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By CristinaDelMoralCamp

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AGRADECIMIENTOS
DEDICATORIA
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 10

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By CristinaDelMoralCamp

   Fueron pasando los días y las semanas y, aunque Paula seguía sin agregar a Jorge a sus contactos, de igual manera seguía leyendo todo lo que él le iba poniendo: saludos, música, chistes, fotos de paisajes, frases... cualquier cosa era una excusa para comunicarse con ella, aunque siguiera sin responderle a nada.

   Jorge estaba convencido que Paula leía todo lo que le enviaba y que incluso se sentía halagada con sus palabras, porque de no ser así ya le hubiera bloqueado o le hubiera dicho algo, y no precisamente bonito.

   Con este monólogo, la enfermera se fue enamorando cada vez un poquito más. Empezó a conocerlo, aprendió a no verlo como un cretino engreído, sino como a alguien más accesible, humano, cariñoso, divertido e, incluso a veces, bastante romántico y sensible.

   Se sentía tentada a contestarle, más de una y más de dos veces al día, pero no quería darle falsas esperanzas; no quería darle a entender nada de lo que se pudiera llegar a arrepentir más tarde.

   Un día estaba escuchando una canción que Jorge le había pasado cuando su teléfono interrumpió la balada para sonar con tono de llamada entrante.

—¿Diga?

—Le llamamos del hospital comarcal. No se asuste, una amiga suya ha tenido un pequeño accidente y está ingresada. Nos ha pedido que la llamemos a usted ¿podría acercarse hasta aquí?

—Sí, por supuesto ¿Qué ha pasado?, ¿cómo está?

—No puedo darle ese tipo de información por teléfono. Sólo puedo decirle que se llama Rocío y que nos ha pedido que la llamemos a usted. Esté tranquila, no es nada grave.

—Enseguida estaré allí. Dígaselo, por favor.

   La llamada finalizó y Paula se quedó bloqueada. No se veía en condiciones de conducir hasta allí, estaba muy nerviosa y no se fiaba ni de ella misma; si les pasaba algo a sus hijas no se lo podría perdonar jamás. Aunque era buena conductora no quería que su estado le jugara una mala pasada.

   Sin pensarlo mucho, agregó a Jorge a sus contactos y lo llamó.

—Hola, doña silenciosa ¿a qué debo el honor de tu llamada?

—Jorge, no estoy para tonterías. Si de verdad te importo algo necesito pedirte un favor.

—Pide por esa boquita, tus deseos son órdenes para mí, princesa.

—Jorge, en serio, no estoy para bromas. Necesito que me acompañes a un sitio, es importante.

—Claro, Paula ¿Cuándo va a ser eso?

—Eso tiene que ser ahora mismo, hace diez minutos, ya llegas tarde.

—Eso lo llamo yo tener prisa, sí señora, pero tú mandas, está claro. Dime tu dirección y te paso a buscar ipso facto.

—Te la paso por mensaje. No tardes, por favor, estoy muy nerviosa. Luego te cuento.

—No tardo nada.

   Paula llamó a sus padres, para avisarles que les llevaba a las niñas y que se quedarían a dormir esa noche, y preparó las cosas que tenían que llevarse para ir al cole al día siguiente. Al poco sonó el timbre de abajo, su taxista de emergencia ya había llegado. En realidad podía haber llamado a un taxi, claro, hubiera sido más fácil y menos comprometido, pero necesitaba compartir con alguien su angustia y no sabía lo que le deparaba su visita al hospital.

—Pero vaya sorpresa, si no es una princesa, son tres princesas. Adelante, señoritas, el carruaje está listo.

—Jajaja, mamá ¿Quién es este señor tan simpático?, ¿es amigo tuyo?, ¿puede venir un día a ver una peli de dibujos y comer palomitas?

—Sí, niñas, es un amigo de mamá. Si se porta bien le invitaremos algún día a ver Frozen y a comer palomitas de colores, claro, le va a encantar ¿Verdad, Jorge?

—No puedo pensar en nada mejor. Lo estoy deseando.

—Jorge, primero tenemos que dejar a mis hijas en casa de mis padres y luego ya te cuento.

—Cuánta intriga, Paula, me tienes nervioso perdido.

