La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar

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By DeyaRedfield

Una agotada Molly se acercó a la puerta principal de su casa. El timbre no dejó de sonar, y apenas eran las seis de la mañana, aunque ya tenía sospechas de quien podría ser. Abrió la puerta y miró a Isabelle junto a un demacrado Sherlock.

—¡Por Dios! —exclamó impactada, el sueño se había esfumado al solo verle—. ¿Estás bien?

—Buen día Molly —saludó ignorando la preocupación—. Entra —le ordenó a la niña. Ella obedeció.

—¿Sherlock...?

—Cuida de Isabelle, por unos días. Puedes decir que está contigo, no hay algún proceso legal encima ni nada. Solo cuídala.

—De acuerdo...

—Y otra cosa. Por favor, quiero que vayas a esta dirección el día de hoy, a las 10:45 AM —en ello le entregó un papel, que parecía ser, la etiqueta de un café—. Llevas contigo una ambulancia, enfermeros y lo de siempre para una limpieza —pausó—. De ya sabes que... —Molly frunció el ceño, sin deshacer su expresión. Sherlock se dio la media vuelta, comenzó alejarse del pórtico de la casa, cuando se detuvo en seco y volteó a ver a su amiga—. Gracias —dijo con una increíble sinceridad.

Sorprendida Molly cambio el semblante. La garganta de Sherlock se había contraído ya nada no pudo salir de ella, cabeceó levemente y se retiró del lugar. Ella no despegó la vista del detective, lo siguió hasta que desapareció en la esquina de su calle y un suspiro de lamento fue la despedida de Molly Hooper.

—Hay veces... —John se detuvo e inhaló profundo— Hay veces que la veo. Hay veces que está ahí, conmigo, recordándome la vida que correr frente a mis ojos pero...

—¿Temes afrontarla? —interrumpió su terapeuta. John movió sus ojos para verle.

—¿La vida?

—No. Ambas. Mary y la vida.

John tragó difícilmente. Su terapeuta, la Doctora Florence Welsh, una mujer de aspecto anticuado; con cabellera gris y unos delicados anteojos, observó detenidamente a su paciente.

—¿Por qué temería? —cuestionó mientras se acomodaba en el sillón.

—Porque aún no acepta la muerte de su esposa, Doctor.

—S-sí, si lo acepto —dijo con una sonrisa nerviosa—. Es solo que...

—¿Y Rosie? —interrumpió.

John sonrió con cierto nervio.

—¿Rosie? Bueno... ella está bien. La está cuidando su madrina.

—¿Desde cuándo?

—Desde hace varias semanas...

—¿Varias? —cuestionó curiosa.

—Sí, varias.

—¿Por qué?

—Porque... —se detuvo y tragó difícilmente.

La Doctora Welsh analizó a su paciente mientras que, con sus dedos, golpeteaba el descansa brazos del sofá. John notó la manía y se desesperó. Desde que había acudido a estas nuevas sesiones, se percató de esa maña en su doctora y le odiaba.

—¿Sucede algo?

—¡No! —exclamó nervioso—. Perdóneme es que... Todo esto...

—Lo entiendo Doctor Watson pero necesita desahogarse.

—¿Desahogarme? —Cuestionó con burla—. ¿Qué debo desahogar, según usted?

—La ira. Una ira que le ahoga.

—Yo no tengo ira.

—Si la tiene. ¿Pero contra qué, o quién? —John junto sus labios y los apretó fuertemente—. La visión de su esposa, es una manera de querer liberarse de esa ira que le acongoja.

—No, no, no...

—Necesitamos llegar a ese punto.

—No hay ningún punto, doctora.

—¿Y qué hay de su amigo? —soltó. John le observó confuso.

—¿Sherlock? ¿Qué tiene que ver él aquí?

—¿Será él el causante de esta ira? —John guardó silencio y agachó su cabeza. La Doctora Welsh lo dedujo—. ¿Quiere hablarme de su amigo?

—No.

—Entiendo. Pero, a partir de ahora, sería bueno comenzar a desahogar esa ira.

John cerró sus ojos y suspiró con pesadumbre.

—No hay nada que desahogar... —mencionó, pasado unos minutos en silencio. Alzó su vista y, detrás de la doctora, estaba una entristecida Mary—. Absolutamente nada —continuó mirando a directo a su esposa.

Mary dejo escapar unas lágrimas ante la respuesta de su marido.

—La habrá Doctor Watson —prosiguió la terapeuta—, la habrá.

Florence sonrió sutil y dejó a John con la mirada perdida.

Thomas Hooper se levantó a las siete de la mañana. Era su hora para prepararse e ir a la escuela pero, mientras se dirigía al baño, escuchó ruidos provenientes de la sala de estar. Curioso el niño bajó los escalones y, siendo una maravillosa sorpresa, vio a Bell sentada en el sofá y con Rosie en brazos.

