Inflexión

By SofiDalesio

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Michaela Servadio está segura de una cosa: su alma se encuentra muy lejos de la salvación. Condenada por su s... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
Epílogo

XI

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By SofiDalesio

Llevaba horas sollozando. En medio de la oscuridad habitual del calabozo, su congoja era lo único que se oía. Arabella resopló con impaciencia desde donde estaba sentada, si su compañero no regresaba pronto, terminaría por matar a la prisionera a pesar de que la orden era clara. El sitio apestaba a lágrimas y desechos humanos, estos resultaban asquerosos cuando el miedo los dominaba.

Se puso de pie sin tolerarlo más. Era peor cuando el otro demonio no estaba, entonces no había nadie que la controlara o limitara. Y no había nada peor que darle rienda suelta a Arabella cuando estaba aburrida. Ella pateó el suelo sin ocultar su molestia antes de agacharse para estar a la misma altura que su víctima.

—Continúa con este lloriqueo incesable, y volveré a traer una rata para jugar contigo solo que esta vez la dejare rasgar más profundo —Arabella no ocultó su diversión al solo provocar más miedo en la joven—. Entiéndelo de una vez, Michaela. Ningún ángel vendrá a salvarte. ¡Nadie lo hará! ¡Nadie se preocupa por nadie en esta mierda de mundo!

—No es cierto —Arabella la silenció de un rodillazo a la mandíbula al escuchar ese susurro.

—Estoy aquí para romper tu alma, y no me iré a ningún lado hasta lograrlo. Sé cuánto dolor puedes aguantar sin desmayaste, cuánta sangre perder sin morir y cuánto shock logras tolerar sin tener un paro cardíaco. Podemos hacer esto largo o corto.

—Padre nuestro que estás en los cielos...

—¡Estúpida! ¡Cuánto más te aferres a esas palabras peor será! ¿Es que no entiendes que a Dios le importas una mierda? ¡Te abandonó! ¡Igual que cualquier otro ser celestial! ¡No vales nada para ellos!

—Te equivocas...

—¿Entonces dónde están ahora?

—Incluso los padres más amorosos, deben dejar ir a sus hijos en algún momento para que se cuiden y valgan por su cuenta. No nacemos para depender de otros —ella levantó la cabeza a duras penas para sostenerle la mirada, sangre deslizándose fuera de sus labios tras el golpe—. Eso es lo que tú no entiendes.

—Debí haber supuesto que serías dura de romper —Arabella sonrió y miró la cruz colgando del cuello de la joven antes de tomarla—. No durarás mucho más. No perderé contra Bianca, y ella ya casi quiebra a tu precioso novio. Cuando acabe contigo...

—No eres oscura —susurró Michaela sin ocultar su asombro.

—¿Qué?

—Puedes tocar un objeto bendito, no eres oscuras.

*

Mica se despertó sin soportar lo que seguía a continuación. Nunca había conocido un peor error que cuestionar a Arabella sobre su naturaleza. Su cuerpo se sentía demasiado débil y frío, culpó a la pérdida de sangre a pesar de saber que no era lo único. No recordaba cuándo se había quedado dormida exactamente, o cómo había terminado en la cama para ser honesta. Debió haber supuesto que Azazel le habría tendido una trampa, él nunca la dejaría ir y la mataría si no podía tenerla de regreso.

Y empezar de nuevo de cero sería un gran inconveniente en medio de la situación actual.

Había previsto el segundo tirador en el lobby del hotel, no había previsto al francotirador en el edificio al otro lado de la calle que solo la tenía a ella como objetivo. Había matado a dos humanos influenciados por un demonio mayor, y un tercero contratado. A sangre fría. No se arrepentía. El padre David no estaría contento de escuchar aquello en su próxima confesión. Los dos tiradores ni siquiera habían tenido oportunidad de actuar, ella los había ejecutado antes que pudieran, y tampoco había escuchado sus suplicas por piedad o sus lágrimas por miedo.

Evitar problemas al huir de la zona del incidente había sido fácil, aunque no le había dado mucho tiempo para tratar su herida tras cargarse también al francotirador. No había pensado al momento de recurrir a Luc, se negaba a visitar de nuevo el hospital tras su sospecha sobre el enfermero. Había intentado a él quitarle toda la información posible sabiendo que el chico ocultaba algo, pero apenas había tenido fuerzas entonces y una vez que Luc había agarrado su violín ella ya no recordaba el resto.

