La Niña que llegó al 221B de...

By DeyaRedfield

115K 10.1K 4.5K

Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... More

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 35 Rebeldes con Causa
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 8 Un Peón contra el Rey

2.5K 202 34
By DeyaRedfield

El timbre sonaba sin cesar y la joven secretaria que atendía llamadas y acomodaba archivos se había hartado de escuchar el inacabable y chillante sonido. Rindiéndose ante ello se alzó de su silla y caminó a atender el llamado por el intercomunicador.

—¿Diga? —preguntó hartada la joven mujer.

Buen día, busco a la encargada de los servicios infantiles. La señora Carol Smith, si mal no me equivoco.

—¿Quién le busca?

¡Oh, qué descortesía de mi parte! Soy Mycroft Holmes. El día de ayer hablé con la señora Smith, con respecto a un caso, y estoy aquí para aclarar algunos detalles de ello.

—Señor Holmes —mencionó un tanto nerviosa—, no esperábamos su visita, pero lamento decirle que la señora Smith no puede atenderle el día de hoy.

Señorita, esto es urgente —respondió severo.

—Señor Holmes, lo comprendo, pero la señora Smith tiene una agenda muy apretada el día de hoy. Tal vez sería mejor si hablara por teléfono con ella y que le agende una cita, así usted...

Pero Señorita —interrumpió—, no podría esperar para una cita. Esta situación es urgente —al escuchar esa gravedad en él, la secretaria ingirió toscamente su saliva—. Es que acaso, ¿no es deber de ustedes preocuparse por el bienestar de los niños de Inglaterra? —ella se vio preocupada—. Recuerden que ellos son el mañana. Entiendo que la señora Smith tiene cosas por hacer y todo eso, aunque, si a ustedes les interesan los niños, cosa que debe ser así...

—Señor Holmes, perdone mi rudeza, pero vaya al punto.

¡Oh, discúlpeme! Hágame el favor de dejarme pasar y hablar con ella. Solo serán unos pocos minutos, todo sea por el bienestar de una pequeña niña.

La joven dama encendió el monitor del intercomunicador y observó al señor Holmes quien dejaba lucir una sonrisa en su rostro. Ella se asombró debido a esa sonrisa un tanto aterradora, aunque, a pesar de la incomodidad que daba, tenía razón. Su deber era ayudar a los niños desamparados.

—De acuerdo, señor Holmes —dijo acompañado de un suspiro—. Como usted dice, todo sea por el bienestar de una pequeña.

Muchas gracias, señorita, no sabe cuan buena acción ha hecho el día de hoy. Inglaterra está orgullosa de usted —expresó sin dejar de sonreír a la pequeña cámara.

Ningún sonido procedió del intercomunicador y por esos momentos Sherlock permaneció desconcertado. ¿Acaso su plan había fallado? Mientras se lo cuestionaba, percibió como la puerta de seguridad se abría y con rapidez accedió a las instalaciones. Al entrar descubrió a una joven mujer rubia y con formidable vestimenta adivinando que era ella quien le había atendido.

—Señor Holmes —saludó.

Él con un rápido vistazo dedujo a la joven secretaria: "Veintiocho años; casada desde hace dos años. El anillo en su dedo anular tiene un leve desgaste, no lo remueve seguido. Respeta su relación, aunque tiene ciertas complicaciones. Adora a los niños y es por ello por lo que trabaja aquí. No ha podido concebir. Sus ojeras indica desvelo debido a que anoche tuvo intimidad, ya que creé que está ovulando, sin embargo, cree ser infértil..."

—¿Señor Holmes? —llamó confundida. Él pausó su análisis y replicó con un leve movimiento de cabeza y una suave sonrisa—. Sígame, por favor —continuó mientras daba la media vuelta e iniciaba su caminar.

Sin más porque esperar le obedeció y caminó dos pasos detrás de la joven. El recorrido fue silencioso y en ningún momento dejo de contemplar todo el lugar, la recepción era un espacio enorme con un gran escritorio en forma circular de color caoba, en donde notó a otra joven mujer de cabellera castaña atendiendo llamadas y acomodando archivos. El sitio junto a ella pertenecía a la rubia que lo encaminaba hacia su interés. Dejando detrás la recepción, siguieron su camino por un enorme pasillo con paredes pintadas en marfil, causando que la iluminación molestara en los ojos. Por momentos el detective parpadeaba veloz para que estos se adaptarán a aquella intensa luz.

