La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 14 Imaginación Suicida

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By DeyaRedfield

Era la hora del té. La asustadiza señora invitó a su casa a Sherlock y John para disfrutar de la tradicional hora contarles el incidente. El detective y el doctor estaban sentados en un enorme y desgastado sofá; ambos observaban la vivienda decorada en un papel tapiz decolorado y rasgado, y el aroma a humedad cubría el lugar. Al fin y al cabo era una casa antigua.

—Sherlock... —susurró el doctor tratando de controlar el tiritar de su mandíbula. Aún se encontraba impactado.

—Mantén la calma, John —respondió sereno el detective—. Te necesito firme.

A sus espaldas escucharon como la señora salía de su cocina con todo el instrumental para el té. Sus manos no paraban de temblar y era probable que todo cayera, así que, John siendo todo un caballero, se alzó de su lugar y le ayudó con las vasijas.

—Que amable es usted jovencito —dijo sonriente y sosteniendo su bufanda. John respondió con la misma sonrisa y posicionó todo en la mesa. Se acercó a su vajilla y comenzó a servirles el té—. ¿Así que ustedes son amigos de Samara?

—Si —contestó Sherlock. John le miró con advertencia—. Viejos amigos. Del colegio.

—Curioso —continuó, dándole la primera taza a John—, jamás le conocí algún amigo a la pobre de Samara.

Alzando sus cejas John retomó su asiento junto a Sherlock y le dio un sorbo a su té. El sabor era horrible pero trató de disimular aquella mueca.

—Qué extraño —prosiguió Sherlock con una falsa sonrisa y aceptó la taza de té—. Samara era demasiado sociable en el colegio ¿verdad? —preguntó a John, quien ponía su taza sobre la mesa.

—Sí... Sí, Samara era toda una chica socialité —sonrió nervioso.

Sherlock rodó sus ojos ante aquella respuesta.

—No puedo imaginarme a Samara siendo así —sonrió con ironía.

—Señora —interrumpió John—, sonará algo rudo pero, ¿podría contarnos por qué Samara se suicidó?

Está vez el detective alzó una de sus cejas y vio de reojo a su amigo.

—Claro... claro que sí, es solo que aún no lo podemos creer. Samara, a pesar de ser reservada, se veía una mujer feliz siendo una buena madre con su hija —en eso la señora dio un trago a su té.

—¿Su hija? —fingió Sherlock.

—Si —contestó curiosa—, la pequeña Isabelle. ¿La conocieron?

John y Sherlock se observaron casi a tal punto de curiosearse con tal de darse alguna respuesta.

—Supimos que estuvo embarazada —habló John—, pero no tuvimos la oportunidad de conocer a la niña.

—¡Oh! —Exclamó como si nada, mientras volvía a tomar el té— Una terrible pena. Una niña muy bonita pero, si la hubieran conocido, habrían notado su... peculiaridad.

Los dos hombres se miraron extrañados.

—¿Peculiaridad? —Preguntó extrañado John—. ¿Por qué esa palabra?

—Bueno, la pequeña Isabelle, no era una niña normal. Era... como les digo... Era rara la pobrecita — finalizó con un sorbo al té.

Sherlock y John observaron a la anciana; uno con aire despectivo y el otro sorprendido.

—¿Por qué rara? —continuó Sherlock con tono molesto. John volteó a mirarle sin disimular.

—Bueno, no se llevaba bien con los demás niños del vecindario. No jugaba, no convivía, no participaba en ninguna actividad.

—¿Antisocial? —sugirió el detective.

—Podría ser. Ella tenía una extraña manía sobre decirnos cosas de nuestra vida personal, cosas muy, pero muy personales —volvió a tomar de su té.

—¿Cómo que cosas?

—Sherlock —susurró John pero este le ignoró.

—Bueno una vez esa niña me dijo que mi problema de nerviosismo era por mi tendencia al alcohol. Pero yo nunca he bebido.

John siguió observando a Sherlock y apreció como esa falsa sonrisa desapareció para dejar un rostro serio, lleno de disgusto.

—Las demás vecinas y yo siempre creíamos que esa niña tenía algo... algo mal en su cabecita. Le comentamos a Samara pero jamás lo quiso reconocer.

—¿Y dónde está la niña? —Se interpuso John, quitándole las palabras de la boca a su amigo—. ¿Se la llevaron servicios infantiles u algún familiar?

—Bueno —continuó la señora con su mandíbula temblorosa—, Samara... Ella... se suicidó junto con su hija.