Metió una mano debajo de su camiseta y acarició la delicada cruz de plata descansando contra su pecho. No podía pensar en la última vez que la había usado, al menos no en esa vida. La había tirado al fondo de la maleta como cada vez que partía de Roma, un tic por un simple objeto que poco le importaba, pero luego de su cruce con Azazel y sabiendo que debería dejar todas sus cosas detrás, era lo único innecesario que se había molestado en salvar. Se sentía correcto acariciar sus incrustaciones de zafiro, un pequeño recordatorio que los seres oscuros no toleraban tocar objetos benditos. O quizás ella creía tan poco en estos que en realidad no tenía efecto. Ese era un problema, los rezos y crucifijos eran tan fuertes como las creencias de quienes los usaran, y Mica ciertamente no creía en nada de eso. Su espíritu se había roto por completo en su primera vida, antes de ser condenada a todo lo demás.

Guardó silencio, sin desear regresar al sueño o hacer nada más, hasta que las horas pasaron y el despertador terminó por sonar. Escuchó a Luc murmurar algunas incomprensibles palabras en francés mientras intentaba silenciar el aparato a ciegas. No era confiable. Una y otra vez se repitió que el joven no era confiable, pero tampoco lo era Azazel. No debería afectarle eso, pero aun así... No debería jamás haber confiado en él, sin importar lo que hubiera creído en un principio.

—¿Siempre te levantas tan temprano? —preguntó ella girándose para verlo.

—Tengo que abrir el café a las seis —Luc suspiró al sentarse y frotar su cara con sus manos mientras intentaba espabilarse.

—¿Sin importar a qué hora te duermes?

—Nunca ni un segundo tarde, de lunes a viernes.

—Eres diligente —Mica se apoyó sobre su codo para observarlo mejor—. Y paciente, templado, generoso, humilde, caritativo...

—Tienes fiebre.

—Los demonios siempre sobresalen en alguno de los pecados capitales, y se rodean de personas de ese tipo. ¿Para quién trabajas?

—No soy a quien buscas.

No, porque Mica podría pasar una eternidad cazando a Zabulon y sabía que jamás lo encontraría. Él se vistió en silencio y luego se encerró en el baño. Lo estudió, intentando descubrir la pieza que le faltaba para entenderlo del todo. No era anormal que humanos colaboraran con demonios a cambio de algo, pero Luc no destacaba en ninguno de los pecados habituales. ¿Lujuria, tal vez? Él siempre había mantenido su distancia con ella, quizás supiera lo suficiente como para cuidarse de no ser descubierto.

Regresó minutos después, cabello peinado y colonia ya puesta, y dejó en la mesa de noche a su lado una tira de aspirinas. Era un mentiroso. Eso era todo en lo que ella podía pensar al verlo. Debió haber sospechado desde el principio que eso saldría mal del peor modo posible. El padre David siempre le había advertido sobre su gusto en chicos, y que Lucifer había sido el ángel más hermoso antes de develar sus verdaderas intenciones y caer.

—McKenzie debería estar muerto —ella mantuvo su insistente mirada a pesar que era evidente que él la ignoraba—. Eso es lo que siempre se sintió mal en este caso. Todos creen que soy una pesimista que piensa eso, pero vi el video del ataque y conozco la fuerza de ese demonio, y ese viejo debería estar muerto.

—Necesitas descansar luego de lo de anoche —Luc tocó suavemente su frente y suspiró—. Tienes fiebre. Tómate dos aspirinas y duerme.

—Le gustaban tus croissants.

—Si eso lo ayudó a sobrevivir, me aseguraré de traerte alguno para el almuerzo —él miró con curiosidad la cruz en su mano—. Pensé que no creías en esas cosas.

—No lo hago. Vinimos a este mundo para valernos por nuestra cuenta.

—No seas tan dura con tus creencias, no siempre se está solo. Volveré en unas horas, descansa y no revises mi departamento. Odio que toquen mis cosas y ya lo hiciste todo la primera vez. Tienes mi número cualquier cosa.

Luc recogió el estuche con su violín de donde solía dejarlo junto a la ventana y partió. Ese era el problema. En algún momento él había decidido acogerla bajo su ala y hacerla otra más de sus responsabilidades, y ella lo había aceptado. Ya había cometido el error de aceptar lo mismo de parte de otro, y había resultado ser un demonio al final. No había nada peor que la cercanía, porque entonces era fácil bajar la guardia y cometer errores.