—¡Hola Bell! —exclamó con gran alegría. La niña volteó y sonrió.

—Buenos días Tommy.

El pequeño se sentó a su lado y la abrazó fuertemente. Isabelle se extrañó.

—¿Otra vez estarás aquí? —preguntó sin borrar su sonrisa. Ella afirmó con la cabeza mientras buscó acomodar a Rosie en su porta bebé—. ¡Me alegro! ¿Esta vez por qué?

—Por culpa del hermano de Sherlock —dijo con cierta molestia.

—¿Qué pasó?

—Sherlock... Estuvo haciendo unas cosas malas y su hermano se enojó. Le pidió que no me tuviera en Baker Street y me trajo aquí, con ustedes.

—¿Y qué cosas malas hizo Sherlock? —cuestionó curioso.

—Cosas malas —respondió la niña mientras le entregaba un peluche a Rosie. Tommy se extrañó.

—¿Muy, pero muy malas?

—Si.

—¡Oh! —exclamó.

—Mi tío John, ¿no ha venido por acá?

Tommy negó veloz con su cabeza.

—Tiene buen rato. Ni siquiera se ha preocupado por Rosie. Mi tía y yo la hemos cuidado desde entonces —El semblante de la niña cambio, se mostró sería y molesta por ello—. ¿Qué pasa Bell?

—Nada —soltó mientras volteaba su vista hacia la bebita—. Rosie, a partir de hoy, yo voy a cuidarte hasta que tu papá y Sherlock solucionen sus problemas.

La bebé sonrió y abrazó con fuerza el peluche. Tommy notó que ese peluche no era del montón de juguetes que el Doctor Watson había dejado; lo observó con más detalle y vio que era un conejo blanco, con un overol azul.

—¿Y ese peluche?

—Es mío. Es el señor conejo, desde hoy, es de Rosie.

Molly llegó a la sala principal, saludó a su sobrino y le pidió que se preparará para la escuela. El pequeño obedeció y se retiró a la planta alta. Molly observó a las niñas y preguntó a Bell si ella también iría a la escuela, ella encogió sus hombros dando a entender que era lo más seguro.

Sherlock yacía recostado en la regadera de su apartamento, entre sus momentos de lucidez sentía como la cabeza le quería estallar. El dolor era insoportable, parecía que algo dentro de él le golpeaba con un martillo sin cesar. La única forma de controlar el dolor era con otra dosis, pero ya no lo haría, se lo había prometido a Bell. Mientras el detective intentó conciliar un poco las energías, y hacer que ese dolor se fuera, su sueño fue interrumpido por un terrible escándalo en el living room. Abrió los ojos de golpe, miró su alrededor y algo confundido, dejó caer su cuerpo. El dolor de su cabeza se vio mezclado por uno en sus costillas; el haberse dejado caer no había sido una buena idea, se arrastró y se giró a mirar el techo.

Los fuertes ruidos en su living room se intensificaron y hacían estallar más su cabeza. Alzó una de sus manos y logró sostenerse del lavabo. Pudo alzarse, abrió la llave del agua fría y se mojó el rostro para lucir menos demacrado. Abrió la puerta y asomó la cabeza para descubrir varios agentes desmantelando su laboratorio clandestino. Sherlock salió y cerró la puerta con brusquedad, algunos agentes le miraron y luego le ignoraron y siguieron en lo suyo. Caminó por el pasillo, mirando el lugar como si de un sitio desconocido se tratase y, para su des fortuna, su hermano se encontraba sentado en el sillón de John.

—Buen día hermano —saludó sin mirarle. Sherlock se mantuvo en silencio—. ¿Hiciste lo que te pedí? —Sin obtener respuesta Mycroft alzó la mirada—. Lo tomaré como un sí.

—¿Qué estás haciendo? —cuestionó furioso.

—Lo que vez. Haciendo desaparecer tu pequeño laboratorio. —Sherlock ignoró a Mycroft, se acercó a su chimenea y comenzó a revolver la basura que había sobre ella. El mayor de los Holmes no despegó su mirada de él—. Tienes suerte de no ir a la cárcel.

—Es tú obligación mantenerme alejada de ella.

—¡Por supuesto que no Sherlock! —exclamó indignado—. Has roto, por lo menos, cuatro leyes federales. Eso es una cadena perpetua segura. —el detective lanzó varios papeles y Mycroft se desconcertó—. No me ignores cuando te hable.

—No te ignoro —dijo mientras se daba la media vuelta. Mycroft notó un movimiento veloz en él; Sherlock había guardado su mano derecha en el bolsillo de su bata—. Pero bien debes de saber que me importa poco lo que me digas.

—Pues debería importarte —recalcó molesto. Sherlock se encogió de hombros—. Sabes hermano, por una vez en tu vida, deja de retarme.

El detective mostró una mueca pensativa para luego soltar un gran "nah." De las orejas de Mycroft pareció salir un intenso humo, pero mantuvo la calma.

