Sol Durmiente.

By AlbenisLS

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PRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA 'ROSA INMORTAL' Rosa Arismendi, una chica recién graduada de periodista consigue... More

Provincia de Río Negro, Argentina. 1978.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34: Necromancia en San Antonio.

Capítulo 27.

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By AlbenisLS

Muchas veces en mi vida había escuchado las palabras 'te amo'. Mi madre las usaba mucho con mi hermana y conmigo cada vez que tenía la oportunidad de decirlas. Hasta mi padre, que era tan poco abierto a sus sentimientos como Celeste y yo, de manera gestual nos hacía entender que también nos amaba. Ángel, el único novio que había tenido, era de esos chicos que decía te amo cada cinco segundos, de esos que te asfixian con cumplidos, que te hacían sentir tan bien que dolía; pero aquel 'te amo' que me dijo Cristóbal en su camioneta significó más, mucho más de lo que pude haber imaginado.

Con esa frase de tan solo dos palabras, mi ser estuvo completo. Con el sonido que brotaban de sus labios me sentía inmediatamente en casa, sabía que todo iba a estar bien. Todo era demasiado cursi, pero no me importaba en lo más mínimo. Quería que fuera de ese modo junto a él para siempre, o al menos hasta que dejara de existir.

-Cristóbal...- dije, mientras exhalaba aire rápidamente de mis pulmones al escucharlo decir eso.

De repente, su cuerpo se tensó a mi lado. Se puso tan inmóvil como una piedra y, automáticamente, puso en marcha la camioneta con destino hacia su casa, mucho más allá del camino montañoso apartado del pueblo. 

Jamás había ido a la casa de la familia Bolívar, no tenía idea de como podía lucir, aunque en mi imaginación siempre la veía como un castillo medieval con antorchas y cosas tan antiguas como los dueños mismos, pero eso era una tontería. La excitación de saber por fin cual era la dirección exacta de los Bolívar me hizo olvidar momentáneamente que hacía tan solo unos minutos Cristóbal me había dicho que me amaba. Y lo peor había sido que yo no le había dicho nada, cuando me estaba muriendo por dentro. Lo amaba desesperadamente, todo lo que veía, todo lo que escuchaba lo relacionaba con él. Aunque no lograra verlo en días, sentía que siempre estaba ahí, conmigo.

El camino comenzó a ponerse algo rústico y empinado, mientras los tres vampiros y yo permanecíamos en completo y sepulcral silencio. Cada cierto rato, habían unas curvas cerradas que terminaban en un vasto acantilado, dando la impresión de que el auto volaba. Fue después de la tercera curva cuando el camino volvió a normalizarse, luciendo asfaltado y limpio, como si nadie más supiera -o pudiera- subir hasta aquella montaña, de una temperatura mucho más baja que la del resto del pueblo. Por un momento, creí que comenzaría a nevar, pero eso también era una tontería. No estábamos tan alto como para que el clima nos regalara la nieve.

El camino estaba mucho más tupido de bosque que el principio de la bifurcación. Fue entonces que por fin la vi. Vaya, esa sí que era una casa. Incrsutada como una gema preciosa en la montaña, se encontraba una mansión de color ambarino, con unos enormes ventanales que llegaban desde lo alto del techo hasta el suelo, dejando a la vista su interior, relumbrante por las lámparas largas que colgaban en lo que parecía ser unas amplias escaleras. Pero la entrada a la casa era lo que me preocupaba ¿Cómo demonios iba a subir unos dos metros a través de la espesa vegetación para poder llegar a la puerta de la enorme casa?

La camioneta se detuvo justo al frente, o bueno, justo debajo de la casa, y al instante Héctor y Lucía se bajaron y desaparecieron en la nada, dejándonos a Cristóbal y a mi solos.

-Cristóbal, escucha...- dije, en una voz algo baja por la vergüenza.

-No... Está bien.- respondió él, mirando hacia abajo, a los pedales del auto- Se que fue algo apresurado lo que... Te dije, entiendo si te sorprendiste y no...-

-Yo también.- solté, y alcé la mirada hacia donde estaba el rostro del hombre, y pude ver sus ojos otra vez, llenandome de paz.

