La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 47 Aguas Profundas

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By DeyaRedfield

"El amor que nunca me diste, te lo daré.
Realmente no lo mereces. 
Pero ahora, no hay nada que puedas hacer."

"Room Of Angel" – Akira Yamaoka.  

~

Mycroft Holmes sintió leves picoteos en una de sus mejillas, por momentos pensó que estaba soñado, pero esos toques en su rostro se percibían reales.

—¡Eh! —escuchó—. ¡Eh, despierte! —Abrió sus ojos y sorprendido miró a Thomas Hooper, con la hija del Doctor Watson en brazos. Se alzó de donde estaba sentado y analizó a su alrededor una habitación que se le hacía familiar—. ¡Usted es el hermano de Sherlock!

—¿Quién eres...?

—Tommy —respondió extrañado.

—¿Cómo llegué aquí?

—Nos trajeron Eric y los guardias de Sherrinford —respondió mientras Rosie recostaba su cabeza en sus hombros—. ¿Dónde están el Doctor Watson, Sherlock y Bell? Y ¿Dónde estamos? Este lugar está muy feo. Tengo miedo... bueno, los dos tenemos miedo.

Con su ceño fruncido Mycroft vio al pequeño.

—No tengo idea joven Tommy —respondió mientras seguía observando el lugar que por más que pensó no lo ubicó en sus memorias.

—¿Qué hacemos señor? —preguntó preocupado en lo que se apegaba a él. Mycroft observó confuso al niño.

—Tenemos que salir de aquí.

—Quiero ir a casa, señor Holmes —tristemente dijo Tommy al momento que recargaba su cabeza en las ropas de Mycroft. El mayor de los Holmes quedó paralizado ante la acción del niño y unos leves sollozos provinieron de él. Sin saber que hacer Mycroft colocó su mano en la espalda del pequeño y con unas leves palmadas buscó controlarle pero le fue imposible.

—Yo los sacaré de aquí joven Tommy, pero no llore. No me gusta ver a niños llorar.

El pequeño Hooper alzó su mirada rojiza y con una sonrisa le agradeció al mayor de los Holmes por tan noble promesa.

John Watson abrió de golpe sus ojos al sentir como por sus fosas nasales entraba agua. Observó una profunda oscuridad y desesperado emergió un grito, generando varias burbujas y ondas en el agua. Manoteó y pataleó hasta que logró alzarse y respiró el aire que le faltaba. Al sentir sus pulmones despejados de agua, miró a su alrededor vislumbrando lo que parecían ser pedazos de gran roca y comenzó a caminar entre el agua. Colocó su mano sobre la roca y descubrió en donde estaba, en un pozo.

—¿Cómo demonios...?

—¡¡Hola!! —escuchó una vocecita. Alzó la mirada y la luz de una linterna le molestó.

—¡¿Quién eres?!

—¡¿Tan pronto se olvidó de mí?!

—¡¿Sebastian?! —clamó.

El niño rodó sus ojos.

—¡¡Soy Eric!! —gritó—. ¡¿Qué tan difícil es ese nombre?!

—¡¡De acuerdo, de acuerdo, Eric!! —Mencionó mientras buscaba sostenerse en las rocas—. ¡¿Cómo llegué aquí?!

—¡¡Yo lo lancé!! —confesó con diversión. John quedó inmóvil—. ¡¡Pero no se preocupe, es parte del juego!!

—¡¿Pero cuál...?! —se detuvo, cerró sus ojos y respiró profundo—. ¡¡Eric, hijo, por favor sácame de aquí!!

—¡¡No soy su hijo y no pienso sacarlo de este pozo, son ordenes de la tía Eurus!!

—Diablos —susurró—. ¡¡Eric, te lo suplico, quiero ver a mi hija!!

—¡¡No se preocupe por Rosie, ya me encargue de ella!!

Ante esas palabras John observó con rabia al pequeño niño. Sabía que no debía sentir ese tipo de emoción hacía él porque era un infante, pero ese niño no demostraba serlo. Era un demonio.

