hackear uno pero no creo que te cobré barato.

Molly observó extraña a su colega. ¿Se había burlado de ella? En cambio Tommy miro colérico al tipo.

—No Henry —dijo extrañada—, es para algo más importante, yo...

—¿Para que necesitas a Craig, Hooper? —interrumpió. Molly cerró su boca y apretó sus labios—. Necesito saber, a ciencia exacta, para qué. Ya que como te dije Craig no es un ingeniero cualquiera.

Los labios de Molly comenzaron a temblar, su colega la había sacado de base dejándola desprevenida y no sabía cómo responderle. Tommy contempló el momento, dejo de lado las manía nerviosas que los representaban y decidió defender a su tía a toda costa. Nadie se metía con los Hooper.

—¡Oye! —Exclamó Tommy molesto y ambos voltearon a mirarle—, no es para "hackear un Facebook", es para Sherlock Holmes. ¿Si sabes quién es verdad?

—¿Para Sherlock? —cuestionó y ambos movieron su cabeza en un sí.

—Nos urge mucho Henry.

—Bien, ok, ok. Discúlpame Hooper, no pensé que fuera tan serio. Déjame buscarte los datos.

Henry miró apenado a los Hooper y regresó al laboratorio. Molly sorprendida volteó a mirar a su sobrino y le sonrió de oreja a oreja.

—Gracias Tommy. Te has ganado un postre de chocolate.

El pequeño Hooper sonrió y alzó su pulgar a modo de victoria.

Bell y Sherlock seguían en la cocina. El detective adivinó lo que aquella vasija tenía en su interior, era carne de puerco. Sus vastos conocimiento sobre la gastronomía, le hicieron deducir que todas las frutas y verduras combinaban a la perfección con la carne de puerco. Sin despegar los ojos del minutero en el microondas, Sherlock se mantuvo al tanto de la comida y Bell solo le observaba.

El tiempo terminó, Sherlock abrió el microondas y un gran humo negro salió de ahí; la pequeña no ocultó su sorpresa al ver ese humo provenir del aparato. Sherlock trató de tomar el plato pero este ardía y supo que a ver puesto a calentar la comida por cinco minutos no fue una idea buena. Tomó el guante de cocina y soportando el calor Sherlock lo posó sobre la mesa. Bell paró los ojos en el platillo estrella de Sherlock Holmes.

—Listo —dijo con un enorme suspiro y como si esto hubiera sido la tarea más difícil su vida—. Espero y te guste.

Con su mano Bell comenzó a dispersar el humo que cubría el plato haciendo que poco a poco una curiosa masa mezclada entre negro y rojo apareciera; su olor era a quemado y muy seguro echado a perder. Solo Dios y la señora Hudson podrían saber si eso era una carne de puerco pero fuese lo que fuese no era comible. Bell movió sus ojos del plato para detenerlos en Sherlock que miraba impactado a la comida.

—De acuerdo... —dijo sorprendido moviendo su vista hacia ella— ¿Te gusta la comida china?

—Si.

—Perfecto. Pediremos comida china.

La niña no pudo ocultar que una sonrisa se posara en su rostro. Había sido un lindo gesto por parte de él, pero la cocina era un enemigo mortal para Sherlock Holmes.

—¡Sherlock Holmes! —gritó la señora Hudson al entrar al living room del detective. Él y Bell la observaron, ambos se encontraban comiendo—. ¡¿Qué diablos le hiciste a mi cocina?!

—Intentó hacer de comer —respondió la niña mientras jugaba con los palillos chinos. Sherlock le lanzó una mirada sería.

—¿Qué tú qué? —preguntó sin creerlo.

—Ya la oyó.

La señora Hudson no dijo nada mientras les miraba incrédula hasta que llegó Molly y Tommy. Justo en el momento correcto.

—¡Hola! —exclamó alegre Molly. Tommy al entrar miró el lugar con fascinación.

—¡Hola Molly, hola Tommy! —exclamó Bell. El niño al escuchar el saludo volvió en sí y le sonrió.

—¿Tienes eso Molly? —preguntó Sherlock ignorando las formalidades.

—Si Sherlock —dijo mientras ambos se acercaban a ellos—. Todo fue gracias a mi sobrino, él logró conseguir los datos.

