Por favor, Ámame

By -YukoSenpai-

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Londres 1815, el segundo hijo del Duque de Bouillon está en edad casadera, Lysandro Ainsworth podría ser cons... More

Prólogo
Capítulo 1
Carta #1
Capítulo 2
Carta #2
Capítulo 3
Carta #3
Capítulo 4
Carta #4
Capitulo 5
Carta #5
capitulo 6
Carta #6
Capitulo 7
Carta #7
Capitulo 8
Capitulo 9
Carta #8
Capitulo 10
Carta #9
Carta #10
Capitulo 12
Carta #11
Capitulo 13
Carta #12
Capitulo 14
Capitulo 15
Carta #13
Capitulo 16
Carta #14
Capitulo 17
Capitulo 18
Carta #15
Capitulo 19
Capitulo 20
Carta #16
Capitulo 21
Capitulo 22
Carta #17
Capitulo 23
Capitulo 24
Carta #18
Capítulo 25
Capitulo 26
Capítulo 27 - Final
Epílogo Parte 1

Capitulo 11

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By -YukoSenpai-

Por favor, entrégame todo tu deseo y lujuria... Porque creo que voy a morir.

Casa de campo Abbadie, Invierno de 1815.

Finalmente Juliette se logro separar de Lysandro y salió de la habitación casi corriendo, subió las escaleras sintiéndo el rubor sobre sus mejillas.
No podía creer lo que había sucedido, parecía que a cada segundo era más difícil resistir a las indirectas de Lysandro sobre consumar aquel matrimonio arreglado por el padre de ella.

Lysandro se quedó totalmente convencido de que Juliette jamás había estado con alguien más y eso lo hacía desearla aún más de lo que ya lo hacía.

Durante un par de semanas más se encargó de ser particularmente encantador, respetuoso y considerado con ella, esperando el momento correcto para finalmente tomar a su esposa.

Aquella tarde Juliette se quedó leyendo en una de las salas de la casa, Lysandro​ lo sabía, la miro entrar. Le indico a toda la servidumbre que fueran a dormir sin preocuparse de nada, le dijo a la nana que fuera a cuidar al niño aquel y entro a la sala sentándose junto a Juliette.

Ella se sobresaltó y lo miro durante un largo tiempo con una expresión de duda. La mirada de él estaba fija y decidida sobre ella. La habitación se lleno de tensión.

Ella musitó su nombre y él detectó anhelo en su voz; entonces Juliette comprendió que él no le era indiferente, entendió sus intenciones al entrar. Tal vez ella no entendía bien lo que era desear a un hombre, pero lo deseaba.

Lysandro hizo su primer movimiento y capturó la boca de ella, prometiéndose al hacerlo que si ella decía no, si hacía cualquier tipo de indicación de que no deseaba ese beso, no continuaría. Sería lo más difícil que habría hecho en toda su vida, pero lo haría.

Pero ella no dijo no, ni se apartó de él, ni lo empujó para separarlo. Lo que hizo fue enredar los dedos en su pelo y abrir los labios. Él no supo por qué de pronto ella había decidido permitirle besarla, pero de ninguna manera iba a separar los labios de los de ella para preguntarlo.

Aprovechó el momento, saboreándola. Ya no estaba tan seguro de ser capaz de solo llevar una relación de cordialidad que podría tener que durarle toda la vida.

La besó con vigor, ignorando una molesta vocecita que dentro de la cabeza le decía que ya había estado en esa situación, que ya había ocurrido eso antes, con Nina. Años atrás había bailado con una mujer, la había besado, y ella le dijo que no podía darle aquella entrega que queria. Y desde entonces no había vuelto a conocer a nadie con quien pudiera imaginarse construir una vida.

Hasta que se vio obligado a casarse con Juliette.

A diferencia de la cantante Nina, Juliette no era una mujer con la que tendría que escaparse, ella estaba allí siempre delante de él, esperandolo.

Y él no le iba a permitir marcharse.