—¡¡Por favor Eric, haré lo que me pidas!! —No hubo respuesta—. ¡¡Te prometo que la tía Eurus no se enterara!! ¡¡Sácame de este pozo!!

—¡¡Lo siento Doctor Watson, ordenes son órdenes y las debo de cumplir!!

La luz que iluminó a John se desvaneció y este gritó desesperado siendo todo inútil. Golpeó al agua y maldijo por la situación en la que se encontraba, esperanzado a que su hija y los demás estuvieran bien.

« Enola es un error, al igual como lo fue Barba Roja... » Escuchó Sherlock cerca de sus oídos.

El detective se alzó de golpe, confundido por todo a su alrededor. Rodeado de oscuridad, el detective buscó desesperado aquella familiar voz.

—¡¿Eurus?! —llamó. Nadie respondió. Sherlock se detuvo y trató de analizar el lugar. Enfocó su mirada en la penumbra y vislumbró cuatro paredes—. ¡¡Eurus!! —gritó.

Al fin despiertas —escuchó en un rincón de ese lugar—. Te tomó un par de horas, pero me alegro que el sedante no te noqueara hasta otro día.

—¿Dónde estamos? ¿Dónde están John y Mycroft? —demandó angustiado.

Por ahí...

—Eurus... por favor —suplicó—. Por favor, para todo esto —ella no respondió—. ¡Hare lo que quieras! ¡Conviviremos como los hermanos que somos!

Ninguna respuesta se hizo presente. Sherlock no paró de girar en su propio eje hasta que alzó sus brazos y se dispuso a caminar en busca de alguna señal de vida junto a él. Sin ningún éxito una incandescente luz se hizo presente en ese lugar, dejando cegado al detective por unos momentos. Sherlock colocó ambas manos sobre sus parpados, la luz le había molestado, y mientras recuperaba la vista, afirmó el hecho de estar encerrado en una pequeña habitación. Una vez sus ojos recuperaron la visión, reveló que la pared estaba adornada con severas imágenes de varias personas. Por un momento Sherlock las desconoció, pero al acercarse a una pared, con horror descubrió que eran fotografías de su familia. Estaban su padre, su madre, Mycroft en cada etapa de su vida al igual que las de él y, para su sorpresa, fotos de Enola desde bebé hasta su edad reciente.

Somos una hermosa familia, ¿verdad? —oyó. Y Sherlock reveló que la voz de su hermana provenía de un alto parlante.

—¡¡Eurus!!

Padre y madre siempre tan amorosos... Mycroft nunca dejó de ser un sobreprotector... Y tú. Tú siempre fuiste alguien especial, Sherlock. Y Enola... bueno, ella es no deja de ser un error.

—Eurus... —soltó con terrible desesperación— Todos somos una familia. No seremos la mejor del mundo, pero lo somos.

Un silencio se forjó. Mientras el detective esperó una respuesta de su hermana, notó una puerta y decidió salir de ese lugar en busca de todos. Al cruzar el umbral de aquella habitación, Sherlock contempló una pequeña mesita con un teléfono sobre ella.

Acércate —ordenó Eurus. El detective movió su cabeza hacia todas partes, descubriendo altavoces en cada rincón del lugar; obedeció a su hermana y quedó frente aquella mesita—. Excelente. Debajo del teléfono esta un número telefónico —él alzó el aparato y vio una pequeña tarjeta. Le tomó y al leerle aquel contenido se le hizo conocido—. Márcalo.

Él obedeció, colocó el aparató en su oído y comenzó a teclear cada número, recordando a quien pertenecía.

—¿Por qué estoy...?

Solo espera —interrumpió. Sherlock escuchó el primer timbre, luego el segundo, hubo un tercero y siguió hasta que cortó la llamada—. Insiste.

Y sin desobedecer a su hermana el detective repitió el proceso. Dos veces más tuvo que insistir para que al fin, aquella voz femenina que conocía, respondiera su llamado:

¡¿Sherlock?! —escuchó una angustiada Molly.

—¡Molly! —exclamó.

¡Sherlock, ¿ya encontraron a Thomas?! —preguntó esperanzada y por primera vez, en todo este tiempo de conocerla, Sherlock no quería quebrantar sus sentimientos.

