Crónicas del circo de la muer...

By TatianaMAlonzo

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Elena Novak mal vive en un reino gobernado por Eleanor Abularach, una reina sanguinaria que castiga a los tra... More

Prólogo
1. Acepto que no soy una persona del todo honorable
2. Una marioneta salva mi culo
3. Esto es lo que en realidad soy
4. El Heraldo
5. No es burdel de prostitutas, es un burdel de telas
6. Gio está enamorado del hijo de la reina... pero Shhh, guardémosle el secreto
7. Reginam: el circo de la muerte en asiento VIP
8. Vino de sangre que no es sangre
9. La leyenda del sol y la luna
10. Máquina de helado
11. La Carreta
13. El león que asusta a las ratas
14. La princesa Isobel
15. Entre el cielo y el infierno
16. Nido de Serpientes
17. Entre hermanos
18. Piedad, Majestad
19. Exhibición de petulancia
20. Las ideas de Sasha
21. El dolor de cabeza de Eleanor
22. El Monje Rebelde
23. Kire se va a casar con un cerdo
24. Duardo Garay
25. Me piden cargar al Conde de Abastoa
26. Demostración de lealtad
27. Gio tiene nuevo asistente
28. El cumpleaños de Isobel
29. Duelo de vergas, en palabras de Sasha
30. Su nombre es Elena
31. Termino en una iglesia con el príncipe Gavrel
32. Decisiones
33. Ahora soy la aprendiz de Moria
34. El novio rebelde de Marta
35. La realeza también necesita de las putas
36. Las historias de Adre
37. Sasha por fin descubre a Gio y de paso me lleva al infierno con él
38. Protejan a la reina de los traidores
39. Hombre muerto
40. La merienda
41. El pozo de la corrupción
42. El Monasterio
43. Un narciso blanco
44. Campos de maíz
45. El taller del maestre Adnan
46. A lo mejor la vida de Isobel se complicó más que la mía, o tal vez no
47. La reina del circo
48. Se deberían de poner de acuerdo el corazón y la razón
49. Farrah también puede ser perra
50. Una visita inesperada
51. Payasos y Prostitutas
52. Van de la mano
53. Pierdo lo que más me importa
54. Contemplando lo ridículo
55. Sentenciada a muerte
56. Adiós, Gio
57. Aguijones en mi garganta
58. El mundo se viene abajo y yo sin calzones
58.5 Documentos perdidos: Carta al obispo
59. El Cenicero
60. La Rosa
61. En primera fila
62. Glotoncito
63. Voy a morir como una heroína
64. La Filia
65. El Príncipe Negro
66. El juicio final

12. Prisionera

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By TatianaMAlonzo

La presión sobre mi cuello me obliga a dejar caer una de mis dagas.

—¿Qué traes ahí? —pregunta molesto el soldado al ver la daga que todavía sostengo en mi mano.

Aligera su agarre para quitármela. No me voy a dejar. Lo bloqueo e intento herirle, pero como mi posición no me permite ver sus manos no anticipo sus demás movimientos. Él le da una patada a mi mano y dejo caer la otra daga.

—Una mujer no puede portar armas, tendré que arrestarte —se burla. Maldita rata.

—¡Suéltame! —Aquí nadie me va a escuchar.

Quizá fue estúpido de mi parte venir hacia acá, pero qué otra opción tenía. De nada sirve lamentarse ahora.

El soldado me obliga a ponerme de pie, a colocar mis manos detrás de mi espalda y después presiona su cuerpo contra el mío para retenerme. Maldito.

—Tú y yo la pasaríamos tan bien —dice, frotando su entrepierna en la parte baja de mi espalda. Su aliento sabe a carne y cerveza. Quiero vomitar. Quiero matarlo.

—¡Déjame…!

—Olvídalo, preciosa, ahora le perteneces al rey.

¡Y una mierda! Más soldados se acercan. Me vendan los ojos para que no pueda ver nada. ¡No!

—¡SUELTENME!

También sujetan mi boca.

