Notas del alma (HunHan)

Por morganrei

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»Esta historia es completa y absolutamente producto de mi activa imaginación. Cualquier semejanza con la real... Más

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI (PARTE I)
XI (PARTE II)
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX (PARTE I)
XX (PARTE II)
XXI
XXII (PARTE I)
XXII (PARTE II)
EXTRA | Navidad color arcoiris
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
EPÍLOGO
AVISOS Y DESPEDIDA

EXTRA | Desiderata

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Por morganrei

Será un poco largo, así que lean cuando puedan, si quieren :).

Aquella mañana había sido llamado nuevamente a la oficina del director.

Antes de retirarse del salón con la mirada curiosa de todos sus compañeros en él, se demoró en la puerta para besar la punta de sus dedos y realizar una venia cargada de grandilocuencia a modo de despedida, una floritura de la muñeca añadiendo elegancia a la acción, aunque la risa de los demás jóvenes fue lo único que provocó. El profesor de historia lo miró mal y antes de que le pidiera que se vaya de una buena vez, había cerrado la puerta tras él. Seguramente le daría la lata más tarde recordándole que ser llamado a la oficina de un directivo no era motivo alguno de bromas, pero sólo le asentiría con rostro arrepentido y se libraría de él.

Lo que tuvieran que decirle afectaba muy poco a la manera elegida de vivir la vida a pesar de sus cortos diecisiete años.

Se desplomó sobre la silla frente a aquel extenso escritorio que ya podría reconocer incluso si estuviera ciego. Nunca había sido un estudiante especialmente problemático, más que algunas bromas inofensivas cargadas de la más cruda ironía no había hecho, pero la visión que tenía sobre las cosas repateaba a los adultos.

-¿Me puede explicar esto, Minseok goon?

Escuchó al director que tenía delante, pero decidió ignorarlo. En su lugar, sólo se mantuvo echado sobre la silla que ocupaba con las piernas estiradas bajo el escritorio, una mano dentro del bolsillo del blazer y la otra sobre la superficie de la mesa hecha un puño. Su expresión era ida, mirada baja y clavada en la mismísima nada y labios sellados como las históricas puertas de Troya en su momento.

-Sabe que es inaceptable esta respuesta, ¿no?

Ahora lo miró. ¿Qué quería que le dijera? No es como si creyera que lo que había hecho estaba bien, ¿acaso eran idiotas? Pero siguió sin decir nada; las pocas veces que había abierto la boca, se habían molestado por el uso del sarcasmo presente en las frases y lo habían castigado, así que prefería llamarse al silencio. No quería más problemas... Aunque estos le divirtieran.

-¿En verdad es esto lo que deseas, Minseok?- Ahora habló su profesora de literatura, una voz mucho más suave y conciliadora.

Abrió los labios un tanto más, pero volvió a apretarlos. Ellos no lo entenderían, hablar sería gastar energía y tiempo en explicaciones estúpidas. Considerando que no pensaba decir nada, el director sentado detrás del escritorio suspiró de forma muy poco educada y lo dejó ir. Se puso de pie y les hizo una reverencia antes de dejar la habitación.

En el pasillo lo detuvo su profesora.

-Toma.- Le dijo, extendiéndole una hoja. -Por favor, Minseok, piensa las cosas un poco más, ¿sí?- Le pidió, posándole una mano en el hombro.

Discernió la preocupación en su mirar, así que tomó la hoja y le asintió. Ella se fue y miró entonces lo que sostenía entre los dedos: una encuesta de carrera. En las líneas que rezaban los planes para el futuro la razón de todo el problema, una respuesta: Libertad. No era tan descabellado, ¿verdad? Era una muy buena respuesta, ¿quién no deseaba vivir en libertad? Le daban ganas de suspirar frustrado. Los adultos... Pedían seriedad, pero no una cualquiera, sino la que deseaban ellos. Después de todo, había sido muy serio a la hora de escribir en la hoja, pero no les bastaba.

Todo lo que era no le bastaba a nadie.

Miró el gran reloj que indicaba que dentro de muy poco comenzaría el descanso. Se debatió internamente si volver a clases o no, nadie notaría su ausencia y el profesor pensaría que aún estaría siendo entrevistado. Si lo encontraban lo volverían a castigar, pero no tenía nada que perder, era su último año allí.

Se golpeaba la quijada con la hoja doblada en lo que consideraba qué hacer, cuando oyó una melodía.

Era algo perdida, incluso se sorprendió de haberla percibido, nunca había tenido un buen oído. Sin embargo, los pies se le movieron solos contra cualquier buen juicio. Cuando traspasó los pasillos y dobló varias esquinas, notó que se trataba de un piano. Nunca antes lo había escuchado, ¿tenían piano en la escuela? Quizás... Cuando el sonido fue más claro, pensó súbitamente que quizás esa melodía siempre había estado ahí, pero nunca le había prestado atención. Era un sonido claro y fluido, como el agua de un manantial corriendo. Sintió que si seguía caminando, entonces alcanzaría el sol. La canción lo llenaba todo, era lo único que llegaba a oír cuando estaba en el pasillo a unos escasos metros del salón de artes musicales: no había canto de pájaros, no había estudiantes en el patio durante la clase de gimnasia, no existió nada.