—Molly... yo...

No lo has encontrado —mencionó con voz entrecortada—. Debí suponerlo.

—Molly, yo te hice una promesa, te llevare a tu sobrino sano y salvo.

¡Oh Sherlock...! —soltó con una risa irónica.

—¿Cuándo te he fallado, Molly? —Preguntó mientras una leve y adolorida sonrisa se dibujaba en su rostro—. Yo nunca te he fallado —Molly no resistió y dejó caer las lágrimas que tanto había contenido. Ante el sollozar de su amiga, un nudo se formó en la garganta del detective. Nunca había sentido algo así. Una terrible culpa—. Molly...

Quiero a mi sobrino de vuelta. Quiero que todos estén aquí.

—Pronto lo estaremos y...

Pregúntale sobre el cuerpo falso de Eric Moran —interrumpió la voz de Eurus, desesperada del momento.

—¿Qué fue eso?

Sherlock bajó el auricular y miró a uno de los altoparlantes.

—¿Por qué le voy a preguntar eso?

¿No quieres saber de quién era ese cuerpo?

Sherlock pestañeó perplejo.

—¿Saber?

¡Por supuesto!

¡¿Sherlock?! —insistió Molly.

El detective pensó por unos momentos. Era verdad que al saber que ese cuerpo no era de Eric Moran, una pizca de curiosidad entró en él, sin embargo, por el caos del momento decidió ignorar sus instintos y seguir adelante con su búsqueda. Ahora que Eurus le recordaba el cuerpo, volvió a él ese instinto detectivesco y su voz interna le gritó por saber a quién pertenecían esos restos.

El detective pensó por unos momentos.

Mycroft intentó derribar la puerta de la habitación en la que se encontraban, su lado derecho del cuerpo le dolía, su insistencia fue férrea pero todo resultó imposible.

—¿Señor Holmes?

—¡Algo bloquea esta puerta! —exclamó en lo masajeaba su brazo—. Es imposible derribarla.

—¡Debe haber algo! —continuó Tommy mientras miraba a todos lados. Observó desesperadamente y descubrió, encima de la puerta, una ventanilla —. ¡Señor Holmes, mire, ahí!

Mycroft alzó su vista y miró a donde el pequeño apuntaba.

—¡La ventanilla! —exclamó maravillado.

—¡Yo quepo por ahí! Solo cárgueme y quitare lo que este estorbando en la puerta.

Él miró sorprendido al niño quien se veía decidió a cumplir su misión.

—¿Y la bebé?

—¡Es verdad! Rosie —le llamó, la bebé alzó sus ojos con él—. Debó dejarte un rato —Tommy miró de nuevo a la habitación y encontró un destruido sillón, se acercó, buscó el lado suave y sentó a Rosie, quien formó un puchero en su rostro al momento que el niño la soltó de sus brazos—. No tardaré —La bebé estiró sus brazos y movió sus deditos, pero de nada sirvió. Tommy se acercó a Mycroft y lo miró con una gran sonrisa—. Listo señor, ayúdeme.

—Vaya... —soltó sorprendido—. ¿Qué hay que hacer?

—Usted es muy alto. Procure cargarme hasta la ventanilla.

Mycroft arqueó una de sus cejas mientras miraba al pequeño quien se extrañó.

—¿Cargarte?

—¿Qué, nunca ha cargado a un niño?

—No...

—Oh... hoy será su primer día. Vamos —dijo mientras estiraba sus brazos—. Y en lo que abro la puerta, cuide de Rosie.

—Bien, aquí vamos.

El mayor de los Holmes tomó a Tommy, se dio la media vuelta y lo alzó hacia la ventanilla. El niño estiró sus brazos y con las yemas de sus dedos alcanzó el marco.

—¡Me falta llegar!

—¡Es todo lo que te puedo estirar! —se quejó.

—¡Espere, pondré mis pies en sus hombros!

—¡¿Qué?! —en ese momento Tommy colocó uno de su pies en el hombro de Mycroft, quien al ver la huella del zapato plasmada en su saco, suspiró tristemente.