—¿A qué hora se van alargar? —demandó furioso el detective.

—A la hora que se me de mi gana.

—Que mala elección —soltó Sherlock mientras sacaba aquella sospechosa mano. Mycroft impactado notó un revólver adornando aquella mano.

—¡¿Qué significa esto Sherlock?!

—¿Esto? —Preguntó divertido mientras jugueteaba con el arma—. Nada hermano mío.

—Sherlock, por el bien de todos, baja eso.

—Nop.

Los agentes soltaron todo lo que traían consigo y alzaron sus pistolas hacia él. El detective no borró su enorme y peligrosa sonrisa.

—Sherlock...

—Dile a tus simios que se vayan —ordenó.

Mycroft les observó, su mirada estaba cargada de ira pero al menor de los Holmes le importó poco.

—Retírense. En cuanto esto termine, les llamaré.

Todos los agentes se miraron incrédulos por la petición. El tipo estaba drogado y con un arma en mano, sin embargo, su jefe lucía sereno. Todos bajaron las armas, las guardaron en sus fundas y sacaron lo que había recogido con anterioridad. Mycroft y Sherlock quedaron solos.

—Gracias.

—¿Qué es lo que quieres Sherlock? —demandó.

—Lo que quiero, hermano mío, es que acabemos ya con todo esto —dijo mientras tomaba asiento en su sillón—. Por favor, acompáñame —prosiguió mientas apuntaba al sillón vecino.

Mycroft tragó difícilmente y le obedeció.

—¿Qué quieres acabar?

—Lo sabes perfectamente —Sherlock acomodó su mano en el descansa brazos y mantuvo la pistola directa en su hermano—. Acabemos el caso de Samara Jones.

El mayor de los Holmes se mantuvo firme ante ello pero sus ojos no dejaron de mirar al cañón.

—Veo que has usado el arma —soltó.

—¿Importa?

—Demasiado. Aún hay pólvora en la punta y, los nuevos hoyos en tu pared, delatan que la usaste no hace mucho.

—Aún le quedan balas, si es lo que querías saber.

—No me intimadas, Sherlock.

—Si lo hago —mencionó con esa melancólica sonrisa—. Ahora, necesito que me respondas unas preguntas, antes de las diez.

—¿Algo que hacer a las diez?

—Nada que te importe —alzó un poco más el arma—. Empecemos.

Mycroft suspiró profundo, soltó el aire con gran pesar y observó furioso a su hermano.

—¿Qué quieres saber?

—Sarah Jones, antes de matarse, dijo que había sido la persona que contrato a AGRA y ejecutó a los compañeros de Mary... ¿Qué tan cierto es ello?

—Bueno, los mercenarios son demasiado complicados para la gente del gobierno, no para los militares.

—Moran —respondió veloz—. Tú conociste a Sebastian Moran.

—Era un fiel perro de Moriarty. En algunas ocasiones le vi pero, no sé qué tenga que ver tu difunta amiga con ello.

—AGRA fue contratada para una misión, de la cual, fueron traicionados y asesinados.

—¿Y quieres mis pesares?

Sherlock sonrió con sorna.

—Ahórrate las bromas que ser cómico no te queda. Ahora, ¿qué tan involucrado estuvo Moran en el ataque terrorista de aquella estación del metro?

—¿Moran? —cuestionó confundido. El detective le analizó y notó que esa expresión era genuina.

—Sí, Moran.

—¿Me dices que Sebastian Moran fue el tercer involucrado?

—¿Lo dudas?

—¿Tú lo afirmas o lo supones?

—¿Tú que me dices?

—Ya no estoy para bromas, Sherlock.

—No es broma. Estoy cien por ciento seguro que Samara te delató al tercer involucrado, que casi la manda a la cárcel, e hizo que Casey se suicidara. Ese tercero es Moran.

—¿Si estás seguro de ello, por qué seguir insistiendo? Ya resolviste el caso, ¿no?

—Porque aún hay huecos —Mycroft rodó los ojos—. Aunque te molestes, aún nos quedan muchas cosas al aire.

—¿Qué cosas? —preguntó mientras cruzaba una pierna y colocaba los dedos de su mano derecha sobre su rostro.

—Debo decir que, con lo que acabas de confesarme, pude atar cabos con Moran pero aún no me queda claro muchas cosas como: Magnussen. ¿Qué sabía él que espantó a Samara? Tú eres otro hueco. ¿Por qué esa sobre protección a alguien como ella? —él le miró fríamente—. Hay cosas que siguen sin coincidir. Tengo el maldito rompecabezas y las piezas, parecen encajar, sin embargo llegan más cosas y todo se descompone... —Sherlock poso su mano libre sobre su sien y la apretó con fuerza.

—La droga está haciendo efecto... ¿Qué te parece, si cuando estés totalmente limpio, discutimos mejor este caso? Porque tus deducciones están dejando mucho que desear.