Cuando estuvo a punto de posar una mano sobre el picaporte, lo llamaron.

-¡Minseok!

Se giró sobresaltado, como si hubiera salido de un trance hipnótico.

-¿Qué haces ahí?- Le dijeron riendo sus amigos. -¡Vamos a almorzar, se acabarán los postres!

Dio un último vistazo a la puerta, la musica ya no se escuchaba. Se fue.

Creyó que había sido una alucinación, pero al otro día volvió a sentir el mismo deseo e ímpetu por ir allí, por verificar que no estaba loco. Era lo único que le faltaba. Sintió un revoltijo en las entrañas cuando descubrió la misma música bailando por el aire hasta convertirse en sonido y acapararle los tímpanos con su dulzura. Tragó saliva cuando estuvo frente a la puerta del salón una vez más, esta vez estaba seguro de que nadie lo interrumpiría, así que abrió la puerta y se metió dentro de la habitación.

Era un chico rubio. Lo reconocía. Era el pianista, aquel al que todo el universo parecía idolatrar por sus dedos privilegiados y su figura agraciada. Jamás le había prestado atención, nunca le había importado. Creía que tenían la misma edad, pero iban a divisiones diferentes. Tampoco lo había escuchado antes, pero de alguna manera sintió arrepentimiento. Estaba de espaldas, así que sólo podía enfocar su nuca cubierta por sedoso cabello rubio que incitaba a entretejer tus dedos en él. Su espalda era una rígida línea recta, toda su postura emanaba perfección y método absoluto; las únicas partes de su cuerpo que se movían eran sus muñecas y sus dedos.

Minseok no tenía la más mínima idea sobre música clásica, pero creía que las notas y los movimientos intrincados que ejecutaba de forma impecable eran complejos de llevar a cabo. Y lo admiró aunque ni siquiera recordaba su nombre, aunque nunca antes lo había oído.

Se quedó a un lado de la puerta completamente quieto, sin hacer ni decir nada, sólo oyendo con atención.

-¿Dirás algo o sólo te quedarás parado ahí?

Parpadeó, saliendo otra vez de aquel ensueño inducido. Era como una sirena homérica. El chico se había mantenido presionando una serie de agudos sin parar, produciendo un tintineo fino y elegante, bello. Lo miró sobre su hombro y Minseok vislumbró un perfil digno de retrato.

-Ah...- Suponía que debía decir algo, pero no sabía qué.

El joven pianista se alejó del instrumento y quiso gemir de disgusto, no quería que se detuviera. Lo encaró de lleno con unos ojos inexpresivos y unas facciones pétreas.

-¿Quién eres tú?

Su piel era blanca y su rostro rebosaba juventud. Sabía que lo era, tan sólo era un estudiante, al igual que él, pero creyó que aquella lozanía le duraría años. Se imaginó encontrándolo otra vez en unos veinte años y pensando exactamente lo mismo.

Los rumores eran ciertos.

-Nadie. Literalmente nadie.- Se apresuró a negar.

Se lo quedó viendo sin intenciones de decir nada más, y Minseok comenzó a retorcerse de los nervios. Demonios, siempre había sido rápido con las palabras, tanto escritas como pronunciadas, era lo único de lo que podía presumir: las contestaciones brillantes eran su fuerte... ¿Por qué nada le salía ahora? Se sentía idiota.

Y el chico no dejaba de mirarlo. ¿Qué tanto veía?

Se dio la vuelta y se dispuso a tocar una vez más.

-Si quieres oír, hazlo.- Le dijo con simplicidad.

Y Minseok se lo tomó muy en serio.

Aquella tarde llegó a casa y se puso a buscar música clásica en el buscador de Internet, allí en lo recóndito y oscuro de la  habitación. No se había molestado en saludar a sus queridísimos padres, sabía que estos no estaban. Las gloriosas notas de músicos viejos le llenaron la mente y sólo fue sensación pura: se hizo hacia atrás en el sillón de escritorio y dejó colgando la cabeza sobre el respaldo, con los ojos cerrados y una concentración que avergonzaría al monje más anciano del monasterio.

Al final, llegó a la conclusión de que nada de todo lo que oyó se asemejaba al muchacho del salón de música. Simplemente... Era distinto. Guiado e inspirado por su recuerdo, tomó su libreta personal, aquella más preciada, y comenzó a garabatear los versos de un poema, de una nueva historia... ¿Quién sabe? Sus ideas eran amorfas e inquietas, cinéticas, al igual que él. Podían tomar la forma de lo que quisieran. El único alivio en un mundo vacío era escribir y escribir y escribir... Y escribir. Lo hacía desde que tenía siete años, todavía tenía los poemas cortos y carentes de ortografía de esas épocas, eran preciados.

Era una lástima que sus padres lo odiaran.

Por la noche se lo hicieron saber... Otra vez.

