La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 9 Palacio VS Castillo

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By DeyaRedfield

—Y bien, Mycroft, ¿qué es lo que está pasando? —Preguntó curiosa y molesta Lady Smallwood. El mayor de los Holmes miraba a su colega mientras que con sus dedos le daba golpecitos al escritorio, dejando al descubierto su inquietud—. Vamos, Mycroft, no se quede callado. ¿Qué es lo que pasa con su hermano?

—Mi hermano... —paró, sin dejar de golpetear a la madera— decidió comenzar un caso por el cual se ve muy dispuesto a realizar.

Lady Smallwood suspiró con molestia.

—Creí que Sherlock Holmes tenía prohibido tomar cualquier caso hasta resolver sobre James Moriarty y Charles Augustus Magnussen.

—Lo sé, lo sé. Mi hermano, como usted debe de saber, no puede controlar su inquietud por resolver cualquier caso disparatado que se le presente a la puerta —dijo con una sonrisa. Lady Smallwood entre cerro sus ojos y le observó con cierta sospecha.

—¿Tal y como usted no puede controlar sus golpeteos en el escritorio? —cuestionó. Mycroft detuvo sus dedos—. Ahora lo veo, la inquietud es de familia.

—Perdóneme, Lady Smallwood —pidió con una torpe sonrisa—, es solo que a veces no es posible controlar a mi hermano.

—¿A veces?

Mycroft volvió a sonreír ante la sarcástica pregunta de la mujer.

—Tiene razón. Todo el tiempo.

—Mycroft, necesitamos resolver estos casos lo más pronto posible. Sir Edwin se mantiene al tanto con el caso Magnussen.

—Eso quiere decir que pronto tendremos a Sherlock dando declaraciones.

—Así es. Y con respecto a Moriarty, tenemos que prepararnos ante cualquier amenaza. Sherlock Holmes no puede dedicarse a sus juegos de detective, sin antes salvar a Inglaterra.

Ambas potencias del gobierno británico se miraron con severidad. Lady Smallwood no iba a permitir que el gran detective consultor se saliera con la suya, en cambio, Mycroft contempló a su colega con su déspota mirada. No iba a ceder con tanta facilidad.

—Lady Smallwood, he de decirle que usted está en lo correcto al querer demandar el enfoque total de Sherlock ante todo esto, pero me temo que lo mejor frente a esta situación es dejarlo resolver el caso que le ha llegado.

—¿Por qué Mycroft? —inquirió molesta.

—Es lo mejor. Si queremos a Sherlock enfocado en esto, con totalidad, es mejor dejarlo cumplir.

—Por Dios, Mycroft. Esto no tiene ningún...

—Lady Smallwood —interrumpió—, es lo mejor. Créame.

La dama arqueó su ceja mientras observaba a su colega con aire pesado. Sin poder decir algo más se alzó de la silla, tomando varios papeles que había sobre el escritorio, y miró con amargura la inquietud en los dedos de Mycroft Holmes.

—Bien. Dígale a Sherlock que ha ganado esta, pero que no tarde en resolver ese caso. Si no, lo encarcelaremos por la muerte de Magnussen.

Al escucharle esas palabras los dedos de Mycroft se detuvieron, movió sus ojos para apreciar a Lady Smallwood abandonar aquella oficina. El mayor de los Holmes tomó una fuerte bocanada de aire para luego exhalarlo con lentitud.

—Me debes una muy grande, Sherlock —mencionó al aire hastiado de todo.

—De acuerdo, Isabelle —habló Sherlock mientras ambos miraban hacia la pared con todos los archivos—. Una vez más. ¿Qué tiene que ver Magnussen con tu madre? —ella observó primero hacia la pared y confundida, regresó con Sherlock. Al no obtener una respuesta volteó a verle—. Isabelle, no tengo todo el día.

—Yo... —comenzó nerviosa— Yo solo sé que era un hombre malo —el detective suspiró con amargura a la vez que rodaba sus ojos ante el hecho del hombre malo. Ya estaba cansado de ese cuento—. ¡Lo siento Sherlock! —Exclamó al percatarse de su actitud—. ¡De verdad lo siento, pero es todo lo que recuerdo! —Con las manos en su rostro el detective había ignorado las disculpas de la niña—. ¡Te juro que intento recordar! —exclamó, casi a llanto.

