El agua de la bañera estaba caliente, y sin embargo yo me sentía terriblemente congelada. Hundí los hombros del todo y sumergí la barbilla dejando mi nariz al descubierto para continuar respirando.
Era difícil describir cómo me sentía. Si te pasas dos años de tu vida reprimiendo recuerdos, y de repente todos ellos te vuelven a embargar, descubres que el pasado nunca se fue, sigue allí, dominando al presente.
Aunque tenía los oídos bajo el agua, escuché el sonido amortiguado de la puerta del baño abrirse. Blake.
Durante todo el trayecto de mi antiguo barrio a mi nuevo barrio lo pasé llorando en silencio, sin dar explicaciones, sin decir ni una palabra. Él no me había presionado, a pesar de que mostraba su confusión y sus ganas de respuestas. ¿Y qué iba a decirle? ¿Qué iba a contarle? No podía soltarle una mentira, ya no me veía con fuerzas para seguir reteniendo esa parte de mi vida de la que tanto me avergonzaba. Se merecía saber la verdad, mi verdad. Si él no quería mentirme, ¿por qué yo sí tenía que hacerlo?
—Hola —susurró asomándose a la bañera, con una rodilla hincada en el frío suelo de mármol.
Me reincorporé emergiendo del agua y me apoyé contra la proa de la bañera. En el exterior uno percibía enseguida el cambio de temperatura.
—Hola —respondí con la mirada posada en las marchitadas yemas de mis manos.
Él soltó un resonante suspiro de alivio.
—Menos mal, por un momento pensé que te habrías quedado sin voz.
Sonreí con tristeza y evité su mirada posándola en el ventanal que teníamos en frente. Su cálida mano me acarició la frente y me apartó el cabello mojado del cuello, debió destapar una visión horrible pues soltó un gemido ahogado.
—Ese hijo de puta te ha dejado una sarta de cardenales —añadió cómo si la culpa lo atormentase.
Blake se irguió y me besó en la mandíbula, encima de los moratones que yo prefería no ver. Su beso me fue alentador, tanto que dejé escapar un par de lágrimas y estas se ahogaron en el agua creando pequeñas hondas que al final terminaron por disiparse. Cuando se separó y descubrió que continuaba llorando descubrí que la impotencia lo consumía por no saber cómo actuar ante la situación.
—No te martirices más, Alek, por favor. Simplemente, son problemas míos.
—Joder, Ela. ¿Crees que puedo actuar normal viéndote así? Somos como dos piezas de dominó, si tú te caes, te me llevas contigo en la caída.
Sus duras palabras no hicieron más que entristecerme. En aquellos momentos me sentía más sensible que nunca.
—Lo siento. Solo quiero comprender —dijo jugando con un par de mechones de mi pelo.
—No esperaba que nos encontrásemos con Carlos, se suponía que iba a volver a su país hacía dos años —empecé a hablar conmigo misma—, pero ya veo que decidió quedarse. ¿Y por qué? No había acabado conmigo.
—¿Carlos?
—Fue mi primer amor —confesé con la voz desmenuzada—. Es… una historia muy larga, Alek.
—Me gustaría saberla, después de todo, es tu historia, Ela. Y mata la conciencia saber qué no te conozco del todo.
«Créeme, conozco esa sensación» le respondí en mi interior.
—Vale —acepté—. Ahora mismo pensaba en que debía contártela, porque no deseo que haya secretos entre los dos, sabes.
Blake se sobrecogió captando la indirecta acusadora que dirigía sin miramientos hacia a él. Pero aquel día no era el adecuado para su historia. Era el adecuado para la mía.
—Estoy dispuesto a escuchar todo lo que tengas decir.
—¿Y qué pasa si no soy cómo pensabas? —pregunté asustada—. No quiero me veas de otra forma.
—Yo siempre te veré cómo eres ahora. Porque esa es la verdadera Gabriela Ferrer.
—¿Lo dices en serio?
—Todos hemos hecho cosas en el pasado de las que nos arrepentimos, pero si no las hubiésemos hecho no habríamos aprendido a no cometerlas de nuevo.
—¿A qué filósofo le has robado la frase?
Blake se echó a reír y metió los dedos en la tibia agua acariciándome las piernas.
