Capitulo 18

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Cuando te comprometes en cuerpo y alma, ya no te queda ninguna clase de escapatoria, estás perdido a merced de alguien más.

Londres, verano de 1816.

Lysandro metió las manos entre su ropa y de forma torpe saco el anillo, Juliette sintió que moriría al verlo tan nervioso. Finalmente, el logro poner el anillo en el dedo predestinado a eso y sonrió victorioso.

Y el tiempo para las palabras terminó. Lysandro se arrodilló en la cama, se desfajo la camisa y se la quitó por la cabeza en un movimiento fluido. Ella abrió los ojos cuando lo vio medio desnudo ante ella y él se moria de placer mientras observaba cómo Juliette alargaba la mano para tocarlo.

Y, cuando lo hizo, cuando los delegados dedos de ella rozaron el latido de su corazón, gruñó porque no podía creer que una sola caricia pudiera excitarlo tanto.

La deseaba. Dios santo, la deseaba como no había deseado nunca nada y como jamás se había imaginado que podría hacerlo.

Te amo — susurro Lysandro, porque lo tenía dentro y necesitaba sacarlo. Una y otra vez. Lo dijo mientras le quitaba el vestido y lo dijo cuando se quitó la última pieza de ropa. Lo dijo cuando estuvieron piel contra piel, sin nada entre ellos, y lo dijo cuando se colocó entre sus piernas, preparado para dar el último paso, penetrarla y unirlos para siempre.

Juliette estaba ardiendo, húmeda y abierta, pero él se reprimió y se obligó a mantener a raya el deseo desbordado.

Juliette —dijo, con la voz ronca. Le estaba dando una última oportunidad para decir que no, que no estaba preparada, o que antes necesitaba estar segura de ello. Sería horrible, pero se detendría, creía que aún podría detenerse. Y rezó para que ella lo deseara tanto como él, porque no creía que pudiera decir nada más, y menos formar una frase entera para suplicarle.

Bajó la mirada hasta su cara, encendida de pasión. Juliette respiraba de forma acelerada y él lo notaba en el movimiento de su pecho. Quería agarrarla de las manos y sujetárselas encima de la cabeza, secuestrarla y tenerla así una eternidad.

Y quería besarla con ternura por todas partes.

Quería pegarse a ella y demostrarle que era suya, y de nadie más, de la forma más primitiva.

Y quería arrodillarse frente a ella y suplicarle que lo amara para siempre.

Lo quería todo con ella.

Quería cualquier cosa con ella.

Quería oírla decir...

Te amo — Lo susurró ella con la voz agitada, decidida a llegar hasta el final  y eso bastó para que Lysandro se relajara. La penetró, sintió como chocaba con la delgada tela que le aseguraba que ella era virgen y gimió cuando notó que ella temblaba y que lo atraía hacia sí.

Suspiro y empujo un poco más hasta sentir que entraba completamente —Eres tan... tan... — Pero no pudo terminar de hablar. Sólo podía sentir, y dejar que su cuerpo tomara la iniciativa. Había nacido para esto. Para ese momento. Con ella.

Oh, Dios mío —gimió—. Oh, Juliette — Con cada embestida, ella jadeaba y arqueaba la espalda, alzaba las caderas y lo acercaba un poco más. Lysandro intentaba ir despacio, para darle tiempo a acostumbrarse a él, pero cada vez que ella jadeaba era como una chispa que lo encendía. Y cuando se movía, sólo conseguía unirlos más.

Le tomó un pecho con la mano y estuvo a punto de volverse loco, sólo con eso. Era perfecta, el pecho encajaba en su mano, tenía el tamaño perfecto, era suave, redondo y glorioso.

Quiero saborearte —dijo, casi sin aliento, mientras acercaba la boca a su piel, lamía la delicada punta y sentía un momento de auténtico triunfo masculino cuando ella gimoteó y arqueó la espalda. Cosa que, por supuesto, hizo que su pecho se adentrara más en la boca de él.

Lo succionó mientras pensaba que debía ser la criatura más perfecta y femenina que jamás había visto.

Quería que ella lo disfrutara. No, quería que creyera que era espectacular. Pero era su primera vez y siempre le habían dicho que, para las mujeres, la primera vez no era demasiado agradable. Y se sentía tan nervioso que estaba a punto de perder el control y conseguir su propio placer antes de ayudarla a alcanzar el suyo. No recordaba la última vez que se había puesto nervioso haciendo el amor con una mujer. Aunque, claro, lo que había hecho hasta ahora... no había sido hacer el amor. No se había dado cuenta hasta este momento. Había una diferencia, y la tenía entre los brazos.

Juliette —susurró, aunque apenas reconoció su propia voz—. ¿Es...? ¿Estás...? —Tragó saliva e intentó formar una idea coherente—. ¿Te duele? — indagó

Ella negó levemente con la cabeza.
Sólo ha sido un momento. Ahora es... —

Él contuvo el aliento esperando por lo que diría ella.

Extraño —terminó la frase ella—. Maravilloso? — dudo un poco ella

Y va a mejorar —le aseguró él. Y lo haría. Empezó a moverse en su interior, y no en movimientos dubitativos como al principio, cuando quería tranquilizarla, sino algo real. Se movió como un hombre que sabía lo que hacía.

Deslizó una mano entre los dos cuerpos y la tocó sin dejar de penetrarla. Cuando encontró el botón de placer, las caderas de Juliette casi se levantan de la cama. La acarició y jugueteó con ella, animado por la respiración acelerada de ella. Ella se aferró a sus hombros, con fuerza y tensión y, cuando pronunció su nombre, lo hizo a modo de súplica.

Lo quería.

Le estaba suplicando que hiciera mas.

Y él se juró que lo haría.

Acercó la boca al pecho otra vez y lamió y mordisqueó. Si hubiera podido, le habría hecho lo mismo por todas partes, a la vez, y quizás ella sentía que lo hacía porque, cuando Lysandro creyó que no podría soportarlo más, ella se retorció y se tensó debajo de él. Juliette le clavó las uñas en la piel y lo abrazó con las piernas, con mucha fuerza. Estaba tan tensa, pero él volvió a embestirla y, antes de que pudiera pensárselo dos veces, se había derramado en su interior y había alcanzado el clímax justo cuando ella empezaba a relajarse del suyo.

Te amo —le dijo, y se acurrucó a su lado. La pegó a él, rodeándola de forma posesiva por la cintura, cerró los ojos y se quedo dormido.

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Asi es, sucedió. Juliette lo hizo!

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