—Sí, sí, sí, pero no llores —contestó con rapidez, mientras le miraba preocupado—. Te creo, pero no llores. Por favor.

Bell tenía una mueca en su cara y luego afirmó que no lloraría. Sherlock volvió a suspirar y colocó sus manos bajo su mentón.

—¡Este será un día muy largo! —exclamó con un enorme suspiro.

—¿Por qué? —preguntó extrañada.

—Solo lo será.

El detective se quedó pensativo en su posición y Bell le contemplaba con sus ojitos cristalizados.

—Trataré de recordar, Sherlock, de verdad lo haré. Es más, te lo prometo —mencionó muy decidida.

Sin dejar de mirar hacia la pared él arqueó su ceja.

—Eres muy pequeña para realizar promesas —respondió con seriedad. Bell se extrañó.

—Te lo prometo —volvió a decir—. De verdad. Quiero que descubras quién mató a mi mamá.

Aun con su ceja arqueada Sherlock volteó a mirarla, pudiendo notar que la niña se veía total y muy dispuesta a cumplir aquella promesa.

—Muy bien —habló al momento que bajaba sus manos—. Has hecho una promesa y no puedes deshacerla, ¿entiendes? —ella cabeceó—. De acuerdo, ahora ven, vamos a sentarnos

—Sherlock dio la media vuelta y caminó a su sillón para tomar su debido asiento. Bell, quien le seguía, se quedó a su lado haciendo que él le observase curioso—. Siéntate —ordenó mientras apuntaba al sillón vecino.

—Pero... es el lugar del tío John —declaró apenada.

—El primer día no te importo sentarte ahí. Hazlo —sin decir nada más la niña tomó asiento en el sillón de John Watson y ambos quedaron frente a frente—. El día que llegaste y te sentaste ahí, hiciste algo importante. ¿Lo recuerdas?

—¿Algo importante? —se preguntó sorprendida.

Sherlock rodó sus ojos ante la pregunta.

—Sí —continuó—, algo importante.

—No me acuerdo —confesó muy nerviosa. Sherlock suspiró amargamente.

—Te adentraste a tu palacio mental —reveló con cierta molestia.

Bell le miró boquiabierta.

—¿Palacio mental? —cuestionó.

—Así es, niña, pero como veo tu confusión ante ello, te explicaré. El palacio mental es un lugar de extrema importancia y solo lo tenemos aquí —explicó al momento que apuntaba a su sien izquierda—. Recurrimos a este lugar cuando algún detalle, el más mínimo que te puedas imaginar, se nos escapa. Por ejemplo, si estamos ante una escena del crimen, ¿qué te gustaría más? ¿Un robo? ¿Un asesinato? —Bell se encogió de hombros—. Bueno, como sea. Si estamos ante un asesinato buscando pistas, y si por alguna razón, no percibimos el más pequeño detalle con respecto al incidente, aquí lo almacenamos y aquí lo buscaremos.

—¡Vaya! —expresó emocionada—. Se oye difícil, pero ¿todos tienen ese palacio en la cabeza?

—No lo sé —respondió un tanto serio—, por el momento solo somos tú y yo.

—¿Por qué? —insistió asombrada.

—No lo sé, solo lo tenemos. Ahora lo que debemos hacer es que te adentres a tu palacio mental. Sé que lo has realizado, solo que no tienes idea de cómo lo has logrado. Así que yo te guiaré. Una vez que estés dentro encontrarás la información que necesitaremos sobre Magnussen y avanzaremos en el caso de tu madre.

Bell mostró una sonrisa al escucharle, aunque con rapidez la desapareció.

—¿Duele? —curioseó nerviosa.

—Nop —contestó algo extrañado—. Lo más grave que puede pasar es que te quedes atrapada en tu palacio —y los dulces ojos de la niña se abrieron de par en par—. Pero a ti no te pasará eso. Lo prometo.

La pequeña vio muy asustada al detective pensando en no realizar tal acción, sin embargo, había hecho una promesa y debía cumplirla, tal como él se lo dijo.

—Te creeré —contestó—. ¿Qué tengo que hacer?