—No soy digno de juzgarte, Ela, porque no alcanzó a imaginar las dificultades que has pasado desde pequeña, y no tampoco podría entender tu situación económica, pues tampoco la he vivido. Pero sí puedo llegar a compartir tus miedos, y también a amenizarlos, como tú has hecho conmigo. Dame la oportunidad de serte útil.
—Tienes razón —admití al fin—. Pero primero sácame de aquí, ¿quieres? Empiezo a tener frío.
Como un sirviente obediente, fue hasta donde estaban colgadas las toallas y cogió la suya azul marino, pues la mía estaba en otro de los baños. Llegó hasta mí y sin pudor alguno me levanté para recibir el cándido abrazo de la suave toalla. Blake me envolvió como si fuese un gusano de seda y me sacó de la bañera grácilmente. Durante unos segundos me apoyé contra su pecho y, aunque mi cabellera le mojase el jersey, no rehuyó mi contacto, sino que lo cobijó.
—Shh, ya pasó, estás conmigo, y mientras sea así nadie volverá a hacerte daño de ninguna manera posible. No pienso permitirlo.
Me lancé a creer en su promesa, porque era ella la que ofrecía todo cuanto deseaba.
—Gracias.
—Por fin puedo devolverte todo cuanto me has dado, y para mí es un honor.
Me levantó al vuelo y me acomodó contra su hombro, mientras que con un brazo me sostenía por debajo de los glúteos, haciéndome de asiento.
—He supuesto que no tendrías ganas de andar —se justificó.
—Excelente suposición.
Liberé mis manos de la toalla y me amarré a su cuerpo. Mi nariz estaba a la altura perfecta para respirar su esencia, esa que tanto me deleitaba.
Blake me condujo pacientemente hasta mi habitación y cuando llegamos me dejó sobre la cama.
—Ahora vuelvo, tengo que cogerte algo de ropa.
—Mi ropa está ahí —señalé el armario que había a un metro de ambos.
—Sí, tu ropa. Esa que apenas te abriga.
Se fue dejándome pensativa. ¿Cuál era el problema de mi vestuario? Me había abrigado lo suficiente durante años.
Blake regresó minutos después con unos pantalones de chándal y un jersey oscuro de lana y de cuello vuelto. Dejó el conjunto a mis pies y fue hacia la cómoda para sacar algo de ropa interior y un par de calcetines gruesos. También cogió del armario una camiseta de mangas largas. Luego se sentó en el borde de la cama y me ayudó a vestirme. No importó el tiempo que tardamos, él se tomó la delicadeza de cubrir mi cuerpo capa por capa. Y en ningún momento se quedó mirando a otro punto que no fuesen mis ojos, como si ellos fueran lo más importante de mi ser.
—Gracias —dije en cuanto finalizó de pasarme el jersey por la cabeza.
—Sabes, me he acostumbrado a que utilices mi ropa. Te queda mejor que a mí.
Yo le sonreí y él, como si no pudiese evitarlo, me besó efímeramente.
—Y yo me he acostumbrado a ti, Aleksandr Blake —respondí en cuanto mis labios quedaron libres.
Mi comentario le hizo feliz y por unos instantes nos olvidamos de todo lo pasado. Me pregunté entonces que sería de mí si no estuviese él. Había sobrevivido a Marcus, pero pasar por aquello otra vez me parecía imposible. Nuestra conexión se había incrementado con el paso de los días, semanas o meses desde que nos conocimos. Y no había marcha atrás, porque solo era cuestión de tiempo conocer cada parte arrinconada de cada uno. Así que comencé a hablar:
—Como ya sabrás, Marcus y yo nos mudamos hace cinco años a Nueva York. Vivimos el primer año junto a nuestra tía Pamela en Bushwick, donde nos incorporamos al instituto. Yo acabé dominando el idioma mejor que mi hermano, de forma contraria, él tuvo que repetir.
»Pero en ese año ya se hizo amigos rápidamente, gente de la que prefirió mantenerme alejada. Supongo que al final acabé conociendo a todas sus amistades; entre ellas, a Carlos.
