XII

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Más rápido. Más rápido. Más rápido.

En medio de la oscura noche, sus pasos no hacían ruido alguno mientras corría por las estrechas callejuelas de Venecia, aunque no podía evitar los eventuales chapoteos del agua acumulada en el empedrado. Sus prendas se pegaban a su cuerpo luego de haber estado dentro de un canal, el frío se calaba hasta sus huesos. ¿Cuánto tiempo llevaba huyendo? Necesitaba moverse más rápido.

La chica que cargaba en su espalda gimió llamando a su madre, ya nadie respondería. Ella apuró el paso al saber que le quedaba poco tiempo. Poco le importaba estar dejando un rastro de sangre y agua a su paso. Necesitaba correr más rápido. Solo unos cientos de metros más, podía hacerlo. El peso extra la obligaba a ir por tierra, pero podía lograrlo. Tenía que lograrlo. Sería el único modo de demostrarse que podía ser buena también.

Las calles se encontraban completamente vacías por las horas, las personas aterradas en sus hogares por las leyendas de demonios acechando y cumpliendo religiosamente el toque de queda por protección. Semanas atrás, había reído con orgullo al ser una de esas historias, ahora solo podía pensar en todos los males que ocultaba la oscuridad y podrían atraparla. Los había perdido demasiada distancia atrás, pero de todos modos podía sentirlos persiguiéndola en alguna parte.

Se vengaría. De todos y cada uno de ellos. Los cazaría uno por uno, aunque le tomara toda la eternidad. Los rastrearías hasta sus oscuras madrigueras, y entonces los obligaría a ponerse de rodillas antes de rebajar sus gargantas. Su único dios siempre había sido la venganza, así que pondría su cuerpo al servicio de cualquiera que se la prometiera a cambio. Poco le importaba tener que recurrir al mismo carnicero, si este ponía un cuchillo en su mano y le señalaba a los culpables.

Cruzó la Piazza San Marco cuando se había jurado que solo pondría un pie allí para incendiarla. El aire se sentía tóxico, una punzada de dolor atravesó su corazón como si los mismos ángeles de piedra que la rodeaban desde las alturas la atacaran con sus armas invisibles. Continuó a pesar de todo. Había luz en su mirada. Era capaz de pronunciar nombres sagrados sin trabarse y tocar objetos benditos sin quemarse, si se esforzaba podía incluso rezar sin que las palabras fueran dolorosas.

Subió desesperadamente los escalones de la basílica, ignorando todos los impulsos de su cuerpo que le rogaban el correr en la dirección opuesta. Los demonios no podían pisar terreno sagrado. Los demonios no eran capaces de permanecer mucho tiempo en la Piazza San Marco. Los demonios eran repelidos por los símbolos religiosos. Se repitió eso una y otra vez mientras su voluntad luchaba por ser más fuerte que el rechazo de su cuerpo.

La puerta estaba cerrada. La empujo de una patada pero no cedió. La chica en su espalda estaba dando sus últimos suspiros. Sintió la urgencia invadirla mientras el tiempo se acababa. Apretó los dientes y embistió con su hombro la pesada puerta de madera. Algo crujió. El dolor le arrancó un grito. Repitió la acción sin detenerse hasta que la cerradura cedió y trastabilló dentro de la basílica.

Apenas logró mantener el equilibrio lo suficiente hasta llegar al frente del altar principal. Cayó al suelo sin poder evitarlo, el cuerpo de la joven terminó delante de ella. El aire quemaba en sus pulmones y al levantar la cabeza no pudo ver nada más que las duras miradas de todos los ángeles al juzgarla. Pinturas, esculturas, vidriales, todos ellos estaban en lo correcto al mirarla como la intrusa que era.

La joven tosió, y ella se acercó para estar a su lado. Cogió su mano sabiendo que era demasiado tarde. Su cuerpo estaba lleno de cortes y golpes, la carne podrida e infectada en algunas partes, su bonito rostro deformado por tanta agonía que había sufrido, pero aun así estaba sonriendo y por primera vez desde que la había conocido, las cristalinas lágrimas que se deslizaron fuera de sus ojos no fueron de dolor o miedo.

InflexiónWhere stories live. Discover now