-Hemos recibido la llamada de tu profesor, Minseok.- Había dicho su padre sin mirarlo, aquella voz metódica y fría gracias a años de una profesión que requería la más extrema insensibilidad.

Parecía olvidar que ya no estaba en la sala de un hospital.

No tengo cáncer, papá, sólo te llamó mi profesor porque no logra entender los confines brillantes de mi mente joven. Quiso decirle eso, pero en su lugar optó por lo más práctico:

-¿Ah, sí?

-No tenemos tiempo para estas cosas.- Había dicho por su parte su madre, exactamente en el mismo tono que una médica especialista en cirugía utiliza.

Minseok se preguntaba a diario si se darían cuenta de que cada uno estaba casado con su maldito clon.

-El trabajo nos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo, Minseok.

No me digas.

-Sabes lo que tienes que hacer, así que sólo hazlo. No te queda mucho tiempo, son sólo unos cuantos meses hasta la graduación.- Su bella madre acomodaba de forma perfecta su fina pulsera de plata en su muñeca izquierda. Tampoco lo veía.

Aclaró la garganta. -Lo sé.- Pero elijo no escucharlos, ¿cuándo se darán cuenta?

-Ya he hablado con nuestros compañeros de la facultad de Medicina.- Ahora le tocaba el turno a su padre una vez más. -Hay programas de estudio excelentes, cuando entres te sentirás cómodo.

Salvo por el hecho de que no entraré a ninguna facultad de Medicina...

-Oh.- ¿Qué más podía decirles?

-Esperamos no recibir ninguna otra llamada de la escuela.

-No, señor.- No prometo nada.

Todos los días durante los descansos y, a veces, durante el almuerzo, se iba al salón de música y escuchaba al pianista. Todavía no sabía específicamente quién era y tampoco le interesaba, sólo quería escucharlo porque había descubierto que era una droga de lo más extraña y elocuente. Nunca hablaban. Minseok se paraba cerca de las ventanas que daban a los árboles del patio, y observaba el paisaje a través del vidrio con expresión perdida mientras se dejaba invadir por su música, porque así es como se sentía cuando estaba cerca de él. Perdido en un mundo lejano y a la vez cercano, divino y humano.

A veces también se sentaba y lo miraba. Él jamás le prestaba atención y parecía realmente no importarle que estuviera allí casi siempre y de la nada. A veces consideraba que lo que hacía era un tanto acosador y raro, pero no podía dejar de oírlo aunque quisiera. Cuando lo miraba, se demoraba en sus rasgos adustos, pero a la vez suaves, tenía el ceño fruncido siempre, pero emanaba paz cuando tocaba. Y era atractivo. Volvía a corroborar los rumores: era hermoso, como un dios nacido del sol con sus cabellos rubios refulgentes como oro.

Más que por sus habilidades primorosas, la gente le seguía por su imagen fascinante.

-Minseok.

Se había girado hacia su profesora de literatura. Ella era de las pocas personas en el mundo que le caían bien. Era atenta y jamás levantaba la voz, siempre respetaba todas las opiniones y lo más importante: sabía su desafortunada situación y lo apoyaba.

-Mira lo que he encontrado.- Le había sonreído agitando una hoja entre sus dedos.

Minseok llegó a leer las palabras "concurso" y "literatura" y "relato", y cuando quiso darse cuenta ya estaba ojeando la hoja con ojos ávidos y hambrientos. Ella sonrió con algo muy parecido a la victoria.

-Sabía que te interesaría.

-¿Para cuándo?- Dijo, sin dejar de leer.

-Dos meses y medio, exactamente.

La miró con brillo en el mirar. -Dígame que será mi editora.

Ella rio con simpatía. -Conozco tu talento, así que pondré mi voto de confianza.

-¡Gracias!- Le dijo con sinceridad.

Se vio otra vez en la sala de música, esta vez desparramado en el suelo a sus anchas y sosteniendo en el aire sobre los ojos el panfleto promocional del concurso de literatura. La Sonata no. 59 In E-flat Major de Haydn sonaba de fondo. Minseok se sentía un pensador del siglo dieciocho gracias a eso.

-¿Sobre qué debería escribir mi relato?- Murmuró.

Se sentó y le prestó atención al pianista. Mantenía las piernas extendidas sobre el piso, nadie rondaba por allí durante los descansos, así que no podían verlo haciendo el vago de semejante manera.

-Oye.- Llamó, pero él no lo miró. No estaba seguro de si lo había oído o no, nunca hablaban, así que prosiguió de todas formas. -¿Por qué tocas el piano?

-Porque puedo.- Le contestó.

Se sorprendió de recibir respuesta. También se sorprendió de la misma en sí. No la había dicho con fastidio o molestia, era simpleza. Aquella naturalidad de la cual ostentaba aun cuando no era del todo explícito.

-Lo sé, pero... Si pudieras haber hecho otra cosa, ¿qué habría sido?

Tardó un rato en contestar, no se apartaba del piano y de la canción que tocaba para nada, y aun así parecía que podía hacerlo todo de cualquier forma: tocar el piano y a la vez pensar, hablar, cocinar un omelet de paso.