—Duérmanla ya —ordena la rata.

—Todavía no, juguemos un rato con ella —ríe uno de ellos y levanta mi vestido.

¡NO!

¡NO!

¡POR FAVOR, NO!

—Se darán cuenta si no llega virgen.

—Van ustedes a creer que la puta esta es virgen. Al menos echemos un vistazo.

—Esta es un encargo especial. Si la llevamos con un solo rasguño Malule se enojará.

¿Malule?

¡GIO!

¡AYÚDAME, PAPÁ!

Me siento pequeña y débil.

—¿Qué hacemos con el caballo?

—Tráiganlo también.

Me obligan a caminar a ciegas por el bosque y entre dos me trepan a… mis manos sienten madura húmeda, fango, heno... La carreta.
Tantas veces escuché historias de campesinas que corrieron con la misma suerte. Ahora yo.

¡NO!

¡YO NO!

—¡Duérmanla antes de que se alebreste más!

Cuatro manos me sujetan. Un olor acebo me inunda y…

Abro los ojos pero no puedo ver nada. Tampoco puedo gritar. Tengo la boca y los ojos vendados. ¿Dónde estoy? Un olor pimentón me hace adormitar a pesar de que intento no volver a cerrar los ojos. Me dejo vencer una y otra vez, pero me incorporo pronto.
Estoy atada de pies y manos. Soy una prisionera. Madre. No sirvió de nada que mi padre me enseñara a defenderme. Una mujer no puede igualar la fuerza de un hombre, de dos hombres, tres, cuatro, cinco. Cinco contra una. Cobardes.

Este lugar huele a sangre y humedad. ¿Dónde estoy? Escucho sollozos. Una mujer está llorando a poca distancia de donde estoy yo. ¿Quién eres?

El sonido de voces acercándose me pone alerta. Un hombre y una mujer.

—…La última vez se enojó. Es un cerdo. Las pide limpias y olorosas como si lo que hiciese con ellas fuese digno de ver —se queja ella.

Los sollozos aumentan.

—¡Eh, tú, cállate! ¡Despertarás a las demás! —grita la mujer, con impaciencia.

—Está herida —dice él.

—¡Bah! El médico vendrá mañana a revisarlas. Ya sabes que yo no puedo interferir. —lamenta ella, de mala gana. Él se escucha preocupado—. ¡Entiende que la vida no es fácil para nadie! —grita. En algún otro rincón otra mujer empieza a sollozar—. Y menos lo será para mí si las ayudo a morir.

—No, por favor, Mah.

—Te juro que a veces veo sus rostros en mis pesadillas.

—No es culpa de nadie, Mah. Él es el rey.

¿El rey?

La voz de él es torpe, las palabras a veces se atrancan en su garganta.

—Ese maldito cerdo pervertido.

Escucho el sonido de una llave abriendo una cerradura. ¿Es aquí? ¡Sí! Ellos están abriendo mi puerta. Ellos están aquí. 

—Deberíamos bajar la voz, Mah, quizá esté dormida —dice él.

—¿Y qué? No le servirá de nada que seamos amables con ella. 

El olor a sangre y humedad es reemplazado por olor a jabón.

—¡Eh, tú, despierta! —pita ella y un pie magulla mi cara. Trato de ponerme de pie pero es imposible, estoy atada.

—Está despierta, Mah.

—Ya era hora.

Me quitan el vendaje. Parpadeo varias veces. Finalmente, mis ojos se acostumbran a la tenue luz de la lámpara de gas que traen ellos.

Los ojos arrugados de una mujer vieja me están mirando fijamente. Ella está toda cubierta con un vestido de manta, incluso su cabello está oculto. Me sienta y me quita el vendaje que sujeta mi boca.

—Es bonita. Mira sus ojos, Mah —dice él.

—Tener un rostro bonito no es buena fortuna para una campesina.

—¿Qui-quiénes son ustedes? —pregunto con palabras entrecortadas.

—Cállate, niña estúpida.

No puedo intentar pelear hasta no trazar un plan de huída. Ojalá estuviese aquí Garay.