Permaneció en cama de todos modos, su cuerpo demasiado agotado para reaccionar. No tenia ganas de hacer nada, y comenzaba a sospechar que Luc era mucho más inteligente de lo que había pensado en un principio. El padre David la llamó dos veces, seguramente para preguntar qué había sucedido el día anterior y reclamarle por sus acciones, pero no contestó. La Iglesia debía haberse ocupado de cubrir el asunto y arreglarlo con la policía local, había encubierto tantos crímenes desde siempre que un tiroteo y tres muertes no sería lo peor.

Olivier le había enviado otro mensaje, pero tampoco deseaba leerlo. Ella le había dicho de su encuentro con Azazel, él había respondido horas después con un simple "que mal...". ¿Hubiera sido mucho pedir que al menos le preguntara cómo se encontraba sabiendo lo que el demonio significaba para ella? Las personas nunca se preocupaban por ella como para preguntarle cómo estaba. Confiaban tan ciegamente en que podría encargarse de todo, y Mica se las arreglaba a duras penas para poder, que en realidad no se preocupaban y a ella le gustaría saber que al menos le importaba lo suficiente a alguien como para preguntar.

Tragó ambas aspirinas cuando la migraña fue lo suficientemente fuerte como para no ignorarla. Necesitaba estar en su mejor estado para esta noche, una oportunidad así no se presentaba siempre. Una trampa. Porque la herida de bala apenas la sentiría en una semana, pero un día para recuperarse no era suficiente.

McKenzie debería estar muerto. No era pesimista, era realista. No había modo que un anciano como él sobreviviera al ataque de un demonio, si el shock no lo había matado entonces el impacto físico debería haberlo hecho. Había un marco de poco más de media hora entre que el viejo había sido atacado y había ingresado al hospital, lo cual considerando el tiempo de viaje que Mica había medido, implicaba que la ambulancia había sido llamada enseguida después del ataque. Los demonios no eran tan amables como para hacer eso. La calle había estado vacía a esa hora.

Se levantó al escuchar los golpes en la puerta. Era demasiado temprano para que Luc estuviera de regreso, aunque ella poco sabía de su horario en el café más que se ocupaba de abrirlo y cerrarlo cada día. Se levantaba demasiado temprano para eso, su edificio lo suficientemente cerca como para que pudiera ir caminando al trabajo y estar allí en menos de diez minutos.

Los golpes no cesaron hasta que ella no abrió la puerta. Una perdida Joanne parpadeó al observarla sin comprender. Siendo sincera, Mica tampoco comprendía mucho. Se sentía desanimada, y eso era horrible, pero a veces todo parecía tan contundente que no deseaba pelear más. No todos deseaban ser salvados, y ella no tenía por qué esforzarse por esos.

—Eres la sobrina del padre McKenzie. ¿Ahora vives con Luc?

—Solo me quedé a dormir.

—¿Te dejo tocar su cama? —preguntó Joanne sin ocultar su asombro y bajó la voz—. Él no deja que nadie toque su cama.

—Y yo no dejo que nadie me diga qué no hacer.

—¿Está Luc?

—Trabajando.

—Pero si es sábado.

—Es viernes.

—Sábado.

—Trabaja igual.

—¡Me está evitando apropósito!

—A mí una vez me prohibió recibir comida en el café. ¿Puedes creerlo?

—Es malo.

—Absolutamente. También era malo con McKenzie —aventó Mica y Joanne frunció su ceño en concentración.

—No. Era bueno con el padre McKenzie. Siempre le regalaba croissants.

—Entonces está triste por lo que le pasó. Pero Zabulon no está contento.

—¿Zed volvió a cambiar de nombre?

Mica suspiró al escucharla, por supuesto que Luc le habría mentido. Las personas siempre le mentían. Bianca, Azazel, Olivier, Luc... ¿Por qué siempre lo hacían? Ella odiaba las mentiras. La habían engañado tanto para aprovecharse antes que aprendiera a protegerse mejor. ¿No estaba haciendo lo mismo ahora con Joanne? Se hizo a un lado para dejarla pasar, Luc no había dicho nada sobre no saquear su cocina y esa chica se merecía algo de comida si Mica iba a manipularla tanto para sacarle información.

—Vamos, veamos qué podemos robarle a Luc para el desayuno —comentó Mica.

—No tengo hambre.

—Ahora, eso debería ser un pecado capital.