Los ojos de John se abrieron de par en par y giró veloz con Sherlock quien mantenía aquella seriedad y firmeza en su rostro.

—¿Cómo se suicidó? —preguntó el detective, como si nada.

—Sabemos que se dio un tiro en la cabeza. Según lo que nos enteramos, primero mató a su niña, mientras esta dormía con un tiro a la cabeza, luego, ella se disparó.

—¿Alguna vez Samara demostró síntomas de depresión o alguna tendencia suicida? —continuó Sherlock.

—Como les digo, ella se veía normal como cualquiera de nosotras, aunque... —se detuvo y puso sus dedos índice y pulgar sobre su mejilla derecha— Recuerdo que una vecina, la señora Potter, me contó que una vez Samara le hizo un comentario, uno en que tenía miedo por ella y su hija. La señora Potter lo entendió como si la vida de ellas corriera peligro.

Sherlock mantuvo sus emociones en cambio la boca de John era una enorme O.

—¿Sólo eso?

—Sí, es lo único que recuerdo —terminó mientras le daba el tragó final al té.

—Perfecto —soltó Sherlock mientras se alzaba de aquel incómodo sofá, dejando la taza de té, que no tomó, sobre la mesa—. Gracias por su hospitalidad. Y déjeme decirle que, es verdad, no ingiere alcohol. Pero sus locuras de juventud, como su adicción a la ginebra y las drogas sintéticas, le han cobrado su factura con ataques de nervios —Al escucharle la señora quedó en shock y este le mostró su mejor sonrisa—. La niña tenía razón, solo que no terminó de deducir por completo. Muy buen día. ¡Oh! Y gracias por la información.

Sherlock caminó hacia la puerta y John, que no podía fingir más su sorpresa, le pidió disculpas a la pobre anciana y se fue detrás de su amigo. Al salir de la casa John alcanzó a Sherlock y trató de seguirle su ritmo acelerado.

—Me puedes explicar, ¿a qué se debió eso?

—Fue la verdad —contestó molesto—. Insignificante ante este caso pero necesaria. Ahora sígueme, entraremos a la casa.

Más confundido John obedeció a Sherlock quien entró, con un envidiable sigilo, al patio de la casa. Está vez trataría de acceder por la puerta trasera, así que el detective introdujo la tarjeta en la cerradura, con una enorme facilidad, y pudo sentir como el seguro se removía. El "clic" se escuchó y Sherlock se felicitó así mismo. Con delicadeza accedió a la casa y John le siguió, algo torpe, pero al mismo paso.

—Sherlock, ¿por qué diablos un suicidio? —Preguntó John muy alterado mientras miraban la cocina—. ¿Los archivos que le robaste a Mycroft dicen que Samara fue asesinada?

—Sip.

—¿Y están seguros si de verdad se suicidó?

—Samara no se suicidó, John —habló molesto mientras pasaba sus guantes sobre el pequeño comedor para apreciar la cantidad de polvo acumulado—. Uno, Isabelle no está muerta. Está en Baker Street cocinando biscuits con la señora Hudson. ¿No es una prueba más que suficiente?

John suspiró. El detective abrió el refrigerador y un terrible olor provino de ahí, había alimento echado a perder. Esto era una prueba de que nadie se había preocupado en limpiar el lugar.

—Bien, es verdad, Bell no está muerta —continuó John y Sherlock lanzó la puerta del mueble—. ¿Entonces, crees que las vecinas crearon un rumor?

—Es lo más seguro —respondió mientras se movía hacia la sala de estar—. Si Samara llegó a decir que tenía miedo de algo, la pudieron creer loca e inventaron el suicidio, o añádele el hecho que Mycroft se tomó este caso muy personal, y con mucho celo, no haciendo que fuera un tema público. Así que si se inventaba un rumor de un suicidio, ahora, más la desaparición de la niña, tienes un cotilleo perfecto.

—Eso tiene sentido —John mencionó mientras se cruzaba de brazos y se acercaba a la sala. Al estar en esa sección Sherlock analizó el lugar con desesperación; el doctor se recargó en la pared y solo pudo observarle—. ¿Hay algo aquí? —preguntó, después de unos largos minutos en los cuales el detective no habló y solo observaba y analizaba.

—Shh... Aquí fue.

—¿Aquí fue qué?

—Aquí mataron a Samara.

