La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 16 Criptografía Simétrica

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By DeyaRedfield

—¡Señora Hudson! —gritó Isabelle mientras bajaba de un taxi. La señora Hudson estaba fuera del 221B mirando como la pequeña y Sherlock llegaban del hospital.

—¡Bell, Sherlock! Me alegro que llegaran. ¿Cómo están Mary, John y la bebé?

—Están muy bien señora Hudson —respondió emocionada la niña—. ¡La bebé es hermosa!

—¿De verdad Bell? —Preguntó con una gran sonrisa—. ¿Cómo es la bebita?

—Es así de pequeña —respondió, mientras juntaba sus manos. Sherlock se colocó a su lado y la observó—, tiene bien abiertos los ojos; son como los ojos del tío John. Y tiene, tiene el cabello rubio... ¡Señora Hudson, es una bebé hermosa!

—¡Todo un angelito! —exclamó alegre.

La felicidad era inevitable. Bell no paró de parlotear y la señora Hudson la escuchaba muy atenta, en cambio, Sherlock les observaba con una disimulada sonrisa. Al estar dentro de casa, la señora Hudson calmó un poco la felicidad de la niña y miró a Sherlock.

—Querido, anoche que llegué, encontré varias cosas tiradas en los escalones. Las recogí y las deje en tu mesa.

—Gracias señora Hudson —contestó un poco cansado. Se notaba que necesitaba descansar pero era probable que no lo hiciera. Bell dio un enorme bostezo, toda la energía que usó para contarle a la señora Hudson sobre la pequeña Watson se había agotado.

—Sera mejor que vayan a dormir, en sus caras puedo ver la desvelada de anoche.

—Estamos bien... —habló la pequeña para ser interrumpida por un gran bostezo.

—No Bell, no lo están. Váyanse a dormir, recuperen las energías que las necesitarán para más tarde.

Sherlock y Bell miraron con sus ceños fruncidos a la señora Hudson y ella les dio la señal que subieran los escalones. Sin nada más que decir ambos obedecieron y subieron rumbo al apartamento.

Al llegar al living room, Sherlock posó sus ojos sobre la mesa y observó lo que habían sustraído de la antigua casa de Bell. La niña, con su tan natural curiosidad, se acercó a la mesa contemplando todo, hasta que, distinguió algo familiar.

—¿Señor conejo? —se preguntó sorprendida, mientras tomaba su peluche. Momentos después de apreciarlo, movió su cabeza con Sherlock y notó como le examinaba—. ¿Cómo conseguiste al señor conejo?

El detective no respondió. Una delgada sonrisa se dibujó en sus labios y dio la media vuelta para escapar de la maravillada mirada de la pequeña.

Bell devolvió la vista a su adorado señor conejo para abrazarlo con todas sus fuerzas. Sherlock le observó por el rabillo de su ojo, ahora una media sonrisa se posó en su rostro. Mientras la nena seguía abrazando a su peluche, se acercó al detective, y sin meditarlo o recordando las reglas que un principio él le dio, le abrazó. Ante ese momento Sherlock realizó una mueca fastidiosa y suspiró. Ya lo venía venir.

—¿Fuiste a mi casa? —preguntó mientras alzaba su rostro. De nuevo Sherlock no contestó y evadió aquellos ojitos marrones, haciendo que ella dedujera todo—. Gracias Sherlock.

El detective se mantuvo en silencio, sintiendo como su espacio vital se vulneraba por el cariño de esa niña. Esa niña que lo hacía sentir algo extraño cada vez que ella estaba feliz. Algo que a él también lo hacía feliz. Bell terminó su abrazo y con una enorme sonrisa sobre su rostro, miró al señor conejo y se fue a sentar al enorme sofá. Sherlock volvió a observarla de reojo. Esta vez el detective colocó sus manos dentro de los bolsos de su abrigo y en uno de ellos sintió un pequeño objeto; curioso recordó la USB. Sacó el pequeño almacenador plateado y lo observó con recelo.