—También te duele —Mica la miró sobre su hombro.

—¿Qué cosa?

—El mundo —respondió Joanne deteniéndose—. Luc dice que no eres como yo, pero sé que el mundo también te duele. Lo he visto. Duele feo. ¿Quieres de mi polvo mágico? Rufi me dio más esta mañana.

—No.

—Te hará sentir mejor.

—No deberías consumir eso.

—Es peor cuando no lo hago. Entonces no tardo en intentar matarme o eso dicen Luc y Rufi.

—No los escuches.

—Ellos me cuidan.

—No lo hacen. ¿Quién es Rufi?

—Un amigo de Luc. Él fabrica el polvo mágico.

—¿Él también juega al nexus meus?

—No, solo Luc. Pero él es malo y no me deja jugar.

—No deberías.

—¡No es justo! Él tampoco debería. No puede jugar sin mí.

—Jugaste.

No fue una pregunta, sino una afirmación, y la mirada de Joanne le dijo todo lo que necesitaba saber. Luc había dicho que no había tenido problemas al salirse del juego la vez anterior, no había comentado nada sobre su compañero de entonces. ¿Por qué otra razón él se sentiría tan responsable de Joanne? La chica no había tenido tanta suerte de salirse intacta, y casi parecía lógico. Nadie podía acercarse tanto a un demonio sin salir roto como ella lo había hecho.

—Nadie me quiere decir dónde son las partidas, creen que yo metí al padre McKenzie —protestó Joanne—. ¡Pero yo no fui!

—Te creo —Mica se dio vuelta para buscar en la alacena—. ¿Crees que Luc tenga algo de crema? Adoro la crema.

—Luc cocina su propia crema.

—Eso no es conveniente —Mica suspiró al cerrar la alacena y se dirigió a la heladera—. ¿Tienes problemas para comer?

—No tengo hambre.

—Yo suelo comer sin tener hambre. Inténtalo, es genial. Al padre David no le gusta mucho, pero la gula es natural para mí.

—No puedo tragar.

—Lo sé, es horrible. La gente no entiende —Mica sacó un par de huevos y buscó azúcar—. Cuando hago algo muy malo, me encierran en tiempo de meditación para purificar el alma. El ayuno es obligatorio. Luego me toma días siquiera tragar media hamburguesa sin sentirme mal. Los demonios disfrutan de empujar a los humanos a ese tipo de cosas, Levi dice que los trastornos alimenticios son el dulce elixir de su vida.

—¿Levi?

—Leviathan. El príncipe del infierno a cargo de la envidia —Mica le sonrió sin emoción al mirarla—. ¿Quién crees que impuso todos esos estereotipos de ideal de belleza? Envidias a las modelos, haces cualquier cosa por alcanzarlas, y Leviathan se alimenta de eso.

—No lo conozco.

—No quieres conocerlo, es un sujeto insoportable. Siempre que salgo del tiempo de meditación el padre David me prepara el mismo postre. Nunca falla.

Tenía tantos dotes para la cocina como Joanne debía tener para la cacería de demonios, pero un huevo batido dulce no parecía un gran desafío. Encontró un recipiente donde prepararlo y le entregó la mezcla a Joanne una vez estuvo lista antes de coger dos cucharas. Ella hizo una mueca, Mica hundió la cuchara y comió un poco sin dudarlo. No sabía tan bien como el del padre David, pero era dulce y eso bastaba. Joanne dudó un momento más antes de comer también.

Escuchó a Luc volver un buen rato después. Lo imaginó yendo a su habitación para dejar su violín antes de dirigirse a la cocina. Mica se puso de pie dispuesta a enfrentarlo sin tolerar más mentiras. Luc se detuvo al verla junto a Joanne comiendo de un tazón. La bolsa marrón que cargaba cayó al suelo junto con los croissants dentro. Mica abrió la boca dispuesta a reclamarle, sin saber si sería por las mentiras o la comida, pero no tuvo oportunidad alguna. Él se le echó encima y la abrazó fuertemente.

—Merci —murmuró—. Merci beaucoup.


*


Seguía sin poder creerlo. ¿Cuántas semanas llevaba luchando por lograr que Joanne comiera algo? Mica no debía de tener idea del peso de lo que había logrado, y él le estaría eternamente agradecido por ello. Aun si Joanne no había comido más que eso, y luego había partido sin siquiera aclarar qué estaba haciendo allí en primer lugar.