Frunciendo el ceño Sherlock depósito la mirada en el pequeño Hooper. Se veía sonriente y apenado, igual que ella. En definitiva el niño era familiar de Molly, pero Sherlock insistiría, ella no tenía hermanos. Molly vio a Sherlock y le hizo una seña apuntando a su sobrino. La referencia era obvia pero el detective no la comprendía.

—¡Agradécele! —susurró Molly con un suave movimiento de labios. Sherlock alzó las cejas y miró al pequeño niño.

—¡Oh! Bueno, joven Hooper, debo darte las gracias por tu ayuda. Has sido muy útil y eficaz.

Tommy no ocultó su felicidad. Sherlock Holmes, el gran Sherlock Holmes, le había felicitado por su ayuda. Vio a su tía con una enorme sonrisa de oreja a oreja y su cuerpo comenzó a temblar de la emoción.

—¡Oíste tía! —Exclamó—. ¡Sherlock me dio las gracias!

—Te lo mereces Tommy.

El niño se soltó de su tía y se acercó a Bell quien también sonreía, la emoción del niño era incontrolable. Sherlock suspiró, se alzó de su sillón y observó ambos niños.

—Señora Hudson —habló y está volteó a mirar a Sherlock—, ¿podría llevarse a los niños con usted? Molly y yo tenemos asuntos por discutir y deben ser en privado.

—Si claro. Vengan niños, necesito de alguien que me ayude a limpiar la cocina y de premio les daré una rebanada de pastel.

Ambos pequeños se habían emocionado como desanimado. Limpiar la cocina no sería la mejor actividad del mundo pero un pedazo de pastel valdría la pena. Retirándose los tres, Molly tomó asiento en una de las sillas y observó a Sherlock retomar su asiento en el sillón.

—De acuerdo Molly —dijo y extendió su mano. Ella le miró extrañada para luego sacar un papel y la USB de su bolso.

—Su nombre es Craig y vive en Brixton. Mi amigo me dice que él te resuelve todo tipo de problema informático, solo que el precio es alto.

—Eso no importa.

—Ok. Su lugar está a media hora de aquí, en taxi —continuó Molly con una sonrisa—. No se te complicará.

Los niños se encontraban mirando asombrados el interior del cesto de la basura, donde yacía la obra culinaria de Sherlock.

—¿Esto lo hizo él? —Preguntó Tommy sin creer—. ¿Lo hizo Sherlock?

—Así es. La cocina no es su fuerte.

—¡Vaya, se ve y huele horrible!

—Sí, yo creo que los gatos que hurtan la basura no volverán por aquí en un largo tiempo —ambos niños empezaron a reír y taparon el cesto para retornar a la cocina.

—Señora Hudson, ya tiramos lo que hizo Sherlock —dijo Tommy al entrar.

—Muchas gracias corazones, ahora hay que limpiar estos platos —dijo mientras les daba unos trapos—, y terminando los llevaré a Speedy por esa rebanada de pastel.

Los niños fingieron algo de emoción pero al mal paso darle prisa, querían esa rebanada de pastel.

Terminaron los deberes en la cocina y los niños salieron hechos un rayo, rogando porque Sherlock no volviera a cocinar en su vida. Ambos miraron a Molly y Sherlock bajar los escalones y Bell notó que el detective se ponía su bufanda. Estaba listo para salir.

—¿A dónde vas Sherlock? —preguntó curiosa y este volteó a mirarle.

—Brixton —contestó veloz.

Los niños se miraron curiosos pero emocionados a la vez.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Bell animada.

—Nop —contestó mientras tomaba su abrigo y se lo ponía.

—¿Por qué no? —cuestionó triste.

—Porque no y punto —dijo mientras volteaba a mirarla y cruzarse con unos enormes ojos tristes. Grave error el que cometió.

—Será mejor que nosotros nos retiremos —habló Molly mientras tomaba la mano de Tommy—. Los veremos después.

—Espera tía Molly, la señora Hudson me prometió una rebanada de pastel.

—Yo te la compró Tommy, pero ya tenemos que irnos. Hasta luego.

Molly y Tommy salieron del 221B, el pequeño logró despedirse de Bell y tal como Molly le dijo, llegaron a Speedy. Sherlock y Bell se mantuvieron en la entrada con una guerra de miradas la cual el detective iba perdiendo.

—Muy bien —resopló furioso, esa mirada de la niña se había convertido en su peor debilidad—. Puedes venir conmigo.