—Isabelle —llamó y ella alzó su mirada—, ¿reconoces esto? —preguntó mientras le enseñaba el USB. Bell curiosa lo notó pero su respuesta fue un no.

—¿Qué es eso?

—Una USB — replicó con sarcasmo.

—Ya lo sé —dijo extrañada.

—Entonces, no veo el porqué de tu pregunta —Bell se quedó pensativa. Ella odiaba que Sherlock la confundiera así—. Lo encontré en tu casa —continuó—, pertenecía a tu madre.

Al escucharle decir eso la niña quedó desconcertada.

—¿De mi mamá? —cuestionó sin creerle.

Sherlock rodó sus ojos.

—Sí, de tu madre. ¿Sabes que es lo que contiene?

Bell se mostró pensativa, cerró sus ojos con fuerza y abrazó al señor conejo. Sherlock miró confundido. Después de unos momentos abrió sus ojitos, miró al detective y negó con la cabeza. Él suspiró al momento que bajaba la mano.

—Será un largo día... —se dijo devolviendo la vista al frente. Bell frunció su ceño pero luego dio un gran bostezo— Duerme —continuó al oír ese bostezo—, bien dijo la señora Hudson, necesitas recuperar las fuerzas.

La pequeña comenzó a tallarse los ojos al momento que cabeceaba un sí. Al terminar se quitó sus zapatos y se recostó en el sofá, Sherlock notó curioso, como poco a poco, ella se embarcaba al mundo de los sueños.

En pocos minutos Bell zarpó hacia ese mundo y Sherlock se acercó a corroborar si dormía bien, ya que parecía estar torcida e incómoda, pero bien había notado que Bell tenía una manía extraña para dormir. Ella se veía tranquila y abrazando a su señor conejo. El detective se quitó su abrigo para cubrirla, el clima de la ciudad era terriblemente frío y el apartamento no era una excepción. Al cubrirla suspiró, se alejó para acercarse a la chimenea y ambientar la temperatura del lugar. Terminando de preparar la chimenea, Sherlock se acercó a la mesa, tomó el maletín y su laptop. La hora de investigar había comenzado, ya había muchas pausas sobre este caso y era la hora de saber algunas cosas para acercarse al asesino de Samara Jones.

En el hospital, John se encontraba cargando a su pequeña, caminaba por toda la habitación con su nena en brazos. La felicidad que tenía John Watson en esos momentos era indescriptible, solo podía resumirlo como el hombre más feliz de la tierra.

—John —habló Mary dulcemente. Él volteó a mirarle.

—Despertaste —dijo con una sonrisa—. Mira corazón, mami ya despertó. Vamos con mami —habló a su pequeña con tono bobo. Se acercó a Mary y con suavidad le entregó a la niña.

—¿Desde cuando despertó?

—Un par de minutos. Miré que movía sus manitas y la cargué, pero parece que se volverá a dormir.

—Sí, ya está bostezando... Por cierto, ¿Bell y Sherlock?

—Ya regresaron a Baker Street. Realmente no querían irse pero Bell necesita descansar y Sherlock también, aunque él lo niegue.

—Es verdad... —en ello la pequeña lanzó un leve quejido y Mary la acurrucó. — Por cierto, esta tarde vendrán a visitarlas la señora Hudson, Molly y su sobrino.

—Muy bien. ¿Harry no vendrá?

—Pues... —suspiró— hablé con ella esta mañana, dijo que haría todo lo posible por darse una vuelta.

—Eso espero. No estuvo en nuestra boda y ojalá pueda conocer a su sobrina.

—Ojalá —soltó John con una falsa sonrisa.

En Baker Street, Sherlock se encontraba sentado, con un mundo de papeles sobre la mesa y su laptop encendida. Se encontraba leyendo toda la documentación que había en aquel maletín, ello contenía documentación personal. Descubrió que Isabelle tenía un segundo nombre: Elicia. Nombre de origen latín, pensó. También supo su fecha de nacimiento, era el primero de enero y había nacido en 2005. Pero algo que llamó la atención del detective fue que Samara tenía un seguro de vida a nombre de su hija. Sherlock arqueó una de sus cejas y volteó a ver a Bell, quien seguía en sueño profundo.