—¿Señor Holmes? —buscó la rubia mientras se detenía.

—¿Sí? —contestó, al momento que daba dos pasos agigantados para acercarse a ella.

—Esta es la oficina de la señora Smith. En estos momentos está atendiendo un ligero asunto y en cuanto termine estará con usted.

—De acuerdo —manifestó sonriente.

Ambos estaban frente a la enorme puerta de caoba y del bolsillo de su pantalón la joven secretaria sacó un juego de llaves en donde, con cierta lentitud, empezó a buscar la llave indicada para abrir la oficina. Holmes veía con una ceja arqueada y cierta desesperación a la dama, consciente de que su calmosa búsqueda era intencional. Cuatro minutos después la rubia sonrió y mostró una llave la cual era el único color dorado de entre todas.

—¡Tantas llaves y siempre se me pierde! —mostró con una falsa sonrisa.

—¡Vaya! Es difícil de creer —continuó Holmes con esa misma falsedad.

Ella desvaneció su sonrisa y le maldijo en voz baja, lo cual él ignoró. Abrió la puerta, se colocó a un lado de esta y levantó su mano.

—Adelante, señor Holmes.

Aun con esa sonrisa abrigada en falsedad él cruzó el umbral y la secretaria se dio la media vuelta lista para retirarse por la puerta cuando este le interrumpió.

—Señorita, un consejo. No porque trabaje aquí quiera decir que la adopción de un niño sea más accesible, así que, le aconsejo que le diga a su esposo que vaya a un médico. Probablemente él es el infértil, no usted.

Sin poder creer lo que había oído la joven secretaría le miró aterrorizada. Holmes se dio la media vuelta para tomar asiento en la silla que había frente a un modesto escritorio de caoba y sin nada más porque continuar la secretaria abandonó el lugar con sus ojos a punto de derramar gigantescas lágrimas.

Holmes escudriñó el lugar con minuciosidad y tomó una bocanada de aire al momento que cerraba sus ojos y se adentraba un poco en su memoria para recordar algunos pequeños detalles.

Cuarenta y cinco minutos atrás.

«¡Sherlock!» Exclamó Molly muy alegre. «No esperaba verte hoy».

Ella caminó hacia el detective quien estaba parado bajo el marco de la puerta del laboratorio, mirándola con evidente seriedad, y con pasos algo nerviosos Molly decidió detener su caminar, a menos de sesenta centímetros de él, notando como su abrigo se movía de la parte de atrás. Confusa ella ladeó su cabeza para descubrir como detrás de él aparecía una pequeña niña.

«¡Oh!» Pronunció nerviosa, pero aún sonriente. «¿Y está preciosa niña?»

Sherlock observó de reojo a la niña quien se aferraba a su abrigo, notándose algo intranquila por la presencia de Molly. Su reacción fue poner una cara confundida ante la escena que ambas estaban demostrando.

«Isabelle, Molly» habló mientras se hacía a un lado y alzaba su mano, «Molly, Isabelle».

«¡Oh, que hermoso nombre! Siempre me ha gustado el nombre de Isabelle».

«Bueno, a ella no le gusta. Prefiere Bell».

«Je, ya veo. Bell también se oye lindo» reveló muy sonriente.

Bell no dejó de mirar a Molly, quien aún con esa sonrisa llena de nervios, no paraba de juguetear con sus manos haciendo que la niña sé percatarse de cómo se esforzaba por no cometer alguna equivocación.

«Molly» interrumpió Sherlock, «necesito un favor».

«Cla... Claro, Sherlock. ¿En qué te puedo ayudar?»

El detective se movió dejando a Bell expuesta y consiguiendo que se asustara más de la cuenta. Molly aún mantenía su jovialidad y le contemplaba, sin embargo, Bell seguía hecha un manojo de nervios. Corrió hacía con Sherlock para regresarse a ocultar detrás de su abrigo y extrañado el detective le vio para luego ignorar la situación y sacó del bolso de su abrigo un teléfono móvil.