—¡Si!

—Pero con condiciones —Bell cabeceó—. Primero me obedecerás, totalmente. Segundo, no te despegarás de mí en ningún momento, a donde vamos es un barrio peligroso. Si te pasa algo tendré a todos sobre mí hasta hacerme cadáver. Y tercera, procura no hacer... No hacer cosas de niños, tú sabes que, ¿de acuerdo?

—Entendido Sherlock —respondió con una sonrisa mientras saludaba como soldado.

El detective suspiró amargamente dándose una media vuelta y ambos salieron del edificio y sin dificultad tomaron un taxi.

El recorrido fue emocionante para Bell, en cambio para Sherlock, había sido algo estresante. Bell contemplaba la ciudad con una maravilla indescriptible, se movía por todos lados del taxi para poder ver los edificios, la gente caminar y el resto de los vehículos. A Sherlock solo le quedó tolerar el comportamiento de la niña, pero era algo curioso verla tan alegre, solo por la vista de una ciudad.

Al poco rato ambos notaron el cambio de Londres a Brixton. Las paredes se habían convertido en grafiti, algunos muy buenos, no se podían negar, pero otros eran una burla para aquellos artistas; había papeles sobre las calles, ¿serían acaso periódicos? Quien sabe, solo se podía resumir de una manera: mucha basura. Sherlock y Bell se mantuvieron indagando en el distrito.   

—Señor, ¿dónde lo voy a dejar? —preguntó el taxista. Sherlock volteó a mirarle.

—En la esquina de Seven Sisters Street, por favor.

El taxista cabeceó y se anduvo hacia la calle indicada. Unos minutos después arribaron a la calle deseada y Sherlock pagó el pasaje. Ambos bajaron del taxi e Isabelle, veloz, se juntó al detective.

—Brixton es... curiosa —confesó Bell algo asustada y mientras se agarraba al abrigo del detective.

—O mejor dicho, el infierno sobre la tierra —continuó Sherlock algo sarcástico—. Caminemos, es un largo tramo.

Sherlock sacó el papel que Molly le había dado para poder orientarse en las calles. Mientras caminaban pudieron notar gente de mal ver, que les miraba de una manera peculiar. Sherlock bien les ignoraba pero Bell estaba asustada. Sin parar su caminar, y estar unos diez minutos sobre las calles de Brixton, por fin dieron con la calle indicada; no fue difícil localizar con la casa ya que esta era de una fachada muy vieja, muy descuidada y con jardín podrido. La envidia del vecindario.

—¿Es aquí? —preguntó curiosa la niña.

—Eso parece —respondió Sherlock muy tranquilo.

El detective caminó y Bell aún aferrada a su abrigo le siguió el ritmo. Llegaron a la puerta y Sherlock tocó el timbre pero no hubo sonido. Extrañado decidió tocar la puerta y esperar a que atendieran. Unos momentos después la puerta se entre abrió y unos ojos azules se asomaron por entre la oscuridad.

—¿Qué? —preguntaron de mala gana. Bell asustada se juntó más a Sherlock.

—¿Eres Craig?

—¿Y tú eres...?

—Me llamo Sherlock, Sherlock Holmes.

Quién se asomaba se extrañó al oír ese nombre.

—¿Sherlock Holmes? —Preguntó sorprendido—. ¿El detective?

—Si —respondió molesto.

El tipo cerró la puerta y los dos se quedaron, no sorprendidos, más bien confundidos, pensando en lo que había pasado hasta que la puerta se abrió y el dueño de los ojos azules se mostró. Era un hombre de estatura promedio, regordete, cabello rubio y con ropa desaliñada. Un caos de persona.

—¡Vaya todo un honor tenerle en mi madriguera señor Holmes! Por favor pase —se hizo a un lado y Sherlock y Bell se adentraron al caos del informático.

Dentro de la casa el detective y la niña miraron la falta de muebles pero si un enorme nido de cables regados por todo el piso, piezas de computadoras, basura, también percibieron un aroma de echado a perder más la humedad mezclada con tierra. Si la señora Hudson mirara este lugar apreciaría más al living de Sherlock.

—Lamento el desorden —dijo mientras les pasaba de lado—. No he limpiado desde... —guardó repentino silencio y los dos le miraron ansiosos— Nunca he limpiado —continuó sonriente—. Síganme, ¡Ah! Y cuide a su hija señor Holmes, con todo este cableado puede enredársele en los pies y caerse.