-Esto es lo único que sé hacer.- Murmuró.

No le dijo más nada, sólo observó a través de la ventana hacia afuera; el sol brillaba, era un día que podría considerarse precioso para el resto de la gente, escuchaba el barullo de los estudiantes fuera y los pájaros volvían a cantar. La música ya no era lo único que existía después de tanto escucharla, pero ahora era parte del ambiente: no se imaginaba un solo día sin ella de fondo.

-¿Qué harás cuando acabe la escuela?

-¿Tú qué crees?- Respondió su voz comedida, sus muñecas parecían tener vida propia moviéndose sin parar y sin errores.

Minseok se mordió el labio inferior.

-Quiero ir a la universidad.- Dijo, ni siquiera sabía por qué se lo estaba contando, era un extraño, pero parecía mucho más serio que sus compañeros de clase y, por ende, la mejor opción para volcar las preocupaciones.

Él no le dijo nada.

-Pero a la facultad de Ciencias Sociales. No a la de Medicina. Quiero perfeccionarme y ser un gran escritor, sé que puedo hacerlo... Aunque signifique ganarme el desprecio de mis padres.- Entonces pintó una sonrisa irónica. -La verdad es que son tan frívolos que me resulta difícil verlos enfadándose en serio.

-¿Es lo único que puedes hacer?- Le soltó de la nada.

Minseok tardó un rato, pero no necesitó pensárselo demasiado. Escribir es lo único que le salía medianamente bien y, aunque no fuera así, es lo único que le interesaba también. Así que sí...

-Es lo único.

El pianista se encogió de hombros, no lo miró jamás... Nunca lo veía, de hecho.

-Entonces no tienes opciones. A menos que decidas rendirte a lo deseado por otros.

El tiempo pasó, las semanas, los días. El colegio comenzaba a mostrarse vacío por los estudiantes de tercer año que ya no asistían, a ese punto no era necesario hacerlo a menos que tuvieras notas horrorosas que arreglar antes de repetir el curso. Minseok iba de igual manera porque allí estaba lo único que había comenzado a importarle sobre manera: el chico que tocaba el piano como los dioses. Comenzó a pensar que estar junto a él era terapéutico y un buen lugar para pensar, aun cuando nunca hablaban demasiado y el chico nunca lo miraba.

Nunca.

-Sehun.- Lo había llamado por primera vez. El nombre se le había resbalado de los labios con suavidad. -Sehun.- Lo hizo otra vez, más fuerte.

-Dime.- Siguió enfocado en el instrumento.

Minseok apretó los labios porque quería que lo mirara. Quería que lo viera así como lo hacía él, que se deleitaba con su imagen y bañaba las retinas de forma diaria en las aguas gloriosas de su belleza dorada. Amaba mirarlo, había algo tan hipnótico en él... Pero no le prestaba atención. Se sentía como un mueble más de la habitación.

-Oh Sehun.- Dijo después de aclarar la garganta, quería decir su nombre muchas veces más. -Ese es tu nombre... Eres famoso y tocas el piano con maestría desde los cuatro años. Tu familia era granjera. Tienes tres hermanas. Te reconocen en todo el mundo como "el legado de Chopin". Y, ah...- No tenía idea de por qué estaba volcando todo lo que había investigado sobre su vida en él.

Lo vio fruncir el ceño: la primer expresión verdadera que había hecho desde que lo conocía. Abrió los ojos con enormidad cuando lo escuchó trastabillar en algunas teclas, corrompiendo su perfecto sonido. Tenía miedo, había sido el culpable de arruinar su condición sobrehumana. Eso no se hacía.

Sin embargo Sehun no se inmutó mucho más, se recompuso y continuó tocando como si nada. No había cosa en el mundo que lo interrumpiera en medio de una preciosa balada.

-Pensé que... sabías sobre mí.- Le dijo inesperadamente.

Minseok se apresuró a negarlo. Nunca había sabido mucho sobre él. Eso era... ¿Bueno?

Sehun relajó su rostro, pareciendo el mismo de siempre.

-Ya veo.- Contestó en voz baja.

¿Había visto un atisbo de regocijo en él, una media sonrisa imperceptible? No estuvo seguro.

Después de eso, Sehun comenzó a hablarle mucho más. No supo por qué, pero obviamente no se resistió, amó que fuera así. Tampoco es que se hubiera convertido en un completo hablador, seguía con esa personalidad huraña, pero al menos su boca se abría con más frecuencia y eso lo satisfacía. Pasaba casi todo el día con él, escribiendo sin parar lo primero que se le venía a la cabeza. Había dejado de pensar sobre qué escribir el relato y sólo se había dedicado a dejar que las ideas fluyeran, algo bueno saldría de la inspiración espontánea, suponía. La profesora le decía que estaba perfecto, así que sólo seguía instintos fortalecidos por una música nueva y llena de sentimiento.

Entonces llegó el día después de meses y espera, y la profesora le dio la carta que dictaba los resultados del concurso.

Había ganado. Primer lugar.