Estaba ahí, con él, y era como tener el cielo. El delicado aroma de su pelo, el sabor ligeramente salado de su piel, toda ella, estaba hecha para reposar en sus brazos. Y él había nacido para tenerla abrazada.

Vente a mi habitación —le susurró al oído.

Ella no contestó, pero él la sintió tensarse.

Ven a mi habitación, conmigo —repitió.

No puedo —susurró ella, haciéndolo sentir su suave aliento en la piel.

Puedes. Debes... O moriré — sonó suplicante.

Ella negó con la cabeza pero no se apartó, por lo que él aprovechó el momento y volvió cubrirle la boca con la suya. Introdujo la lengua y exploró los recovecos de su boca, saborando su esencia. Su mano buscó y encontró el montículo de su pecho y lo apretó suavemente; tuvo que contener el aliento al oírla gemir de placer. Pero eso no le bastaba. Deseaba sentir su piel, no la tela del vestido.

Se apartó lentamente. Seguía deseándola, seguía deseando que fuera su esposa por completo, pero no debía forzar las cosas. Cuando ella se entregara a él, y se entregaría, se prometió, sería libremente, por propia voluntad.

Mientras tanto, la cortejaría, la conquistaría. Mientras tanto...

Has parado —susurró ella, sorprendida.

Éste no es el lugar. — murmuró convencido de que su idea no había sido buena.

Por un instante, ella no cambió la expresión. De pronto, como si alguien le estuviera cubriendo la cara con un velo, la expresión pasó a ser de horror. Ella se dió cuenta del lugar donde estaba.

No pensé —dijo, más para sí misma que para él.

Lo sé —sonrió él—. Me fastidia cuando piensas. Siempre acaba mal para mí.

No podemos volver a hacer esto. — se quejó ella, no quería salir más lastimada de lo que ya estaba.

Ciertamente no podemos hacerlo, aquí. — alzó una ceja sonríendo.

No, yo nunca... —  ella quizo confesarlo. Quería decirle que no era la madre biológica de ese bebé.

No lo estropees.

Pero...

Al demonio todo, no sabía cómo esa mujer había llegado a significar tanto para él; tenía la impresión de que un día era una desconocida con la que se casó por dinero, y al siguiente le era tan indispensable como el aire. Y sin embargo eso no había ocurrido en un relámpago cegador. Había sido un proceso imprevisto, lento, tortuoso, comprendió que sin ella su vida carecía de sentido.

Le tocó la barbilla y le levantó la cara hasta poder mirarle los ojos; éstos parecían irradiar luz desde dentro, brillaban con lágrimas no derramadas. A ella también le temblaban los labios, y él comprendió que estaba tan afectada como él por ese momento.

Fue acercando su cuerpo lenta, muy lentamente. Quería darle la oportunidad de decir no. Lo mataría si decía no, pero peor sería escucharla lamentarlo la mañana siguiente.

Pero ella no dijo no, y cuando él estaba a unas pocas pulgadas, ella cerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza, invitándolo silenciosamente a besarla.

Era extraordinario, pero cada vez que la besaba sentía más dulces sus labios, más seductor su aroma. Y aumentaba su necesidad también. Sentía acelerada la sangre de deseo, y tenía que valerse de hasta su última gota de control para no tumbarla sobre el sofá y arrancarle la ropa.

Eso vendría después, pensó, sonriendo para sus adentros.

Esta vez, totalmente seguro, la primera para ella, sería lento, tierno, todo lo que soñaba una jovencita.

Bueno, tal vez no. A ella no se le habría ocurrido ni soñar con la mitad de las cosas que iba a hacerle. Sonrió con malicia.

—¿De qué sonríes? —le preguntó ella sin abrir los ojos.

Él se apartó un poco y le cogió la cara entre las manos.

—¿Cómo sabes que sonreí? — preguntó en un susurro.

Sentí tu sonrisa en mis labios. — murmuró ella.

Él deslizó un dedo por el contorno de esos labios.