-¿En... Serio?-

-Si, también te amo, Cristóbal Bolívar. Ya, lo dije, y me siento muy b...- pero él me calló con uno de sus suaves y embriagadores besos. Unos besos que anhelaba desde siempre, los que siempre había esperado. Puso sus manos sobre mis mejillas suavemente, sintiendo lo helado de su tacto. Sus labios fríos y delgados eran una delicia, pues sentía que mi cuerpo ardía cada vez que me tocaba, aliviando el calor inmediatamente.

Tuve que separarme de él por unos instantes, necesitaba agarrar el aliento, y mi cara de asombro hizo que Cristóbal sonriera, mostrando aquellos dientes sumamente blancos y perfectos.

-Deberíamos entrar.- dijo él, mirando de reojo hacia la casa.

Asentí, ruborizada, y salimos del auto. Hacía bastante frío, pero no tiritaba. Después de haber revelado a Cristóbal que lo amaba, mi cuerpo se había reajustado, acostumbrandose para siempre a las bajas temperaturas. Si quería estar con él, eso tenía que suceder.

Di la vuelta hasta donde se encontraba él, esperandome con la mirada, hasta que estuvimos nuevamente juntos. Cristóbal rodeó mi hombro con su brazo y me arrastró hacia él, y comenzamos a caminar lentamente hacia las plantas.

-Ehmm... Cristóbal, ¿Cómo voy a entrar a la casa? Yo no puedo volar como ustedes.- dije, mirandole a los labios, que en seguida se abrieron en una sonora carcajada.

-¿En serio crees que la única entrada es saltar hasta allá?- dijo con voz divertida, y eso me hizo sentir algo incómoda- Si te fijas bien, entre la vegetación hay una reja que da a unas escaleras.-

En efecto, al acercarnos a la montaña pude ver una enorme reja de hierro oscuro que estaba repleta por el verde oscuro de las plantas. Cristóbal sacó del bolsillo de su pantalón un juego e llaves, y escogió entre ellas una larga y de apariencia antigua. La metió en la cerradura de la reja, la giró y en seguida estuvo abierta.

-Tengo sesenta años sin usar esta llave.- dijo él sonriendo. No pude hacer más que sonreírle de vuelta.

El interior era algo similar a un invernadero. El camino de las escaleras estaba iluminado por docenas de lamparillas que emitían una luz blanquecina, que me hacían creer que eran hadas lo que iluminaban el sendero. Una cúpula de hierro tupido por la vegetación se cernía sobre nosotros. Era un lugar mágico, al igual como el de los seres que habitaban en esa casa. Mientras saubíamos a paso lento las escaleras a la casa, íbamos agarrados de las manos. Me sentía como una adolescente con su primer amor... O bueno, mejor dicho, con el gran amor de su vida.

Finalmente el camino terminó, y pude ver en todo su esplendor a la mansión ambarina. Al principio de la casa, había un amplio espacio con suelo de grava, con unos bancos y una sombrilla, que daban la impresión de que ahí se hacían muchos días de campo. Algo que me pareció gracioso. También pude apreciar que, más allá del área de grava, había un estacionamiento al aire libre con más de diez autos, todos de diversas marcas, pero obviamente muy costosos. Eso me sorprendió bastante.

-Vaya... Muchos autos.- dije, asombrada.

-Bueno... Es un pequeño lujo que Lucía, Héctor y yo nos damos de vez en cuando. Los deportivos rojo y azul son de Lucía, también aquella camioneta gris.- dijo señalando cada uno de los autos que mencionaba- Los tres deportivos negros son de Héctor, y el resto pues, son míos.-

-Te gustan los autos, ya veo. Algún día te regalaré uno como pago por el mío.- dije divertida.