Veloz él volteó a verle.

—¿Qué quieres decirme...? —Mycroft se encogió de hombros—. ¿Me dices que estoy equivocado?

—Puede ser aunque, debería ser honesto contigo, no sé qué tan involucrados estuvieron Moran y Sarah como para crear un complot y asesinar mercenarios pero... No creo que ello tenga que ver con la muerte de Samara Jones.

—¿En serio lo crees? —Cuestionó incrédulo—. Mataron a Moran, mataron a las hermanas Jones, ¡¡Dime si para ti eso no tiene una maldita conexión!!

—No —mencionó con sinceridad—, debo decir hermano que has perdido tu rapidez. Antes solías ser veloz, como los conejos, pero ahora... comienzas a dar pasos lentos, como las tortugas.

Sherlock sintió una rabia inmensa dentro de él, alzó su mano y le apuntó a su hermano.

—Mi deducción es cierta y para corroborarlo es con esa maldita tercera USB.

—¿Y seguirás insistiendo en que yo la tengo?

—Por supuesto que sí. Por alguna extraña razón las Jones te tenían confianza, debieron habértela dejado.

—Lento como una tortuga —dijo—, deberías reconciliarte con la velocidad del conejo, Sherlock.

La mano del detective comenzó a temblar, por raro que pareciera, no entendía lo que Mycroft le decía. Él estaba seguro de su deducción, sabía que Moran era el tercer involucrado en ese incidente y él fue el causante de la muerte de A.G.R.A., solo necesitaba la tercera USB para terminar con todo—. Deja el arma y desintoxícate.

Sherlock cerró sus ojos, posó el revolver en la mesita de junto y colocó ambas manos sobre su rostro.

—Dame la tercera USB.

—Yo no la tengo.

El menor de los Holmes pasó sus manos sobre su rostro y terminó revolviendo sus rulos. No pudo más ante el efecto psicodélico, se alzó de sillón y a pasos torpes se dirigió al baño. Mycroft suspiró lleno en pena, ver a su hermano así lo hacía doblegarse, sabiendo que no podía hacer nada.

—Qué equivocado estas, hermano mío... —se dijo y un sabor amargo cubrió su boca. Ese sabor... el gran y poderoso Mycroft Holmes tenía sus labios sellados.

Durante toda la mañana Bell se dispuso a contemplar el jardín por la ventana de su salón de clases. Su cuerpo estaba presente pero su mente se había desviado. Su pequeña cabeza había trabajado con demasiadas ideas, tantas que un plan había surgido. Un plan que consideraba asombroso en estos momentos difíciles. La campana al receso sonó y la niña salió veloz de su aula, dejando a una Irene sorprendida por ese comportamiento.

Isabelle llegó aquel árbol donde siempre disponía su almuerzo y miraba a su alrededor con terribles ansias. No encontró lo que buscaba y se recargó en el tronco, sin poder controlarse.

—¿Me buscas? —preguntaron cerca de su oído derecho. Asustada volteó y miró a Eric—. ¡Si me buscabas!

—¡Eric —exclamó aliviada—, me alegró de verte!

—¡Oh al fin!

—Necesito pedirte un favor —soltó, y el niño quedó sorprendido.

—¿Un favor?

—Sí, me dijiste que vivías en Northampton, ¿verdad?

—Ajá...

—¿Podría ir a visitarte? —preguntó casi en tono de súplica. Eric siguió boquiabierto.

—¿Al fin quieres ir a mí casa? —Bell cabeceó ansiosa—. Vaya... Esto me toma por sorpresa pero tengo que hablarlo con mi papá y...

—¡Hazlo!

—Bien —continuó, esta vez extrañado—, lo haré. ¿Qué día quieres ir?

—Este fin de semana.

Eric posó una de sus manos bajo su barbilla y se mostró pensativo.

—Estamos a viernes, ya es fin de semana...

—¿Mañana sábado?

—Sí, no creo que haya problema. ¿Quieres que pasemos por ti?

—No, yo iré. Llevaré a un amigo.

El niño frunció el ceño.

—¿Un amigo?

—Si. Dame tu dirección y yo mañana llegaré a tu casa.

El pequeño se mantuvo con su misma mirada, ya casi nada convencido por lo que Bell había mencionado, pero cedió y le dio la dirección. El resto del día, la niña se mantuvo con una enorme sonrisa. Su plan no podría fallar.

Durante el camino a casa el pequeño Eric Worth contemplaba por la ventana el hermoso paisaje boscoso que representaba la carretera, a su lado su padre conducía pero se extrañaba que su hijo estuviera tan serio.

—¿Sucede algo, campeón? —cuestionó, algo preocupado.

—Mi amiga, Bell...

—¿Si?

—Nos visitará mañana, en Northampton —Su papá guardo silencio por unos momentos—. ¿Es algo pronto, no?