—¡Listo, solo el otro pie y lo llegare!

—¡Espera niño...! —no pudo terminar su frase al ver el otro pie en su hombro.

Tommy logró colocar ambas manos en el marco de la ventana, trató de estirarse un poco más y sacó la cabeza al otro lado.

—¡Señor Holmes, deme otro empujón!

Al ver como las puntas de los zapatos del niño manchaban más su saco, Mycroft tomó sus tobillos y lo alzó levemente. Tommy se estiró, logró que uno de sus pies llegara al marco y cruzó la mitad de su cuerpo. Bajó un poco la cabeza y apreció varias cajas obstruyendo la puerta.

—¡¿Qué sucede niño?!

—Hay demasiadas cajas... puede que me tarde.

—Haz lo que tengas que hacer.

—Sí, usted no se preocupe señor Holmes.

Tommy logró cruzar la ventanilla, colocó uno de sus pies en una de las cajas y notó como estas no se desbalancean ante su peso. Bajó lentamente y Mycroft perdió la vista del niño, quedando sorprendido ante el hecho de cooperar con un pequeño para poder salir de ese lugar. 

Eric reposó su cuerpo sobre el pozo donde John Watson se encontraba, en veces escuchaba las suplicas del Doctor pero el niño hacía oídos sordos.

—¡¡Eric!! —llamó. El pequeño contempló la enorme luna llena que adornaba el cielo—. ¡¡Sé que estás ahí, por favor, asómate!! —John miró hacía la entrada del pozo, pero nunca vio la cabeza del niño—. ¡¡Eric, no me hagas llamarte por tu otro nombre!!

El pequeño suspiró agotado, se alzó de su lugar y asomó la cabeza.

—¡¿Qué quiere?!

—¡Qué bueno que te asomas! —Exclamó con una sonrisa—. ¡Eric, hijo, una vez más te lo vuelvo a repetir! ¡¡Sácame de aquí!!

—¡¡No, y ya no insista!!

—¡¿Por qué no?! ¡¡Yo no te he hecho nada malo!! —Eric arqueó una ceja—. ¡¿Acaso te he hecho algo malo?!

—¡¡A mí no pero a mi papá sí!!

John se extrañó.

—¿Tu papá...? ¡¡Yo no conocí a tu papá!!

—¡¡Ese papá no!!

—¡¿De qué hablas?! —cuestionó alterado—. ¡¿Tienes dos papás?!

—¡No, solo uno! ¡Mi papá Jim!

El Doctor Watson frunció su ceño ante la pronunciación de aquel nombre. ¿Había escuchado bien?

—¿Tu papá Jim? —se cuestionó extrañado—. ¡¿Jim qué?!

—¡¡Jim Moriarty!!

John sintió como se congeló su sangre, si bien ya estaba sintiendo el frio de la noche, la revelación del niño le hizo transformarse en un tempano de hielo.

—¿Jim Moriarty? —se preguntó—. ¿Cómo le conoce? Es imposible... él está...

—¡¿Aún vive?! —interrumpió el pequeño. John alzó su mirada, distinguió la cabeza del niño siendo iluminada por la luna llena—. ¡¡Ya no respondió!!

—¡¡Eric!! —Llamó—. ¡¡Pequeño, ¿de dónde conoces a Moriarty?!

—¡¡Es mi papá!!

—¡¡Es imposible, él está muerto!!

Ante las palabras de John, el pequeño Moran rió de manera incontrolable y aquella carcajada inundó el pozo.

—¡¡Qué ordinario es usted Doctor!! —se mantuvo riendo—. ¡¡Mi papá tenía razón!!

—¿Cómo sabes...? —paró. Sacudió su cabeza y respiró agitadamente, pensando en la posibilidad de que el napoleón del crimen siguiera vivo—. No, no, no, no... ¡¡Eric!! —Gritó—. ¡¿Tu papá está contigo?!

—¡¡Ahora no!!

—¡¿Dónde está?!

—¡¿Para qué quiere saber?!