—Pregunta quiénes somos, Mah.

—Ya escuché, cariño.

La cara de él es deforme y grotesca, pero es un hombre joven, no tendrá más de veinte años. También es cojo y tiene una mano en forma de muñón. Me da asco y miedo. Su ropa es un harapo. También la de ella lo es, sin embargo ambos están más limpios de lo que usualmente estoy yo.

—¿Quiénes son ustedes? —insisto, temerosa.

Ella se ríe. —Eso no importa, niña. No le importa a nadie aquí y tampoco debe importarte a ti.

—¡Es bonita, Mah!—repite él y aplaude.

Él tiene una sonrisa menoscabada. Madre pura. Además de tener defectos físicos, este muchacho es retardado. Pero no me puedo permitir sentir compasión por él, aquí la prisionera soy yo.

Me liberan los pies. Ahora sólo tengo atadas las manos.

La mujer es fuerte. Me sujeta por los hombros tan bruscamente que temo vaya a lastimarme. Salimos de mi celda y me empuja por un corredor iluminado por más lámparas de gas.
Apenas me doy cuenta que no llevo zapatos.

—Si intentas gritar te volveré a vendar los ojos y cubriré otra vez tu boca —me advierte ella—. Aquí nadie te va a ayudar. No tenemos más libertad que tú.

¿Dónde estoy?

Al final del corredor hay un cuarto de lavado, entramos. El muchacho asienta la lámpara de gas en el piso y después ayuda a la mujer a sujetarme mientras ella busca jabón y un cepillo. Miro a mi alrededor, el cuartucho es estrecho, la mitad está ocupada por una bañera rebosante de agua.
¿Qué demonios piensan hacer?
La mujer empieza a desvestirme.

—¡No! —grito, agitándome sobre mis pies, pero ella ordena al retardado sujetarme con más fuerza.

—Ah no, tú no harás esto difícil para mí —me reprende—. Ayúdame con esto, Jan.

Él apretuja mis brazos y ella vuelve a atarme la boca y los pies. Intento ponérselo difícil pero rompe mi vestido y me lo saca rápido.

—Es la primera vez que veo esto. Una mujer con pantalones cortos debajo de un vestido...

Me los puse a pesar de las quejas de Gio. Ella se burla y rompe todo con unas tijeras.

Ahora estoy desnuda frente a ellos. La sensación me repugna y no dejo de sacudirme para hacérselo saber. Insisto en hacerle esto difícil. Porque si esto es una pesadilla para mí, lo será para ellos también. No obstante, como si hubiesen leído mi mente, me sujetan con más fuerza y me obligan sentarme en la bañera. Después ella coge un cepillo y un jabón y empieza a restregarme la piel.
El retardado me mira boquiabierto. Maldito infierno... Nunca había estado desnuda frente a nadie, sintiéndome débil y a su misericordia. Madre luna. Me asquea saberme vulnerable frente a estos dos.

El retardado intenta acercar su mano con forma de muñón a mi entrepierna ¡No! Me agito bruscamente. ¡MALDITA SEA, NO!

—Esta vez no, Jan. A ella ya la esperan. Más tarde te llevaré a una de las celdas —lo consuela ella, con voz maternal.

¿Qué tipo de monstruos son?

Contrario a él, ella si frota sus callosas manos por todo mi cuerpo. Siento un nudo en la garganta pero me obligo a no darle el gusto de verme llorar. Me siento humillada, pero parpadeo para alejar las lagrimas. No voy a llorar. Además tengo que encontrar la manera de escapar. No soy una prisionera más, soy Elena Novak.
Mah me saca de la bañera y seca la humedad de mi cuerpo con una manta. También se apresura a desenredar mi cabello mientras su engendro de hijo sigue embelesado por mi desnudes. Ojalá tuviera mis dagas para clavarlas en su garganta.

—¿Te gusta lo que ves, Jan? —le pregunta ella con una sonrisa asquerosa en la cara.

No puedo llorar.

—Es bonita, Mah —repite él y aplaude.