—Espuria —murmuró Mica a su lado acentuando cada sílaba.

—¿Qué?

Caminando junto a ella en medio de la noche casi se sentía como caminar junto a un fantasma de lo silenciosa que era. Aún guardaba el recuerdo de sostener su cuerpo y no sentir peso alguno, tal vez ese fuera su secreto para ser tan discreta. Casi no había hablado en lo que iba del día, lo cual era inusual, pero también se la había pasado en cama o cambiando sus vendajes y sorprendentemente ahora parecía bastante bien, como si no tuviera herida alguna. Aunque Luc podía afirmar lo contrario.

—Espuria. Es una palabra inteligente. De niña siempre me gritaban eso, pero no entendía qué era, mamá me dijo que no los escuchara. Es una de las palabras favoritas del padre David. Él me explicó lo que significa. Una relación espuria es cuando dos cosas parecen estar relacionadas, pero no es así. Dice que yo aparento una cosa, pero no lo soy.

—Eso no es lo que significa espuria.

—¿Entonces qué significa? —preguntó Mica y Luc suspiró al ser incapaz de responderle ante su inocente mirada, supuso que incluso los curas mentían ante esos ojos verdes.

—Nada, solo no es una bonita palabra.

—Una relación espuria es que mi masajista haya muerto cuando yo tenía turno. Yo no la maté. Pero a simple vista, podría parecer que sí.

—Es más complejo que eso, estamos hablando de estadística descriptiva.

—¿También eres un genio matemático?

—Fui a la universidad.

—Yo no. Es aburrido. Reprobé el seminario de exorcismos por ausencias. Y también por mala praxis. No tengo paciencia.

—Existen distintos tipos de inteligencia, el problema es que los sistemas educativos habituales suelen evaluar solo uno generalizado y por eso cometen tantas fallas. No soy un genio matemático, pero dame unos pocos segundos y puedo improvisar una melodía completa. ¿Por qué me cuentas esto?

—Porque mientes mucho, pero no eres un demonio, y creo que no eres una mala persona. Necesito confiar en mi compañero del nexus meus.

—Las personas ya no confían tan fácil hoy en día como lo hacían antes. ¿No?

—Antes los demonios eran más evidentes, ahora aprendieron mejor a ocultarse e influenciar al resto. Joanne jugó contigo la vez anterior.

—Joanne no está en su mejor momento y no disfruto de ver cómo otros se aprovechan de ello —Luc no se molestó en ocultar la frialdad en su voz.

—No me arrepiento. Hace un buen rato que no siento remordimientos. Te dije que necesito toda la información posible para ganar. ¿Un demonio la dejó así?

—Tu Iglesia la dejó así. La discriminaron y juzgaron, y la castigaron. A una chica inocente que solo estaba intentando hacer lo mejor que podía en vida.

—Algo habrá hecho, la Iglesia no castiga sin razón. McKenzie la estaba ayudando.

—Tu religión la rompió, ella se cruzó a un demonio que no hizo más que empeorarlo y creyó que jugando al nexus meus podría recomponerse.

—Así que la chica rota te lloriqueó un poco pidiendo tu ayuda porque necesitaba un compañero y tú como el amable caballero de brillante armadura accediste creyendo que le estabas haciendo un favor... ¿No lo ves? El demonio consiguió un dos por uno. Ahora, ese es un excelente cupón, dos almas por el esfuerzo de una.

Era mucho más complicado que eso, más oscuro y retorcido también, pero él no tenía ganas de intentar explicarle a Mica ni quería pensar en ello porque entonces la odiaría por trabajar para el Vaticano cuando este había matado en vida a Joanne. No podía culpar a Mica, eso sería ridículo, pero tampoco quería juzgarla por hacer ojos ciegos a todos los crímenes de sus empleadores.

—Me salí del juego cuando supe que ella perdería definitivamente en la próxima partida, y Joanne no podía jugar sin mí. Nadie más quiere aliarse con ella, y no puedo permitir que se vuelva a meter en esto.

—Luc, te daré un consejo que me habría ahorrado demasiados problemas cuando era como tú. Nunca digas que sí a algo que incluya la palabra demonio, sin importar si hay una chica linda llorando, riquezas inimaginables o tu mayor deseo de por medio —ella juntó sus manos delante y mostró una gran sonrisa de entusiasmo—. ¡Ahora vamos a cargarnos unos buenos demonios! ¡Me gusta ganar!