-Nos gusta la velocidad. Los autos rápidos son lo mejor.- dijo él y se rió fuertemente, haciendome sonreír también. Se veía tan atractivo al reirse, que podía observarlo por horas sin interrupción.-Me debes dos autos, el tuyo y el de Sonia.-

Sonia. Aún podía verla allá en su casa, enojada conmigo por haberme ido con los seres que ella y todo el aquelarre de brujas despreciaba. Me sentí terriblemente mal por ella, y quise regresar a casa y hablar con ella, tratar de convencerla de que estaba en un error al juzgar mal a los Bolívar, solo porque los demás vampiros no eran 'civilizados'. Tal vez se notó en mi expresión mi tristeza repentina, porque en seguida Cristóbal me alzó la cara hasta la suya, y me miró con aquellos oscuros ojos suyos, tan vivos.

-Es por Sonia, ¿verdad?- dijo él con su voz profunda. Asentí, y de nuevo sentí unas lágrimas correr por mi rostro, pero antes de que cayeran hacia mis labios, él las limpió con uno de sus largos dedos - No te preocupes, es normal que las brujas nos desprecien, pero nunca nos harían daño. Ni nosotros a ellas. Somos especies neutrales.-

-¿Neutrales?- dije entre un ligero sollozo.

-Ven, entremos. Debes tener frío.- dijo, y tomándome suavemente por el brazo, me guió hasta la entrada de la casa, ubicada a la izquierda de los paneles de vidrio. Unas puertas altas y anchas de madera con una 'B' tallada en forma muy elegante. Cristóbal las abrió y entramos. El recibidor era gigante, pintado de color amarillo pastel y con un candelabro muy ornamentado. A la derecha se podían ver los ventanales que daban al exterior. Había un juego de sala bastante ostentoso que estaba puesto de manera que cualquier persona sentada en ellos viera hacia la montaña que, al acercarme a las ventanas, quedé asombrada. Una vista preciosa de San Antonio era lo que se podía observar desde ahí. A la izquierda de los muebles, se veían unas escaleras que daban al otro piso, donde había un balcón. La casa no tenía separación alguna entre la sala, la cocina y el comedor, observables a la derecha de la casa. Detrás de los muebles había una puerta corrediza de vidrio, similar al de mi habitación, que daba a lo que parecía ser un jardín.

-Tu casa es hermosa, Cristóbal.- dije.

-Gracias, pero esta no es mi casa. Esta es la casa de Lucía y Héctor. Mi casa queda después del jardín en el patio. Es algo más pequeña que esta, pero está bien para mi.-

Había una casa dentro de la casa. El terreno era mucho más grande de lo que imaginaba. Tal vez no estaba tan equivocada al imaginarme la casa de los Bolívar como un castillo. Al rato de ver embobada la preciosa casa de Lucía y Héctor, ellos aparecieron bajando por las escaleras hastadonde nos encontrábamos Cristóbal y yo. Había olvidado lo gráciles que eran los vampiros al caminar,  y pensé que si todos eran así... Incluso Ariel.

-Rosa, me alegro mucho que estés bien.- dijo Lucía, sonriendo abiertamente y estrechando suavemente mi mano, como una madre.

-Si bueno, de no ser por ustedes no se que habría pasado. El brujo... O lo que sea que estaba frente a la casa no tenía intenciones de irse. No entiendo qué es lo que está haciendo.- dije, consternada. Iba a pasar la noche en aquella casa por culpa de unos seres que no parecían detenerse por nada.

-Rosa, tememos que ese brujo oscuro esté trabajando con Ariel para algo. No se si sea por las razones de Ariel, o el brujo tenga otras intenciones. Pero debemos averiguar quién es el brujo y desterrarlo del pueblo lo más pronto posible, antes que algo peor pueda suceder.- dijo Héctor, mirando a su hermano de vez en cuando, que asentía con cada palabra cuidadosamente.

-Se que están trabajando juntos.- dije, mirando a Héctor- Ariel intentó entrar por la fuerza a la casa, en el balcón de Sonia, pero esta vez tenía fuerza suficiente para embestir varias veces, como si estuviera hechizado...- entonces, Lucía reprimió un grito. Había descubierto algo.

-¡Oh por Dios!- exclamaron Héctor y Cristóbal al mismo tiempo.

-¿Qué sucede?- dije, asustada.

-Ariel.- dijo Cristóbal, sorprendido- Está bebiendo sangre del brujo, por eso es que pudo forzar varias veces el campo mágico de la casa.-

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