No le importaban los premios, quería satisfacción. Quería salir corriendo y gritarle a todos lo que era capaz de hacer con su talento.

Quería gritárselo a sus padres.

Se dirigió entre risas eufóricas a los teléfonos públicos, arrugando la carta abierta entre los dedos. Marcó el número de su madre, el primero que se le vino a la mente, y aguardó temblando. Cuando oyó que contestaron, ni siquiera le dio tiempo a decir algo.

-¡Mamá! ¡No sabes, no sabes lo que pasó! ¡Hace un rato yo...!

-¿Minseok? Estoy trabajando.

-Lo sé, lo sé.- Dijo sin aliento. -Pero gané. Gané en un concurso, mi relato quedó en primer lugar y la profesora...

-Eso me recuerda, ¿ya hablaste con el docente titular sobre los exámenes de ingreso?

Las pulsaciones de Minseok comenzaron a decaer, al igual que su sonrisa.

-Ah...- Lo había hecho, pero no era eso de lo que quería hablar. -¿Sabes? Me condecoraron, incluso dijeron que llevarían mi historia a una editorial y verían si...

-¿Qué historia? Como sea, deja de perder el tiempo y ocúpate, no llegarás a los exámenes de ingreso y estos ocupan demasiadas áreas.

-Pero yo...

-Estoy trabajando.

Y cortó.

Los pies de Minseok se arrastraron por el suelo hasta el salón de música. Ya había acabado la jornada, pero no quería volver a casa. De todas formas, no había nadie allí esperándolo. Sentía el estómago revuelto y un nudo se le había instalado en la garganta, de las comisuras de los labios parecían colgarle ganchos porque le estaba siendo imposible sonreír. Aunque no quería hacerlo igualmente. Había pensado sin querer y como un ingenuo que si mostraba que tenía talento, que podía llegar lejos, entonces les demostraría... Cualquier cosa. Que podía, que valía para algo más.

En esos momentos no tenía ni idea de lo que había creído.

Esta vez no fue a las ventanas, no miró hacia afuera. Se paró al lado y él le hizo un espacio en el banco de piano. Se sentó a su lado. No dijeron una palabra, en su lugar sólo había música, como de costumbre. Mantenía la mirada fija en las teclas monocromáticas, la vibración del instrumento pasándole a través de todo el cuerpo insensible. No tenía nada en la cabeza, no había nada en qué pensar o reflexionar. La carta que había sostenido en la mano se había sentido tan pesada, que ahora estaba tirada en el piso, arrugada, burlesca.

Apretó los labios e intentó contenerse lo más que pudo, pero se largó a llorar. Una solitaria lágrima le cayó lenta sobre la mejilla derecha.

Y la música se apagó.

Jadeó y abrió los ojos de más cuando sintió cómo le borraba aquella gota con un dedo suave. Sin quererlo lloró todavía más.

No, no, no.

-No...- Le salió de los labios trémulamente.

Sehun, con aquel rostro de rasgos cincelados y una tranquilidad imperturbable, tomó su quijada en dos dedos y le volteó el rostro. Lo mantuvo lloroso y débil como un niño en aquella posición mientras rebuscaba en uno de los bolsillos del blazer. Minseok volvió a soltar una temblorosa respiración por entre los labios.

-No. No dejes de tocar. No lo hagas por mí.- Le susurró.

Pero a Sehun parecía no importarle lo que tuviera para decirle, solo extendió un pañuelo blanco igual de pulcro e inmaculado que él, y se dedicó a secarle las lágrimas. Una por una. Con una delicadeza que sólo lo hacía llorar con más fuerza. Y Sehun seguía sin quejarse, no importaba cuán imparables fueran, sólo secaba y resecaba, y las borraba. Minseok, entre sus dedos, se sentía como un mocoso de seis años enterándose de que sus padres se habían ido al cielo y ahora estaba solo.

-¿Cómo te fue?

Tardó un minuto entero en entender a qué se refería, ya se había olvidado por completo del concurso.

-Gané.- Pero eso, en vez de causarle alegría, sólo lo hizo sollozar.

Sehun asintió, imperturbable como la noche más silenciosa. Dejó de secarle sus mejillas enrojecidas e hizo hacia atrás sus cabellos, los que le cubrían la frente, en una caricia igual de suave. Entonces enmarcó su rostro en ambas manos y lo miró de lleno a los ojos por primera vez... Por primera vez lo miró, y pronunció algo que lo determinaría por completo:

-Desear o rendirte a lo deseado por otros.

Para cuando faltaba una semana para la ceremonia de graduación, Minseok ya se había inscrito en la universidad nacional, más específicamente en la facultad de Ciencias Sociales con especialización en Letras.

Sí, había desechado a la basura la relación con sus padres, pero ellos habían destruido las ganas de recomponerla, así que estaban algo así como a mano. De todas formas, lo había hecho en secreto, así que ellos creían que un futuro médico se cernía sobre la familia, cuando la realidad era que no. Sehun le había dicho en varias ocasiones que era un cobarde, pero no le prestaba la suficiente atención para como sentirse mal.