—Nunca es pronto ni nunca es tarde, campeón. Todo llega a su debido momento, aun así, no te veo alegre. Esperabas con ansias a que este día llegará para jugar con Bell.

—Lo sé, pero llevará un amigo. Eso arruina el plan —dijo con gran despecho.

—¿Pero de que te molesta, campeón? —Cuestionó divertido su papá—. Eso hace más interesante el juego. Entre más participantes, mejor serán los resultados.

—Puede ser pero...

—Te lo he dicho miles de veces —interrumpió. Eric volteó a verle.

—Lo sé papá. Quería retar la inteligencia de Isabelle, quería ver que tanto le ha servido vivir con Sherlock Holmes.

—Una cosa es segura, campeón, Bell es una niña igual o más lista que el propio Sherlock.

—¿En serio?

—Lo doy por hecho. Bell sabrá enfrentarte en tu juego, campeón, eso no lo dudes —finalizó con una sonrisa.

Eric sonrió levemente, se recargó en el asiento y desvaneció su sonrisa para seguir contemplando la maravillosa vista.  

Después de un largo día escolar Bell y Tommy llegaron a casa, el pequeño estaba dispuesto a realizar sus tareas cuando la niña, le tomó de la manga de su suéter y lo condujo a un lugar a alejado de la cocina, en donde Molly se disponía a preparar la comida.

—¿Qué pasa Bell? —preguntó curioso.

—Tengo un plan —soltó con una sonrisa, dando un aire al mismo Sherlock.

—¿Plan? ¿De qué hablas?

Bell asomó la mirada para verificar que Molly no les vigilara.

—Voy a terminar el caso de mi mamá —soltó mientras miraba fijamente a Tommy.

—Ah... ¿perdón?

—Lo que oíste, Hooper —dijo fastidiada mientras rodaba sus ojos—. Terminare el caso de mi mamá.

—¿Cómo, cuándo, por qué...? —siguió con más interrogantes, hasta que Bell llevó su mano sobre su boca.

—Lo haré porque Sherlock y mi tío John están peleados y no sé cuándo se vayan a reconciliar, además quiero respuestas a todo ello.

—¿Eso... inclu... la muer... de tu ti...? —cuestionó aun con la mano de Bell en su boca. Molesta por no comprender removió la mano.

—¿Qué?

—Dije: ¿Qué si eso incluye la muerte de tu tía?

—¿Mi tía Mary?

—No, tu tía Sarah.

—¡Ah! —exclamó desganada—. Tal vez, es parte de ello.

—¡Ya! ¿Y qué plan tienes? Digo, ¿has visto lo que Sherlock ha avanzado en todo este tiempo?

—Algo. Casi siempre Sherlock mantenía el caso muy en privado, muchas veces leí informes y sé que está buscando una USB.

—¿Por qué una USB?

—Mi mamá le dejo unas USB. Sherlock una vez me enseñó una, pero ya no supe de ella. La escondió. Sé que la encontró en mi casa, en Northampton, y quiero ver si allá esta la otra USB.

—¡¿Y quieres ir a Northampton?! —exclamó. Bell cabeceó—. Sabes, te quiero mucho, pero estás loca.

La niña frunció el ceño.

—¿Perdón?

—¿Sabes dónde queda Northampton?

—A hora y media en tren. Dos en taxi.

—¿Ya lo tenías calculado?

—Ajá. Lo estuve pensando todo en mis clases —mencionó mientras que, de un de los bolsos de su suéter, sacó varias hojas de libretas—. Mira: Podemos irnos en tren, es más rápido y accesible. Necesitamos engañar al personal del lugar, que crean que vamos acompañados de adultos para que nos puedan vender los boletos. Esto —continuó mientras abría otra hoja—, es un análisis, en un radio de cuatro kilómetros, de la red de vagabundos de Sherlock.

—¿Sherlock tiene una red de vagabundos?

—Ajá —dijo como si nada—. Tenía a una viviendo conmigo en Belgravia.

—¡Oh! —exclamó maravillado.

—Es por eso que me puse analizar todo el mapa y conocer los puntos en donde tiene localizada su red.

—¿Y cómo lo hiciste?

—Tuvo a uno de ellos viviendo con nosotros en Baker Street. Un día, que no estaba en sus cinco sentidos, le saque mucha información; el resto lo obtuve de Teresa, la que vivía conmigo en Belgravia.

—Vaya...

—El único problema sería: Mycroft Holmes.

—¿El hermano de Sherlock? —Bell volvió afirmar—. ¿Por qué él?

—Él es el gobierno británico. Tiene una enorme vigilancia en todo Londres. Podría descubrirnos fácilmente.

—Oh diablos —susurró—. ¿Podríamos engañarlo, no?

—No lo sé... Mycroft es un hombre muy difícil de engañar pero...

Bell se quedó pensativa un momento mientras Tommy le miraba ansioso.

—¿Pero?

—No sé... Podríamos disfrazarnos.