¡Malditos enfermos!

Si no tuviera una venda en la boca al menos les escupiría la cara. Intento gritar y eso únicamente los hace reír más.

—Esto no es lo peor que te pasará esta noche, linda —dice ella, con malicia—. El rey Jorge y el príncipe Sasha te están esperando.

¿Infierno, qué? ¿Por qué el rey Jorge y el príncipe Sasha me están esperando? ¿A dónde voy? Otra vez intento gritar, pero sólo consigo sacar de mi garganta un sonido ahogado. 

Mah desata mis manos y se apresura a ponerme un vestido color blanco. La prenda es sencilla, no muy diferente a los vestidos que me regaló Gio. La diferencia, la maldita diferencia, es que éste es casi trasparente.

Mah ya no vuelve a atar mis manos y libera mis pies. No obstante, venda mis ojos. Esto es como un maldito juego. Me empuja y empezamos a caminar.

—Espérame en nuestra covacha, Jan. No tardaré.

—Si, Mah.

Ella y yo continuamos solas. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Cada treinta pasos me obliga a cambiar de dirección.

—Hola, Mah —escucho que le saludan dos hombres.

Tanbién escucho el golpeteo de botas sobre baldosas. ¿Soldados?

—Díganle a Malule que ella está aquí —anuncia.

Dejamos de caminar y esperamos. Tengo la boca seca y un fuego en mi estómago me quema por dentro. Me siento ansiosa. ¿Dónde estoy? Maldita sea, tengo que escapar. Trato de correr, pero la mujer me reprende.
Escucho pasos. Alguien más se acerca.

—Sí, ella es. Hasta que hicieron algo bien —dice la voz grave de un hombre. ¡Malule! Es la voz de Malule. Maldito zorro viejo—.¿Por qué tiene un golpe en la cara?

Siento la callosidad de una mano sobre mi mejilla. ¡No me toques!

—Intentó huir, señor. Zandro tuvo que perseguirla por el boscaje —dice otra voz y la reconozco en seguida, pertenece a uno de los soldados que me capturaron.

¡Quiero matarlos!

Tiro una patada al aire e intento liberarme del agarre de Mah.
Malule intenta tranquilizarme como si se dirigiera a una yegua y eso me enoja más. Pero a ellos les divierte. Escucho risas y más comentarios soeces. Malditos.
Mah me entrega a Malule y se despide. Ahora es él el que me empuja por el resto del camino. ¿A dónde diablos me lleva? ¿Por qué el rey Jorge y el príncipe Sasha me están esperando, Madre? Sé valiente, Elena.
Me siento furiosa. La impotencia me escose por dentro. Prefiero morir que someterme a la voluntad de estas personas. Quisiera poder revelarme a tal punto que no les quedase más opción que matarme. O, mejor aún, ¡quisiera matarlos! Podría, sé que podría, sólo tendría que esperar el momento adecuado, pero pienso en mi hermano. No puedo abandonar a Thiago. No puedo dejarme morir o ser llevada a la Rota acusada de asesinato en masa. Tengo que volver con Thiago. Debo hacer lo posible por escapar. Sé que muy pocas mujeres han regresado al Callado después de ser secuestradas por la carreta, pero yo tengo que ser una de ellas. Tengo que volver con Thiago.

Escucho el sonido de un piano.

Nos detenemos. Ahora escucho golpetear tres veces una superficie hueca, y a continuación el abrir de una puerta. El sonido del piano es cada vez más fuerte. La melodía es dramática… espeluznante. El olor de este lugar es una mezcla de vino, incienso y perfume.

—Majestad, traigo conmigo a la Venus de esta noche.

¿Venus?

Jadeos.

—Mira esos pechos —dice una voz astuta. Es un hombre, pero no advierto quién puede ser—. Tiene un cuerpo hermoso. Déjame ver su rostro.

Escucho una risa. Sasha. ¡Esa es la risa de Sasha! Me estremezco.
Malule sujeta con fuerza mi nuca y me obliga a no moverme:

—Le prometí que la siguiente Venus sería especial, mi señor —lisonjea y me quita la venda de los ojos.