—No es mi hija —contestó veloz.

—Como sea... —dijo sin importarle— No me hago responsable del daño que se pueda causar.

Caminaron hasta llegar a una pequeña habitación donde un módem, a la estatura del detective, se encontraba en un rincón y una computadora con un enorme CPU y pantalla descansaban sobre un mal gastado escritorio de plástico. Sherlock se mantuvo contemplando el arsenal cuando Bell gritó emocionada, asustando ambos hombres. Al entrar ella notó algo curioso bajo el escritorio pero no distinguió bien hasta que asomó mejor su cabeza.

—¡¡Un perro!! —gritó alegre.

Bell se soltó de Sherlock y veloz se acercó a ver al canino recostado sobre los pies de su amo.

—¡Por el amor de...! ¡¿Isabelle que fue lo que te dije?!

—Tranquilo señor Holmes. Solo va a saludar a Toby.

—¿Se llama Toby? —preguntó mientras acariciaba la cabeza del animal.

—Así es. Es un bloodhound, proveniente de Bélgica. Una raza fina y un gran olfateador.

—¡Qué lindo! —exclamó sin dejar de acariciar su cabeza y Toby disfrutaba de aquel masaje craneal—. Toby yo soy Bell y él es Sherlock. ¿No es lindo, Sherlock? —preguntó.

—Si lo es —respondió con una sonrisa fingida—. Pero no vengo hablar de perros —continuó cambiando su semblante—, me dijeron que puedes des encriptar cualquier cosa, ¿es verdad?

—¡Por favor! Está hablando con el enemigo mortal para el MI5, MI6, la CIA y la KGB. La pregunta me ofende señor Holmes. ¿Qué necesita des encriptar?

—Esto —dijo mientras sacaba la USB de su abrigo y se lo entregaba—. ¿Cuánto es tu precio?

—¿Por una USB? Déjeme ver...

Craig giró su silla tratando de no molestar a Toby, a quien Isabelle seguía consintiendo, y conecto la USB y la examinó un poco.

—Criptografía simétrica —mencionó Craig como si nada.

—Así es.

—¿Intentaste hacer algo?

—Si. Una amiga y yo utilizamos varios programas e incluso intentamos claves personales, pero nada.

—Ya lo veo... —dijo mientras se ponía sus anteojos. Sherlock observó dudoso— La persona que encriptó está USB sabía lo que hacía, no iba dejar que cualquiera accediera a la información, de hecho es una memoria de dieciséis gigabytes y solo utilizó ochocientos megas para almacenar. No trae gran cosa, tal vez documentos, tal vez algún vídeo. Pero debe ser muy especial para generar una clave así...

—Bien, pero... ¿El precio?

—Ciento veinticinco libras.

El detective se sorprendió.

—¿Ciento veinticinco por una USB? —preguntó sin poder asimilarlo.

—Perdón viejo, pero de esto vivo y tengo que cuidar de Toby —dijo apuntando al canino.

—No, realmente no vives de esto —expresó Sherlock con una sonrisa hipócrita—. Esto es sólo una ganancia extra, ya que tú vives de una pensión especial del gobierno, de la seguridad social para ser exactos.

—Vaya, vaya —mencionó Craig mientras se cruzaba de manos y se recargaba en la silla.

—Así es, una seguridad social para alguien que no puede relacionarse normalmente ante la sociedad, no tienen un empleo, la casa se les cae encima... ¿Cómo te tienen catalogado? ¿Cómo un inadaptado, antisocial o un asocial? —Craig suspiró.

—Inadaptado —respondió la niña mientras acariciaba la barriga de Toby. Ambos voltearon a mirarle, Craig más sorprendido que Sherlock.

—Bueno, no por nada es el mejor detective de Inglaterra —respondió molesto.

—Hagamos un trato —continuó Sherlock mientras juntaba sus manos y las juntaba a su barbilla.

—No hago tratos.

—Tranquilo, esto te interesará, créeme. La pensión para los de tu tipo es de alrededor de cien libras, ¿cierto?

—Si...

—Que te parece si te digo que puedo duplicar esa pensión.

Craig posó sus dedos bajo su barbilla y meditó un momento.

—Interesante pero duplicándolo no resuelve mi necesidad económica. Triplícalo.