—No te hagas el gracioso que no tiene nada que ver contigo. Es un favor que te pido y que no puedo explicarte aún.

—Mamá, ¿dónde vais Jorge y tú?, ¿nosotras no podemos ir?

—No, Ainara, vosotras tenéis que acostaros ya mismo porque mañana tenéis cole, así que hoy no puede ser.

—Pero otro día nos lleváis a nosotras también ¿Lo prometes?

—Claro, cariño, otro día vamos los cuatro juntos.

   Dejaron a las niñas con los abuelos y entonces Paula explicó a Jorge lo sucedido unos minutos antes.

—Me han llamado del hospital comarcal hace un rato. Parece ser que una amiga mía está allí y ha pedido que me llamaran. Me he asustado mucho y, en un impulso, te he llamado para que me acompañaras. Lo siento, sé que no tengo derecho a pedirte nada.

—Anda ya, déjate de «lo sientos». Ahora lo importante es ir al hospital y saber cómo está tu amiga; lo demás ya lo arreglaremos más tarde, no hay prisa.

   Ese comentario ablandó un poquitín más el corazón de Paula, abriéndose así una estrecha brecha por la que se empezó a colar el cariño de Jorge.

   Aparcaron en el garaje del hospital, para no demorarse más, y entraron corriendo en el área de urgencias.

—Hola, buenas tardes, me llamo Paula y me acaban de llamar porque mi amiga Rocío está aquí.

—Espere un segundo, voy a comprobarlo.

   Al momento salió un médico a recibirla.

—Pase, Paula, la estábamos esperando.

—Yo te espero aquí. Ve tranquila, no hay prisa.

—Muchas gracias, Jorge.

   Entraron a la zona de boxes y el médico le indicó que pasara a un pequeño despacho.

—Mire, no quiero engañarla, su amiga está horrible, pero no tiene nada grave. Simplemente la aviso para que no se asuste, y para que no la asuste a ella.

—Entiendo. Mejor estar avisada y, sabiendo que no es nada grave, me quedo mucho más tranquila.

—Su amiga ha sufrido un traumatismo craneoencefálico con pérdida de conocimiento por atropello en la montaña. El TAC es completamente normal, no sufra, pero, por precaución, la vamos a dejar ingresada esta noche. Tiene varios hematomas y contusiones múltiples, pero no hay nada roto. No obstante, el dolor la va a tener molesta unos días.

—¿Un atropello en la montaña?

—Sí. Al parecer su amiga cruzó un camino a la vez que una bicicleta de montaña bajaba a toda velocidad y no la vio, por lo que el ciclista no pudo evitar la colisión.

—Con lo que le gusta a mi Rocío la montaña. Si es que no se puede ir tranquilo ni por los caminos.

—El chico de la bicicleta está en la sala de espera. No ha querido irse hasta que llegara algún familiar.

—Pues ya puede irse. Yo voy a ver a Rocío, no aguanto más.

   Una vez estuvo frente al box, en el que se encontraba su amiga, Paula respiró profundamente y se disfrazó con su mejor sonrisa, dispuesta a entrar.

—Rocío, ya estoy aquí. Menudo deporte sano el tuyo, ¿eh?

—Paula, no finjas ¿Tan horrorosa estoy?

—No, mujer. Esto con un par de bistecs de primera calidad se te quita en dos días. Ya verás.

—Ay, Paula, para un chico guapo que se me cruza por el camino y va y me deja la cara como un mapa; yo creo que me desmayé de lo bueno que está. No hay derecho, mírame.

—¡Pero Rocío! ¿Cómo puedes estar preocupada por tu aspecto y decirme que ese tipo está como un queso? Eres única. Ya veo que no estás tan grave, tiene razón el médico.

—Paula, no dejes que me vea así. Como me vea de esta guisa se asusta y no vuelve. Pero dale mi número, me muero por conocerle. Quién sabe, a lo mejor el destino ha puesto este accidente en nuestros caminos a propósito.

—Tú lees mucha novela rosa, pero no temas que ahora le doy tu número y lo echo del hospital.

—Gracias, eres una buena amiga.

—Lo que estoy es más loca que tú. Ya te contaré. No te imaginas lo que he hecho hoy.

—Cuenta, cuenta, tengo tiempo.

—Luego te cuento. Ahora voy a despedir a un par de chicos guapos del hospital.

