Las encontré....
¡¿BESANDOSE?!
Cuando me vieron allí parada se separaron rápidamente y decían cosas sin sentido hasta que las interrumpí.
-Chicas, no pasa nada, pero las estaba buscando porque no me se la contraseña y ya es demasiado tarde. Podria venir alguien que no sea yo y veros.
Al final, nos fuimos las tres juntas a nuestra Sala, subimos a nuestras habitaciones, nos pusimos el pijama y nos dormimos.
*A la mañana siguiente*
Cuando me levanté, me duché, me puse el uniforme mientras me peinaba con un cepillo lentamente para no hacer tirones bruscos.
Salí de la habitación y de la Sala y comencé a caminar hacia el Comedor.
A esta hora, tan temprano, solo estaban los merodeadores, James y algunos alumnos de las otras casas.
Al verme llegar, James se apartó de los merodeadores y nos sentamos en la mesa de Hufflepuff donde aún no habia nadie.
-¿Y como te fue la primera noche?
-Fatal, no podia dejar de pensar en todos-dijo James triste.
-Solo unos días más y estaremos seguros en casa.
-Eso espero.
Comimos entre chistes malos y besos hasta que se hizo la hor de ir a clase de encantamientos donde la profesora McGonagall daba su asignatura en guerra contra los merodeadores y sus bromas.
-No me puedo creer que tu abuelo, Sirius y Remus fueran así de jovenes, son un incordio.
-¿Que dijiste peliroja?-Dijo James burlandose.
Diez minutos después, la campana sonó anunciando otra clase.
A mi me tocaba Pociones y a James historia de la magia.
Me dirigí a las mazmorras entré en la sala y me senté sola.
Cuando hicieron los equipos me tocó con Regulus Black, el hermano de Sirius.
Solo hablamos para saber los ingredientes, como siempre, yo le daba y el echaba.
El profesor Slughorn pasó varias veces por nuestra mesa para felicitarnos, más a Regulus que a mi, por nuestra fantástica poción.
Al finalizar la clase, salí disparada porque Regulus había comenzado a lanzarme miradas que me incomodaban.
Pero lo que me encontré no mejoró mi situación.
James besandose con una Ravenclaw, una estúpida asiática.
-¡James Sirius Potter que hiciste!
Salí llorando sin saber que había cometido el error más grande de mi vida porque los merodeadores estaban allí escuchandolo todo.