«Creo que está asustada» dijo apenada Molly, caminando hacia la mesa de trabajo.

«No te preocupes» respondió Sherlock mientras tecleaba en el celular. «Pronto entrará en confianza». Molly observó curiosa y Sherlock alzó la vista, ignorando la situación. «Necesito gravar tu voz» reveló de golpe.

«¿Mi voz?» preguntó confundida.

Sherlock rodó sus ojos mientras dejaba escapar un amargo suspiró.

«¿Molly estás sorda?»

Ella tragó difícilmente.

—¿Señor Holmes? —escuchó a sus espaldas y volvió a la realidad—. ¡Vaya, que sorpresa!

Holmes sonrió, se alzó de la silla y con elegancia acomodó el cuello de su abrigo para conocer a la tan afamada señora Carol Smith.

—Señorita Smith —saludó con caballerosidad mientras observaba a la mujer quien lucía estar en sus cuarenta, aunque su cabello engañaba encontrándose completamente lleno de canas. No sobresalía como una persona añosa. Vestía un traje en color guindo, bien planchado y con demasiados informes en su mano—. Es todo un placer.

Ella se adentró a la oficina para acercarse a él y saludarle debidamente.

—Es todo un honor conocerle, señor Mycroft Holmes —decía al momento que alzaba la mano.

—Igualmente señora Smith —contestó, mientras colocaba su mano sobre la de ella y hacían el tradicional apretón.

—Por favor, llámeme, Carol. Olvidémonos de las formalidades, claro, si a usted le parece correcto.

—No hay ningún problema, Carol —sonrió—. Y usted puede llamarme Mycroft.

—Gracias. Pero, por favor Mycroft tome asiento, no se quede ahí parado. ¿Gusta una taza de té?

Procediendo Holmes volvió a retomar asiento sobre aquel cómodo sillón y Carol Smith caminó hacia su escritorio, dejando todo su papeleo sobre él y tomó asiento en su silla movible.

—Muchas gracias, Carol.

—Y bien Mycroft —continuó con un enorme suspiro—, ¿qué lo trae por aquí? Me sorprende que alguien de su posición venga a este lugar. Ustedes, los del gobierno, son más de resolver casos por teléfono que en persona.

—Sí, sí, sí —mencionó mientras se cruzaba de piernas—, es verdad. Pero ahora he decidido hacer una excepción, Carol. ¿Recuerda el caso que hablamos ayer?

—¿Isabelle Jones? —Él afirmó con la cabeza—. Sí, lo recuerdo perfectamente. La pequeñita a la cual su madre fue asesinada. ¿Qué es lo que pasa con ese caso?

—Bueno, el día de ayer le comenté que sería una buena idea si podían salvaguardar a la niña, hasta que encontráramos a su familiar.

—Ajá —soltó extrañada.

—Bueno, Carol, vengo a informar que la tía ha aparecido.

La señora Smith miró perpleja al señor Holmes mientras su rostro se cubría con una media sonrisa.

—Espere, Mycroft, ¿cómo que encontraron a la tía? —preguntó sin creérselo.

—Así es.

—¿Y cuándo le localizó?

—El día de ayer, Carol. Fue algo complicado, pero pudimos dar con ella —mencionó acelerado—. La tía vive en América, Estados Unidos para ser exactos. Gracias a unos contactos logramos dar con su paradero e informarle con respecto a la situación de la hermana y sobrina. Pobre de Sarah Jones, le afectó el hecho de su pequeña hermana. Pero...

Él no paró de hablar, escupía y escupía palabras, cada una más tediosa que la anterior, y esto procedía a que Carol Smith se alterara por tanta pronunciación.

—¡Mycroft! —exclamó y este se detuvo—. De acuerdo, ya le comprendí. Han encontrado a la tía, me alegro. ¿Pero a qué se debe todo esto?

—Creo que es obvio, ¿no, Carol? La tía de Isabelle Jones ha aparecido, no necesitaremos ya de la ayuda de servicios infantiles.