John alzó sus cejas ante las palabras de su amigo. Sherlock se posicionó sobre la ventana que daba a la calle principal y observó las desgastadas cortinas, dejando que la tenue luz le iluminará. El detective se dio un giro de ciento ochenta grados y observó a un punto fijo en la habitación. John al ver lo inmóvil que Sherlock se quedó se movió de la pared y se acercó quedando frente a él.

—¿Sherlock? —llamó curioso más no respondió. Unos segundos después de aquella interrogante, Sherlock alzo su brazo, fingiendo que tenía un arma y John quedó extrañado—. Ok... Esto no me lo esperaba.

—Camina —ordenó—. Camina cinco pasos hacia atrás de donde estás.

John arqueó curioso su ceja ante aquella demanda, miró a sus pies y luego a sus espaldas para calcular los pasos pedidos. Al haber pensado caminó de espaldas y dio los cinco pasos que Sherlock ordenó.

—Bien, cinco pasos, hechos. ¿Sherlock, por qué di cinco pasos?

—El asesino, estuvo aquí —mencionó serio sin dejar su posición—. Justamente aquí alzando su arma contra Samara.

—Y si Samara estuvo aquí —continuó John sorprendido—, eso quiere decir que el tiro fue...

—Mortal —finalizó el detective. John impactado se dio la media vuelta y observó lo que había a sus espaldas. Era la pared adornada con varios cuadros, que parecían ser obras reimpresas de Salvador Dalí; lucían impecables, llenas en polvo más no manchadas en sangre. Sherlock bajó el brazo y puso ambas manos detrás de él—. Se lo que estás pensando John, ¿y la sangre? Si la casa está hecha un desastre, ¿por qué no hay sangre?

—Si tienes razón —respondió mientras volteaba a mirarle— según la distancia, debería de haber una buena cantidad de sangre sobre la pared e incluso en el piso.

—Así es —respondió mientas se acercaba a él—, la pared la limpiaron los mismos del forense, eso es más que evidente por el aclarado en el tapiz. Pero ellos ignoraron, en su totalidad, la madera del piso —terminó al pararse junto a él y hacer crujir el piso con la punta de su zapato.

John miró la acción que realizaba Sherlock con su pie para luego retomar la vista en él.

—Mencionaste que Bell estuvo escondida el día del homicidio.

— Ajá.

—Debajo del suelo... —paro en seco y observó a su amigo.

Ambos se agacharon para observar al piso, y el detective saco su pequeña lupa para analizar la madera con mucho celo. Sherlock notó la torpe limpieza para remover la sangre, pero no les funcionó, aun cubriéndolo de una buena capa de limpiador.

—John —habló sin despegar sus ojos de la lupa. El doctor se acercó a él y se agachó a su nivel.

—¿Qué pasa?

—¿Ves esto?

—Algo...—dijo agachándose un poco más para analizar mejor— Sangre seca.

—Exacto. Por muy buen limpiador que uses, la madera retiene el líquido. Quien limpiara esto debe ser familiar de Anderson. Ayúdame a removerlo —ordenó mientras guarda su lupa.

John suspiró y obedeció. Ambos tomaron las piezas, y poco a poco, fueron removiendo una cantidad de cinco piezas en total. Se alzaron del suelo y distinguieron un pequeño agujero entre la tierra, era casi de la altura de Isabelle.

—Aquí —habló John— escondió Samara a Bell...

—Sí.

—Con un enorme esfuerzo debió de salir de ahí.

—Sí, poco después de que mataran a Samara. El asesino debió de voltear toda la casa, más nunca se le ocurrió buscar debajo del suelo. Era un imbécil —al escucharle John arqueó una ceja irónico.

—¿Entonces el asesino solo mató a Samara porque sí?

—No. El asesino sabía a lo que venía. Una era matar a Samara y a Isabelle.

—¿Y lo otro?

—Algo querían de Samara Jones, y lo más probable es que ese algo este en su caja fuerte —dijo con una media sonrisa—. Iré al segundo piso, tú acomoda la madera.

John observó extrañado a Sherlock quien dio la media vuelta para caminar rumbo a los escalones. Al doctor no le quedó de otra y suspiró con amargura.

Sherlock llegó a la planta alta, caminó a pasos tranquilos por el pasillo cuando observó las puertas de dos habitaciones. Arqueando una de sus cejas, se acercó a la puerta del lado izquierdo y la abrió con suavidad descubriendo que era la habitación de Samara. El lugar mantenía el aroma de guardado y humedad, notó como el armario estaba abierto de par en par y con la mayoría de la ropa tirada por todo el piso. Quien quiera que fuese el asesino, estaba desesperado.