—¿Funcionará?

—Lo distraerá. Estoy segura. —Tommy miró preocupado a Bell, ella lo notó—. ¿Qué?

—Sabes... esto sigue sonando muy loco.

—¿Tienes miedo? —preguntó molesta.

—Si —dijo como si nada.

—¡Tommy, cuento contigo para esto! —exclamó molesta—. ¡Eres parte de mi equipo!

—¿Apoco ya tienes equipo?

—¡Sí, son Rosie y tú!

—¿Acaso te crees Sherlock? —soltó.

Bell se extrañó.

—Bueno... yo... —balbuceó.

—Si te crees Sherlock —afirmó. Las mejillas de la niña se ruborizaron por completo—. ¿Y quién soy yo? ¿El Doctor Watson?

—No —respondió a voz baja—, eres una mezcla de tu tía y el inspector Lestrade.

Ahora Tommy frunció el ceño.

—¿Mi tía y el inspector? —se cuestionó extrañado—. ¿Y quién es el Doctor Watson?

—Rosie —menciono con una gran seguridad.

El niño sorprendido giró su cabeza para mirar a la bebé quien yacía dormida en su porta bebé, luego retomó a Bell.

—¿Es en serio? —Ella cabeceó con una gran sonrisa—. Bell... esto es demasiado loco y peligroso.

—¡Por favor Tommy! —exclamó en suplico—. ¡Realmente cuento contigo para esto! —Él miró a su amiga, ella se veía desesperada, casi con lágrimas surgiendo de sus ojos y eso no le gustaba al pequeño—. ¡Será una aventura, como las de Sherlock y mi tío John! ¡Por favor, Tommy!

Cerró sus ojos y lo medito por unos momentos, volvió abrir sus ojos y advirtió a su amiga con una cara de pocos amigos.

—Ya que... —dijo como veredicto final mientras se encogía de hombros.

Bell chilló de felicidad y abrazó con gran fuerza a su amigo. Tommy sintió como la sangre llegaba a sus mejillas y las pintaban en un leve rosado; Bell le estaba abrazando. Este era el mejor día de su vida.

—¡Gracias Tommy! —exclamó mientras se soltaba.

—Si no hay de qué pero, ¿sabes? Tengo una duda importante.

—¿Si?

—¿Qué hay de mi tía Molly? —Ante esa cuestión la mirada de la niña se abrió de par en par—. No lo pensaste, ¿verdad?

—Nop.

Ambos niños se miraron atónitos.

—¿Qué haremos?

—Déjamelo a mí —dijo la niña con una leve y maliciosa sonrisa. Tommy se preocupó.

—¿Qué harás Bell?

—Nada grave. Solo déjame pensar.

Bell guiñó su ojo y se fue rumbo al segundo piso de la casa. Al llegar fue al baño, abrió el botín médico y se dispuso analizar los medicamentos que se encontraban ahí.

Al otro lado de Londres Sherlock y John se habían rencontrado después de varias semanas, en las cuales cada quien vago con su propia penitencia. La reunión, por desgracia, no fue amena. John no quería dirigirle la palabra a Sherlock; verle, en las condiciones que estaba, era una extraña mezcla de odio y pena y al detective parecía importarle poco las condiciones en que estaba.

—¿Desde cuándo te drogas? —reclamó con odio John, mientras por dentro se recriminaba en reprochar tal cosa.

—¿Importa el tiempo?

—¡Sherlock!

—Una semana después de que lo Mary —respondió a regañadientes.

John tragó difícilmente y no hubo más palabras de su parte, hasta que una ambulancia, con Molly en ella llegó. El resto de la mañana se había convertido en un viaje a través de la vida filántropa de Culverton Smith, padre de Faith Smith; a quien fue en búsqueda del detective. Después de soportar los delirios de bondad de Smith, Sherlock logró lo inevitable, una crisis debido a las drogas y quedar internado en el hospital.

La niña había leído todas las cajas de medicinas y había escogido varios antihistamínicos. Bajó y Tommy le miró curioso.

—¿Qué eso? —preguntó alterado.

—Medicina que provoca sueño.

—¡Qué!

—Tranquilo —dijo mientras dejaba las cajas sobre el sofá.

—¡¿Quieres hacer dormir a mi tía?!

—Sip.

—¡Ahora sí te volviste loca!

—Te dije que tranquilo, Hooper —mencionó molesta—. Esto que haré lo aprendí de Sherlock.

—¿Eh?

—Si. Él es experto en la química y me enseñó unas pocas fórmulas para crear el sueño. Una vez haga bien la mezcla, se la daremos a tu tía, esperaremos a duerma y nos iremos hacía el tranvía. Así que, empieza a empacar cosas, principalmente todo lo de Rosie.