—Pero Mycroft —continuó con una sonrisa sarcástica—, usted mejor que nadie debe de saber que, una vez que servicios infantiles estén en un caso, ya no puede salir.

—Lo sé perfectamente, Carol —sonrió con cierto cinismo—. Es por lo que también sé que, si el familiar del infante no puede acudir a la brevedad a servicios infantiles, puede dejar un tutor a cargo del niño.

—Si —contestó con seriedad—. Tiene razón, Mycroft. El familiar está en total derecho de declarar un tutor temporal, al menos que se tengan pruebas.

Carol Smith sonrió victoriosa para hacerle tragar aquellas palabras a Holmes, pero este no borraba su sonrisa ante la obvia derrota.

—También lo sé, Carol —mencionó su nombre con el mismo tono—. Y es por ello por lo que la señorita Sarah Jones me ha dejado un mensaje.

—¿Le dejó un mensaje? —repitió asombrada.

—Exacto.

Al ver la expresión sorpresiva en ella comenzó a buscar en el bolsillo de su abrigo su teléfono móvil. Al encontrarlo, tecleó como loco logrando que de vez en cuando alzara la vista y retornara al teléfono.

—¡Listo! —Exclamó—. Aquí tiene.

Con una sonrisa despectiva Holmes le entregó su celular a Carol Smith quien dudosa lo tomó. Al ver el comportamiento de ella solo asintió y le obedeció, poniendo el teléfono en su oreja y fue toda oídos ante el mensaje.

"Hola, soy Sarah Jones, hermana de Samara Jones. Antes de continuar quiero agradecerle, señor Holmes, por la atención que le ha brindado a mi sobrina Isabelle y por llevar el caso de mi hermana. No sabe cuánto me ha dolido esta noticia y usted ha sido muy amable por brindarme su apoyo. Por lo que me comentó, ha hablado con servicios infantiles para que se encarguen del cuidado de mi sobrina, ante esto quiero informarle que la próxima semana regresaré a Londres de mi viaje por América. Así que, por este medio, le pido a usted que se encargue del cuidado de mi pequeña Isabelle, señor Holmes. Por ello en este mensaje lo decreto como el tutor temporal de Isabelle. Cualquier cosa pueden comunicarse conmigo a este mismo número. Muchas gracias".

Terminando de escuchar aquella grabación Carol Smith miró con perplejidad al señor Holmes quien observaba hacia la nada.

«¿Lo hice bien?» preguntó muy ansiosa Molly.

«No» confesó mientras fruncía el ceño. «Escúchate más angustiosa. Acabas de enterarte de que tu hermana la han...» paró y miró de reojo a la niña, quien les observaba muy atenta. «La han asesinado» susurró, «estás totalmente devastada y preocupada por el bienestar de tu sobrina».

«Uf» suspiró, «Sherlock, yo no... yo no tendré algún problema por hacer esto, ¿verdad?» Reconoció algo nerviosa.

«Por supuesto que no, Molly. ¿Por qué preguntas?»

«Porque, ¿esto es ilegal?» Ante esa interrogante Sherlock movió sus ojos con algo de sorpresa. Ella se preocupó. «Digo...» continuó inquieta «No me has explicado, con exactitud, porque estás haciendo esto. Y esto de engañar a servicios infantiles es algo...»

«Molly» interrumpió. «Me sorprende que me preguntes algo así, si has hecho cosas de más riesgo por mí. No pasará nada malo, solo es para resolver el caso de Isabelle».

Dando por acabadas aquellas interrogantes Sherlock le sonrió y los nervios que en Molly habían florecido se desvanecieron gracias a esa expresión.

«De acuerdo» contestó y una suave sonrisa se forjó en su dulce rostro.

Bell contempló aquel momento con mucha extrañez, Molly se aclaró su garganta y a la vez alzaba las hojas que Sherlock le había entregado con aquel texto que recitó. De nuevo Molly repitió aquel mensaje y trató de hacer brillar la actriz que llevaba dentro.

—¿Mycroft? —escuchó e hizo que este volviera a la realidad.

—¿Alguna duda, Carol?