No dudaba de su gusto por vencer, más si se trataba de un demonio, aunque tampoco creyó que lo dijera tan en serio. Menos de una hora después, Mica ya había vencido en dos enfrentamientos y estaba saltando sobre las puntas de sus pies como una niña mimada. Rufi se había referido a ella como una sicario, le inquietaba lo cual era más de lo que cualquier demonio había logrado hasta el momento, y la había tratado como una asesina imbatible.

El salón de fiestas en donde se encontraban resultaba demasiado lujoso comparado con los túneles a los que él estaba acostumbrado, y por más que intentó saber cómo Mica se las había arreglado para conseguir una invitación a una partida de tal nivel, ella no hizo más que sonreír al decir que tenía sus métodos por más que sus ojos no brillaban con la misma diversión al responder.

Había demasiados demonios también. No beneficiarios del nexus meus, sino del tipo que llevaban siglos vagando la tierra, peligrosos y acechadores. No era el mejor sitio para estar, y el hecho de tener su violín consigo era lo único que lo detenía de darse vuelta y huir. Uno debía ser consciente de sus propios límites.

—¿Estás bien? —preguntó Mica deteniéndose delante de él.

—Casi no te han golpeado, sigo entero —respondió Luc honestamente.

—¿Confías en mí?

—Tengo que hacerlo. ¿Confías en mí?

—No tengo bonitas experiencias confiando en otros —él se paralizó cuando ella se colgó de su cuello con sus brazos, pegando sus labios a su oído para que nadie más fuera capaz de oírla—. Necesito que me hagas un favor, Luc. La contraseña de mi móvil es uno, dos, tres, cuatro. Si algo llega a pasarme, hay un mensaje ya escrito que necesito envíes al padre David. Si no lo haces antes del amanecer, Alessandro sabrá de ti y de tu familia, y él no es tan tolerante como yo en cuanto a sus prácticas. No me gustan las mentiras, no me importa el motivo detrás.

—¿Qué hiciste? —preguntó él en un susurro.

—Tuve una amiga una vez. O al menos creí que lo era. Entonces me mató, porque era una mentirosa en quien no debí confiar nunca, y rompió mi alma más allá de la salvación. Solo necesitó fuego. Y creo que eso está haciendo contigo ahora. Solo quiero vengarme, pero si la Iglesia pregunta, di que quise salvarte. Eso le gustará al padre David.

—Mica...

—Tranquilo, no sentirás nada —ella lo soltó y se inclinó a un lado para mirar detrás de él—. Torturé al francotirador antes de matarlo, más por placer que otra cosa, escupió todo enseguida. ¿Temes y por eso hiciste trampa, Bianca?

—Nunca envíes a un humano a hacer tu trabajo.

Giró enseguida al escuchar esa voz. No se dio cuenta que Mica lo estaba sosteniendo hasta que intentó moverse y su agarre lo detuvo. La otra joven no desvió su desinteresada mirada de sus uñas, como si estuviera comprobando su perfecto estado. Una menor, no debía superar los quince años, como tampoco superaba el metro y medio. Pero las apariencias no importaban, porque el demonio blanco era inconfundible y su nombre sonaba tan profano.

—Nunca creas que un humano no va a estropear lo que arreglaste —Mica lo soltó y avanzó hasta estar delante de ella—. No está bien golpear viejos locos como McKenzie.

—No está bien meterte en cosas que no te incumben.

—Debiste quedarte en el infierno.

—Y tú deberías morir de una maldita vez.

No supo cuál de las dos fue la primera en dar un golpe. Los invitados se hicieron a un lado al ver que una pelea se había armado fuera del sitio establecido. Los gritos de incentivo no tardaron en aparecer, al igual que la sangre. Había demasiado rencor y odio de por medio, demasiados deseos homicidas. Era como ver en cámara lenta el paso a paso de una inevitable tragedia.

Mica podía ser mayor y su inexistente peso permitirle recibir cualquier golpe sin sufrir gran impacto, pero seguía sin poder igualar la fuerza de un demonio y estaba herida. Su cuerpo no tardaría en traicionarla por eso. No resistiría mucho más bloqueando y recibiendo golpes. Luc la vio terminar al otro lado del salón por una fuerte patada de su oponente, y a duras penas lograr ponerse de pie para evitar el siguiente golpe.