Sherlock tomó los papeles del seguro de vida, la certificación de nacimiento de Isabelle y decidió guardarlos en un lugar seguro.

La hora había llegado, después de una larga lectura, las ansias comían a Sherlock. Ya no resistía en poner esa USB en su laptop. El detective se miraba resolviendo este caso, descubriendo al asesino, y resolviendo los misterios que envolvían a Samara e Isabelle. Justo al momento de que su laptop leyó la USB, Sherlock notó algo fuera de lo usual, algo que nunca había presenciado con una memoria. Al querer acceder a la información la USB se encontraba bloqueada por una contraseña. Era la primera vez que veía una así, pero no sería nada del otro mundo resolver el código. Si muchas veces había resuelto las contraseñas de John en la laptop, en su correo, en su celular, incluso haber resuelto el código del móvil de la mujer, resolver la USB de Samara Jones iba ser fácil. Sherlock sonrió ante el reto y se dispuso a teclear la más obvia contraseña que Samara Jones pudiera proporcionar:

I S A B E L L E.

"Error. Clave Incorrecta"

La sonrisa de Sherlock Holmes se desvaneció para pasar a un rostro impactado.

—Pero que...

Volvió a seleccionar la USB y de nuevo solicitó la contraseña. Si el nombre de su hija no era, tendría que ser alguna numeración, así que tecleo:

0 1 0 1 2 0 0 5.

"Error. Clave Incorrecta"

Sherlock suspiró con amargura. De nuevo se aventuró a probar más claves que representaban la obviedad en Samara. Combinación de números más letras, escribir al revés los años de nacimiento, incluso el número de la póliza de seguro pero todo había sido:

"Error. Clave Incorrecta" "Error. Clave Incorrecta" "Error. Clave Incorrecta"

Y así siguió por quince minutos.

La señora Hudson llegó al living room con una charola en mano. Quería compartir el momento con Sherlock y Bell, pero al entrar observó a la pequeña dormida plácidamente y al detective frente a su laptop, con sus manos pegadas a sus labios y se veía frustrado. Al oírle entrar este volteó a observarle.

—¡Hora del té! —Exclamó alegre mientras alzaba la charola—. ¿Puedo?

Sherlock afirmó con su cabeza. La señora Hudson pasó al living room dejando la charola sobre la mesa y se acercó al detective a ver qué era lo que hacía.

—¿Algo interesante? —preguntó curiosa.

—Al parecer —respondió cansado—, tengo un gran problema.

—¿Problema? ¿En qué?

—En el caso de Isabelle.

—¿Por qué?

—Cuando estuvimos en Northampton, encontramos está USB —dijo mientras le daba unos suaves golpeteos a la memoria, la cual seguía conectada en su laptop—, es seguro que está memoria contenga información importante para este caso. Pero no puedo acceder a la información. Está bloqueada.

—Oh cariño, ¿cómo que está bloqueada? Sabes que yo no entiendo muy afondo las cosas tecnológicas y eso.

Sherlock rodó sus ojos, se alzó de la silla y acomodó su saco.

—¿Podría servir el té, señora Hudson? —Preguntó mientras caminaba hacia su sillón—. Y mantengamos la voz baja, Isabelle duerme y no quiero despertarla.

—De acuerdo Sherlock.

El detective tomó su correspondido lugar y la señora Hudson alistó el té. Mientras lo servía vio a Bell dormir sobre el sofá y siendo cubierta por el abrigo de Sherlock. Ella río para sí pero él lo notó. Al servir las tazas, ella tomó asiento en el lugar de John, tomó unos cuantos biscuits y observó a Sherlock con una sonrisa.

—¿Qué? —preguntó a la defensiva.

—Nada —respondió sonriente, mientras le daba una mordida a un biscuit. Al terminar se limpió y volvió a sonreír—. Cuéntame sobre el problema Sherlock. Tal vez pueda ayudar.