—¿Un par?, ¿qué me he perdido?

—Luego, Rocío, luego, no seas impaciente. Como tú has dicho: tenemos tiempo.

   Paula dejó a su amiga esperando intrigadísima. Al salir a la sala de espera vio a un chico ataviado con ropa de bici, por lo que dedujo que aquel era el desafortunado ciclista, y también vio a Jorge, quien tan solo verla aparecer se puso en pie.

—Jorge, voy a pasar la noche aquí con mi amiga. Mañana tengo turno de tarde, así que no tengo que sufrir por no dormir o por llegar tarde.

—Llámame cuando te quieras ir, yo te vendré a buscar.

—Puedo coger un taxi o incluso el autobús. No te molestes más.

—Me molestaré si no me llamas, Paula, en serio, déjame venir a buscarte.

—Gracias, te llamaré.

   Le dio un rápido y ligero beso en la mejilla y lo acompañó hasta la puerta de salida.

   Volvió de nuevo la vista hacia el ciclista y se acercó hasta él.

—Perdona, soy Paula, amiga de Rocío.

—Creo que te confundes, no sé quién eres.

—A ver, probemos de nuevo, hola, soy Paula, amiga de tu atropellada.

—Cuanto lo siento. No la vi, yo no quería... ¿Está bien?, ¿puedo verla?

—Sé que no la vistes e imagino que no querías atropellarla. Está bien, no tiene nada grave. Y no, no puedes verla.

—Pero necesito verla. Quiero decirle que lo siento, que me sabe muy mal que esté aquí por mi culpa.

—Ella sabe que fue un accidente, pero está muy cansada y me ha pedido que no deje pasar a nadie, incluido tú, claro. También me ha pedido que te dé su teléfono. Quizás más adelante podáis hablar, no hay inconveniente.

—De acuerdo, pero dile que la llamaré y que necesito verla y disculparme en persona.

—Se lo diré, cuenta con ello. Buenas noches... —Hugo.

—Buenas noches, Hugo.

—Buenas noches, Paula.

   Aquella noche Rocío se durmió temprano. Estaba muy cansada, agotada, y el sentir a su amiga a su lado la reconfortaba, así que pudo dormir tranquila, sin necesidad de pedir más analgesia. Paula, por el contrario, apenas durmió. No paraba de darle vueltas a todo; por un lado se preguntaba qué hubiera pasado si su amiga se hubiera golpeado más fuerte, aunque por suerte no había sido así y todo había quedado en un susto. También se preguntaba por qué narices había tenido que llamar a Jorge ¿Estaría ella misma esperando una excusa para poder llamarle?

   Quizás sí sentía un cosquilleo de felicidad desde que se había decidido a pedirle auxilio esa misma tarde y, sobre todo, desde que él había accedido a su petición, sin saber apenas los detalles. Aquello la hizo sentirse especial, importante, como si tuviera el mundo a sus pies, o mejor dicho, como si Jorge le pusiera la luna envuelta para regalo.

   A Paula le pasaron las horas, una tras otra, sin dormir, pensando en qué le diría al día siguiente.

   A las siete pasó una enfermera a tomar constantes a Rocío y valorar si precisaba de algún calmante. La accidentada paciente se despertó, miró a Paula y le dijo que llamara a Natalia para que le hiciera compañía, y que se fuera a descansar un rato antes de entrar a trabajar por la tarde.

   Al rato llegó Natalia y hicieron relevo en el cuidado de su amiga.

—Paula, que cara hija, seguro que no has dormido nada. Como si lo viera. Ve y descansa. Yo me quedo hasta que venga Marian esta tarde.

—Yo creo que quizás le den el alta hoy mismo, pero mantenerme informada, por favor.

—Claro, ve ya. Yo te llamaré si hay cualquier novedad. Por cierto, tengo novedades en mi vida, necesitamos cenita de chicas para que os pueda poner al día.

—Eso está hecho, el viernes en mi casa. Las niñas se quedan en casa de los abuelos otra vez, lo están deseando.

—OK, lo apunto en la agenda. Luego se lo diré a las demás.

   No llamó a Jorge. Estaba muy cansada y necesitaba llegar cuanto antes a su casa, así que cogió un taxi en la puerta del hospital y se fue.

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