—Trata de relajarte —Bell obedeció—. Cierra tus ojos, respira lenta y profundamente. Ahora exhala —ella escuchaba su voz al pie de la letra, manteniendo una postura firme con sus ojos cerrados, respirando y exhalando—. Bien, sigue mi voz. Mi voz es lo único que existe. Ya no existen los muebles, no existe el apartamento, nada. Nada en absoluto. Solo mi voz.

Ella continuó obedeciendo y todo a su alrededor había desaparecido. Súbitamente abrió sus ojos para verse rodeada de una enorme oscuridad. 

Isabelle analizó algo aterrada todo a su alrededor. La oscuridad para ella era terrible, le provocaba demasiado terror y una ansiedad incontrolable. Ella comenzó a respirar con agitación a la vez que giraba en su propio eje, buscando algún tipo de salida de este horrible momento.

—¿Sherlock? —Llamó casi a llanto. No obtuvo ninguna respuesta—. ¡Sherlock! —gritó.

Tranquila, Isabelle —respondió su voz a la lejanía.

Al oírle detuvo su girar y suspiró aliviada.

¿Aún me escuchas?

—Sí. Te escucho.

Bien, ahora, ¿qué es lo que ves?

—Oscuridad —respondió nerviosa—. Una horrible oscuridad y me aterra.

¿Oscuridad? —Se preguntó—. Es algo normal. La primera vez que entras ves todo oscuro, aunque comenzarás a almacenar todo, al punto que no sabrás ni donde acomodarlo.

Bell pasó saliva difícilmente y siguió mirando a su alrededor.

—¿Qué hago?

¿Qué estás haciendo?

—Mirando.

Trata de moverte. Necesitas buscar la información.

Aún con miedo ella le obedeció y empezó a caminar en aquella oscuridad.

—¿Por qué lo llamas palacio? —sonsacó curiosa para evitar sentir el miedo.

Porque suena bien.

—Me gusta más castillo.

Y no hubo respuesta. Siguió caminando y caminando, parecía que llevaba horas pérdida en esa oscuridad hasta que, dio con una puerta en color blanco y con curiosidad se acercó a ella.

—¡Una puerta! —Exclamó alegre—. De ella sale luz.

Bien. Nos estamos adentrando.

Bell le abrió y la luz que emanaba le iluminó con demasiada intensidad, causando no mirar a donde se adentraba. La pequeña lidiaba en adaptarse a la luz, aunque se le dificultaba. Tanto tiempo en la oscuridad había logrado que se acostumbrara a ella.

¿Qué hay tras la puerta, Isabelle? —preguntó muy ansioso.

—Espera, la luz es muy fuerte...

Sus ojos poco a poco se adaptaban y presenció un pequeño suburbio cubierto por un enorme bosque. Un bosque que le resultaba familiar.

¿Isabelle? —llamó algo preocupado.

—¡Un bosque! —exclamó.

¿Un bosque? —preguntó extrañado.

—¡Sí! ¡Un bosque en el que yo solía jugar!

El miedo que la niña había generado se fue esfumando cuando se adentraba en aquella enorme frondosidad. Ella corría entre los árboles, contemplando sus hojas de color anaranjado representando la llegada del otoño y el césped verdoso con un poco de amarillo. Se sentía feliz al recorrer un antiguo lugar de su infancia. Los árboles poco a poco se disminuían para poder presenciar un enorme páramo y en una enorme zona rocosa había una persona que parecía observarle. Curiosa Bell se acercó apresurada para poder distinguir a Sherlock quien le observaba con algo de seriedad. 

—¡Sherlock! —exclamó al momento que llegaba a él—. ¿Cómo es que estás aquí?

No puedo creer que lo olvidaras. Soy tu guía.

—¡Es verdad! Lo siento.

Qué más da. He estado hablándote por horas y no obtenía respuesta tuya. Lo importante es que ya regresaste, creí que te habías ido más profundo —Sherlock volteó a observar el enorme lugar y comenzó a analizarlo con detalle—. ¿Por qué un bosque predomina en tu palacio? —preguntó al momento que comenzaba a caminar.

—Ya te dije —contestó y le siguió el paso—. Solía jugar aquí cuando era más pequeña y además...

Bell guardó silencio y al no escucharla más Sherlock volteó a mirarle preocupado.

¿Isabelle? —llamó molesto.