Sherlock arqueó una ceja sorprendido para luego suspirar y bajar un poco sus manos.

—De acuerdo, puedo conseguirte hasta trescientos cincuenta libras en tu pensión pero... modifiquemos un poco el tratado.

—Haber, le escucho.

—Te conseguiré esa cantidad, pero aparte de la des encriptación, quiero que trabajes para mí —el hombre se sorprendió al escuchar eso—. De vez en cuando necesito a un as de la informática, alguien que pueda hackear hasta la médula a organizaciones como el MI5 y el MI6, y tú eres uno de esos.

Craig no negó el halago del detective y mucho menos la oferta. Era tentadora.

—¡¿Y Toby también puede unirse?! —preguntó Bell emocionada. Los dos le miraron algo dudosos—. Él es un buen olfateador.

—Es verdad —dijo Craig—, ¿ocuparás a Toby también?

—Pues... —mencionó extrañado— ¿Es bueno en lo que hace?

—Es excelente señor Holmes.

—Bien, el también entra.

—¡Si! —gritó Bell alegre mientras abrazaba a Toby.

—¿Entonces Craig, aceptas el trato?

De nuevo el rubio posó sus dedos sobre su barbilla y meditó unos instantes. Sherlock observaba desesperado, era una oferta demasiado jugosa como para dejarla ir, no todos los días él ofrecía negocios así.

—Perfecto señor Holmes, acepto formar parte de su equipo de trabajo —el detective sonrió—. Ahora si me permite des encriptaré su USB.

Craig se alistó y se puso a trabajar. Después de varios minutos el rubio alzó sus manos al aire en lo que parecía ser una victoria.

—¿Lo hiciste? —preguntó desesperado.

—Así es. Tenía un descifrado en algoritmos, un poco complicados, pero ya quedaron en el olvido.

Sherlock se acercó a Craig y Bell alzó la cabeza para mirar el monitor.

—Le adiviné al contenido del USB, un archivo privado, un vídeo de hecho.

—Reprodúcelo —ordenó el detective.

Curioso Craig obedeció al detective y cliqueó al vídeo y en pantalla aprecio Samara Jones.

—¡Mamá! —exclamó Bell impactada, se alzó del suelo y se acercó al computador.

"Hola señor Holmes. Mi nombre es Samara Jones y le mando este vídeo porque...." paró y pudieron apreciar como comenzaba a llorar.

"Mi vida y la de mi hija pende de un hilo y usted es el único que puede ayudarnos. Así que por favor le ruego que acepte mi caso. En el momento que me encuentro grabando esto, sé que se encuentra hospitalizado, pero tengo la certeza que saldrá bien de este incidente. Mi historia es, algo larga más no complicada, pero puedo decirle que involucra a Charles Augustus Magnussen, a su hermano, Mycroft Holmes y..." Samara pausó su hablar. Se vio como ella alzaba la mirada hacia un punto en la habitación, luego un corte en el vídeo se hizo notar y una asustada Samara apareció. "Señor Holmes, sé que me tienen vigilada y tengo que lograr que mi caso llegué a usted de la manera más sutil y discreta. He realizado tres vídeos, puestos en tres USB diferentes, lamento decir que esas tres memorias cuentan con una clave de encriptación avanzada, por lo cual necesitará de alguien que logre descifrarlas. Tengo que protegerme a mí y a mi hija lo más que pueda" se detuvo y suspiró. "En este vídeo le contaré un poco mi historia, mi pasado con su hermano Mycroft y el gobierno de Inglaterra. No es una bonita historia pero necesaria para que pueda ayudarme..."

Sherlock tomó el mouse y pausó el vídeo. Craig observó al detective quien no parecía tener una buena a cara.

—¿Todo bien? —preguntó

—No.

Craig extrañado movió la vista y se detuvo en la niña. Tenía sus ojos cerrados y respiraba con dificultad.

—¿Viejo que tiene tu hija? —preguntó preocupado.

Sherlock, extrañado por esa cuestión, bajó la mirada con Isabelle. Ya había visto esa reacción en ella antes, se había adentrado en su palacio mental.


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𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 𝐈𝐍 𝐓𝐇𝐄 𝐖𝐀𝐓𝐄𝐑 | Todos podían considerar que Perseo aún Percy Jackson. Sin embargo, el peor error de los Dioses del Olimpo fue pen...