» Juntos eran uña y carne, mejores amigos. Nunca supe del todo los líos en los que se habían metido. Una vez nos llamaron de comisaría porque los habían arrestado por pasar pequeñas cantidades de droga. A pesar de todo, llegué a sentir celos de él por pasar más tiempo con mi hermano que yo. Aunque Marcus siempre dejó claro que yo era y sería por siempre su favorita.
»Fue cuando nos mudamos a vivir solos, cuando él dejó el instituto y yo dejé por completo de ser una niña, su niña. Marcus se echó novia, y a las dos semanas ya estaba profundamente enamorado. Entonces me sentí sola, por primera vez en mi vida experimenté la soledad.
»Cuando Marcus no estaba con Nicole, estaba traficando, o durmiendo hasta las tantas. Me dejaba dinero por las noches, para hacer la compra u otras necesidades. Así que como ves, no lográbamos coincidir durante toda la semana. Y yo necesitaba a Marcus —sollocé recordando lo dura que fue aquella etapa—. Necesitaba su consejo, sus ánimos para que yo no abandonase los estudios como él. Necesitaba a mi hermano mayor.
»Y apareció Carlos. Si algo tuvimos en común fue el desinterés hacia ambos que nos mostraba Marcus. Él siempre me había estado buscando, por muchas veces que mi hermano le hubiese advertido que no se me acercase. Y cuando dejé de estar digamos «protegida» de la tutela de Marcus, Carlos aprovechó para ganarse mi amistad. Al principio solo vino a casa a verle, y cuando no daba con él me pedía pasar la tarde en mi compañía. Pedíamos una pizza, veíamos una película… Todavía recuerdo lo cariñoso que fue conmigo, cada uno de sus trucos para seducirme, para conquistarme. Al menos con él no me sentía sola.
»Carlos me comió la cabeza de tal forma que creía que era la única para él. Ingenua de mí. Cuando lo descubrí intenté cortar en seco con la relación. Pero Carlos no es de los que se dan por vencidos, volvió a llenarme la cabeza de cuentos y lo perdoné, porque no tenía otra opción. Era eso o la soledad. Y yo temía la soledad. ¡Me aterraba!
»Al año de salir juntos, Marcus nos cazó. Se lo tomó demasiado bien y eso me decepcionó, pensé que le importaría lo suficiente como para alejarme de Carlos, pero no lo hizo. Le dijo a él que me tratase con respeto y a mí que no fuese imprudente. Fue en ese momento cuando entendí por qué ya no se preocupaba por su hermana pequeña. Había pasado toda su infancia haciendo de padre y se había cansado ahora que yo parecía independiente. No podía culparlo, ya no me necesitaba, aunque yo sí siguiese necesitándolo.
»Yo continué mi relación con Carlos, enseguida conocía todas sus amistades, a toda la mala gente del Bronx. Su familia, como los llamaba él. Me convertí en una rebelde, y mi comportamiento hizo que por poco me jugase un curso. Pero estaba enamorada, y amor nos vuelve estúpidos.
»Todo cambió en cuanto vi la otra cara de Carlos, cuando le conocí del todo. Ese chico dulce y enamorado que me mostraba no era más que una portada de un libro, dentro se encontraba su verdadera naturaleza. Carlos era inestable, si se enfadaba se ponía a gritar encolerizado y a romper cualquier cosa que veía. Con él no podías negarte, nunca, o tomaba las cosas por la fuerza… —me callé y cerré los ojos, todo me resultaba demasiado doloroso de decir—. Y lo sé porque me obligó a hacer cosas horribles, ¡en contra de mi voluntad! Tuve que aguantar insultos, falsas acusaciones de traición por culpa de sus indómitos celos, y alguna que otra… paliza.
»Lo sé, no parece creíble de creer pero él era y sigue siendo así —me palpé el cuello magullado—. Y yo no sabía qué hacer, el amor se había convertido en miedo. Marcus ya no era mi hermano, mi apoyo, mi ayuda. ¿Y dónde estaba? Con su maldita novia y su jodida droga.
»Decidí volcarme en los estudios el poco tiempo que no pasaba con Carlos, para así poder entrar en The Julliard, pues me enteré de que sin la secundaria no podría presentarme a las pruebas. Miles de veces planeé dejarle, pero era como si él adivinase mis intenciones y, en el momento en el que me disponía hacerlo, se convertía en la persona de la que anteriormente me había enamorado. Me compadecí de él, pensando que necesitaba mi ayuda, que no era culpa suya haber pasado malos tratos de pequeño. No fui capaz de ver por mi propia seguridad, de ser egoísta.