-Desiderata.- Le dijo un día.

Sehun no le contestó, pero estaba acostumbrado, era un chico de pocas palabras, en su lugar se hacía entender siempre en el momento justo. Estaba apoyado sobre su hombro sentado a su lado, estirado a sus anchas sobre el banco de piano mientras tocaba. Siempre lo molestaba así o tomaba cualquier pequeña oportunidad para estar en contacto con su cuerpo.

Sería un idiota si no lo hiciera...

Se puso de pie y se echó sobre su espalda, haciéndolo para delante. Dejó colgar los brazos sobre sus hombros. Lo más curioso era el hecho de que Sehun jamás lo alejaba, siempre se dejaba tocar y abrazar, aunque nunca le correspondía. Eso le daba gracia... Y se aprovechaba. Apoyó la quijada sobre su coronilla y sostuvo una hoja con letras impresas en negro delante de sus rostros. Sehun continuó tocando sin ver las teclas, no lo necesitaba en realidad.

-Desiderata. Es un poema, ¿quieres saber su historia?

-La contarás de todas formas.

-Exacto. Es un famosísimo poema que se volvió célebre durante los años sesenta, cuando los hippies se sentaban a cantar Kumbayá frente a oficiales armados y se dejaban crecer pelo en todo el cuerpo. Bien, el texto es un conjunto de sabios consejos que le ha dado la vuelta al mundo entero porque son super cuquis y ñoños.

-No sé por qué se oye mal cuando tú lo explicas.

Minseok lo ignoró.

-Resulta que durante un momento dado se armó un gran debate sobre el origen del mismo. Llegaron a decir que el texto lo había escrito un monje anónimo y que fue encontrado en el banco de un iglesia hace doscientos años.

-Loco.

-Ajá.

-¿Tan viejo es?

-No, fue un error. En realidad, el autor es un filósofo y abogado llamado Max Ehrman. Se murió antes de poder publicarlo y en su lugar, hizo los honores su esposa.

Sehun giró el rostro y repentinamente estuvieron demasiado cerca el uno del otro.

-¿Y?- Pronunció

Minseok salió de su lado con las mejillas arreboladas y el corazón latiéndole rápido. Se apoyó en el otro extremo del instrumento con normalidad, como si no hubiera estado a un segundo de cometer el error de comerle la boca de un beso.

Ay, ay, el amor...

-Resulta que, supuestamente, este poema atrae la felicidad.- Comentó, observando la hoja entre los dedos. -Sólo si sigues sus consejos, claro... Se pasó de mano en mano durante la época como acto de buena voluntad, se buscaba que quien lo recibiera practicara todo lo que estaba consignado para ser feliz. Mi abuelo me lo dio cuando era pequeño.- Silencio. -Lo tendré hasta que decida dejar de ser un cobarde.

La escuela acabó en un parpadeo y tuvieron que decirle adiós para siempre. A eso le seguían los exámenes de ingreso a la universidad. Minseok estudió en secreto para pasarlos lo más que pudo, pero sus padres tenían ojos por todas partes (o "amigos" boca floja, les decía) y no tardaron en enterarse de que nunca se había inscrito en la facultad de Medicina, y eso fue nada. Cuando vieron que, a diferencia, estaba en la desprestigiada facultad de Ciencias Sociales, hirvieron de rabia.

El vaso rebalsó cuando les dijo que iba a ser un escritor.

"Es inconcebible", habían dicho. "No tanto", había respondido. "Mientras estés bajo nuestro techo, acatarás nuestras órdenes", había escuchado. "Entonces tendré que irme", repuso. Y como nunca lo quisieron de verdad, nadie lo detuvo, y se fue.

No le importó. Al menos no demasiado. Siempre, incluso de pequeño, había pensado que sus padres eran demasiado frívolos, muy inconmovibles. Era su hijo, pero nunca se sintió así. Veía a los otros padres, sus compañeros eran felices, él no. Las cuentas eran fáciles de hacer. Se habían desentendido de él hasta que estuvo en edad de elegir a qué quería dedicar su vida, no tenían derecho a inculcar sus deseos. Era obvio que jamás les haría caso. Irse de aquella casa fue lo mejor que pudo hacer. No tenía a dónde ir, ni siquiera trabajaba, pero nadie lo humillaría y aunque fuera algo caro por pagar, valía la pena.

Fue a parar a casa de este chico, un antiguo compañero que vivía solo porque sus padres estaban en su pueblo natal. Él había querido estudiar en la universidad, así que allí estaba. Junmyeon era su nombre. Al comienzo le había dicho que podía aceptarlo unos días, Minseok le dijo que no contara con ello. La estadía se extendió, el tiempo pasó como si nada y se acostumbraron el uno al otro. Meses después, aun cuando había conseguido un trabajo bastante digno, seguía viviendo allí. Cuando comentó casualmente la idea de buscar otro lugar, Junmyeon lo había visto sin expresión: "¿es en serio?", le había replicado con sarcasmo.

Sí... Ya estaba.

-¿Por qué te echaron?- Había preguntado un día.