—Sherlock. Creo que estoy recordando algo.

¿Qué estás recordando? —preguntó ansioso.

—En... en los bosques. Había un monstruo.

¿Qué? ¿Un monstruo? —cuestionó extrañado.

La niña ya no le contestó y caminó hacía la profundidad del bosque haciendo que, por ende, Sherlock le siguiera. El detective pensaba ¿por qué habló sobre un monstruo? Era probable que no se refiriera a Magnussen, ya que su apodo era El Hombre Malo.

Isabelle, ¿qué es lo que haces?

—Trato de recordar, Sherlock —respondió molesta y este se sorprendió—. Había un monstruo, que vivía por mi antigua casa.

¿Sabes, Isabelle? Nos hemos desviado mucho de lo que nos importa. Magnussen.

—¡Sherlock, por favor! —gritó mientras volteaba a mirarlo—. Tengo que resolver esto.

Sherlock se sorprendió ante la seriedad de aquellas familiares palabras y ella, al no oírle ninguna respuesta, se dio la media vuelta para continuar su caminar y el detective le siguió.

—Recuerdo que el monstruo se refugiaba en el bosque. Hacia cosas malas aquí.

¿Qué clase de cosas malas? —indagó curioso.

—Es lo que trato de recordar. ¿Cómo lo pude olvidar?

Sherlock rodó sus ojos, se mostraba ya muy hartado ante esto y comenzó a pensar que había sido un pésimo error. Bell no estaba lista para esto. En la realidad el detective estaba cruzado de piernas, con sus manos rozando sus labios y veía a la pequeña Bell recargada en el sofá y con sus ojos cerrados. Era mediodía, se habían llevado toda la mañana en el palacio mental de la niña, pero el tiempo no era importante ahora, lo que importaba era descubrir a Magnussen. En ello la pequeña frunció su ceño con suavidad haciendo que Sherlock se mostrara alerta. Dentro de su palacio, Isabelle vio con cierto temor a los árboles. El Sherlock que la acompañaba la miró con curiosidad, estaba atento ante aquella reacción.

¿Qué pasa?

—Yo... yo comienzo a recordar algo —dijo al momento que cerraba sus ojos y ponía sus dedos en las sienes—. Son... son... ¡Son palabras! —exclamó.

Abrió sus ojos de golpe para mirar frente a ella un inmenso mar de letras.

Al fin comienzas a dar utilidad a tu palacio —mencionó Sherlock con una media sonrisa.

Bell elevó sus manos para iniciar a jugar con todo ese mar de letras y buscar las palabras adecuadas. En la realidad Sherlock vio a esa niña mover sus manos en el aire, buscando lo que era correcto y desechando lo erróneo. En definitiva, el detective no podía negar una sensación satisfactoria por ello. 

—Amarillo... No... Bosques, mujeres. ¡Sí, sí! Casi lo tengo... ¡Rojo! ¡Rojo!

Ella se mantuvo manipulando las palabras con demasiada rapidez que dudaba de que alguien pudiese detenerla. Al sentirse tan cerca el recordar aquello que predominaba en su palacio, Bell concibió que las piezas perdidas la hacían que se sintiera desanimada y el movimiento de sus manos se detuvo lentamente. Al notarlo Sherlock observó confuso.

¿Qué pasa?

—Yo... ya estoy recordando quien era el monstruo —respondió con algo de nervios mientras miraba a las palabras.

Isabelle. ¿Qué dicen tus palabras? —No respondió—. ¿Isabelle?

—Bosques, mujeres, en rojo, Neil, asesinadas —contestó casi a llanto. Sherlock miró seriamente—. ¡Neil era un asesino! —gritó.

Revelando ello Bell cerró sus ojos y los apretó con fuerza, colocó sus manos sobre su rostro para ocultarse y comenzar a lagrimear. Sherlock se acercó a ella, poniéndose de su lado sin deshacer su mirada, haciendo una rápida deducción sobre ese tal Neil.