»Y conseguí terminar el instituto, tenía solo diecisiete años, en dos meses sería mayor de edad. Y para entonces, dejaría a Carlos para siempre y también… a mi hermano. Tenía planeado volver a España, The Julliard quedaba demasiado grande y demasiado lejos para alguien tan insignificante como yo. Sin embargo, Marcus aprovechó para irse de mi vida antes de tiempo. Desmoronando todos mis planes.
»El veintitrés de Marzo se lanzó desde el puente de Brooklyn. ¿Su despedida? Una factura donde en la parte trasera había escrito:
»Sé lo que te ha hecho Carlos, ha sido por mi culpa. Lo siento, princesa. No me merezco ser tu hermano, ni tampoco el que me perdones. Creo que no voy a poder traerte más películas. Te quiero, Ela.
» Marcus.
»Nicole le había dejado. Para añadir, a su muerte había acumulado una deuda de cuatro mil dólares con gente peligrosa. Para mí esa cantidad de dinero era impensable de pagar. Gracias a que Pamela contribuyó y yo di todos mis ahorros para viajar a España, pudimos saldar el aprieto en el que Marcus se había involucrado.
»Dejé a Carlos dos días después, y después intenté suicidarme. La depresión me consumió y la esperanza se desvaneció. Nunca dejé de culparme de no haber hecho algo para impedirlo. Debí haber estado más atenta, podía haberlo salvado. ¿Qué importaba si ya no estábamos tan unidos? Marcus era mi mundo, desde pequeña había querido ser tan fuerte como él, me sentía tan orgullosa de tenerle…
»La única opción que tenía era seguir adelante. Me marché de Bushwick y decidí instalarme en Manhattan. Carlos no volvió a intentar contactar conmigo, y si lo intentó, ni me enteré. Tampoco tuve miedo a que me encontrase, ¿qué iba a hacer que no me hubiese hecho ya? Pero cuando conocí a Jared, y a Eve, empecé a valorar la vida un poco más y entrar en The Julliard no me pareció tan lejano, sino que lo vi como una meta para seguir viviendo. Y aquí es donde entras tú, Alek.
»La razón por la que insistí tanto en ayudarte fue por Marcus. Vi en ti la esperanza de ayudarte como no hice con mi hermano. Sentí que me daban una oportunidad para combatir mi remordimiento. Y créeme, no te pareces en nada a Marcus, pero en cuanto te vi tan perdido, tan ausente, supe que si no era yo, ¿quién sería? Me dispuse a lanzarte un flotador, aunque me llevases contigo al agua. Y… ¿no ha salido tan mal, verdad?
Me paré a mirarle. Blake había escuchado todo el rato sin decir palabra, sin expresar su opinión. ¿Eso era bueno o malo?
—¿Estás bien?
Miró hacia la colcha y negó con la cabeza.
—Eso era todo, no-no hay nada más que contar, supongo que era demasiado obvio.
—No, es cualquier cosa menos obvio —me corrigió de forma abrupta.
—¿Y qué es entonces? —quise saber al borde del llanto.
Confesar mi pasado había sido unas de las cosas más difíciles y liberadoras que había llegado a experimentar. Era algo que me había guardado para mí, y que muy astutamente había ocultado al resto del mundo; a Eve, Jared e incluso había intentado alejarlo de mi propia persona.
—Ahora mismo, Ela, siento que tus heridas se han duplicado, y su copia se encuentra en mí. Imaginaba desgracias, pero no como las que me has contado. Todo ese… miedo —cerró los ojos y tragó saliva para continuar hablando—. Pensé que Marcus y tú siempre habías estados muy unidos, y me equivoqué.
—He intentado odiarle, Alek, por no estar cuando tenía que estar, pero no puedo. Porque en verdad los dos teníamos algo de culpa.
Rompí a llorar y él me atrajo contra sí.. Mi cabeza chocó contra su pecho y mis manos agarraron su sudadera de salir a correr.
—¿Qué has querido decir con que los dos tenías algo de culpa? —me preguntó mientras intentaba tranquilizarme con suaves caricias en la espalda.