La luz me aturde unos segundos. Cuando mis ojos se habitúan intento distinguir por el rabillo del ojo algo que me resulte familiar para trazar una ruta de escape, pero no puedo, este lugar es…irreal. Las paredes están tapizadas de un rosa chillante. Hay una colección de obras de arte: pinturas, esculturas y objetos de caballería. También hay un piano de cola, un bar, sofás de terciopelo y una tabla con grilletes. ¿Qué demonios?

Mi campo de visión no me permite ver a Sasha, pero si al hombre con cara de perro que tengo frente a mí. Es el rey Jorge.

—Una campesina con ojos verdes. ¡Esto amerita un brindis, Malule! —celebra.

El viejo se da cuenta de que no lleva ninguna copa en su mano y chasquea los dedos a Sasha.

—¿Vino, padre? —pregunta el otro—.¿La campesina te está seduciendo ya? Cálmate un poco, que ni siquiera has empezado a jugar —apunta, deja un momento el piano y camina hacia el bar.

Quiero matar a Gio por pirrarse de este tipo.

—Sé buen chico y también trae una copa de vino a Malule.

El rey Jorge y Malule se elogian mutuamente. Me dan asco.

—La Venus está aquí desde ayer, Majestad, pero estuvo desmayada más de veinticuatro horas.

¿Estoy aquí desde ayer? Cuán preocupados deben estar Gio, Sigrid y Thiago.

—¿La drogaron demasiado?

—Algo así…

—Zandro es un idiota, pero qué más da. Anda, apresúrate. Ya sabes qué hacer —ordena ansioso Jorge a Malule, que de inmediato se hace de un frasco pequeño que contiene un liquido trasparente.

¿Otra vez? No, no puede ser…

—Que no se desmaye —pide Jorge.

Malule sujeta mi mentón, y aunque intento morderlo para detenerlo, me obliga a beber el liquido otra vez. Algo amargo enjuga pronto mi garganta.
¿Qué es esto?

Malule acerca su boca con aliento de perro a mi oído:

—Si intentas escapar o no cooperas con el rey, te mataremos —me amenaza—. Nadie allá afuera sabe dónde estás. Nadie aquí te ayudará. Será mejor para ti que te portes bien.

¡Y UNA MIERDA!

Malule me empuja hasta la mesa con grilletes y, al pie de esta, me quita la venda de la boca.

—No, por favor —suplico porque no puedo evitarlo.

No, yo no voy a dejarme sujetar por unos grilletes. Intento correr y gritar, pero Malule me carga y obliga a recostarme sobre la mesa. Lucho, pero el maldito apretuja mi cuello para que deje de patalear.

Escucho el abrir de la puerta. —¡Alguien venga a ayudarle a Malule! —ordena el rey.

Malule y dos soldados someten mis manos y mis pies con los grilletes. Ya no puedo saber lo que pasa a mí alrededor.

¡SUÉLTENME!

El rey Jorge pone una de sus sucias manos sobre mí. —Exquisita… —gorjea.

¡NO!

—¡No, por favor! ¡POR FAVOR! —suplico.

—¿Puedo irme ya? —pregunta Sasha—. Verte follar me produce nauseas.

—No. Quiero un poco más de música.

Sasha sigue tocando el piano y, a la vez, su padre sigue tocándome a mí.

¡NO!

—Es tan hermosa. No la dejaré ir pronto.

—¡BASTA! 

Sus manos son húmedas y crueles, y de esa forma recorren mis piernas y mis pies.

—También me da escalofríos oírte jadear de esa manera —se queja Sasha.

—Tú eres peor, mucho peor.

—Me has oído, pero no me has visto. He ahí la diferencia. Por otro lado, ver a mi padre follarse a una campesina es pervertido. ¿Lo sabes, no? Me lo dijo el obispo.

—Deja de contarle todo a ese viejo mal nacido.