-Porque no querían que fuera libre. Me escapé.

-Entonces no te echaron, tú te fuiste.

-No, si ellos me hubieran dejado ser, yo no tendría que haberme ido. Ellos me empujaron, ellos me echaron.

Lo único que odiaba en esos momentos era no poder estar cerca de Sehun.

Extrañaba pasar casi toda la jornada escolar oyéndolo, viéndolo, soñando despierto con él. Sehun tenía conciertos en el extranjero todo el tiempo, casi nunca estaba en Corea, pero cuando volvía a la ciudad siempre caía en su casa. Y eso era más de lo que podía pedir. Sabía que él estaba solo, se lo había dicho una vez en la escuela: "no tengo amigos".

Así que podía alardear de ser único en su vida.

Murieron sus padres. No recuerda cómo pasó exactamente, sólo se le quedó grabada en la memoria la imagen del rostro de Sehun en esa época. Primero se había ido su padre, al poco tiempo le siguió su madre. Asistió al funeral de los dos, quería estar con él, aunque pareció no notar a absolutamente nadie. A Minseok no le importaba, sólo quería procurar que no se desmoronara. Estaría bien que no le hablara, que ni siquiera lo escuchara, mientras se quedara de pie estaría seguro.
Una noche, una semana después de que se quedara despojado de progenitores, apareció en su departamento. Estaba oscuro, Junmyeon dormía. Recuerda que lo abrazó tan, pero tan fuerte, que la impresión de su piel fría por el aire invernal presionando contra sí nunca se fue. Lloró, la primera vez que lo vio demostrar sinceramente lo que pasaba dentro de él. Lo recostó sobre la cama y tuvo que quedarse todo el resto de la noche sentado a su lado, porque le cogió una mano y no lo dejó ir. Adormilado, le pidió que no lo dejara.

Minseok no le contestó, pero la respuesta era obvia.

-Conocí a alguien.

Después de eso, Sehun se fue por meses al extranjero y no lo visitó aun cuando volvía al país por cortos períodos de tiempo. Fue una época muy ocupada de su carrera, suponía que a propósito para no pensar en lo que había perdido. Le había dicho en varias ocasiones que sus padres lo habían usado para salir de la pobreza y ganar dinero, pero entendía que, más allá del rencor que había guardado por eso, una muerte no le cae bien a nadie.

Entonces había vuelto, extrañamente más brillante y rejuvenecido, y le había largado aquello.

Minseok había detenido la taza de té a mitad de camino. -¿Cómo?

Sehun se había sonrojado. Esperen, ¿Sehun se había sonrojado?

-Es un chico.- Había murmurado. -Es raro, pero... Me gusta.

-Ah...- Minseok entrecerró los ojos con un sentimiento contradictorio en el interior. Sehun nunca había confesado "gustar" de alguien antes. -Eso es... Es genial.

Lo vio mordisquearse sus labios con la mirada fija en la ventana, bastante ansioso. Era mediodía y el sol le bañaba el rostro allí por donde se filtraba sin permiso. Cualquiera habría entrecerrado los ojos por la luz molesta, pero Sehun no, era muy agraciado para eso.

-Quiero volver a verlo...- Había susurrado con anhelo.

El corazón de Minseok se había hundido en tinieblas por eso, pero le sonrió. Sehun le preguntó cómo le estaba yendo en la universidad y le respondió que bien. También preguntó por sus padres y le dijo un corto "no sé". Decirle algo sobre lo que de verdad sentía no era una opción, Sehun no lo quería, al menos no de esa manera... Él nunca lo había mirado con los ojos que en esos momentos poseía: no estaba viendo a ese chico nuevo que le gustaba, pero podía saber que en su mente lo recreaba. Una y otra y otra vez.

-¿Qué hay de ti?- Él había estirado el cuello para ver hacia la habitación de Junmyeon. -¿Ese chico...?

-Oh, no.- Había negado con la garganta un tanto rasposa. -Es mi amigo.

El tiempo pasó, Sehun dejó de verlo tan seguido. Ahora tenía un lugar para vivir, al lado de su novio amado. Minseok lo odiaba, lo alejaba de sí. Una vez le había dicho que se lo presentara, pero él insistía en que prefería guardar a Baekhyun del mundo. Baekhyun. Ese era su nombre. Baekhyun. Nunca lo olvidaría.

-¿Sólo tu amigo?- Sehun le había arqueado una ceja con ironía.

Minseok, que lo había atendido sin camiseta y con el cabello totalmente revuelto después de revolcarse, le había sonreído como un niño travieso.

-Ya sabes que me provocan fácil.

Esa tarde, por primera vez en todos los años que lo conocía, Sehun postuló la idea de retirarse. Fue un comentario al pasar, sin mucha importancia dada en la inflexión de su voz, pero le había hecho entrar en pánico. De hecho, sólo se había quedado demasiado quieto después de eso, sin poder de reacción alguno. Sehun le hablaba sobre eso porque sabía que no lo juzgaría, jamás lo había hecho, pero en esos momentos quería gritarle que no lo hiciera, que no fuera tonto. Al final él cambió de tema y pudo respirar, porque por primera vez en la vida no había sabido cómo reaccionar a algo.