Luc se tensó cuando Ace se detuvo junto a él. Hubiera reconocido su oscura presencia en cualquier lugar. Aferró con fuerza el estuche de su violín para recordarse que no estaba solo. Deseaba intervenir más que nada, sabía que en tal estado Michaela no duraría mucho, pero las reglas eran estrictas y no podía permitirse romperlas. Su cuerpo le rogaba por una acción abandonada demasiado tiempo atrás, pero en aquel caso y con más humanos que demonios presentes, el remedio podía ser peor que la enfermedad.

—Ah, mi querida Michaela siempre fue demasiado obstinada como para pelear sin importarle sus heridas —suspiró Ace—. Es hermosa cuando tiene esa mirada asesina. ¿Verdad, Lucien?

—No vine para hablar contigo —no lo miró al momento de responder fríamente.

Bianca. El demonio blanco finalmente tenía un nombre a pesar de lo inusual que resultaba. Debería matarla, deseaba hacerlo, pero eso iba contra sus límites y Zed lo castigaría de solo saber dónde se encontraba. Debería llamar a Rufi, estar solo allí era un suicidio, pero tampoco podía involucrarlo. ¿Entonces qué hacer? Mica gimió cuando la otra joven la pateó en el suelo, justo donde estaba su herida. Bianca era más rojo que blanco ahora, todo producto de su eterna enemiga, pero su fuerza no había disminuido en ningún momento.

—No, estás aquí porque mi mascota cogió algo que era tuyo y lo quieres de vuelta —Ace sonrió con conocimiento sin desviar su mirada del combate—. ¿Le has dicho la verdad detrás de tus motivaciones a Michaela? A ella no le gustan para nada las mentiras. ¿Sabe tu jefe lo que andas haciendo?

—No es tu asunto.

—Oh, entonces le estás mintiendo a él también. No estará nada contento tampoco —Ace se deslizó detrás de él, bajando su voz a un suave susurro—. Seguro que impuso el período de abstinencia. ¿Verdad? Una completa injusticia. Te degradas a este mundo de impurezas y pecado para poder disfrutar un poco del fruto prohibido, te comprometes por años a cumplir con tu contrato, y Zed te arrebata tu libertad de tus manos solo porque las cosas se complicaron un poquito. ¿Sabe del tiempo que pasas con Michaela?

—Aléjate.

—No te juzgo por cómo la miras, la eduqué personalmente para que fuera capaz de corromper al más santo de los hombres. Después de todo, nadie nunca fue capaz de resistirse a su padre. Está bien si la deseas, es natural. Todos siempre se sienten un poco atraídos por la oscuridad.

—Ella no es oscuridad.

—No, soldadito, engáñate al decirte que en realidad es luz. Compartiste lecho con ella. ¿No es así? Me lo contó. Debió haber sido una terrible tortura para ti, tener a una mujer como Michaela tan cerca y no poder hacer nada, sobre todo porque le gusta dormir casi desnuda, y todo porque tu jefe quiso imponer el período de abstinencia justo ahora. ¿Hace cuánto tiempo no estás con una mujer, Lucien? No es nada justo lo que te está haciendo, tú no te enlistaste para esto. Y Michaela, ella merece mejor que el sujeto con el que anda. ¿No es así?

—Son sus decisiones —Luc cerró los ojos e inspiró profundamente para convencerse de sus propias palabras—. No intervendré.

—¿Pero no es tu deber el hacerlo? ¿No te gustaría que ella fuera uno de tus pequeños proyectos personales? Te diré un secreto, su piel es incluso más suave de lo que ya debes haber imaginado, sus besos la mejor droga que podrás probar en este mundo, y los sonidos que hace con sus labios... Harían sentirse miserable incluso al mejor arpista de Dios, pero eso lo sabes a la perfección —Ace rozó su nuca con sus dedos y él casi se estremeció—. ¿No quieres escuchar la música que produciría en unas manos tan adiestradas como las tuyas?

—¡Ya basta! —Luc alejó su brazo enseguida e impuso dos pasos entre ellos—. Deja de jugar conmigo.

No podía dejar que sus palabras lo confundieran. ¿A cuántos Ace había destruido del mismo modo? Joanne había tenido una oportunidad de recuperación hasta que él la había alcanzado. Era imperdonable. Todos los males que ese demonio había provocado eran imperdonables. Y si él era la verdadera mente maestra detrás de todo esto... Entonces odiaba admitirlo, pero tendría que llamar a Zed.