—Lo hice en secreto de confesión —Las carcajadas de Sasha sólo empeoran todo.

—Imbécil. Igual le dirá a tu madre o a Gavrel —gruñe el rey. ¡Sus manos, sus asquerosas manos! No lo resisto más y empiezo a llorar—. No te muevas, amor. Anda, disfrútalo conmigo.

Él frota sobre mi cuerpo su mano abusiva

¡NO!

—¿Amor? —repite con voz de asco Sasha—. Guacala. Te juro que protagonizas todas mis pesadillas, Jorge.

—Y tú las mías, hijo querido.

—Haces cosas peores que yo.

—¡YA NO, POR FAVOR! —insisto yo.

—Pero si últimamente sólo follo mujeres —dice el rey, sin dejar de tocarme.

Ellos ignoran mis suplicas.

—Tú lo has dicho, últimamente; y afortunadamente, si me permites agregar. Estabas dejando a esos pobres monjes sin culo.

—No es cierto.

—Gavrel los tuvo que enviar lejos —ríe Sasha.

—¿Tanto le costaba desaparecerlos?

—¡DÉJENME EN PAZ! —sigo, pero es inútil que grite y en mi pocisión únicamente puedo ver el techo.

—Deberías ser más agradecido, ya que, en realidad, los eremitas esos eran tu responsabilidad. Gavrel no folla y yo sólo follo soldados.

—Y condes, y duques…

—Pero no monjes. Eso es pecado.

—Es que yo soy un poco más… —El rey jadea un poco y siento su mano cada vez más cerca de mi entrepierna—… creativo.

—¡NO!

No lo soporto más y, en un intento de alejarlo, me orino encima.

—¿Qué es esto? —grita—. ¡Aj! ¡Qué barbaridad!

—¿Qué sucede? —Sasha deja de tocar.

—¡Se orinó!

—Ay, sécala con algo, pero apresúrate. Quiero largarme ya.

—¡Agh! No —reclama Jorge—. No la voy a tocar con orina encima. Dile a Malule que traiga a Mah para que se la limpie.

Escucho a Sasha bufar. —Les besas el culo lleno de mierda a los monjes, pero no toleras orina en una vagina.

—¡APÚRATE!

En menos de cinco minutos estoy en un cuarto de lavado con Mah, de pie frente a una bañera de madera.

—¡Estúpida! —me abofetea—. ¡¿Por qué nos complicas esto a todos?! ¡Hagas lo que hagas va a suceder!

Te mataré.

Mah y otro soldado me trajeron a un cuarto de lavado diferente. Salimos de la habitación donde están Jorge y Sasha y caminamos por un corredor de doble vía. Vi una puerta. ¿A dónde me llevará? Porque no voy a permitir que ese viejo asqueroso ponga sus manos sobre mi otra vez. Tengo que huir o morir en el intento. Thiago, perdóname pero no puedo más. Prefiero morir que volver a esa mesa con grilletes.
Afuera del cuarto del lavado está esperándonos un soldado. Tengo que bloquear primero a Mah y después a él para escapar.

—Traje otro vestido. Anda, ¿qué esperas? metete a la bañera —ordena. Esta es mi oportunidad. Cuando Mah me empuja hacia la bañera la jalo para que caigamos juntas al agua —¡Qué haces, estúpida, AUXILIO! —tapo su boca e intento ahogarla.

No funciona. Matarla me llevará más tiempo que noquearla y tiempo es lo que me falta, así que golpeo su cabeza contra la bañera y cae desmayada.

¡Ojalá te ahogues!

Me apresuro a salir del agua y corro hacia la salida. No hay nadie en el corredor pero escucho pisotones y un jaleo al otro lado. Me siento atontada, pero corro hacia la puerta desconocida y la abro. ¿Qué me dieron a beber? Llego a un jardín pero está entre cuadro paredes de piedra. Miro hacia todos lados buscando alguna salida. ¡Una puerta abierta! Corro hasta ella. Un vestíbulo. Un salón pequeño. ¿Dónde estoy? Puertas cerradas. Ninguna que me parezca segura pero me arriesgo. Abro y cierro puertas y encuentro más puertas. ¡Esto es un laberinto! No me detengo. Aunque no sé qué hay más allá, sigo.
Me siento mareada y tengo miedo, pero tengo que llegar al final. ¿Qué me dieron a beber que me aturde tanto?