—Me pasé todo ese tiempo pensando únicamente en mis necesidades y preocupaciones, y en ningún momento pensé que igual que yo necesitaba a mi hermano, él necesitaba a su hermana.
—Oh, Ela —dijo conmovido—. Habías aprendido a depender de él, en cambio Marcus te quería lo suficiente como para apañárselas solo, estoy seguro de que intentó alejarte innumerables veces de los peligros en los que se metía.
—Y yo no le hice caso —sollocé—. Acabé en la trampa de Carlos.
Al escuchar su nombre, el cuerpo entero de Blake se tensó en señal de alarma.
—Por favor, no menciones más a ese canalla. Me pone enfermo pensar en él.
—Vale.
Pasé mis manos por sus costados y le abracé, él nos encajó apoyando su barbilla en mi cabeza.
—Tengo una pregunta para ti —dijo sorprendiéndome.
—Dispara.
—¿Es tu mayor miedo la soledad?
Asentí sin pensarlo siquiera.
—Entonces ahora también es mi mayor miedo —declaró—. Y te prometo que como tú me has ayudado a la hora de combatir mis propios miedos, yo te ayudaré con este, porque mientras estés conmigo, no volverás a tenerlo.
Me eché a reír pesarosa y su abrazo fue amortiguando el sonido de mi incrédula risa.
—Llevo esperándote toda mi vida.
—Yo también —dijo él —. Quien me iba a decir que te encontraría en un taxi.
Volví a reír. ¿Quién me iba decir a mí que meses atrás llegaría a aventurarme en una misión que por momentos ya no parecía tan imposible?
—Perdona que antes no haya podido protegerte del todo de aquel canalla.
—No importa, lo importante es que estabas allí, no habría podido soportarlo estando sola.
—Y no tendrás oportunidad de hacerlo —me besó en el cabello.
Esos gestos tan cariñosos habían eclipsado por completo a unos completamente opuestos que, estando en Bushwick, se habían manifestado.
—Alek.
—Dime.
—¿Cómo has podido inmovilizar a… —me contuve a decir su nombre— el canalla de esa forma?
—Bueno, supongo que no tardarías en hacer esa pregunta —dijo con cierta resignación—. Resulta que al terminar el internado, regresé a Rusia para meterme en el ejército. Es de ética moral y patriótica que los jóvenes de dieciocho años, rusos, se unan a la armada. Al no tener muchos planes de futuro, opté por esa escapatoria.
—¿Qué? —grité—. ¿Has sido soldado?
—Sí, tengo una foto en alguna parte con el pelo completamente rapado.
No lo creo… ¿Fue duro?
—Bueno, como imaginaras la armada rusa es de las más poderosas del planeta, compitiendo contra Estados Unidos, claro.
—En respuesta: sí —me aclaré a mí misma—. Sigo sin creerlo. ¿Sabes disparar?
Blake se echó a reír.
—Tranquila, te aseguro que no tengo planes futuros de disparar a nadie. Pero sí, a pesar de pasar alistado solo un año, aprendí muchas cosas con las que podría acabar con ese bastardo.
Me recorrió un escalofrío. Sí, definitivamente, no conocería del todo a Blake. Y para colmo siempre se quedaría gravado en mi mente la ferocidad de sus actos al defenderme de Carlos. Un instinto me dijo que no intentase provocar a mi Aleksandr, solo por seguridad.
—Me pregunto en que estará pensando esa cabecita tuya.
—Nada, solo pensaba en lo poco que te conozco. Y también en que no me haría ningún bien que descargases al peligroso ruso de tu interior contra mí.
—Aunque sea una parte de mi naturaleza, no tengo intención de que la veas.
Suspiré aliviada.
—Vaya, ¿la indomable de Gabriela Ferrer me tiene miedo?
—Lo creas o no, intimidas lo suficiente como para temerte.
—Escucha —despegó su cuerpo del mío para poder mirarme a los ojos—. Me he dejado caer en tus brazos, Ela, si hay alguien que tiene que temer soy yo, a la idea de que me sueltes.
Hum, lo sé, he roto la norma y he actualizado hoy, ¿alguna queja? 😛 Gracias por leer, comentar y votar, me ilumináis el día.