Aún a regañadientes John acomodaba la madera, y gracias a la tenue luz que iluminaba la habitación, de entre la tierra advirtió algo brillante. El doctor no pudo negar su sorpresa, y siendo tan veloz como su cuerpo se lo permitía, escarbó esa cosa brillante de entre la tierra húmeda.

Sherlock revisaba sin ningún gramo de pena el armario de Samara Jones. Sintiendo como la adrenalina y la excitación corría por sus venas pudo encontrar un portafolio negro en un rincón del armario. Su reacción fue sonreír victorioso y tomó aquel maletín, no sería una caja fuerte, pero al menos lucía misterioso.

—¡Sherlock! —se escuchó a la lejanía pero este ignoró el llamado.

Acomodó la maleta sobre la cama y como un niño pequeño en navidad la observó con fascinación.

—¡Sherlock!

El maravillado detective se acercó al candado del portafolio y observó la combinación.

—¡Sherlock! —Exclamó John entrando a la habitación—. ¡Por Dios, Sherlock te estoy hablando!

—¡¡Shhh!! —respondió molesto. John suspiró.

—Sherlock encontré...

—¡Guarda silencio!

John de nuevo suspiró recargándose en el dintel y le observó. Sherlock empezó a mover la primera hilera del candado. Observó como el número dos se veía desgastado, así que por obvias razones, era el primer número de la combinación. Pasó a la segunda hilera, movía con lentitud y vio como el cuatro y el nueve se encontraba al mismo nivel de desgaste. Examinó el tinte entre ambos números, el nueve no lucía tan gastado, es más, la parte final del número se podía apreciar como la tinta seguía negra; retomó al cuatro y apreció como las puntas en el número eran casi invisibles. El cuatro era la segunda opción. Pasó a la hilera final, miró el número siete, el cual se veía casi al color amarillo del candado, lo posicionó y un suave clic se oyó. Sherlock mostró una enorme sonrisa.

—¿Acabaste? —preguntó John y el detective volteó sorprendido, se había olvidado que estaba allí. Sherlock sacudió su cabeza y retomó la vista al portafolio—. Creí que era una caja fuerte.

—Los niños suelen equivocarse —contestó mientras lo habría para ver el contenido. Al lanzar la tapa hacia la cama, la emoción que Sherlock tenía se apagó tan rápido como un cerillo encendido al caer al agua. El portafolio contenía documentos como el acta de nacimiento de Samara e Isabelle, las escrituras de la casa y numeración social. Sherlock sintió unas fuertes ganas de lanzar el maletín hacia la pared.

—Sherlock —insistió John al ver su reacción y este volteó curioso mirando como su amigo le enseñaba una USB de color metálico—. Encontré esto, bajo la tierra.

El detective miró a su colega ocultando lo desconcertado que se encontraba.

—¿Una USB? —preguntó el detective sin creerlo mientras analizaba el dispositivo lleno de tierra. Ambos se encontraban en el pasillo, John recargado a la pared con el portafolio a su lado y Sherlock junto a la ventana.

—Estaba entre la tierra, si no es por la poca luz ni cuenta me doy.

—Una USB...

— Así es.

Sherlock guardó la USB en una de las bolsas de su abrigo, observó a la ventana y distinguió como un pequeño niño andaba montado en su bicicleta, dando vueltas cerca de la cera peatonal de la casa. Por un momento se extrañó pero a su mente llegó un recuerdo.

—¿Pasa algo Sherlock? —preguntó John curioso ante su cambio.

—La habitación de Isabelle.

—¿Qué tiene?

El detective ya no respondió, se dio la media vuelta y caminó hacia la puerta de aquella habitación. Al entrar en esa habitación ambos miraron que era un lugar pequeño y simple, justo para una niña. La habitación estaba pintada en salmón, la cama tenía un edredón y sábanas en colores rosas y pasteles, sobre esta misma Sherlock vio incauto una cierta cantidad de peluches y se acercó.

John quedó indiscreto ante esa repentina reacción de su amigo, así que, lo dejo mirando los peluches y el comenzó a observar lo demás de la habitación. Mientras miraba, con algo de tristeza imaginando a Bell feliz en ese lugar, apreció sobre el tocador una pequeña cervadora. John no pudo ocultar su sonrisa.

Sherlock había movido varios tipos de osos, desde pandas, pardos hasta polares, cuando al fin encontró lo que quería.