Un agudo grito lo sacó por completo de su pequeña burbuja. Se giró solo para ver a Mica en el suelo, el demonio blanco a horcajadas sobre ella. En algún momento había logrado arrebatarle el cuchillo y ahora lo estaba usando para intentar apuñalarla directo en el corazón. La punta ya había atravesado ropa y carne, y Mica estaba sosteniendo la hoja con sus dos manos en un intento por evitar que llegara mas profundo mientras se empapaba de sangre. El demonio mantenía su otra mano sobre su antigua herida, presionando en un intento por lograr que cediera.

—Grita de nuevo. Grita al igual que tu madre cuando la quemaron en la hoguera por bruja —exclamó el demonio blanco—. ¡Grita y muérete de una vez!

La mataría. Allí en medio de todos y delante de sus propios ojos. ¿No le había dicho él que estaría para apoyarla cuando lo necesitase? ¿No había jurado ponerle fin al nexus meus a cualquier costo? El demonio blanco ya había hecho demasiado, no podía permitir que también asesinara a Mica. No había sido una pelea justa desde el principio. Y Mica... él no quería perderla, no luego de ver la luz que en realidad emitía.

Se olvidó de las palabras de Ace y cualquier duda sobre por qué sabía tanto de ella, de todas las advertencias de Rufi y las represalias que Zed tomaría, de los riesgos e incumplimientos. Dejó el estuche en el suelo y lo abrió con un simple clic. Escuchó a Ace soltar una maldición a sus espaldas, pero fue mucho más rápido en actuar antes que pudiera detenerlo. El violín golpeó su cuello, las cuerdas casi cortaron sus dedos, pero el arco no falló al momento de tocar.

Los movimientos fueron demasiado apresurados como para herirlo, pero la melodía no vaciló ni una sola nota. Necesitaba ser rápido y efectivo. Cerró los ojos, imaginando cómo uno a uno los presentes cedían a un pesado sueño en cuestión de un parpadeo. Ace no tuvo la oportunidad de alcanzarlo. Se esforzó por tocar tan veloz como fue posible para lograrlo enseguida. Sus dedos dolieron por la presión, siseó al sentir el ardor en su cuello y sabía que el arco quedaría grabado en su mano por la fuerza con que lo sostenía, pero poco le importó.

Confío en que Mica sería más fuerte que su oponente al resistirse a la música, ella tenía que serlo. Uno a uno escuchó los golpes de cuerpos cayendo al suelo pero no se detuvo. Necesitaba seguir, necesitaba ponerle fin a todo cuanto antes y asegurarse que ninguno más interviniera. Zed no estaría nada contento. Rufi lo regañaría por haberse expuesto. Su madre lo abrazaría y diría que había tomado la decisión correcta.

Continuó hasta que el silencio fue absoluto y ya nadie quedaba consciente. Abrió los ojos solo para comprobar que era el único que quedaba de pie. Cayó de rodillas sin poder soportarlo más. Le dolía respirar. Por un instante llegó a temer que se desmayaría por la exigencia del esfuerzo. Su cuerpo no perdió el tiempo en pasarle factura por lo que había hecho. Demasiado rápido, demasiado intenso. Un alto demonio como Ace ya bastante difícil era de afectar por su cuenta sin contar a todos los demás presentes.

Levantó la cabeza solo para ver a Mica a unos pocos metros. Metió con cuidado su instrumento de regreso a su estuche y se acercó hasta ella. El alivio lo inundó al ver que el cuchillo no estaba clavado en su pecho. Bianca había caído inconsciente a su lado, su cabello completamente blanco mezclándose con el negro de Mica, su pálida piel contrastando con la bronceada de ella, pero ambas cubiertas por la misma mezcla de sus sangres.

Lo supo con solo mirarlas. Estaban destinadas a destruirse mutuamente, fuera en esa o cualquier otra vida. Puso una mano en el cuello de Mica solo para comprobar que aún tenía pulso. Ace se equivocaba. Ella era luz, del tipo tenue y silenciosa, como la luna capaz de iluminar sutilmente la más oscura de las noches. Él había intentado corromperla y ella había resistido, y por eso resultaba tan peligrosamente hermosa.

Se quitó su chaqueta y la usó para cubrirla. Necesitaba sacarla de allí cuanto antes. Estaba demasiado herida como para resistir mucho más. La pérdida de sangre terminaría lo que el demonio blanco había empezado si no hacía algo pronto. Había una sola persona capaz de salvarla, aunque eso le costaría todo.

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