CAPÍTULO 10

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   Fueron pasando los días y las semanas y, aunque Paula seguía sin agregar a Jorge a sus contactos, de igual manera seguía leyendo todo lo que él le iba poniendo: saludos, música, chistes, fotos de paisajes, frases... cualquier cosa era una excusa para comunicarse con ella, aunque siguiera sin responderle a nada.

   Jorge estaba convencido que Paula leía todo lo que le enviaba y que incluso se sentía halagada con sus palabras, porque de no ser así ya le hubiera bloqueado o le hubiera dicho algo, y no precisamente bonito.

   Con este monólogo, la enfermera se fue enamorando cada vez un poquito más. Empezó a conocerlo, aprendió a no verlo como un cretino engreído, sino como a alguien más accesible, humano, cariñoso, divertido e, incluso a veces, bastante romántico y sensible.

   Se sentía tentada a contestarle, más de una y más de dos veces al día, pero no quería darle falsas esperanzas; no quería darle a entender nada de lo que se pudiera llegar a arrepentir más tarde.

   Un día estaba escuchando una canción que Jorge le había pasado cuando su teléfono interrumpió la balada para sonar con tono de llamada entrante.

—¿Diga?

—Le llamamos del hospital comarcal. No se asuste, una amiga suya ha tenido un pequeño accidente y está ingresada. Nos ha pedido que la llamemos a usted ¿podría acercarse hasta aquí?

—Sí, por supuesto ¿Qué ha pasado?, ¿cómo está?

—No puedo darle ese tipo de información por teléfono. Sólo puedo decirle que se llama Rocío y que nos ha pedido que la llamemos a usted. Esté tranquila, no es nada grave.

—Enseguida estaré allí. Dígaselo, por favor.

   La llamada finalizó y Paula se quedó bloqueada. No se veía en condiciones de conducir hasta allí, estaba muy nerviosa y no se fiaba ni de ella misma; si les pasaba algo a sus hijas no se lo podría perdonar jamás. Aunque era buena conductora no quería que su estado le jugara una mala pasada.

   Sin pensarlo mucho, agregó a Jorge a sus contactos y lo llamó.

—Hola, doña silenciosa ¿a qué debo el honor de tu llamada?

—Jorge, no estoy para tonterías. Si de verdad te importo algo necesito pedirte un favor.

—Pide por esa boquita, tus deseos son órdenes para mí, princesa.

—Jorge, en serio, no estoy para bromas. Necesito que me acompañes a un sitio, es importante.

—Claro, Paula ¿Cuándo va a ser eso?

—Eso tiene que ser ahora mismo, hace diez minutos, ya llegas tarde.

—Eso lo llamo yo tener prisa, sí señora, pero tú mandas, está claro. Dime tu dirección y te paso a buscar ipso facto.

—Te la paso por mensaje. No tardes, por favor, estoy muy nerviosa. Luego te cuento.

—No tardo nada.

   Paula llamó a sus padres, para avisarles que les llevaba a las niñas y que se quedarían a dormir esa noche, y preparó las cosas que tenían que llevarse para ir al cole al día siguiente. Al poco sonó el timbre de abajo, su taxista de emergencia ya había llegado. En realidad podía haber llamado a un taxi, claro, hubiera sido más fácil y menos comprometido, pero necesitaba compartir con alguien su angustia y no sabía lo que le deparaba su visita al hospital.

—Pero vaya sorpresa, si no es una princesa, son tres princesas. Adelante, señoritas, el carruaje está listo.

—Jajaja, mamá ¿Quién es este señor tan simpático?, ¿es amigo tuyo?, ¿puede venir un día a ver una peli de dibujos y comer palomitas?

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