—¡Aquí estás! —exclamó. John volteó y vio como entre sus manos sostenía un peluche de un conejo blanco vistiendo un overol azul marino.

—¿Y eso? —preguntó entre risas. Sherlock le miró preocupado.

—Un peluche —contestó indiferente.

—Si ya lo sé, pero, ¿para qué?

Los ojos del detective se movían de un lado para el otro, buscando una especie de salida ante esa pregunta, pero era imposible. Sherlock tomó una enorme bocanada de aire y observó a John.

—Hace unas noches, Isabelle se despertó llorando debido a una pesadilla y eso provocó que me despertara y exigió a un tal señor conejo —dijo mientras agachaba la cara, de lo que al parecer, era vergüenza.

—¿Señor conejo? —cuestionó John con una enorme sonrisa.

—Sí, señor conejo —resopló mientras alzaba el peluche. John no dejaba de mostrar esa enorme sonrisa que alteraba al detective—. Tengo hambre, ¿buscaste un buen restaurante de comida china?

—Si Sherlock —dijo sin borrar su enorme sonrisa—, queda uno a unas calles de aquí.

—Bien, lleva el portafolio. Yo llevaré esto y saldremos por la puerta de atrás, hay gente en las calles.

—De acuerdo.

Sherlock Holmes salió hecho un rayo de la habitación de la pequeña y John no podía borrar su sonrisa, pero antes de dejar la habitación, volvió a mirar a la cervadora y decidió llevársela.

Salieron con precaución, no sin antes a ver revisado en dejar la madera en su lugar. Al estar en las calles, caminando como si nada, Sherlock miró de reojo aquel niño de la bicicleta que no paraba de dar vueltas y parecía que les observaba.

Llegaron al restaurante, tomaron asiento cerca de la ventana y ordenaron al momento. Al esperar su comida, las conversaciones seguían en torno a Samara Jones.

—¿Crees que alguien cercano a Magnussen, la matara? ¿Alguien que creyera que tenía información valiosa sobre él?

—No —respondió serio el detective—. Samara sabía cosas de Magnussen, sí, pero no creo que la mandara a matar si algo le pasara. Pero aun así no resuelve la duda en que puede estar involucrada con él.

—Cierto. Aún hay muchas interrogantes.

En eso llegaron sus pedidos y ambos comenzaron a comer, aunque Sherlock no comió en el momento ya que se puso a contemplar la USB.

—Si sabes que te iban a matar —soltó— y lo único que dejas es una USB. ¿Qué almacenarías ahí, con qué propósito?

—¿Estás siendo literal o metafórico? —cuestionó John, mientras acercaba la comida a su boca. Sherlock rodó sus ojos.

—Metafórico.

—Bueno, no podría responder con exactitud esa pregunta. La solución es poner esa USB en algún computador y saber que hay en ella. ¿Será el testamento de Samara, información importante? Tenemos que averiguar, si no seguiremos estancados.

—Hay algo que no encaja —continuó Sherlock.

—Desde que tomaste este caso, muchas cosas no encajan.

—No John, existe algo más. Algo que está frente a nosotros pero no lo hemos visto. Algo que es tan claro como el agua pero se nos ha escapado... —Sherlock alzó su mano con la USB y se la enseñó a John— Está debe ser nuestra llave.

—Esperemos Sherlock, Bell sufrió por la pérdida de su madre y es hora de hacer justicia.

El detective volvió a guardar la USB en su abrigo y empezó a deleitar su paladar con la comida china. Al degustar su platillo, miró de reojo hacia la calle y se extrañó por unos momentos. Sin dejar su pose movió los ojos y pudo ver a un pequeño niño en bicicleta.

—¿Pasa algo? —cuestionó John. Sherlock soltó los utensilios y posó los codos sobre la mesa y observó fijo a la calle.

—¿Vez a ese niño?

John se extrañó más y miró, no tan directo como el detective.

—¿El de la bicicleta?

—Ajá. Nos viene vigilando desde la casa de Samara.

—¿Sherlock estás siendo paranoico? —preguntó con sarcasmo.

—Nop.

—Talvez te reconoció y querrá un autógrafo.

—Lo hubiera hecho desde que nos vio allá.

—Puede que tenga pena. Eres popular y algunos fanáticos así son.

—No... —Dijo muy serio— Ese niño nos ha estado vigilando.

—Ahora sí, oficialmente, has perdido el juicio.

—Espera aquí.