—¡¡Solo dímelo!! —No hubo respuesta—. ¡¡Vamos Eric!! ¡¿A quién en se lo voy a decir, si estoy aquí en este pozo?! —Silencio—. ¡¡Eric, puedes confiar en mí!!

—¡¿Por qué lo haría?!

—¡¡No diré nada, te doy mi palabra, palabra de amigos!!

—¡¿Amigos?!

—¡¡Si, amigos!! ¡¡Eric, sé que en el fondo eres un buen niño, siempre debiste serlo!! —Él rodó sus ojos—. ¡¡Vamos, yo no quiero que tengamos ningún problema!! ¡¡Solo dime dónde está Moriarty!! 

El pequeño Moran observó hacía aquel punto grisáceo, el cual era la cabellera de John, y pensó en las palabras que este le había dicho. Desesperado el Doctor Watson no paró de mirar hacía la entrada del pozo, esperando por la respuesta del niño; creyó que si le hablaba con palabras dulces podría convencerlo, pero este niño había estado al lado de James Moriarty y era poco probable que fuera fácil de doblegar.

—¡¡Solo le puedo decir que esta con Bell!! —respondió y se alejó del lugar.

—¡¿Qué?! —clamó—. ¡¿Cómo que con Bell?! ¡¡Eric, regresa, por favor!! ¡¡Somos amigos y los amigos no se dicen cosas a medias!! ¡¡Eric!! ¡¡Sebastian!! —gritó furioso. El niño ni se inmutó por ello.

Thomas Hooper logró quitar la mayoría de las cajas que cubrían la puerta, algunas las omitió debido a que el peso eran doble al de él.

—¡¿Te falta mucho niño?! —preguntó Mycroft al otro lado de la puerta, con la pequeña Rosie Watson en brazos.

—Quedan algunas grandes pero no puedo, señor Holmes, tal vez usted pueda...

—¿Cuántas son?

—Como tres. Yo digo que si puede.

Mycroft rodó sus ojos, se dispuso a dejar a la pequeña en aquel viejo sillón y se preparó mentalmente para su acción.

—¡Retírate de la puerta!

El niño obedeció.

—¡Listo!

—Bien, aquí voy.

Mycroft inhaló, luego exhaló y lanzó todo el lado izquierdo de su cuerpo contra la puerta, abriendo un poco. Tommy miró sorprendido e incluso Mycroft se vio igual que el pequeño, tenía fuerzas, aunque no sabía de donde las sacó pero las tenía. Volvió a lanzarse contra la puerta y esta se abrió unos centímetros más, logrando que Tommy viera un poco de él.

—¡Usted puede señor Holmes! —animó.

El mayor de los Holmes se mantuvo dándole los golpes a la puerta hasta que esta se abrió a la mitad, Mycroft asomó un poco su cabeza y descubrió que podía salir sin dificultad y suspiró aliviado, yendo en búsqueda de la pequeña Watson. La pequeña rubia sonrió dulcemente al ver a Mycroft y a tenerlo cercas aplaudió con sus manitas, celebrando su misión.

—No agradezca pequeña —dijo mientras las tomaba en sus brazos—. Es hora de irnos.

Ambos salieron de la habitación y Tommy halagó al mayor de los Holmes, quien alzó su ego ante su acto de escape.

—Tenemos que salir de aquí —mencionó—. Debemos encontrar a Sherlock, el Doctor Watson y Enola.

Tommy miró extrañado a Mycroft.

—¿Enola? ¿Quién es Enola?

—Larga y complicada historia, joven Tommy.

—¿Me la puede contar? —preguntó mientras se sostenía de su mano.

—Si te comportas, lo haré —soltó ante la acción del niño—. Pero primero a buscar a todos.

Y los tres se dirigieron a la oscuridad del enorme pasillo que debían recorrer.

Sherlock mantuvo el teléfono en su mano, Molly no paró de llamarle y su preocupación aumento.

El nombre del detective se fue convirtiendo en un eco para él. Su presentimiento le indicaba que debía obedecer lo que su hermana decía pero, por otra parte, algo más mencionó que se arrepentiría de ello.

—¡¿Sherlock?!