—Lo dudo —dijo sonriente—, pero le contaré. Resulta que esa USB, tiene alguna especie de cifrado críptico, que no puedo resolver. Son temas muy complejos de sistemas, hacking, que en lo personal, no son lo mío.

—¡Oh, ya veo! —exclamo sorprendida.

—¿Ve? Cosas complicadas.

La señora Hudson dio un sorbo a su té para luego sonreírle al detective.

—¿Por qué anda tan risueña?

—¡Por nada! —exclamó.

—¡Oh vamos, dígame! —dijo fingiendo una sonrisa.

—Bueno, pero solo porque estas insistiendo ¡eh! —La señora Hudson dio otro trago y volvió a sonreír—. En todo este tiempo que Bell ha estado aquí, la verdad, no pensé que llegarás a ser tan buen Padre.

Al oír esa última palabra Sherlock detuvo de golpe el trago que iba darle a su taza de té. Una extraña sensación de, al parecer, asco se formó en su boca y pudo sentir ese afamado "nudo" en la garganta.

—¿Pe...? ¿Perdón? —sin poder disimular cuestionó preocupado.

—Que no pensé que fueras hacer un buen padre.

De nuevo esa palabra: "Padre."

Dentro de él sintió como otro nudo se formaba, está vez, en la boca de su estómago. Comenzó a pensar en que más tipos de nudos se podían formar dentro del ser humano.

—Veo que te has encargado muy bien de Isabelle. Ya casi no me pides ayuda, estás atento a lo que la niña hace, hasta la has regañado por hacer travesuras. Incluso te dedicas a escogerle la ropa —se detuvo a darle otro trago a su té—. Bell sí que cambio parte de tu vida, ¿verdad?

—¿Cam...? —Decía a trabas— ¿Cambiar? —La señora Hudson solo movió su cabeza con un sí—. ¡¿Mi vida...?! ¡Por favor señora Hudson! —exclamó alterado pero tratando de mantener una voz baja y dejando la taza de té en la mesita de junto.

—¿Qué?

—¡Es lo más disparatado que le he oído decir en todo este tiempo!

—¿Disparatado? Pero si es verdad cariño, solo mírate. Estás molesto, pero mantienes una voz baja, no quieres despertar a Bell.

—Señora Hudson.... —suspiró— ¡Por favor!

—No tiene nada de malo Sherlock —se detuvo y este le miró extrañado—. La paternidad no tiene nada de malo. Mira a John y Mary con su bebé.

—La bebé tiene menos de veinticuatro horas de nacida. Su punto de vista no es válido.

—Oh pero desde que Mary ya estaba embarazada, ambos comenzaron a cambiar. La paternidad cambia a uno en muchos conceptos, Sherlock.

—Tal vez pero no a mí. Yo no estoy en esa categoría.

—Si lo estás. Desde que aceptaste que Bell viviera aquí —La señora Hudson guardó silencio y posó la mirada en la pequeña—. Solo mira, te preocupas porque no tenga frío.

—Señora Hudson —mencionó a regañadientes.

—En serio Sherlock. Que te llamara la atención la paternidad, no tiene nada de malo. Es algo muy dulce de tu parte.

—Señora Hudson esta conversación se está complicando como cuando conversamos sobre la boda de John y Mary... ¿A qué quiere llegar con todo esto? —preguntó alterado pero con una falsa sonrisa sobre su rostro.

—Bueno, es que estoy muy orgullosa de ti —La señora Hudson sonrió. Sherlock la observó y notó que sus ojos se habían cristalizado—. Y ahora que serán dos niñas que cuidar, es una gran emoción.

Las lágrimas fluyeron. El detective no podía creer lo que miraba y un suspiro amargo se apoderó de él. La conversación había llegado demasiado lejos.

—Señora Hudson, no quiero arruinar el momento pero ¿no iba a ir al hospital?

—¡Oh, es verdad! —exclamó mientras se limpiaba los ojos.