—¡¿Qué?! ¡Sherlock! —exclamó a voz baja pero el detective le ignoró. Salió del local y cruzó la calle.

El niño al ver al hombre del enorme abrigo negro y aire misterioso, detuvo su andar en la bicicleta para observarle mejor.

—¡Si lo eres! —Exclamó alegre al tenerlo más cercas—. ¡Eres Sherlock Holmes!

John miró desde la ventana y su única reacción fue pedir que pusieran para llevar la comida y salir corriendo del local. Al estar cerca del pequeño, Sherlock le analizó con curiosidad.

—Tú nos has estado siguiendo —mencionó molesto y el pequeño se extrañó. John se acercó a ellos, estaba muy agitado pero logró sostenerse del hombro de Sherlock.

—¡Usted es el Doctor Watson! —Exclamó entusiasmado—. ¡El amigo de Sherlock y el que escribe en el blog! ¡Lo sabía, lo sabía!

—Si pequeño —respondió John con una sonrisa muy cansada—, somos Sherlock Holmes y John Watson.

—¡Vaya nunca pensé que los fuera ver en persona...! ¡Discúlpenme si los molesté!

—No para nada amigo —dijo con una sonrisa y Sherlock frunció su ceño, pero no dejaba de mirar al niño.

—¿Podrían darme sus autógrafos? —preguntó apenado el niño.

—¡Claro, nos encantaría! ¿Verdad Sherlock?

Él no quitó la vista a ese pequeño pudiendo deducir que el niño era de la misma edad que Isabelle, tenía una parte de su pantalón manchada en tierra húmeda, al parecer se había caído de la bicicleta; había una leve cicatriz en su labio, pero no había sido por un accidente, más bien por un golpe. ¿Una pelea? No. Notó el nerviosismo en su labio inferior, el golpe había sido por abuso infantil.

—¿Sherlock? —insistió John molesto.

—Si... Está bien —mencionó serio.

—¡Wow muchas gracias! Aquí tengo una hoja y una pluma —dijo mientras sacaba todo de su pequeña mochila.

El niño mostró todo y se lo dio a John y con todo el gusto del mundo aceptó.

—¡Ustedes son unos héroes para mí, que digo para mí, para toda Inglaterra! —John sonreía y Sherlock se mantuvo serio—. Mi caso favorito es el del sabueso de Baskerville, ¡es fascinante!

—Muchas gracias ammh... ¿Cuál es tu nombre?

—Mi nombre es Seb.

—¿Seb? —preguntó John curioso.

—Es el diminutivo de Sebastian —habló Sherlock.

—¡Exacto! —Gritó emocionado el pequeño—. ¡Es mi nombre, Sebastian!

John terminó y pasó la hoja a Sherlock quien firmó con cierta desgana. Al terminar le entregó el papel y el niño lo tomó con gran emoción, casi luciendo que sufriría un desmayo. El pequeño agradeció un millar de veces hasta que fue.

—Vez, te lo dije. Sólo quería un autógrafo, a la próxima controla tu paranoia.

Sherlock medito unos momentos, si se había detenido fue por el claro abuso el cual el niño ha estado expuesto, pero no le agradó, en lo absoluto. John checó la hora y se sorprendido.

—Sherlock, son casi las ocho. Me prometiste estar en Londres antes de las nueve.

—Lo sé. Vámonos —respondió molesto.



**

¡Hola hermanas/os Sherlockians...! Ya se, no suelo hacer notas entre capítulos pero, hoy es especial. 
Les vengo hacer una cordial invitación a un fanfic, el cual me encuentro traduciendo, sobre la pareja Irene x Sherlock (O mejor conocido en el fandom como Adlock
Se llama Dinning With Frogs. y lo pueden encontrar directamente en mi perfil con esta portada:

Si les gusta la pareja Adlock, como a mi, o por el mero gusto de leer fics de Sherlock, les recomiendo se den un visita por este fanfic :3. Siendo honesta es uno de los mejores fanfic de este pareja que me he leído, esta lleno de suspenso y drama (Tal como la BBC nos da con cada capítulo de Sherlock xD) y una muy agradable pizca de romance. La verdad me anime a traducir el fanfic (claro, con el debido permiso de su autora) para compartirlo, en la comunidad al español de Sherlock y el Adlock, con toda la felicidad de mi humilde corazón. 

Muchas gracias hermosa gente, por leer el capítulo de hoy, y por darse una vuelta a este fic Adlock. ¡Nos vemos en los próximos capítulos! 

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