—Hazlo —dijo Eurus—. O perderás más tiempo.

—¿Molly? —preguntó, al poner el auricular cerca de su oído. La forense detuvo sus chillidos—. Necesito preguntarte algo. Es urgente.

—¿Qué sucede?

—El cuerpo... el cuerpo que llegó a Barts, el que se creyó que era de Eric Moran. ¿De quién resultó ser?

Al otro lado de la línea Molly parpadeó confusa.

—¿Para qué...?

—Molly —interrumpió—. Por favor. Dímelo, te lo pido.

Ella quedó paralizada por las palabras de su amigo. Conocía a Sherlock hacía mucho tiempo y nunca, en todo ese tiempo, le había rogado algo con inmensa desesperación. Molly tragó duramente y un leve "espera" se escuchó. Sherlock ladeó su cabeza, algo confuso porque ella no le veía, sin embargo en estos momentos su cabeza no coordinó como solía serlo. Tres minutos fueron suficientes para concebir la eternidad, Sherlock ya no podía ingerir más saliva, su boca se había secado por completo. Escuchó como Molly tomó el teléfono y se preparó para lo que fuera a venir.

¿Sherlock?

—Aquí sigo.

Bien. Identificar el cuerpo tardo mucho, Anderson no supo de donde se había conseguido así que hicimos un análisis.

—Bien...

Esos restos tienen una antigüedad de más de veinte años, lo curioso es que estuvieron en un lugar húmedo, más bien, en una profundidad acuática por mucho tiempo —Sherlock frunció su ceño—. Hay deterioro en ellos. Es grave.

Pregunta a quien pertenecen —mencionó Eurus molesta.

—Molly... omite los detalles forenses y, por favor, dime de quienes son.

Si... —suspiró, en lo que oía el movimiento de unas hojas—. El cuerpo pertenece a un niño que desapareció hace años, su nombre es Víctor Trevor y...

Sherlock perdió su audición ante el nombre que se le dio. Sus memorias se vieron golpeadas ante esa pronunciación y una película frente a sus ojos apareció. Víctor Trevor fue, sino, el único amigo que Sherlock tuvo durante su infancia. Ambos eran vecinos y niños de la edad; Víctor era un muy coqueto e intrépido niño pelirrojo que amaba la aventura y los piratas. Sherlock recordó que gracias a él le fascinaron las historias de barba roja y barba negra. Otra sacudida a sus memorias llego. ¡Barba roja y barba amarilla! Eran los apodos de ambos cuando jugaban a ser piratas. Barba roja nunca fue un perro, fue su amigo Víctor. ¿Pero por qué ese bloqueo en sus memorias?

El detective dejó caer el teléfono cuando el más terrible recuerdo de su palacio mental floreció. 

—Barba roja... Víctor... tú, tú lo mataste. —Ningún sonido provino de los altoparlantes, el resonar de su nombre se mantuvo en el teléfono mientras que las lágrimas recorrían sus porcelanas mejillas—. Tú mataste a mi mejor amigo.

No lo era. ¿Recuerdas que te dije que Barba roja era un error?

—¿Por qué...?

Barba roja fue la simpatía, el apreció, el querer. Cosas que yo nunca he entendido, Sherlock. Si te dejaba empatizar con esos sentimientos, ¿qué hubiera sido de ti? Hubieras cometido los errores de todo ser humano. ¿Recuerdas cuándo te dije que eras especial? Es porque yo siempre lo supe, desde que tenemos uso de razón, Sherlock, no podía dejar que fueras alguien común. Pero llegó Víctor y todo cambio. Te alejaste de mí. Forjabas esos sentimientos, que no debías entender y tenía que actuar. Y fue cuando lo mate.

El detective no podía creer lo que su hermana decía, era horrible escuchar cada palabra frívola y vacía en ella.

—No... —soltó mientras controlaba las lágrimas.

Nadie supo lo que le paso. Duraron meses buscando al pequeño barba roja, y tú, bueno, actuaste como si yo no existiera. Tenía que volver atraer tu atención, así que queme nuestra casa, sin embargo ello fue peor y me mandaron a un psiquiátrico, descubriendo que tú me habías borrado de tus recuerdos. Mycroft me lo confirmó ¡y yo no podía creer tal acción de tu parte! Me sentí ofendida. Yo solo quería que fueras alguien como yo, con un intelecto superior, pero te importó poco.