—Pues ya no pierda más el tiempo o la hora de visita terminará. Váyase —dijo serio el detective mientras se alzaba de su sofá.

—Tienes toda la razón querido —en ello se alzó y sacudió su vestido—. Por cierto, con respecto a lo que me dijiste de tu aparato USB, ¿conoces una hacker, no? —Sherlock arqueó su ceja—. Me refiero a Mary.

—Sí, lo sé. Pero acaba de dar a luz y no quiero molestar pero... —el detective mostró un rostro pensativo, algo vino a su mente— Señora Hudson, ¿podría hacerme un favor?

—Sí, claro.

Muy rápido Sherlock se acercó a la mesa y de entre todos los papeles que había tomó una laptop y la USB.

—Está laptop es de John. ¿Podría entregársela, por favor?

—Claro, por supuesto —dijo mientras aceptaba el aparato.

—Cuando se la entregue, dígale que la encienda y conecte la USB —la señora Hudson le miró extrañada pero no dijo nada. Unos momentos después cabeceó y salió del apartamento.

Molly Hooper junto a su sobrino Tommy se encontraban en la sala de espera del hospital, atentos a la llegada de John para poder visitar a Mary y a la nueva integrante de los Watson. El pequeño Tommy llevaba en sus manos una canasta de frutas, acompañadas de unas cuantas rosas y una botella de vino. El niño miró curioso todo el contenido y Molly, de repente, le observó de reojo.

—¿No era mejor comprar pañales? —preguntó Tommy curioso.

—Más adelante cariño —dijo ella con una sonrisa. Tommy también sonrió. Mientras Molly sonreía notó unas pequeñas manchas en las mejillas de su sobrino, y sin dudarlo, sacó un pequeño pañuelo del bolso de su chamarra, lo humedeció con su saliva y con sus dedos tomó el mentón del pequeño y comenzó a limpiarle las mejillas.

—¡Tía! —exclamó apenado, pero sin poder alejarse de la limpieza.

—¿Por qué estás tan sucio de tus mejillas Tommy? Parece que no te tomaste un baño.

—Si me bañé, tía Molly —soltó molesto.

Sin que ella parara de tallar el rostro de su sobrino, John arribó al pasillo y sonrió ante la acción de Molly Hooper.

—¡Eh! —exclamó el pequeño aliviado y Molly detuvo su limpiar.

—Hola John —saludó apenada Molly.

—Hola Molly, muchas gracias por venir. Mary estará encantada de verte —ambos Hooper sonrieron nerviosamente—. ¿No ha llegado la señora Hudson?

—No aún no, John.

—Bien, no ha de tardar —en eso John puso más atención al pequeño Hooper, quien era igual de apenado que Molly—. ¿Tú debes de ser Thomas? —El niño afirmó con su cabeza—. Mucho gusto, Doctor John Watson —dijo mientras extendía su mano.

—Lo sé —contestó apenado mientras tomaba la mano de John para saludarle.

—Mi sobrino es un admirador de ustedes. De ti y Sherlock.

—¿En serio? Muchas gracias Thomas. ¿Supongo que ya conociste a Sherlock? —De nuevo el niño afirmó con su cabeza—. Que bien, espero y no te amenazara.

Molly arqueó una cena y Tommy se extrañó.

—¿Amenazado? —preguntó confusa.

—¡Ah! Ignórame Molly, cosas mías —dijo con una enorme sonrisa—. Pero vamos, para que conozcan a mi hija. ¿La canasta es para nosotros?

—Si Doctor Watson —respondió el pequeño, tratando de alzarse de la silla. John le ayudo con la canasta.

—Muchas gracias Molly, Thomas. Vamos.

Molly se alzó y tomó la mano de su sobrino. Ambos se fueron detrás de John.

