Después de tanto tiempo deseándolo, por fin Tord se había ido de aquella casa.
Muchos pensarían que Tom, el chico de sudadera azul, estaría mas que feliz y tendría una sonrisa intocable al por fin tener que dejar de ver el rostro de aquella persona que tanto odio le tenia.
Pero no.
Solo había dolor, y uno muy fuerte.
¿Por qué?
–¡¿Por qué diablos?!– grito el castaño en la soledad de su habitación mientras su mano se posaba en su pecho, que era el lugar donde todo su dolor se mantenía.