—Sí, realmente sí. De hecho, muchas. En primera, ¿por qué le nombró el tutor de la niña?

—Creo que en el mensaje queda claro. Estoy llevando el caso y a ella le parece conveniente que me quede con su sobrina.

—Bueno, pues a mí no se me hace nada conveniente esto —se alzó de su silla, sin dejar de mirarle—. Realmente lo lamento, Mycroft. Sabe perfectamente que una vez nosotros estamos involucrados, no podemos salir, así como así.

—Sí, sí pueden, Carol —respondió mientras ponía sus manos junto a sus labios—. Como le comenté, tengo permiso de un familiar y eso hace que su jurisdicción quedé nula. Tiene ahí mi celular, marque el número de la señorita Jones y pregúntele. No perderemos nada, solo tiempo.

Carol le observó con evidente coraje y llevando aún el celular en su mano marcó al número que aparecía como Sarah Jones. Esperó y al contestar escuchó la misma voz de la grabación.

—Buen día, ¿la señorita Sarah Jones? Sí, soy Carol Smith encargada de servicios infantiles y hablo con respecto a su sobrina Isabelle Jones... Es que tengo aquí al señor Mycroft Holmes y me comentó que usted le cedió una tutoría temporal y quería... —se detuvo y escuchó atentamente— ¿Está completamente segura? ¿Todo va a cargo del señor Holmes? De acuerdo. Solo necesito que nos mande un texto o su firma para corroborar... Muy bien señorita Jones, yo le pasaré mis datos para que nos haga llegar el comunicado. Buen día y lamento las molestias —ella colgó el móvil y miró a Mycroft Holmes, quien tenía la mirada de nueva cuenta hacia la nada—. Solo necesito que me firme un documento, señor Holmes, y nos retiraremos del caso.

Sin nada más que decir la señora Smith salió de su oficina dejando al hombre solo y el joven Holmes no ocultó una sonrisa llena de satisfacción.

Su misión había culminado victoriosamente.

Pasando unas horas Sherlock había llegado al laboratorio para recoger a Isabelle, ya que le pidió a Molly que la cuidara. Realmente no sé lo pidió, se lo ordenó, pero daba igual, Molly le haría caso a todo.

Al entrar descubrió a Molly, Isabelle y un niño de cabellera azabache que parecía ser de la edad de la niña. Extrañado notó que Molly les enseñaba un pequeño libro y de repente Bell alzó la cabeza y apreció al detective bajo el marco de la puerta.

—¡Sherlock! —exclamó con alegría.

Molly y el pequeño levantaron sus miradas, Bell se bajó de la silla y corrió a abrazarle y él, al sentir el afecto de la niña, no dudó en hacer una mueca asqueada y colocar sus manos sobre los hombros de ella para despegarla de su espacio personal.

—¡Wow! —Exclamó el niño en voz baja mientras miraba a Molly—. ¡Entonces es verdad!

—Te lo dije, cariño —mencionó Molly con una sonrisa.

—¡Es Sherlock Holmes! —chilló el niño con inmensa alegría.

—Ah... ¿Molly? —cuestionó confundido el detective.

—Sherlock, él es mi sobrino Tommy —presentó con una enorme alegría mientras le tomaba de los hombros para calmar su incontrolable energía—. Es un gran fan tuyo.

—¿Sobrino? —ahondó sin creérselo—. Pero tú eres hija única.

—No, no. Tengo un hermano mayor —reveló apenada—, casi no hablamos. Pero hoy vino a dejar a Tommy conmigo para que pase unos días aquí en Londres.

—Cuando vine no estaba —continuó, aun impresionado.

—Estaba en el baño —respondió avergonzado el niño. Sherlock acertó a las mismas manías nerviosas de su amiga en él.

—Molly estaba enseñándonos sus libros favoritos para colorear —interrumpió Bell mientras miraba a Sherlock—. Ven para que veas lo que coloree.

Bell tomó su mano para conducirlo a la mesa, no obstante, Sherlock no se movió. Quedó estático observando a la niña.