Sherlock se encontraba sentado teniendo sus manos juntas y pegadas a sus labios, y mantenía sus ojos cerrados. De repente se escuchó como un leve quejido inundó el living room, y tan veloz como aquel sonido, el detective abrió sus ojos y los posó sobre la pequeña Isabelle. Ella se mantenía dormida, abrazaba a su señor conejo y estaba acurrucada en el abrigo. Sherlock mantuvo sus ojos sobre ella y en ningún momento parpadeó, hasta que, otro quejido se hizo presente. Curioso ante ello se alzó de la silla y a pasos lentos se acercó a la pequeña.

—¿Isabelle? —preguntó extrañado. Estando más cerca de la niña pudo ver como esta se remolinaba entre su abrigo y el sofá. Era como si la pequeña sufriera una convulsión. Sherlock comenzó a preocuparse.

—Ma... Mamá —susurró desesperada.

—¿Isabelle? —insistió.

Sherlock dedujo que la niña tenía una pesadilla, pero no era una cualquiera, no como las últimas que tuvo en recientes noches. Isabelle comenzó a llorar, llamaba desesperadamente a su madre y el detective no sabía qué hacer, así que, entró en frustración. Sherlock se hincó para mirar más de cerca a la pequeña.

—Isabelle —llamó. Su preocupación había aumentado—. ¡Isabelle, despierta!

—¡¡Mamá!! —gritó a todo pulmón al momento que abría sus ojitos llenos en lágrimas. Sherlock se bloqueó, el grito de la pequeña lo había asustado por completo. Bell abrazó con demasiada fuerza al señor conejo y las lágrimas recorrían sus mejillas. Sin parar de pedir a su madre, movió sus ojos y vio a un espantado Sherlock Holmes. Lo único que él hacía era mirarle hasta que el parpadeo de sus ojos lo hicieron volver en sí—. ¿Sherlock?

—¡¿Qué fue lo que pasó?! —preguntó alterado.

Bell no respondió. Lo único que hizo fue alzarse para abrazar al detective, el cual eso lo tomó con más sorpresa. La pequeña recargó su rostro sobre el hombro de Sherlock y sus pequeños brazos rodeaban su cuello. Si Sherlock ya estaba anonadado por el grito de la pequeña, su abrazo lo dejó fuera de la realidad.

Mientras Bell se aferraba al detective, se pudo escuchar el sonido de una video llamada entrante por medio de Skype.

—Isabelle... —llamó con un tono asfixiante— Isabelle, tengo que contestar.

—¡No, no, no!

—¡Por favor!

Ella movió su cabeza con un gran "No" y Sherlock suspiró molesto. El sonido seguía insistente, sabía que tenía que contestar, así que lo único que pudo hacer, debido a las circunstancias, fue cargar a la niña y tenerla entre brazos.

—Isabelle —habló serio—. Espero y esto no sea alguna trampa tuya, como la vez de Enfield.

Bell negó con su cabeza.

Llegó a tomar asiento en la mesa y Bell se puso de pie sin dejar de abrazar a Sherlock quien contestó la video llamada. Para su sorpresa un John, quien se apreciaba furioso y confuso, apareció en la pantalla.

Sherlock, ¿me puedes explicar por qué la señora Hudson, trajo está laptop? Ya que no es mía.

—Necesito hablar con Mary —soltó de golpe.

¿Para qué necesitas hablar con...? —John se detuvo y se puso a observar mejor la imagen de su amigo— Sherlock...

—¿Sí?

¿Esa es Bell? —cuestionó sin creerlo. El detective movió sus ojos hacia otro lado, la pequeña niña alzó su cabeza y saludó con su mano—. Ah... Hola Bell —dijo extrañado—. ¿Por qué te está abra...?

—Eso no importa —interrumpió veloz.

—Tuve una pesadilla —continuó la niña.

¿Una pesadilla?

—John. Necesito a Mary.

No sin antes me digas: ¿Para qué?

¡John! —se oyó al fondo y este volteó.

Mary no —respondió molesto.

Trae esa laptop —demandó.

John suspiró amargamente y se acercó a Mary.