Tú me haces sonreír —susurró—, cuando no me haces desear besarte, me haces sonreír. —

A ella le temblaron los labios y él sintió su aliento, caliente y húmedo en el dedo. Le cogió la mano y se la llevó a la boca, y con un dedo de ella se rozó los labios del mismo modo que le había rozado los labios a ella. Al verla agrandar los ojos, se metió el dedo en la boca y se lo chupó suavemente, lamiéndole y mordisqueándole la yema. Ella ahogó una exclamación, en un sonido dulce y erótico al mismo tiempo.

Eran miles las cosas que deseaba preguntarle, por ejemplo, cómo se sentía, qué sentía, pero lo aterraba que ella se echara atrás si él le daba la oportunidad de poner en palabras alguno de sus pensamientos. Por lo tanto, en lugar de hacerle preguntas, le dio besos, posando otra vez sus labios sobre los de ella, en una controlada danza de deseo.

Susurrando su nombre, la fue haciendo descender sobre el sofá rozándole la espalda contra la tela del respaldo.

Te deseo —gimió el en una confesión casi loca—. No puedes imaginarte cuánto. No tienes idea.

La única reacción de ella fue un suave gemido que pareció salirle del fondo de la garganta. Eso fue como echarle aceite al fuego que ardía dentro de él, y la aferró más fuerte con los dedos, enterrándoselos en la piel, mientras deslizaba los labios su cuello.

Fue bajando, bajando los labios, deteniéndose muy brevemente cuando llegó al comienzo del vestido, maldijo la ropa que aún la cubría y se deshizo con gran habilidad de la pieza superior del vestido, dejando a la vista su pecho.

Ella ya estaba completamente debajo de él, con ojos de deseo. Y eso era muchísimo mejor que cualquiera de sus sueños.

Y vaya si había soñado con ella desde aquel beso en los campos de luciérnagas.

Emitiendo un gruñido, tomo el pezón entre sus labios. A ella se le escapó un gritito, y él no pudo reprimir un sonido de satisfacción.

Shhh —murmuro—, déjame...

Pero...

Él le puso un dedo sobre los labios, tal vez con demasiada fuerza, pero es que se le estaba haciendo cada vez más difícil controlar sus movimientos.

No pienses. Limítate a reposar la cabeza en el sofá y deja que yo te dé placer. — susurro Lysandro con una voz que parecía ajena a él.

Ella pareció dudosa, pero cuando él pasó la boca al otro pecho y reanudó su asalto sensual, ella cerró los ojos, entreabrió los labios y apoyó la cabeza en los cojines.

—¿Te gusta esto? —susurró él, siguiendo el contorno del pezón con la lengua.

Juliette no logró abrir los ojos, pero asintió.

—¿Te gusta esto? —preguntó él, bajando la lengua por el costado del pecho y mordisqueando la sensible piel de más abajo.

Ella asintió, con la respiración entrecortada y rápida.

—¿Y esto? —Le bajó más el vestido, y deslizó la boca hacia abajo, mordisquéandole suavemente la piel hasta llegar al ombligo.

Esta vez Juliette ni siquiera logró hacer un gesto de asentimiento. Dios santo, estaba prácticamente desnuda ante él y lo único que era capaz de hacer era gemir, suspirar y suplicar que continuara.

Te necesito —susurró, jadeante y suplicante.

Lo sé —dijo él con la boca sobre la suave piel del abdomen. Juliette se agitó debajo de él, nerviosa, poseída por la necesidad de moverse.

Sentía expandirse una especie de calor, de hormigueo. Era como si, después de veintidós años de vida, estuviera por fin cobrando vida.

Deseosa de sentir la piel de él, le cogió la camisa de fino lino y la tironeó hasta sacarla. Lo acarició, deslizando las manos por la parte inferior de su espalda, sorprendida y encantada al sentir estremecerse sus músculos al contacto con sus manos.

Juliette... —gimió él, estremeciéndose, cuando ella paso las manos para acariciarle la piel.

Su reacción la lleno de valor y lo acarició más, subiendo las manos hasta llegar a los hombros, anchos y musculosos.

Él volvió a gemir y se incorporó soltando una maldición en voz baja.

Esta maldita camisa estorba —masculló, sacándosela y arrojándola al otro extremo de la sala.