—Sherlock, ¿estás bien? —preguntó Molly al notarlo así. Este solo movió sus ojos con ella y no dijo nada—. ¿Todo salió bien? —Insistió—. Es que cuando ella llamó, me asusté un poco, lo reconozco, pero hice mi mejor esfuerzo. Bell y Tommy son mis testigos. —aun así, Sherlock no abría la boca, parecía que estaba en una especie de conmoción mientras observaba a la pequeña—. Bell se portó bien, es una buena niña. Sé que la cuidarás bien.

Al percatarse de aquellas palabras Sherlock separó sus labios.

—No debería haber niños aquí —habló con seriedad—. Es una morgue.

Aquellas palabras causaron que Molly se asombrara. Sherlock se dio la media vuelta, salió del laboratorio y una vez en el pasillo llamó a la niña quien al oírle corrió hacía él, no sin antes despedirse de Molly y Tommy con una sonrisa, a la cual ambos respondieron de la misma manera.

—¡Vaya! —Exclamó el niño—. ¡No puedo creerlo, conocí a Sherlock Holmes!

—Te dije que lo conocía, Tommy —dijo mientras volteaba a verlo—, pero ahora tenemos que volver a casa. Sherlock tiene razón, no puedo tenerte aquí o si no me regañarán.

—Pero es divertido aquí, tía.

—Lo siento, es hora.

Molly lo tomó de los hombros y comenzaron a caminar por el pasillo para ir al elevador.

—Sabes algo, tía Molly —dijo de repente—. Bell es muy bonita.

Molly no evitó una suave sonrisa junto con una risita ante la tierna confesión de su pequeño sobrino.

Sherlock e Isabelle iban en taxi y en absoluto silencio rumbo a Baker Street. En momentos el detective la observaba a través del rabillo del ojo con mucha singularidad, en cambio, ella disfrutaba del lado citadino de Inglaterra. Para la niña todo era fascinante. Sin dudas Sherlock pudo resumir que ella jamás había estado en el corazón de Londres, estaba más que acostumbrada a los suburbios.

—¡Sherlock! —llamó emocionada mientras tomaba la manga de su abrigo. Él asombrado volteó a verle.

—¡¿Qué?! —demandó alterado.

—¡Es el río Támesis! —continuó emocionada.

Ante esa revelación Sherlock rodó fastidiado sus ojos para luego poner una de sus manos sobre su frente y suspirar con amargura. Bell observó el enorme río con admiración, había visto fotos de él en libros de historia y los periódicos, pero jamás había tenido oportunidad de verle en vivo.

—Es hermoso —continuó con una enorme sonrisa.

El detective movió sus ojos y notó como estaba casi pegada al vidrio, contemplando aquel enorme lago que, para él, no tenía emoción alguna. El taxi seguía su curso cuando pasaron por el London Eye y un enorme suspiro salió de la boca de la niña.

—¡¡Sherlock!! —casi gritó mientras volteaba a verlo.

—No —respondió con rapidez.

La emoción que tenía plasmada en su cara se vio opacada por un rostro lleno de seriedad y extrañez.

—Ni siquiera sabes lo que te iba a decir —respondió molesta.

—No iremos al London Eye —dijo, sin mirarle.

—Pero... Pero yo quiero...

—No —reiteró molesto.

Lo único que Bell hizo fue acomodarse en el asiento, se cruzó de brazos e hizo un puchero. De ahí en adelante el camino volvió a hacer silencioso.

Llegaron a Baker Street y al salir del taxi y caminar hacia la puerta del edificio, Sherlock descubrió como la aldaba de la puerta estaba enderezada a la perfección. Era una mala señal. A gran velocidad se acercó a la puerta y la niña vio extrañada como le pasaba de lado. Sherlock entró al edificio haciendo que Bell se fuera tras de él, corrió como loco por los escalones hasta que llegó a su piso y encontró a su hermano mayor cómodamente sentado en su sofá.

—¿Mycroft?

—Hola, hermano mío —saludó con una desvergonzada sonrisa.

—¿Qué haces aquí?

Él sonriendo con cierto cinismo, más no contesto.

—¿Sherlock? —preguntaron a sus espaldas y este volteó para observar a la niña, quien le miraba preocupada y Mycroft desvaneció su sonrisa para distinguir a la dueña de esa vocecita.