Voltea la cámara —John obedeció a su esposa y acomodó la laptop para poner la imagen de Mary en la pantalla—. ¡Hola Sherlock, Hola Bell! —Exclamó alegre, Bell saludó y el detective se mantuvo serio—. ¡Vaya Sherlock! La señora Hudson tenía razón. La paternidad te sienta bien —el detective cerró sus ojos, ya había ido de chismosa, solo suspiró y Mary no evitó en sonreír.

—Mary, necesito tu ayuda y es urgente.

Sí, la señora Hudson me comentó. Necesitas des encriptar esta USB —dijo mientras lo alzaba frente a la pantalla.

—Exacto. E intentado usar claves básicas y no funcionan. Traté con programas que resuelven el cifrado y me lo niega.

¿Qué programas haz usado? —preguntó curiosa.

—Utilicé Folder Guard, Enigma, Androsa File Protector y AxCrypt —al escuchar los nombres Mary hizo una mueca preocupante. Sherlock se extrañó—. ¿Qué pasa?

Son algunas de las que uso yo —respondió preocupada.

—Entonces quieres decir que, ¿no puedes des encriptar la USB?

Puede que sí... Solo espera. John préstame la laptop.

John sin mucho ánimo le pasó la laptop a Mary. Ella acomodó todo en sus piernas y posó la USB en uno de los puertos. Apareció la USB en los almacenamientos y Mary comenzó a teclear y a utilizar los programas que el detective le había comentado.

Está USB tiene buen sistema de cifrado —dijo, después de varios minutos en sonido del teclado—. Sherlock, debo decirte que esta USB cuenta con encriptación simétrica.

—¿Qué significa...?

Significa que es un método criptográfico en el cual se usa una misma clave para cifrar y descifrar mensajes entre un emisor y un receptor. ¿Recuerdas A.G.R.A? —El detective afirmó con su cabeza—. Bueno mi USB estaba encriptada simétricamente, al darle yo a John la contraseña tendría acceso a la información de A.G.R.A. Pero en este caso necesitamos la clave personal que Samara debió haber dejado, para poder des encriptar el contenido de la USB.

—Pero ya intenté claves personales y no funcionó.

Entonces no es una clave personal común. No como las que usa John en su correo.

¿Perdón? —preguntó el doctor sorprendido, pero le ignoraron.

La clave que ella debió utilizar es una de lenguaje en código, ya sea binario, algorítmico etcétera. En este caso no puedo ayudarte mucho. Necesitas algo de más categoría.

Sherlock se quedó pensativo.

—Puedes hackear gobiernos, pero no una USB —mencionó irónico.

Sherlock, los gobiernos siempre han sido fáciles de hackear —dijo al mismo tono del detective—. Sea lo que contenga está USB, Samara lo encriptó muy bien.

Sin que Bell lo soltara, Sherlock se recargo en la silla y la seña de pensador cubrió su rostro. Algo más avanzado.

¡Vaya! —Se escuchó al fondo una voz familiar—. Tal vez pueda ayudar.

—¿Molly? —cuestionó el detective. Mary movió la laptop y apunto hacia el fondo de la habitación en donde se encontraba la señora Hudson cargando a la pequeña Watson, Molly y Tommy Hooper.

¡Hola Bell! —exclamó Tommy mientras saludaba con su mano. Ella respondió igual mientras una suave sonrisa aparecía. Sherlock miró de reojo.

¡Hola! —saludó alegre Molly. Solo Bell respondió el saludo—. Creo que yo puedo ayudarte Sherlock.

—¿Cómo? —preguntó curioso.

Tengo un conocido que conoce a alguien —dijo sonriendo con pena—, que se dedica al mundillo de la informática.

Sherlock frunció su ceño ante su comentario.

— ¿Conoces a alguien?

Si —respondió apenada.

¡Wow, Tía Molly! —Exclamó el pequeño Tommy—. ¡Serás parte de este caso!

Ella volteó a mirar a su sobrino y le sonrió con su típica pena.

No es gran cosa... —mencionó mientras sus mejillas se ponían coloradas por la felicidad de su sobrino.

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