Juliette tuvo un breve instante para mirarle el pecho desnudo antes de que él volviera a ponerse encima de ella; y esta vez sí estaban piel con piel.

Era la sensación más maravillosa que podría haberse imaginado. Sintió su piel cálida, y aunque sus músculos eran duros y potentes, su piel era seductoramente suave.

Y olía bien, a una agradable y masculina combinación de sándalo y jabón.

Cuando él bajó la cabeza para besarle y mordisquearle el cuello, ella aprovechó para pasar los dedos por entre sus cabellos. Su pelo era abundante y le hacía cosquillas en el mentón.

Ay, Lysandro —suspiró—. Esto es absolutamente perfecto. No logro imaginarme nada mejor. — murmuró con dificultad.

Él levantó la cabeza para mirarla, sus ojos tan pícaros como su sonrisa.

Yo sí —dijo.

A ella se le abrió la boca como por voluntad propia, y pensó en qué aspecto debía tener, tumbada allí mirándolo como una idiota.

Espera, ya verás —dijo él—. Tú espera.

Pero... ¡Oh! —exclamó ella cuando el le sacó los zapatos.

Entonces él cerró la mano en su tobillo y la deslizó hacia arriba, por toda la pierna.

—¿Te imaginabas esto? —le preguntó, rozándole la corva de la rodilla.

Ella negó  con la cabeza, tratando de no agitar el cuerpo por la sensación.

¿No? Entonces, seguro que no te has imaginado esto—dijo él soltándole las ligas que detenían sus medias.

Lysandro, no debes...

Ah, no, yo realmente debo. —Le bajó las medias por las piernas con una torturante lentitud—. De verdad, debo. —

Boquiabierta de placer, ella lo observó arrojar las medias al aire por encima de su cabeza. Aterrizando una sobre la mesa de centro y la otra en el suelo.

Y cuando todavía estaba mirando la media, él la sobresaltó subiendo las manos por sus piernas hasta llegar a los muslos.

Parece que nunca nadie te ha tocado aquí —dijo él, travieso.

Ella negó con la cabeza. Tenía que aceptarlo en ese instante seguramente ya la había descubierto.

Y parece que nunca te lo imaginaste.

Ella volvió a negar con la cabeza.

Si no te has imaginado esto —le apretó los muslos, haciéndola lanzar un suspiro y arquear el cuerpo—, entonces tampoco te has imaginado esto —añadió, deslizando los dedos hacia arriba, rozándole ligeramente la piel, hasta llegar a la entrepierna.

Eso no —dijo ella, más por reflejo que por otra cosa— No puedes... —

Pues claro que puedo. Te lo aseguro. — sonrió victorioso

Pero... ¡Oooooh! — se estremeció debajo de su tacto.

De repente se sintió más idiota de lo normal, le era imposible pensar en nada mientras los dedos de él la acariciaban ahí. Bueno, casi nada, porque sí era capaz de pensar en lo absolutamente inmoral que era estar en la sala haciendo eso y en que no deseaba por nada del mundo que él parara.

—¿Qué me vas a hacer? —resolló, notando que se le tensaban todos los músculos mientras el movía los dedos de una manera particularmente perversa.

Todo —repuso él, capturando sus labios con los de él—. Todo lo que deseas.—

Deseo... ¡Oooh!— empezó a gemir

—Te gusta, ¿verdad? —susurró él, con la boca pegada a su mejilla.

No sé qué deseo —suspiró ella.

Yo sí. —Deslizó la boca hacia la oreja y le mordisqueó suavemente el lóbulo—. Sé exactamente qué deseas. Fíate de mí.

Y así fue de fácil. Ella se entregó totalmente a él, y no era que no hubiera llegado ya a ese punto. Pero cuando él le dijo «Fíate de mí», y comprendió que se fiaba, algo cambió ligeramente en su interior. Estaba preparada para eso. Seguía sintiendo que terminaría mal, pero estaba dispuesta y lo deseaba, y por una vez en su vida haría algo insensato y descabellado, absolutamente atípico en ella.

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