—¿Pero...? ¿Qué diablos...? —soltó nervioso.

—Sherlock —llamó Mycroft—, tenemos que hablar.

—¿Quién es? —cuestionó la niña muy curiosa, tratando de conocer al hombre sentado en el lugar del detective, pero este le impedía observar.

—Ve con la señora Hudson —ordenó molesto.

Ella le observó.

—No esta.

—Demonios —susurró—. Ve alguna otra parte que no sea aquí.

Bell dio una rápida mirada al nervioso detective y lo había deducido. Sin seguir insistiendo se dio la media vuelta y se fue bajando los escalones. Viendo como la figura de Bell desaparecía, dio una media vuelta para ver a su hermano con una mirada llena de frivolidad.

—¿Qué es lo que quieres, Mycroft? —exigió con seriedad.

—Hablar.

—¿Hablar? —Cuestionó con una irónica risa—. ¿De qué quieres hablar?

—Lo sabes perfectamente. Debería arrestarte por lo que acabas de hacer.

—¿Hacer qué?

—¡Oh, Sherlock! —Exclamó molesto—. Deja de hacerte el que no sabe. Carol Smith me habló después de darte la tutoría de la niña.

—Pero... ¿Cómo se dio...?

—Sospecho de ti, desde el momento en que te vio. Me sorprende que no te conozca como el detective que eres, pero no dudó en llamarme, y yo no lo hice tampoco al venir hasta acá. Sherlock no puedes llevar este caso —ante ello rodó sus ojos y caminó hacia la pared donde tenía toda la documentación sobre el caso—. Es verdad, Sherlock, cometiste un hackeo al gobierno y falsificaste identidades, no te he puesto en prisión porque mis influencias son grandes. Sabes que tienes que ignorar todo lo que te llegue y concentrarte en...

—No es necesario que me lo repitas —interrumpió molesto—. Te dije que me encargaré de ello, pero esto es importante.

—¿Importante? —Cuestionó sin creerlo—. ¿Acaso el asesinato de una terrorista es más importante que salvar a Londres de Moriarty?

—Sip.

—¡¿Qué diablos pasa contigo, Sherlock?!

—Más bien, ¿qué pasa con ustedes los del gobierno? Si es verdad que están llevando este caso, ¿cómo nunca se comprometieron a buscar a la niña? Duró cuatro semanas por las calles de Londres, en busca de alguien que le ayudara. Y ese alguien soy yo —acentuó molesto, mientras volteaba a verle.

—Sherlock... ¿Es que acaso estás jugando al buen samaritano? La niña no se quedará aquí y no resolverás este caso.

Mycroft se alzó del sofá, tomó su paraguas y caminó rumbo a la puerta cuando Sherlock le llamó.

—Espera —se detuvo—, hagamos un trato.

—¿Un trato? —preguntó extrañado.

—Sí, un trato.

Mycroft le observó con curiosidad.

—Me encargaré de Moriarty. Es un hecho. Pero déjame resolver este caso, deja que ella se quede aquí y lo resolveré lo más pronto posible.

—Estás haciendo una jugada peligrosa, hermano mío.

—Solo he movido un peón, Mycroft. Tú has movido al rey lo suficiente.

Siendo esas palabras un jaque mate para él, el mayor de los Holmes dio la media vuelta y partió del apartamento, dejando a Sherlock solo. 

Continue Reading

You'll Also Like

212K 11.1K 52
LUMOS "Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas" "Los señores Canuto, Cornamenta, Colagusano y Lunático presentan... CONOCIENDO A NUESTROS...
61.5K 3.8K 6
No puede ser. Definitivamente esto no tiene por qué estar pasando. Respiraron hondo, seguramente estaban soñando y su mente les estaba jugando una ma...
432K 59.3K 58
El amor puede llegar de manera impredecible... Para aquel Omega que por mucho tiempo creyó que lo había encontrado, vendrá en su demandante e impone...
916 75 5
Coriolanus renunció a todo por estar con Lucy Gray Baird y escaparon juntos a las montañas del norte.