El pequeño, aun mirando preocupado a su amiga, no supo cómo ni porque pero le obedeció, en lo que ella buscaba el elemento perfecto para crear un efecto somnífero en Molly. Bell creó una mezcla aromática, entre un jarabe para la tos y una pomada, cubrió su nariz y se alistó para ir con Molly. La joven mujer estaba sentada, leyendo una novela romántica cuando sintió una extraña presencia en su entornó, giró la cabeza y miró a la niña, cubriendo su rostro con un playera.

—¡Bell! —Exclamó nerviosa—. ¿Qué sucede, linda?

—Molly, ¿podrías oler esto? Lo encontré en el baño y me extraño demasiado.

—¿Qué es? —cuestionó preocupada mientras se acercaba. Bell extendió su brazo, con el botecito en mano, y Molly percibió un fuerte aroma que la hizo sentir un mareo terrible—. ¡Por Dios!

La niña, sin sentir ninguna clase de remordimiento, acercó más el bote a Molly. Ella percibió como todo se convertía en algo borroso. Molly cayó en el sofá y Bell dejó en la mesa del comedor su composición química.

—¡¡Tommy —exclamó mientras se acercaba acomodar a Molly—, ya quedó!!

—¡¡Ya voy, estoy alistando a Rosie!! —respondió.

—Perdón Molly —dijo al poner un cojín sobre su cabeza—. Pero necesito resolver quien mató a mi mamá.

Varios minutos después Tommy bajó con una adormitada Rosie en brazos, con una mochila sobre su espalda y una pañalera sobre su hombro derecho, Bell se acercó a asistirle.

—¿Mi tía va estar bien?

—Sí, dormirá por un largo rato. Cuando despierte ya estaremos en Northampton.

Y sin más tiempo que perder los tres niños dejaron la casa para ir a la estación del tren.

Tardaron un buen rato en llegar, debido a que buscaban esquivar las miradas de los vagabundos de Sherlock, pero lo lograron después de cuarenta minutos. Caminaba por la cera hacía la estación, Tommy llevaba en carriola a Rosie, quien adoraba el paisaje citadino y Bell llevaba la pañalera. En la esquina de la estación, Bell distinguió varias cámaras de seguridad; durante el trayecto esquivaron la mayoría, pero ahora, en la estación, les era imposible. La niña alzó la mirada hacía una de las cámaras y una sonrisa se posó en ella. Bell tuvo la sensación, tal vez de adrenalina, sobre su cuerpo. Quería que Mycroft le viera, que supiera que había burlado parte de su vigilancia. Lo sentía fluir por sus venas, era esa misma sensación que Sherlock sentía al burlar a su hermano y era maravilloso.  

—¿Quién es el listo ahora? —dijo, y regresó con Tommy y Rosie.

La noche casi se cubría de luto al verse Sherlock enfrentado a un terrible destino llamado Culverton Smith. John llegó a salvar a su amigo de ese destino, a pesar que la ira, que la Doctora Welch había dicho, corría por él supo que Sherlock no estaba equivocado ante sus deducciones sobre Smith. El susodicho fue encarcelado y el detective había vuelto a casa en la mañana. Sherlock disfrutaba de una taza de té, mientras frente a él estaba John, mirándole con rabia y tristeza. Detrás del detective se encontraba la figura de Mary, ansiosa porque él hablara con su amigo.

—Gracias —mencionó el detective.

—¿Perdón?

—Gracias. Por salvarme.

—Alguien debía hacerlo, sino, sería otra víctima de Smith.

—No me refiero a eso —dijo mientras le daba un sorbo al té. John se extrañó.

—¿Entonces?

—Por volver.

—No hemos solucionado nada, Sherlock.

—Debemos hacerlo —dijo mientras ponía la taza sobre la mesita—. Te escuchó.

John miró a Mary insistiendo en que hablara, que no perdiera la oportunidad y él sintió como las lágrimas cubrían sus ojos.

—Yo... yo...

Sherlock aceptó que este momento sería demasiado emotivo, pero la realidad era que ambos necesitaban salvarse. Y ahora era turno del detective en salvar a John.

—John —habló—, sé que me odias, yo también me odio... si pudiera hacer cualquier cosa por evitar ese momento, te juro que lo haría.

—Sherlock...

—Lo he pensado desde el momento en que paso... fue un bloqueo. Yo sabía mi promesa, debí cumplirla y...

—Ya basta —interrumpió. Sherlock quedó atónito—. Ya basta... —tragó difícilmente y puso la vista en Mary—. Yo te culpe, por algo que tu no hiciste. Mary fue quien se puso frente a ti. Mary te defendió, nadie la obligó.

—¿Pero...?

—Vi las cintas de seguridad, Lestrade me las enseñó.

—John, yo hice una promesa y...