—¿Cómo pudiste? —cuestionó hastiado—. ¿Cómo pudiste hacer tal cosa? ¡Víctor no tuvo ninguna culpa de nada, el solo fue mi amigo! —Sherlock llevó el dorso de su mano sobre la comisura de sus labios, estos temblaban y a su mente llegó más recuerdos del pequeño Trevor siendo un niño amistoso con sus hermanos—. ¡¡Nuestro amigo!! —gritó—. Y aun así lo mataste...

Confieso que, durante mi tiempo en el psiquiátrico, medite tal acción. No hubo remordimientos. Fue cuando mi curiosidad del embarazo se interpuso con ello.

—¡¿Qué demonios tiene ver Enola con esto?!

Más de lo que crees. Experimentar el traer una vida al mundo iba a reconciliar nuestra hermandad. Enola fue parte de mi idea, volveríamos a estar juntos. Pero el día que la concebí, descubrí el más terrible dolor. Supe que ella no funcionaría, fue mi error. Tenía que deshacerme de ella hasta que Mycroft me la quitó. Enola iba ser nuestro reencuentro y todo salió mal... Solo quería estar contigo, hermano. Quería que tú y yo forjáramos un ideal y todo falló.

Con el temblar de sus manos Sherlock removió sus lágrimas. Eurus era una mujer demasiado inteligente pero inestable, era el mal y la obsesión en una persona. Al matar a su mejor amigo y a punto de hacerlo con su propia hija, solo por obtener su "amor" la hacía una sociópata pura.

Ahora que lo recuerdas, y ya lo sabes, debemos terminar nuestro juego. Dime, ¿qué tienen en común Víctor, Enola y el Doctor Watson?

—¿Qué...?

Adivina.

—Eurus... haré lo que quieras, te lo juro, pero deja en paz a todos y tú y yo no iremos de adonde quieras y...

Adivina —repitió con énfasis.

Sherlock junto sus manos y cerró sus ojos. Pensó rápidamente logrando que su cerebro le doliera.

—No tengo idea —reveló.

No te preocupes, te lo diré. Ahora cuelga ese teléfono y ve a la planta baja.

El detective obedeció al pie de la letra y se fue a la planta baja. Una vez ahí observó un televisor de plasma y este encendió, mostrando el rostro psicótico de su hermana.

Bien. ¿Ya adivinaste? —Sherlock negó—. Ok, escucha.

En los altoparlantes se apreció la voz de John, quien clamaba al pequeño Moran. Sorprendido el detective gritó su nombre y este paró su suplicas.

¡¿Sherlock?!

—¡¡John!! Gracias —susurró—. ¡¡John, ¿estás bien?!!

¡No! ¡Estoy en un estúpido pozo con el niño Moran! ¡Es un maldito psicópata!

—¡¿Sebastian Moran está en el pozo, contigo?!

¡Claro que no! ¡Él vigila la entrada!

—Entiendo... entiendo. ¡John iré por ti! ¡Creo saber dónde estás e iré a sacarte y...!

¿Sherlock? —se escuchó una voz infantil asustadiza y familiar. El detective sintió la sangre acelerar por sus venas al igual que el caer de sus lágrimas.

—¡¿Bell?! —exclamaron ambos.

¡¡Sherlock!! —Clamó a llanto—. ¡¡Sherlock, perdóname!! ¡¡No quise hacer esto, no pensé que fuera a pasar esto!! ¡¡Yo...!! ¡¡Lo siento!!

—¡¡Mi niña, nada de esto es tu culpa, ¿sí?!! ¡¡Nada de lo que ha pasado es tu culpa, tú no hiciste nada malo!!

¡¡Él me dice que yo tengo la culpa, Sherlock!!

—¡¿Él?! —gritó extrañado—. ¡¿Quién está contigo Bell?!