Tengo que un encontrar la salida de este lugar. ¿Una puerta abatible? La empujo y llego a un salón enorme. Las paredes y el piso son de piedra, pero en parte está alfombrado. Hay pinturas y esculturas. He visto este lugar antes, pero es la primera vez que estoy dentro. Lo reconozco por las fotografías que nos muestran de la familia real. No lo puedo creer. Es el castillo gris. ¡Aquí viven los Abularach!

Intento correr, pero ando a tropezones. ¿Qué me dieron a beber? Veo doble, pero no me puedo detener un solo segundo. Corro peligro aquí. Madre ayúdame. Sólo hay gradas. ¡No, gradas no! Necesito una puerta. Tengo que salir de aquí. Escucho pasos urgidos. ¡Los soldados! No tengo otra opción. Tengo que subir las gradas. Mi cuerpo tiembla de frío y miedo, mis ojos lloran, pero trato de apresurarme a subir. Más gradas.
Finalmente llego a otro corredor. Miro de izquierda a derecha para decidir qué hacer. ¡Una sirvienta! Lo sé por el uniforme. Ella se queda de piedra cuando me ve.

—¡Ayúdame, por favor! ¡Están siguiéndome! —estoy llorando y temblando del miedo.

Ella me ve de pies a cabeza, horrorizada. Tarda un poco en reaccionar, pero cuando lo hace me empuja de regreso hacía las gradas.

¡No!

—No puede estar aquí, señorita.  Es casi media noche y esta un piso abajo de los aposentos de la familia real…

—¡No, por favor!

—Si la reina la ve la matará y a mí también.

—¡No entiendes que prefiero la muerta a regresar! —chillo. Estoy desesperada.

Pisadas. Los soldados vienen. Tengo que correr. Dejo atrás a la sirvienta y abro la puerta más cercana. Una mesa de té. Más pinturas y esculturas.

—¡No, no entre allí! —me grita ella  desde la puerta—. ¡Ay no!
¡Ay no!

—Ayúdame, te lo suplico…

Ella lo pienso un segundo. —Está bien —dice, por fin—. Venga, la llevaré con la princesa Isobel —parece resignada. Corro hacia ella—. Ella sabrá qué hacer.

La sirvienta corre conmigo el resto del corredor y subimos juntas más gradas. Los soldados nos están pisando los talones.

—¡Hacia allá! —gritan.

—En que lío me ha metido, señorita.

Llegamos a otro piso. Otro corredor, pero este es más amplio. ¡Más puertas!

La sirvienta me señala el final del corredor. —Espérame en la habitación de la penúltima puerta —dice, nerviosa—. Esa está vacía. Iré por la princesa.

Asiento y sigo corriendo. La sirvienta hace lo mismo, pero ella corre hacia la izquierda y yo hacia la derecha.

—¡APÚRENSE! —escucho gruñir a los soldados.

Ya vienen.

¿La penúltima puerta? ¡Hay dos! Una frente a otra de cada lado del corredor. No sé qué hacer.
Los soldados están cerca.
Abro la puerta que está frente a mí y me cuelo dentro casi arrastrando mis pies. Cierro de inmediato. No puedo más. Sigo atontada por lo que sea que me dieron a beber. Todo está oscuro. No veo nada, salvo… una luz tenue, que está iluminando lo que parece ser un libro. Un perro empieza a ladrar. ¡UN PERRO! Veo una mano. Una bota. No puede ser... Alguien está sentado en un sofá de espaldas a mí.

¡Aquí hay alguien!

---------------------------
¿Quién estará allí? :O

¿Ayudará a Elena a librarse de los soldados?

Seguimos pronto :) ¡Gracias por sus votos y comentarios!

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