Comenzó a notar que Sehun estaba cada día más apagado, consumido, su música no era la misma. Le preocupaba, pero no podía ir directo a él, le negaría cualquier cosa que le ocurriera porque así es como era; así que un día en el cual Sehun estaba fuera por un concierto en el teatro de una ciudad aledaña, condujo hasta su casa. Entonces lo conoció, lo vio por primera vez. Baekhyun lo dejó pasar (con una gentileza que odió secretamente) porque había oído hablar mucho de él. Sin más rodeos le había preguntado qué es lo que a Sehun tanto le atormentaba; se suponía que era su pareja, vivía con él, algo tenía que saber.

Baekhyun no había sabido responderle... O no había querido.

-Debes cuidarlo.- Le había espetado con una oscura seriedad. -Es tu deber, nadie más puede hacer lo que tú, no desperdicies tu sitio.

Baekhyun se había dado cuenta en seguida de lo que verdaderamente pasaba. No era estúpido, lo leyó en su mirar y en la nota impresa de ruego y deseo en su voz. No le había respondido cuando le había preguntado con bastante sarcasmo si planeaba robárselo, en su lugar había dejado claro el sitio que se había ganado en su vida:

-Cuando te vayas, si es que eres tan idiota como para hacerlo, el único que se quedará seré yo. Como siempre.

-¿Pagarás lo que rompa?- Le había preguntado con un rostro sin expresión, parecía obligarse a no sentir nada.

-Pagaré todo, pero por él, no por ti. Y si lo dañas en serio, te mataré.

Aquella noche se fue sin saber que atrás dejaba una bomba detonada. Y los minutos del reloj siguieron corriendo y corriendo, sin descanso, irrefrenables, y una noche de invierno como otra cualquiera, todo explotó.

Y la explosión se llevó a Sehun con él.

Había pasado un mes desde el rompimiento, Minseok prácticamente vivía con él en el apartamento frío y desolado que le había quedado como una sombra del pasado. Las paredes se burlaban de él, todo era una cruel ironía allí dentro. Había querido que salga, lo había obligado, pero no había forma. Ya no tocaba, las presentaciones fueron canceladas. Procuraba que al menos comiera, si no fuera porque velaba día y noche por lo que Baekhyun había dejado atrás destruido, habría muerto hacía tiempo de tristeza. No tenía el valor de dejarlo, incluso abandonó las clases por un tiempo; Sehun se encontraba tan débil y desvalido, que temía que terminara sumido completamente en oscuridad.

Sus hermanas siempre lo visitaban y cuidaban de él también, pero no lo suficiente: tenían vidas que mantener. En cambio Minseok sólo lo tenía a él.

Era la mano que lo sostenía colgando al borde del abismo para no caer.

Sehun estaba sentado en el sofá una tarde, mirando la televisión. Sólo mirándola, no estaba encendida. Solía hacer eso, sentarse allí y observar la nada por horas. Lo miró un momento y se le acercó con una taza de café en las manos.

-Permiso, permiso.- Canturreó, pasando por en frente de él a posta, tenía todo el resto del salón libre.

Se le sentó encima y lo oyó gruñir, sonrió divertido y se removió entre suspiros para terminar sentado a su lado. Una pierna descansó sobre su rodilla y la mitad de la espalda estaba sobre su hombro. Lo miró de reojo y notó que sonreía un poco.

-Siempre estás en mi camino, deja de amarme tanto.

Ahora resopló. Bueno... Al menos reaccionaba a algo. Pasó un largo tiempo antes de que hablara.

-Vámonos.

Le arqueó una ceja, el café caliente humeándole frente a la cara.

-¿Me vas a secuestrar?

-Tengo una casa... Lejos, en el campo. Me iré a mitad de mes.- Pareció inseguro de un momento a otro. -¿Vendrás conmigo?

Minseok tragó saliva con bastante dificultad. ¿Qué clase de pregunta estúpida era esa?

-Sólo si quieres que me quede a tu lado.- Murmuró. ¿De dónde había salido eso? Lo estaba acorralando a posta, lo sabía.

Sus músculos eran tensos en lo que aguardaba una respuesta. Estuvo seguro de que se negaría a decirle nada, de que había ido lejos empujándolo a hacerle decir cosas que siempre había querido oír, que su corazón ingenuo había deseado desde el primer instante en que lo vio tocando el piano en un salón viejo de música en la escuela.

Entonces sintió cómo movió su mano y enrolló sus dedos meñiques, dando cuenta de que aquello era una promesa.

-Quédate conmigo para siempre.

Ah... Cerró los ojos y lo degustó. Sin ser capaz en absoluto de decir nada, sólo asintió con la respiración pesada. En ese mismo instante lo supo, al igual que como lo había conocido...

Mientras tu sonido me llame, iré a dónde sea que te encuentres.

Dejé la balada que toca Sehun en multimedia. Espero que les haya gustado ❤.

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