¡Oh Dios, no por favor! —exclamó John muy preocupado.

Los lamentos de la niña fueron lo único que se escucharon. Sherlock sintió la cólera por sus venas y miró hacía su hermana.

¿Ya sabes lo que tienen en común? Uno de los dos morirá, al igual que Víctor. Y tienes que escoger a quien de los dos salvaras.

—¡Eurus, por el amor de Dios, detente! ¡Te he dicho hasta el cansancio que haré lo que me pidas, pero déjalos en paz!

Escoge. Tu mejor amigo o tu sobrina.

—No voy hacer esto, Eurus. Entiéndelo.

Si no decides, los dos mueren.

De nuevo Sherlock se llevó las manos a sus labios, su cerebro trabajó a lo mejor que pudo, ya que bajó presión le era imposible. El llanto de la niña penetró en sus oídos y la imagen de John en el pozo martirizó su mente.

Sherlock... ve por Bell —mencionó John. Sherlock abrió los ojos de par en par—. Es una niña y no merece esto.

—No te voy a dejar morir John. ¿Qué hay de Rosie? ¿La vas a dejar sin padre?

No Sherlock, ella tendrá un grandioso padre.

El detective parpadeó perplejo.

—¡No John, no digas eso!

Sé que la cuidaras bien, al igual que Bell. Estará con un buen hombre.

—¡John para!

Sherlock, quiero que sepas que me ayudaste en uno de los peores momentos de mi vida. Fuiste una luz en mi camino y siempre te estaré agradecido. Ahora, quiero que vayas por Bell. Y cuando la tengas en tus brazos, al igual que a mi hija, diles que las amo.

—¡¡Qué no te voy a dejar morir John!!

Entonces Enola muere —afirmó Eurus.

¡¡No!! ¡¡Escúchame iré por ti, iré por los dos!! ¡¡Bell!! —Llamó y su llanto fue su respuesta—. ¡¡Escúchame mi pequeña, voy a ir por ti, te lo prometo!! ¡¡Jamás te he fallado y hoy no lo haré, ¿de acuerdo?!! 

En ello se escuchó como la llamada de la niña cortó. Sherlock maldijo en voz baja y miró hacía el rostro de su hermana. A pesar de ver la locura en sus ojos, el detective veía algo más. Analizó esas cuencas azul profundo y recordó todo lo que ella le había dicho. Ella le amaba, de una manera enfermiza, pero no era su culpa. Eurus no pidió ser un ser sin empatía, y si ella le amaba, él debía corresponder a ese amor fraternal que nunca le dio.

—Eurus... necesito decirte algo.

No hay nada más que hablar. Ya decidiste.

—¡Eurus, escúchame! —exclamó—. Quiero decirte, hermana, que yo... yo te amo —el rostro de ella se frunció ante esa palabra, que tanto desconocía—. ¡Eurus, eres mi hermana y te amo!

—¿Amar?

—¡Si! Lo que hiciste, y lo que estás haciendo, ha sido terrible. Quiero que lo comprendas. Pero a pesar de tus errores, eres mi hermana y te amo. Tal vez te olvidé, pero en mi corazón siempre estuviste.

La mujer no dejó de ceñir su frente y, al querer comprender esas palabras, el televisor se apagó. Sherlock llevó las manos a sus cabellos y los estiró abruptamente. Al llevar sus pensamientos al límite distinguió unos sollozos al final del pasillo. Sin más tiempo que perder corrió hacía ese lugar y descubrió una enorme puerta oscura, la abrió y la imagen que le recibió fue la de su hermana, abrazada a sí misma y derramando algunas lágrimas. Sherlock corrió hacía ella y la tomó de su mentor, apreció como en su rostro había un increíble shock. Estaba fuera de la realidad que ella habitaba y las palabras de su hermano lograron quebrarla.

—¿Amar? —le cuestionó. El afirmó—. ¿Esto es amar?

—Es una pequeña parte de ello —Sherlock se sentó frente a ella y se abalanzó abrazarle. El detective le recibió y le acurrucó cual pequeño después de una terrible pesadilla—. Eurus, te amo hermanita. Te amo.   

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