Neil era un vecino, ¿cierto? —Pero ella no contestó, se mantuvo llorando—. Es por eso por lo que predomina el bosque en tu palacio. Neil era tu vecino, pero era un tipo raro, de gustos morbosos. Lograste deducir sus técnicas para forjar sus asesinatos, así que lo investigaste para confirmar tus teorías. Sabías que él iba a los bosques a asesinar a sus víctimas, descubriste todo su patrón. No creo que fueses testigo de alguno de sus homicidios, sino, poseyeras un enorme trauma. Le contaste a tu madre sobre él, no te creyó. Les dijiste a tus vecinos, también te ignoraron. Sé lo que se siente cuando tienes la razón y no te creen.

—Sherlock —interrumpió su deducción mientras sorbía su nariz—. Quiero volver.

Isabelle, recuerda que hiciste una promesa.

—Quiero volver.

Isabelle —nombró molesto.

—¡¡Quiero volver!! —gritó al momento que abría sus ojos y ambos se miraron.

El living quedó en un completo silencio. El detective y la niña se observaban, uno con mirada frívola y la otra con las más enormes lágrimas a punto de rodar por sus mejillas. Mientras ambos se observaban al lugar entro rápidamente una persona familiar.

—¡¿Qué pasa aquí?! —pidió John Watson.

Sherlock movió su vista en él para notar que se encontraba agitado, sin duda alguna había recorrido a gran velocidad los escalones.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Mary a espaldas de su marido—. Oímos un grito.

Bell no volteó a mirar a los Watson, agachó su cabeza y con las mangas del vestido que llevaba puesto se limpió aquellas tontas lágrimas.

—Nada —respondió Sherlock con una sonrisa fingida.

John se acercó hacía con ellos, llegando con la pequeña que no dejaba de tallarse los ojos.

—Bell, Bell, preciosa ¿estás bien? —preguntó en un tono muy paternal.

—Si —contestó con una voz quebrada.

—¿Acaso Sherlock te ha molestado? —preguntó mientras volteaba a verle con unos ojos llenos en furia.

—No, tío John.

—Bell —dijo Mary quien ya se había acercado al lugar—, no nos mientas.

—Ya les dijo que no —contestó el detective.

—Sherlock —habló John con seriedad—, ¿qué fue lo que hablamos ayer?

—Sobre las responsabilidades —repuso al momento que se alzaba de su sofá—. ¿Acaso me vas a sermonear otra vez?

—Por Dios, Sherlock. Bell está llorando, ¿qué fue lo que paso? —continuó Mary muy molesta.

—Sherlock —soltó la pequeña—, me guiaba en mi palacio mental.

John y Mary se miraron extrañados y luego llevaron sus vistas confusas hacía el detective quien se acomodaba su camisa y su saco.

—¿La guiabas en su palacio mental? —preguntó John.

—¿Por qué tienes que repetir las cosas, John? Sí, la guiaba en su palacio mental.

—¿Para?

—Para poder conocer cómo Magnussen se involucra con la madre de Bell. Por cierto, Mary, ¿qué tienes en esa bolsa? —preguntó Sherlock al notarlo. Los Watson le miraron con seriedad.

—Sherlock —llamó John seriamente.

—¡Vamos! ¡¿No pueden decirme que contiene esa bolsa?!

Mary no contestó. Se acercó a Bell y la tomó con suavidad de sus manos.

—Bell, linda, ¿sabes lo que tengo aquí? —Ella volvió a sorber su nariz y movió su cabeza negando ante la pregunta—. Bueno, el tío John y yo te compramos ropa. ¡Mucha, mucha ropa! Para que ya no uses los vestidos de la señora Hudson —la pequeña le sonrió—. ¿Quieres probártela?

—Sí, tía Mary.

—Muy bien, vamos.

Mary extendió su brazo para que Bell tomara su mano y al hacerlo ambas salieron del living dejando a los dos hombres solos, y John no dudo en mostrar su intensa mirada a Sherlock Holmes.

—¿Qué? —preguntó exaltado.

—¿Qué demonios estabas haciendo con Bell?

—Ya te dijo, John. La guiaba en su palacio mental. Es muy rápida, solo le costó media mañana para llegar al primer punto de ello.

—Sherlock —dijo al momento que se cruzaba de manos—. Quiero creer que, lo que te voy a decir es completamente erróneo, pero acaso peleaste que Bell se quedará aquí contigo, ¿para experimentar con ella?

El detective le miró con unos enormes y sorpresivos ojos y la única forma en la que respondió fue con una leve sonrisa decorando su rostro.  

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