—Sherlock, se tu promesa, pero también sé que no eres un superhéroe o un dios que controla lo que pasa en esos momentos. Siempre nos cuidaste, Mary estaba agradecida con ello, todo esto que paso... se salió de control. No fue tú culpa Sherlock, yo debó de disculparme por mi actitud. Caímos a un infierno por querer buscar culpables en algo que fue un momento malo del destino. Mary —dijo mirando a sus ojos—, fuiste una maravillosa mujer, esposa y madre. Eso quiero que sea tu recuerdo; la comprensión, la amistad y el amor que me diste —ella sonrió.

John sonrió igual y las lágrimas fluyeron. Sherlock estaba estático, parecía no comprender lo que pasaba pero se alzó y abrazó a su amigo.

El día pintaba como un nuevo renacer en la vida de todos lo que cayeron a ese infierno. La luz iluminó la oscuridad, las penas se cubrían en tranquilidad y, poco a poco, las sonrisas aparecían en los rostros de los desdichados en ese lugar. John ya no veía el fantasma de Mary, era como si ella se encontrara en paz y su alma fuera a una eternidad gloriosa y John estaba sereno por ello.

—Veo que todo ha mejorado —dijo la doctora Welch.

—De momento, hay pequeña luz al final del túnel.

—Eso es bueno.

—Por algo hay que empezar.

—Así es, Doctor Watson. ¿Y ahora que todo busca mejorar, dígame cómo van a solucionar el caso de la pequeña niña?

—¿Bell? —cuestionó extrañado.

—Ajá.

—Bueno eso de momento esta pausado y... —se detuvo y miró a su terapeuta—. ¿Cómo lo sabe?

—¿Saber qué? ¿El caso de Samara Jones? —John quedó en shock—. Usted mismo me lo contó.

—No —soltó con voz seca—. Yo no he hablado de ese caso, ni menos de Bell en la sesiones.

—¡Oh bueno! ¿Recuerda cuando Sherlock llegó aquí, muy drogado? Ahí lo mencionaron.

—No... Sherlock estaba muy ido para siquiera recordar cómo se llamaba...

—Oh...

—¿Cómo demonios lo sabe?

Hubo un momento de silencio. La Doctora Florence mantuvo la vista en un punto fijo hasta que removió sus anteojos.

—Nunca fui amante del piano, prefiero el violín. Y las tardes en aquellas paradas de autobuses fueron memorables, John.

—¡¿Liz?! —exclamó sorprendido.

—Casi, pero no —ella se alzó, una psicótica sonrisa cubrió su rostro—, Liz era una identidad. Faith Smith era otra, Florence Welch también.

—¿Quién es usted? —Exigió sin dejar de lado su miedo.

—¿De verdad no lo has captado? Soy Eurus.

—¿Quién?

—Bueno a mis padres les gustan los nombres tontos como Eurus, Mycroft o Sherlock... —John le miró asustado— Aunque, debo ser honesta, a mí también me gustan los nombres tontos...

El Doctor Watson no comprendía lo que pasaba. Se alzó de la silla y miró a esa loca mujer.

—¿Qué diablos está diciendo?

—Pero vaya que si eres lento. Soy la hermana de Sherlock y Mycroft.

—No, espera, Sherlock no tiene hermanas.

—Me lo temía. Entonces soy la hermana secreta de ambos... —se detuvo y quedo pensativa unos momentos— Aunque eso me vuelve también... ¡Maldito seas Mycroft! —exclamó furiosa mientras se acercaba a un cajón.

—¿Hermana? —insistió—. ¿Cómo, por qué?

—Hermana del medio. Soy un año mayor que Sherlock —abrió el cajón, sacó un arma y a punto a John—. Deberían ir a preguntarle a Mikey sobre mí. Me molesta quedar en el olvido.

—Ok, i-iré c-con M-Mycroft —mencionó nervioso.

—No Doctor, no ira a ningún lado sin antes escuchar lo que tengo que decirle.

—¿Qué tiene que decirme?

—Irá con Sherlock, en estos momentos debe estar descubriendo que la Faith Smith que fue a verle era una impostora, le dirá que existo y luego irán con Mycroft. Pasado el momento de la revelación quiero que me entreguen a la niña.

—¿Para qué demonios quieres a Bell?

—¿No es obvio? Crees que me divertí en torturar a Sarah y matar a Samara.

John se sobresaltó ante tal revelación.

—¡Tú! —Eurus sonrió descaradamente—. ¡Por ello Mycroft no quería que nos involucráramos en el caso, por qué estuviste detrás de todo esto!

—Me gusta la manera en que deduce doctor, que pena que tenga que dejarlo así a la deriva.

—¿Qué?

John alzó sus brazos, Eurus aprovechó su flaqueó y haló del gatillo. 


**

¡Lamento las dos veces que vieron actualización y no había nada! La primera fue mi error (de mi dedo, más bien) y la segunda se me bugeó la app en el cel y se publicó, pero ya quedo. Ojalá que no vuelva a pasar y espero que disfrutaran el cap y, como dice el titulo: Es una pausa para reflexionar 🤔🤫...

Mhh... Tricky chapter today 🤭

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